Las aventuras de Lara (3)
De cómo Lara perdió la virginidad, precedido por otras historias interesantes ;)
CAPÍTULO III - De niña a mujer
Dicen que la vergüenza es una de esas cosas que, una vez perdida, ya no se recobra más. Debe ser cierto, porque la verdad es que desde el episodio de la depilación ya nunca más me he podido considerar una chica totalmente decente, y mi mente se ha vuelto mucho más calenturienta. Ahora bien, se equivocan quienes piensan que una persona decente de verdad, aquella cuyo carácter está irremediablemente inclinado al pudor y a la modestia, va a abandonar tan fácilmente su naturaleza y va a convertirse en una desvergozada. No es tan fácil la cosa, y yo misma sirvo de ejemplo, pues a pesar de todas las experiencias alocadas y excitantes que ha vivido desde entonces, aún me ruborizo con facilidad, aún bajo la mirada, aún me quedo sin habla ante una persona que me gusta y aún me da un vuelco el corazón cuando sé que yo le gusto a ella. Luego, cuando la intimidad nos une más, entonces sí que me comporto de un modo más alocado, pero no antes. Lo cierto es que, fuera como fuese, mi vida había cambiado. Las experiencias que ya he relatado me habían calentado la cabeza de mala manera. ¡Y pensar que al cumplir los catorce años apenas sabía lo que era masturbarse! Sólo lo había hecho una vez a los trece y casi por accidente, pues mis manos instintivamente me acariciaron, y en seguida me sentí tan avergonzada y ridícula que lo dejé estar. Ahora aquella niña vergonzosa y tímida se masturbaba casi a diario, si es que sus dominadoras de tercer curso no tenían la gentileza de abusar de ella aquel día, cosa que, evidentemente, le parecía mucho más excitante y placentera que tener que hacerlo a solas y a escondidas. El placer sexual, que antes era sólo una sombra, una historia que otros contaban que sentían, ahora era algo tan íntimamente vivido que parecía imposible desligar mi sensibilidad de esa agradable sensación. Todo mi cuerpo parecía haberse covertido en un gran órgano sexual, y no había rincón que no me resultase excitante y útil a la hora de ser usado: mis pechos, mis piernas, mi culo, mi boca... todo era una prolongación de mi sexo, todo formaba parte de la misma función: hacerme sentir placer. Aún así, la mayor parte del tiempo quedaba absorbida por al rutina. Pudiera parecer que era al contrario, porque lo que relato son mis experiencias sexuales, pero en el fondo sólo son la punta del iceberg. La mayor parte del tiempo la dedicaba a otras cosas: clases, prácticas y exámenes llenaban mi vida y me absorbían, sin dejar casi tiempo para el placer. Precisamente esta dinámica hacía que, cuando éste se presentaba, lo hiciera de un modo mucho más violento. En épocas de exámenes no me bastaba con masturbarme: necesitaba buscar a Rosa y a Alicia para que me llevaran con ellas y me hiciesen de todo. Generalmente las sesiones en su dormitorio se reducían a unos cuantos besos, manoseos y alguna que otra lamida. Yo me resistía, no porque no me gustase lo que me hacían, sino porque me salía así, instintivamente. Está en mi naturaleza resistirme. Yo nunca les hacía nada a ellas, sino que eran ellas las que se aprovechaban de mí, de modo que me limitaba a adoptar una actitud clásicamente femenina, de pasividad total e incluso resistencia. Sin embargo, en cierta ocasión cambiaron las cosas. Una mañana de Mayo, en la que me había quedado estudiando en la habitación, oí que llamaban a la puerta. Me extrañó, porque era Sábado. La mayoría de las chicas dejaban el internado el fin de semana, para volver con sus familias, aunque siempre había alguna que, para ahorrarse la pesadez o el dinero del viaje, se quedaba de vez en cuando, y pasaba los dos días entre los estudios por la mañana y la diversión por la tarde. Mis compañeras de habitación se habían ido, y yo estaba sola, de modo que en teoría nadie tenía que llamar. Fui a abrir de todas maneras, y cuál fue mi sorpresa al ver a Alicia. -¡Alicia! ¿Qué haces tú por...? -Calla, y cierra la puerta -dijo ella mientras se colaba en mi habitación antes de que yo pudiera detenerla. -¿Qué pasa? -le preguté mientras cerraba- ¿Ocurre algo malo? -Sí -dijo ella mirándome de un modo muy extraño y acercándose a mí-. Ocurre que estoy muy solita y he venido a buscarte. Yo me quedé un tanto sorprendida. Mi mente en ese momento aún estaba puesta en las gráficas matemáticas de los ejercicios, no en las curvas del cuerpo de Alicia. Además, no esperaba para nada su visita y no estaba mentalmente preparada. -Alicia, por favor, hoy no. Tengo que estudiar. ¿No tienes a Rosa? ¿Cómo es que no está ella contigo? -Se ha ido a Zaragoza, con su familia. Yo quería que se quedase esta vez conmigo, pero quería ver a su novio y se ha largado. -¿Novio? ¿Tiene novio a pesar de...? -Pues claro tía, -contestó algo indiganda- ¿qué te crees, que somos pareja de hecho o algo así? Nos lo pasamos bien juntas, pero a ella le gustan los tíos, y piensa casarse y todo. A mí también, aunque me lo paso mejor con vosotras. Son maneras de divertirse. -Ah, ya... -Vamos, mujer, -dijo con su boca a un solo centímetro de la mía- necesito que me prestes un servicio muy especial y estoy segura de que debes ser muy buena en eso. -¿Qué servicio? -pregunté con voz temblorosa. -Tengo mucho calor aquí abajo -dijo llevando mi mano a su entrepierna-, y quiero que me lo refresques con tu boca. -¡De eso nada! -exclamé apartándome de ella bruscamente- Te estás pasando, guapa. Una cosa es que Rosa y tú os aprovechéis de mí de vez en cuando y otra cosa es que me trates como a una puta bollera. Vale, acepto que he disfrutado bastante algunas veces con lo que me hacíais, pero comerte el coño... ¡Sí, hombre, sólo faltaba eso! Anda, lárgate o si no esta vez sí que se lo diré a la directora. ¿Adivinas cuál fue la reacción de Alicia? Me dio un tortazo tan fuerte que casi me gira la cara. Me dolió bastante, y además me dejó aturdida, porque no me lo esperaba. Mientras intentaba reaccionar, me cogió como a una muñeca, porque era mucho más fuerte que yo, y me echó literalmente sobre la cama. Acto seguido se lanzó sobre mí y, mientras me agarraba las manos para que no pudiese rechazarla, pegó sus labios a los míos y me morreó un buen rato, por mucho que yo intenté girar la cabeza a un lado y a otro para esquivarla. Me estaba violando, literalmente. Aquello me superó. No me había planteado nunca una situación semejante, y preferí dejarme llevar que intentar usa la violencia ante una rival superior. Sin darme cuenta, comencé a encontrar un placer morboso en aquello. La sensación de estar a su total disposición, la idea de ser su juguete me calentaban. A los pocos segundos ya no intentaba esquivar sus besos, y casi no hacía fuerza para intentar que mis manos se desembarazasen de las suyas. Ella me presionaba con todo su peso. Sus pechos apretaban a los míos, más pequeños, y los movían a medida que ella restregaba todo su cuerpo contra el mío. Nuestras respiraciones se agitaron y los besos se multiplicaron. Ella, al darse cuenta de que yo ya había asumido mi papel, dejó de besarme en la boca y pasó al cuello, mientras me metía mano por todas partes y yo comenzaba a disfrutar de todo aquello. De pronto cesó el placer. Alicia se incorporó y comenzó a quitarse los pantalones, mientras yo seguía tumbada boca arriba sobre mi cama, como saboreando aún sus besos. Antes de que me diese cuenta, ella ya se había quitado las bragas y todo y se había subido a mi cama. Estaba de rodillas, a la altura de mi cuello, de manera que la entrada de su cueva, totalmente depilada, quedaba exactamente sobre mi boca. Yo la miré sorprendida. Ella agarró mi cabeza con sus manos, se inclinó hacia mí y me dijo: -Bueno, guapa, ahora ya sabes lo que tienes que hacer. -Alicia, no, por favor. Esto no me gusta. Vale, te dejo que abuses de mí un poco, pero no quiero hacerte cosas a ti. -Joder, mira la tía lista. Oye, no he venido hasta aquí sólo para que tú te lo pases bien, ¿vale? Además, no me puedo creer que no te guste comer un coño: eso es imposible, a todo el mundo le gusta. -Que sí, Alicia, que yo no... No pude acabar la frase porque la muy cabrona dejó caer su cuerpo sobre mí y tapó los labios de mi boca con los de su vagina. Me sentí muy violenta y me agité de un lado a otro para intentar desembarazarme de ella, pero no había manera. Con sus piernas y sus manos sujetaba mis brazos, y su pelvis caía sobre mi cara sin dejarme salida alguna. Aquello no me gustaba nada; era verdad lo que le había dicho de que no me atraía la idea de hacérselo a otra mujer. Soy por naturaleza pasiva, y hasta que no las conocía a ellas tampoco me había fijado nunca en las mujeres, de modo que la idea de chupar un coño se me hacía muy difícil, me resultaba muy extraña, como una perversión rarísima. Ella se enfadó mucho. Apartó un momento su entrepierna de mi rostro, para poder mirarme cada a cara y, agarrando mi cabeza me gritó: -¡Eres una cabrona! Rosa y yo bien que te lo hacemos cuando vas por ahí intentando provocarnos, y ahora te niegas a darme lo que yo te doy. Mira tía, estoy supercachonda y no tengo otro recurso que tú, porque paso de hacerme un dedo, ¿vale? O sea que o te pones a chupar o te doy una paliza tan grande que a mí me sacan del instituto y a ti te llevan al hospital. ¡Vamos! Me asusté tanto que comencé a hacerlo. Aquello no me atraía nada. Lamía y lamía, pero era como un robot. No habia ninguna emoción en mis actos. Ella, en cambio, se puso a gemir como si le estuvieran haciendo un trabajo excelente: Una prueba más de que, en el fondo, nuestro placer depende principalmente de nosotros mismos. Lo cierto es los suspiros que lanzaba, la excitación que se dibujaba en su rostro, sus movimientos, todo ayudaba a calentarme a mí también, porque me gustaba verla así. Por un momento comprendí el placer de los hombres, porque pocas cosas son tan hermosas como ver que se causa placer a alguien. Animada de este modo, continué mi labor, esta vez con un poco más de entusiasmo. Ella lo notó y, loca de alegría, se apartó un momento de mi cara para tumbarse otra vez sobre mí y besarme en la boca apasionadamente. -Lo sabía -me dijo muy cariñosa-, sabía que te gustaría. ¿Ves como no vale la pena hacerse la modosita? Al final, todas nos conocemos. Bueno, ya que has aprendido a hacerlo, vamos a ponernos en una postura más cómoda. Entoces me hizo levantarme y ella ocupó mi lugar, tumbada boca arriba sobre la cama. Me dijo que me arrodillara y le hiciese el trabajo desde el suelo. Yo obedecí, más por tenerla satisfecha que por otra cosa, pero el caso es que funcionó. A los pocos segundos, mis lamidas ya la estaban volviendo loca. Qué espectáculo verla contonearse, tocándose ella misma los pechos para excitarse más y gimiendo sin parar. A mí no me gustaba mi papel ni me hacía ilusión realizar aquella tarea, pero disfrutaba viéndola disfrutar a ella. Decidí meterle algún dedo mientras la lamía, frotarla, manosearle las piernas... todo lo que se me ocurrió para complementar mi trabajo. El resultado fue que al cabo de pocos minutos me agarró la cabeza y la apretó con fuerza contra su entrepierna, mientras estallaa en un gran orgasmo, lanzando gemidos que no parecían humanos. Yo casi no podía respirar con mi boca y mi nariz aplastadas contra su concha, y noté cómo el líquido que lanzó su vagina me mojó toda la cara. Aquello me molestó y me pareció asqueroso. No estaba yo entonces tan acostumbrada a estas cosas, y me resultó algo violento. En cuanto se calmó, me levanté furiosa y me quejé: -Eres una cerda. Me has mojado toda la cara y me has obligado a hacerte cochinadas. Esta vez te has pasado, Alicia. Ya no quiero saber nada de ti. -Venga, venga -dijo ella mientras retorcía su cuerpo sobre la cama como una gatita satisfecha-, eres una pequeña hipócrita. Seguro que te lo has pasado en grande y que mañana mismo desearás comerles el coño a todas tus amigas como me lo has comido a mí. No entiendo porque te gusta tanto esa falsa actitud decente. -No es falsa. -Sí lo es. -¿Es que piensas que lo sabes todo? Oye tía, para de dártelas de lista. Ya tienes lo que querías, ¿no? Querías utilizarme como a una puta porque ibas caliente y te has salido con la tuya, en contra de mi voluntad. Tú te has quedado muy a gusto, pero yo me siento humillada y me das asco, ¿entiendes? Ahora déjame en paz, por favor. -Eres tonta -dijo mientras se levantaba y comenzaba a vestirse-. Dárselas de decente antes de probar esto es de ignorantes, pero dárselas después de probarlo es de tontos. En fin, haz lo que quieras. Tienes razón: yo ya estoy satisfecha, o sea que me da igual. Pero si algún día quiero volver a disfrutar contigo lo haré, ¿entiendes? Y tú volveras a ser mi putilla. -¿Por qué no se lo pides a Rosa? Seguro que te lo hace más a gusto que yo. -No sé... disfruto más contigo. -Yo no soy como vosotras. No puedes pedirme que te haga cosas que odio. -Eres una hipócrita mentirosa. -Y tú una tortillera abusona. -Está bien -dijo mientras abría la puerta para marcharse-, ya que te las das tanto de lista te dejaré que lo pienses una temporada. Seguro que cuando no puedas más vendrás a suplicarnos que te demos lo que te gusta. De momento te puedes quedar aquí creyendo que eres una chica muy normal y muy decente, niñata estúpida. Eso dijo, y cerró la puerta dando un portazo. Yo me quedé muy aliviada por librarme de ella. No me había hecho mucha gracia lo que me había obligado a hacer, y me sentía usada como un objeto. Sólo había disfrutado al principio, cuando ella había actuado sobre mí. Fui a lavarme la cara, para que no quedase ni rastro de sus jugos en mí. Luego quise olvidarla, y volví a los problemas de matemáticas, pero aunque no quisiera, las imágenes de su cuerpo retorciéndose de placer mientras yo lo chupaba iban volviendo a mi cerebro, y se mezclaban con las ecuaciones y la trigonometría. Durante una semana más no volví a sufrir nada por su parte. A pesar de que me las encontré en alguna ocasión, sólo me crucé con ellas unos breves saludos, y las traté prácticamente como a desconocidas. ¡Y pensar que mis únicas relaciones íntimas las había tenido con ellas! En cualquier caso, lo celebraba. En ese momento prefería volver a la normalidad y dejarme de fantasías exóticas con chicas como ellas. Eran mis auténticas amigas las que merecían mi tiempo y mis preocupaciones, no aquel par de cerdas. ¿No sera mejor gozar de pura y afectuosa amistad de Cristina o de Raquel que dejarse manosear por dos marimachos de tercero? Seguramente sí. Sin embargo, no habían terminado mis sesiones de sexo forzado, y ahora voy a relatar uno de los sucesos más impactantes que me ocurrieron en aquel internado, o por lo menos uno de los que más huella han dejado en mí. Un día en que por diversas circunstancias me había quedado sola por la tarde, decidí aprovechar el rato para ir a la biblioteca a estudiar. Justo cuando llevaba unos metros caminando, me encontré con Rosa y Alicia. Como últimamente me habían dejado en paz, pensé que ese día también lo harían, de modo que continué caminando tan tranquila, dispuesta a saludarlas correctamente y pasar de largo. Sin embargo, sus intenciones eran muy distintas. En cuanto estuve junto a ellas me cerraron el paso y Alicia me preguntó: -¿A dónde crees que vas? -¿Cómo que a dónde creo que voy? A la biblioteca. -De eso nada, nena -dijo Rosa-. Vas a venir con nosotras. Tenemos un regalito para ti. Me asustó escuchar esas palabras. Viniendo de una chica como ella podían querer decir cualquier cosa menos algo bueno. Además, no estaba mentalizada para aquello. Ese día estaba muy concentrada en mis estudios, y eso de encontrarme a dos chicas que quisieran abusar de mí en ese momento me rompía los esquemas. Aprovechando mi indecisión, me cogieron de la mano y me llevaron a su habitación. Naturalmente, yo me quejé, me resistí, protesté,... pero no sirvió de nada. Como no había nadie por los pasillos y yo tampoco me atrevía a montar allí una escena con ellas, acabaron por llevarme ante su puerta. Allí sí que quise escaparme, pero Alicia me pegó un empujón tan fuerte que me hizo entrar de un golpe en la habitación. Una vez allí escuché cómo se cerraba la puerta y la voz de Alicia que me decía: -Muy bien, niña lista, ya estamos hartas de que pases de nosotras y de que niegues que te gusta que disfrutemos contigo, así que hoy vas a recibir la lección definitiva. -¿Qué queréis decir? ¿Qué me vais a hacer? -Vamos a follarte. Sí, sí, no pongas esa cara: a follarte he dicho. No a meterte mano ni a lamerte. Hoy vas a perder la virginidad y vas a convertirte en una mujer. Me asusté muchísimo al oír aquello y quise huir. Se produjo entonces una lucha en la que yo tenía las de perder porque ellas eran dos y eran más fuertes. A pesar de mis continuos gritos de "No, no, dejádme, por favor", terminaron tumbándome en la moqueta del suelo e inmovilizándome. Yo estaba casi llorando. Por mucho que Rosa, que era quien me sujetaba las manos, intentase calmarme con besos tiernos y diciéndome "Tranquila, tranquila, que no te va a pasar nada", lo cierto es que yo estaba asustadísima. Esta vez sí que no había en mí la más mínima excitación; sólo quería largarme de allí porque tenía mucho miedo. -Por favor -les supliqué-, haré lo que queráis, pero no me hagáis esto. ¿Cómo pensáis quitarme la virginidad? Me vais a hacer daño y no quiero. Quiero perderla algún día con un hombre, no aquí. Dejadme, por favor. -Que se joda -le dijo Alicia a su amiga-. El otro día quiso rechazarme, y encima nos viene ignorando durante muchos días. ¡Pero luego la cabrona quiere que le hagamos caso cuando es ella la que va caliente! Mírala qué lista. Pues ahora soy yo la que tiene ganas de follarla, o sea que de esta no se escapa. Vamos, Rosa, Sujétala bien. Entonces Alicia comenzó a quitarme los pantalones. Yo al principio ofrecía resistencia, pero Alicia se impuso finalmente cuando me dijo: "Mira, tía: o me dejas bajártelos o te desvirgo también por detras; y eso sí que duele." Tuve miedo de que llevara a cabo su amenaza, que parecía seria, así que la dejé hacer. En pocos segundos me había despojado de mis pantalones y de mis braguitas. Mi entrepierna lucía muy hermosa, sin ningún cabello que la ocultase. -Vaya -comentó Alicia sonriendo-, parece que la muy putilla ha cogido gusto a eso de depilarse, ¿eh? Era verdad. Desde que ellas me habían afeitado, le había cogido afición y de vez en cuando lo hacía. Me gustaba el aspecto de mi vulva depilada, y además confieso que me proporcionaba un cierto placer realizar la operación, hasta el punto de que a menudo necesitaba masturbarme a continuación para calmar la excitación que me provocaba. Pero lo que no me hacía gracia era que en ese momento ellas advirtiesen esta afición mía, así que me puse muy colorada y bajé los ojos. Ellas se mofaron de mí y me llamaron hipócrita, falsa, guarra,... en fin, muchas cosas desagradables, hasta que por fin se hartaron y Alicia se fue un momento al lavabo. Cuando volvió, llevaba un pequeño bote de desodorante en la mano. Me pregunté para qué lo quería. ¿Es que pensaba perfumarme por ahí abajo? Su intención era muy distinta: -Bueno, Lara, aquí tengo a tu primer hombre -me dijo sarcásticamente. -¿Eso? -exclamé llena de sorpresa y al mismo tiempo de miedo- Estáis locas, no me podéis meter eso dentro, no podéis. -Y tanto que podemos. Míralo, no es tan grande. Seguro que podremos usarlo sin problema, incluso con una chica como tú. Anda, ábrete de piernas y calla. Aquello era lo más humillante que me había sucedido en la vida: encontrarme allí, desnuda de cintura para abajo, con las piernas abiertas, delante de dos compañeras de colegio que pretendían romper mi virginidad con aquel cacharro... Me sentí muy mal, y las odié. Sin embargo, no podía hacer nada. La mano de Alicia, armada con el bote de desodorante, empujaba lentamente pero con firmeza, para que el frío objeto se fuese introduciendo poco a poco en mi interior. Aquello no me resultaba muy agradable, y emití algunos quejidos. -Espera, Alicia -le dijo Rosa-. Quizás podrías hacerle daño si entras a saco. Será mejor que la lubriquemos un poco, ¿no? -Está bien -respondió Alicia después de pensárselo unos segundos-, pero ¿qué sugieres que hagamos? ¿la masturbamos? -Lo mejor será que le comas el coño un rato. Será lo más rápido para dejarla bien mojada. -De acuerdo. Prepárate, niñata -me dijo entonces con una mirada terrible que le sentaba de maravilla-, te voy a dar placer un ratito. Y más vale que te dejes llevar y te excites: cuanto más mojada estés menos doloroso te resultará lo que venga luego. Y comenzó su trabajo. Yo, de alguna manera, la odiaba, pero me dejé llevar para poder soportar mejor todo aquello. Mientras tanto, Rosa me metía mano como podía y me besaba por distintas partes del cuerpo. Me costó un poco excitarme, porque la situación se me había hecho muy violenta, pero ante las nuevas circunstancias, mi sensibilidad se adaptó, y comencé a gozar. Además, Alicia era una lamedora de primera. Se notaba que lo había hecho miles de veces y que le encantaba. Al final tuve que rendirme: comencé a gemir y mi vulva se lubricó que daba gusto. Alicia en seguida se dio cuenta y le dijo a Rosa: -Vaya, la putilla se ha puesto cachonda en seguida. Mira, mira qué jugos tan sabrosos ha segregado. Y entonces hundió un par de dedos en mi vagina rosada, para que se humedeciesen con mis flujos. Luego los sacó y los llevó hasta la boca de Rosa, que los chupó con esmero y dijo: -Mmmm.... deliciosa. Siempre he dicho que esta niña es un manjar. Vamos, ahora ya podemos hacerlo. Y comenzó la tortura. Primero fue paseándolo por los alrededores, como si tantease la entrada. Luego, girándolo como si fuese un tornillo que me quisiera meter a rosca, lo fue introduciendo. Yo gemía y me quejaba de que me dolía, aunque es cierto que ya no resultaba tan violento una vez me había lubricado bien. El caso es que cuando el tubo de desodorante llegó al tope a partir del cual ya no podía seguir sin romper mi virginidad, comencé a ponerme muy nerviosa. No quería vivir ese momento de esa manera. Había soñado siempre con perderla con un hombre que me quisiera y que me tratase cariñosamente, ayudándome a superar el trance, no violada por dos compañeras que usaban un cacharro como aquel, que muy bien podía haberme hecho daño. Sin embargo, los hechos se impusieros y Alicia, en un impulso firme y decidido, me hizo mujer. Yo lancé un grito muy agudo que obligo a Rosa a taparme la boca. -¡Cállate, imbécil! -me dijo muy enfadada- Sólo faltaría que te oyese alguien y se montase una buena. -Ya está, ya está -dijo Alicia muy contenta-. La entrada se ha abierto. Mira, el pote está ensangrentado. Así era. Como no querían seguir así, me limpiaron un poco con papel higiénico y lavaron el tubo de desodorante. Pero el trabajo no había terminado para mi improvisado consolador. -Vamos, Alicia -le animó su amiga-, ahora ya sólo queda lo más fácil. Fóllala hasta que se corra. Me muero de ganas de verla. -Eso está hecho. Vamos, zorrilla, ábrete bien. Obedecí, aún algo dolorida por la experiencia. Durante unos segundos, Alicia se dedicó a masturbarme y a besarme, cosa que ayudó a que me relajase y pudiese soportar mejor todo lo demás. Luego, volvió al ataque con el cacharro, mientras yo me quejaba y emitía débiles gritos. Esta vez lo hundió bien adentro sin mucha dificultad, y se puso a agitarlo, girarlo, sacarlo de vez en cuando para frotarlo contra la vulva... No había técnica que no usara para excitarme. Finalmente lo consiguió. Ella se dio cuenta y puso aún más empeño en su tarea. Mi concha se iba mojando más y más cada vez, y comencé a gemir, pero esta vez de placer, aunque no había dejado de sentir dolor del todo. Mientras tanto, Rosa me susurraba frases al oído, que me calentaban casi más que el consolador: -Guarra -me decía-, te gusta que te hagamos esto, ¿eh? Te hacías la modosita pero ahora querrías que nos pasásemos horas y horas follándote de esta manera. Pues vamos a hacer que te corras, vamos a darte una lección que no olvidarás nunca, y te vas a pasar la vida acordándote de cómo te mojaste cuando te metíamos el bote por el coño. Estas y otras cosas me decía para excitarme, y yo, que nunca había tenido una experiencia parecida en mi vida, acabé rindiéndome ante los hechos y llegué al orgasmo. Intenté que no fuese muy ruidoso porque no quería que pareciese que se habían salido con la suya, pero creo que finalmente se me notó demasiado la cara de placer que puse, y sobre todo me delataron las contorsiones de mi cuerpo, que se sintió recorrido como por una descarga eléctrica que lo llevó al éxtasis. Uf, casi me desmayé al correrme. Rosa estaba contentísima y me llenó de besos. Alicia sonrió y se puso a lamer el bote, que estaba mojado con mis líquidos. Luego, acabada ya la ceremonia, me dejaron vestirme. Antes de que me abrieran la puerta para que pudiese volver a mi habitación, Alicia me aclaró lo que pensaban de mí: -Bueno, Lara, creo que ya has entendido lo que tienes que hacer. ¿Has visto qué bien te lo pasas con nosotras? Seguro que con tus amigas nunca habrías podido vivir algo así. Son unas cortadas,y no saben cómo darte lo que te gusta. Tú eres una putilla y lo sabes. En el fondo te gusta lo que te hacemos, pero no importa si te empeñas en negarlo y juegas a ser una pequeña hipócrita. Te sienta bien. Tan sólo quiero que te quede claro que eres nuestro juguete, y que te vamos a usar todas las veces que queramos, para lo que queramos y como queramos; y por mucho que ahora te quejes, el día que nos marchemos lo vas a lamentar, porque seguro que echarás a faltar lo que ahora rechazas. Bueno, y ahora vete si quieres, que ya seguiremos otro día. No le respondí nada y volví a mi habitación. Por suerte no había nadie dentro. No habría sabido qué decir si una de mis amigas me hubiese preguntado qué había estado haciendo. Me encontraba muy rara; no sabía qué pensar aún de todo aquello. Aún estaba como hipnotizada y necesitaba reflexionar, así que decidí echar una siesta para calmarme y luego ya vería qué haría. En mi mente sólo quedaba una imagen: la del tubo de desodorante entrando y saliendo de mi cuerpo, haciéndome daño y dándome placer al mismo tiempo. Curiosamente, sonreí al pensar en ello. Me hizo gracia, y confieso que desde entonces, no he dejado de juguetear de vez en cuando con mi propio bote de desodorante, como si fuese una réplica del que, por decirlo de algún modo, fue mi primer amante.