Las amigas de Miguel

Miguel va todas las noches a visitar a unas amigas suyas que están bastante buenas. Unas cervezas y una conversación intrascendente desatarán las pasiones ocultas y acabará follando con las tres.

Como otras noches, Miguel se pasó después de cenar a hacer una visita a sus amigas de la Universidad. Eran tres y compartían un piso de estudiantes, y la verdad es que estaban muy buenas. La mayor era María, con 23 años. No era excesivamente guapa pero tenía mucho morbo, con sus ojos negros y su sonrisa pícara en los labios. Tal vez la sobraba algún kilillo, pero los tenía muy bien puestos, en sus descomunales pechos y sus rotundas caderas de mujer. Por los demás iba siempre muy maquillada y perfumada, con su larga melena rizada, peinada con espuma, cayéndole por debajo de los hombros.

Laura era la alternativa del grupo. Llevaba el pelo corto teñido de rubio y muchos piercings: en las orejas, en la nariz, en el labio, en el ombligo y tal vez alguno más secreto. Sus tetas eran grandes, sin llegar a la exageración de María, y su culo atrayente, sin llegar a la perfección del de Sheila: efectivamente, Sheila, "la niña", 18 añitos, era el auténtico bombón del grupo: Tenía el pelo negro y la piel muy morena, pero unos ojos verdes, grandes, que deslumbraban. Era bajita y muy delgada, con unas tetas no muy grades y el mejor culo que hubiera visto Miguel en su vida, muy respingón y sin un gramo de grasa. A pesar de su aparente ingenuidad, Sheila se había dado cuenta de que su trasero volvía locos a los chicos, y por eso llevaba siempre pantalones hiperajustados combinados con tanga.

Aquella noche fue ella quién le abrió la puerta:

  • ¡Hola Miguel, pasa! – le dio dos besos - ¡chicas, Miguel ha venido a vernos! ¿Pero por qué vienes siempre tan tarde?.

Efectivamente, eran las 11 de la noche. Miguel se pasaba siempre a esa hora porque así las chicas llevaban puesta la ropa que usaban para dormir. Efectivamente, Sheila llevaba un pijama de raso azul, de niña pija, corto, (era junio) que dejaba transparentar el tanga negro que llevaba debajo. El pijama blanco de María, la morbosa, precisamente lo que dejaba traslucir es que no llevaba nada debajo, ya que sus enormes aureolas mamarias se pegaban a la tela, y en la parte de abajo se intuía el triángulo negro de su vello púbico sin depilar. Laura, por su parte llevaba también la ropa que usaba para dormir: una camiseta vieja de S.A. y las bragas.

Las chicas estaban viendo una película y Miguel se sentó en el sofá, al lado de Laura, que inmediatamente apoyó la cabeza sobre el estómago de él. Si una cosa tenía buena Laura es que se dejaba sobar, Miguel no sabía si interpretaba sus caricias como amistosas o es que le gustaba que le metiera mano.

  • Bueno, traigo unas cervezas, no? – dijo María.

Las trajo y bebieron ella, Laura y Miguel. Sheila no bebía. Al rato estaban los tres un poco pedo, y sin hacer caso a la película, la conversación giró por otros derroteros:

Lau, le has enseñado a Miguel tu nuevo piercing?

Mira, es en la lengua, ¿te gusta?- se lo enseñó.

Sí, te queda guay.

En una peli decían que mejoraba la felación.

Eh, eh, listillas, que yo no me lo he puesto por eso.

¿Es eso cierto, Miguel?- preguntó María con sonrisa pícara.

¿Qué?

Que el piercing en la lengua mejora la felación.

Eh.... pues no lo sé.

Hombre, tú lo sabrás mejor que nosotras.

Es que nunca me han hecho una felación.- confesó timidamente- ni con piercing ni sin él

Laura y María rieron estruendosamente.

¿Qué pasa? Las chicas con las que he salido no querían hacerlo.

Siguieron riéndose a su costa.

¿Entonces tú vas a ligar al colegio de jesuitinas de Sheila?

¡Pero que dices, si luego esas son las más guarras!.

A partir de ahí siguieron hablando de otros temas, pero Miguel percibió que cada vez que miraba a María ésta pasaba los labios y la lengua por el botellín de cerveza, simulando que chupaba una polla. Miguel se estaba poniendo cachondo, y empezó a meter mano a Laura: le pasaba la mano por la cintura, las caderas, las nalgas y los muslos, pero no se atrevió a tocarle el chochete.

La situación era surrealista: María, recostada en el sillón, estaba simulando una buena mamada al botellín, mientras miraba fijamente a los ojos de Miguel, que por su parte ya tenía la mano dentro de las bragas de Laura, que a su vez se apoyaba mimosa en el regazo de él, con la cara cada vez más cerca de su polla, visiblemente empalmada. Sheila, por su parte, miraba la tele ingenuamente, sin enterarse de nada. Por fin bostezó y dijo:

Bueno, chicos, yo me voy a la cama. Buenas noches.

En cuanto hubo cerrado la puerta, María tomo la palabra:

Ahora que se ha ido la niña, nos toca jugar a los mayores.- y se acercó gateando hasta Miguel. Sus pechos y sus caderas se balanceaban sensualmente. Le desabrochó los pantalones. Le bajo el slip. Laura y Miguel miraban inmóviles, sorprendidos pero enormemente excitados. – hoy te vas a hartar de felación, chiquitín.

Y se metió la polla de Miguel, 20 cm. completamente empalmados en la boca. Al chico le hubiera gustado ver la cara de ella mientras se la comía, pero Laura también estaba cachonda y empezó a morrearle violentamente. Él seguía amasándole las nalgas. Laura se retiró un momento, se quitó la camiseta y metió la cabeza de Miguel entre sus tetas y éste empezó a chuparlas. Cuando llegó a los pezones empezó a hablar y gemir (los otros dos tenían la boca ocupada):

Ahhh, mmm que bien lo haces, Miguelín. Sí, en los pezones, muérdelos, mmmm. Joder, María, eres una chupadora profesional, que bien lo haces. Hazme un hueco, que ahora voy yo y te doy el relevo.

Dicho y hecho, se agachó y empezaron a hacerle entre las dos amigas una comida a dos lenguas. Cada cual tenía su estilo. María le pajeaba con la mano derecha mientras jugaba con el capullo con la lengua. A veces bajaba a chuparle los huevos y luego recorría el tronco de la polla con la lengua. Laura se la metía entera en la boca, y movía violentamente los labios y la cabeza entera hasta que el glande le golpeaba el fondo de la garganta. A veces también recorría el glande con su piercing, y cuando sus bocas se cruzaban se morreaban entre ellas. Miguel estaba en la gloria.

Pero María quiso mejorar la fiesta. Colocó las piernas, abiertas en lo alto del sofá, con la cabeza abajo sin dejar de mamar. Así, Miguel pudo masturbarle con la mano a ella, metiéndole el dedito y sobando su húmedo clítoris.

Laura estaba tan entregada a su trabajo que llegó al punto de no retorno. Succionaba con fuerza y en cada embestida la polla salía de su boca y volvía a entrar al completo en décimas de segundo. Miguel no tuvo tiempo para avisarla de que se corría, y ella sólo se dio cuenta cuando las dos primeras descargas le inundaron la garganta. La tercera le cayó entre el cuello y las tetas.

Lo siento tía, yo...

No pasa nada.- Y sonrió con cara de circunstancias, mientras el semen le chorreaba por la comisura de los labios.

Pero María no iba a ser tan comprensiva:

Eh, eh, tu no te vas de aquí sin echarme un buen polvo. En fin, tendré que usar toda mi habilidad. – Estaba ya completamente desnuda, y se arrodilló de nuevo delante de Miguel, que ahora estaba de pie.

Lo primero que hizo fue sorber los restos de semen que le quedaban en la polla. Seguidamente, sin dejar en ningún momento de mirarle fijamente a los ojos, empezó a lamerle el glande, moviendo la lengua a velocidad de vértigo. A los 20 segundos Miguel estaba empalmado de nuevo.

Siéntate en esa silla! – ordenó.

El lo hizo, y ella se sentó encima de su polla dándole la espalda, pero de cara al espejo de la pared para verse follando. A pesar de lo húmeda que estaba, la picha sólo le entró hasta la mitad, pero utilizó el peso de su cuerpo para clavársela hasta las entrañas. Los dos gimieron, y ella empezó a cabalgar, primero lentamente y luego a toda velocidad.

Laura había vuelto de lavarse, y se sentó en el sofá para contemplar mejor la escena. María gemía acompasadamente y se mordía los labios al follar. La polla le entraba y salía y con la mano derecha se trabajaba el clítoris, mientras con la izquierda trataba de sujetarse el pelo. Miguel tenía una mano en cada una de las tetas, y mordía con fuerza la espalda de ella.

Ante semejante espectáculo Laura empezó a tocarse el chochete, y pronto tenía las bragas en las rodillas y dos dedos dentro del coño.

María, viciosilla, a mí cuando me toca?

Te cederé gustosa a mi hombre pero sólo si te lo follas a cuatro patas, como la perra que eres.

Para empezar, Miguel no es tuyo, y yo seré una perra, pero tú eres un auténtico zorrón.

Todos estos insultos se los decían cariñosamente, guiñándose el ojo y tirándose besitos.

La rubita de los piercings se puso a cuatro patas sobre la alfombra, la morena descabalgó y Miguel la introdujo en este nuevo chochito. Pronto empezó el vaivén y los gemidos de Laura. Pero María no se iba a estar quieta. Primero se tumbó en el suelo, de manera que podía lamer los huevos de Miguel, la parte de polla que entraba y salía, el clítoris de Laura y el piercing que esta llevaba en un labio vaginal. A los dos minutos se arrodilló al lado de Miguel y empezó a lamer el ano de su amiga, metiendo la lengua y vertiendo su saliva. Laura se dio cuenta de la operación y preguntó preocupada:

Oye, ¿no pensarás que me meta ese pollón por el culo? ¡Es enorme!

Anda, cabroncilla, que te va a gustar – contestó María, metiendo el dedo corazón y dándose cuenta que ese culito ya estaba bien lubricado.

Todo tuyo – dijo a Miguel, separando las nalgas con las manos y ofreciéndole el agujero trasero de su amiga.

Primero introdujo solamente el glande. La rubia gimió mientras suplicaba.

  • ¡Ve despacito, por favor, con cuidado!

Sin embargo su amiga jaleaba a Miguel:

¡Clávasela entera! ¡Rómpele el culo!

Efectivamente, aquel pene era demasiado grueso para una penetración anal. Consiguió introducir hasta la mitad y comenzó el movimiento, pero María no estaba conforme:

¡Entera! ¡No tengas piedad con esta fulana, maricón!

Miguel, picado en su amor propio empujó con todas sus fuerzas. Le resabalaban las gotas de sudor. Laura gritaba con la cabeza apoyada en la alfombra, hasta que por fin la polla entró al completo y comenzaron a follar, lentamente.

María se acercó a su amiga:

Muy bien, cariño, ahora demuéstrame lo que sabes hacer con el piercing.

Laura se dio cuenta de lo que quería la morena y la miró con horror:

¡Pero... yo no se hacer eso a una chica!

Fue lo último que dijo, porque María introdujo la cabeza de la rubia entre sus muslos y la obligó a chupar su velluda entrepierna.

La situación de Laura era desesperada. Uno le estaba reventando el culo, mientras la otra le aprisionaba la cabeza con los muslos, asfixiándola y empapándola la boca con sus fluídos. Pero pronto se rehizo, y comenzó a utilizar su perforada lengua para recorrer la rajita y el clítoris de María como ella sabía, acompasando su ritmo con las embestidas que le daba el chico. Al rato estaba disfrutando ella la que más.

Al poco tiempo María se corrió entre gritos.

Así, Lau, así, chupa, ahhh, ahhh

A mí tampoco me falta mucho – dijo Miguel.

María agarró del pelo a la rubia y le giró la cabeza, mostrándole al chico el rostro empapado de flujos y sudor:

Mira que carita de zorra, ¿no te apetece correrte en ella?

Dicho y hecho, Miguel sacó la polla del culo de Laura y empezó a pajearse delante de su cara. Ella abrió la boca y cerró los ojos, pero fue inútil: el semen le empapó los ojos, la boca, las mejillas y el pelo. Miguel le metió la polla en la boca para que le diera las últimas lamidas.

Allí se quedó Laura, de rodillas sobre la alfombra y momentáneamente cegada. Su amiga se interesó por ella.

  • ¿Que, te ha gustado?

Si, tía, ha sido la hostia, pero no sabía...

¿Qué es lo que no sabías?

No sabía que tú fueras lesbiana.

María rió.

No soy lesbiana, lo que soy es muy viciosa.

Y empezaron a morrearse, de rodillas sobre el suelo. María limpió el semen de los párpados de la rubia con su lengua, para que pudiera abrir los ojos. Cada vez que juntaban y separaban sus bocas se formaban unos hilillos de semen mezclado con saliva que las unían. Estaban para hacerlas una foto.

Me voy a duchar.

Podemos ducharnos juntas, ¿no?

Se dirigieron al cuarto de baño. Miguel no sabía que hacer cuando oyó unos sollozos que salían de una de las habitaciones.

Efectivamente, era Sheila, la benjamina del grupo, que lloraba desconsolada. Miguel se acercó a la puerta de su cuarto. Ahora lo entendía todo. Sheila estaba enamorada de él, siempre lo había estado, y ahora había visto como se montaba una orgía en su piso con sus propias amigas. La había cagado. Sin saber muy bien lo que hacía se acercó a su cama, pensando en consolarla.

Perdona yo...

¡Déjame en paz!

Yo no sabía que tú...

Sheila se giró y le miró a los ojos.

Soy tan mujer como ellas y puedo ser tan puta como ellas.

Dicho esto le arrojó sobre su cama, le bajó los pantalones y se metió su polla en la boca. Al momento Miguel estaba empalmado de nuevo.

La luz de la luna se colaba por la ventana y él podía ver a Sheila, con los ojos empapados en lágrimas, haciéndole una buena mamada. No era una experta como sus amigas, pero tragaba aquel pene con avidez. Miguel aprovechaba entre tanto para irle metiendo mano: sus tetitas, su deliciso culo... metió la mano debajo del tanga y encontró un chochito sorprendentemente húmedo y lubricado. Querría comerse ese coño.

Sin embargo fue Sheila la que tomó de nuevo la iniciativa, lo arrojó sobre su cama y se terminó de desnudar. Seguidamente se introdujo el pene de Miguel en el coño y empezó a cabalgarlo a toda velocidad.

¿Te han dado mucho placer esas zorras?

Eh... yo no....

¡Contéstame, hijo de puta!

Yo no quería...

¿A quién te ha gustado más follarte? ¡Dímelo, cabrón!

Sheila parecía una furia, seguía follándose a Miguel sin parar pero ahora además lo abofeteaba y arañaba en la cara. El chico no sabía como defenderse, pero además el coño de Sheila era tan húmedo y sus movimientos tan violentos que iba a correrse de nuevo sin remisión.

Se corrieron los dos al tiempo. Rápidamente Sheila se bajó de encima de él y se quedó de cuclillas en el suelo, llorando. Miguel trató de consolarla. Le acarició el pelo y la llamó por su nombre.

Sheila...

No quiero volverte a ver más, cabrón. Sal de mi casa.

Sonaba a más que una despedida. Miguel recogió su ropa y se vistió. En el baño se oía a Laura y María chapoteando, jugando sin darse cuenta de nada. Salió y cerró la puerta tras de sí Estaba realmente confundido, no sabía qué pensar. ¿Le gustaba realmente a él Sheila? ¿Habría perdido tres amigas? ¿O por el contrario se abría una nueva etapa de polvos fáciles con aquellas tres preciosidades ( o por lo menos con Laura y María)? Lo único que tenía claro es que los polvos y mamadas de esa noche ya no se los iba a quitar nadie.