Las aventuras de Oscar y su hermana 1
Todos los veranos, cuando finalizaba el colegio, nuestros padres nos mandaban a la península a casa de mis abuelos, que vivían en un pueblo pequeño de la provincia de Jaén, situado en lo alto de un cerro.
Esta serie que comienza con este relato es digamos la continuacion a nivel retrospectivo de la que sería serie
El portero se cepilló a mi hermana
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Podéis leer antes o después dicha serie pero sepáis que guarda relación
Mis padres son de la península, pero se vinieron a vivir a Canarias hace muchos años (antes de que mi hermana y yo naciéramos) en busca de trabajo.
En Canarias vivíamos en un piso pequeño, en un bloque de apartamentos del centro de la capital. Y aunque Canarias está dividida en islas, la vida de la ciudad no difiere demasiado del resto de las ciudades grandes de España.
De pequeños, mi hermana Marta y yo, compartíamos habitación en el piso donde vivíamos. Pero llegó un día en que mis padres se mudaron a otro piso un poco más grande, donde cada uno teníamos nuestro propio cuarto. Al haber crecido juntos en la misma habitación, mi hermana y yo estábamos muy unidos, y no teníamos secretos el uno para el otro. Sobre todo ella, que siendo cinco años mayor que yo, era siempre la primera en tener experiencias nuevas. Muchas de las cuales yo presencié en primera persona, ya que la seguía a todas partes como si fuera mi sombra. Fue así como con el paso del tiempo, nos convertimos en mejores amigos.
Todos los veranos, cuando finalizaba el colegio, nuestros padres nos mandaban a la península a casa de mis abuelos. Íbamos en avión desde Canarias a Madrid, donde tenemos una tía, nos quedábamos unos días con ella (viendo también a mis primos), luego nos íbamos en tren desde Madrid a Jaén, y mi abuelo nos recogía en la estación.
Mis abuelos vivían en un pueblo pequeño de la provincia de Jaén, situado en lo alto de un cerro, rodeado de campos de olivos, árboles frutales y huertas de hortalizas. Y vivían en una casa muy grande a las afueras del pueblo. A mi hermana y a mí nos encantaba ir al pueblo, porque al ser tranquilo, mis abuelos dejaban que entráramos y saliéramos de la casa a nuestras anchas.
Mi hermana tenía un carácter bastante extrovertido, y siempre estaba inventándose cosas que podríamos hacer para no aburrirnos en el pueblo. Pero yo nunca me aburría, el hecho de estar allí, sin nuestros padres (mis abuelos trabajaban en el campo), y tener la libertad para hacer lo que quisiéramos (siempre y cuando no nos metiéramos en líos y tuvieran que llamarnos la atención…si es que nos pillaban jejeje), hacía de nuestras vacaciones de verano toda una aventura.
Una mañana, después de desayunar, a mi hermana se le ocurrió la brillante idea de ir a explorar un poco el campo, porque según ella, en las albercas de las huertas de hortalizas podríamos encontrar ranas dentro del agua. Así es que después de recoger un poco la cocina y hacer nuestras camas, cerramos la puerta de la casa de mis abuelos, metimos la llave debajo del felpudo (donde siempre la dejaba mi abuela), y emprendimos nuestro camino al campo en busca de ranas.
En el camino, pasamos un par de granjas de vacas donde producían la leche que se consumía en el pueblo. Mi hermana se paró varias veces a mear, y como llevaba puesto un vestidito de tirantes de verano, sólo tenía que subírselo hasta la cintura, bajarse las braguitas blancas que llevaba puestas, y agacharse detrás de un árbol, mientras yo vigilaba por si venía alguien. Mientras mi hermana meaba, yo podía oír el “pissshhhhhhhhhhh, pisshhh, pissshhhhhhhhh” del chorrito de orina que salía de su chochito…lo cual siempre me hacia sonreír jijiji), también pasamos una antigua chatarrería de coches usados, y finalmente, tras pasar el antiguo cementerio, mi hermana y yo llegamos a las primeras huertas, donde podían verse tomates, lechugas, pepinos, y varias higueras separando una huerta de la otra.
Justo en ese momento, a mi hermana le volvieron a dar ganas de usar el baño, y yo pensé: “jolines…que se habrá bebido esta mañana, que se está meando a cada rato”. Pero me equivocaba…esta vez no era sólo orinar jeje. Y como no llevábamos nada con nosotros (en aquella época aún no estaban muy de moda los paquetes de Klinex), mi hermana me dijo: “y ahora con qué me limpio?, tu no tienes ningún pañuelo?”. Yo le dije que no había traído nada conmigo, y mientras mi hermana estaba en cuclillas, con el vestido recogido alrededor de su cintura, las braguitas blancas por los tobillos, y con todo el chochito al aire, mientras me miraba con cara de preocupación…yo me quedé mirando un momento a sus bragas, y de repente me vino a la cabeza: “mira, quítate las bragas, y límpiate con ellas…y cuando lleguemos a la primera alberca, las lavas allí”. Mi hermana se lo pensó un rato, y viendo que no le quedaban muchas más opciones, se puso de pie (con el vestido aún remangado a la cintura), se quitó las braguitas, sacando primero un pie y luego el otro, y se limpió el culito con ellas jeje. Después de limpiarse, las dobló y se las metió en uno de los bolsillos delanteros del vestido que llevaba puesto. Y con esas, seguimos caminando en busca de la primera alberca.
Al cabo de un rato, llegamos a la primera alberca que estaba situada entre dos huertas, a la sombra de una gran higuera. La alberca no era muy grande. Tenía forma rectangular alargada, poco profunda, y con una pequeña fuente en uno de los extremos. Yo me puse a beber agua de la fuente, mientras mi hermana se puso en el otro extremo a lavar sus braguitas blancas. Después de darle un par de golpes en las rocas y frotarlas un poco en el agua, mi hermana escurrió bien sus braguitas y las puso a secar colgadas de una de las ramas mas bajas de la higuera.
Como ya habían pasado un par de horas desde que salimos de la casa de mis abuelos, mi hermana y yo cogimos varios higos maduros que colgaban de la higuera, los lavamos un poco bajo el chorro fresco de la fuente y nos sentamos al sol a comérnoslos. Mi hermana se sentó encima de una gran piedra plana, con las piernas cruzadas a lo indio, y yo me senté justo en frente, desde donde, al no llevar bragas, podía verle perfectamente la rajita de su chochito al sol, mientras ella saboreaba los higos que habíamos cogido como si nada jejeje. Mi hermana me sorprendió un par de veces con mis ojos enfocados hacia la raja de aquel chochito medio abierto por la postura, coronado por una manojito de pelos negros, y se echó a reír diciéndome: “que miras?”. Yo me puse muy rojo, y a la defensiva respondí: “no estaba mirando lista…bueno, sólo me llamó la atención todos los pelitos que tienes ya ahí abajo”. Mi hermana se volvió a reír y me dijo: “sólo eso te llamó la atención?”. Yo me volví a poner rojo como un tomate. Pero mi hermana siguió: “a ti te saldrán también sabías?. Cuando llegues a mi edad verás como también te salen”. Y mientras decía eso, mi hermana dejó los higos encima de la roca, sobre la cual estábamos los dos sentados, y abriéndose más de piernas comenzó a pasarse su mano por el vello púbico, dejando ver su coño en todo su esplendor. “Te gustaría tocarlo?”, me dijo mi hermana de repente. Yo me quedé helado sin saber que decir, y ella siguió diciendo: “se siente muy suave al tacto. Ven acércate”. Yo me acerqué más a su lado, y seguí mirando como ella pasaba sus dedos entre el vello púbico, abriendo al mismo tiempo los labios externos de su rajita. Yo me quedé allí parado sin saber muy bien que hacer. “Trae, dame tu mano”, dijo mi hermana. Cogió mi mano y la colocó encima de su pubis enmoquetado. “A que está suave?”, me preguntó mi hermana riéndose, moviendo mi manita en círculos encima de su coño.
En eso estábamos, cuando de repente oímos el sonido de un coche acercándose hacia la alberca donde mi hermana y yo estábamos sentados. Estábamos tan distraídos con lo que teníamos entre manos, que nos levantamos de un salto, y apenas nos escondimos detrás del gran tronco de la higuera, cuando un coche se paró justo delante de la alberca, y de él salieron dos hombres, un viejo barrigón con pelo blanco y un sombrero de paja, y un hombre más joven con camisa a cuadros. Entonces mi hermana y yo oímos decir al hombre más joven: “Papá, ve sacando las garrafas del coche que yo voy a echar una meada”. Mi hermana y yo nos miramos con cara de preocupación ya que estábamos convencidos de que el hombre más joven vendría a mear detrás de la higuera, y no queríamos que nos sorprendiera allí escondidos, porque seguro pensarían que estábamos haciendo algo malo. Pero para nuestra sorpresa, en vez de dirigirse hacia donde mi hermana y yo estábamos agachados, el hombre se dirigió hacia las rocas donde hacía unos momentos mi hermana y yo habíamos estado sentados. Se abrió la bragueta del pantalón, y bajándose el calzoncillo un poco se sacó la chorra fuera, la cual al darle un par de meneos se puso medio morcillona, y echando la piel hacia atrás, dejó salir el capullo más grande que yo había visto en mi vida, con forma de seta y un prominente orificio en la punta, de donde empezó a brotar un abundante chorro de orina. Mi hermana y yo podíamos verlo perfectamente desde donde estábamos agachados (a mi hermana se le pusieron los ojos como platos al ver aquel trozo de carne, y yo me tapé la boca para evitar que se me escapara una carcajada jeje), pero él a nosotros no nos veía, ya que quedaba de lado, concentrado en la gran meada que estaba echando entre las rocas. Después de mear, el hombre se subió la bragueta y volvió donde estaba el viejo con las garrafas de plástico. Las fueron llenando una por una en la fuente de la alberca, y tras volverlas a meter en el maletero del coche, los dos hombres subieron en él, y se marcharon por el mismo camino por donde habían venido.
Cuando el sonido del coche desapareció en la distancia, mi hermana me miró y me dijo: “venga, vámonos rápido antes de que venga alguien más”. Y desapareciendo entre los matorrales, seguimos nuestro camino en busca de la siguiente alberca.
Tras cruzar unas alambradas espinosas, que limitaban y separaban una huerta de la otra, mi hermana Marta y yo llegamos a un sembrado de pepinos y calabacines rodeado de cañaverales, de considerable altura, a cada lado del sembrado, dándole un aspecto de tranquilidad y privacidad, ya que en su interior nosotros no podíamos ver nada de los otros campos, a través de las cañas. En un extremo de la huerta había una pequeña alberca con agua, la cual se usaba para el regadío de la misma, y en el otro extremo había una pequeña cancela hecha de tela metálica (supongo que para evitar la entrada de conejos y otros roedores que pudiesen dañar los cultivos).
Mi hermana y yo nos dirigimos hacia la alberca, la cual no tenía ninguna higuera cerca que le diese sombra, con lo cual la huerta quedaba completamente a la intemperie y muy soleada en aquel día de verano. Nos pusimos a mirar dentro de la alberca para ver si había ranas. El agua estaba tranquila, tenía un color verde botella, debido a las algas que se habían formado en el fondo de la misma. Mi hermana cogió un pequeño palo y comenzó a remover las algas del fondo para ver si salía algo. Como no salía nada, y el agua empezaba a oscurecerse tras haber removido el fango del fondo, mi hermana con una expresión de aburrimiento, me dio el palo y me dijo: “Sigue tu un rato…a ver si ves algo”.
Mientras yo removía el agua con el palo, mi hermana se agachó delante de una mata de pepinos que había muy cerca de la alberca. Y cogiendo uno de tamaño mediano, me miró y me dijo: “mira Oscar…se parece a la polla del hombre que estaba meando antes jajaja”. Yo la miré, riéndome por el comentario que acababa de hacer, y le dije: “y tu que sabes?...no la tenía grande mientras estaba meando!”. Y ella contestó: “ya, pero seguro que cuando la tenga grande estará mas o menos como este pepino”. Mientras decía aquello, mi hermana estaba en cuclillas mirándome a mí, y desde donde yo estaba podía verle to el chocho, mientras ella seguía hablándome y tocando el pepino con su mano. “Cuando tu seas grande se te pondrá así de gorda también”, continuó diciéndome. “Mentirosa”, le repliqué yo con cara de avergonzado, ya que aún tenía una pilila bastante pequeña, y completamente lampiña…ni un pelo en los huevos o en el nabo jijiji. “En serio”, continuó mi hermana, “Yo lo he visto en las revistas”. “Que revistas?”, le dije yo. “En las revistas de marranas que tiene papá encima de su armario”. Los dos empezamos a reírnos, porque sabíamos muy bien que mi padre escondía un par de revistas porno encima del armario de su cuarto (supongo que se las habría dejado alguno de sus amigotes jeje). “En las fotos siempre empiezan con la polla floja, pero cuando la mujer se acerca y se la toca, al hombre se le levanta hasta ponerse así de dura”, decía mi hermana mientras seguía acariciando el pepino con una mano. Entonces me di cuenta que con la otra mano había empezado a sobarse el chichi, yo le dije: “mira que eres salida eh?...como venga alguien y te vea verás!!”. “que va, si aquí no nos ve nadie…sobre todo agachados detrás de las cañas”, me contestó mi hermana mientras seguía acariciándose la raja de su coño con los dedos. Entonces, arrancó el pepino de la mata donde estaba pegado, lo cogió con las dos manos, y mientras con una mano lo agarraba de un extremo, con la otra subía y bajaba lentamente por el cuerpo carnoso del pepino, y me dijo: “mira Oscar…esto se llama hacer una paja jeje”. “Y tu como lo sabes?”, le contesté yo dejando el palo caer al agua, en la alberca, y acercándome más a donde estaba mi hermana agachada. “Me lo enseño Rafael, el hijo del carpintero”, me dijo ella mirando el gordo pepino, mientras sus ojos se ponían brillantes recordando los momentos pasados con el hijo del carpintero. “Y que mas te enseño?”, le dije yo con cara de curiosidad. “También me enseño para que sirve la polla de un hombre”, y diciendo eso, se sentó en el suelo, abierta de patas (su coño ya brillaba con la luz del sol, lo que indicada que tenía que estar bastante mojado), y reclinado su espalda ligeramente, comenzó a pasarse el gordo pepino por la raja del chumino. Estuvo frotándose la pipa con aquella hortaliza bastante rato, mientras cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás. Yo me había sentado a su lado, y no perdía detalle alguno de los movimientos que ella hacía. De repente, cogió el pepino con las dos manos, puso la punta en la entrada de su vagina, y empujando levemente, su coño mojado empezó a engullir aquel pepino gordo y duro, centímetro a centímetro, hasta que se lo metió enterito en to el coño. El pepino entraba y salía sólo, como si tuviera vida propia, era alucinante. Y el chochito de mi hermana parecía una gran boca, abriéndose y cerrándose al paso de aquel pepinaco!.
Entonces oímos a alguien toser…y cuando quisimos darnos cuenta, un viejo de pelo blanco, barrigudo, y con sombrero de paja, salió de entre las cañas que estaban justo a nuestro lado. Mi hermana y yo nos levantamos de un brinco, dejando ella caer el pepino al suelo. Nos quedamos como mudos, nuestras mentes no reaccionaban, no sabíamos lo que hacer ni lo que decir, ya que no teníamos ni idea del rato que llevaba aquel viejo escondido tras los cañaverales, pero por la sonrisa que traía dibujada en la cara, parecía que había visto bastante. Y el viejo sonriendo nos dijo: “no pasa nada, no os asustéis…seguid con lo que estabais haciendo”. Pero al ver que ni mi hermana ni yo nos movíamos, cambió la sonrisa que tenía en la cara por un gesto mas severo, y levantando la voz comenzó a gritar: “Vicente…ven aquí, mira lo que ahí entre los matorrales…un par de ratas”. Entonces, otro hombre asomó la cabeza por la cancela del otro extremo de la huerta (eran los dos hombres del coche que habían estado llenando garrafas de agua en al alberca vecina), y viéndonos a mi hermana y a mi junto al viejo, se acercó con paso ligero. Era un hombre alto y tosco, de espaldas anchas, con un gran bigote negro. Al llegar donde estábamos nosotros, le dijo al viejo: “papá, cada día estas peor de la vista…esto no son ratas, son un par de ratoncillos de campo jajaja”, los dos hombres empezaron a reírse a carcajadas.
“Pero, que hacéis vosotros aquí?”, dijo el hombre del bigote, “yo os conozco…no sois los nietos de Antonio, el Polaco?”. Al oír aquello, mi hermana y yo nos miramos con cara de pánico (mi abuelo era un hombre muy orgulloso, igual que mi padre, y se dejaba llevar por el que dirán. En el pueblo lo conocían como “el Polaco”, porque de joven le trincaba bastante a la botella de Vodka. Y nos tenía advertido que le dada exactamente igual lo que mi hermana y yo hiciéramos por ahí, siempre y cuando nadie le llamara a él la atención por habernos pillado haciendo alguna travesura). Mi hermana y yo no dijimos ni una palabra, era como si el gato nos hubiese comido la lengua. Entonces el viejo le dijo a mi hermana: “venga guapa…enséñale a mi hijo lo que estabas haciendo antes”. El hombre de bigote miró a mi hermana de arriba a bajo, con cara de puzle, de pie como estaba ella, con el vestidito de tirantes que llevaba puesto, la cara roja como un tomate, y un pepino bastante gordo a sus pies, lleno de tierra del suelo de la huerta, por la humedad que parecía tener. Mi hermana se quedó allí parada, con las manos a la espalda, mirando a sus zapatos. Entonces el viejo se acercó a ella, y con una mano bastante veloz le dijo: “levántate el vestido coño”, al tiempo que él mismo le levantaba el vestido a mi hermana hasta la cintura, dejando su chocho peludito al aire. El hombre de bigote abrió sus ojos como platos y dijo en un tono de sorpresa: “coño…pero si esta putita no lleva bragas!!!”, pareciendo comprender al instante lo que mi hermana había estado haciendo con aquel pepino que ahora yacía en el suelo. Y el viejo siguió diciéndole a mi hermana: “ahora estás tímida eh zorrita?”, pellizcándole uno de los pezones con una mano de dedos gordos, mientras que con la otra le agarraba el vestido con fuerza para que mi hermana no pudiera bajárselo. Entonces, de un tirón y casi sin esfuerzo, el viejo le sacó el vestido a mi hermana por encima de la cabeza, dejándola en pelota allí mismo en medio de la huerta. “Mira con la golfilla esta…si apenas se resiste jajaja”, dijo el hombre de bigote agarrándole a mi hermana una teta. El hombre se agachó a los pies de mi hermana, y tras coger el pepino que aún estaba en el suelo, me lo dio a mi, y con ojos de vicioso me dijo: “toma, lávalo un poco ahí en la alberca…y cuidado con salir corriendo eh, que suelto al perro del corral para que vaya detrás de ti y te muerda el culo”. Los dos hombres volvieron a reírse bastante fuerte, mientras sobaban a mi hermana por todas partes. El viejo la cogió de un brazo, llevándola hacia una pila de sacos de tela que había en uno de los lados de la alberca, y de un empujón la hizo sentar encima de ellos.
Yo me acerqué con el pepino ya lavado, y se lo entregué al hombre alto de bigote. Entonces este se lo dio a mi hermana, y pellizcándole un pezón le dijo mirándola fijamente a los ojos: “ahora quiero que nos demuestres lo que sabes hacer con esto…que seguro ya lo has hecho muchas veces”. Mi hermana se abrió bien de patas en pelota como estaba, y reclinándose sobre la pila de sacos, empezó a pasarse el pepino por la raja del coño, mientras me miraba a mí con cara de asustada. Pero al poco rato, la expresión de su cara cambió tornándose en un gesto de goce y disfrute. “Mira la guarrilla esta…parece que se está poniendo cachonda jajaja”, le dijo el viejo al hombre de bigote, y los dos empezaron a reírse. Mi hermana siguió frotándose la pipa del coño con el pepino, hasta que de golpe se lo metió enterito en to el chumino. Los dos hombres empezaron a hacer palmas y a reírse mientras animaban a mi hermana, “venga putita…muy bien, así se hace”, “ábrete bien ese chochito pelao que te vamos a meter carne en barra jajaja”. Mi hermana seguía metiéndose el pepinaco en el coño a toda velocidad, mientras los ojos se le ponían en blanco y echaba la cabeza hacia atrás, reclinada como estaba sobre la pila de sacos, elevando sus preciosas tetitas al sol, las cuales ya estaban como pitones. Entonces mi hermana se agarró las rodillas con ambas manos, dejando salir el pepino de su chocho disparado como un torpedo submarino, seguido de varios chorros de líquido amarillento (mi hermana se estaba corriendo como una cerda en un brutal orgasmo…nunca antes la había visto así). Los hombres volvieron a aplaudir riéndose: “ole tu chocho…cacho guarra jajaja”.
Entonces, el hombre de bigote se puso delante de mi hermana con el pollón ya tieso fuera de la bragueta (era bastante más gordo que el pepino, venoso, y con un capullaco de color lila bien hinchado), y agarrándola de ambos tobillos, la abrió bien de piernas, y de un solo empujón se la embistió en to el chumino…hasta los huevos. Mi hermana sólo emitió un largo gemido de placer: “aaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh”. El tío empezó follársela con una fuerza animal y a toda velocidad. El viejo se acercó a la cabeza de mi hermana, se bajó los pantalones hasta los tobillos, y haciéndose un nudo a la camisa sobre su gran barriga, acercó una polla morcillona a la boca de mi hermana, y pellizcándole un pezón le dijo: “abre putita…que es la hora del biberón”. Los dos hombres volvieron a reírse a carcajadas.
Estuvieron follándose a mi hermana un buen rato, sobre la pila de sacos, uno por la boca y el otro por el coño, hasta que el viejo empezó a gemir como un toro: “ahhhhh….así nena así. Ahí te va la lechita….ahhhhh”. Y con esas, empezó a soltar chorro tras chorro de lefa dentro de la boca de mi hermana, agarrándola fuertemente del pelo para asegurarse de que se tragaba hasta la última gota de leche. Yo veía como mi hermana tragaba y tragaba con gran esfuerzo, pero tenía que ser demasiada para ella, ya que le salía a borbotones por la comisura de los labios cayendo sobre sus tetitas. El hombre de bigote, al ver aquello, no pudo aguantar más, y sacándole la polla tiesa del coño a mi hermana, empezó a soltar largos chorros de lefa que fueron a parar sobre el pubis, el ombligo, las tetas y hasta la cara de mi hermana…era alucinante, como una manguera jeje!
Tras ponerse la ropa, mi hermana se estuvo lavando la cara en la alberca, mientras los hombres hablaban y se reían entre ellos. El viejo nos miró, y sacándose algo del bolsillo le dijo a mi hermana: “toma…no las pierdas otra vez”. Eran las bragas blancas de mi hermana, que ella misma había lavado en la otra alberca, y había puesto a secar en una de las ramas de la higuera….nos habíamos olvidado de ellas por completo jaja!.
Mientras salíamos de la huerta pasando la cancela metálica, el hombre de bigote dijo desde la alberca: “vuelve cuando quieras guapa…ya sabes, si te pica nosotros te lo rascamos un rato jajaja”, y los dos hombres volvieron a lo suyo dando carcajadas. Mi hermana y yo seguimos nuestro camino en silencio y sin mirar atrás.
Pero de camino de vuelta a la casa de mis abuelos, le pregunté a mi hermana: “pero no habíamos venido a buscar ranas?”. Mi hermana me miró con cara de enfadada y me contestó: “Ranas??...mira, que le den por culo a las ranas…yo ya he tenido suficiente por hoy!!!”. Y vi como bajaba su mirada hacia el suelo con gesto de tristeza, pero al momento se dibujaba una amplia sonrisa en su cara, en una expresión de picardía y complicidad.