Las aventuras de Lara (6)

Lara sufre las pasiones de la adolescencia durante sus vacaciones de verano, dirigiendo su deseo a chicas y chicos, con distinta suerte.

CAPÍTULO VI - El calor del verano

Mi calentura veraniega se estaba convirtiendo en un auténtico problema. Día y noche me veía asaltada por las imágenes de todos aquellos cuerpos tan apetecibles que me rodeaban, y tanto si los veía con mis propios ojos como si venían a mi memoria más tarde, me turbaban y me hacían sentir una extraña mezcla de placer y vergüenza. Para intentar apartarme un poco de todas estas tentaciones, decidí pasar unos días encerrada, dedicándome exclusivamente a la lectura y a la reflexión. Tonta decisión por mi parte: cuando nuestra sensibilidad nos conduce por un camino, ya podemos hacer lo que queramos, pues irremediablemente acabaremos dirigiendo nuestros pensamientos hacia donde ella quiere. De este modo, mis lecturas y mi soledad aún reconcentraron más mi pasión, como se dice que les ocurría a Santa Teresa y a otros místicos religiosos del pasado. No sé si aquellos hombres y mujeres conviriteron las celdas de sus conventos en auténticos centros de masturbación, pero lo que sí sé es que mi cuarto lo fue durante al menos una semana de continuas depilaciones, caricias, y juegos con el bote de desodorante, pues todas esas cosas me recordaban mis experiencias anteriores y me producían una sensación indescriptible. La depilación, en especial, se acabó convirtiendo en una manía que dura hasta hoy, y que siempre ha imprimido una gran motivación sexual en mi sensibilidad. La practicaba con sumo cuidado, para no cortarme, pero también con un mimo y un estretenimiento propios de quien lo la realiza sólo para quitar los pelos, sino porque busca algo más. Por supuesto, no paraba de mirarme al espejo para ver cómo me había quedado, y a menudo la inspección visual y manual terminaba en masturbación placentera. Recuerdo que un día, estando como poseída de un deseo irremediable, me masturbé hasta seis veces, llegando al éxtasis en cada una de ellas. Acabé agotada, y pasé luego tres o cuatro días sin la más mínima actividad sexual. Viendo que no había solución y que de todas maneras había de acabar dando rienda suelta a mis pasiones, puse fin a mi encierro y volví a la playa con mi nueva pandilla, sin parar de darle vueltas a la idea de conseguir pasar un rato agradable con alguna de aquellas chicas. Éramos todas adolescentes y me imaginé que a fin de cuentas todas sufrirían los mismos deseos incontrolables que yo. El único problema era que había mucha diferencia entre intentar liarse con un chico y hacerlo con una chica, así que durante algún tiempo no me atreví a hacer nada. De día mi única posibilidad era mirar, a menos que entre bromas y juegos pudiese tener la oportunidad de tocar sus cuerpos mientras estábamos en la playa, pero era todo tan superficial, tan leve comparado con las tremendas sensaciones que recordaba del instituto... Fue por la noche cuando comencé a tener alguna posibilidad de llegar a algo más, porque empezábamos entonces a salir por ahí, a tomar algo y tontear un poco con los chicos, quienes, a modo de buitres hambrientos, iban escudriñando siempre el terreno, por si acaso a alguna de nosotras le traicionaban sus instintos alguna noche en algún desliz. Era lo que me faltaba: como no tenía suficiente intentando llegar a algo con las chicas, tenía que aguantar que ellos se me acercaran insinuando que estaban dispuestos a pasar un rato agradable o conmigo, o que directamente intentasen meterme mano. Hasta que una noche, uno de ellos lo consiguió. Es típico que en estas fechas celebren bailes de verano, donde la gente va a pasarlo bien hasta las tantas de la noche, depués de haber pasado todo el día tumbados bajo el Sol. Como el ambiente es desenfadado, da pie a bailes insinuantes, al estilo latino, y al ir la gente algo ligera de ropa, todo resulta propicio para buscar pareja con la que pasar un rato. Una noche acudí con mis amigas a uno de estos bailes, y pronto estábamos todas moviéndonos al ritmo de la música. Algunos bailes me dieron la oportunidad de tocar, aunque fuese levemente, aquellos cuerpos soñados. Sólo Dios sabe lo que me costó disimular mi deseo y aparentar la mayor naturalidad en aquellos instantes. El placer y la amargura se mezclaban en mi alma, y llegó un momento en que me di cuenta que tenía que hacer algo. Intenté trabar conversación con las chicas, por si adivinaba en alguna un signo, una posibilidad de éxito, pero vi que esa posibilidad era muy remota, así que, como también rondaban por allí algunos de sus hermanos y amigos, decidí usar a un hombre para calmarme al menos. Quiso el destino que un hermano de Elena, que se llamaba Luis, se acercase en ese momento para charlar con ella y conmigo. No me pareció feo y se le veía buen chaval, así que intenté mostrarme algo simpática con él, por si se animaba. Y vaya si se animó... es que con los tíos no puedes descuidarte, porque les das la mano y se toman el brazo entero. Yo simplemente le seguí un poco la corriente y le dije que si quería bailar conmigo y tal. En menos de diez minutos, no sé cómo se las apañó el muy cabrón pero ya me había llevado a un solar que estaba en la parte de atrás del complejo en el que se celebraba el baile. Allá, en medio de la oscuridad de la noche veraniega, se dedicó a sobarme todo lo que pudo. Me besaba con ansia, como si tuviera prisa, y la verdad es que, aunque no me gustaba mucho su estilo, me encontraba en una situación tan apurada, estaba tan caliente despues de tontear con mis amigas en el baile, que me dejé hacer sin resitencia. Sus manos se perdieron por debajo de la poca ropa que yo llevaba puesta, y en seguida noté cómo sus dedos se movían por mi entrepierna. -Ah, para -le dije con desagrado. -¿Es que no te gusta que te toquen ahí? -me preguntó sin dejar de mover sus dedos. -Claro que me gusta, pero no así, hombre, ¿no ves que me estás haciendo daño? Intenta hacerlo con más cuidado; piensa que el pantalón casi no te deja espacio y al moverte así me molestas. El chico rectificó y dejó de hacerme daño, pero sus nuevos movimientos, lentos y torpes, tampoco me daban ningún placer. La verdad es que los tíos a veces parecen tontos: ni siquiera saben frotar un coño como es debido. Parece mentira, con lo fácil que es. En cambio para lo que les interesa sí que están listos, como se demostró en esta ocasión. Al poco rato, cuando ya se había cansado de meterme mano y morrearme, decidió que tenía ganas de que se la chupase, y tranquilamente se desabrochó y se la sacó allá en medio. Yo le miré a los ojos como preguntándole qué se había creído, pero en medio de las sombras pude distinguir su sonrisa de satisfacción. Seguramente el gilipollas ya se estaba imaginando a sí mismo dirfrutando de mi boca. -Vamos, guapa, yo ya te he dado placer un rato, ahora te toca a ti. -De eso nada -le respondí algo mosqueada mientras me colocaba bien la ropa-, no me has hecho disfrutar mucho que digamos, y además, no sé cómo te andas con tantas confianzas. ¿Qué te piensas que soy? Yo no voy por ahí chupándosela al primero que me encuentro. Él intentó convencerme de que no había querido ofenderme, que ya que estábamos ahí no íbamos a dejarlo todo a medias, etcétera, pero yo comencé a caminar hacia el baile, pasando de sus excusas. Al final, como todos los tíos bordes, acabó por insultarme, para descargar su enfado por no recibir lo que se había imaginado. Me dijo que era una fresca, una borde, una creída... Yo pasé de él y volví con mis amigas. Estaban ya todas tomando algo tranquilamente, y listas para volver a casa. Como se me debía notar mucho el cabreo que llevaba encima, se extrañaron. -¿Qué pasa, Lara? -me preguntó Patricia- ¿Por qué pones esa cara? -No, nada -dije intentando disimular inútilmente. -Por cierto, ¿dónde estabas? -preguntó Elena con una media sonrisa- Hace poco te vi con Luis y luego desapareciste. Todas me miraron fijamente esperando mi respuesta y yo me quedé muda. No les quería contar la verdad, pero no me gusta ser mentirosa. -Fui con él a dar una vuelta por aquel descampado -respondí a media voz y casi mirando al suelo-. Pero no pasa nada, ya os lo contaré luego. Ahora me voy a casa. -¿Quieres que te acompañe? -me dijo Elena, siempre tan cariñosa. -Claro, vamos las dos juntas, ya que vives casi enfrente. Nos despedimos de nuestras amigas y fuimos caminando por la oscuridad de la noche, calle abajo, hacia los apartamentos que se encontraban frente a la playa. En ese momento la luna llena creaba unos hermosos reflejos plateados sobre la superficie del mar. Hacía un tiempo agradable, no excesivamente caluroso, y sólo se oía el lejano estruendo de la música de baile. Elena me preguntó: -Lara, te veo molesta, y hace un rato te lo estabas pasando muy bien. Dime, ¿te ha hecho algo mi hermano? -No, no, lo típico de los tíos. Se creen que en cuanto están solos contigo y les sigues un poco la corriente ya pueden hacer lo que quieran. -Oye -me dijo muy indignada-, si te ha hecho daño dímelo, que se lo cuento a mis padres y se va a entererar. -No, no, daño tampoco, pero ha visto que yo tenía ganas de marcha y nos hemos comenzado a besar y a meternos mano, ya sabes. -¿En serio? -ahora Elena ya ponía cara de pícara cotilla- ¿Y luego qué? -Luego él ha intentado masturbarme por debajo del pantalón, pero lo ha hecho tan mal y tan a lo bruto que le he dicho que pare. Entonces él se ha bajado la cremallera y me la ha enseñado, creyendo que yo se la iba a chupar. -¡Será cabrón! -Yo le he dicho que de qué iba, y me he largado de ahí, mientras él me insultaba, molesto por haberlo dejado a medias. -No te preocupes por él, Lara -dijo muy tiernamente mientras me abrazaba-, es un gilipollas. Siempre va por ahí creyéndose que es alguien, pero algún día ya le girarán la cara, ya. Yo, al sentir el abrazo de Elena me estremecí. Ella era la chica que más me apetecía de todas, y esa noche, después del calentón del baile y de haberme quedado a medias con el chico, aquello me supo a gloria. Noté un escalofrío por todo el cuerpo. Me costaba horrores contenerme y no lanzarme a besarla y acariciarla allí mismo. Esta lucha interna produjo un efecto de timidez que me bloqueó. Me quedé muda y petrificada, y ella notó mi tensión. Creyendo que se debía al malestar por la conducta de su hermano, se puso aún más cariñosa. Me susurraba palabras dulces al oído y aún me tocaba el hombro y la espalda con su brazo. Casi me puse a llorar, y giré mi cara para mirarla a los ojos. Nuestras bocas estaban muy cerca, pero no me atrevía a besarla. Fue ella la que entonces me dio un beso en la mejilla. Ya no pude más, era ahora o nunca, y la besé en la boca, intentando hacerlo con dulzura para que no se asustase. No lo hizo, pero se quedó algo pasmada, con los ojos como platos y sin saber qué decir. Yo estaba en trance de muerte: o le gustaba y me moría de alegría, o me rechazaba y me moría de tristeza. Finalmente, su silencio me hizo interpretar que no le había gustado y dije: -Lo siento, Elena, no podía más, estaba muy triste por lo de antes y necesitaba ese beso. Me gustas tanto y te has puesto tan cariñosa conmigo que... -No, no -me cortó-, has hecho bien. Yo me quedé confundida por su comentario, pero en seguida me llegó la explicación cuando acercó su boca a la mía y nos dimos un largo beso. ¡Qué instante de felicidad! Aquellos segundos fueron lo más bello que había vivido hasta entonces. Qué diferencia con los de Alicia y Rosa. Las experiencias del colegio fueron intensas y excitantes, pero carecían de amor y afecto. En cambio ahora la amistad era quien guiaba nuestras lenguas y nuestras manos. Nos abrazamos cada vez con más fuerza, y nos besamos mil veces. Noté que a ella le estaba dando muchísimo morbo aquella situación. Su respiración se había agitado bastante, y sus ojos tenían un brillo especial. Yo tenía algo de miedo de ir demasiado lejos, porque daba por sentado que aquella era la primera experiencia de Elena con otra chica, así, que en cuanto quedamos satisfechas de besarnos hice una pausa para comprobar su reacción. -Qué feliz me haces -le dije-. Te aseguro que desde que te vi había querido hacer esto, pero nunca me había atrevido. Cuando te he besado antes casi me muero del nerviosismo, pensando que te enfadarías. -Tontita...-respondió ella muy dulcemnete y acercando su boca a la mía-, no has de tener miedo de mí. -¿A ti también te gustan las chicas? -Bueno, no sé. Hasta ahora no le daba importancia, pero ahora veo que me gustan más de lo que creía. Me ha gustado lo que hemos hecho. ¿Tú eres lesbiana de verdad? -No sé, me gustan los tíos, pero no tanto como tú, por ejemplo. -A mí me gustan más ellos, pero ahora mismo me gusta estar aquí contigo a solas. -¿Quieres continuar? -Uf, no sé, me da mucho morbo, pero también me da corte. -Tranquila, yo te ayudo. Se le notaba a la legua que estaba caliente. Había que aprovechar la ocasión, así que volví a besarla, pero esta vez con más lengua, y tocándole el culo al mismo tiempo. Joder, se puso a mil la tía. Respondía a mis besos y a mis caricias con una pasión increíble. Ya no sabía cuál estaba más cachonda de las dos. Nos habríamos despelotado allí mismo si no fuera porque era una calle que, aunque solitaria en aquel momento, podría dejar de estarlo en cualquier momento. -Tía, estoy como una moto -me dijo. -Yo también, pero ¿qué podemos hacer? -No sé,... ah, podríamos ir a la playa. No era mala idea. Como tantas parejitas han hecho y harán a lo largo de la historia, fuimos a la playa por la noche a disfrutar del sexo. Era poco probable que nos encontrásemos a alguien en el extremo de la cala a esas horas, excepto otra parejita o algún  despistado gilipollas que pasase por ahí a curiosear. Tardamos unos diez minutos en llegar. Fuimos hasta allí cogidas de la mano, dándonos besos de vez en cuando y riendo. Protegidas por la oscuridad de la noche, nuestras pasiones no tenían miedo de mostrarse. Por fin llegamos a un lugar bastante oculto de la playa. Detrás nuestro había unas cañas que nos tapaban y además, las calles estaban bastante alejadas, de modo que podíamos sentirnos seguras. Nos quitamos los pantalones cortos y las camisetas. Ambas llevábamos aún el bikini debajo, pero de momento no nos lo quitamos. Nos sentamos en la arena y durante un rato los besos y las caricias volvieron a ser los medios usados para darnos placer. Yo a ella la veía cada vez más nerviosa, pero me di cuenta de que no se atrevía a sacarse la poca ropa que llevaba, ni a hacerme nada a mí, de modo que, en contra de mis inclinaciones habituales, tuve que tomar la iniciativa. Colé mi mano izquierda por dentro de las braguitas de su bikini para frotarla y... ¡estaba mojadísima! Parecía que se hubiera meado de tanta humedad que expulsaba. Debía estar como una moto a estas alturas. Ella gimió al notar mi mano y yo me moría de ganas de beber esos líquidos. Se acabó, ya no tenía ganas de aguantarme más: hice que levantara un poco el trasero para sacarle el bikini y en cuanto lo tuvo al aire me lancé a chuparlo como una loca. Qué delicia, qué maravilla, y cómo disfrutaba ella de lo que le hacía. Yo me estaba mojando muchísimo, pero ella ya estaba tan caliente que estalló en un orgasmo que la dejó tumbada boca arriba, sobre la arena. Yo aún no estaba satisfecha, pero me puse encima de ella y la besé dulcemente en la boca. -Ha sido genial -me dijo. -Me encanta que te haya gustado, pero yo aún no estoy. -Vaya... Lara, lo siento, pero es que hacérselo a otra chica... no sé... -Tranquila, lo entiendo. Entonces tendré que masturbarme. -No, deja, eso ya te lo hago yo. Y efectivamente, alargó su mano hasta mi entrepierna y comenzó a hacerme un dedo delicioso. -Uf, qué mojada estás. Se nota que te está gustando. -Ah... ah... Qué pasada, tú si que lo haces bien y no el gilipollas de tu hermano. -Claro, mujer, ¿qué se puede esperar de un bruto como él? Además, nosotras siempre lo haremos mejor, porque los tíos no saben como debe moverse para que una se corra. Nos besábamos mientras tanto. Fue genial. Ella iba aumentando el ritmo poco a poco, y yo notaba que estaba a punto de estallar. De pronto todo mi cuerpo sufrió una especie de terremoto, y me corrí de tal manera, lanzando tales gritos de placer, que estoy segura que se me podía oír desde el pueblo. Ahora fui yo la que me desplomé sobre la arena, mientras ella me abrazaba y volvía a besarme. Entonces comenzamos a reír. No sabíamos muy bien de qué, pero nos reíamos, y supongo que sencillamente era que nos sentíamos felices. Aún permanecimos unos minutos allá, tumbadas y tonteando entre ducles sonrisas y tiernos susurros. Acabadas ya las travesuras nocturnas, nos sacudimos la arena lo mejor que pudimos, nos vestimos y marchamos de allá, abrazándonos y besándonos de vez en cuando. Al llegar a una calle iluminada nos separamos de nuevo para que no nos viera la gente, y al llegar a la puerta de mi casa nos despedimos. Hubieramos querido besarnos en la boca, pero como nunca se sabe quién puede estar mirando lo hicimos en la mejilla. Ella siguió caminando y yo entré en mi casa. Al llegar a mi habitación me acosté y me dormí enseguida, de lo cansaba que estaba por tanto sexo, pero antes hube de pasar por el baño, a acabar de quitarme un poco de arena que aún tenía pegada.