Las aventuras porno-galácticas de la Calípide 4-2

Segunda entrega de las aventuras porno galácticas del carguero espacial Calípide IV.

Zombies violadores.

La sombra se deslizó sigilosamente hasta la cabina de la comandante, abrió la puerta con su pase especial modificado y encendió las luces tras cerrar la puerta a su espalda. La habitación se iluminó con una claridad blanca que lo llenó todo, y allí estaba, su comandante, durmiendo plácidamente en su cápsula sueño, ajena a todo lo que ocurría en la galaxia.

Hofrta, mecánico de segunda de la Calípide IV, contempló a su comandante casi sin respirar. Se acercó como si temiera ser descubierto y abrió la cápsula sueño donde su jefa hibernaba hasta su destino en el sistema Centauro. Había pensado que si se lo montaba bien, jamás le descubrirían; había estudiado el funcionamiento de las cápsulas sueño, y sabía que si abría una, el cuerpo seguiría dormido durante una hora, ese era el plazo que tenía antes de que su comandante se despertara, pero suficiente para lo que planeaba. Además, él se encargaba del mantenimiento, así que quién mejor que él para simular un mal funcionamiento de la cápsula.

Miró a su comandante, durmiendo tan plácidamente, desnuda, con los pezones apuntando al techo, y sonrió diabólicamente. Se desnudó y se metió en la cápsula, tumbándose encima de ella. Hofrta era un marlequiano, un humanoide, gordo y sudoroso, con orejas puntiagudas y pelo lacio muy largo alrededor de la cabeza; los marlequianos son muy blancos de piel, y son famosos en toda la galaxia por su suciedad y malos modos, pero son excelentes mecánicos y técnicos de mantenimiento.

Su enorme tripa blanca presionaba contra el cuerpo de la comandante, al tiempo que Hofrta se inclinaba sobre su cara para lamerla; una enorme lengua viscosa salió de su boca y lamió toda su cara, llenándola de apestosa saliva.

-Ahora no pareces tan dura y engreída, ¿eh, hija de puta?

La comandante seguía durmiendo tranquilamente, no despertaría hasta dentro de una hora. Hofrta dejó caer su saliva sobre su cara, y cambió de postura para restregarle su polla por la cara.

-Puta asquerosa, tú nunca follarías conmigo, pero hoy vas a saber lo que es bueno, ¡te voy a llenar de semen hasta las orejas!

Y se rió de su propia ocurrencia, mientras restregaba su polla por la cara y las mejillas de su comandante. La polla no era muy larga, pero sí muy gorda, y desprendía un olor nauseabundo. Hofrta hizo fuerza y se la introdujo por la boca, y la metió y sacó rápidamente, como si se la follara. La peste que dejó en su boca tardaría semanas en desaparecer. Sacó la polla y la colocó entre las enormes tetas, babeando mientras la frotaba.

-¿Quién es ahora el que manda, eh, perra asquerosa? ¡Puta de mierda, cuando acabe contigo tendrán que reimplantarte un chocho y un culo nuevos!

Hofrta seguía hablándola e insultándola como si realmente pudiera oírla, pero en el fondo sabía que nunca se atrevería a hablarle en ese tono, y que esta era su única oportunidad de hacerlo y decirla lo que deseaba. Y es que todos saben que los marlequianos son cobardes, ruines y depravados por naturaleza.

Siguió frotándola entre las tetas hasta que se corrió, salpicándola toda, llegando incluso con varios chorros a su cara y su pelo. Con la polla chorreando semen, volvió a incorporarse para metérsela de nuevo en la boca. Y al poco tiempo volvió a correrse, esta vez llenándola todo el interior de la boca de amarga y repugnante leche. Otra característica de los marlequianos es que no tienen prácticamente ningún aguante, son los eyaculadores precoces más grandes de la galaxia, pero por otro lado, son capaces de generar semen y correrse más que ninguna otra raza. Tras correrse en su boca, bajó su gordo y ya empapado en sudor cuerpo, hasta situar su polla frente a la entrada de su coño.

-¡Y ahora viene lo mejor, puta de mierda! ¡Voy a reventar tus agujeros… y lo mejor es que nunca sabrás quién te lo ha hecho! ¡JaJaJaJaJaJaJaJa!

Medio ahogándose con su risa, penetró con fuerza a la comandante, de la cual caían hilos de semen de la boca, y la folló con furia, sin parar de jadear por el esfuerzo y de insultarla. Si hubiera prestado atención, habría oído unos ligeros y tenues gemidos que su comandante, pese a estar profundamente dormida, casi como si estuviera drogada, empezó a emitir.

Pero Hofrta no percibió nada de eso, sus cuatro sentidos estaban concentrados en el polvo que le estaba echando a su comandante. A los cinco minutos, más o menos, se corrió de nuevo, inundando el coño de semen, y es que además de hacerlo con tanta frecuencia, son capaces de generar una cantidad de semen inmensa.

-¿Te gusta, puta? Dime, ¿te gusta?

Hofrta respiraba con dificultad, jadeaba pesadamente, y miró el reloj. Aún tenía tiempo para un polvo más, aunque debería darse prisa. Con esfuerzo levantó las piernas de su comandante y la dobló la cintura, hasta situarlas a lo largo de la cabeza de su jefa, y apoyado sobre ella, contempló el culo que se le ofrecía. Se pajeó un poco la polla para ponerla a punto y la clavó con violencia, volcando todo su peso sobre ella.

-¡Te voy a romper el culo, hija de la gran puta!

1 minuto y 24 segundos después varios chorros de leche salían despedidos dentro del interior del ano, llegando casi hasta los intestinos. Hofrta sudaba a mares, empapándolo todo, y se paró para recuperar la respiración y el corazón, que le latía desbocado. Frotó una última vez la polla en la boca de su comandante, y dándole unos fuertes azotes en las nalgas, la colocó en la misma posición en que estaba al principio. La contempló antes de marcharse: brillando del sudor de Hofrta que había impregnado su cuerpo, llena de semen por todos lados, sucia y maloliente; sonrió satisfecho, cerró la cápsula y se marchó.

Me desperté como siempre tras un sueño galáctico, desorientada y sin saber muy bien ni dónde estaba, ni que fecha era. El regusto en mi boca era más amargo de lo habitual, pero nada de qué preocuparse. Sentí la piel húmeda. Seguramente el regulador de temperatura de la cápsula había vuelto a estropearse, y me había pasado toda la hibernación sudando como un pollo. Tendría que llamar a alguno de los técnicos de mantenimiento para que echaran un vistazo a mi cápsula, seguramente a Hofrta, era el más capacitado.

Salí de la cápsula y resbalé en el suelo con mis pies descalzo. ¡Pero qué coño..! Estaba impregnada de algo, y no era sudor. Y, joder, apestaba. Entonces me di cuenta de que mi coño… ¡y mi culo!.. ¡y mi boca!... ¡apestaban a semen! Algún cabrón de la tripulación se había aprovechado de mí mientras dormía, una típica broma de novatos en los vuelos intergalácticos, pero yo ya no era una novata. Recuerdo cuando me lo hicieron por primera vez, como novatada necesaria para ser aceptada como parte de la tripulación de la primera nave en la que trabajé; aquella vez me habían follado seis o siete tripulantes, pero esta vez… esta vez había sido sólo uno…y por la peste que cubría mi cuerpo, creía adivinar quién había sido. Bueno, a su debido tiempo me encargaría de ese violador de pacotilla.

Me duché a conciencia y me dirigí al puente de mando para comprobar nuestra posición. El vuelo no había sufrido ningún contratiempo mientras nos encontrábamos hibernando, ni ningún desvío imprevisto, que es lo que suele suceder. Ante nosotros, claro y brillante a través de los grandes cristales del puente, podíamos contemplar Celta II, nuestro objetivo, un asteroide de las dimensiones de la Luna, el satélite que orbitaba el desaparecido planeta Tierra, poblado desde hacía algunas docenas de años, enclave de una corporación dedicada a la investigación biológica. No tenía ni idea de en qué consistía nuestra carga para ellos, sólo sabía que era muy frágil, y que cuanto antes la entregáramos, más segura me sentiría.

Entramos en la atmósfera de Celta II, irrespirable y altamente nociva, y nos dirigimos al hangar de carga. Las comunicaciones debían de estar estropeadas, porque no recibíamos señal de nadie. Eso me extrañó e inquietó, así que le pedí a la tripulación que se preparara por si encontrábamos problemas. Llegamos al hangar, cerramos las escotillas y empezamos a bajar la mercancía, una serie de cajas protegidas extremadamente y con el símbolo de sustancias bioquímicas. Todo estaba solitario, no se oía nada. Cada vez estaba más preocupada, ya sólo quería descargar la mercancía y largarnos de allí. Pero, ¡joder!, alguien tenía que firmar el albarán de entrega, así que dije al equipo que acababa de terminar de descargar las cajas, que tuvieran preparada la nave para salir pitando en cuanto volviera con la puta firma.

Me alejé del hangar y me interné por los pasillos adyacentes. Todo estaba tranquilo, demasiado. Llegué a una sala en la que todo estaba revuelto y por los suelo, y empecé a asustarme. Había jaulas abiertas, pero ni rastro de ningún animal o científico. Entonces, en otra sala, por fin, encontré a uno de los científicos que vivían y trabajaban allí. Estaba de espaldas a mí y llevaba una típica bata de científico. Pero cuando se dio la vuelta, me quedé horrorizada.

Quizá antes había sido humano o humanoide, pero ahora era un zombi, la carne desgarrada de los huesos, sin sangre que brotara de las venas, los ojos muertos, sin vida. ¡Putos científicos! Siempre hacen lo mismo, se ponen a investigar y hacer experimentos, y acaban convirtiendo en zombi a todos los que tienen a su alrededor. Salí corriendo, pero me equivoqué de pasillo y acabé atrapada en un laboratorio sin salida. Había cinco zombis en esa sala, y cuando me di la vuelta, varios más llegaban y bloqueaban la salida.

No sabía con qué tipo de zombis me enfrentaba, si con los caníbales comedores de carne humana, asesinos sanguinarios, o con los violadores depravados.

Me agarraron y me mostraron sus repugnantes polla, y entonces comprendí que se trataba del segundo tipo. ¡Los putos zombis me iban a violar! Me agarraron por los brazos, los cabrones tenían una fuerza enorme, me desgarraron la ropa, arrancándome el mono, y me tiraron al suelo. Los zombis de este tipo tienen una gran ansia sexual, atacan a todo el mundo para desahogarse, tanto hombres como mujeres, violando salvajemente, no suelen matar, pero sus violaciones son terribles, y sus pollas se desarrollan enormemente, alcanzando tamaños increíbles. Solo llevaban las batas, nada más, y sus pollas con jirones de carne colgando estaban durísimas y enormes. Uno de los zombis me agarró del pelo y casi me lo arranca al llevarme hasta su polla para metérmela en la boca. Todos los demás hicieron corro alrededor, gruñendo de esa forma tan espantosa, bamboleando sus pollas repulsivas frente a mí. Me iban metiendo las pollas a la fuerza, y lo malo de los zombis violadores, es que no razonan, no son conscientes de si causan dolor o no. Intentaban meterme las pollas a la vez, y temí que me desgarraran la boca. Tenía dos pollas en la boca y uno más intentaba meterme la suya, presionando y haciéndome mucho daño, cuando otro zombi me agarró por detrás y me la clavó en el culo.

Hacía esfuerzos tremendos para que sus pollas no me desgarraran la boca, y ahora una polla descomunal me reventaba el ano. Intenté gritar pidiendo socorro, pero con la boca así de llena era imposible. Otro zombi apartó de un empujón al que me enculaba y ocupó su lugar; me empezaba a doler el culo por la violencia de las enculadas. Otro se situó debajo de mí y me empezó a dar fuertes mordiscos en las tetas y los pezones, mientras su rabo enorme se abría paso dentro de mi coño. No sé cómo, pero otro de ellos se colocó en medio de los dos, y me la empezó a clavar por el culo. El dolor fue espantoso, me estaban metiendo dos pollazos por el culo, y no iban a parar hasta que quedaran satisfechos, y ni idea de cuanto tiempo podría pasar antes de que se cansaran de mí.

Estos zombis, aunque son muertos vivientes y no tienen sangre, sí generan una especie de semen, un líquido viscoso y repugnante, que expulsan cuando se corren. Ese fluido empecé a tragarlo cuando los que me follaban la boca empezaron a correrse. Se iban sustituyendo, llenándome la boca más y más de ese infecto líquido, sin cansarse nunca, ni dejar de meterme pollas; no guardaban turnos, todos querían follarme a la vez, ninguno quería quedarse de mirón. Mis agujeros empezaron a rebosar semen: mi coño, mi culo y mi boca no daban a vasto, era un entrar y salir constante de pollas, un chorrear sin parar de semen. Los mordiscos por todo el cuerpo me estaban dejando marcas y moratones, mientras los rabos seguían entrando y saliendo. Llegué a tener dos pollas en mi coño, dos en mi culo, y mi boca escupiendo y vomitando semen, pues ya no me entraba más, estaba saturada.

Una parte de mí decía que era la mejor orgía en la que nunca había participado; esa parte de mí fue la que hizo que me corriera tantas veces que perdiera la cuenta. Pero otra parte de mí me dijo que ya estaba bien de satisfacer a esos putos zombis, así que en el único respiro que se tomaron, y su único descuido, me levanté de un salto y salí corriendo. La adrenalina me hacía correr como una loca, porque en realidad me dolía todo el cuerpo como en la vida. Por fin conseguí llegar al hangar donde la Calípide IV esperaba, lista para despegar. La tripulación se quedó a cuadros al verme llegar corriendo y gritando, desnuda a excepción de las botas, chorreando semen a mi paso. Cuando vieron la horda de zombis violadores que me perseguía, lo comprendieron todo.

Sin yo saberlo, uno de los miembros de mi tripulación había abierto una de las cajas y descubierto que se trataba precisamente de antídotos contra la rabia zombi. Habían cargado las cápsulas que contenían el antídoto en armas de asalto, que solemos llevar como protección, y empezaron a disparar con ellas a los zombis. El resultado no pudo ser más espectacular: tan pronto como las cápsulas golpeaban a los zombis y explotaban soltando su contenido, éstos revertían a su forma humana.

Malditos científicos, este era el último encargo que aceptaba para ir a una colonia de putos científicos chiflados. Me acerqué a uno de ellos y conseguí por fin la dichosa firma. Todos miraban mi cuerpo desnudo, seguro que eran capaces de recordar lo que habían hecho, y se relamían. Cuando el jefe del grupo me sonrió pícaro, me acerqué y le volé los dientes de un puñetazo.

Por fin en mi cabina, duchada y con ropa limpia, recibí comunicación de que estábamos en camino y todos los sistemas funcionaban perfectamente; pero me dijeron que no había ni rastro de uno de los técnicos de mantenimiento. Sonreí para mis adentros, y dije que nadie se preocupara; total, nadie echaría de menos al cabrón que se había atrevido a violarme en mi cápsula/sueño, y todos salíamos ganando, pues yo me vengaba, y los científicos de Celta II contaban ahora con una nueva cobaya para sus estúpidos experimentos.