Las amigas y vecinas de mi madre

Unas vecinas y amigas de mi madre hacen de mi un iniciado en maduras

LAS VECINAS Y AMIGAS DE MI MADRE

Nunca he contado como fue mi iniciación en el sexo que no fue fácil, aunque tampoco difícil, pero me dejó marcado para siempre, pero ser el único negrito en un pueblo de blanquitos de los años 60 en plena España franquista no era fácil, y vivir con ese estigma del color que no dejaba de representar el desliz que tuvo mi señora madre con un eventual vagante por la zona, aunque aceptado por el núcleo familiar, no deja de ser un estigma.

Salido ya lo debía de ser de pequeño, tal vez porque las abuelas y tías abuelas, les gustaba bañarme y jugar con mi paquete al completo, se lo restregaban, lo chupaban, etc, y creo recordar muy en el subconsciente que se lo hacían pasara por el chocho, pero yo era muy pequeño, y son retazos que me han quedado, y que de vez en cuando me vienen.

Como mi madre andaba muy liada, y mostrar preferencias podía ser malentendido, fui adoptado por las tías abuelas y las dos abuelas que me tenían a sorteo, para ver con quien de ellas me encamaba, y por tanto recuerdo esa textura de las carnes blandas y suaves, los restregones por unas livianas tetas que, aunque fueran grandes ya eran pura blonda. Pero era dormir en el paraíso.

Las fui echando de menos cuando se fueron al albar mento y dejaron solo con mis ensoñaciones y despertares sexuales. Recuerdo que andaba todo el día tirado por la cocina para ver por debajo de las faldas el chocho o las bragas, pues no todas utilizaban de las hembras de la casa que eran varias y variadas. Hasta que un día mi madre me pilló y me dio un ostión de aquí te espero.

Aprovechaba a ir con ella al lavadero del rio donde siempre pillaba alguna escena de esas guapas, de tetas o muslos de esos sin depilar, de aquellas no se hacían esas cosas, tal vez por eso me gustan las mujeres grandes y maduras, con pelo en el chocho y tetas… Bueno ese perfil de las mujeres de pueblo.

En el lavadero o en río, alguna sabiendo la herramienta que me gastaba, siempre hacían alguna gracia, algún roce, y alguna de esas invitaciones que nunca llegaba.

Un día me fui a casa de mis amigos, la familia Taguda, vivían en una casa un tanto rara, eran dos casas que se perfilaban a ambos lados de un largo pasillo, donde daban tanto las cocinas como las habitaciones, el wc estaba a la entrada de la casa y el pasillo. Es como si de una casa en la que vivan una amplia familia, esta pasase a conformar dos viviendas, en un lateral vivían los Taguda, y  en el otro la Nélida y su marido.

Los Taguda estaba compuesta por la señora Doña Alicanta de inmensidad total, en todos los sentidos, piernas, brazo, barriga, tetas y hasta cabezona era la señora, su marido todo lo contrario, delgado como un fideo, con un pito largo y fino como un macarrón, y salido como el solo, no entendía cómo podía follar con su señora

Los hijos un poco payasetes, pero buena gente al igual que María Josefa la joven hija hermana que prometía en formas, pero un tanto remilgada como adolescente.

En la otra orilla del pasillo vivía doña Nélida, una madura camino de los cuarenta, y mama de recientes parideras, y por lo que pude ver más salida que las conejas.

Un día de los que fui a buscar a los hermanos Taguda, me encontré con la puerta medio abierta de la cocina de Doña Nélida, donde su marido tenía a la buena señora de la casa sobre la mesa, las faldas remangadas y colocada a un lado la braga le endiñaba a base de bien. Aquello rezumaba patas abajo, mientras la señora Nélida se amarraba a la mesa, aunque me pillaron de fisgón y el paisano de malas pulgas me dijo que si quería un par de ostias

Entré en la habitación de mis amigos Taguda, y desde ella que comunicaba con la cocina, vi como la señora Alicanta espiaba a la pareja mientras ella con un patona de aquellas en un banco se magreaba por debajo de las faldas el chocho.

Descubrí por casualidad de esta forma el toma y daca que había en aquellas casa a lo cual me fui enganchando a los fisgoneos… otro día al entrar en la vivienda oí unos susurros y movimientos de ropas en el Wc, y allí el Sr. Taguda tenía encima a la Doña Nélida en el WC  y le daba caña con el macarrón en pleno chocho, yo veía en primer plano aquel macarrón abrirse paso al chocho o resbalar regaña arriba … vaya corrida tuvo el cabrón … me fui a jugar con mis amigos y al salir de la habitación creyendo que los interfectos se habían ido me los tope saliendo del WC.

A partir de ahí la señora Nélida me miraba con cierto afecto y hasta me daba algún cariño… Un día se celebró una comida vecinal en la finca de mis padres, y  me atreví en un momento dado a meter la mano por debajo de su falda a la Nélida y como  vi que no me pegaba sino que en parte se dejaba hasta llegar a unas mojadas bragas.

Es más me llevó a un rincón del garaje, donde creí que me iba a dar una tunda, y me metió la mano en el paquete para ver que tenía allí, de lo cual quedño impresionada de  la herramienta que me gastaba, diciendo que mi madre no mentía….

Se relamió, y tras ello me dio un beso de tornillo mientras me apretaba con uñas la poronga, la cual se puso a cien, unos 16cm largos, y bien gorda como un pepino, y un cabezón para poder quedar bien atascado estaba como regar todo el jardín, al final soltó el apriete y viendo las marcas que me dejó en la polla, me la ensalivó unos minutos y metiendo mi mano en su chocho para que viera lo calentito que estaba y como la había dejado.

La vedad es que me dejó para allá, tanto que me hice pila de pajas durante los días en que no pude verla que fueron unos cuántos.

Subí como a las dos semanas hasta su casa y me metí en su cocina, pronto la buena señora cerró la puerta, me sacó la poronga para ponerla a tono, y subiéndose a la mesa se levantó las faldas, no llevaba la cabrona braga alguna, me obligó a amarrarme al a pelambrera de su chocho, de donde salí con la cara llena de mocos, como echaba de babas la cabrona.

Me mandó por un banco para desde el poder montarla de frente pues la poronga la tenía al máximo, pero no alcanzaba a meterle el trabuco. Se dio vuelta y me puso toda aquella bella panoplia para  un mequetrefe , era el sumun la empitonase.

Aquel choco, la regaña del culo, aquella espalda, la empalé como pude, pero como los perros chicos con las perras grandes mal alcanzaba a darle con todo, la bola se quedaba atrás, me corrí nada más arrimársela. Un desastre.

Pero Doña Nélida no lo creyó así….por la puerta interior de la casa me llevó a su habitación, y desde allí me mando al Wc del pasillo pues necesitaba evacuar aguas mayores, así supe que Doña Alicanta estaba al tanto de lo que allí se cocía tras la s cortinas de las puertas acristaladas.

No volví a donde  doña Nélida pues me acojoné con la situación, tardé unos tres días en toparme de nuevo con la Nélida que me invitó a seguir con los juegos de ordeñe para la mañana siguiente, y me aconsejó una paja nocturna para que fuera engrasado y no salido como un berraco.

Llegado a la cocina me llevó a la habitación del fondo allí se despelotó dejando que me rebozara sobre aquel cuerpo de madura, chupé de aquellas buenas tetas aún cargadas de leche y me refocilé lo que pude y más le gustaba la carne fresca sobre s cuerpo y ver como el vástago se ponía firme, luego me eché sobre ella, tal y como me dijo, le fui introduciendo la poronga poco a poco, pues no estaba según decía acostumbrada a tales calibres, y así la fui metiendo, hasta que sentí las uñas clavadas en mis nalgas, a la vez que me pedía más y más, vaya mordisco que me atizó la muy guarra en el cuello,  mordió con ganas cuando me dijo que se corría.

Tras ello quedamos medio adormilados, bueno ella, porque yo seguía con la pìrulón enhiesto como una vara de avellano. Cuando una vez repuesta, se puso a cuatro patas y me indicó para que la encalomara a toda pastilla y con fuertes embates, si que se los dí, gritaba mordiendo la sábana y la manta,  y pedía ¡más marcha fogonero que este horno necesita más fuego¡.

Menudo trajín, al final me corrí y caí encima de ella como un saco, pues me dejó seco, aunque no contenta cuando se salió la polla del horno, empezó a masajearme y chuparme el nabo, hasta dejarlo en buena forma y listo para un mete y saca más placentero hasta volver a corrernos…

Luego cada mochuelo a su nido, aunque tuve mal día de como explicar a mi madre que vinera tan exprimido y con aquel cacho de mordisco en el cuello. Solo me dijo: ¡Andate con cuidado, churumbel, no te pille el toro ¡…

A los dos días ya estaba yo como los perros tras oler el celo de las hembras. Rondando el pasillo para ver si podía engatillar a la buenorra de la Nélida, pero el engatillado fui yo de nuevo, no por la Nélida que había salido con su marido y señor padre para el pueblo durante unos días, sino por Doña Alicanta, que, con la excusa de ayudarla a colocar una bombona, me cogió de la oreja y me cantó las cuarenta de mis andanzas y me amenazó con ir con el cuento a mi madre y a mi padre…que era peor.

Pero tengo un a oferta para no ir de chivata, pone ahí debajo y rebaña lo que veas y encuentres que sé que te gusta, allí me ví bajo aquella carpa de circo, buscando por entre aquella selva de pelos, su chocho, el primer lengüetazo en que acerté entre aquellas carnes, noté como que le dio un calambrazo, y sentí aquellas manazas apretar mi cabeza como si quisiera meterme chumino arriba, pronto me emcontré chupando una especie de pirulilla que iba creciendo y tomando cierta dimensión. Estaba buena, al menos así no me dolía la nuca.

Bueno cabroncete sal de ahí enséñame ese pirulín del que las vecinas hablan. ¡Dios, que trabuco te gastas mi niño.¡ Creo que tu y yo lo vamos pasar bien, déjame que lo chupe un poco cabroncete y dicho y hecho, allí tenia aquella cabezona como dos sandías chupa que te chupa, a la vez que me masajeaba las nalgas, que bien lo hacia la cabrona, cuando le dije que me iba a correr me dijo adelante niñato dale de comer a esta hambrienta bestia.. y allí se refociló a gusto y placer.

Cuando lo creó oportuno paso en seco me dio un lametazo final en la polla y en boca con aquel bigote que se gastaba y me embadurnó la cara a modo de recuerdo con sus caldos, citándome para el domingo a las 5 de la tarde, o sea que tenía tres días para reponerme.

Gervasio de Silos