Las aventuras de Lara

Este es el primer capítulo de una larga serie de aventuras, basadas en hechos reales, que espero que disfrutéis. Aquí se narran los inicios de las peripecias de Lara, comenzando por su época de colegiala.

CAPÍTULO I - La llegada al colegio

La historia que me dispongo a contar está basada en hechos reales, si bien he modificado el nombre de su protagonista, que es amiga mía, por respeto a su intimidad. A ella únicamente debo agradecerle la inspiración de esta obra, ya que sólo conociendo los hechos que vivió he podido atreverme a poner por escrito una historia que, si no estuviera respaldada por su testimonio, parecería sacada de una mente demasiado caliente y fantasiosa.

La mujer de la que hablo se llama Lara. Estudió en un internado religioso durante su adolescencia. Un buen día, se atrevió a confesarme que durante su estancia allí había perdido su virginidad.

-¡Cómo! -le dije yo- ¿Entonces conseguiste acostarte con un chico a pesar de ser tan joven y estar internada?

-No, no es lo que tú crees. Fueron dos compañeras mías las que me hicieron mujer.

Yo, asombrado ante un hecho tan raro y picado por la curiosidad, la animé a que me narrara cómo ocurrió todo, y esta fue la historia que contó:

Entré en el internado a los catorce años. Ya sabes que mis padres son muy estrictos y siempre han querido que tenga una formación religiosa y de alto nivel moral. De ahí la preocupación por meterme en uno de esos lugares en los que los jóvenes parecen más adultos simplemente porque sonríen menos. Es lo que llaman "ser educado". A las chicas, en particular, se nos exige una gran predisposición a evitar el contacto con los chicos, como si tal conducta antinatural tuviese que ser necesariamente buena. El caso es que mis padres tenían la autoridad y yo obedecí. En el fondo, no me cuadraba mal mi colegio, pues sabes que siempre he sido muy tímida y formalita, ya por naturaleza, y no me costó mucho adaptarme.

Con mis compañeras de curso me llevaba bastante bien. Tenía dos buenas compañeras de habitación, Marta y Cristina, y un par de amigas más que se llamaban Miriam y Raquel, con las que comencé a forjar una gran amistad. Poco a poco las cinco nos hicimos inseparables. Hacíamos los deberes juntas, charlábamos juntas durante el recreo, nos contábamos nuestros secretillos y, en fin, éramos unas estupendas compañeras, a pesar de que cada una era un poco diferente de las demás.

Marta era una persona muy agradable, tanto por su educación como por su carácter amable y abierto. Tenía el pelo castaño y un rostro muy bonito, algo redondeado, y adornado por unos hermosísimos ojos marrones. No estaba ni gorda ni delgada, sino que guardaba una perfecta proporción, y ya tenía forma de mujer a pesar de su corta edad. Sacaba muy buenas notas y era un ejemplo de alumna y de amiga.

Cristina era morenita, con el pelo corto. Sus ojos verde aceituna, combinaban perfectamente con su piel blanca y sus labios siempre rosados. Reía mucho, pues era una chica muy viva y alegre, y cuando lo hacía brillaban de tal modo sus ojos que daba gusto contemplarla. Era como una niña, y a mí me alegraba mucho estar a su lado.

Miriam era la más desordenada, y la menos trabajadora. Como sacaba malas notas, daba la impresión de que era la peor estudiante, pero en realidad tenía mucha inteligencia, solo que su carácter la llevaba por el mal camino. Esto era en parte culpa de sus padres, que tenían mucho dinero y la habían mimado mucho, como hija única que era. Para colmo de males, era muy guapa y era consciente de ello, de modo que no tenía intención de llevar una vida muy austera en el futuro, y a menudo hablaba de la putada que suponía (estas eran sus palabras) estar allí encerradas sin chicos con los que follar. Era rubia, con el pelo liso y unos hermosos ojos azules. Su cuerpo era muy sugerente, y aunque su juventud la hacía estar equilibrada, ya se veía que en el futuro sería algo regordeta.

Raquel era la más seria de todas, pero no por ello tenía un corazón menos apasionado. Hablaba muy poco y casi siempre mostraba el mismo rostro, con los ojos muy tristes. Tenía el pelo castaño y rizado, y unas facciones muy bellas, aunque como era tan seria y no se preocupaba mucho es estar arreglada, no impresionaba tanto como las demás. Yo la quería mucho, porque sabía que en el fondo era una chica buena y sincera, y además, yo también era algo tímida, como ella, y me sentía a gusto en su compañía.

Pero las descripciones de estas compañeras pueden hacerte creer que fueron ellas quienes más impresión dejaron en mi vida, durante mi estancia en el internado. No fue así, pero voy a explicar algunas cosas más antes de describir a las dos chicas que realmente dejaron su huella en mi cuerpo y en mi alma.

La vida en un internado es de lo más aburrida. Parece que una viva sólo para estudiar. Las hermanas nos vigilaban mucho y teníamos que andar con cuidado con lo que hacíamos, porque podían castigarnos por cualquier cosa y, lo que era peor que todo eso, contárselo a nuestros padres. Aunque por la tarde saliésemos un rato a pasear y viésemos el mundo exterior, la mayor parte del tiempo se nos pasaba entre nuestros estudios y nuestras inocentes diversiones juveniles. El ambiente dentro de una institución como aquella era, lógicamente, muy correcto y formal, y aunque algunas de nosotras fuesen algo libertinas, tenían que esconder su carácter para no ponerse en peligro, de modo que lo que predominaba era la educación y la decencia. Lo cierto es que, aunque la ausencia de chicos nos fastidiaba por razones que ya se imaginarás, también aportaba tranquilidad al colegio. Podía una pasearse todo el día por las aulas y los pasillos sin que un montón de mirones la desnudasen con la mirada y algún que otro pesado intentase trabar conversación para ligar. Se critica mucho a los colegios que no son mixtos, pero quién sabe si no es mejor a estas edades gozar de una cierta estabilidad emocional en lugar de verse ya envuelta en enredos y aventurillas más o menos fuertes.

Toda la organización estaba separada por cursos, de modo que las de primero apenas hablábamos con las de segundo y mucho menos a las de tercero. Aún así, una se cruzaba a menudo con ellas, y te acababan sonando sus caras, y supongo que las nuestras también a ellas. Así ocurrió con dos chicas de último curso, que se llamaban Rosa y Alicia. Yo las había visto algunas veces de pasada, pero nunca había reparado en ellas hasta que un día, por casualidad, cruzamos unas palabras en una sala de estudios que teníamos para hacer nuestros trabajos. Cada una podía ir cuando quería, y yo fui una tarde a acabar unos ejercicios de matemáticas. Nada más entrar me miraron de un modo muy especial, pero como yo era por aquel entonces muy inocente no percibí nada raro. No había nadie más en la sala y me senté a una cierta distancia de ellas. Intenté concentrarme en seguida en mis ejercicios, pero no se me escapó el detalle de que de vez en cuando me lanzaban algunas miradas. Yo pensé que era simplemente la curiosidad lo que las movía a mirarme. En un momento determinado, se me acabó la punta del lápiz y me di cuenta de que no llevaba sacapuntas. Me dio pereza ir a buscar uno a mi cuarto, así que pensé pedírselo a alguien, y sólo estaban ellas dos. Me dio algo de vergüenza, porque, como sabes, soy muy tímida, sobre todo ante las personas mayores que yo, pero como no había razón aparente para no pedir un favor, me acerqué y les dije:

-Perdonad, ¿podríais dejarme un sacapuntas? Es sólo un momento; es que se me ha acabado la punta del lápiz.

Ellas me miraron fijamente y luego se miraron entre ellas, sonriéndose.

-Pues claro, guapa -me respondió la que estaba a mi izquierda-. Toma, aquí tienes.

Alargué mi mano para coger el sacapuntas que ella me ofrecía con la suya, pero cuando estaba a punto de cogerlo la retiró.

-Espera, no vayas tan rápida -me dijo con una sonrisa malévola-. Ya que te hago un favor tú también me podrías hacer uno a mí, ¿no?

-Pues claro, lo que quieras -dije yo inocentemente.

-¿Lo que quiera? -dijo mientras se levantaba de su asiento y se acercaba a mí- Pues allá voy.

Y entonces, por sorpresa y sin darme tiempo de reaccionar física ni mentalmente, me rodeó con sus brazos y me estampó un beso en los labios. Yo me quedé de piedra. Era lo último que esperaba de una compañera de instituto, y además me resultaba novedoso porque nunca me había besado un chico, y por supuesto menos una chica. Instintivamente, retrocedí y dije:

-¿Pero qué haces? ¿Estás loca?

-No -respondió ella tan tranquila-, simplemente es que me gustan las morenitas de ojos azules como tú. Estás bastante buena. ¿Cómo te llamas?

-Lara.

-Ha sido un placer besarte, Lara. Yo me llamo Rosa y esta amiga mía es Alicia.

-Hola, Lara -me dijo Alicia sonriendo-. ¿A mí también me dejas besarte?

-No, no -dije mientras me echaba atrás, al ver que ella se levantaba dispuesta a hacerlo- ¿Pero qué hacéis? Yo no quiero nada de esto, sólo quería pediros un sacapuntas.

-Mentirosa -me dijo Rosa con tono de burla-, todas las niñatas de primero sois igual de falsas o de tontas. Mucho haceros las modositas, pero en cuanto os hacen lo que hay que hacerle a una chica os mojáis como unas putillas y perdéis la cabeza.

-Por favor, dejadme -dije yo algo asustada ante la audacia que mostraban.

-Está bien -me dijo Alicia algo enfadada-, te dejamos. Toma, aquí tienes tu sacapuntas, pero te digo una cosa: no está bien que sólo le dejes a Rosa darte un beso, y algún día de estos yo también cogeré lo que es mío, ¿de acuerdo?

Esto último lo dijo acercando su rostro al mío y sonriendo malévolamente. Me asusté un poco, pero al mismo tiempo la encontré fascinante. Alicia era morena, con un cabello algo ondulado muy bonito, y tenía los ojos negros, muy hermosos también. No era ni gorda ni delgada, parecía bastante fuerte y su rostro tenía un cierto toque de dureza no muy femenino, pero que tenía su encanto. Rosa era pelirroja, con los ojos verdes y una hermosa figura, especialmente gracias a sus caderas, que mostraban una línea de lo más sugerente. En general, las dos eran bastante atractivas, aunque sin ser unas grandes bellezas. A mí me impresionaban sobre todo sus cuerpos, pues se las veía ya formadas y con unas figuras redondeadas, que incitaban a tocarlas, mientras que yo era aún muy joven y estaba delgadita. Mis pechos estaban ya bastante crecidos como para comenzar a resultar atractivos, pero no podían compararse con los de ellas dos. Mi cuerpo se veía recto y enclenque ante las sugerentes curvas de sus traseros y sus muslos. Al contemplarlas a mi lado me sentí un poco inferior, y percibí por primera vez la fuerza del atractivo femenino: aquellos cuerpos estaban hechos para ser manoseados, y el mío aún no lo estaba.

Pensando en estas cosas me había quedado embobada, y Alicia, interpretando mi silencio como un permiso, se había permitido el lujo de besarme. Yo me resistí débilmente y ella se apartó.

-Mmm... parece que ya le empieza a gustar -dijo a su compañera.

-No, no me gusta -le respondí-, no deberíais hacerme esto. Yo sólo quería pediros un sacapuntas y vosotras os habéis aprovechado de mí. Esto no está bien.

Entonces le saqué rápidamente punta a mi lápiz y les devolví su sacapuntas.

-Aquí tenéis. Muchas gracias.

Y recogí todas mis cosas para marcharme. Vi que Alicia intentaba acercarse a mí, pero Rosa la detuvo cogiéndola por el brazo y le dijo:

-No, no, déjala. Es mejor así, ya cambiará de opinión.

Yo me marché de allí caminando a paso rápido. Llegué por fin a mi habitación como quien llega a un refugio durante un bombardeo. Allí estaba Cristina, que en seguida se dio cuenta de mi turbación.

-Hola, Lara -me dijo con su simpatía habitual-. ¿Qué te pasa? ¿Te ha ocurrido algo?

-No, no -dije yo mientras intentaba inventar una excusa-, es que aún no he acabado los deberes y no quiero dejarlos sin hacer. Mañana seguro que la hermana Pilar los recoge, así que voy a hacerlos ahora.

-Pensaba que habías ido a la sala de estudios a hacerlos.

-Pues sí, pero me he dado cuenta de que me había dejado algunas cosas aquí y he venido a cogerlas.

-Bueno, yo también tengo que acabarlos, así que si quieres, ¿por qué no vamos las dos juntas a la sala y los hacemos entre las dos?

-No, no... mejor los hacemos aquí.

-¿En el dormitorio?

-Sí, ¿por qué no? Ya que estamos aquí, para qué tener que ir hasta allá, ¿no?

-Lara, de verdad, te encuentro muy rara. ¿Seguro que no te pasa nada? Ya sabes que puedes confiar en mí.

-No, no me pasa nada. Es lo de siempre: ya sabes cómo son mis padres, siempre quieren que saque buenas notas en todo, y no quiero cometer ningún fallo que me pueda hacer quedar mal. Por eso tengo que esforzarme al máximo. Bueno, ¿qué? ¿Hacemos los ejercicios?

Cristina me miraba con una cierta desconfianza, pero al final decidió dejar aparcado el tema y me respondió con un "de acuerdo" acompañado de una de sus sonrisas más encantadoras. El resto de la tarde lo dediqué exclusivamente a intentar que las matemáticas borrasen el recuerdo de aquellas dos chicas. Pero el recuerdo no se borró: nada más llegar la noche, en cuanto pude acostarme en mi cama y me quedé sola con mis pensamientos, el recuerdo de las cosas que habían sucedido aquella tarde volvió a mí con toda su fuerza. El tacto húmedo de la lengua de Rosa, su sabor, la fuerza con la que me abrazó,... todo volvía a mí para atormentarme. Confundida, intenté repetirme a mí misma los principios morales que mis padres o las profesoras habrían intentado decirme si les hubiese contado algo: que no está bien que nadie se aproveche de ti sin tu permiso, que no está bien que las chicas hagan entre sí lo que sólo debe hacerse entre hombre y mujer, etcétera. Pero aunque mi razón lo encontraba muy lógico, mi cuerpo parecía echar de menos aquella audacia con la que me habían besado. No es que hubiese disfrutado mucho con los besos, pero... esa sensación de sentirme poseída por ellas, de ser su juguete y estar a su disposición... me turbaba, me atraía. Me di cuenta en seguida de que mi carácter tenía una cierta predisposición a entregarse, cosa que, en principio, parece bastante lógica en una mujer, puesto que a nuestro sexo se le ha destinado el papel pasivo en este tipo de cosas. Aún así, no me atraía la idea de entregarme a ellas; me gustaba más que hubiesen cogido por la fuerza lo que querían, y comencé a imaginarme qué habría pasado si hubiesen querido llegar más lejos. Las imaginé metiéndome mano, tocándome el culo, besándome por todas partes, y ese pensamiento comenzó a excitarme. Mis propias manos me tocaban por debajo de las sábanas, y me imaginaba que eran las de aquellas chicas. Por un momento deseé que lo hubieran hecho, pero en seguida me asusté de mis propias fantasías y lo dejé estar. Además, me daba miedo que Marta o Cristina se dieran cuenta de lo que estaba haciendo. Al final conseguí dormirme y mi alma descansó en paz esa noche.

Al día siguiente aún me asaltaron algunos recuerdos de lo que había ocurrido en la sala de estudios, pero la rutina del colegio, aburrida y machacona, consiguió hacerme olvidar mis sentimientos al adormecer mi sensibilidad. No vi a ninguna de las dos chicas durante los descansos de las clases ni en el comedor, de modo que casi me olvidé de ellas por completo. Por la tarde me fui a Pasear con Raquel y con Miriam y me lo pasé muy bien, de modo que fue un día redondo para olvidar escenas como aquella. Pero no la olvidé: al llegar la noche volvió a mí el recuerdo de aquellos besos robados. Ya no me excitaban; más bien me provocaban una sensación melancólica. Era como si los echase de menos; me di cuenta de que en el fondo me habría gustado repetir, y comencé a ver aquel abuso impertinente como algo encantador en medio de la aburrida rutina de la vida. ¡Hay tan pocas cosas excitantes que a una le puedan ocurrir en la vida, que incluso las que no han sido muy agradables tienen siempre algún atractivo! En fin, el caso es que suspiré y me puse a dormir, confiada en que aquello se convertiría en una simple anécdota sin importancia.

Pasó un día más, y la rutina pareció volver a absorber mi vida, al menos hasta las seis de la tarde. A esa hora me dio por ir a la biblioteca, porque me convenía mirar un libro para un trabajo de Literatura. No vi allí a Rosa ni a Alicia, pero en cuanto salí por la puerta y me dirigí a mi habitación, las encontré en el pasillo. Estaban apoyadas en la pared y me miraban fijamente. Parecía que me hubiesen estado esperando. De pronto me asusté un poco y me detuve. Ellas debieron notarlo porque sonrieron. En ese momento, comenzaron a caminar hacia mí. Yo no sabía qué hacer; estaba asustada como un pajarillo, y decidí esperar a que hicieran o dijeran algo. En cuanto estuvieron junto a mí, Alicia dijo:

-Hola, bonita. ¿Todavía estás por aquí estudiando? Parece que has cogido un libro de la biblioteca.

-Pues sí –les respondí-, tengo que hacer un trabajo de Lengua y me hace falta.

-¿Un trabajo? ¿Quieres que te ayudemos? Somos muy buenas en eso –dijo sonriente mientras Rosa se carcajeaba.

-No, gracias –les dije, y seguí caminando, mientras ellas me acompañaban.

-Vamos, mujer -dijo Rosa-, nos gustaría ser amigas tuyas, y una buena manera es trabajando juntas.

-Sí –añadió Alicia-, no queremos que nos cojas manía por lo del otro día; sólo queríamos divertirnos.

-No pasa nada –les dije-, ya está olvidado, pero prefiero hacer mis deberes sola.

-Oye, guapa, -me dijo Alicia al oído con un tono amenazador mientras me paraba- ¿por qué te resistes tanto? Eres muy mona, y es una lástima que andes por ahí solita cuando hay tantas chicas como nosotras que tienen ganas de ser tus amigas.

-Yo ya tengo amigas –les contesté asustada.

-Sí, pero no te tratan como es debido. Nosotras sí que sabemos darte lo que te gusta.

Y a continuación me besó. Yo quería separarme de ella, pero como iba tan cargada con los libros y cuadernos, no podía usar las manos, de manera que mis labios no pudieron escapar. En cuanto lo conseguí, noté que una mano me tocaba el culo: era Rosa, que me estaba metiendo mano a su gusto, sin que yo pudiese evitarlo.

-Vamos, bonita -me dijo mientras me daba una palmada en el culo-, sigue andando, que nuestra habitación está allí enfrente y queremos ayudarte a hacer los deberes.

Yo seguí andando como una muñeca sin voluntad. No sabía qué hacer, tenía mucho miedo y al mismo tiempo me seducía aquella situación. Mientras caminaba, ellas me iban metiendo mano como podían. Tan pronto sentía una mano paseando por mis piernas como una palmada en el trasero. También me pellizcaban y se reían. Por lo visto encontraban todo aquello muy gracioso. En seguida llegamos a la puerta de su dormitorio. Alicia la abrió y me dijo:

-Vamos, entra.

-No, por favor, -les dije asustada- dejadme tranquila, dejadme irme de aquí.

-De eso nada. Vamos a hacer contigo lo que queramos y tú te vas a dejar hacer. Anda, sé una niña buena y entra en la habitación.

Yo estaba realmente asustada. La idea de encontrarme sola con ellas dos en un lugar en el que pudiesen manejarme a su antojo me parecía demasiado fuerte. Sin embargo, un empujón de Rosa me hizo entrar de golpe en la sala. Oí cómo cerraban la puerta detrás de mí.

-Es mejor que dejes los libros ahí encima. No los vas a necesitar –me dijo Alicia.

Yo obedecí. Mi imaginación comenzaba a crear escenas con las probables vejaciones que querrían infligirme, y me asusté. Casi estaba llorando, y ellas lo notaron.

-Anda, mujer –me dijo Rosa algo más cariñosa que antes y poniendo su mano sobre mi hombro-, no te asustes tanto, que no hay que exagerar. Sólo queremos divertirnos.

-Pero yo no quiero... –comencé a decir.

-Claro que quieres –me contestó Alicia-, lo que pasa es que te cuesta hacerte a la idea porque las de primero aún no tenéis experiencia en la vida y todo os da miedo. Hacéis demasiado caso a esas tontas de las hermanas. Deja que nos divirtamos un poco contigo y ya verás entonces cómo tú también le encuentras la gracia.

Entonces intentó besarme, pero yo me resistí como pude y al principio conseguí esquivar su boca. Con sus brazos, me atenazaba fuertemente para que no escapase, mientras yo la empujaba para intentar separarla de mí. Era inútil: ella era más mayor y más fuerte que yo, y mis débiles forcejeos sólo conseguían excitarla aún más. Para colmo, Rosa vino a ayudarla, y me agarró por detrás, mientras intentaba besarme, aprovechando que yo apartaba mi rostro a un lado para esquivar a Alicia. Estaba claro que tarde o temprano una de las dos tendría mis labios a su alcance, y fue Rosa, que muy hábilmente pegó su boca a la mía en el momento adecuado. Sentí que los labios de Alicia me besaban la mejilla mientras tanto, de modo que si me hubiera girado, me habría encontrado con ella. Estaba atrapada entre sus bocas, y no podía hacer otra cosa que apretar mis labios para impedir la entrada de la lengua de Rosa. Ella, sin embargo, forcejeaba incansablemente, esperando con paciencia a que yo abriese mi boca. Por fin, cansada de tanta resistencia, cedí y la dejé entrar. Entonces sentí el beso más profundo de mi vida. Parecía como si la lengua de Rosa me llenase toda la boca, como si quisiera llegar hasta mi garganta y ahogarme. La sentía húmeda y ágil entre mis dientes, mientras notaba cómo su saliva se juntaba con la mía. Mi resistencia decayó, porque una vez que ya habían conseguido besarme, ya no me parecía tan importante dejarles hacer el resto, y me abandone a los caprichos de mis dos raptoras. Sentía cómo sus cuatro manos me palpaban por todas partes; me sentía poseída como un objeto, estaba entregada a los caprichos de aquellas dos jóvenes, y en cierto modo aquella situación tenía algo de placentero para mí, aunque en ese momento no me di o no quise darme cuenta.

En cuanto Rosa se hubo saciado de mí, Alicia le reclamó su parte, y sentí cómo una nueva lengua se introducía en mi boca. El beso de Alicia no fue tan profundo. Usaba más sus labios, y producía más ruido al pegarlos y despegarlos de los míos, dejándomelos empapados de saliva. Me gustó mucho más este estilo que el más violento y varonil de Rosa. Ésta, que parecía ahora mucho más excitada que antes, se dedicó a besarme el cuello y a tocarme las tetas. Yo intentaba apartar sus manos de aquel sitio, porque me daba mucha vergüenza que otra mujer me tocara los pechos, pero no sé si porque ella era más fuerte o porque en el fondo a mí me gustaba aquello, acabó saliéndose con la suya. Llegadas a este punto, comencé a notar con claridad que todo aquello me estaba calentando, y me sentí rara. Nunca mi sensibilidad se había turbado de aquella manera, y tenía algo de miedo.

Rosa volvió a acercar su rostro al mío y al de Alicia, y nos dimos un beso las tres a la vez. Nuestros labios y nuestras lenguas iban cambiando rápidamente de compañera, y formábamos un cuadro bastante pintoresco y que seguramente habría excitado a muchos hombres, pues siempre he oído decir que este tipo de cosas son muy de su gusto. Por un momento, Rosa y Alicia se desentendieron un poco de mí y se besaron entre ellas. A mí aquello me impresionó mucho. Nunca había visto a dos chicas besarse en la boca, y menos con aquella fuerza, con aquella dedicación... ¡Dios santo, si es que parecía que se estaban comiendo la una a la otra! Entonces separaron sus caras y las giraron hacia mí, mientras me miraban con una sonrisa malévola.

-¿Qué te parece, Rosa? -dijo Alicia entonces- ¿No crees que esta niña es un encanto? Yo me lo estoy pasando en grande ahora mismo con vosotras dos.

-Yo también, pero me están entrando ganas de hacer más cosas.

-Tienes razón. ¿Qué podríamos hacerle para divertirnos?

-De momento desnudarla, ¿no crees?

-Oh, por favor, dejadme -les supliqué-. Ya me habéis besado todo lo que habéis querido, pero por favor, no vayáis más lejos.

-Pero mujer -dijo Alicia acercándose a mí y poniendo su mano sobre mi hombro-, no querrás que te dejemos así, a medias. Apuesto a que tú debes estar ya algo mojadita después de estos preliminares. ¿Tú qué crees, Rosa?

-Me juego la paga mensual de mis padres a que sí. Pero, ¿por qué no lo comprobamos? Anda, quítale la falda.

Entonces Alicia se agachó para hacer lo que decía su compañera. Yo notaba que, efectivamente, me había mojado un poco, y me daba mucha vergüenza que lo notaran, así que me resistí.

-No, por favor –les supliqué-, no quiero que me veáis sin ropa.

-Pues vas a tener que aguantarte –me respondió Rosa con autoridad mientras Alicia seguía con su trabajo-. Aquí mandamos nosotras, y más vale que no te resistas demasiado o que se lo cuentes a alguien porque te arrepentirás.

Yo ya no supe qué decir. Estaba en sus manos y no me atrevía a decir nada. Alicia me había quitado la falda pese a mis esfuerzos por evitarlo, y ambas podían ver claramente mis bragas y mis piernas.

-Vaya –dijo Rosa con una sonrisa malévola-, parece que la niña se ha hecho pipí.

Decía esto porque se podía ver con bastante claridad que se me habían mojado mis braguitas blancas. Yo me moría de vergüenza, y ellas se partían de risa. Entonces Alicia, para seguir con aquel juego, dijo:

-Bien, como no se ha portado bien, tendremos que castigarla, ¿no crees Rosa? A fin de cuentas, mojar las bragas es de mala educación.

-Es verdad, anda ven, guapa, ponte sobre mis rodillas, que te voy a dar unos azotes.

Yo me sorprendí. No me esperaba que quisieran humillarme de esa manera, como si fuese una niña pequeña. No sabía cómo reaccionar. Por un lado estaba indignada y asustada, pero por el otro... la idea de sentir mi culito golpeado por sus manos se presentó en mi imaginación como algo seductor, e incluso agradable. Yo misma no era capaz de comprender mis sentimientos, pero el caso era que una parte de mí deseaba entregarse a los azotes.

Como no reaccionaba, Rosa acabó por cogerme del brazo y ponerme por la fuerza sobre las rodillas de Alicia. Yo comencé a gritar: “No, por favor, dejadme, me portaré bien, pero no me peguéis” y otras cosas similares. En aquel momento me sentía realmente molesta y humillada, pero entonces ocurrió algo que transformó mis sensaciones: Rosa me bajó las braguitas, dejando así mi trasero al aire, y Alicia no perdió ni un segundo para abofetearlo. Te sorprenderás, lector, de que estas sensaciones me gustasen, pero no sólo eso: me embriagaron de tal forma que comencé a gritar, aparentemente de dolor, pero en realidad de emoción. Ellas creían que me hacían daño, pero en realidad me encantaba sentirme así, dominada, humillada, poseída por otras personas. El tacto de sus manos en mi culito no era menos placentero por ser doloroso: al contrario, los golpes me electrizaban, y el cosquilleo que dejaban tras de sí me excitaba hasta tal punto que comencé a mojarme más aún. A pesar de todo, no dejaba de quejarme y de gemir, como si yo misma quisiera seguir con la comedia, y es que no por resultarme excitante dejaba de resultar dolorosa y humillante, por lo que no me costaba nada lanzar mis inútiles quejas al aire.

Así estuvimos un rato, durante el cual ellas se rieron mucho, y yo sufrí y gocé mucho al mismo tiempo. Por fin, Alicia dijo:

-Bueno, ya está bien, tienes todo el culo colorado de tantas palmadas. A mí misma me duele ya la mano de azotarte. ¿Qué? ¿Prometes portarte bien a partir de...? ¡Pero qué veo! ¡Si estás aún más mojada que antes!

-Es verdad –añadió Rosa-. ¿Has visto? Y luego va de niña buena por ahí. Seguro que se está muriendo de ganas de que le hagamos más cosas.

Yo enrojecí de vergüenza al oír aquello porque era verdad. Sin embargo, ellas no quisieron seguir adelante.

-Ya está bien por hoy –dijo Alicia-. De momento con esto aprenderás a comportarte. Piensa que lo de hoy ha sido un simple pasatiempo; si nos hicieses cabrear de verdad te las podríamos hacer pasar muy negras. ¿Lo has entendido?

Asentí con la cabeza, un tanto atemorizada por sus amenazas. Ella sonrió y añadió.

Bien, de momento nos vas a dejar tus braguitas de recuerdo, y te vas a ir a tu habitación sin llevar nada debajo de la falda.

-Pero no podéis... –comencé a decir.

-¡A callar! Tú haces lo que te digamos. Me hace gracia tener un recuerdo tuyo, y más aún si lo has mojado con tus propios líquidos. Mmm... qué bien huele –añadió mientras aspiraba mis bragas-, algún día me gustaría probar el cuerpo que segrega estos aromas. Ahora vete, y acuérdate de lo que te hemos dicho.

Me puse mi falda y volví a mi habitación muy avergonzada y enfadada. Ahora que la excitación del momento ya había dejado de actuar sobre mi sensibilidad, el recuerdo del castigo me humillaba, y mi trasero aún me dolía por efecto de los azotes. Me fastidió enormemente tener que hacer el trayecto entre su habitación y la mía sin llevar bragas. Aunque fuese muy poco probable, me dominaba un miedo instintivo a que alguien pudiese darse cuenta de que no llevaba nada debajo de la falda. ¡Y encima ellas se las habían quedado como recuerdo!

Pero lo peor no era eso. Lo peor era que me habían dejado a medias. Sus azotes y su dominación me habían calentado la cabeza, pero sin hacerme llegar al final, y ahora me encontraba insatisfecha y molesta. Para deshacerme de este malestar, me fui al lavabo, me encerré en él y me toqué lo mejor que pude. Mientras lo hacía, recordaba los golpes que me habían dado, y la autoridad con la que me habían tratado. Me imaginaba cosas que habrían pasado si ellas se hubiesen decidido a seguir adelante y... llegué al final.

Ya más calmada me incorporé y me giré ante el espejo par ver mi trasero. Estaba aún bastante colorado. Me encantó mi imagen y la encontré muy interesante. Decidí ducharme para quitarme de encima la humedad y la calentura, y pude por fin echarme un rato en la cama, con el alma y el cuerpo mucho más tranquilos.