Las anécdotas personales de un negado (Parte I)

He aquí el primer fascículo de lo que será toda una colección de anécdotas personales y cómicas en cuanto al amor y al sexo.

Durante mi juventud no fui precisamente lo que se dice un Casanova. Tuve poco éxito con las mujeres, hasta el punto de que solo unas pocas pasaron por mis órganos del amor. Eso sí, todas coincidían en que me esforzaba mucho. Por aquellos tiempos no sabía interpretar aquellas palabras de consuelo barato y poco original, aunque eficaz, sino que más bien sentía una estúpida sensación de autorrealización, como cuando un crío dibuja un garabato y recibe orgullosísimo las congratulaciones de sus padres. Sin duda esta comparación es de lo más acertada.

En cuanto a mí puedo decir que era de lo más normal, pero nada corriente. Me explico: era un chaval sencillo, sin taras mentales, que no montaba dramas por tonterías, pero que no encajaba con el resto de la sociedad: no seguía ninguna moda que no fuera porque de verdad me gustaba, tenía capacidad crítica y nunca temí la soledad. Supongo que por eso apenas pude sembrar huertos con mi nabo. Realmente me gustaba el sexo, pero no cualquier sexo con cualquier persona, sólo (que te den, RAE) me valía sexo pasional con una chica con la que mi alma encajara, ya fuera amiga de toda la vida o recién conocida, por eso no intentaba ligar con todas las chicas que se me cruzasen. Eso y que era un patoso de cojones para hablarles. Pero bueno, para no aburrir a mis queridxs lectorxs iré al meollo de la cuestión: las anécdotas. Y es que tengo varias de aquellos tiempos en los que pasaba más tiempo a solas en el baño que con los amigos.

La primera sucedió hará unos diecisiete años, cuando yo tenía dieciséis. Resulta que una muchacha a la que llamaremos Hermenegilda y que me ponía mucho por su belleza, su sonrisa y ¡qué cojones! por sus grandes tetas, su culo respingón y esa boquita que debía hacer las delicias de los afortunados por recibir su sexo oral, me preguntó un día de verano qué iba a estudiar el año siguiente. Ambos teníamos intenciones de cursar el bachillerato en el mismo instituo en el que hicimos la ESO, pero no sabíamos qué itinerario escoger: ciencas y tecnologías o humanidades y ciencias sociales. La conversación fue más o menos así:

Hermenegilda: ¿Qué bachiller tienes pensado hacer?

Yo: Pues no lo sé, la verdad. Me gusta todo.

H: Deberíamos hacerlo juntos. El bachiller, digo, no malpienses.

Yo: No, si no he malpensado. -Era verdad.- Me parece bien, pero sigo sin saber cuál hacer.

H: A mí me iría bien hacer el científico, ya que me iría bien para lo que quiero estudiar.

Yo: Sí, el científico está bien.

H: O mejor el humanístico con latín, griego... Todo eso es más fácil y tendría mejor media.

Yo: A mí se me dan bien los idiomas.

Total, que acabamos en el humanístico yo y en el social ella. Durante ese verano ella se comportó de forma muy extraña conmigo. De pronto tenía mucha confianza conmigo, como si fuéramos amigos de toda la vida. Hablábamos a menudo por WhatsApp y me pedía cosas extravagantes como que le explicara cosas del universo. Yo le enviaba fotos de agujeros negros, púlsares y cuásares con sus respectivas explicaciones de qué era cada cosa. Una tarde estaba viendo la tele mientras me comía un helado que se me deshacía por todas partes cuando me llegó un mensaje suyo:

"Vengo de la playa y me he quemao las tetas xDxD"

A lo que yo le sugerí, de forma súper original, que si quería que le echara yo el aftersun. Me contestó con un simple "jajaja". Yo fantaseé con la situación un par de veces en la soledad de mi baño. Pocos días después, también sin venir a cuento, me mensajeó para decirme que estaba viendo una serie cuando apareció una escena de sexo duro por lo que se puso cachonda. Imagino que la chiquilla por razones que desconozco tuvo la imperiosa necesidad de contármelo, yo qué sé. No le hice gran caso, tan solo le pregunté qué serie era. Pero aún hay más con Hermenegilda: llegado ya el período lectivo, volvió a whatsappearme para decirme que esa noche se había quedado sola en casa, y que le daba mucho, mucho miedo dormir sola en su casa. Yo, como amigo, quería hacerle el favor de ir a su casa para que la pobre no pasara miedo, pero sintiéndolo mucho tuve que rechazar su propuesta porque tenía unas órdenes estrictas: nada de dormir fuera de casa si al día siguiente hay clase. Ni siquiera en este caso, que su casa estaba más cerca del instituto que la mía. "Pobre chiquilla", pensé, "necesita un amigo al que contarle sus cosas y que le haga compañía".

Al mes y medio de empezar las clases encontró el trabajo que tanto necesitaba, dejó el bachiller y perdí su pista casi por completo.

Y bueno, queridxs lectorxs, hasta aquí este primer y fascinante fascículo de mis nada legendarias anécdotas en el mundo del amor y el sexo. Prometo escribir la segunda psrte pronto. ¡Gracias por leerme!