Las amistades cariñosas
La falta de previsión con los preservativos, casi, frustra una prometedora relación.
LAS AMISTADES CARIÑOSAS
( Dedicado a "Selhenne", gran adalid del preservativo)
Ya se, diréis que abuso de mis relatos "ferroviarios", pero el tren es una fuente inagotable de nuevas amistades; esas amistades se convierten con un poco de suerte (y una paciente labor de seducción) en algo mas sustancioso.
Cada día, con paso apresurado, me adelantaba en el camino de la estación y me daba la oportunidad de admirar su bonito y firme trasero; cosa singular en una mujer que abrió los ojos por primera vez cuando acababa la guerra de Corea (seamos caballeros y no mencionemos cifras).Luego, en el tren, podía repasar todos sus atributos con mas detenimiento. Se notaba que no descuidaba su cuerpo ni su imagen; no mediría más de metro sesenta pero sus perfectas proporciones, un precioso cabello rubio y unos deliciosos ojos azules hacían volver la cabeza de muchos viajeros cuando recorría el pasillo del abarrotado tren.
Observé que trabajaba muy cerca de mi edificio y que descendíamos en la misma estación .Todo era cuestión de esperar la ocasión propicia. Se presentó esta de forma realmente casual; yo había subido ya al vagón y obtenido el único asiento libre, cuando ella pasó por mi lado me levanté caballerosamente y le cedí mi sitio.
-No, por favor, voy muy cerca, solo dos estaciones.
-Yo también, bajamos en el mismo sitio, insisto
Se sentó, un tanto ruborizada. Supongo que por la novedad de un acto tan inusual y que yo aproveché para proseguir la conversación.
Charlamos sin parar hasta nuestro destino, nos entendíamos bien, y a partir de ese día nos esperábamos en el camino de la estación.
Poco a poco, fuimos profundizando en nuestra relación y llegó la hora de la sinceridad.
Un marido dedicado exclusivamente a su trabajo y unos hijos estudiando en la ciudad hacían de su vida un erial.
Llegó el invierno y con él las lluvias. Yo decidí cambiar de transporte, por el automóvil y Neus fue mi acompañante desde entonces, en el regreso diario a mi domicilio.
Un día de diciembre en que diluviaba y la carretera estaba atascada por un accidente, detuve el coche a mitad de camino junto a un escondido y pequeño restaurante de ambiente rural.
-Vamos a llegar tardísimo, mejor comemos aquí -dije yo-
- Yo tengo comida preparada en casa, déjalo, es igual .
- Es que me apetece comer contigo, estar contigo más tiempo..
Me sonrió con complicidad.
-Sea, tengamos una tarde loca, nadie nos espera.
El restaurante estaba casi vacío y antes de empezar el segundo plato hubo un corte de energía eléctrica. El camarero, disculpándose, nos trajo una vela que nos envolvió en un ambiente relajado e íntimo que no hizo sino acelerar lo inevitable en aquellas circunstancias.
Cuando, ya a media tarde salimos del restaurante, lo hicimos con las manos enlazadas y con el fuego en el cuerpo. Sin haber llegado al coche nos besamos con urgencia, como temiendo que aquel momento mágico desapareciese con la luz del día.
Los cristales del vehículo se empañaron con rapidez (tal debía ser nuestro ardor) y permanecimos en el aparcamiento una hora más. Dejándonos llevar por aquella repentina ofuscación nos enzarzamos en una lucha sin cuartel por ver quien prodigaba las caricias más dulces, los besos más profundos y las palabras más bellas.
Hasta que, de pronto, Neus se separó de mí con una mueca de dolor en los labios:
-Que estamos haciendo?,adonde nos va a llevar esto?.Estamos locos!. Vamonos , por favor, llevame a casa.
No contesté, en el fondo yo sabía que tenía razón. No valía la pena poner en peligro la armonía de dos familias por un capricho pasajero.
Conduje en silencio mientras ella se retocaba el maquillaje, tampoco abrió la boca en todo el trayecto.
Nos despedimos con un "adiós" preñado de tristeza por ambas partes y regresé a mi hogar.
Durante los dos siguientes días no pude dejar de pensar en ella. Sentía su lengua jugueteando en mi boca, mis manos añoraban el tacto de sus pequeños pechos y el recuerdo de aquella tarde inflamaba mi sexo hasta extremos dolorosos que debía aliviar, como un adolescente, en el lavabo de la oficina.
El tercer día, me la encontré esperándome junto a mi coche.
-Me llevas?-preguntó con timidez-
-Tú me llevas a mí, pero por el camino de la amargura.-respondí aliviado-
-De eso quería hablarte-me dijo, ya acomodada en su asiento- llevo dos noches sin dormir, no puedo borrar aquella tarde de mi mente. Hagamos lo que debimos hacer aquel día y ojala me defraudes tanto que pueda recuperar la paz de espíritu!.
-Si-dije yo- repitamos aquel día hasta sus ultimas consecuencias.
Sorprendentemente, se encadenaron las mismas circunstancias y agravantes. Incluso el camarero del restaurante (quizá espoleado por el recuerdo de la generosa propina) nos instaló en el más discreto rincón del comedor y como en un "flash-back"cinematografico fue surgiendo de nuevo la magia y la pasión de aquella otra tarde.
La cama de su hijo mayor fue testigo avergonzado de una lujuria desenfrenada que ponía fin a tres días de deseo contenido.
-El condón, pontelo ya, por favor!-susurró a mi oído en el culmen de su paroxismo-
Cielos!, no había contado con aquello, no voy por la calle con un elemento tan comprometedor en el bolsillo del pantalón.
- Que hacemos? -pregunté compungido-
Me miró decepcionada mientras el deseo desaparecía rápidamente de sus ojos azules. - Vestirnos!, es tarde y he de preparar la cena.
Desapareció mi tremenda erección, como por ensalmo, y me maldije mil veces por mi falta de previsión.
-Bueno, ya te he defraudado, lo que tu querías!
Pasó su mano por mi nuca, acariciándola, mientras me besaba dulcemente.
-No, ahora te deseo más que nunca, pero no quiero disgustos innecesarios, compréndelo.
Salí de casa de Neus como un delincuente, asegurándome de que no me viese nadie y antes de regresar a la mía, pasé por la farmacia a comprar una caja de doce condones que escondí, convenientemente, en el maletero del coche. No volvería a sucederme nada parecido por falta de previsión.
Pasaron las semanas y no había rastro de Neus, me decidí a esperarla un día para aclarar la situación. Yo seguía obsesionado con ella y mi deseo no hacía sino aumentar con el paso del tiempo.
-Sube, te llevo a casa si quieres.
Sonrió azorada mientras abría la puerta del coche.
Pasaron unos minutos angustiosos en los que ninguno de los dos se decidía a hablar. Por fin, ella rompió el hielo:
-Mi marido me ha contagiado una micosis venérea, me daba vergüenza decírtelo. Estamos al borde de la ruptura, el muy cabrón se tira a todo lo que tenga faldas y yo pago las consecuencias!
Comenzó a sollozar quedamente mientras yo trataba de rebajar la tensión diciendo:
-Pocas se tirará entonces, todas lleváis pantalones
Detuvo su gimoteo repentinamente y con una picara sonrisa, anunció:
-Me he vuelto a poner el DIU, en cuanto el medico me de el alta, tu y yo vamos a follar como descosidos y sin condón. Se va a enterar ese cerdo!
La sola mención de la palabra "follar" me provocó una singular erección que se amortiguo rápidamente al recordar lo largo que me lo fiaba.
Volvieron a pasar los días, las semanas y cuando yo, ya desesperaba, apareció Neus radiante en la puerta de mi despacho.
-Ha llegado el gran día!!!-exclamó alborozada- el gran cabrón está de viaje y yo vengo del ginecólogo limpia como una patena!
Repetimos nuestro ritual con parada en el restaurante habitual y antes de las cinco nos estábamos revolcando en la sufrida cama de su hijo Jordi.
-He deseado tanto este día!, he soñado tanto con él, que no me lo puedo creer.
Se la veía realmente excitada, la voz le temblaba mientras me decía cuanto me deseaba.
Nos demoramos durante horas, recorriendo y explorando cada uno el cuerpo del otro, sintiendo crecer el ansia incontenible por llegar a la cima.
-Ya Manel, ya, métemela. Métemela toda dentro de mi!
-Si cariño, si, pero antes el condón.
-Como?, condón?, porqué?
-Porque he comprado una caja de doce, no querrás que los tire, no?
No entiendo nada, no se porqué, pero aquella fue la primera y única vez con Neus. Después de aquel día, ni siquiera me saluda.
Son tan raras las mujeres!