Las aventuras de Tinín
I. Leche Condensada.
Hola; mi nombre es Constantino, pero todo el mundo me conoce como Tinín. El típico mote cariñoso que a uno le ponen sus padre de pequeñín, y con el que se queda toda la vida. Tengo 45 años, casado y con dos hijos, dos chavales de 18 y 22 años. ¿Mi matrimonio? Bueno, pues lo típico: la pasión inical desaparecida, y una relación más bien basada en la complicidad y el cariño mutuo. Soy administrativo de una sucursal de uno más de los bancos de este país.
La verdad... yo qué sé si soy bi, hetero...no importa demasiado. Sin embargo, sí sé que soy fetichista. Lo he sido desde que tengo uso de razón. Y, bueno... no soy fetichista de zapatos de tacón, o braguitas de encaje, o pies.... No. Soy fetichista en relación a los calzoncillos. Unos slips de algodón, de mercadillo, de los que me compra mi mujer... me ponen burro sólo verlos, recién comprados. Me gusta sentir la polla y los huevos en la tela, marcar paquete. pero, y esto es lo bueno...todo esto se multiplica por mil si es otro tío el que lleva ese tipo de calzoncillos. No he tenido nunca una relación gay, digamos, "seria", pero, claro, poniéndome como una moto con este tema, anécdotas si ha habido. Y muchas.
De adolescente, ya tenía más que claro este tema, y en muchas de mis pajas usaba las imágenes de mis compañeros de instituto cambiándose en gimnasia, en la piscina... Más de una vez, había fantaseado con la idea de pillar unos de esos gayumbos: tocarlos, palparlos...olerlos...fiuuuuu.... pero nunca hice nada, en aquellos años. Je, que poco sabía entonces que la oportunidad se me iba a presentar en mi propia casa.
Vivía con mis padres. No éramos más de familia, soy hijo único. Mi madre era una madre más: preocupada por la casa, por atender a su hijo y a su marido. Una buena mujer. Al igual que mi padre: había trabajado siempre en la construcción, con lo que estaba, a pesar de parecer algo fondón ya en aquellos años, fortachón. Algo de barriguita, pero unos brazos fuertes, y unas piernas también gruesas y fuertes, debido al fútbol-sala que practicaba con regularidad. En fin, éramos una familia común.
Un domingo me encontré solo en casa; mis padres habían ido a visitar a unos familiares, y tenía todo el día para mí. No sé si fue el comienzo del verano, o casualidad, pero ese día, ya solo en casa, me levanté cachondo perdido. No tenía planes especiales; desayuné, bajé a dar una vuelta por el barrio... A mediodía, comiendo en casa la comida que mi madre había dejado preparada, seguía caliente como una moto. En el comedor, con la tele puesta, y yo en camiseta y con los calzoncillos formando una buena tienda de campaña. Recogí los platos, fregué, y me fui para la habitación, dispuesto a cascarme un buen pajote. En aquellos tiempos no había internet, pero sí revistas guarras como el LIB, por ejemplo. Y yo (no me preguntéis cómo las había conseguido, ya sabéis cómo son los institutos y las hormonas a esas edades) guardaba un par en el fondo de un armario. Estaban echas polvo, pobres, de corridas que me había pegado y había salpicado las páginas, o directamente las había mojado de leche. En algunos casos, no se podían ni abrir... En fin, ahí me tenéis, a las cuatro de la tarde, dándole al rabo, súpercachondo sabiéndome solito en casa. Eso me ponía más cachondo, y me levanté de la cama, sin dejar de pelármela, y dí una vuelta por casa. El estar cascándomela en la cocina, o en el cuarto de mis padres, ¡guauuuu! me ponía como a un toro. Pasé por la galería, donde estaba la lavadora, etc... Y el cesto de la ropa sucia. Y, de pronto, me quedé petrificado: la última prenda que habíamos echado al cesto eran unos calzoncillos. Y no eran míos.
No lo pude evitar, la polla me pegó un bote. Ahí seguía, de pies, agarrándome el rabo, quieto, contemplando unos calzoncillos de mi padre en el cesto. Usados. ¡Joooder....! La situación me acabó de calentar. Y, ya sabemos lo que pasa con la calentura: perdí los papeles. Sin cortarme ni pensar en las implicaciones de lo que estaba haciendo, agarré los slips. Talla media, azules, de algodón. No parecían especialmente sucios. Los desplegué bien....Uf, la parte delantera estaba totalmente dada de sí."Ostias", pensé, "parece que hayan estado soportando un peso de cojones". Ja, ja... y exactamente eso era lo que habían estado aguantando. Me los puse: con mi rabo duro, ¡aún me venían grandes, en la zona donde reposan las pelotas y la polla! Joder... mi padre debía tener unas medidas de caballo... Me los quité, rápidamente, porque si no me iba a correr ya. Los acerqué a la cara, por esa misma parte de la huevera...¡qué olor! A macho... a cojonazos, a polla, a meado... Me volví loco, los apreté contra la nariz para sentir bien ese aroma a tío. No paraba de cascármela, ahora sí, a toda velocidad, gimiendo como un cerdo, con los gayumbos de mi padre en la cara. En un último olfateo profundo, no pude más: me corrí, berreando, como una fuente... Cuando me recuperé, aún tenía los calzoncillos en la cara. Los volví a dejar en la cesta, y me fuí, cansado, turbado, a hacer la siesta.
Ese verano fue la leche, literalmente. En cuanto podía, repetía la operación, si no estaban mis padres o dormían. Me volvía loco el olor de los gayumbos de mi padre, y esa sensación de estar más holgados de lo normal... Cuando, en pleno agosto, mi madre tuvo que irse unos días a cuidar a un familiar con una pierna rota, la cosa se desmadró. Por respeto a mi madre, Paco, mi padre, en casa iba con camiseta y unos pantalones cortos hasta las rodillas, holgados. Pero ahora nos quedábamos los dos hombres de la familia.
- Tinín, hijo-, recuerdo que me dijo ese primer día,- aprovecho que no estará tu madre estos días, y no me visto para estar por casa, que el calor está apretando este año...
-De acuerdo, papá, ningún problema- contesté yo, nervioso perdido, creo que siendo consciente de lo que para mí iba a ser aquello. Y lo fue.
La situación era esta: cinco de la tarde, mi padre y yo medio viendo la tele, medio haciendo la siesta. En el sofá, y él en calzoncillos (yo no podía, por miedo a que una trempera me delatase, así que seguía llevando pantalones más largos). Joooooder....no podía apartar la vista de su paquete. Ahora entendía lo de la deformación de los gayumbos que había ido pillando:¡menudo paquete que marcaba el tío! Con dos manos, no abarcabas todo el bulto... La verdad, no atinaba a discernir si era un pedazo de pollón, o un pedazo de huevos, o las dos cosas. El caso es que me pasaba el día malo. Cuando salía del lavabo, de mear, se veía una mancha en la tela, que crecía un poco más, en la parte dónde reposaba la puntita del capullo...¡Dios, me volvía loco! ¡Esos gayumbos que estaba empapando, eran los que probablemente yo iba a pillar esa misma noche!
Una de esas noches, estando yo cachondo, esperé a que mi padre se retirase a dormir, para pillar unos. Calculé en el comedor una media hora, a que el hombre cogiera el sueño, para pasar por la galería. Dicho y hecho; hacia allí iba yo cuando, al pasar al lado de la puerta del cuarto de mis padres, escuché unos gemidos. Paré un momento, escuchando, y ahora los oía con claridad, mi padre gemía como si le faltase el aire. Igual fui ingenuo, pero entré de golpe, pensando que le pasaba algo (la verdad, me asusté; mi padre pasaba de los 45, hacía unos años que llevaba una vida sedentaria, y nunca se sabe). Así que, sin llamar ni nada, abrí la puerta de golpe.
-¡Pa-pá...!¡Ostias, p-p-perdona...!-exclamé.
-¡Hijo mío!¡no, tranquilo, tranquilo...!-exclamó mi padre, intentando tranquilizarme. Mientras se tapaba como podía con el gayumbo.
Y es que, lo que mi padre estaba haciendo, como ya supondréis, era cascárse la polla con todo el gusto del mundo. ¡Jooder...lo primero que ví fue a él, sentado en el borde de la cama, de cara a la puerta, pelándose un rabazo descomunal! Le había pillado, con la luz encendida, los gayumbos por las rodillas... ¡y pelándosela a dos manos! Bueno... sí que era el rabazo, sí, lo que hacía bulto. ¡El rabazo y los cojones!¡Dios.... fue un segundo, pero ví cómo rebotaban un par de pelotas en la base del rabo que parecían dos manzanas!
Seguía clavado en la puerta, y mi padre, que se había subido los slips, hablaba:
-¡Tinín! ¡Perdona, hijo...! Verás, tu madre lleva fuera varios días, y uno es un hombre...y...bueno, seguro que tú como hombre me entiendes...-balbuceaba, rojo como un tomate.
-Sí...sí...-musitaba yo. No oía nada: sólo veía que mi padre intentaba meter todo en el gayumbo, y no podía: huevos, polla...Si de normal ya le debería costar, ahora era imposible. Por fin había metido el rabo, a presión, pero mitad de los cojones le colgaban en la cama...¡Uf, se veían llenitos de leche! Y el rabo formaba tal tienda de campaña, que parecía que iba a desgarrar el slip.
-Papá...-empecé, -no te preocupes... de verdad, te entiendo....
-¡Gracias!¡Gracias hijo! ¡Cómo has crecido, qué maduro se te ve...!-contestaba, el pobre hombre, aún con el rabo duro. No podía apatar la vista del bultazo en la tela: además, la polla estaba babeando, porque se estaba formando una mancha donde apretaba la punta de la pollaza...¡Uf! No sé cómo, pero fuí rápido:
-Papá...sólo una cosa...
-Dime, dime hijo.
-Eh... ten cuidado con la eyaculación, de no...ejem, manchar nada.... Yo, para no correr riesgos, acabo en los gayumbos...
-Va-vale...-tartamudeó mi padre, avergonzado.- Gracias, Tinín; realmente, te has hecho un hombre...
-Nada, papá, no te preocupes... Me voy, tú tranquilo.
Me fuí. ¡Había picado! No me fuí muy lejos, y me quedé en el pasillo, escuchando cómo gemía el tío... Uf, lástima no verlo, pero es que aquello ya era demasiado... En unos minutos, empezó a gemir con más intensidad, como un animal, hasta que pegó un berrido sordo. "Se ha corrido...¡se ha corrido!" pensé. Yo no podía más, tenía la polla a reventar desde que le había visto cascándosela. Se calmó; fui corriendo a mi habitación, y esperé a que todo estuviese en silencio. Bastaron unos minutos. Con cautela, alcancé la galería. ¡Y allí estaban, echos un ovillo! ¡Los gayumbos corridos de mi padre! Los agarré, con fuerza.¡Guaaaaauuuuu...! ¡Escurrían leche, literalmente! la mano se me pringó entera, y caía un hilo más grueso que delgado, hacia el suelo.¡Y el calor....! Me desenfundé la polla, y le metí caña. Me iba a correr ya. No pude más, como siempre, me los acerqué a la cara....¡Coño, cómo olían ya a centímetros.....! Estaba embarrados de lefa, embarrados de verdad. Parte de leche me resbalaba por la mano hacia el antebrazo... ¡Cómo se había corrido! Y yo, venga a pajearme, a lo bestia.... Nunca había estado más salido, ni lo estuve después. Y, en vez de seguir tocándolos y acercarlos poco a poco, no pude más, y me los pegué en toda la cara de un solo golpe, cómo si me diese yo mismo una hostia. ¡Ahhhh!¡Jooodeeeeerrrr!! Nada más sentir el impacto de la huevera empapada en toda la carita, empecé a lanzar trallazos de leche. ¡No hacía flata ni que me la menease! Me sentía un guarro de verdad, con toda la cara mojada, retorciéndome los gayumbos por ella, exprimiendo semen... En el delirio de la corrida, saqué la lengua, lamiendo aquella tela de algodón embarrada en esperma de mi padre, del polludo de mi padre...Uf.....
Me temblaban las piernas... Como pude, sin hacer ruidos, volví a mi habitación. Debía dormir, estaba reventado. "Tinín, Tinín", pensé, "no te queda leche por ver, chaval". Y, aún con la polla levantándose, dormí, rendido.