Las aventuras de Carla en una nueva ciudad
Carla se había mudado, a sus 26 años, una nueva oportunidad laboral le hizo tomar la decisión de marcharse y comenzar una relación a distancia con su pareja. La falta de sexo, su mentalidad de perra en celo y su continua provocación, pronto hicieron aflorar sus fantasías más perversas.
Carla se había mudado a una nueva ciudad, a sus 26 años, una nueva oportunidad laboral le hizo tomar la decisión de marcharse y comenzar una relación a distancia con su pareja. La falta de sexo y la emoción ante una vida nueva en un lugar desconocido, pronto hicieron aflorar sus fantasías más perversas.
Físicamente, Carla era una joven con una belleza un tanto exótica; pelirroja, piel blanquita y pecosa en el rostro, labios rosas y carnosos, ojos verdes y ligeramente rasgados… De estatura media, su cuerpo hacia babear a todo el que la veía: piernas delgadas y firmes; un culito redondo y respingón que hipnotizaba y unas tetas naturales muy bien puestas, redonditas, con un escote espectacular y unos pezoncitos rosados que le encantaba marcar bajo sus tops para que todas las miradas se perdieran en ellos… A Carla le encantaba sentirse deseada a todas horas, tenía una sensibilidad sexual muy especial, por no decir que era una cachonda. Le encantaba andar por la calle sin ropa interior para que cada uno de sus pasos hiciera rozar sus labios vaginales, a la par que sus pezones se erizaban… Despertaba miradas lascivas toda ella: su cara continúa de excitación, el movimiento de sus tetas con sus pezones marcados y ese contoneo de caderas que hacía que las cabezas se giraran y las miradas se quedaran atrapadas en su culo. Le ponía cachonda y le encantaba sentir como su coñito ardía y se empapaba, sabiendo que había tanta polla erecta deseando follarla, incluso sabiendo que provocaba que el coño de otras mujeres se mojara tanto como el de ella. Cada día llegaba excitada como una perra a casa y devoraba la polla de su novio hasta dejarla seca, de lo cual él estaba encantado. Sabía que su novia era una guarra a la que le encantaba zorrear con todo el mundo, pero le compensaban las tremendas folladas que le pegaba a diario. Habían llegado a un acuerdo: ella podía empalmar todas las pollas y clítoris que le vinieran en gana, pero la única que se follaría sería la suya.
Ahora, con su novio lejos, todo era más difícil. Seguía saliendo a la calle dispuesta a levantar pasiones, pero al llegar a casa toda mojada no tenía quien le saciara.
El segundo día en su nueva casa, Carla volvía de dar un paseo por las tiendas del centro. Llevaba un pantalón corto y ceñido por arriba del ombligo que le marcaba todo su culito, que asomaba por debajo, y hasta su coño. Arriba llevaba un top blanco de tirantes que abarcaba lo justito para tapar sus tetas y dejar bien marcados sus pezones. Subiendo en el ascensor coincidió con un hombre muy atractivo, de alrededor de 40 años, vestía una camisa, americana y vaqueros; era alto y se notaba que hacia deporte; su imagen imponía y era lo que le faltaba a Carla para llegar a casa desesperada por un orgasmo. Ella no le dirigió la palabra, pero su cara no podía ocultar lo cachonda que le ponía y cayó en su habitual zorreo de miradas. Él tomó la iniciativa y le preguntó si se había mudado al piso de enfrente, ya que la había visto por la ventana el día anterior y sabía que estaba en alquiler. Ella asintió tímidamente y él le pregunto si se llamaba Carla, a lo cual ella respondió sorprendida que sí. Le dijo que no era adivino, pero que el cartero había dejado un paquete para ella en su casa y que si quería pasar a recogerlo. Carla estaba cachondísima, durante el minuto que pasó en el ascensor con ese hombre no paró de imaginar todas las posturas en las que podría follárselo en ese metro cuadrado y en todos las partes de su cuerpo donde su polla podría correrse. Sin embargo, no quería ponerle los cuernos a su novio. Al menos no tan pronto. Él la invito a pasar, pero ella le dijo que tenía prisa y que le esperaba en la puerta.
Al llegar a casa y abrir el paquete, Carla encontró una nota de su novio que decía:
“Mi amor, imagino lo difícil que estará siendo para ti llegar a casa y no tener una polla cerca que llevarte a la boca. Con lo zorra que eres, seguro que ya has salido a la calle a pasearte como una perra en celo y ahora mismo tienes hasta los muslos mojados. Espero que este regalito te ayude a apagar un poco tu fuego, porque ya sé que del todo es imposible. Te amo, putita. No olvides grabarte y enseñarme como te corres”
En la caja venía un consolador de cristal, enorme, durísimo y precioso. Carla no veía el momento de metérselo entero, pero le gustaba tanto esa sensación de excitación, que decidió prepararse un baño de sales y espuma, ponerse música erótica y abrirse un buen vino, para así dar rienda suelta a sus pensamientos y alargar al máximo el ardor que sentía dentro. Una vez en la bañera, comenzó a acariciarse las tetas lentamente, pellizcándose los pezones hasta sentir ese ligero dolor que tanto le pervertía, bajando por su cintura, acariciando su ombligo y hundiendo sus manos entre su coño. Quería pensar en su novio, pero no se quitaba de la cabeza la voz grave de su vecino, el calor que desprendía su cuerpo en el ascensor, imaginar cómo tendría la polla… Bebió un sorbo de vino y apoyó la copa sobre su clítoris, jugando a rozarla con él mientras con la otra mano manoseaba sus tetas imaginando que eran las manos de su vecino quien lo hacían. Joder, aun no sabía su nombre y ya había fantaseado hasta con el sabor de sus corridas.
Tras un buen rato, en el que se autocastigó varias veces para no llegar al orgasmo, salió de la bañera y decidió obedecer las órdenes de su novio. Le gustaba provocar, pero aún más le encantaba ser una perrita obediente. Su novio le había ordenado grabarse y enseñarle como disfrutaba de su regalo, pero decidió que no sólo él sería quien disfrutara del momento. Recordó que su vecino le había dicho que le había visto por la ventaba, así que decidió mover el sofá delante de la misma, para que él también pudiera disfrutara del espectáculo. La abrió, puso el móvil a grabar y se reclinó sobre el sofá, vistiendo solo una pequeña toalla, dejando la caja del regalo junto a ella. Comenzó a untarse aceite por las piernas de manera muy sensual. Poco a poco fue subiendo hasta abrir un poco la toalla y dejar su coño depiladito a la vista. Empezó a ponerse aceite por los brazos, subiendo hasta su pecho. Con un ligero movimiento, hizo que su toalla se abriera y empezó a restregarse las tetas y llenarlas de aceite, haciendo que relucieran y resbalaran tanto que pudo evitar soltar un gemido mientras pellizcaba, estaba vez más fuerte, sus pezones. Volvió a gemir, esta vez más fuerte. Deseaba que su vecino la escuchará y se masturbará mirándola desde el otro lado de la ventana. Abrió la caja y sacó el consolador. Debía medir por lo menos 20cm. La boca se le hizo agua y lo llevo a sus labios, abriéndolos ligeramente y sacando su lengua para llenarlo de saliva. Poco a poco se lo fue metiendo entero en la boca, quería que su vecino imaginara que era su polla la que estaba mamando. Cada vez se emocionaba más, aumentaba la velocidad en la que ese falo entraba y salía de su boca, se le caía la baba por la comisura de los labios y mojaba sus tetas. Casi no podía aguantar más y aún no se lo había metido en el coño. Había llegado el momento. Lo llevo todo empapado a su rajita y comenzó a acariciarla con la punta. No podía parar de gemir, cada vez más fuerte. Menudo espectáculo estaba dando ella sola. Su novio iba a flipar viendo el video y ojala que su vecino ya lo estuviera haciendo. Jugó un rato con su clítoris y lo acerco a su agujerito. Quería alargar el juego, pero no podía más, iba a reventar. Así que de golpe, se lo metió todo de una en el coño. Joder, que grande era. Soltó un gemido super fuerte, su espalda se arqueó provocando un movimiento muy sensual en su cuerpo. Con la mano que le quedaba libre no paraba de estrujar sus tetas, se iba a arrancar los pezones a ella misma. El orgasmo no tardó en llegar, no pudo reprimirse más, pero tampoco quería acabar nunca. Apoyo el consolador en el sofá y, dando la espalda a la ventana, ofreciendo unas vistas espectaculares de su culo, se sentó sobre él y empezó a follárselo como si le fuera la vida el ello. Se corrió varias veces, su flujo caía a chorros por la base del consolador y formó un charco en el sofá. Continuó hasta no poder más, respiró unos minutos exhausta y exhibiendo su despampanante cuerpo tumbado. Apagó el video y se fue a la cama, con una sonrisa de satisfacción y el coño aun chorreando.
Este ha sido mi primer relato. Si os ha gustado y queréis seguir conociendo las aventuras que le esperan a Carla, no tenéis más que decirlo.