Las aventuras de Supercipote (1)

El extraño caso de la morena del coño menguante.

Supercipote (I).

El extraño caso de la morena del coño menguante.

Son las dos de la tarde en Nabópolis. Hace bueno ya y Martínez conduce su vehículo hacia su casa, a trompicones en medio del atasco, cuando de repente su radio reloj empieza a zumbar.

Hace un gesto con la muñeca para leer el mensaje: “Aviso urgente para Supercipote. Alerta hay una calienta pollas haciendo de las suyas por Nabópolis”

Martínez; aparentemente un vulgar oficinista de clase media, cuarentón y algo pasado de kilos; es la personalidad tras la que se oculta el mayor superhéroe de Nabópolis: ¡Supercipote!

Tras maniobrar para desembarazarse del atasco acelera para llegar cuanto antes a su guarida en los sótanos del inmenso edificio del ayuntamiento.

Tras deslizarse a toda velocidad por la rampa secreta de entrada sale apresuradamente del vehículo. Su fiel secretario va a su encuentro.

  • ¡Señor, señor! Es increíble, hace meses que no había una calienta braguetas en la ciudad, comentó mientras le tendía el voluminoso dosier.

  • Tranquilo Jacinto; le contesta nuestro superhéroe, haciéndose el profesional, mientras recoge el expediente y entra en su despacho; este es precisamente el tipo de trabajo para el que estamos entrenados.

Repasa con agilidad el expediente de Tina, posiblemente diminutivo de Cristina o algo similar. Una estudiante de veinte años aparentemente normal, recién llegada a la ciudad con su familia. En cuatro meses no se le ha visto un centímetro de carne. Siempre tapada desde el cuello hasta los pies y sin embargo increíblemente  provocadora.

Llega al reportaje fotográfico y a nuestro superhéroe, agobiado por una norme erección al ver las fotos de la chica, no le queda más remedio que levantarse y desabrocharse el pantalón. La enorme polla, ya libre termina de adoptar la posición erecta y cae a plomo sobre el escritorio – Supercipote,  que no es joven ya aunque mantiene un increíble atractivo para las mujeres, es más bien bajito – el ruido de esa enorme cosa sobre el escritorio le impidió oír como una de las esbirras llama a la puerta antes de entrar buscando un documento.

  • ¡Otra vez tomando Viagra! ¡Pues esta vez yo no se la chupo que menuda me puso la última vez! Fue su comentario al ver la polla extendida sobre el escritorio y Supercipote le contesta airado:

  • No le he pedido que lo haga. Además estoy harto de repetirle que si tomo Viagra es por obligación, no puedo esperar a que haya una emergencia para tomarla, tarda media hora en hacerme efecto.

Jacinto entró detrás espoleando a la esbirra, con pellizcos en el culo, para que terminara lo que había ido a hacer y dirigiéndose a su jefe dijo:

  • Sabemos que a las tres suele hacer un intercambio de autobús a la vuelta de la facultad. Puedo modificar el horario de los autobuses para que tenga que esperar unos diez minutos. Eso bastará para que usted llegue allí.

  • Me parece bien, afirmó el héroe mientras recogía su paquete y se abrochaba. Creo que no tengo que explicar que la visión del arrugado y mal encarado Jacinto corta de sopetón cualquier erección.

Supercipote volvió a su coche y arrancó saliendo en estampida hacia el pequeño intercambiador de autobuses que había en el lateral de los mayores grandes almacenes de la ciudad, “El tijeretazo holandés”, en cuyo parking dejó el vehículo para dirigirse a pie hacia las paradas de autobuses.

Allí estaba ella; alta, pasaba el metro setenta y llevaba unos botines con algo de tacón. Las piernas largas como un día sin pan embutidas en un ajustado vaquero que remarcaba su culo de pollo, alto y respingón. Una camiseta gris cubría su torso. Se le marcaba el sujetador que, a su vez, remarcaba unos bonitos pechos. Nada de uno de esos sujetadores como de plástico en lo que las mujeres acostumbran hoy en día a embucharse las tetas. Era un sujetador de encaje, probablemente  con broche delantero y corte bajo que no recogía el pecho completamente. Ustedes ya me entienden.  Llevaba encima una cazadora de piel negra abierta. Tenía ojos marrones, piel blanca y un precioso pelo negro cortado a media melena, con flequillo, que dejaba al descubierto un cuello que convencería a cualquier vampiro por remilgado que fuera.

Estaba claro. Tina estaba buena a rabiar y lo sabía. Allí en pie; en pose de auténtica modelo, con un par de cuadernos y el bolso colgando de una mano, como si fuera a voltearlos para lanzarlos contra alguien; reía mientras hablaba con un compañero.

  • ¡Vaya con la niña! Se dijo para sí Supercipote tras comprobar que lo que le habían informado era totalmente cierto. Ni un centímetro de piel saltaba a la vista y sin embargo exhalaba sensualidad. Mantenía las distancias con su amigo y a la vez que con el rostro le dejaba claro “chaval, conmigo no tienes nada que hacer”, parecía estar dorándolo a fuego lento con el calor de la mirada.

Tina era toda una mujer. No era una de esas flacuchas sin carnes a la que agarrarse, el corte de los vaqueros  y la postura en la que se encontraba un poco echada hacia atrás, le marcaba una preciosa curva en el estómago que inmediatamente puso cachondo a nuestro superhéroe.

Tina, con ese sexto sentido que tienen las mujeres para estas cosas, se percibió de inmediato de la situación. Recogió su bolso y sus cuadernos sobre sus pecho, cruzando los brazos y dobló las rodillas y recogió su cuerpo riéndose a carcajadas de algo mientras trataba de tocar con su mirada a nuestro superhéroe que se hacia el distraído con la cara de color grana y su miembro pidiendo guerra.

Enseguida llegó el autobús de la línea 2 con destino a Pollaresa. Un barrio chic y moderno de la ciudad. Martínez utilizó su súper velocidad para entrar en el autobús, nada más abrirse la puerta y llegar hasta el fondo sin que le viera el conductor, ni nadie. En la penúltima fila de asientos los dos de la izquierda estaban libres. Se sentó en el lado de la ventanilla y esperó.

Ella subió enseguida, detrás de él y se sorprendió de verlo sentado. Se sentó a su lado como quien no quiere la cosa. Nada más empezar el trayecto la chica empezó a rozar con su muslo a Martínez. También dejó caer el brazo entre los dos. Como nuestro superhéroe no podía permitirse una erección en público intento recogerse hacia la ventanilla pero ella le siguió acosando hasta que se levantó alguien del asiento de al lado. Entonces, ni corta ni perezosa, se levantó y cambió de asiento.

Nuestro protagonista estaba decepcionado. Tenía la esperanza de que semejante bombón no fuera en realidad una calienta braguetas pero ella misma se había delatado ofreciéndose para dejarle después con la miel en los labios. Utilizó su radio reloj para telegrafiar a Jacinto informándole de que había confirmado la situación, la chica era un peligro para la paz sexual de Nabópolis, a la vez que le pedía instrucciones.

Bajaron en la última parada. Martínez se quedó rezagado. Pasaban las tres y media de la tarde y sabía, por el último mensaje de Jacinto, que la chica no saldría de su casa hasta las cinco. Buscó un lugar para comer y volvió a comunicarse con Jacinto pidiéndole que enviara una furgoneta y dos esbirros con el fin de secuestrar a Tina cuando saliera de casa.

La respuesta fue negativa. El sindicato de esbirros exigía que las horas extras se confirmaran con 24 horas de antelación. Jacinto también le informaba de que en ese momento se iba al odontólogo y que dejara de molestarle durante un rato, aprovechando también para volver a quejarse que aún no les había hecho el plan dental que prometió.

Cerca de las cinco, acabado de comer y tras una discusión con el dueño del bar, tuvo que dejar su reloj como prenda para pagar la comida. No encontraba su cartera. Otra vez colorado se dirigió hacia el portal de Tina con la intención de hacerse el encontradizo. Se dieron de bruces cuando doblaba la esquina.

  • ¿Otra vez tú? Dijo ella con desparpajo.

  • Bueno si… tartamudeó él. Es que tenía un asunto de trabajo por aquí.

  • ¿Oye no estarás intentando ligar conmigo, no?

Cogido de sorpresa Supercipote no supo cómo reaccionar miró a un lado y a otro buscando una cabina de teléfono para cambiarse de traje. Siempre olvidaba que ya no existían las cabinas. Volvió a la realidad cuando Tina empezó a darle pequeños sopapos en la cara con su propia cartera.

  • ¡Anda, toma chaval que esto es tuyo! Dijo mientras lo rodeaba para seguir su camino y añadió: ¡Ah tienes la licencia de superhéroe caducada desde hace tres meses!

Enfadado, Martínez utilizó su súper velocidad,  adelantó a Tina y dio la vuelta a la manzana para cambiarse de ropa aprovechando que nadie podía verle cuando se movía tan rápidamente. Ya saben, lo típico en estos casos: mallas rojas, botas verdes, slip amarillo y un antifaz con picos encima de los ojos. Un enorme cipote cruzado con un rayo bordados encima del pecho completaban la equipación.

Una vez que volvió a estar detrás de ella la cogió de las orejas y echó a volar.

  • ¿Cabronazo, que haces? ¡Suéltame no ves que me vas a desorejar? ¡Que las orejas duelen capullo!

Tanto chilló la chica protestando por el trato que nuestro héroe decidió soltarla en vuelo. Ella asustada  extendió los brazos para hacer ademán de volar mientras le gritaba que era un hijo de puta. En ese momento Supercipote aprovechó para cogerla por detrás acercándola a su pecho y poniendo sus manos en ambas tetas de la chica.

  • ¿Serás capullo las tetas también duelen lo suyo! Continuó chillando Tina.

Ahora Martínez prestó oídos sordos a las protestas. Primero porque desde que enfiló a la chica tenía ganas de tener las manos donde las tenía y segundo porque su manual dejaba muy claro que una de las características de una calienta pollas era protestar por cualquier cosa que un hombre hiciera.

Salieron volando de Pollaresa y se dirigieron hacia la torre del ayuntamiento cuyas escaleras comunicaban directamente con la guarida de nuestro superhéroe.

Jacinto estaba esperándolos con tres enormes esbirros que enseguida se hicieron con la chica.

  • ¿Qué tratamiento emplearemos con ella, señor?  preguntó.

  • Llevarla a la sala tres

  • ¿A la sala tres? Preguntaron al unísono Jacinto y los esbirros, como si no se lo creyeran.

  • ¿A la sala tres? ¡No, por favor! Dijo Tina.

  • Pues entonces a la cuatro, pero llevad el potro de la sala tres y desnudarla. Pareció sentenciar Supercipote, pero entonces añadió - ¡Un momento! ¿Tú qué sabes de la sala tres?

  • Nada, pero como a nadie parece gustarle…

  • ¡A la tres con ella! Dijeron todos a la vez. Y así se hizo.

Era evidente que Tina tenía la virtud de caer mal a casi todo el mundo. ¿Justificaría eso todas las denuncias en su contra que aparecían en el expediente? Después de todo, en el autobús no le estaba tirando los tejos, simplemente le robaba la cartera. Daba igual porque Supercipote estaba totalmente empalmado y no iba a dejar escapar a una presa así. Lo de la justicia y el orden estaba muy bien, pero algún gusto había que darle al cuerpo y con Tina saltaban chispas.

Cuando Supercipote entró en la sala 3, llevaba su bata de seda, que le cubría hasta los tobillos. El enorme pene sobresalía hacia adelante como el mascarón de un buque.

Tina estaba desnuda en el centro de la habitación de espaldas a la puerta. Casi en la misma postura que había adoptado en la parada de autobús cuando se fijó en que él la miraba. El cuerpo recogido, una mano sobre el pecho y otra sobre el sexo las rodillas ligeramente flexionadas y la mirada caída. Enseguida empezó a sonar la canción de los pajaritos y Tina volvió a picar, extendió sus brazos para bailar la canción y zas, en ese momento Supercipote volvió a agarrarla por los pechos.  El enorme pene sobresalía por delante de los muslos de la chica.

  • ¿Serás hijo de puta, no te he dicho ya que a la tías no se nos agarra así de las tetas? Grito Tina mientras que, con el tacón de su botín derecho pisaba con saña el pie de Supercipote, que no tuvo más remedio que soltarla y agarrarse el pie dolorido.

Con lo que duele una erección así, dando saltitos además, la sangre empezó a hervirle a nuestro héroe.

Los esbirros habían dejado los botines a la chica. Quizá por vergüenza. La verdad es que limpiaban más bien poco y probablemente no quisieron que una invitada se llevara la mala impresión de ver como las plantas de sus pies se quedaban pegadas al piso.

Supercipote aulló llamando a los esbirros para que descalzaran a la chica y los amenazó con encularlos a ellos, aunque en la habitación todos sabían que el convenio laboral de los esbirros no permitía tal cosa, hubo un momento de innegable tensión laboral y con tanta tensión la erección se vino por momentos abajo.

  • Atadla al potro, ordenó nuestro Superhéroe.

Y así se hizo. Tina quedó bocabajo sobre el potro con sus cuatro extremidades atadas a los cuatro pies, el culito en pompa  bien abierto y la barbilla sobre el potro recordando la postura de un lechón antes de entrar al horno.

  • ¡Chupa! Ordenó él.

  • ¡Y una mierda me voy a meter yo eso en la boca! Contestó ella.

  • ¿Vas a chuparla o te la meto entera en el coño? Elige.

  • Métemela en el coño si quieres, contestó ella con la insolencia a la que ya nos tiene acostumbrados.

Los esbirros cogieron el potro en volandas y le dieron la vuelta a una orden del superhéroe. Ahora el coño abierto de Tina estaba justo enfrente de la polla de Supercipote que agarró a Tina de las nalgas y empezó a meter el capullo en su sexo.

En ese momento entró Jacinto jadeando y gritando en la habitación.

  • ¡No lo haga, señor, no lo haga, espere!

Pero ya era tarde, nada más entrar la cabeza del cipote en el coño, mucho más no cabía, el sexo de Tina empezó a cerrarse aprisionando a la polla, era como si menguara y se fuera contrayendo.

Supercipote chillaba de dolor, mientras que Jacinto trataba de explicarle que había recibido un nuevo informe en el que se explicaba que la chica no era ninguna estrecha calienta pollas, sino que padecía una extraña enfermedad: el síndrome del coño menguante. Así, por lo menos es como  la llamaron los médicos de urgencias entre carcajada y carcajada.