Las aventuras de Supercipote (2)

La amenaza Caracoño (1)

Supercipote (II)

Supercipote y la amenaza Caracoño (1ª parte)

En episodios anteriores: Supercipote es el paladín de la paz sexual en el planeta Tierra. Su único objetivo: desterrar del planeta a las frígidas y calienta braguetas.  Desde su escondrijo en los sótanos del ayuntamiento de Nabópolis controla una tupida red de esbirros que le facilitan toda la información y el apoyo necesario para ello. En un mal día, Supercipote ha perdido la cartera, el radio reloj del 25 aniversario como superhéroe y no recuerda donde dejó aparcado su automóvil. Además, un tropiezo con la morena del coño menguante ha estado a punto de acabar con su virilidad. Sin embargo, los mejores cirujanos de Nabópolis han descubierto que la penetración anal de cualquier  objeto relaja la vagina de Tina, la morena del coño menguante, de forma proporcional al diámetro del susodicho objeto dando así por salvada la preciada virilidad de nuestro superhéroe. Finalmente, por consejo de la alcaldesa y para evitar filtraciones y rumores, Supercipote decide incorporar a Tina a su equipo y lo hace justo a tiempo  para enfrentarse con la amenaza caracoño.


Llueve sobre Nabópolis. En el vetusto sótano de la casa consistorial la luz va y viene por culpa de la enorme tormenta.  La esbirra número tres se dirige hacia el despacho de Martínez, identidad tras la que se esconde nuestro superhéroe. Lleva un paquete recién llegado de los famosos almacenes Carrots de Londres: La capa voladora que complementa el traje de heroína de Tina, la morena del coño menguante. En el momento en el que abre la puerta, la luz se va. La esbirra avanza a oscuras decidida a  dejar  el paquete en la mesa de centro. En ese momento un rayo alumbra la habitación a través de la claraboya y la luz vuelve, a la vez que se oye un aullido casi inhumano y nuestra esbirra cae desmayada por la impresión: Sentada en el sofá, con los pies apoyados en la mesa de centro y totalmente abierta, se encuentra Tina que acaba de terminar de hacerse  “un dedo”.

La masturbación es lo más parecido a un coito vaginal que Tina disfrutará en toda su vida, los potentes músculos de su vagina no solamente impiden que pueda ser penetrada por nadie, sino que dan un aspecto pavoroso a sus genitales.

Después de que nuestro superhéroe aceptara incorporar a Tina a su equipo, La chica ha pasado unos días recluida por voluntad propia en el despacho, durmiendo en el sofá, tratando de reponerse de la tanda de sexo anal con que le obsequió el Paramedical University Team of Nabópolis (P.U.T.O.N), el equipo que, tras salvar a Supercipote, la atendió y trató de confirmar, sin cortarse un pelo, si había alguna relación o no entre el diámetro del objeto con el que la penetraban por detrás y la relajación de los músculos de su mortal vagina.

Lamentablemente en el hospital también descubrieron que el sexo de Tina huele a higos podridos, lo que posiblemente ha influido en el desmayo de Esbirra Tres.

El ruido de la caída es amplificado por el eco de los sótanos, con lo que no tardan en aparecer nuevos esbirros para auxiliar a la desmayada.

Tina se incorpora y oculta sus vergüenzas justo cuando entra Supercipote en la sala:

  • ¿Qué ha ocurrido aquí? –Pregunta alarmado.

  • Nada – contesta ella – Ha vuelto la luz justo cuando entraba y creo que no esperaba verme aquí. Traía este paquete – añadió señalando el bulto que portaba Esbirra Tres.

La respuesta no parece convencer mucho a Martinez, que no le ha perdido  todavía el respeto a Tina a la que, de hecho, evita siempre que puede, pero continúa:

  • Ah sí, es tu nueva capa, pruébatela.

Deciden entonces subir a la torre del ayuntamiento para hacer las primeras prácticas de vuelo, pese a que la licencia de heroína de nuestra protagonista aún no ha sido firmada por la alcaldesa.

Con bastante aprensión, Martinez dejó que ella pasara delante y la siguió hasta lo alto de la torre, justo debajo del reloj. Como era su costumbre fue a poner las manos sobre las tetas de Tina para abrazarla y salir volando con ella, para posteriormente soltarla en el aire y dejar que cogiera soltura en el vuelo antes de enseñarle a despegar y aterrizar.

Pero nada más poner rozar sus pechos ella chilló airada:

  • ¿Otra vez, es que no aprendes?

Nuestro pobre superhérore recordó el pisotón que ella le propinó hace unos días y decidió cambiar de táctica…


Mientras esto ocurre enla Tierra, en algún lugar del espacio exterior, la nave almiranta de los caracoño acoge una reunión de los capitanes de la flota interestelar.

Bueno, el lugar sí que lo sabemos, para que mentir, pero quita mucha emoción al relato: lo cierto es que en mitad de  su viaje a la tierra, los caracoño han hecho un alto y se han situado en una órbita lunar baja. Están tratando de averiguar qué puñetas hace un trapo blanco con rayas rojas pinchado en dos palos cruzados en mitad dela Luna.

Nadie sabe cuál es el origen de los caracoño. Hay muchos que creen que son descendientes mutantes de los primeros hombres que viajaron, en misiones súper secretas, al espacio y nunca volvieron; aunque algunas confesiones religiosas niegan tal origen basándose en que ningún dios daría un nombre así a ninguna criatura y mucho menos una cara como la que tienen: mofletuda, totalmente peluda y con una enorme raja vertical en el centro en la que esconden todos sus órganos sensoriales, incluida la enorme lengua que cumple también funciones reproductoras. Los caracoño, además, son de gran envergadura, entre dos metros y dos metros y medio de alto y terriblemente musculosos.

No existen mujeres caracoño. La especie necesita de hembras humanas para reproducirse y el acto de la reproducción se realiza de forma festiva, en grupo, algo así como un cóctel enla Tierra.

La reunión comenzó de forma distendida, en la gigantesca mesa de reuniones estaban sentados diez caracoños: El almirante; tres comandantes de navío; los capitanes de los dos grandes destructores de ataque y el de la nave almiranta; cuatro capitanes de navío, responsables de las tres naves menores de escolta y la de suministros y los dos oficiales superiores que dirigían el estado mayor del almirante.

Se sirvieron abundantes bebidas hasta que el clima empezó a relajarse, momento en el que el almirante chasqueó los dedos, se hizo el silencio y diez enormes bandejas de plata fueron colocadas sobre la mesa, una frente a cada oficial. En cada bandeja había, convenientemente atada para que su sexo quedara expuesto, una joven y voluptuosa hembra humana.

Se montó un pequeño rifirrafe entre los oficiales menores cuando a unos de ellos le fue servida una bandeja ocupada por una jovencita pelirroja de ojos azules (Los caracoño tienen debilidad por esta variedad de humanas) y un comandante rechazó un coño rasurado, pese a lo apetitoso y lozano de su aspecto.

El almirante afeó al responsable que se hubiera servido un coño rasurado en su mesa y una vez que fue sustituido por otro, se levantó para hacer una ronda de inspección y comprobar que los diez coños cumplían los rigurosos requisitos de calidad con los que él especialmente disfrutaba: un cierto grado de humedad, labios recogidos y no prominentes, una abundante capa de pelo compacta y vulvas de tamaño medio.

Presumía de su conocimiento de las añadas de los coños, de las variedades y tipos y pelajes, de saber el trato exacto que necesitaba cada uno antes y después de ser servidos para que se corrieran con orgasmos múltiples y desarrollaran ese olor y grado de humedad que los hacía especialmente apetitosos para un caracoño.

Las mujeres humanas, después de ser capturadas, clasificadas e inspeccionadas sanitariamente pasaban un período de aclimatación. A veces sufrían pequeñas intervenciones quirúrgicas (eliminación de verrugas, recorte de labios demasiado grandes, etc.) y pasaban un período de aclimatación durante el que eran mastubardas contínuamente hasta que quedaban enganchadas en ese vício.

Una vez conseguido, a veces se tardaban días y a veces meses, empezaba la última fase de su crianza. Pasaban de uno a tres meses a cuerpo de reina, viviendo al aire libre (el planeta caracoño tiene una climatología envidiable) y totalmente desnudas para que sus partes íntimas se oxigenasen correctamente. Un experto olía cada mañana los coños y elegía los que se encontraba en sazón para ser fecundados en una de aquellas orgías. El trato se repetía cada pocos días hasta que las mujeres quedaban preñadas.

En las naves espaciales caracoño el tratamiento era similar, pero se embarcaban mujeres estériles y la rotación de uso era mayor, por razones obvias.

Tras la ronda, el almirante se sentó en su sitio. Frente a él, en su bandeja, estaba atada una impresionante rubia atlética y muy delgada de ojos azules, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. El mismo la había escogido antes de embarcar y dedicaba varios ratos cada día a hidratar convenientemente con aceites sus partes íntimas y a estimularla sexualmente para encontrar en la mesa el grado de jugosidad que su paladar merecía.

Dio unas palmadas y en seguida empezaron a correr de mano en manos enormes botes de salsas picantes con las que los caracoño aderezaban a las chicas antes de lamer sus coños y penetrarlas con sus fétidas lenguas, mientras estás gritaban por el escozor que producían las picantes especias y el vinagre que servían de base a las salsas.

El almirante dedicó un tiempo a lamer con cuidado infinito el clítoris de su hembra, hasta conseguir que esta empezara a gemir de placer y forcejear intentado cerrar las piernas atadas. Dejó que se corriera un par de veces y oliera bien a chumino antes de sacar completamente su gran lengua para poseerla, realizando un movimiento rítmico de penetración y extracción del miembro durante un rato prolongado. El enorme tamaño de la lengua provocaba que la rubia respondiera con nuevos gemidos, pero quizá más de dolor que de placer. El caracoño alargó el acto todo lo que pudo, hasta que finalmente clavó completamente su lengua en el sexo de la chica, mientras esta se retorcía de dolor y se corrió como todos los caracoños: con un enorme y hediondo pedo que solía provocar el desmayo de más de una de las pobres víctimas.

El almirante autorizó a utilizar las lenguas en otros agujeros de las humanas, practica que él personalmente repudiaba pero que conocía que se estaba imponiendo entre las generaciones más jóvenes de los caracoño: ¡Había visto a un jovencito frotar su lengua contra la oreja de una humana dejando correr su semen por su conducto auditivo! Sin embargo se opuso tajantemente a otra infernal moda: el compartir o intercambiar a las chicas. ¡Qué asco! Un caracoño nunca debería comer un coño babeado por otro caracoño sin que éste haya reposado convenientemente, en excelentes condiciones de higiene y oreo, al menos tres días. Tampoco permitió que la pequeña orgía durara más de lo necesario. ¡Había trabajo por hacer!

El almirante jefe de la tercera flota intergaláctica caracoño, con poderes de embajador plenipotenciario de la nación caracoño, quinto en el orden sucesorio al trono caracoño, tres veces condecorado conla Legión Púrpuradel senado caracoño y octavo en una lista de espera para la cirugía estética estaba dispuesto a lanzar un ultimátum ala Tierra: ¡Dejen de enviar frígidas calienta braguetas al espacio exterior o les destruiremos sin piedad!

Continuará