Las aventuras de Cristina. Parte 2
Después de una noche de sexo sin desenfreno, nos quedamos dormidos en casa de Carlos. Su cama tenía ese olor a sexo y sudor que tanto me excitaba. Con tanto ajetreo me quede dormida profundamente, sin saber la hora que era. A la mañana siguiente me desperté con una sensación de entumecimiento...
Después de una noche de sexo sin desenfreno, nos quedamos dormidos en casa de Carlos. Su cama tenía ese olor a sexo y sudor que tanto me excitaba. Con tanto ajetreo me quede dormida profundamente, sin saber la hora que era.
A la mañana siguiente me desperté con una sensación de entumecimiento, no podía moverme. Intenté abrir los ojos pero Carlos me había colocado un antifaz. Mis manos estaban sujetas por encima de mi cabeza con las mismas cintas de la tarde anterior, o al menos, eso parecía.
- Buenos días, chica mala. Me susurró en los oídos.
- Buen día, castigador. Contesté.
- ¿Estas incomoda? Preguntó.
- No, no precisamente. Pero, ¿qué he hecho ahora para que me encuentre en esta situación?
- Oh, nada cielo. Simplemente esta mañana me desperté con ganas de desayunarte. Su voz era melosa y cautivadora.
Nada que ver con el Carlos autoritario que yo conocía. Este parecía más cariñoso que la tarde noche anterior. Comenzó a acariciar mi piel desnuda con la yema de sus dedos. Algo templado resbaló sobre mi ombligo. El aroma a rosas comenzó a invadir la habitación. Supuse que era aceite. Subió sus yemas sobre mis costados y acarició el contorno de mis pechos, soplando sobre el cálido aceite. Aquello me erizaba la piel.
Me gustaba el contacto de sus manos perversas y a la vez tan dulces, tan cálidas, y tan frías también. Esta vez, me estaba preparando para algo mucho mejor que solo sexo. Esta vez cuidaba, besaba y acariciaba mi piel con especial cuidado. Mi entrepierna comenzaba a empaparse, me gustaría pensar que es aceite, pero estaba segura de que era yo.
Besó la parte interna de mis brazos. Deslizó las yemas de sus dedos por las zonas más sensibles de mi cuerpo, los muslos. Y subiendo lentamente, como un depredador juega con su presa, comenzó a jugar con mis labios externos. Los besó, y lamió deleitando el elixir que salía de mi hendidura.
Acarició toda la zona suavemente con las yemas de sus manos. Excitadísima yo, arqueé la espalda inconscientemente como si de una descarga eléctrica estuviésemos hablando. Agarrando las cuerdas que sujetaban mis muñecas, dejé escapar un pequeño gemido, el aprovecho para introducirse dentro de mí. Salía y entraba dentro de mí a su antojo, alternativamente. Cuando estaba fuera, rozaba su glande sobre mis labios y eso es algo que me vuelve loca.
Esta vez, me penetró hasta lo más profundo. Me agarró las caderas y, de un solo golpe, se insertó dentro de mí, haciendo que mi locura por él se agrandase por segundos. Se deslizó por todo mi cuerpo. Me sentí su juguete sexual, aunque me gustaba hubiese preferido tener las manos sueltas. Y, como arte de magia, parecía que me había escuchado estos pensamientos y me soltó sólo una mano. Creí que era suficiente. Ahora podía agarrarle del pelo y tocarle, y lo hice, mientras él seguía con sus embestidas. Se para un momento, me gira 180º y desde atrás, comienza la misma operación. Primero me acaricia suavemente con su glande para luego penetrarme despacio, acariciándome la espalda y los glúteos. Apretando estos y sujetándome bien Me penetra hasta el fondo de mí ser, comienza el bombeo. Empezamos a gemir, el orgasmo estaba cerca. Recogió mi pelo con una mano y con la otra me soltó la cadera. Me sujeté fuertemente con las sábanas. El placer era intenso, como él.
Después de unas cuantas embestidas profundas, acabé por gemir como una loca llegando al orgasmo. Aquel que, había deseado tener en los otros encuentros, asumió el control de la situación. Introdujo un dedo en mi ano, apoyando el resto de su mano entre mis glúteos, y embistió hasta llegar al orgasmo y caer agotado y sudoroso sobre mi espalda. La que después beso y acarició hasta que tuvimos las fuerzas para levantarnos.
Posteriormente tomamos una ducha. El agua calentó cada centímetro. El vapor de la ducha empaño el espejo del lavabo, así que, no pude ver como él se colaba dentro del baño. Acto seguido la mampara se abrió, el agua ya resbalaba sobre mi cara. Carlos decidió acompañarme en la ducha, que ambos necesitábamos.
Escuché la canción “It will rain”. Carlos cantaba en mi oído, casi en susurros la canción de Bruno Mars. Tomó un poco de gel, lo vertió en la palma de su mano y comenzó a frotarme sobre los hombros.
- Cariño, tienes una piel demasiado suave como para no ser pecado. Me pasaría el día atormentándote para sentir tu rubor.
- Cielo, me encantan tus tormentos.
Una risita tonta salió de mí, me encanta como me atormentaba. Me apoyé en los azulejos para que pudiese frotarme bien toda la espalda. En aquel momento el agua y sus manos corrían con desespero por mi espalda y nalgas. Sus manos rozaban con apremio cerca de mi sexo, que subía y bajaba haciendo presión en mi cintura. Sus dedos acariciaban mi piel como si la conociese de siempre. Sus dedos transmitían electricidad sobre mi piel ya encendida. Él lo sabía y yo también, mi boca y mi vagina, ya le reclamaban.
Me dió unas palmadas en el trasero, mientras masturbaba su pene entre mis nalgas. Sus manos hábiles jugaban con mis pezones, me daba pequeños cachecitos en ellos. Una de sus manos abandono mi pecho para frotarme el clítoris. Mi jugo ya resbalaba sobre mis muslos. Su mano levantó una de mis piernas y de una sola embestida me metió su miembro hasta el fondo. Casi me corro de gusto en ese mismo instante. Una de sus manos me sujetaba bien fuerte la pierna, mientras que con la otra tiraba de mi pelo hacia él. Con cada embestida un tirón de pelo. El agua resbalaba sobre mi cara, no podía ver nada, solo sentía a Carlos.
- Si, así no pares. Le dije en un gemido.
- No lo voy a hacer, nena.
Me agarré a la parte superior de la mampara, apoye el pie sobre los raíles de la misma y me sujetó por la cadera. La otra mano seguía tirándome del pelo, embistiéndome cada vez con más fuerza, más adentro, y cuando íbamos a llegar al orgasmo, soltó mi cadera y tapó mi boca y mi nariz. Siguió embistiéndome unos segundos más y, por fin, sentí su glande inflamarse para derramar dentro de mí su semen. Segundos después tuve el orgasmo más intenso de mi vida.
Sacó su pene del interior, noté su semen resbalar por mis piernas, me giré y, con un beso, acabó nuestra sesión matutina.
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