Las Aventuras Eróticas de Samantha: La Fiesta

Pocas horas después de que Alex me masturbara en la playa tenía la ocasión de volver a verlo en la Fiesta

Llegamos al apartamento a fin de arreglarnos para la fiesta. Yo aun estaba excitada por mi encuentro con Alexander en la playa y deseaba continuar donde lo habíamos dejado. Nos pasamos casi dos horas arreglándonos, pero el resultado mereció la pena. Me puse un vestido negro escotado por delante y con toda mi espalda al desnudo…tenía que causarle buen

a impresión a Alex.

A las once salimos rumbo al chalet de los padres de uno de los chicos. Obviamente los padres no estaban. Sofía conocía el camino de memoria ya que Eric y ella habían estado saliendo juntos no hacía mucho tiempo.

Cuando llegamos nos recibió el anfitrión y enseguida pasamos, atravesando la casa, al recinto de la piscina, donde ya había unas 15 personas. Fuimos a por unas bebidas y nos fundimos con la gente. Mis amigas conocían a toda la gente y me fueron presentando. Pero no veía a Alex por ninguna parte.

Sonaba música chill out y había velas por todas partes, incluso algunas flotando sobre el agua. No era el tipo de fiestas que yo frecuentaba en California, pero tenía su encanto. Dos o tres chicos me fueron visitando en mi sillón, pero no mostré ningún interés por ninguno. Además mis amigas se habían escabullido con sus chicos, seguramente en alguno de los muchos dormitorios de la enorme casa. Estuve apunto de pedir un taxi y marcharme, pero justo entonces apareció Alex. Vestía vaqueros y camisa negra entreabierta, lo justo para apreciar su torso perfecto. Según pisaba la hierba las chicas le salían al paso sonriendo. Pero Alex no se inmutaba y seguía decidido hasta mí.

-¡Hola Samantha! Me alegro de verte- y me sonrió y me quise tirar a sus brazos, pero me contuve-.

-¡Hola! Yo también-dije levantándome para los dos besos de rigor.

Estuvimos charlando, mojito en mano, sin dejar de devorarnos con la mirada. El resto de la gente bailaba y reía a nuestro alrededor, pero yo estaba absorta en los ojos verdes de Alex y apenas noté el cambio de tipo de música.

-¿Bailas?-preguntó levantándose y no pude ni quise negarme.

Mis armas de mujer entraron en acción: contoneos sexys, mis manos ocasionalmente en sus hombros, miradas pícaras y mi cabello volando a cada giro. Alex me miraba totalmente hipnotizado. Poco a poco la música dejó de importarnos. Nuestras bocas estaban cada vez más cerca, sus manos rozaban las mías y las agarraron fuerte...muy fuerte. Como un capricho del destino me besó sin importarle el resto de la gente.

Nos alejamos bailando sin dejar de besarnos hasta llegar a un rincón con un sofá de dos plazas que ocupamos sin mirar si había alguien sentado. Nos sentamos de lado subiendo una rodilla sobre los cojines mullidos. Los labios de Alex me elevaron a placeres extremos, dejando los míos para bajar por mi cuello hasta mis hombros desnudos mientras yo acariciaba su espalda entregada a él igual que en la playa.

Me susurró poemas de pasión y deseo en los que mi cuerpo era su anhelo, mis pechos su refugio y mi gemidos su alma. Y quise ser suya, no una vez, toda la eternidad. Mi respiración acelerada le invitó a deslizar la mano bajo mi vestido, seguros de no ser vistos por nadie, aunque según subían sus dedos por mis muslos eso dejó de importarme a mí también. Mi sexo recordó el tacto de su mano y mis piernas se separaron unos centímetros para facilitar su avance hasta mi ropa íntima. Estaba totalmente mojada y erotizada por la situación y sus caricias. Cuando la yema de su pulgar presionó y frotó mis pliegues gemí en su boca, mordiendo su labio inferior para indicarle que quería más, mucho más. Me susurró en el oído que le siguiera y eso hice, tratando de disimular mi cara ruborizada pegando el vaso del mojito por mis mejillas.

Buscamos un dormitorio vacío sin éxito, en todos se oían risas y/o jadeos así que nos metimos sin titubear en un armario de uno de los pasillos. Dentro había estanterías con juegos de mesa y al lado paraguas y cajas con sombreros apiladas. Apenas cabíamos pero la estrechez no nos importó. Alex deslizó sus manos de nuevo bajo el vestido, esta vez para agarrar mis nalgas y ceñirme contra él. Pude sentir su erección en mi pubis, regalándome su fuego. Su camisa y mi vestido cayeron al suelo, luego su pantalón. El bóxer negro que llevaba me permitió notar el contorno de su sexo clavarse en mí y entonces la quise sentir dentro. Sus dedos bajaron mi tanga dulcemente hasta medio muslo y yo acabé de quitármelo. Metí la mano dentro del bóxer y la saqué para masajearla. Ardía en mi mano y le pedí casi rogando que me diera caña. En cuanto se enfundó el condón me alzó contra la pared y encajamos perfectamente. Rodeé su cintura con mis piernas y su cuello con mis brazos mientras él inició un vaivén lento al principio, más rápido según pasaban los minutos. Su miembro me llenaba por completo y no me corté en jadear del placer que me daba...tanto que no oímos a mis amigas llamarme porque los padres de Eric habían llegado y se acabó la fiesta. Todo el mundo nos buscaba pero la follada me tenía absorta por completo. Sus impactos me zarandeaban por completo. Clavé mis uñas en sus hombros envuelta en sudor y erotismo y le jadeé en el oído que estaba justo apunto del orgasmo. Entonces aceleró y se dejó llevar para compartirlo conmigo en un último esfuerzo. Caímos de rodillas abrazados, besándonos y justo entonces alguien abrió el armario. Toda la gente, padres incluidos, estaban ahí, ante nosotros, mirándonos. Mis amigas tuvieron que hacer un esfuerzo para no reír y complicar aun más la escena.

Nos dejaron vestir y nos fuimos. Por el camino conté a mis amigas lo ocurrido y esa noche, ya en la cama, mis sueños fueron Alex.