Las antípodas (Capitulos I - II - III)

Primeros tres capítulos sobre la historia de unas vacaciones «diferentes», que sirven para que un matrimonio entre drásticamente en una nueva fase de la relación...

Capítulo 1: El último día,

por Vicky

Al fin sonó el despertador la mañana del cinco de septiembre, ese día era último antes de las más de tres semanas de vacaciones que por fin habíamos hecho coincidir Damián y yo. Después de vestirme y maquillarme ligeramente para ir a trabajar, tomamos juntos un desayuno rápido que mi marido había preparado y después de los correspondientes besos de despedida salí poniéndome la mochila al hombro mientras cerraba la puerta. Al doblar la esquina como todos los días, tuve que dar un sprint para llegar hasta el autobús antes de que cerrara las puertas y tuviera que quedarme diez minutos esperando el siguiente con el consiguiente riesgo de llegar tarde al trabajo. No lo perdí, así que llegué con cierta holgura y me dio tiempo a quedarme sentada mirando el móvil hasta que abrieron la puerta de servicio del parque.

Justo a las afueras de la ciudad, desde no hacía muchos años se había creado una reserva en un antiguo parque que ya poca gente visitaba en la que se daba cobijo a animales que se habían ido quedando abandonados tras el cierre de circos y zoológicos tradicionales. Básicamente mi labor era el de atenderlos, darles de comer y satisfacer las necesidades que pudiera tener cada uno en particular. También me tocaba de vez en cuando ayudar a los veterinarios cuando éstos tenían que tratar algún problema de salud de los huéspedes del lugar. Tras la reutilización del parque para los fines que acabo de explicar, la zona se había revitalizado y las familias o los colegios solían venir a visitar a los animales, a los cuales se les intentaba tener en unas condiciones de máxima libertad posible dentro de las posibilidades que el lugar permite.

  • Buenos días Jonathan.-Dije saludando al guarda de seguridad mientras pasaba mi huella para fichar a la entrada.
  • Hola Vicky, ¿último día no? Luego vacaciones.
  • Sí, que ganas por Dios. Se me ha hecho eterno la verdad, pero bueno ¡ya te queda poco a ti también!
  • Bueno bueno aún me queda casi un mes para irme.
  • Eso no es nada hombre.- Dije sonriendo y entrando por la puerta por la que se accedía al vestuario.

Simplemente me quité las zapatillas con las que había llegado y me puse el calzado de seguridad, por lo demás, ya venía vestida de casa con unos pantalones tipo safari y una sudadera, la cual aún se agradecía a esas horas de la mañana aunque estuviéramos aún en verano. Salí por la puerta que daba acceso al parque y me fui directa a la zona donde me esperaban mis mejores amigos, tres burros que en su momento estuvieron trabajando dando paseos a turistas por la montaña, pero que cuando su dueño cerró el negoció, nos los trajo para que nos hiciéramos cargo de ellos alegando que si no, no le quedaría más remedio que sacrificarlos. Ahora llevaban una buena vida de paseos sin carga y comidas bajas en calorías. Cuando llegué hasta su cuadra, mi compañero Mdare ya había empezado a limpiarles la paja desde hacía unos minutos.

  • ¿Qué tal Vicky?-Dijo con una sonrisa de oreja a oreja de permitía verle todos los dientes relucientes detrás de su tez negra como el carbón y coronando un cuerpo de dos metros de alto por otro tanto de hombro a hombro.
  • Pues aquí, venía a hacer lo que tú ya has empezado.
  • Ve echándoles de comer si quieres amiga, así lo acabamos antes.

Tras unos minutos de saludar como correspondía a los tres burritos, terminé de darles de comer y de allí nos pasamos a echar pienso a los avestruces. Después de un recorrido por felinos, cebras, unos cuantos loros y hasta un cocodrilo, decidimos parar durante a almorzar y nos dirigimos a la sala de descanso Mdare y yo. Saludé a Javier, el veterinario del centro, que estaba tomando un café con Jonathan el segurata y Cristina, la encargada de personal. Los demás que allí se encontraban eran desconocidos, ya que a veces se organizaban visitas para que responsables de otros lugares similares al nuestro vieran cómo se trabajaba aquí. Después de sacarme un café me senté al lado de Helena, que era la jardinera del parque, Mdare se había quedado hablando con el otro grupo mientras terminaba de secarse el sudor.

  • Puf, estoy ya reventada- Dije nada más sentarme.
  • Y yo y yo, pero tú no te quejes que ya te quedan pocas horas para irte de vacaciones ¡y menudas vacaciones! ¿Habéis terminado por fin de planificar la ruta no?
  • Si si, Damián me iba contando las zonas y luego íbamos eligiendo los hoteles. ¡Es que Australia es enorme!
  • Ya ya, es una pasada. Jo que guay, yo este año me iré al apartamento de mis padres en La Pineda, como siempre. A  ver si para otro año organizo alguna cosa así, cuando pueda coincidir con mi novio también claro.- Dijo Helena retirándose la coleta pelirroja que le colgaba por su pecho hasta pasársela por detrás del hombro.
  • Eso nos fastidiaba mucho a Damián y a mí otros años, que solo coincidíamos una semana o así y no daba tiempo a hacer ningún viaje largo. –Mientras hablaba con Helena, en mis manos tenía el móvil y con él mantenía una conversación por Whatsapp con mi marido Damián:

-¿Aún no has parado al descanso hoy cariño? ¿Tarde no?

-Hola amor, si, hemos tardado porque como no voy a ver a los animalitos en unos días, me he ido despidiendo de todos.

-Jajaja, que tía.

-Luego si quieres te voy a buscar, que hoy tengo menos trabajo y podré salir

pronto, total, es el último día y no se van a morir sin mí.

-Que guayy, vale, pues ven a las cinco que yo también habré acabao.

-Tengo ganas de estar ya tranquilos en la casita de vacaciones.

-Te voy a preparar nada más llegar una cenita, unos chupitos y luego una

sorpresa un poco más…

-

Uooo, yo también me he comprado algo…para ambientar las

sorpresita.

-Diosss… que ganas de pegarte una buena follada

  • Bueno, que se me va la cabeza, voy a seguir trabajando

-Te aamooo

  • Jajaja, si por favor… pégamela

-Yo también te amooooo

Helena también estaba atenta a su móvil a la vez que daba los últimos sorbos del café, yo algo excitada y solo pensando que mi marido me tratara como una zorra y lo hiciésemos en cada lugar de la casa de vacaciones, incluido el jardín.

  • Bueno Vicky, voy a seguir que me quedan muchos árboles que podar.-Dijo Helena sacándome de mi fantasía.
  • Y yo, que ahora voy donde los monos.
  • Esos cabrones…
  • Que son muy simpáticos mujer.
  • Bueno bueno, ten cuidao que a las primeras de cambio te tiran la mierda a la cara.

No le faltaba razón a mi compañera, además de ser unos expertos ladrones, tenían especial predilección por lanzarte excrementos el día que tenías algo importante que hacer después y no te  dejaban más remedio que irte directamente a duchar después de terminar con ellos.

Pasé por al lado de la zona de los bueyes y encontré a Mdare sin camiseta impregnado en sudor intentando calmar una pequeña trifulca entre los machos. La verdad es que tenía un cuerpo impresionante, no se atisbaba ni un gramo de grasa en figura; entre su altura y la manera exagerada en que se le marcaba cada músculo de su cuerpo, perfectamente podría aparecer una alguna portada de una revista de fitness.

  • ¿Necesitas ayuda?-Le pregunté con buena voluntad.
  • No tranquila guapa, yo me encargo de estos chavales.
  • Vale si necesitas que te eche una mano, solo dímelo- Mientras lo decía, esperaba que no hubiese pensado que se lo decía con segundas, pero bueno, también estaría gracioso si realmente lo había entendido así.

Llegué a la zona de los monos y me quité la sudadera dejándola sobre un tronco de árbol. Eran las doce del mediodía y la verdad es que el calor empezaba a apretar. Debajo de la sudadera tan solo llevaba un top verde pistacho que hacía juego con mis pantalones de safari. Me hice una coleta y me apreté bien el pelo ya que de vez en cuando a los simios les gustaba darme tirones y no era nada agradable.

  • Buenos días, ¿Cómo estáis hoy?

La verdad es que parecían muy tranquilos, estaban despiojándose los unos a los otros y alguno aún retozaba por las esquinas negándose a levantarse. Cuando vieron que les traía fruta empezaron a rodearme y les fui dando una pieza a cada uno, después de eso volvían a irse hasta la parte alta de algún árbol para comérsela tranquilos. Me percaté de una cuerda bastante gruesa que estaba en medio del lugar, fui hasta ella y empecé a recogerla, pero cuando solo quedaban un par de metros, Charlie, uno de los monos jóvenes la cogió por un extremo y empezó a tirar muy fuerte.

  • Charlie, vale, que me la tengo que llevar- Dije alzando la voz. Él hacía caso omiso y siguió tirando y desenrollándome la cuerda.-Te quieres estar quieto-Como dos niños, nos pusimos a tirar de la cuerda, siendo yo un poco inconsciente ya que no conté con que el simio no medía bien sus fuerzas y en uno de los estirones noté un crujido en el omoplato-¡Ay¡-Grité, y el quejido asustó a Charlie que salió corriendo. Algo dolorida cerré la valla y me fui con la cuerda enroscada en mi hombro. Pasé por delante de la cuadra de los burros y vi como Javier, el veterinario, estaba sacándole sangre a uno de ellos.
  • Hola Javier-Le dije.
  • ¡Ey! ¿Qué tal Vicky?- Dijo levantándose las gafas de sol.
  • Bien-Le contesté mientras me tocaba la espalda con cuatro dedos, arriba y abajo.
  • ¿Te pasa algo?
  • Nada, un pequeño tirón, pero no te preocupes.

Me preguntó cómo había sido y le conté lo de la cuerda y el mono. Mientras hablaba con él y miraba fijamente sus ojos color avellana y su barba bien recortada, empecé a pensar que si el dolor iba a más podía chafarme el inicio de mis vacaciones. -De todas formas, igual sí que me vendría bien un calmante o algo, un antiinflamatorio.- Dije.

  • Bueno, antes de darte nada, y como ya sé que te vas de vacaciones, déjame que te lo mire no vaya a ser que te de algo que no te hace falta y sea peor el remedio que la enfermedad. Ve si quieres a la consulta y espérame ahí, que yo acabo con Félix (el burro) y voy.

Mientras me iba observé como Javier lanzaba una mirada furtiva con las gafas en la frente hacia mi trasero que bamboleaba dirección a la sala donde trataba él a los animales pequeños, aún procuré hacer más exagerado el movimiento de mis caderas, sin que se notara la voluntariedad por supuesto...

Capítulo 2: El sur de Australia,

por Damián

Era ya el décimo día que pasábamos en Australia desde que pisamos el aeropuerto de Sidney, la primavera empezaba a hacer su aparición en el hemisferio sur y la temperatura no distaba demasiado de la que habría en ese mismo momento en España. Cuando entramos con nuestra camioneta de alquiler en la pequeña localidad de Meningie a orillas del lago Albert,  tan solo teníamos en la cabeza la idea de cenar algo. Habíamos pasado todo el día un parque nacional cerca de allí donde todo era buen tiempo y playa, así que el estómago se ponía el primero en el turno de la necesidades a cubrir.

Mi mujer Victoria a la que a partir de ahora llamaré Vicky, GPS en mano me indicaba por donde llegar al hotel, todo esto lo hacía a través de unas oscuras y circulares gafas de sol que ocultaban sus preciosos ojos verdes pero le daban también un toque muy interesante.  Mientras giraba de una calle a otra oteando el horizonte por el lado de mi ventanilla y admirando la rojez con la que se mostraba ante mi vista, llegué a la conclusión de que habíamos elegido bien el lugar donde pasar dos días antes de continuar nuestro trayecto. Los anteriores en los que nos habíamos hospedado hasta ahora, aparte de la primera noche en Sidney, tenían muy buenas instalaciones pero las poblaciones eran quizá un poco desangeladas, ésta, dentro de lo que cabía parecía tener una personalidad propia.

Para poner mejor en situación, haré un pequeño resumen de qué es lo que hacíamos allí. Por una serie de casualidades que se fueron conectando unas a otras, ese año me ví obligado a cogerme veinte días laborables seguidos de vacaciones que sumados a los festivos que había entre medio daban casi un mes de fiesta; se tradujo en que la segunda mitad de septiembre y buena parte de la primera de octubre no tenía que ir a trabajar.  Al mismo tiempo, Vicky había decido por casualidad antes de que yo lo supiese, cogerse todas las vacaciones de golpe para desconectar de verdad algún año, que nunca viene mal. Por lo que como todo esto lo supimos con tiempo y no hay mal que por bien no venga, decidimos tras arduas negociaciones que íbamos a hacer un viaje largo. Yo tenía claro que tenía que ser en un lugar distante y tras de eso, coger un coche y recorrer la zona a nuestro aire. Vicky era reacia a ir a EEUU ya que no es santo de su devoción, por lo que al final nos decantamos por Australia. El plan de viaje era Sidney, Melbourne y Adelaida como núcleos centrales a visitar; es decir, toda la parte sureste del continente.  A partir de ahí hacernos varias etapas en las que cubrir buena parte de ese territorio y poder aprovechar los atractivos turísticos sobre todo en cuanto a naturaleza nos ofreciera la zona. Como no me quiero extender demasiado pues esto no es un blog de viajes, simplemente me ceñiré a los lugares en los que nos movimos los dos días que pasamos en Meningie.

  • Aparca ahí delante donde el cartel verde que el hotel está justo al lado.- Me dijo mientras cerraba la aplicación del teléfono.
  • Ostia no he mirado si el hotel tenía parking o no cuando he cogido la reserva.- Le contesté contrariado.
  • Y qué más dá si hay sitio de sobra en la calle.- Me dijo con tono burlón.
  • Bueno, también es verdad.- Le terminé por responder mientras aparcaba sin tener que hacer maniobra ninguna y ponía el freno de mano.

Vicky se bajó del coche no sin antes retirarse el pelo de la cara y colocarse la trenza con la que se había recogido la melena con intención de ir más cómoda en el viaje y si podía, echar alguna cabezada después de un largo día de arena y paseos. De espaldas, el jersey lycra pegado a la piel y las mallas de puma le hacían una figura realmente apetecible, pero en ese momento mi estómago me recordó que tendría tiempo suficiente de admirarla cuando estuviera saciado. Cogimos las dos bolsas de viaje que habíamos preparado en el anterior hotel con intención de no tener que subir y bajar todas las maletas y los bártulos del coche cada vez que llegaramos a un sitio para un par de días y nos dirigimos hacia la entrada para registrarnos.

(A partir de ahora, las letras que ponga en

cursiva

indicarán las conversaciones en inglés que tuvimos con la gente de la zona, pero que con cierto sentido literario por mi parte de hacer atractiva la lectura me limitaré a expresarlas de ésta manera)

  • Buenas noches, teníamos una reserva a nombre de Damián-

Le dije a la recepcionista. * Buenas noches señores, Damián Castro ¿verdad?

  • Me respondió sonriente.
  • Por supuesto, lo siento no le había dicho el apellido

. * Tranquilo, tienen todo correcto ¿me dejan sus documentos de identidad para acabar con el registro? * Claro-

Dije alargando la mano para que Vicky me dejara el suyo

  • toma.
  • Muy bien señores, su habitación es la 203, tengan una buena estancia y bienvenidos a Meningie. Si tienen cualquier petición o duda no dejen de acudir a mi o a otro compañero que esté en ese momento.
  • Muchas gracias-

Contestamos al unísono mi mujer y yo.

Después de sacar las cosas de las bolsas era la hora de ducharse, antes de entrar a la suya, Vicky no pudo reprimir la tentación de salir como Dios la trajo al mundo ante mis ojos haciéndose la tonta como que se había olvidado de coger la plancha de pelo.

  • ¿Pero dónde vas así guarrilla?- Comenté mientras entre mis piernas subían los grados y aumentaba el diámetro de mi abultamiento.
  • Que me he dejado la plancha jiji- Corrió de espaldas evitando que le mirara el culo ya que aunque para mí es increíble ella no para de decir que lo tiene muy gordo, cosa que no es del todo cierta, lo tiene grande, sí, pero es que eso me encanta y además en contraste con la delgadez de su cintura y la sensualidad de sus curvas esa mi ideal de belleza perfecto.

Tratando de olvidar lo que acababa de ver si no quería desfallecer entre el hambre y la sangre acumulada no precisamente en el cerebro, me dispuse a prepararme la ropa para la cena y toquiteé la televisión en busca de algo que me entretuviera hasta que fuera mi turno de ducha. Mientras cambiaba de canal, el cuerpo de mi mujer volvió a mi cabeza y no dejé de imaginarme las ganas con las que me la iba a follar aquella noche. Aunque acababa de cumplir los treinta, la imagen que daba siempre era la de tener no más de veinticuatro o veinticinco aunque eso era en estética, de mente había sido siempre una mujer hecha y derecha desde que la conocí con dieciocho y yo con dieciséis. Evidentemente habíamos madurado juntos y habíamos pulido muchas aristas que pudieron surgir durante tantas años de relación, pero sin duda, cada día estamos más enamorados dentro de la sobriedad que tenemos en cuanto a ser demasiado pastelosos. En un acto instintivo que hacía cuando me sentaba en las camas de los hoteles, dí varios botes para saber si el somier hacía ruido, éste no hacía ninguno, lo cual agradecí.

Una vez nos vestimos y arreglamos, yo con vaqueros camisa de cuadros y peinado estilo despeinado; ella también con vaqueros y un jersey por si refrescaba entrada la noche,  con el pelo planchado y ligeras ondulaciones a los lados. Bajamos a la recepción en la cual ya no estaba la misma chica sino un chaval con rasgos aborígenes australianos el cual nos señaló un buen lugar para cenar. Llegamos al sitio, se podía asemejar a una taberna pero con un estilo más desértico, lo que era cierto es que salía muy buen olor nada más entrar. Pudimos observar cómo además de dar cenas, había otra parte destinada a cervezas, copas y juegos como el billar o los dardos. El establecimiento era amplio por lo que cumplía todas sus funciones sin que unas interrumpieran a otras. Era jueves y supongo que por ser día laborable el sitio estaba a medio llenar, pero bueno, debido a su tamaño, a medio llenar ya era tener alrededor de treinta personas dentro.

  • Buenas noches, ¿van a cenar?-

Nos dijo rápidamente acercándose la camarera, de unos cuarenta años rubia natural y más bien alta. * Eso pretendíamos-

Contestó Vicky en un perfecto inglés aunque con evidente acento extranjero ya que enseguida la camarera sin borrar la sonrisa de la cara nos dijo. * ¿Puedo preguntarles de donde son? * España * ¡Oh! precioso, si, si, España, no vienen demasiados españoles por aquí. * Ya lo suponíamos-

Dije yo, viendo las dimensiones reducidas del pueblo y la evidente lejanía con los centros grandes de turismo. * Bueno, dejemos de hablar y siéntense por aquí por favor.

Para no arriesgar demasiado nos pedimos un filete con patatas y en lo que sí tuvimos algo más de valentía fue en la elección de las salsas, las cuales nos indicó que eran preparadas de forma casera con alimentos recogidos por la zona. Esa novedad le dió un toque especial al plato que sin duda ganó en matices. De postre pedimos un helado para los dos, ya que nos habíamos llenado y después decidimos ponernos a jugar un poco a los dardos. Tras un par de partidas y cuando ya nos decidimos a marcharnos al hotel, la pareja que teníamos al lado que no pasaría los veinte, nos preguntó si queríamos jugar una partida con ellos. A lo que nosotros a pesar del  cansancio, accedimos. Después de un rato hablando con ellos nos contaron que eran lugareños, que se llamaban Becky y Ryan y que además no eran pareja sino hermanos, Becky era morena de pelo corto con los ojos marcados en negro y parecía algo mayor que él, al parecer y según dijeron ella tenía veintiuno y él diecinueve. Ryan por su parte era también moreno, delgado y con la nariz un poco aguileña aunque tampoco eso le quedaba mal pues tenía la cara algo estrecha.

  • Aquí tenéis-

Dijo Becky con dos vasos de lo que parecía un combinado. * ¿No estará muy cargado?-

Dije yo. * No tranquilos, es suave, pero lo tenéis que beber porque es la especialidad de la casa-

Dijo elevando la voz mientras la camarera y a la postre dueña según las palabras de los hermanos le guiñaba un ojo. * Bueno, muchas gracias, vamos allá-

Dijo Vicky dando un largo sorbo fulminado por un carraspeo-

Dios, suave dice.

La camarera, los dos hermanos y un parroquiano sentado en la barra rieron al unísono. Yo que ya sabía lo que había, le dí un trago más corto y a decir verdad, fuera de su contundencia en alcohol, tenía un sabor a cereza muy apetecible.

  • Vamos a dar una vuelta para despejarnos- Me dijo Vicky en castellano haciendo primero un gesto con las manos de abanicarse y después giró su muñeca con el dedo índice levantado, por lo que aunque no entendieron sus palabras los demás volvieron a reír pues entendieron perfectamente a lo que se refería.

Era verdad que a mi mujer el alcohol normalmente le daba sueño, pero también había otras que si se acertaba con la medida justa y necesaria, la ponía en un tono pervertido que me había proporcionado largas sesiones de morbo y placer. No iba a ser esa noche la que pasase ni una cosa ni la otra, ésta noche el alcohol le suministró unas sorprendentes ganas de andar y hablar entusiasmadamente saltando de unos temas a otros. Tras despedirnos de nuestros nuevos amigos australianos, pusimos rumbo hacia el hotel dando un rodeo para pasear por la bonita localidad y aprovechar la buena climatología que se nos brindaba. Tras una media hora de paseo, Vicky quedándose fija ante mis ojos con la mirada temblorosa me soltó una frase que resonó como una bomba de vacío en mi cerebro.

  • Tengo que contarte algo importante a lo que llevo dándole vueltas todo el viaje.

Yo, sin saber muy bien por donde iban los tiros, simplemente la miré mientras posaba mi mano en su cintura y le animé a que terminase lo que valientemente había empezado.

Capítulo 3: Un diagnóstico rápido,

por Vicky

Entré en la pequeña consulta de Javier sin llamar, tan solo estaba él de veterinario y nadie más usaba ese lugar. Tenía una mesa con un ordenador bastante viejo, pósters de diversos animales con sus correspondientes partes definidas y una camilla en una esquina de la habitación. Me quité la sudadera que llevaba anudada a la cintura y la dejé en una percha que había detrás de la puerta, al estirar el brazo para colgarla volví a sentir un calambre en el hombro, me hizo dar un pequeño suspiro. Me quedé con las manos en la espalda mirando de cerca los pósters mientras pensaba en las distancias que nos quedaban por delante en vacaciones, pero lejos de causarme agobio me daba una tranquila sensación de libertad.

Mientras mi cabeza ya se encontraba a miles de kilómetros de distancia, escuché girar el pomo de la puerta:

  • Bueno, ya estoy aquí.- Dijo Javier dejando sus cosas sobre la mesa al lado del ordenador.- Dime donde te duele exactamente.
  • Pues mira, cuando subo el brazo, me viene un calambre desde la parte de abajo de la paletilla hasta el hombro.
  • Bien, espera deja que te toque un momento a ver si noto algo.- Puso su dedo por encima de mi top, sobre la espalda y apretó con el pulgar.- Sube el brazo.

Yo obediente iba haciendo cada uno de los movimientos que él me ordenaba, algunos me provocaban dolor y otros simplemente un cosquilleo. Así estuvimos unos segundos hasta que me dijo:

  • Vale, con un antiinflamatorio debería bastar. Ahora te hago una receta, que aunque es veterinaria, servirá para que te lo den en cualquier farmacia ¿Estás tomando alguna otra medicación?
  • No...bueno...acaban de vacunarme porque voy a hacer un viaje largo.
  • Uy...bueno pues entonces aunque realmente no habría ningún peligro, pero como todas las precauciones son pocas, será mejor que vayas a un fisio y que te lo desinflame un poco antes de que salgas de viaje.
  • Ya bueno, la cosa es que salgo mañana.- Le contesté llevándome el índice a los labios intentando pensar alguna solución.
  • Bueno, yo si quieres puedo darte un masaje relajante en la zona que al menos te aliviara el dolor por unas horas y quizá eso ayude a una rápida desinflamación de la zona. No te preocupes, hice muchos cursos de masajes para animales, al fin y al cabo los músculos son muy similares.

A mí me entró la risa nerviosa ya que por un lado deseaba fervientemente hacer el viaje sin ningún tipo de molestia, pero por otro me daba cierto apuro que él, una persona con la que trabajo a diario, me diese un masaje así sin esperarlo.

  • Tranquilo, si no es porque no me fíe, es que mi marido me iba a venir a buscar ahora en media hora y además tú tendrás que hacer otras cosas.
  • No no, yo ya he acabado todo por hoy. Y por la hora no te preocupes, que es un masaje rápido de veinte minutos, tampoco soy tan experto como para estar más rato.-Dijo él poniendo una amplia sonrisa.
  • Bueno vale, que si no luego durante el vuelo seguro que me estoy lamentando de no haber intentado algo.- Dije, decidida a que nada arruinara mis vacaciones.
  • Vale, déjame que ponga una sábana de estas de usar y tirar encima de la camilla y te tumbas boca abajo.

Javier colocó delicadamente la tela sobre la camilla y se fue directamente al armario para buscar algo. Mientras, yo símplemente me subí de un pequeño salto y me apoyé boca abajo tal como me había dicho el veterinario. Al apoyar la cintura sobre la zona acolchada noté como el botón del pantalón se clavaba contra mi tripa por lo que me lo desabroché con una mano sin que se notase demasiado. Javier volvió con un bote de crema que apoyó en un mostrador al lado de la camilla.

  • Ésta crema hace un poco de efecto calmante, lo agradecerás.- Mientras lo decía, se acercó ya hacia mí y volvió a hablarme- Permíteme que te baje un poco el top hasta dejar descubierta toda la zona del omoplato, si puedes desabrocharte el sujetador también me vendrá bien.

Yo que no tengo demasiado giro de hombros, me costó un poco llegar hasta el broche mientras Javier me bajaba el top hasta casi la cintura y como vió que me estaba resultando complicado el hecho de girar los brazos sin levantar el tronco para que no quedaran al descubierto los pechos una vez que soltara, acercó sus manos y con cierta habilidad soltó el enganche. Se puso crema en las manos y comenzó a darme un masaje en la zona. Al principio sentí un poco de dolor, pero no se si a causa del efecto calmante o que el masaje estaba dando resultado, enseguida el dolor tornó en relajación y hasta cierto placer. Un cosquilleo recorría mi espina dorsal cada vez que apretaba con fuerza, pero una de las veces que hice un pequeño sonido, enseguida paró y me dijo:

  • ¿Te estoy haciendo daño Vicky?- Dijo realmente preocupado.
  • No no, que va, ha sido involuntario, la verdad es que me estoy sintiendo mejor.
  • Bueno, si te duele en algún momento dilo y paro.- La verdad es que yo no tenía ninguna gana de que parase.

Continuó subiendo y bajando por la espalda llegando hasta mi hombro al cual le hacía pequeños giros. El cansancio del madrugón y el estrés acumulado con los preparativos del viaje hizo que casi me quedara dormida, pero cuando sus movimientos empezaron a ser más delicados, entonces sí que el masaje dió un giro total hacia el placer. Llena de vergüenza, empecé a notar como subía un calor más propio de excitación sexual más que de un simple placer por un masaje. Una detrás de otra empezaran a pasar imágenes subidas de tono por mi cabeza, se unieron al placer que me proporcionaban las habilidosas manos de Javier y todo esto hizo que perdiera la noción del tiempo y del espacio. Cuando recuperé un poco mi sitio, me di cuenta que de mi boca salían pequeños gemidos involuntarios, y me puse roja como un tomate. El veterinario que hacía como que todo estaba normal, se centraba cada vez más en proporcionarme un delicado gusto por mi espalda, pero conforme yo notaba que él iba bajando de vez en cuando un poco más, él más enrollaba mi top a mi cintura para que no le interrumpieran en su tarea de llegar hasta las lumbares. Sin decir ni una palabra y yo sin abrir los ojos, el masaje se centraba entonces en la parte baja de mi espalda y yo continuaba sin hacer ni un solo movimiento. En un momento dado para tener más espacio, bajó sutilmente mi pantalón y a la vez el culotte que estaba debajo. En cualquier otra ocasión, mi pudor me hubiera hecho frenar todo eso pero la curiosidad y la excitación pudieron esta vez con la razón.

Estuvo dos o tres minutos trabajando mis lumbares acercándose peligrosamente hasta la curva donde empezaba mi culo hasta que en un momento dado y sin preámbulos, metió fácilmente su mano a través de mis pantalones desabrochados, por debajo de la ropa interior. Ninguno de los dos dijo absolutamente nada, me asfixiaban los nervios enredándose en mi estómago pues tenía sentimientos totalmente encontrados. Ese conflicto no hacía ningún efecto en la realidad, ya que yo permanecía completamente inmóvil y con los ojos todavía cerrados. Llegó con sus dos dedos centrales hasta mi mojada rajita y con asombrosa virtud siguió con su masaje aunque esta vez el punto central era mi coño. Apretaba mis labios con el pulgar y el índice y con su dedo corazón se internaba por mi cuerpo, cuando volvía a salir con él, lo llevaba lleno de líquido hasta mi clítoris hinchado a causa de que ya estaba totalmente cachonda. De un tirón me quitó los pantalones y el culotte, yo me quedé encima de la camilla tan solo con el sujetador desabrochado, el top enrollado a mi cintura y las botas de seguridad que seguían en su sitio. Me retiró el pelo hacia el lado derecho para que no interrumpiese su acción y volvió a echarse crema en las manos. Por un momento retomó el masaje a mi espalda casi desnuda pero tras unos instantes en los que yo ya volvía a necesitar sus dedos dentro de mi coño, leyéndome el pensamiento llegó ahora hasta abajo con más ímpetu que antes. Con su mano izquierda me abrió los cachetes del culo y con la derecha me masturbaba  rápidamente, yo no pude aguantar más y empezaron a salir de mi boca sonoros gemidos, apretaba los dientes pero aún así seguía sin abrir los ojos. Lo que sí que hice fue elevar la pelvis para facilitar la entrada y salida de sus manos entre el culo y mis labios. Provocó en él mayor ímpetu a la vez que jugueteaba con mi clítoris con más habilidad que nunca. Yo amarraba la sábana con mis manos e intentaba aguantar lo más posible el orgasmo para que ese momento no acabara nunca, todos los remordimientos que habían pasado por mi cabeza cuando esto había empezado se habían convertido ahora en simples ganas de correrme y por mi cabeza solo pasaban pensamientos en los que Javier me introducía su polla. Deseaba tener algo verdaderamente grande entre mis piernas, quería sexo guarro y desenfrenado, lo deseé hasta que sus frenéticos movimientos y ya mis descarados gemidos cesaron entre largos espasmos de placer cuando me hube corrido hasta tres veces seguidas solo interrumpidas por pequeñas pausas entre orgasmo y orgasmo.

Me quedé extasiada sobre la camilla y hasta mis oídos se quedaron taponados, cuando momentos después abrí los ojos Javier ya había salido de la habitación. En ese momento escuché vibrar mi móvil, era mi marido, debía de estar esperándome fuera.