Las aven. de Daniel. Capítulo 3: Marcos me entrena

Tercer capítulo de "Las aventuras de Daniel". En esta ocasión, Daniel nos relata el primero de los entrenamientos sexuales con Marcos, su hermano mayor. En dos días estarán totalmente solos en casa y Marcos ya ha decidido por dónde empezar...

Supongo que recordáis la pillada de mi hermano mientras me frotaba contra el colchón y el pajote que nos marcamos juntos aquel día. Me estoy empalmado de nuevo solo de recordar aquella experiencia. El tema, es que desde entonces mi hermano se proclamó mi “entrenador sexual personal”. Yo lo acepté y no me quejé nunca de todo lo que me hizo pasar. Sorprendido porque en la vida me había pajeado con anterioridad, tomó la decisión de enseñarle a su hermanito todo sobre el placer individual y el mutuo entre dos hombres. Recuerdo perfectamente aquella conversación en la ducha después del pajote…

—    Vamos a meternos juntos o van a pillar a uno de los dos apestando a lefa —dijo Marcos, abriendo el grifo de la ducha, comprobando de tanto en tanto la temperatura del agua. Aún tenía el rabo gordo del pajote que nos acabábamos de hacer.

—    Quiero repetir esto. No sé cómo no se me había ocurrido antes. Es que soy tonto macho.

—    Jaja tonto no sé, pero la madre que te parió, renacuajo, ¿desde qué edad se te empina? Te has pasado todo este tiempo frotándote contra cosas. Lo que te has perdido.

—    ¡Cállate!, al menos tengo más aguante que tú… yo ya llevaba un rato frotándome y tú acababas de ponerte cachondo cuando empezaste a darle —dije orgulloso, pero poniéndome algo colorado.

—    Que se me rebela el renacuajo este —dijo, cogiéndome por la cintura para colocarme sobre sus hombros y metiéndome a la ducha, menos mal que en casa todo era a lo grande— A mí no me repliques, Dani, o te tendré que castigar —añadió, dándome una palmada en el culo.

—    ¡Ay! Cabrón, ¡bájame!, nos vamos a matar.

—    Shhh, que no me repliques —otra cachetada antes de dejarme en el plato de ducha.

Entre risas, empezamos a lavarnos la cabeza y el cuerpo. Se nos puso morcillona de nuevo con tanto jueguecito. Mi hermano tenía un físico espectacular. Esos dos años de diferencia se hacían notar en su musculatura. Repasé su cuerpo comenzando por esos pies morenos, con la marca de las sandalias y cuatro pelos en el empeine. Las pantorrillas bien definidas, sus gemelos se activaban tan solo con un ligero movimiento de pies, demostrando las largas horas de ejercicio que han soportado y preparados para aguantar lo que sea. Una capa de vello no muy oscuro cubría sus piernas y se acercaba hacia sus ingles, pasando por unos musculados cuádriceps y muslos en tensión con solo estar en pie.

Posé mis ojos sobre su paquete. Que paquete. Nunca había visto unas pelotas tan grandes, tenían la cantidad de pelo justa y llevaba el pubis recortado. Lo recortaba mejor que yo, recuerdo haber pensado que tenía que pedirle ayuda –y así lo hice en algún momento–. Nuestras pollas eran muy parecidas, la suya algo más larga, aunque le superaría con la edad. De alguna forma tenía que compensar esa diferencia en las pelotas. Siguiendo el hilillo de pelos que salía del pubis se encontraba un abdomen bien formado, ahora brillante por el jabón y el agua, que hacía surcos en torno a sus abdominales. Su torso estaba culminado por dos gruesos pectorales, bien definidos y con una atractiva capa de vello liso que terminaba por rodearle las aureolas de los pezones, tan sensibles como los míos, a punto de reventar por el mero contacto del agua –y de mis observadores ojos–. A cada lado se apoyaban unos brazos fuertes que últimamente se veían muy definidos, seguramente porque le había dado por practicar escalada, lo que también le estaba dejando unas manos más bien grandes y fuertes. Cuando se empezó a enjabonar la cabeza no pude evitar fijarme en esos brazos y en esas axilas. Estaba cansado de ver desnudo a mi hermano, pero nunca lo había juzgado de forma tan sexualizada. Inconscientemente acerqué mi cabeza a su sobaco…

—    Uhm ¿qué haces? Ya sé que te gustó mi lefa, pero ya me la he quitado toda… —dijo sin apartarse.

—    Eh nada, estaba pensando… nada, da igual… que me lo he pasado muy bien y tal, pero… somos hermanos y tal…

—    ¿Y? —me dijo, empujándome a terminar la fase.

—    Pues que no sé, que esto no debe estar bien.

—    ¿Tú te lo has pasado bien?

—    Sí, pero no es eso lo que quiero decir…

—    Daniel, no te preocupes tanto. Además —añadió, agarrándome el rabo, que se puso duro al instante— no puedes ignorar esto. Hasta ahora en tu vida ya has hecho dos cosas mal, una de ellas también la he hecho mal yo. La primera, no has hecho nada con tu cuerpo. Ni pajas. La segunda, que no hayas hecho nada conmigo. Ahí también he fallado yo. Pero a partir de ahora nos lo pasaremos muy bien. Tengo mucho que enseñarte…

—    ¿Cómo qué? Ahora ya sé hacerme pajas. Podemos hacerlas juntos y tal, pero… ¿qué más hay?

—    Bendita inocencia. Mira, a partir de ahora me voy a convertir en tu entrenador sexual. Si aceptas, tendrás que hacer lo que yo te diga. Si no, no volveremos a hacernos ningún pajote juntos.

Que capullo, me tenía agarrado de las pelotas en todos los sentidos de la expresión –me seguía agarrando el rabo mientras me hacía la proposición–. No podía negarme, quería repetir aquello a diario. A todas horas. A pesar de mis dudas por ser familia, lo cierto es que mi hermano me ponía cachondo. Y después de haber roto el candado que reprimía esa atracción, ya no tenía nada que perder.

—    ¿Disfrutaré tanto como hoy? –le pregunté, sensual, agarrando su rabo, que también reaccionó al momento.

—    No. —dijo, añadiendo presión— Disfrutarás más y más cada vez. Pero tendrás que hacerme caso en todo. Si no cumples, lo dejamos.

Todavía no sé cómo de enserio iba aquella advertencia. La situación era, desde otro punto de vista, algo cómica. Dos tíos fuertes en la ducha agarrándose las pollas uno al otro como si fueran un palo para tirarle a un perro, haciéndose proposiciones de pajas placenteras. No sabía dónde me estaba metiendo, pero tardé mucho tiempo en volver a disfrutar tanto como en los entrenamientos de Marcos.

—    Acepto. Pero tienes que saber algo antes…

—    ¿Uhm?

—    Pues que a mí… a mí me gus… —joder, era la primera vez que salía del armario. Me estaba atragantando— que me gustan los tíos —dije como una cotorra.

—    Ya lo sé. Tranquilo. Si a mí me va de todo —comentó como si nada.

Y, como si lo hubiéramos planeado, le dimos un meneo al rabo del otro cual choque de manos. Enseguida, mi hermano me abrazó para calmarme, estaba temblando de los nervios, no por lo que me haría en los entrenos, sino porque no me esperaba una reacción tan normal por confesarle mi homosexualidad. Era obvio que me ponía cachondo, y siendo gay, eso siempre puede levantar ampollas entre los colegas. Pero con él no fue así –a ver, estaba claro que yo también lo ponía cachondo a él, y, además, es bisexual, pero también acababa de enterarme–.

El trato se había cerrado y yo por fin había salido del armario con mi hermano. Terminamos de ducharnos mientras hablábamos de banalidades y fuimos corriendo a recoger mi habitación y el salón, donde Marcos dejó tirada toda la ropa de echarse allí la siesta. Enseguida llegaron mamá y papá, nos preguntaron qué tal nos iba la tarde y que, si no habíamos merendado que nos aguantásemos, que habían encargado algo para cenar y llegaría en media hora. Yo aproveché para ir a jugar unas partidas a la consola mientras mi hermano se cogió un libro, tumbándose a mi lado a leer.

El resto del día pasó sin más y a la noche me fui a la habitación, quedándome solo en boxers –en esta ocasión naranjas– y sobándome un poco mientras pensaba en todo lo que me había pasado esa tarde. Estaba claro que iba a caer otro pajazo, mi segundo pajazo. En cuanto se me puso morcillona, me quité el calzoncillo. ¿No os dije ya que soy una fuente de precum? No quería ponerlo perdido recién puesto hacía pocas horas. Repartí el abundante jugo por el tronco y comencé a bombear despacio. Ufff, sí que me había perdido cosas.

Escuché pasos, y me metí en cama rápidamente para disimular el empalme, por si era alguno de mis padres. Marcos abrió la puerta en silencio y la cerró al entrar. Llevaba solo unos pantalones deportivos por encima de los slips –él no usaba otro tipo de ropa interior desde hacía años–.

—    Renacuajo, ¿a qué andas? —dijo entre susurros.

—    Nada, vente y verás… —le dije destapándome para que viera todo el espectáculo, ansioso por repetir el pajote con mi hermano, que enseguida llevó su mano a su abultado paquete, al tiempo que negaba con la cabeza.

—    Nai nai, nada de eso renacuajo. ¿Recuerdas el trato? Tienes que hacer todo lo que yo te diga…

—    Sí, sí… ¿qué quieres que haga, entrenador? —añadí en tono juguetón, pesando que simplemente quería calentarme más con ese tema de entrenarme.

—    Dentro de dos días tendremos la casa solo para nosotros, no quiero que te corras hasta entonces, ¿entendido?

—    ¿¡Que!? —le pregunté sorprendido. ¿No correrme? ¿En dos días? Vale, que acababa de descubrir las pajas ese día, pero me corría mínimo un par de veces al día. Además, me acababa de pillar cachondo.

—    Lo que has oído, salidillo. Venga, ponte los calzones, que hoy no te vas a seguir tocando… ni mañana. Y no hagas trampa, lo sabré. He visto cuánto te has corrido hoy. En dos días será todavía más abundante… a no ser que me mientas.

—    Joder macho —resignado, me levanté a ponerme los boxers naranjas. Antes de ponérmelos, mi hermano cogió mi precum con sus dedos y se lo llevó a la boca. Que hijo de puta. No me dejaba tocarme y me ponía cerdo.

—    Es que, si no, vas a poner perdidos los gayumbos… —respondió con picardía a mi cara de incredulidad. No estaba cabreado –tampoco estaba muy contento–, pero me acababa de cortar el rollo. ¡Justo al terminar de descubrir las pajas!

—    ¿Querías algo más? —dije medio enfurruñado.

—    Jaja, no te piques Dani. Enserio, lo vas a gozar, pero tienes que aguantar.

Dicho lo cual, se metió en mi cama, indicándome que me pusiera a su lado. Eso ya era algo más normal, antes de las pajas familiares ya teníamos mucha confianza y venía a menudo de noche a charlar conmigo de nuestras cosas. A nuestros padres les encantaba esa relación fraternal, así que no nos molestaban aún que quedásemos charlando hasta las tantas. Yo le contaba mis penas y él las suyas. En varias ocasiones intentó tirarme de la lengua sobre qué tías me gustaban, contándome él algunas de sus aventuras. Desde entonces, no volví a irme por las ramas evitando el tema, era una gozada poder hablar con total libertad.

El día siguiente pasó sin pena ni gloria, soportando la “dura” orden de mi hermano de no correrme. No tenía recuerdos de cuando había pasado un día sin correrme con anterioridad. Para todo hay una primera vez… Finalmente, llegó el ansiado día del entreno. Dichoso entreno, ¿qué querrá hacerme? Pensaba continuamente. Mi madre tenía que ir a casa de su hermana, se pasaría allí un par de días para ayudarla un poco con nuestro primito pequeño, que había nacido hacía 4 meses. A ella se le habían terminado los permisos de trabajo y su marido tenía un viaje de trabajo estos días, así que pidió socorro a mi madre, que justo comenzaba sus vacaciones. Por su parte, mi padre tenía unas jornadas de presentaciones en el curro, por lo que tenía que ir hasta Madrid y, para no volver cansado, se pilló una noche de hotel en la capital. Vamos, que quedamos solos mi entrenador y yo todo el día.

Lo cierto es que estaba nervioso. ¿En qué consistirían los dichosos entrenos? ¿Podré correrme al fin? ¿Por qué me hizo prometerme que no me negaría a nada de lo que me pidiera? Por la mañana fuimos los dos a entrenar como si nada. Le pregunté por el tema, y me respondió algo así como joder con el renacuajo salido, que ya quiere pasárselo bien nada más despertar jaja, tendrás que esperar a después de comer. Esperar, ¿todavía más? Ufffffffff

—    Bueno, Dani, ya se terminó la espera —dijo, entrando en mi habitación— RELÁJATE TORO —añadió al ver que me ponía de pie como si fuera a correr los 50 metros libres— anda ven conmigo, vamos a mi habitación…

Fui detrás suya en silencio, demasiado nervioso para decir nada. Entrar en la habitación no me tranquilizó en absoluto. Mi hermano había rapiñado por ahí unas cuantas cuerdas, un antifaz y un lubricante. También dispuso una silla de madera de la cocina en el centro del cuarto.

—    Bueno renacuajo, necesito que confíes en mí. Hey, tranquilo, que no te voy a hacer nada chungo. Te va a gustar, ya lo verás. Quítate la ropa.

Me quedé paralizado por la impresión, seguía sin entender qué iba a pasar y Marcos no ofrecía ningún tipo de explicación.

—    Vamos, quítate todo, hasta los gayumbos —ordenó al tiempo que comenzó de desvestirse hasta quedarse en slips. Ese día los llevaba negros.

—    Venga, va tío, confío en ti…

Lentamente empecé a quitarme la ropa. A pesar de todo, ya estaba empalmado. Primero, me quité la camiseta. Mis pezones estaban erizados y Marcos se acercó para acariciarlos. Luego, comencé a bajarme el pantalón corto que llevaba ese día, revelando el empalme que estaba tratando de disimular. Marcos miró hacia abajo un instante, levantando despacio la mirada. Cuando cruzó sus ojos con los míos, sonrió con picardía al tiempo que subía y bajaba las cejas. Se me adelantó y él mismo se agachó para retirarme los boxers. Ese día eran verdes y ya estaban mojados de precum.

—    No sé para qué traje el lubricante… me olvidé de que contigo no hacen falta esas mierdas… de hecho, podemos empaquetar tu jugo y venderlo como lubricante 100% natural. Joder de dónde saldrá tanto…

Apenas alcancé a echar una risa nerviosa mientras me echaba mi mano a la polla. Enseguida me la retiró.

—    Nada de eso renacuajo, por ahora, solo te la puedo tocar yo… Bien, ahora que estás desnudo, siéntate. Pon las manos por detrás de la silla. Voy a atarte.

—    ¿Atarme?

—    Sí, voy a atarte, para que no tengas la tentación de tocarte. Venga, siéntate.

Le hice caso ciegamente. Me senté desnudo sobre la silla con mi polla mirando al techo. Eché mis manos hacia atrás y Marcos hizo enseguida un nudo del que no podría soltarme con facilidad.

—    Separa las piernas un poco más, pon cada pie al lado de una de las patas de la silla… Así. También te voy a atar los pies. Tranquiiiilo —me dijo, evitando que me levantase de los nervios— Te he dicho que vas a disfrutar. Pero llegará un momento en el que empezarás a menearte demasiado y necesito que te estés quieto sentado.

Para tranquilizarme, volvió a coger precum de mi fuente y se la llevó a la boca. Después de hacerlo, acercó su lengua y recogió la que me estaba escurriendo por los huevos. Un corrientazo me cruzó desde el culo hasta el cuello. ¿Cómo podía estar tan rico que te pasasen la lengua por las pelotas? Distraído, mi hermano aprovechó para realizar sendos nudos en mis pies. Atado, medio inmóvil, indefenso. A merced de mi hermano y su lujuriosa mirada.

—    Por último, te taparé los ojos hasta el último momento. Te los descubriré para cuando te deje correrte. Espero que no hayas incumplido y no te hayas corrido.

—    No lo hice, tengo los huevos a reventar. Antes me corría un par de veces al día…sin falta.

—    Vaya vaya con el Dani, y parecía tonto con esto de que no se había hecho una paja… Bien, así, ¿cuántos dedos ves? —me preguntó, poniéndome su polla delante de la cara según me dijo luego— Vale. Hasta que te corras, solo podrás decir “viene”, cuando notes que empieza a subirte la leche, ¿vale? No quiero que digas absolutamente nada desde ahora.

Dicho y hecho, me quedé en silencio. No veía nada, me concentré en lo que podía sentir, en lo que podía escuchar. Mi hermano se estaba alejando, cerró la puerta de la habitación. Más pasos. Abrió la ventana. Más pasos. Se puso detrás. Con sus manos comenzó a acariciarme el pectoral. De aquella no lo tenía tan musculado como él. Los dos años de diferencia se hacían notar. Pero comenzaba a tener volumen y estaban algo definidos. Mucho más que cualquiera de mis colegas y que muchos de los mayores. Enseguida llegó a mis pezones, que pellizcó primero despacio, dando luego un par de tirones sin piedad, robándome un suspiro con cada tirón. Así confirmé que los suspiros no contaban como hablar.

Más pasos. Se puso delante. Creo que se agachó o se sentó entre mis piernas, que comenzó a acariciar desde los gemelos hasta los muslos, donde se detuvo un rato a la vez que volvía a coger con su lengua más precum.

—    Uhm que puto manjar Dani. Hoy solo te estoy tentando, pero no toca la lección de las mamadas. Pero cuando llegue… como la voy a disfrutar.

¿Qué? ¿Mamadas? No podía creer lo que estaba oyendo. Pensé que me estaba viniendo solo con la emoción. Me recompuse enseguida, volviendo a concentrarme en las sensaciones. Marcos comenzó a acariciarme los huevos con suavidad. Utilizando únicamente las yemas de los dedos comenzó a palparlos, sin dejar un solo milímetro sin comprobar. Cuando terminó con la revisión testicular, me los agarró haciendo un aro con los dedos, comenzando a tirar despacio en dirección contraria a mi cuerpo. Con el rabo circuncidado, ese gesto hizo que comenzase a notar cierta tensión en el tronco del rabo, especialmente en la zona donde termina el glande y comienza el tronco. Despacio y sin prisas fue aumentando la intensidad de los tirones. Los huevos comenzaron a molestarme, pero recordé que no podía decir nada. Tenía que fiarme de mi entrenador.

Relajó la tensión solo para volver al mismo punto de golpe. Repitiendo el proceso continuamente, mi rabo empezó a moverse rítmicamente hacia delante y hacia atrás, rebotando contra mi abdomen, salpicándome de precum. Notaba cómo se me había humedecido todo el capullo y como se me escurría el precum hacia los huevos, inundando la mano de mi hermano, que sin duda se daría luego otro atracón para limpiarse. Sin previo aviso, Marcos empezó a dar tirones rápidos y fuertes. En cada tirón mis pelotas parecían estar a punto de ser arrancadas, pero aguanté. En verdad, cuanto más brusco más cachondo me ponía. Con lo apacible que es Marcos en el día a día. Menudo vicio escondía dentro.

Pum Pum Pum Pum, hacía mi rabo cada más más rápido, cada vez más fuerte, contra mi abdomen. Marcos colocó una mano delante del rabo, haciendo que también chocase con sus nudillos en el camino de ida. Pum Pum Pum Pum. Me estaba volviendo loco, me iba a correr solo con tirones en los huevos. Mi perineo comenzó a cosquillear. Viene , atiné a decir. Marcos paró de repente.

—    Tu primera lección, hermanito, es el edging. Entenderás a qué me refiero enseguida.

Tras unos pocos segundos, pasado el riesgo de corrida. Echó mano a mi enrojecido falo, comenzando una suave paja que recorría todo mi tronco hasta salir por el capullo para volver a entrar desde el aire. Poco a poco, fue aumentando la velocidad. Mi capullo se hinchaba, chorreando precum. Nunca había echado tanto hasta ese momento. Otra vez el cosquilleo. Viene. Otra parada, pude contar 30 segundos. Volvió a colocar su mano sobre mi polla, empezando a pajearla a toda velocidad, pero solo en el tronco, sin llegar a tocar el capullo, que notaba cada vez más hinchado. Marcos tenía que apretar con bastante fuerza mi nabo. Con todo ese precum, era difícil que no se le escurriera.

En esta ocasión aguanté bastante más. Sin estimular el capullo, uno puede estar mucho rato dándole. Aun así, a los pocos minutos tuve que volver a avisar. Viene . Esta vez no paró. Viene . Viene . Se detuvo de golpe, tirando fuerte de mis pelotas hacia abajo, aplastándolas contra la silla. Logré contener la corrida.

—    Bien campeón, eso es, ya lo vas pillando. Tranquilo, enseguida te dejaré vaciar. Pero hasta que te diga que te voy a dejar, tienes que hacer como ahora. Aguanta.

Afirmé con la cabeza, ya me había acostumbrado a no hacer nada. ¿Cuánto tiempo llevaríamos? Marcos puso la palma de su mano sobre mi capullo, dio un par de vueltas para empaparla bien de mi jugo y comenzó a pulirme la cabeza como con el taco a un palo de billar, apretando cada vez más, aumentando la velocidad. A ratos se detenía, antes de que le avisara, solo para volver con más fuerza. Viene . Treinta segundos. Esta vez puso las yemas de sus dedos sobre mi cabeza, mientras que me masajeaba los huevos con la mano que tenía libre. Acostumbrado a algo más intenso, conseguí aguantar más. Sin embargo, estaba muy excitado, a pesar de la suavidad con la que recorría mi capullo y lo que quedaba de “frenillo” –quién esté familiarizado con las pollas sin pellejo me entenderá–, comencé a notar un leve cosquilleo que subía por mis testículos, sin pausa. Siempre me había corrido aumentando la intensidad, nunca haciéndome movimientos delicados. Que gozada.

Viene .

—    Bien hecho campeón. Atiende ahora. Ya puedes correrte, no me avises. Aunque estés a punto, tal vez aparte la mano o tal vez no. Ahora es cosa tuya hacer por aguantar o dejarte ir…

Lancé un soplido a modo de respuesta. Volvió a pasar su lengua por mis huevos, recogiendo más jugo. Puso sus dedos sobre mi boca. La abrí, comencé a chuparlos con delicadeza. Los retiró y acercó sus labios, llenos de mi precum, me besó con suavidad acariciándome la cabeza.

—    Vas bien renacuajo. Sigue así y en este ejercicio tendrás un 10 y una sorpresa.

Se acercaba la traca final. Mi hermano colocó las dos manos sobre mi polla y empezó a meneármela con fuerza. Si seguía así 10 segundos más acabaría por correrme. Estaba demasiado cachondo y comencé a gemir del placer. El capullo me ardía, estaba muy sensible, como cuando terminas de pajearte. Se detuvo y me quitó el antifaz. Me miró con unos ojos cargados de pasión, ya no tenía el slip y su polla estaba palpitando solo con ver lo que le estaba haciendo a su hermano menor. Sin retirar su mirada de la mía, repitió lo mismo. Cerré los ojos, echando mi cabeza hacia atrás. Marcos se incorporó un poco sin detenerse para besarme sobre los pezones. Estaba intentando aguantar la eyaculación, quería que eso durase un poco más. Cinco segundos. Diez. Quince. No podía más, estaba sudando, mi pectoral se estaba ruborizando por la excitación. Marcos volvió a agacharse, observando atentamente mi rabo. Lancé un grito de placer, mi leche comenzó a salir a presión, momento en el que Marcos se agachó, besando mi capullo y bebiendo todo mi néctar, sin desperdiciar ni una sola gota, al tiempo que se llevaba su mano derecha a su polla, corriéndose al instante conmigo. Estaba exhausto. Marcos comenzó a desatarme con una sonrisa de oreja a oreja. Yo también sonreía.

—    Ya puedes hablar eh, eres libre, incluso para pajearte… al menos hasta que toque el siguiente entrenamiento.

—    No sé qué decir, ¿gracias?

Marcos sencillamente comenzó a despollarse.

—    Venga, vamos a la ducha juntos renacuajo, luego recogemos esto —dijo, aunque se agachó para recoger su lefa con la camiseta antes de ir hacia el baño.

¿Por qué será que todos los recuerdos morbosos con mi hermano terminan yéndonos juntos a la ducha…?

______________________________________________

Espero que esta tercera entrega cumpla vuestras expectativas. Muchas gracias a todas las personas que seguís mis relatos con atención y muchas gracias por los comentarios y valoraciones a ambas sagas. Como siempre, os animo que dejéis vuestras impresiones en los comentarios o por correo. Un besazo! ;)