Las aventuras de Lara (2)

Lara sigue sufriendo los abusos de sus compañeras, y esto hace que su imaginación y su sensibilidad se vayan desarrollando.

CAPÍTULO II - Juegos de niñas

Pasé unos cuantos días en relativa calma tras mi experiencia en el dormitorio de Rosa y Alicia. Durante una buena temporada casi no volví a verlas, excepto en algunos momentos en los que nos cruzábamos casualmente por los pasillos y ellas se limitaban a sonreirme. Ya no intentaron besarme, ni meterme mano, ni mucho menos humillarme. Mi carácter, sin embargo, había cambiado. Muchas veces me mostraba pensativa y distraída, sin saber ni siquiera por qué. A veces recordaba las escenas vividas y otras veces me imaginaba lo que podría llegar a pasar en el futuro; a veces me horrorizaba y otras me atraía; unas veces sentía deseos de ir a contárselo todo a la directora y otras me moría de ganas de que se presentasen las dos y me arrastrasen a su cuarto; quería que una vez allí se aprovechasen de mí como quisiesen, sin que yo, indefensa, pudiera hacer otra cosa que suplicar que me dejasen en paz, cosa que, evidentemente, no deseaba ni mucho menos.

Mis amigas en seguida notaron este cambio, y creyeron que me encontraba mal, o que había sufrido algún problema personal que no quería contarles. Yo intenté esquivar sus preguntas de la manera más discreta posible, y conseguí que todo el mundo creyera que simplemente estaba agobiada de tanto estudiar (lo cual era fácil de creer, porque, a decir verdad, la rutina del internado era un auténtico rollo).

Poco a poco, a medida que pasaban los días sin que las chicas mayores se aprovechasen de mí, iba recobrando la tranquilidad, y ya estaba casi a punto de dejar correr el tema y considerarlo un episodio pasajero de mi vida, una de esas anécdotas curiosas que todo el mundo tiene en su historial, pero que no han tenido mayor trascendencia que la de llamar nuestra atención durante un tiempo. Pero un día, mientras caminaba con mis compañeras de clase hacia el gimnasio, para la clase de educación física, nos cruzamos con las de tercero, que acababan de salir de él, con sus cuerpos ya sudorosos. Dos de las chicas eran precisamente Rosa y Alicia. En seguida se fijaron en mí y se miraron, sonriendo. Yo bajé la vista, pero no pude ocultar la emoción de verlas de nuevo, y me imagino que me puse colorada. Mientras iba caminando con la vista puesta en el suelo, no pude evitar escuchar un "Hola, Lara" lleno de rintintín que salió de la boca de Rosa. Como por educación, alcé la vista para ver a quien me hablaba y las observé de nuevo. Aunque me fastidiaba tener que encontrármelas de nuevo, me sentí atraida por su imagen. Estaban las dos muy bien con el traje de gimnasia, porque tenían unos cuerpos muy bien formados, y el sudor les daba un toque "sexy" que me impresionó. De pronto, en contra de mi voluntad, noté que las deseaba. Quería notar sus cuerpos sudorosos en contacto con el mío, quería olerlas, quería que me poseyeran, que me hiciesen sudar a mí también... no sé, no sé lo que sentí, pero lo que sí que sé es que incluso cuando las perdí de vista seguía teniendo su imagen plasmada en mi cerebro. Escuché sus risas a medida que se alejaban, y me dio tanta vergüenza que bajé la cabeza y creo que me debí poner colorada. Afortunadamente, mis amigas no estaban muy atentas a estos detalles y me imagino que pasaron desapercibidos.

Comencé la clase de gimnasia medio atontada. Cualquiera hubiera dicho que estaba enferma, de modo que Cristina, siempre tan encantadora, me preguntó si me pasaba algo. Yo disimulé lo mejor que pude, pero no se quedó muy convencida. El caso es que cuando ya llevábamos un cuarto de hora de esfuerzos y muchas de nosotras ya comenzábamos a sudar, no pude evitar pensar en Rosa y Alicia. Me acordaba de sus cuerpos al ver los de mis compañeras, algo menos desarrollados por ser más jovenes, pero también atractivos, en general. Aquello me produjo morbo, y comencé a obsevarlas con el rabillo del ojo. Mis ojos se distraían viéndolas y yo misma sentía vergüenza al pensar que alguien pudiese notar que las miraba más de lo normal. ¡Qué suplicio! Pero lo peor aún estaba por llegar. Acabó la clase y fuimos a ducharnos. Yo nunca me había fijado mucho en los cuerpos de mis compañeras, sólo lo justo y necesario. Una siempre mira a las demás cuando están desnudas, como queriendo compararse con ellas, y así sentirse superior al ver que se está mejor formada, o bien envidiarlas al ver que ellas son mejores. Esta vez no había nada de eso: las miraba sólo porque de pronto notaba que sus cuerpos mojados, antes por el sudor y ahora por el agua, resultaban deliciosos. Cuando se secaron ya no los encontré tan bonitos, pero al menos me pude calmar un poco, porque ¡qué mal lo había pasado en la ducha! Se me habían ido los ojos demasiado y creo que alguna hasta se había sonreído al ver mi actitud: hubiera querido que me tragara la tierra cuando la vi sonreír de aquella manera irónica. Y sin embargo... no las miraba a ellas, realmente. Era a Rosa y a Alicia a quienes veía a través de ellas, por así decirlo.

Al mediodía también lo pasé fatal, pensando que me las podría encontrar en el comedor. Se me quitaron hasta las ganas de comer, y no paré de echar ojeadas por toda la sala, hasta el punto de que mis amigas se extrañaron, y Miriam dijo que últimamente estaba muy rara. Cristina le dio la razón y se mostró preocupada por mí. Yo me escudé en la típica excusa de los exámenes, pero no sé si acabaron de creérselo. Menos mal que llegó la tarde y pude calmarme. Intenté olvidar todas estas cosas durante la clase de Química y lo conseguí finalmente en la de Historia, que era una de las que más me gustaban. Así pude salir a las cinco de clase con la cabeza puesta en lo que tenía que estar: los exámenes. Fui a la habitación con Marta y Cristina y estuvimos allí charlando un rato. Luego ellas dijeron que se iban al cine, a ver la última de "El señor de los anillos", pero yo paso de ese tipo de pelis, así que les dije que me quedaba durmiendo la siesta y que tenía trabajo que adelantar. Era mentira, pero funcionó: se fueron sin sospechar nada. Yo, que volvía a tener en mente los cuerpos de Rosa y Alicia, y que recordaba la experiencia que me habían hecho vivir unas semanas atrás, decidí arriesgarme y dar una vuelta, a ver si me las encontraba. Llena de nerviosismo,  me puse a caminar por los solitarios pasillos del internado. "¡Qué tonta soy!", pensé. Realmente me veía algo ridícula allí sola, paseando a la deriva y deseando que dos chicas mayores surgiesen de alguna parte para abusar de mí. Después de un rato de búsqueda infructuosa, mi sentido del ridículo se saturó y decidí dejar de hacer el tonto, así que comencé a caminar hacia mi habitación. Pero mira por dónde, cuando giré a la derecha del pasillo principal, para tomar la ruta que llevaba a su habitación, las vi. Estaban justo delante de la puerta, esperándome. Sonrieron al verme y Rosa dijo: -Hola, guapa, qué sorpresa encontrarte por aquí. ¿Andas buscando algo? -No -le respondí muy seria-, simplemente estaba danto una vuelta para relajarme. No puedo estar siempre concentrada estudiando. -Mentirosa -me dijo Alicia con burla-, es evidente que nos buscabas. Si no, ¿qué diablos hacías andando por esta zona del instituto? Querías encontrarte con nosotras, ¿verdad?

Me quedé muda. No sabía qué excusa inventarme. Ella tenía razón, y creo que me puse colorada mientras intentaba encontrar una respuesta. Rosa no me dio tiempo y me ordenó: "Ven aquí". No sabía qué hacer. ¿Iba a obedecerle como una perrita o era mejor largarme de allí corriendo antes de que se aprovechasen de mí? "Vamos, ven", instistió. Finalmente caminé hacia ella, poco a poco y con mucha desconfianza. Alicia abrió la puerta de su habitación y me dijo: "Pasa". Yo me negué: -Ni hablar, no quiero que me hagáis lo mismo que la otra vez. -Otra vez estás mintiendo. Sí que lo quieres. Anda pasa, sabemos qué es lo que te gusta y te lo vamos a dar.

Yo no me moví, pero ellas, al ver que no me decidía, me cogieron por los brazos y me arrastraron literalmente al interior, mientras yo iba gritando tímidamente: "No, no, por favor". Antes de que pudiera reaccionar volví a encontrarme encerrada con ellas en su habitación. Toda mi alma se agitó al darse cuenta de que la cosa ba en serio, y de que ahora ya no había vuelta atrás. A decir verdad, estaba más asustada que excitada. -Vamos, desnúdate -dijo Rosa con autoridad. -¿Es que no lo has oído? -insistió al ver que yo no reaccionaba- ¡Qué te desnudes, niñata, o será peor aún para ti!

El miedo me hizo perder la vergüenza y que quité la ropa hasta quedarme con las bragas y el sujetador. Estaba auténticamente acojonada, como suele decirse. Ellas, en cambio, no paraban de sonreír y se las veía muy distendidas. Rosa estaba de pie, apoyada en la pared y jugando con un llavero. Alicia se había sentado en una silla y me observaba atentamente, con una sonrisa maliciosa dibujada en su cara. -No te quedes así -me dijo Rosa-. Tienes que quitarte las bragas también. Vamos a depilarte. -¿A depilarme? -dije extrañada y asustada. -Sí, tenemos ganas de verte el chochito como es debido. Ya te estás haciendo mayorcita y siempre hay algunos pelillos que molestan a la vista, ¿no crees? -Por favor, no me hagáis esas cosas; me da mucha vergüenza. -¿Por qué? Nadie va a verte depilada, así que te da lo mismo. -¿Cómo que no? ¿Y en las duchas del gimnasio? Mis compañeras pensarán que soy una guarra. -Pues las guarras son ellas por no depilárselo de vez en cuando. Y si te dicen algo les contestas que no tienen por qué mirarte ahí abajo, a menos que sean unas bolleras. -Bueno -dijo Alicia-, ya está bien de hablar. Me muero de ganas por afeitarle la almeja, así que vamos: al lavabo.

Iba a decir que no, pero Alicia se tomó la libertad de agarrarme por el brazo y conducirme al baño, de modo que no pude decir nada. Una vez allí me sacaron las bragas a la fuerza y me hicieron sentarme en el bidé. -Vale -dijo Rosa-, ahora estate quietecita, porque si no te podríamos cortar, ¿entiendes?

Asentí con la cabeza. Estaba a punto de echarme a llorar. Aquello era una humillación muy dura para mí: ¡Que dos tías de tercero me llevasen a su habitación para depilarme la entrepierna...! Sin embargo, también me sentí excitada, y más cuando Alicia comenzó a ponerme la espuma de afeitar. Estaba fría, pero el hecho de que me tocasen ahí abajo me conmovió. No pude evitar lanzar un débil gemido. -¿Te gusta, eh? -me dijo Alicia sonriente- Ya verás, cuando estés depilada aún estarás más a gusto.

La operación se realizó con una frialdad quirúrgica. Ninguna de las tres manifestó la más mínima emoción, a pesar de que todas estábamos disfrutando con aquello, ellas haciéndolo y yo sufriéndolo. Nuestros seis ojos estaban fijos en mi triángulo amoroso, y nadie decía nada ni apartaba la vista de ahí, como si estuviésemos viendo una película de suspense cuando el asesino está a punto de matar al bueno. Por fin, después de unos minutos de pasear las cuchillas por mi concha, los pelos desparecieron, y me aclararon con agua tibia para limpiar los restos de espuma. Qué agradable sensación... Yo me notaba mucho más predispuesta a cualquier acto sexual; en ese momento habría aceptado que me hicieran cualquier cosa, y ellas no desaprovecharon la ocasión.

-Ah, ¿has visto qué bien te ha quedado? -dijo Rosa alegremente- Anda, déjame que acaricie este chochito tan mono.

Lo hizo y yo no pude evitar gemir al notar su mano frotándome. Intenté dar muestras de desagrado, pero lo cierto es que me moría de ganas de que continuase. Ella lo notó y me besó en la boca, de un modo que me gustó bastante. Mi actitud era de total pasividad, pues no me atrevía a mostrarme activa, pero tampoco quería rechazarla. Así estuvimos alrededor de un minuto, hasta que Alicia se cansó de esperar y dijo: -Bueno, tía, vale ya, que yo también quiero un poco. -Pues toma -respondió Rosa apartándose de mí-, es toda tuya. -No, aquí no, vamos a tumbarla en la cama.

Y me llevaron hasta la cama de una de ellas. Entonces Alicia abrió un cajón y sacó unas braguitas. Eran mías, eran las que se había quedado la otra vez. Mientras las sostenía con su mano izquierda, me dijo: -¿Ves, putilla? He conservado tus bragas mojadas y ni un sólo día ha pasado desde entonces en el que no haya pensado en saborear el chocho que las mojó. Pues bien, hoy ha llegado el momento. Te lo vamos a comer hasta que te corras, y no pongas esa cara porque seguro que te vas a correr: en el fondo te gusta, no puedes negarlo, porque ahora mismo también estás algo mojadita.

Sus palabras me ponían a mil, aunque yo hice un esfuerzo sobrehumano para disimular mi excitación y bajé la mirada, como ofendida por lo que decía, pero la humedad me delataba, así que ya podía yo venir poniendo cara de niña buena. Entonces Alicia se acercó a mí, me abrazó, y se pasó un rato besándome en la boca con gran violencia, agitando su lengua junto a la mía, y casi intentando entrar hasta la garganta. Luego me hicieron tumbarme boca arriba y Alicia siguió besándome, mientras Rosa se dedicó a chuparme mi coño recién depilado. -Mmm... qué bueno está -dijo. -Ahora lo probaré yo también -respondió Alicia.

No tardó mucho. En seguida substituyó a su amiga, que pasó entonces a besarme, y me lo chupó de tal manera que ya no pude aguantar más mi calentura. Mis caderas se agitaban sin remedio, y todo mi cuerpo se hallaba poseído por una excitación sexual como jamás había experimentado en mi vida. Quería que aquello no acabase nunca, pero no me daba cuenta de que aún faltaba lo mejor. -Vamos -dijo Alicia incorporándose-, ahora ponte a cuatro patas sobre la cama, que vamos a darte el toque de gracia.

Yo obedecía in rechistar. En cuanto estuve en posición, Alicia se acomodó bajo mis piernas y volvió a lamerme la rajita. Rosa, en cambio puso sus manos en mi culito, y se puso a lamerlo, tanto los glúteos como el agujero. ¡Qué pasada! Notar dos lenguas lamiéndote la entrepierna de esa manera es una sensación divina, que ninguna mujer debería dejar de experimentar, al menos una vez en la vida. Yo ya no pude más y me puse a gemir descontroladamente y a pedirles que siguieran, que me diesen más: -Ah, sí, sí. Vamos, seguid lamiendo a vuestra perrita. Me volvéis loca; no paréis, por favor. -Putilla... -dijo Alicia con un tono que delataba lo caliente que estaba- Ya sabía yo que habías venido a buscarnos. Querías que te hiciéramos esto, y por eso viniste, ¿verdad? -Sí, sí, -admití gritando como una loca- quería ser vuestra y que me utilizáseis como quisiérais. -Pues eso vamos a hacer, y no vamos a parar hasta que te corras, para que tú misma puedas comprobar lo puta que eres.

Dichas estas palabras, que nos calentaron aún más la cabeza, siguieron lamiendo, pero por poco rato. Y es que me resultaba dificilísimo aguantar aquel placer sin llegar al orgasmo, y lo alcancé enseguida. Ellas se dieron cuenta, por la manera que tuve de agitarme y por los gemidos descontrolados que lanzaba, y lo consideraron una gran victoria. -Mírala -dijo Rosa con tono burlón-, no ha podido aguantar ni diez minutos. ¡Cómo se nota qué es lo que le gusta! -Claro que no -añadió Alicia-, se nota a la legua que es una tortillera y que va caliente todo el día. ¿O me equivoco? -No, no -les respondí, cada vez más motivada por las cosas que me decían-, es verdad, tenía muchas ganas de esto y me he pasado todo el día pensando en vosotras. -Así me gusta oírte hablar -me dijo Alicia-. Vamos, guapa, te mereces un besito.

Y entonces me besaron las dos, de un modo muy apasionado, y yo respondí a sus besos. Me sentía muy aliviada después de haber estado aguantando todo el día las ganas de verlas. Pero ahora que ya se me había pasado la excitación, también me sentía algo avergonzada, y quería marcharme. No sé por qué, pero he comprobado que a menudo el sexo que se practica por libertinaje es como una de esas drogas que mientras actúan nos hacen sentirnos bien, pero que luego, al llegar el bajón, nos sumen en un estado de depresión y vergüenza tan lamentable que casi nos arrepentimos del placer anterior. Así que volví a mi nerviosismo inicial, y les pedí permiso para vestirme. Me lo dieron, y Rosa añadió: -Vale, mona, por hoy ya está bien. Te has portado como una niña  buena y no vamos a fastidiarte más. Pero piensa que como te veamos por aquí vamos a agarrarte y hacerte lo que nos venga en gana otra vez, ¿de acuerdo? -De acuerdo -respondí con una sonrisa. -Ja, ja, ja... seguro que vuelves a merodear pronto por nuestra habitación. No importa, estás invitada.

Así acabó el día. Yo volví a mi habitación, donde me tumbé a descansar, mientras mi mente recordaba los agridulces momentos vividos aquella tarde. Poco rato después llegaron Marta y Cristina, que me dijeron que les había gustado la película y que no entendían cómo no había ido con ellas al cine. -Tú te lo has perdido -dijo Marta-. Podrías haber venido en lugar de quedarte aquí aburrida toda la tarde, sin hacer nada. Ya verías lo bien que te lo habrías pasado.

Yo sonreí al escucharla. Me costó muchísimo no echarme a reír, pero al final me controlé y le dije simplemente: -Tienes razón.