Las aventuras de Daniel. Capítulo 1: Marcos
Primer capítulo de lo que espero que sea una larga saga en la que podamos disfrutar de las aventuras sexuales de Daniel, a quien iremos conociendo desde su adolescencia. Este es mi primer relato, así que agradeceré todo el feedback que me hagáis llegar. ¡Espero "levantar" muchos ánimos por aquí! :P
Me llamo Daniel, tengo 37 años y supe que soy gay desde que comencé a desarrollarme sexualmente. Ahora vivo en Madrid, pero crecí en un pueblo costero de Galicia. Soy profesor y tengo un negocio con mi hermano Marcos, dos años mayor. Se dedica a cosas de tecnología que en verdad no entiendo demasiado, pero se me dan bien los números y le caigo bien a la gente, así que me encargo del papeleo –aunque tenemos gente para la contabilidad, quiere que alguien cercano controle bien los números– y a presentar sus productos mientras él inventa cosas (muy útiles, por si queréis comprarlas… ya me decís).
Me mudé a Madrid cuando comencé la Universidad, porque mis padres tenían un piso allí y… bueno, ya estaba cansado de no poder disfrutar como uno se merecería con 18 añitos… (en realidad me dejaron ir porque estaba mi hermano, siempre tuvieron más miedo a que me pasase algo mientras que a mi hermano lo veían muy independiente… estaba claro que todavía no me habían llegado a conocer del todo bien). Y en Madrid me quedé. Comencé a desarrollarme muy pronto, lo que me llevó a experimentar con mi cuerpo enseguida –a pesar de lo cual tampoco me espabilé demasiado pronto–. Sin embargo, a medida que fui creciendo viví varias experiencias que determinarían mi desarrollo sexual y mi gran pasión por el morbo. Si me paro a pensar un poco en el tema, fui –soy– un vicioso de tres pares de cojones, por lo que he vivido un gran número de experiencias, (casi) todas buenas… ¿queréis saber más…?
Como os iba diciendo, comencé a desarrollarme muy rápido. Soy un chico alto (180) de ojos oscuros y pelo corto negro. No me gusta nada la barba, aunque la he llevado por momentos. Tengo poco vello, el típico hilillo que sube del pubis al ombligo, las axilas y cuatro pelos en las piernas… por mi mejor, así no tengo que depilarme el culo de cada vez. Vuelvo a irme por las ramas. Como decía, comencé a desarrollarme pronto, recuerdo matarme a pajas ya en los primeros campamentos de verano en los que estábamos en esa edad incómoda de cambios. En realidad, tampoco es que aquello se puedan llamar pajas, básicamente frotaba mi (por entonces ya no tan pequeña) polla contra la ropa de cama hasta que me corría. Lo dejaba todo hecho un desastre.
Todo eso estaba muy bien, pero frotarme contra las sábanas no era hacerse una paja, que digamos, como Dios manda. Sí, me desarrollé muy rápido, crecí muy rápido y mi polla se empinaba desde jovencito, pero no sabía cómo darle gusto… y aunque no os lo creáis por eso de que soy un vicioso, era bastante inocentón: no me dio por mirar nada en Internet ni había visto videos porno de peña pajeándose. En el fondo era un inocentón calentorro con un rabo muy grande. Me pasé como cuatro años frotándome contra cosas, es cierto que innové bastante… pasé de frotarme contra las sábanas a frotarme contra la alfombra, el sofá, la esponja… y curiosamente empecé a follar (cojines) antes que a hacerme pajas de verdad… hay que joderse.
De hecho, y aunque siempre me atrajeron los hombres, fuera del entorno más cercano me consideraba un chico tímido (lo que tampoco duró demasiado). A nuestra edad, mis colegas hablaban a diario de las tías que más les empinaban el rabo, presumían de lo grande que lo tenían –estaba convencido que no tenían una tranca como la mía por lo que veía en los vestuarios…– y contaban alguna aventura de fin de semana (que luego me enteraría de que en realidad estaban tan a palo seco como yo) mientras hacían coñas de que yo todavía no había follado.
A mí me gustaban los chicos y lo tenía muy claro, pero no me había atrevido a contarlo todavía –aunque luego mi mejor amigo Carlos me confesaría que él y nuestros colegas los gemelos siempre lo habían pensado, pero que tampoco quería hacerme sentir incómodo–. Mi vida sexual seguía limitándose, con 16 años recién cumplidos, a frotarme contra todo lo que se me ocurriera que pudiera dar gustillo. Además, en casa todos teníamos el rabo circuncidado –siempre pensé que mi padre nos despellejó a mi hermano y a mi porque le daba morbo que nuestras pollas se parecieran a la suya…– así que, en realidad, frotarme contra cosas me daba un placer de tres pares de cojones. Y sí, por aquel entonces seguía sin descubrir las maravillas del porno en Internet y seguía siendo un inocentón.
Por suerte, mi hermano Marcos no tardó en intervenir… Por entonces él acababa de cumplir los 18, todavía no había comenzado la universidad porque de pequeño se retrasó un año en el colegio porque estuvo ingresado en el hospital una temporada y retrasó demasiado las clases. Por mi cojonudo que se hubiera quedado hasta entonces en casa... Aquella primera vez en la que hicimos algo juntos ocurrió una tarde de principios del verano que estábamos solos en casa. Marcos estaba tirado echando la siesta en el salón y yo aproveché a ir a hacerme mis frotamientos de después de la comida a mi habitación. Al entrar, bajé la cortina para que mis vecinos no pudieran verme, emborronando las buenas vistas del mar que teníamos desde nuestra casa. Me quité la camiseta, los pantalones y los calcetines y me coloqué en boxers delante del espejo de pared contemplando mi cuerpo.
Ahora estoy cañón que te cagas, con un cuerpo de gimnasio (aunque no inflado); pero aquel adolescente tampoco tenía nada que envidiarle a su yo actual. Siempre fui un chaval deportista así que estaba bastante fibrado, empezaban a marcárseme unos pectorales no muy inflados, pero bien definidos y, la verdad, era bastante grande para mi edad –consecuencias de desarrollarme pronto–. Con una espalda ancha, hombros fuertes y mi característico hilillo de pelos desde el pubis hasta el ombligo, empecé a acariciarme los pezones, que siempre fueron extremadamente sensibles. Nada más quitar la camiseta ya se me habían erizado con el roce de la ropa. En cuanto les puse algo de saliva y comencé a pellizcarlos ligeramente, mi polla de catorce añero respondió, marcando una ceñida curva en los boxers blancos que llevaba ese día.
Tal y como estaba me acerqué de espaldas a la cama sin apartar los ojos del espejo, me subí al colchón y flexioné mis rodillas, haciendo que mi polla dura y doblada tocase el colchón. Me gustaba intentar ponerla de lado sólo frotando, sin echarle la mano –tal vez por eso nunca se me ocurrió menearla como las personas normales hasta entonces–. Para cuando lo conseguí me puse boca abajo y, sin sacarla del calzoncillo, empecé a frotarme con ganas contra el colchón. Al tener el rabo circuncidado todo el capullo frotaba continuamente todo lo que tenía alrededor, lo que me daba un inmenso placer. Enseguida empecé a gemir y me concentré totalmente en lo que estaba haciendo.
— Ejem…— ¡Hostia! Era mi hermano, estaba tan concentrado que incluso había comenzado a gemir sin darme cuenta… debí despertarlo de la siesta.
— Hostia puta, Ma-Marcos, sal de aquí cojones — Dije medio cabreado mientras me levanté sin mirarlo y fui a coger algo para tapar mis 16cm de empalme.
— Joder Dani, sí que te has hecho mayor eh — Dijo mientras lo escuchaba acercarse — Tío, no te asustes, que somos colegas, a mi también me gusta darme caña — Dijo al tiempo que me agarraba con suavidad por el codo para que dejase de moverme como un pato mareado evitando mirarlo de la vergüenza que tenía.
— Mira Marcos déjame, no le digas nada a pa...— Entonces me giré y lo vi, estaba solo con sus slips naranjas marcando una buena tienda de campaña. Se le notaba todo el capullo y esa zona estaba totalmente mojada de precum. El muy cabrón siempre tuvo un cuerpazo, y con esa cara de ángel (o demonio…), redondita debió haberse tirado a la mitad de las tías del instituto ya por aquel entonces. — ¿Qué haces? — No podía apartar los ojos de ese paquete, como decía antes, yo ya era consciente de que me atraían los tíos y de que las tetas no me provocaban ninguna reacción. Ver algo así con lo cachondo que iba hizo que recuperase totalmente mi erección.
— Bueno, te escuché gemir y me asomé a ver qué cojones estabas haciendo… y te encuentro ahí follándote el colchón y buff — dijo mientras se llevaba la mano a su abultado paquete — Ya que estamos podemos hacernos una paja juntos ¿eh?, siempre me despierto cachondo de las siestas…
Sin decir nada más se quitó el slip, que parecía que estaba a punto de reventar, y dejó su enorme rabo al aire, debía tener ya sus buenos 18cm, aunque lo más impresionante eran esos huevazos, nunca he visto unas pelotas tan grandes y redonditas como las de mi hermano… con ese almacén normal que luego echase semejantes chorros de lefa. Se sentó en la cama sin quitarme ojo de encima, se tiró un buen lapo al rabo, y empezó a meneárselo.
— Oye, ¿qué haces? — Pregunté mientras miraba atontado cómo se frotaba su rabo circuncidado. Se estaba centrando en el capullo, que comenzaba a enrojecerse e hincharse.
— Joder tío, pues una paja o no lo ves. Vente aquí anda, no tengas vergüenza, nos vemos todos los días en el baño, solo me queda vértela dura.
— Es que yo no lo hago así…
— ¿Qué? — Me preguntó frunciendo el entrecejo mientras asomaba una media sonrisa.
— Pues que yo no lo hago así, mira —dije decidido mientras me quitaba el boxer, ya más despreocupado, pensando que iba a enseñarle a mi hermano cómo disfrutar como un campeón…— me pongo encima de la cama y dejo el rabo aquí, luego doblo el cojín…— le explicaba mientras empezaba a moverme empujando con fuerza mis caderas, como si estuviera follando un culito bien abierto…
— Joder Dani —dijo mi hermano empezando a despollarse— no sabía que tenía un hermanito tan salido como yo… eso está muy bien, ¿pero me estás diciendo que nunca te hiciste una paja como yo…?
— Pues… no —le dije avergonzado y poniéndome algo rojo, me senté a su lado tal y como él estaba, espatarrado, y eché mi mano a mi polla, algo más pequeña pero tan gorda como la de Marcos, y empecé a frotar… solo que mi mano no se deslizaba tanto como la suya.
— Dani, así te vas a terminar haciendo daño. Mira, pero si eres una fuente de precum —dijo mientras me sorprendió usando su dedo para extender el abundante líquido preseminal que salía de mi cipote por todo el tronco, la verdad es que siempre fue algo exagerado… si me ponía cachondo en el autobús podía terminar con una mancha en los vaqueros. — Prueba ahora, eso que te sale de ahí sirve para que la mano se deslice por tu rabo… o tu rabo por un coñito. Y si no te llega siempre puedes echar un lapo, como hice antes —añadió mientras volvía a escupirse en su rabo, que empezó a hacer chof chof.
En ese momento, no me atreví a decirle que me gustaban los tíos, al igual que no se lo había contado a ningún colega, tampoco lo había mencionado en casa. Empecé a imitar sus movimientos. Al apretar el tronco empezó a salirme más líquido y también empecé a hacer chof chof sin necesidad de escupitajos. Eso a mi hermano parecía volverle loco, y me fijé que se llevó los dedos con los que me extendió mi abundante jugo por el cipote a su boca, poniendo una cara de vicio mortal. Por mi parte, no podía parar de mirar su capullo, cómo se hinchaba; y cómo sus pelotas se le pegaban al cuerpo del placer que estaba sintiendo.
— Joder Daniel, para el rabo que tienes, no me puedo creer que no te hayas pajeado antes. Parece que voy a tener que enseñarte muchas cosas… pero otro día, papá y mamá están a punto de llegar… vamos a corrernos ya —me dijo mientras me miraba con cara de salido y bufaba.
— Ti-o me voy a correr —me levanté para coger papel, pero Marcos me detuvo.
— ¿Qué haces? Vamos a corrernos a la vez, túmbate y córrete encima… Haz lo que haga yo
Le hice caso y me tumbé con él. Marcos echó un lapo enorme en la palma de su mano y lo extendió por todo su rabo mientras que se magreaba y tiraba de las pelotas con la mano izquierda. Lo imité lo mejor que pude. Entonces empezó a subir el ritmo y a centrarse sobre todo en su capullo. Como los tenemos sin pellejo notamos todo el rato esa intensidad y ese cosquilleo, nos estábamos volviendo locos, gemíamos y sudábamos como dos cerdos y entonces llegó la explosión. Nos corrimos a la vez, mientras mirábamos el placer que sentía el otro, la lefa nos llegó hasta el cuello. Uno, dos, tres… seis trallazos abundantes… Y nos quedamos tumbados, exhaustos, sudados y lefados mientras respirábamos hondo mirando nuestros cuerpos brillantes.
— Joder hermanito —Me dijo con la respiración entrecortada mientras cogía con dos dedos un poco de su lefa y se la comió — Tienes que probar la tuya.
Puse cara rara, nunca se me había ocurrido.
— Venga va, a qué esperas, date prisa o se te escurrirá toda, al rato se pone como agua —Entonces cogió con sus dedos un poco de mi lefa y se la llevó a la boca —Que cabronazo, está más buena que la mía.
— A ver… déjame ver si es cierto.
Cogí con la mano izquierda un chorro de la lefa de mi hermano y con la derecha un chorro de la mía y probé la suya antes…
— ¡Que salada está! —Marcos volvió a despollarse con una cara de vicio que no le había visto nunca, debió volverle loco ver cómo cogía su lefa y me la llevaba con tantas ganas a la boca — La mía tampoco está mal… pero creo que prefiero la tuya… —Dije mientras me acercaba a su pecho y le lamía la que tenía encima de un pezón, parecía que los tenía tan sensibles como yo. No le dije que estaba buena por el morbo, su lefa mezclada con su sudor era un puto manjar.
— Buff para que me haces cosquillas —levantó la cabeza y miró el reloj de mesilla— Joder, vamos rápido a darnos una ducha que están a caer.
Cogimos la ropa que estaba tirada y una muda y fuimos disparados a la ducha… había prisa y nos metimos juntos…