Las aventuras de Oscar y su hermana 7

La abuela estaba un poco preocupada por dejarnos a solas con nuestro abuelo, ya que era un poco desastre en las cosas del hogar

Había llegado el mes de Septiembre. Mi hermana y yo habíamos disfrutado de unas maravillosas y bien merecidas vacaciones de verano en la casa de nuestros abuelos, en un pequeño y tranquilo pueblo de la provincia de Jaén. Pero el tiempo estaba cambiando, los días comenzaban a hacerse cada vez más cortos, y las noches más frías, lo cual nos recordaba que pronto tendríamos que volver a la casa de nuestros padres, nuestra casa. La cual, aunque vivíamos en Canarias y a mucha gente puede parecerle un lugar paradisíaco, no dejaba de ser un pequeño piso en el centro de una ciudad. Mi hermana solía cambiar bastante de humor cuando se acercaba el final de nuestras vacaciones de verano, se volvía más sería y no le apetecía salir tanto (lo cual era comprensible, ya que en nuestra casa, nuestros padres eran bastante estrictos y un tanto paranoicos con los peligros de la gran ciudad, lo que se traducía en que tanto mi hermana como yo teníamos unos horarios muy restringidos), y mis abuelos notaban también el cambio en su carácter, sobre todo mi abuelo, el cual, para no verla tan triste, se ponía mas cariñoso con ella, le gastaba bromas e incluso le hacia cosquillas en la barriga, por debajo de la camiseta (cuando no estaba mi abuela delante claro, jiji), cuando la veía tendida en el sofá viendo la tele sin ganas de salir. Le daba pellizquitos en el culito cuando pasaba detrás de ella en la cocina. E incluso había hecho algún comentario subido de tono sobre los pijamitas que mi hermana usaba para dormir, cuando esta bajaba a desayunar por las mañanas, con unos pantaloncitos cortos que dejaban ver parte de los cachetes de su firme trasero (sin mencionar el bollito que se le marcaba en la entrepierna), y una camiseta de tirantes que dibujaba, a la perfección, la forma de sus turgentes y ya bien desarrollados pechos. Lo cual solía animar a mi hermana un poco, ya que siempre había sido muy presumida y le gustaba ser el centro de atención. Pero mi abuelo no era ciego, y aunque mi abuela le quitara importancia al hecho de que mi hermana se paseara con esos modelitos por la casa, recién levantada, insistiendo que eran cosas de la juventud moderna y que ya se le pasaría con la edad, yo me daba cuenta de las miradas que se cruzaban entre ellos, y como mi abuelo la seguía con los ojos por toda la casa. Ya que por mucha unión familiar que hubiese entre nosotros, mi abuelo no dejaba de ser un hombre con sus necesidades físicas, y mi hermana se estaba convirtiendo en una mujercita que rebosaba erotismo y vitalidad.

Un Jueves cualquiera, mi hermana y yo regresamos a la casa de nuestros abuelos para la hora de la cena, después de haber pasado todo el día fuera teniendo alguna de nuestras aventurillas en el campo (bueno, sobre todo mi hermana, que se había enrollado varias veces con el vecino que trabajaba en la granja de vacas, y me llevaba a mi con ellos para vigilar…pero eso ya lo sabéis, jiji). Al entrar en la cocina, nuestros abuelos estaban hablando. Mi abuela estaba sentada en la mesa, mientras mi abuelo preparaba una ensalada, lo cual nos resultó bastante extraño ya que siempre era mi abuela la que preparaba la cena, y mi abuelo permanecía sentado viendo algo en la tele, hasta que ella lo llamaba para sentarse a la mesa. Al llegar nosotros, mi abuela se quedó callada, poniendo una expresión bastante sería en su rostro. “Que ha pasado?”, preguntó mi hermana nada más verla. “Nada hija mía”, respondió mi abuela sin levantar la vista, con cara de preocupación. “Tenéis hambre?, la abuela ha hecho una tortilla de patatas, y yo estoy preparando una ensalada para acompañar”, dijo mi abuelo desde el fregadero con una sonrisa, quitándole así importancia a la tensión que se respiraba en la cocina. Mi hermana y yo nos sentamos a la mesa, pero mi hermana no pudo contenerse: “Abuela estás bien?, te noto un poco preocupada”. Mi abuela levantó la vista de la servilleta que enredaba entre sus dedos, pero sonriendo lo suficiente como para que mi hermana y yo nos quedáramos tranquilos respondió: “No es nada hija mía. Sólo que acaba de llamar una tía de tu padre, y me ha dicho que su madre está muy enferma y no saben lo que va a durar”. Resultó ser una prima de nuestra abuela, la cual llevaba bastante tiempo enferma con un extraño tipo de cáncer, y por lo visto estaba en las fases terminales, después de que los tratamientos médicos dejaron de hacer efecto. Sus familiares le habían preguntado a nuestra abuela que si quería ir a verla y despedirse, sugiriendo que se fuera a pasar el fin de semana con ellos, ya que hacía tiempo que no la veían. Vivían en un pueblo de la provincia de Granada, a unas tres horas en autobús desde el pueblo de nuestros abuelos. Pero a parte de la tristeza de tener a un familiar enfermo, nuestra abuela estaba un poco preocupada por dejarnos a nosotros solos con nuestro abuelo así de imprevisto, ya que nuestro abuelo era un poco desastre en las cosas del hogar. De hecho, desde que mi hermana y yo habíamos llegado ese verano, era la primera vez que lo veíamos preparando la cena. “Abuela…es eso lo que te preocupa?”, dijo mi hermana sonriendo, alargando su mano sobre la mesa para coger la de mi abuela, “mi hermano y yo ya somos mayorcitos. O es que no nos has visto recoger nuestro cuarto cada mañana?, jaja”, siguió diciéndole mi hermana a mi abuela, mientras le apretaba la mano en un gesto cariñoso. Mi abuela sonrió, y pareció relajarse un poco. “Ya lo sé hija mía…pero, quién os hará la comida?, y la colada?”, dijo mi abuela poniendo el semblante serio de nuevo. “Buff…hay que ver abuela, que cosas tienes. Ni que tuviéramos que comer potaje todos los días!, y la lavadora…es automática!”, dijo mi hermana empezando a reírse, “además, ni que nos fueses a dejar solos durante meses…que sólo te vas dos días!”, siguió diciéndole mi hermana a mi abuela. Eso pareció surgir efecto, y mi abuela comenzó a sonreír de nuevo.

A la mañana siguiente, mi hermana y yo acompañamos a mi abuela a la estación de autobuses, la cual estaba bastante cerca. La estación era pequeña y había poca gente esperando dentro. Se componía de una especie de sala, con asientos de plástico, en dos filas, en una de las paredes, dos taquillas al fondo, donde se vendían los billetes, y unas amplias cristaleras frente a los asientos, que daban a la parte de afuera, donde se encontraban los cuatro andenes, a medio cubrir por un techo de aluminio, donde aparcaban los autobuses a su llegada a la estación. Mi abuela compró su billete, y nos sentamos los tres en los asientos de plástico a esperar a que llegara el autobús. No pasaron más de cinco minutos cuando un gran autobús de color rojo y amarillo apareció por la entrada de la estación y se dispuso a colocarse en uno de los andenes. “Este es mi autobús”, dijo nuestra abuela levantándose del asiento y cogiendo su pequeña maleta del suelo. “Portaros bien, de acuerdo?. Y no hagáis nada para que vuestro abuelo se enfade con vosotros. Regresaré en el autobús del domingo a medio día, así es que estaré aquí por la tarde”, terminó de decirnos nuestra abuela mientras nos daba un beso a cada uno. “No te preocupes abuela, que estaremos bien”, dijo mi hermana sonriendo para que mi abuela se fuese tranquila. Nosotros nos quedamos en la estación hasta que el autobús salió del andén. Al salir de la estación, me di cuenta de que el día había amanecido bastante nublado. Y de camino a la casa de nuestros abuelos, se podían ver grandes nubes grises acercándose desde las montañas. Justo cuando llegamos a la casa de nuestros abuelos empezó a caer las primeras gotas. Nuestro abuelo había ido al campo con el vecino que venía a buscarlo en coche cada mañana, así es que mi hermana y yo nos pusimos a recoger un  poco la casa, y después de hacerlo fuimos a la cocina a ver que podríamos preparar para la comida que no fuese muy complicado. En la nevera quedaba la mitad de la tortilla de la noche anterior, además de huevos, leche, varios tipos de embutido, queso, pan y cereales para el desayuno….suficiente para varios días. También había bastantes tipos de verduras y fruta, que a nuestros abuelos les regalaban de las huertas vecinas. Justo en ese momento, oímos unas llaves en la puerta y mi abuelo saludar desde la entrada: “Hay alguien?”. “Estamos en la cocina abuelo”, respondió mi hermana. Mi abuelo dejó sus bártulos en la entrada de la casa y entró en la cocina, donde estábamos nosotros. “Vaya la que está cayendo!”, dijo mi abuelo echándose el pelo mojado y canoso hacia atrás, “hemos dejado todo a medias en el campo, ya que en cuanto caen cuatro gotas, se pone todo hasta arriba de barro”, continuó diciendo mi abuelo, “menos mal que estaba allí Fernando y nos ha subido en su coche…si no, nos hubiéramos empapado!. Yo estaba mirando a través de la ventana de la cocina, el cielo se había puesto bastante oscuro (aunque tan solo eran las doce del medio día), y la lluvia caía con bastante fuerza. “Nosotros tuvimos suerte. Empezó a llover justo cuando llegamos a aquí, después de acompañar a la abuela a la estación”, dije yo sentándome a la mesa, mientras mi abuelo bebía un vaso de agua. “Pues si sigue lloviendo así, no se podrá trabajar en el campo, y me tendré que quedar el fin de semana aquí con vosotros”, continuó diciendo nuestro abuelo mientras miraba a través de la ventana, sentado desde la mesa, y observando como la lluvia parecía caer cada vez con mas fuerza. “Es igual para nosotros, con esta lluvia no podremos salir ni a dar un paseo. No importa, no teníamos grandes planes que digamos”, dijo mi hermana terminando de preparar la ensalada.

Después de comer, me tocaba a mí fregar los pocos platos que había en el fregadero, ya que no habíamos tenido que cocinar. Nuestro abuelo subió arriba a darse una ducha y a cambiarse de ropa. Y mi hermana dijo que iría a su cuarto a escuchar un poco de música. Tras recoger la cocina, me fui al salón a descansar un rato y puse la tele. Estaban dando la predicción del tiempo, y por lo que decían, se esperaba más lluvia e incluso tormentas todo el fin de semana. Yo estaba sumido en lo que decían en la tele, cuando oí a mi abuelo decir desde el baño: “Marta…si estás en tu cuarto, te importa traerme una toalla del mueble del pasillo?, me acabo de dar cuenta de que aquí no hay ninguna, y ya estoy enjabonado!”. Con el paso de los años, mi hermana y yo nos habíamos acostumbrado al hecho de que nuestros abuelos tenían la manía de dejar la puerta del baño entre abierta cuando estaban dentro. Lo que explica que se oyera la voz de mi abuelo desde el salón con tanta claridad. Pasó un rato, y como no oí a mi hermana contestar desde su cuarto, subí al piso de arriba a llevarle la toalla a mi abuelo, por si acaso mi hermana se había puesto los auriculares de la música y no lo había oído. Al subir al pasillo de arriba y girar la esquina hacia el baño, vi a mi hermana parada en la puerta, con una toalla limpia en la mano, mirando hacia adentro con la boca abierta sin decir una palabra. “Que haces ahí parada?”, dije yo desde la esquina del pasillo. Mi hermana al verme, dio un pequeño salto, sorprendida de que yo la hubiese encontrado allí. Se me quedó mirando sin saber que decir, poniéndose roja como un tomate, y de repente dijo levantando la voz: “abuelo?, aquí tienes la toalla, te la dejo encima del lavabo para que te quede mas cerca, vale?”. “Gracias Marta”, dijo mi abuelo desde el interior de la bañera, mientras yo podía oír caer el agua de la ducha. Mi hermana salió del baño rápidamente, y cruzando su mirada con la mía por solo un segundo, se metió en su cuarto, y cerró la puerta para así evitar tener que responder a mi pregunta. Aquello me pareció un poco raro, pero no le quise dar mayor importancia, así es que me fui hacia mi cuarto para coger algún libro y llevármelo al salón, lo leería mientras esperaba a que pusieran algo interesante en la tele. Pero al pasar por la puerta del baño medio abierta, descubrí lo que mi hermana había estado contemplando con tanto interés. Mi abuelo había dejado la cortina de la ducha completamente abierta, y desde el pasillo, podía verse con claridad como enjabonaba su cuerpo minuciosamente. Me sorprendió descubrir como mi abuelo, a pesar de su avanzada edad, había conseguido mantener su figura, incluso yo lo hubiese descrito como fuerte y musculoso. Tenía una pequeña barriga cervecera, pero el resto del cuerpo se veía firme y fuerte. Su piel era morena (supongo que debido a prolongadas horas bajo el sol en el campo). Tenía abundante vello en el pecho, brazos y piernas. Fue entonces cuando no pude evitar que mis ojos notaran la abundante mata de pelo rizado que tenía entre las  piernas, pero lo que más me sorprendió fue el tamaño de su pene, que debido a los roces de sus manos con el jabón y el calor del agua de la ducha, estaba bastante morcillona. Ahora comprendía el por qué mi hermana estaba allí plantada en el pasillo con la boca abierta…mirando como mi abuelo se enjabonaba el cuerpo, flexionando sus músculos, y acariciando el majestuoso trozo de carne que tenia entre las piernas. No pude evitar sonreír un poco, imaginando lo contenta que debía de estar mi abuela teniendo aquel cuerpazo en su cama cada noche, e incluso me vinieron pensamientos sobre la noche o, mejor dicho, el polvo que concibió a nuestro padre…su hijo jeje. Sacudí la cabeza para volver al presente, cogí el libro de mi habitación y volví a bajar al salón para sentarme a ver la tele.

Al poco rato bajó mi abuelo, ya vestido y con el pelo aún húmedo después de la ducha. “Que estás viendo?”, me preguntó mi abuelo abrochándose los últimos botones de su camisa y sentándose junto a mí en el sofá. “La verdad es que no estaba poniendo mucha atención”, respondí yo levantando mi mirada del libro que tenía abierto sobre mis rodillas. “Has podido ver las noticias del tiempo?”, continuó diciendo mi abuelo mientras miraba lo que había en la tele. “Si, dicen que se espera lluvia todo el fin de semana, e incluso alguna tormenta”, respondí yo continuando con mi lectura. “Ya lo sabía yo. Esta mañana le dije a tu abuela que me molestaba un poco la rodilla, como si fuera a cambiar el tiempo, y no me suelo equivocar”, dijo mi abuelo señalando para la ventana. Yo sonreía sin levantar la mirada de mi libro, mientras mi abuelo cambiaba los canales de la tele, buscando algo que a él le gustara. Encontró una vieja película en uno de los canales (“Viaje al centro de la tierra” creo que era…), y como estaba empezando, nos pusimos a verla mientras se podía oír perfectamente el sonido de la lluvia de fondo. Yo me quedé dormido viendo la película, con mi libro abierto sobre mi regazo. Al despertarme, vi que mi abuelo ya no estaba sentado en el sofá, la habitación estaba bastante oscura y el volumen de la tele estaba muy bajo. Me incorporé sobre el sofá, y mientras mi vista se adaptaba a la claridad que provenía de las imágenes del televisor, me di cuenta de que la película ya había terminado, y ahora estaban dando uno de esos programas de preguntas y respuestas. No tenía ni idea de que hora sería. Supuse que tanto mi hermana como mi abuelo se estaban echando una siesta. Encendí la luz de la mesita, donde mi abuela solía sentarse a coser, y miré al reloj, eran casi las siete de la tarde, y ya estaba casi de noche fuera. Me acerqué a la ventana, pero solo conseguí ver mi reflejo en el cristal, de lo oscuro que se veía el patio de la casa. Seguía lloviendo fuera. Fui a la cocina a beber agua, y tras hacerlo, me dieron ganas de ir al baño a orinar.

Al llegar al piso de arriba, el primer cuarto que uno se encontraba en el pasillo era la habitación de mis abuelos, pero, al estar la puerta abierta, me sorprendió ver que la cama estaba hecha y que no había nadie dentro. Así es que pensé que mi abuelo estaría en el baño. Pero, de camino al baño, vi que la puerta del cuarto de mi hermana (el cual quedaba justo en frente del baño) estaba medio abierta y la luz estaba encendida, lo cual me sorprendió muchísimo, porque mi hermana siempre la cerraba cuando estaba ella dentro (ya fuese durmiendo, o tan sólo escuchando música). Así es que decidí asomarme a su cuarto a ver si ella estaba dentro. Y cual fue mi sorpresa cuando al asomarme, pude ver a mi hermana tumbada en la cama, boca arriba, con los ojos cerrados (pensé que aún estaba durmiendo), aunque me sorprendió porque mi abuelo estaba sentado a un lado de la cama acariciándole una teta, suavemente, con su mano (la cual había metido por debajo de la camiseta de tirantes que mi hermana llevaba puesta). Yo me quedé de piedra en el umbral de la puerta, sin poder moverme y sin saber que decir, me habían desaparecido hasta las ganas de orinar. Era obvio que mi hermana no llevaba sujetador debajo de la camiseta, porque se le marcaba perfectamente el pezón endurecido de la otra teta, la cual quedaba libre (de momento), de las caricias y los apretones que mi abuelo le proporcionaba a la otra mientras la sobaba con su mano bien abierta. Mi abuelo siguió sobándole la teta con una mano, mientras que con la otra, lograba subir, hasta las axilas, la camiseta que mi hermana llevaba puesta dejando salir sus dos prominentes pechos, coronados por unos duros pezones de enormes aureolas del color del azúcar moreno. Mi abuelo siguió masajeando aquel par de melones con más fuerza, como indiferente al hecho de que mi hermana podría despertarse en cualquier momento (lo cual me llamó la atención bastante, ya que si mi hermana se despertaba en esos instantes, lo pillaría con las manos en la masa), pero mi abuelo siguió agarrando aquel par de tetas bien fuerte, juntándolas, separándolas, apretándolas, e incluso tirando y retorciendo los pezones con sus dedos. Fue entonces cuando pude observar como mi hermana echaba su cabeza hacia atrás, sobre la almohada, entornaba los parpados de sus ojos, y mordiéndose el labio inferior empezó a gemir. Gemía lentamente, mientras que una de sus manos se desplazó por su vientre hasta introducirse por debajo del pantaloncito corto que llevaba puesto, mientras que sus caderas se elevaban ligeramente. “Ayyy…abuelo, como me gusta lo que me haces”, dijo mi hermana suavemente entre gemidos. El misterio acababa de desvelarse, mi abuelo estaba sobando a mi hermana en su propia cama, pero lo peor de todo es que mi hermana era completamente consciente de lo que estaba pasando, y por lo que yo podía observar le estaba gustando…se estaba dejando llevar!.

Mi abuelo dejó de sobar las tetas de mi hermana por un momento, para bajar sus dos manos lentamente por su cintura, hasta llegar a sus caderas. Una vez allí, le sacó a mi hermana la mano que tenía metida entre las piernas, se veía húmeda, a la luz, desde donde yo me encontraba. Mi abuelo se metió los dedos de mi hermana en su boca, y cerró los ojos saboreando los fluidos que provenían de su interior. Puso el brazo de mi hermana sobre la cama con mucha delicadeza, y muy lentamente, comenzó a bajarle a mi hermana el pantaloncito corto que llevaba puesto. Mi hermana lo ayudaba levantando las caderas, lo cual hizo que el pantalón se deslizara fácilmente hasta sus tobillos. Cuando mi abuelo se dio cuenta de que no llevaba bragas puestas debajo, sus labios se abrieron en una expresión de sorpresa, y sus ojos brillaban mirando aquel chochito pelado, húmedo y dispuesto, a un palmo de su boca. “Uyy…no sabes lo que había estado esperando este momento!”, dijo mi abuelo contemplando el cuerpo desnudo de mi hermana. Ella lo miraba con cara de lujuria, con una sonrisa dibujada en los labios. Y abriéndose de piernas, mostrando la hinchazón de su raja, mientras se retorcía los pezones con sus propias manos dijo: “Es todo tuyo abuelo!”. Mi abuelo la miró fijamente, y al instante zambulló su cabeza entre las piernas de mi hermana y comenzó a darle una espectacular comida de coño. Yo veía, desde la puerta, como mi abuelo separaba los labios del coñito de mi hermana con sus dedos, metía su lengua en la entrada de su vagina, relamiendo cada pliegue de aquel sabroso bollo femenino. Su cara se humedeció rápidamente debido al flujo de fluidos provenientes del caliente chocho de mi hermana. Mi abuelo atrapaba el clítoris entre sus gruesos labios y succionaba, mientras mi hermana se retorcía sobre la cama, como nunca antes la había visto hacer. Mi abuelo estuvo saboreando aquel joven chochito hasta que se cansó de hacerlo, tras notar como mi hermana había tenido un par de orgasmos por las convulsiones que daban sus caderas y los músculos de su vientre. Entonces mi abuelo levantó la cabeza de entre las piernas de mi hermana, la miró fijamente a los ojos, y abrazándose, los dos quedaron fundidos en un apasionado beso en la boca. Mientras se abrazaban y se besaban, mi abuelo acariciaba el cuerpo desnudo de mi hermana, y esta le desabrochaba la camisa y el pantalón que llevaba puestos. En pocos minutos, mi abuelo quedó tumbado de lado sobre la cama, tan desnudo como mi hermana, y agarrándola de las caderas, la atrajo hacia si mismo, poniéndola encima de él, quedando en una perfecta posición de 69. Mi hermana devoraba la polla de mi abuelo, la cual ya estaba dura y tiesa como una estaca, le pasaba la lengua a lo largo del tronco hasta llegar a su dilatado capullo, mientras que con su manita sobaba sus enormes y peludos testículos. Por su parte, mi abuelo volvía a saborear aquel encharcado chumino, mientras que con ambas manos separaba los cachetes de su gran culo, mojándose un dedo y metiéndoselo en el agujero del ojete para dilatarlo. Mi hermana gemía y su chochito se derretía sobre la boca de mi abuelo, mientras este respiraba y bufaba con la fuerza de un toro, con cada levantamiento de caderas (lo cual provocaba que mi hermana se zampara su enorme verga hasta la garganta).

Yo estaba excitadísimo viendo, detrás de la puerta, como mi abuelo y mi hermana follaban salvajemente sin ningún pudor. Habían cambiado de postura varias veces, y yo veía como el pollón de mi abuelo entraba y salía, a pelo, del coño empapado de mi hermana, mientras esta tenía un orgasmo tras otro, aunque mi abuelo seguía duro como un semental. Mi erección estaba al máximo, y la dureza de mi rabo amenazaba con estallar la cremallera del pantalón que llevaba puesto. Así es que decidí dejarlo tomar un poco de aire. Me bajé los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, y mi polla salió disparada como si hubiese tenido un muelle en su interior. No podía dejar de mirar lo que mi abuelo y mi hermana hacían dentro de aquella habitación, era hipnotizador, nunca había visto a mi hermana moverse sobre una polla de aquella manera. Mi abuelo la agarraba de las tetas y tiraba de sus pezones, la cogía del pelo estando a cuatro patas, como una yegua sumisa, e incluso comenzó a darle azotes en las nalgas cuando varias veces intentó meterle la punta de la polla por el culo, y mi hermana se quejaba de que le dolía mucho...pero aún con todo aquello, mi hermana parecía no tener suficiente y pedía más. Mi mano bajó inconscientemente por mi torso, mientras yo no quitaba ojo a lo que mi hermana y mi abuelo hacían, y agarrando mi duro trabuco…empecé a masturbarme allí mismo, en la puerta de la habitación de mi hermana (abriéndola del todo, sin importarme que me pillaran), con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos, mientras mi abuelo se la follaba como un poseído. Fue entonces cuando mi hermana me vio allí parado a través del espejo, cascándome una paja. Me miró fijamente a los ojos, pero en vez de gritarme para que me fuera, no dijo nada y se detuvo en seco. Mi abuelo, al notar que mi hermana paraba el movimiento de caderas que acompasaban las embestidas de su gran tranca, la miró a ella primero, y siguió su mirada hacia donde yo estaba. También se quedó mirándome con la boca abierta sin decir nada, hasta que reaccionó y me dijo: “Oscar, cuanto tiempo llevas ahí mirando?. “El suficiente como para haber visto todo lo que hacíais”, respondí yo con los pantalones y los calzoncillos bajados, mientras seguía agarrando mi polla con una mano. “Y ahora, que piensas hacer?, se lo contarás a tu abuela cuando vuelva?”, volvió a preguntarme mi abuelo, mientras me miraba fijamente a la cara. Yo me quedé pensando unos segundos, mientras miraba a mi hermana allí desnuda, sentada sobre mi abuelo, con su pollón clavado en el coño hasta los huevos, y ella me miraba con una cara de puro placer y me suplicaba con la mirada que no dijera nada. “No diré nada…si me dejáis participar”, dije yo quitándome toda la ropa y acercándome a la cama. Mi abuelo no me dijo nada, tan solo miró a mi hermana a la cara y sonrió. Mi hermana se inclinó dándole un beso en los labios, y girando levemente la cabeza hasta que su mirada se cruzó con la mía, cogió una de mis manos con la suya (mientras la otra quedaba apoyada en el pecho de mi abuelo para equilibrarse) y lentamente la dirigió hacia uno de sus pechos. No hicieron falta más palabras, aquella era la señal que yo necesitaba para saber que sería parte de aquella bacanal. Comencé a sobarle las tetas a mi hermana, con la polla dura como una piedra, mientras mi abuelo continuaba partiéndole el coño. Entonces me incliné para comerle uno de sus grandes pezones, mientras mi abuelo levantaba la cabeza para comerle el otro. Era muy excitante ver a mi abuelo tan cerca comiéndole una teta a mi hermana. Podía ver como su lengua se movía en círculos sobre su pezón, para después apretarlo con sus labios y succionar…incluso podía sentir su aliento mientras mi abuelo respiraba sobre la teta de mi hermana, y de vez en cuando me miraba a los ojos como diciendo: “mira y aprende”. Mi abuelo cambió a mi hermana de posición varias veces, indicándome cuando podía follármela yo (momento que él aprovechaba para que mi hermana le mantuviese la erección con una buena mamada), estaba claro que él llevaba las riendas de la situación, debido por una parte a mi falta de experiencia, y por otra (y quizás más importante) debido a la completa sumisión de mi hermana (la cual parecía estar disfrutando de cada momento). Entonces, mi abuelo se tumbó sobre la cama, y sentó a mi hermana sobre su falo, mientras la besaba en la boca. Mi hermana se inclinó sobre el pecho peludo de mi abuelo, y empezó a cabalgar sobre su enorme polla (desde donde yo estaba, veía perfectamente como entraba y salía de aquel caliente túnel, mientras que con cada embestida, el agujero de su ojete quedaba expuesto). Mi abuelo me miró y me dijo: “ahora Oscar, súbete encima de tu hermana y métesela por el culo”. Mi hermana giró la cabeza de repente, mirándome con cara de pánico. Pero mi abuelo la agarró de los hombros, y besándola en los labios le dijo: “Shhhhhhhhhhh…tranquila, relájate, y veras como te gusta”. Yo me coloqué detrás de mi hermana, tal y como me había indicado mi abuelo, mientras el seguía con el mete-saca de su verga en su húmedo coño, y al mismo tiempo separaba los cachetes del culo de mi hermana con ambas manos, dilatando su esfínter. Yo coloqué la punta de mi capullo sobre aquel palpitante anillo. Por un momento pensé que no entraría, ya que se veía muy estrecho, pero con un leve empujoncito, mi pene se fue abriendo paso en el interior de su intestino. Se notaba muy estrecho, pero mi polla fue entrando centímetro a centímetro, hasta que mis huevos chocaron levemente con los de mi abuelo. Mi hermana empezó a gemir, y yo sentía como la polla de mi abuelo entraba y salía de su dilatado chumino, mientras yo me movía muy despacio. La sensación era increíble, el culo de mi hermana estaba ardiendo, y yo sentía como estrangulaba a mi polla con cada movimiento de dentro a afuera. Mi abuelo le agarraba a mi hermana las tetas bien fuerte, mientras la besaba en la boca, y yo sentía como ella ahogaba otro orgasmo. La situación era muy morbosa, la habitación se sentía húmeda y caliente, mientras se percibía el sonido de la lluvia contra el cristal de la ventana y el ruido de truenos en la distancia, indicando que una tormenta se acercaba. Fue entonces cuando no pude más, y dando un último empujón, vacié mi descarga de leche dentro del ojete de mi hermana sin preámbulos. Esta, al oírme, apretó los músculos de su esfínter, como intentando exprimir hasta la ultima gota de mi manguera. Al sacar mi polla de su culito, restos de mi esperma empezaron a brotar de su ano, resbalando por sus nalgas y su coñito, hasta gotear sobre los huevos de mi abuelo. El cual, al sentir mi leche, dejó de bombear el coño de mi hermana con su trabuco, y chorro tras chorro inundó las profundidades de su caliente vagina. Nos quedamos tumbados los tres sobre la cama un buen rato, mi abuelo en medio, y mi hermana y yo a cada lado abrazándolo. Mientras, en silencio, oíamos como la lluvia seguía cayendo fuera de la casa, hasta que plácidamente nos quedamos dormidos.

Tras aquel encuentro, nuestra relación familiar se unió aún más si cabe. Mi abuelo y yo nos follamos a mi hermana varias veces más, ese fin de semana, hasta que volvió mi abuela. Pero incluso con ella en casa, mi abuelo se las ingeniaba para buscar alguna excusa que le permitiera seguir disfrutando del maravilloso y receptivo cuerpo de su nieta, hasta que terminaron nuestras vacaciones de verano.

FIN