Las aventuras de Daniel. Capítulo 6: primera vez

Sexto capítulo de "Las aventuras de Daniel". Carlos tiene otra idea calentorra para juguetear con Daniel, de hecho ambos se calientan tanto que acaban liados entre los árboles después del entrenamiento...

Recomiendo la lectura de los capítulos 1, 2 y 5 de la saga  para conocer a los personajes, aunque como todos los episodios de "Las aventuras de Daniel", puede leerse de forma independiente.

____________________________

Los entrenamientos sexuales con Marcos no habían hecho más que comenzar tras el ejercicio de edging y las siete corridas. Pero como sabéis, no solo empecé a disfrutar del morbo entre hombres con él. Mi mejor amigo, Carlos, también tuvo un papel esencial en mi desarrollo sexual. Hoy os voy a contar una de esas aventuras morbosas que tuve con él en aquellos inicios.

Después de nuestro fugaz encuentro en los vestuarios, no tardamos en quedar para repetir jueguecitos en cuanto nos fue posible. En general, quedábamos en su casa o en la mía, cuando estábamos solos, y nos poníamos alguna porno –gay o hetero, a Carlos le va de todo y a mí me molaba verlo a él– y nos hacíamos una paja juntos, a mano cambiada y con mamadas. Pero tanto por mi parte como por la suya, las pajas y las mamadas comenzaron a sabernos a poco. En lo que a mí respecta, los entrenamientos con Marcos, aunque no eran tan frecuentes como me gustaría, resultaban ser muy intensos, lo que me hacía desear esa misma intensidad con Carlos. En lo que a mi colega respecta, llevaba unos cuantos calentones que no fueron a más con algunas tías de la clase, y hacerse una paja y una mamada conmigo no le llegaba para controlar su lujuria adolescente. Vamos, que estábamos salidos como perros.

Como siempre, Marcos sabía más cosas de la vida –y especialmente del sexo– que yo. Por ello, no le pasó desapercibido mi interés en Carlos. A pesar de que somos mejores amigos desde la infancia, no teníamos esa “necesidad” de vernos tan a menudo. Lo típico, íbamos y volvíamos de clase juntos, quedábamos un par de veces por semana y, como nuestras familias se llevan bien –hasta el punto de que Carlos y yo podemos aparecer en casa del otro sin avisar–. No era raro que hiciéramos alguna fiesta juntos una o dos veces cada mes. Sin embargo, desde aquellas mamadas en los vestuarios, nuestras quedadas pasaron a ser diarias y Marcos, por supuesto, no tardó en fijarse en que, siempre que era posible, íbamos a la casa en la que estaríamos totalmente solos un buen rato. Por ese mismo motivo, un día de noche en mi habitación tuvo una pequeña charla conmigo:

—    Buah tío, que pajote te has marcado –dije a Marcos, que estaba poniéndose el slip y tumbándose a mi lado.

—    Uhm no ha estado nada mal, pero oye, que ya eres todo un experto… ¿ya no te andas frotando con nada por ahí? –preguntó medio burlón.

—    Boh, cállate.

—    Jaja, no te cabrees hombre. Por cierto, ¿cómo le va a Carlos? Hace ya un par de semanas que no coincidimos nada de nada, antes solía pasarse por aquí algún día…

—    Bien, como siempre. Intentando ligar con todas las tías a la desesperada, pero solo consigue buenos calentones, jaja

—    Puto Carlos, voy a tener que incorporarlo a nuestras lecciones para que se espabile…

—    Si se entera de lo que me haces creo que fliparía en colores.

—    Y tanto renacuajo. ¿Y tú qué? ¿No intentas ligar nada?

—    Ehh pues no… es que no me resulta tan fácil como a los que os gustan las chicas, ¿sabes?

—    Bueno, es cuestión de confianza. Es normal que a tu edad te resulte difícil, pero no tengas prisa, que todo llega. Pero alguno te gustará, ¿no?

—    Puesss, puede ser…

—    Suelta…

—    Ummm

—    Sueltaaaa… –me dijo tentador, acercando una mano a mi cadera, preparada para hacerme cosquillas–

—    Que noooo

—    ¡Pues tú te lo has buscado! –dijo, tirándose encima de mí para hacerme cosquillas, recuerdo que estaba muriéndome de risa por dentro, tratando de no hacer ruido para no despertar a nuestros padres.

—    Para, ¡¡para!! –le dije susurrando, quitándomelo de encima.

—    Venga, ahora enserio, a ti te gusta algo Carlos, ¿eh?

—    ¿Qué? –lo cierto es que con el tiempo me fui colando de él, pero en ese momento solo curioseábamos juntos– ¿de dónde sacas eso?

—    A ver, es obvio que estáis todos los días juntos, ¿no estáis coladitos?

—    Ehhh no…

—    ¿Entonces?, ¿a qué viene tanto interés en quedar y estar solos?

Yo estaba sorprendido por la agudeza de Marcos, o tal vez es que nosotros tampoco éramos muy listos y era una cantada lo que hacíamos.

—    Bueno, pues porque nos hacemos pajas y mamadas –dije, poniéndome rojo como un tomate– ese es el misterio…

—    Anda, mira tú qué era… ¿no habéis probado nada más?

—    Pues… no, ¿por? —en ese momento ya estaba lo bastante avergonzado como para contarle a Marcos las distintas situaciones morbosas que fui viviendo con Carlos, los distintos sitios en los que nos besábamos y magreábamos, pero no me había dado cuenta de que, en realidad, se refería a otra cosa…

—    Bueno, como entrenador tuyo —dijo, con cierto retintín— no me importa que juegues con Carlos, experimenta todo lo que quieras, pero sí te voy a prohibir una cosa. No quiero que hagas nada con él que no hayas probado antes conmigo.

—    Bueno, pues…

—    Me imagino que ya se la has comido, aunque todavía no te he enseñado a hacerlo bien, pero eso da igual, ya está hecho. Pero ahora ya lo sabes, no hagas cosas nuevas con él sin haberlas probado conmigo…

—    Pues no sé muy bien a qué te refieres…

—    Pues… —comenzó a decir, susurrando al lado de mi oído— no quiero que folles con él antes que conmigo.

Recuerdo que en ese momento me quedé de piedra. ¿Follar? ¿Con mi hermano? ¿Por qué le molestaría que follase con otros antes que con él? Las cosas que me hizo hacer en los entrenamientos previos solo fueron el comienzo y, en mi inocencia, no me había dado cuenta de la vena dominante de mi hermano. Incluso en ese momento en el que reclamó mi virginidad anal no se me pasó por la cabeza lo que aquello implicaba: mi hermano quería que todas mis primeras veces fueran con él y, si no le dio importancia a lo de las mamadas con Carlos, fue simplemente porque antes no me había hecho la advertencia. No tenía intención de desobedecer a Marcos bajo ningún concepto, me estaba haciendo gozar como nunca y, ahora que tengo muchísima más experiencia sexual, puedo decir que me ha hecho gozar más que la mayoría de los tíos con los que he estado.

Aunque aquel aviso me dejó expectante, mis ganas de jugar con Carlos no fueron a menos. Ya os he dicho que mi amigo es un morboso de tres pares de narices. Siempre se le ocurrían ideas locas y yo lo seguía en todas ellas. Un buen día, charlando por Messenger, me propuso una de esas cosas locas (para los más jovencitos que me leen, no siempre hubo WhatsApp, creo que se inventó más o menos cuando tenía 25…).

Carlos: Dani tío, tas ahí? 😏

Daniel: sep 😊

Carlos: tengo una idea… 😈

Daniel: 🔥🔥 dímela yaaaaa

Carlos: a que no hay huevos a entrenar hoy sin gayumbos 🥚🥚

Daniel: que no? Si te rajas me debes 10€

Carlos: hecho! 😝

Puto cerdo el Carlos , recuerdo haber pensado. Entrenábamos con el uniforme oficial y nuestros pantalones de deporte, como todos los de fútbol por norma general, no llevaban malla. Vamos, que tendríamos nuestros rabos bamboleando de un lado a otro durante el entrenamiento. Es cierto que me daba algo de corte que los demás me vieran así. Es algo imposible de disimular, pero qué cojones. Los entrenamientos los hacíamos sin público y todos en el equipo estaban más que acostumbrados a verme desnudo en el vestuario, incluso el entrenador.

Como mucho, nos ganaríamos unas coñas en los vestuarios que me encargaría de acallar presumiendo de rabo. No faltaba mucho para el entrenamiento, así que me fui a hacer la bolsa. Normalmente me cambiaba allí para no llevar la bolsa muy cargada de ropa y así me volvía a poner la misma ropa de calle después del entrenamiento. De todos modos, metí un par de bóxer limpios para después de la ducha y salí de casa al entrenamiento. Solo eran 15 minutos andando, así que salvo que hiciera mal tiempo, no me llevaban en coche. Carlos también iba andando y normalmente nos encontrábamos por el camino.

Aquel día no fue una excepción, a los 10 minutos de salir de casa me encontré con Carlos, que ya iba vestido con el uniforme y, sin ninguna duda, no llevaba nada debajo…

—    Hey tío —dije, dándole un abrazo.

—    Buenas Dani, oye, ¿me vas a deber el dinero o…? —me dijo, meneando las caderas para hacer todavía más obvio que él estaba cumpliendo su parte.

—    Ya sabes que me cambio en los vestuarios, no pienso darte un duro. La tengo más grande que tú, no tengo ninguna vergüenza en bambolearla —contesté, tocándole el rabo en plan coña, lo que nos hizo reír a ambos.

—    Que mierda tío, en un par de semanas empieza el insti.

—    Pues a mí ya me apetece un poco ver al resto de la pandilla.

—    Y para qué quieres ver al resto, ¿no te llega con verme a mi…? —me dijo picarón.

—    Jaja, pero qué guarro eres tío. Oye, que mañana estaré solo toda la tarde…

—    Ah, ¿sí? —contestó, mirándome fijamente con cara de indiferencia— ¿Y?

—    Ah bueno, pues nada. Llamaré a Lucas —dije con toda la seriedad que pude simular. Lucas era un chico de clase que no estaba integrado en nuestro grupito, pero del que siempre pensamos que era gay.

—    Boh, que ni se te ocurra ¿eh? —respondió.

—    Bueeeeeh, que fácil es picarte colega —dije, tirándome a por él para hacerle cosquillas.

—    Bah, déjame —respondió, zafándose como pudo de mis manos.

El pique tampoco le duró mucho, y para cuando llegamos al campo de fútbol ya se le había pasado del todo, lo cual demostró diciéndome que supervisaría cómo me cambiaba de ropa para asegurarse de que no hacía trampas… lo que quería el muy pillo era ver cómo hacía una especie de striptease para él. También pretendía provocarme, sabía que me ponía exhibirme para él y el morbo de hacerlo con otros maromos alrededor bien podría provocarme un empalme.

Nada más entrar al campo nos dirigimos a los vestuarios. Algunos del equipo ya estaban correteando por ahí. Dentro del vestuario estaban los gemelos, que nos saludaron y siguieron hablando con otros tíos. Carlos y yo nos dirigimos a la zona de las taquillas, él se sentó en los bancos tras guardar su bolsa en un casillero y yo comencé a despelotarme. Carlos se sentó mirando descaradamente para mí. Quería provocarme, pero yo no iba a ser menos. Me quedé desnudo despacio y acerqué mi polla a su cara haciendo como que quería coger algo que estaba detrás de él. Carlos no se movió del sitio, pero cuando me aparté era obvio que le había provocado un buen calentón. Aunque todavía había gente dentro del vestuario, en la sala contigua, Carlos me sujetó la polla y me arrastró hacia él. Me susurró que era un cabronazo y me la empezó a comer. Nada más echó su mano sobre mi manubrio comencé a echar precum como de costumbre. A Carlos le encantaba recogerlo todo y dejar que alguno se le asomase por la comisura de la boca.

A pesar del riesgo disfrutaba de la mamada como un cabrón, que bien me la comía y que bien me recorría el capullo con su lengua, succionando a ratos con fuerza. Me tenía a tope cuando escuchamos un ruido. Carlos se sacó mi rabo de la boca y me tiró los pantalones rápido para que me los pusiera. Me puse nervioso y me vestí como pude de mala manera. Por suerte, nadie entró a nuestra zona y me dio tiempo a bajar el calentón antes de salir al campo. Carlos también tenía una buena tienda de campaña, no me había dado cuenta: mientras me la mamaba estaba con los ojos en blanco. Se le daba cade vez mejor.

Salimos al campo bamboleando nuestros rabos como si nada y nos pusimos en coro con el resto de los compañeros para atender a la explicación de Álvaro, nuestro entrenador. Era un chico joven de veintipocos que estaba en la universidad, creo que estudiaba enfermería y hacía tiempo que se había puesto a entrenar a equipos locales. Era un chico bastante atractivo, lo recuerdo de pelo castaño oscuro ondulado, lo llevaba corto y tenía esa barba descuidada que debía afeitarse una vez a la semana. Tenía una voz agradable y recuerdo perfectamente su pronunciada nuez, que se movía sensualmente en cuanto comenzaba a hablar. Siempre me llamaron la atención los chicos con esa característica. También se notaba que le gustaba el deporte, aunque no estaba mazado de gimnasio, se notaba bajo su uniforme de entrenador un cuerpo fibroso y anchos muslos resultado de las horas de fútbol.

Como nos unimos los últimos al coro se fijó inevitablemente en nosotros y en nuestro paquete. Tanto a Carlos como a mí se nos notaba perfectamente todo el rabo rozándose con el pantalón en contraste con los demás del equipo, a los que se les notaba el típico bulto del calzoncillo. En mi caso se notaba además todo mi capullo, inflado y desprotegido por estar circuncidado. Álvaro hizo como si nada y nos comentó la rutina del día. Empezaríamos dando unas cuantas vueltas al campo trotando para calentar y luego haríamos algunos ejercicios de obstáculos con el balón. Perfecto , pensé. Justo el día que hacíamos la tontería esta nos tocaban ejercicios de que consistían en acelerar y frenar. Aunque al principio me pareció mala idea, la cosa se fue calentando a medida que Carlos y yo no podíamos evitar echarnos miraditas. Además, estaba claro que al resto de gente no le pasó desapercibido nuestro juego. No creo que pensasen nada raro en el sentido sexual, pero claramente pensaban que habíamos tramado alguna tontería entre nosotros.

Nos pusimos al trote uno al lado del otro mientras charlábamos de algún anime que estábamos viendo por entonces, no puedo recordar cual, pero siempre hablábamos de ese tipo de cosas entrenando. Yo no podía dejar de mirar cómo se le bamboleaba todo el paquete, no solo se le notaba el rabo, los huevos también rozaban con la tela del pantalón. Cuando jugábamos en la playa también se nos meneaba toda la caja de herramientas, pero la malla retenía un poco todo el tema. No pude evitar medio empalmarme, así que mis bamboleos eran muy exagerados y Carlos comenzó a mirarme descaradamente y a intentar meterme mano a pesar de que estábamos rodeados de nuestros colegas. Estábamos calentándonos como un par de monos pajilleros salidos y a Carlos también se le estaba empezando a notar el calentón.

—    Venga Dani, vamos a relajarnos un poco que estamos a punto de pasar a los obstáculos y mira cómo vamos… —me dijo señalando nuestros paquetes.

—    Ya te digo, además, Álvaro ya no sabe cómo hacer para evitar mirarnos —de entre todos los que estábamos en el campo, era el único que tenía una buena perspectiva del conjunto. Hoy por hoy sigo creyendo que ningún otro se fijó en nosotros. Desde luego no hubo coñas luego…

Cada cual se puso a pensar en la cosa más horrorosa que se nos ocurrió para bajar el empalme y terminamos el calentamiento poniéndonos en fila delante del comienzo del circuito de obstáculos. Álvaro se nos acercó disimuladamente mientras los más lentos terminaban el calentamiento.

—    Hey chavales… ya sé que se va muy cómodo suelto —dijo, sujetándose disimuladamente el paquete— pero si no podéis controlar los impulsos… como poco cuando haya partido venid con el tema recogidito, ¿va? —terminó su consejo riéndose disimuladamente, seguramente porque nos pusimos rojos como dos tomates.

Carlos y yo nos miramos avergonzados y divertidos a la vez. Intentamos continuar con el entrenamiento como si nada, disimulando lo mejor que podíamos lo bamboleos de nuestro paquete. Disimular era demasiado decir, ya os lo podéis imaginar. Poco había que hacer cuando teníamos que saltar por encima de algo o esquivar los conos acelerando y frenando repentinamente. Tampoco había mucho que disimular cuando teníamos que hacer giros cerrados, empujando todo el paquete hacia un lateral. Carlos era un poco exagerado haciendo determinados movimientos y a veces se le recogía tanto la pata del pantalón que se le asomaba todo. Me estaba aguantando los empalmes todo lo que podía, pero verlo así, sudando, agotado, con el paquete a vueltas protegido solo por esa fina tela deportiva me tenía loco y sabía que él estaba igual conmigo desde la mamada en los vestuarios. Carlos estaba majara y a mí me daba todo igual, me ponía como un burro.

Terminamos el entrenamiento como pudimos y nos fuimos a los vestuarios con la esperanza de que pudiésemos repetir lo de otras tantas veces y quedarnos solos un buen rato. Pero ese día estaban todos un poco charlatanes y había sitio de sobra en las duchas. Sería muy raro que nos quedásemos esperando como dos muermos a que el resto terminasen, sobre todo cuando todo el mundo sabía que éramos un par de desvergonzados en lo que a estar desnudos delante de otra gente se refiere –y más después de aquel entrenamiento a lo salvaje–.

—    Hoy no podemos hacer nada… —dije decepcionado.

—    Uhmm.

Me miró con cara traviesa y lo seguí a las taquillas donde teníamos nuestras bolsas.

—    Tengo una idea tío, vámonos sin ducharnos…

—    ¿Y dónde quieres que…?

—    Nos metemos por el monte de camino a tu casa… allí no nos molestará nadie —dijo, interrumpiendo mi pregunta.

—    Uhm a veces hay gente paseando perros, pero… qué cojones… vamos.

Cogimos nuestras bolsas y nos fuimos sin ducharnos. Los gemelos nos preguntaron qué hacíamos, pero nos deshicimos de ellos con cualquier excusa. Tampoco eran muy cotillas así que realmente no le dieron mayor importancia. Salimos del campo sudados y con los rabos morcillones por la testosterona, el calentón del entrenamiento y las expectativas de lo que estaba por venir. Cuando estábamos cerca de la zona de monte nos metimos por una pista de tierra por la que apenas pasaban coches. Nos cruzamos a un par de personas paseando, pero en cuanto vi que no había nadie a la vista en ninguna dirección, metí mi mano por su pantalón y comencé a masajearle el rabo, que se puso duro nada más ver mis intenciones. Comencé una paja torpe y suave mientras caminábamos, Carlos soplaba por lo bajo y yo alternaba mi mirada entre su cara de gusto y su paquete. Enseguida nos desviamos entre los árboles y comenzamos a besarnos desesperadamente.

Carlos prácticamente me arrancó los pantalones y volvió a meterse mi polla entera en su boca. Se puso de rodillas sobre las hojas y yo apoyé mi espalda al tronco de un árbol, no era el sitio más cómodo pero la mamada estaba mereciendo la pena. Carlos ya se había acostumbrado al tamaño de mi rabo y prácticamente era capaz de metérsela hasta tocar mi pubis con su nariz. Ese día me encargué de hacerle pagar por el calentón sujetándole bien la cabeza contra mi rabo cada vez que se la hundía en su garganta. Cuando no pudo más se incorporó y se lanzó a por mi boca, haciéndome probar el salado sabor de mi pre. Le sequé los lagrimones del esfuerzo y le recompensé devolviéndole el trabajo.

Retiré el prepucio dejando a la vista su glande, que comenzó a inflarse nada más quedar libre. A Carlos le encantaba que jugase con su frenillo, decía que le daba mucho más gusto que el tragar su polla hasta el fondo. Ese día me había puesto muy cachondo y estaba decidido a ir más allá. Mi hermano me había prohibido que follase con nadie antes que con él, pero estaba bastante convencido a que se refería a que no me follasen a mí, no lo contrario. Nunca había tratado esa cuestión con Carlos, pero tampoco quería dejar de subirle el calentón, así que comencé a tantear su ojete con mi índice. Lo empapé un poco de pre, recordando cómo mi hermano lubricaba su rabo con mi jugo, y comencé a frotar alrededor de su ojete. Carlos gruñó un poco, pero, para mi sorpresa, separó sus piernas facilitándome el trabajo.

Su ojete estaba tieso y cerrado a cal y canto, así que empapé bien mi mano con mi pre y lo unté por toda la zona sin dejar de chupar en ningún momento. Carlos me preguntaba qué estaba haciendo, aunque lo sabía muy bien. Logré que relajase un poco el ano si dejar de jugar en círculos con mi índice. Me incorporé sin separar mi mano de su culo y me acerqué a su oreja, mordisqueándosela a ratos:

—    Me has puesto muy cerdo con tu idea de ir a pelo y te las voy a hacer pagar…

—    Ufff ¿cómo cabrón? ¿qué vas a hacerme?

—    Uhm —dije, presionando un poco más en su ojete mientras le comía el cuello— ¿puedo?

—    Ajá… haz lo que quieras conmigo…

Uhm que servicial estaba Carlos ese día… la verdad es que no tenía ninguna experiencia follando y no quería hacerle daño. Tardé más de lo normal en meter el primer dedo y tampoco sabía muy bien qué hacer a continuación. Sabía todo el tema del punto G y tal, pero no sabía donde buscar. Entonces recordé que Marcos solía presionarme la zona del perineo, por lo que probé a masajear en esa dirección desde el interior, arrancándole fuertes jadeos. Acerté, o eso pensaba. En cualquier caso, había dado con un punto de placer. Empapé bien de pre otro dedo e intenté meter dos. Carlos tenía el culo muy apretado, así que tardé un buen rato en hacerlo. Mientras tanto, seguíamos besándonos apasionadamente, mordisqueándonos los labios y tratando de llegar al fondo de nuestras gargantas. Carlos había comenzado a pajearme suavemente, parando únicamente para dejarme coger más pre.

—    Creo que ya puedes intentarlo —me dijo entre jadeos— Quiero notar este rabo —susurró sujetándome la polla con fuerza— dentro de mí.

—    Buff, pero no tengo condones tío.

—    Da igual, yo no he follado con nadie y tú tampoco —no dije nada de Marcos en ese momento, aunque tampoco habíamos follado—, no creo que pase nada…

—    Ufff no puedo más.

Le comí la boca una vez más antes de darle la vuelta y comenzar a frotar mi polla por su culo. Estaba cachondo perdido y no creía que fuera a durar mucho –y de hecho no lo hice–. Situé mi capullo en su ojete y comencé a presionar despacio. Carlos no dejaba de jadear, le preguntaba si le hacía daño, pero no me respondía, así que me lo tomaba como un no. Por suerte, nunca necesité lubricante haciéndolo a pelo, supongo que eso facilitaba bastante las cosas. Cuando tenía medio rabo metido Carlos se hundió el resto, lo que nos arrancó a cada uno un fuerte gemido de placer. Lo agarré por las caderas y comencé un suave mete saca mientras bufaba. Era la primera vez que lo hacía. Eso se notaba muy prieto, era como si todo mi rabo estuviera arropado, siendo ordeñado. Yo debía tener el rabo a mil grados, pero el culo de Carlos estaba todavía más caliente. Eché una mano a su rabo, que estaba más duro que nunca y echaba más precum que de costumbre. Estaba a mil.

Entre susurros me pidió que acelerase. Le hice saber que no duraría mucho si le daba caña y él me respondió que estaba a punto de reventar, que o se meaba o se corría. Yo no tardaría en descubrir esa sensación con Marcos. Empecé con unas embestidas más fuertes, no eran salvajes, no quería hacerle daño y no sabía controlar. Seguía pajeando a Carlos con torpeza mientras aumentaba el ritmo y enseguida note cómo la leche me subía por el tronco.

—    Dani me corro ya… no puedo más tío… buff me coooorooo —comenzó a brotar leche del rabo de Carlos como si fuera una fuente. Mi mano terminó completamente cubierta de lefa. Notaba cómo su culo se contraía en torno a mi polla, apretándola todavía más.

—    Me corro Carlos, la voy a sacar.

—    Qué dices tío, dale ahí, tiene que ser la leche —dijo, hundiendo su culo contra mis caderas, provocándome así la mejor corrida de mi vida.

—    Bufff toma leche tío, vas a estar chorreando toda la noche…

Saqué mi polla chorreando, me fijé cómo se le escurría un poco de mi lefa entre las nalgas. Seguidamente, cogí a Carlos de los hombros y lo giré con suavidad. Carlos me acercó a su cara y me dio el beso más tierno de mi vida. Creo que fue en ese momento cuando comencé a colarme por él, aunque es difícil decirlo. Me tenía loco con sus ocurrencias y los mimos que me daba siempre que nos corríamos juntos. Tras el polvazo que acabábamos de echar estaba especialmente cariñoso, seguramente por haber experimentado algo tan íntimo conmigo. Yo tampoco me quedé atrás, después de limpiarnos y ponernos camino a casa fui dándole mimitos de tanto en cuanto, tras asegurarme de que nadie miraba. Carlos los recibía de buena gana, poniéndose algo rojo en ocasiones. No tardamos en llegar al cruce donde nos separábamos para ir a sendas casas.

—    Dani… me lo he pasado muy bien… —dijo, con la mirada al suelo.

—    Uhm y yo… —respondí, poniéndole mi mano en su barbilla para que me mirase a la cara.

—    Uhmm —dijo, mordisqueándose el labio inferior— tenemos que hablar un día… —dijo a toda velocidad dándome un pico y separándose a trote de mí, dirección a su casa— hablamos luego por el msg, conéctate, ¿eh? —gritó sin girarse, seguramente rojo como un tomate.

Le respondí afirmativamente. El descarad y desvergonzado de Carlos estaba empezando a colarse también de mí y se ponía nervioso. Hice el resto del camino pensando en lo que sentía o dejaba de sentir por él, estaba bastante confundido sobre mis sentimientos, aunque tenía claro que con Carlos me sentía cómodo y que me gustaba estar con él más allá de las pajas y más allá del colegueo. Llegué a casa y saludé a mi padre, que estaba haciendo alguna chapuza en el garaje y me fui a la ducha, caliente de nuevo recordando mi primer polvazo…

____________________________

Estimados lectores y queridos colegas, no os emocionéis demasiado porque haya publicado tan rápido respecto a la sexta entrega de "La mejor etapa de mi vida": este capítulo ya lo tenía escrito de antemano, solo faltaban algunos detalles. Ahora toca pensar en nuevas ideas. Como siempre, espero vuestros comentarios por la plataforma o por e-mail. Un abrazo.