Las Aventuras Eróticas de Samantha: Turista Sexual

Una vez en Milán tenía unos días hasta que empezara la Escuela y decidí aprovechar para hacer un poco de turismo.

Mis primero días en Milán fueron muy intensos. Aproveché para instalarme en el apartamento que compartiría con otras chicas que aun no habían llegado. El apartamento era grande y en pleno centro de la ciudad. Aun quedaban unos días para el inicio en La Escuela de Arte, así que podía hacer un poco de turismo y aclimatarme al calor del verano.

Una mañana me acerqué a La Plaza Cordusio con mi cámara de fotos, atravesando la calle Dante, peatonal, con un romanticismo extremo, todo me resultaba excitante.

A las 12 me senté en una terraza a saborear un helado delicioso. En la mesa de al lado había un chico leyendo un libro y bebiendo cerveza. Era guapo, de ojos claros y una sonrisa encantadora. Cruzamos un par de miradas fugaces, apenas de un segundo. Pero el atrevimiento fue aumentando poco a poco y me fue devorando claramente. Yo le seguí el juego separando mis muslos ligeramente. Empecé a tener calor interior. Deseé que el desconocido se acercara a mí y la musa de la pasión me concedió mi deseo.

-ciao bella-me dijo sentándose a mi lado. Se llamaba Piero.

Hablaba mi idioma con un acento italiano muy divertido. Pasamos casi una hora flirteando entre risas y miradas pícaras. En un "descuido" acaricié su pierna con mi pie y su labio mordido me indicó que se moría por besarme. Puso una mano en mi muslo y, acercándose a mi boca, me besó dulcemente. No opuse resistencia, al contrario, mi lengua se adentró en su boca. El beso se alargó varios minutos. Su mano subió con disimulo bajo mi falda, recorriendo mis muslos, apretándolos, haciéndome gemir en su boca. Uno de sus dedos llegó hasta acariciar el tejido de mi tanga y ya me volví loca.

Me levanté cogiéndolo de la mano y lo llevé arrastrándolo hasta mi apartamento a pocas manzanas. Una vez dentro me puso contra la pared del recibidor, magreando todo mi cuerpo, haciendo volar mi vestido. Yo logré quitarle la camisa mientras me besaba en el cuello y me cogía las nalgas. Fuimos dando golpes por toda la casa hasta llegar a mi dormitorio. Le dí un empujón y cayó sobre mi cama sonriendo. Me tumbé sobre él, besando su torso desnudo, lamiendo sus pezones, bajando hasta su pantalón. Se lo quité en un segundo y pude apreciar su bóxer abultado. Lamí el contorno sobre la lycra y al final descubrí mi regalo. Su miembro saltó ante mí, hinchado, duro, golpeando en mi mejilla. La cogí por la base y empecé a lamer la punta, a masajear su tronco, de abajo hacía arriba, despacio, saboreando su glande con ansia. Me giré y mi sexo reposó en la boca de Piero mientras yo succionaba su falo. Su lengua en mi clítoris y sus dedos adentrándose en mi interior me hicieron chupar más fuerte. Su leche me llenó la boca en pleno orgasmo, con sus manos aferradas en mi culo.

Me senté sobre Piero, frotándome sobre su regazo, con sus manos en mis pechos que bailaban sobre él. Coloqué su glande en mi sexo y entró de golpe de un movimiento de mis caderas. El placer fue inmenso y me quedé unos segundos sin poder hablar. Inicié la follada moviéndome sobre él, de atrás hacia adelante, tirando de su pene, metiéndolo por completo en mis entrañas. Sus manos en mis caderas me ayudaban a moverme cada vez más fuerte, en un gemir constante, dando saltitos sobre mi amante, con mi cabello tapando parcialmente mi cara sonrojada.

Tras varios minutos de sexo intenso me vine de nuevo, en un orgasmo explosivo y al segundo él se corrió para mí, impregnándome con su miel. Nos quedamos abrazados jadeando unos minutos más y luego nos dimos una ducha fría.

Lo despedí en la puerta con un beso y en ese momento llegaron mis nuevas compañeras de piso que me miraron riendo y gastando bromas. Había estrenado yo el apartamento, pero aun nos quedarían muchas aventuras más.