Las amables peluqueras

Un buen servicio

Con la moda de los metro sexuales, que aunque no todos la seguimos sí termina por afectarnos, casi todos los hombres hemos abandonado la visita, más o menos mensual, a las clásicas ‘peluquerías de caballeros’ y las hemos cambiado por aquellas ‘unisex’. La verdad es que, cuando menos, son más confortables y menos cutres, aunque no tengan ese aire romántico de “El barbero de Sevilla”.

Y ese jueves me tocaba ir a la mía. Me habían dado hora para las 20:15, aunque era después de cerrar, en atención a que soy buen cliente… o eso pensaba.

Llegué a las ocho y diez. Efectivamente el cierre del establecimiento estaba ya medio bajado y el cartel “cerrado” en la puerta. Naturalmente me abrieron al verme.

Lo primero que me extrañó fue no ver a Mario, el homosexual que me atendía normalmente, así que pregunté por él.

-Ha tenido que marcharse por un problema familiar –Me contestó Mónica, una de las empleadas-. ¿No te importará que te cojamos nosotras?

-Claro que no –Respondí-. Supongo que estáis muy preparadas.

-Preparadas y dispuestas. Anda siéntate que te lave la cabeza.

Aparte de Mónica, estaba Paula, la manicura, las dos con unas batas verdes, cortísimas, más de un palmo por encima de las rodillas que nunca les había visto anteriormente. Me senté en la butaca de los lavabos.

Aparte de los consiguientes champús, cuando se puso a darme el también clásico masaje capilar, noté que su respiración se entrecortaba, que se demoraba más de lo normal en el masaje, que sus manos iban a mi cara, además de a mi pelo. Pensé que se encontraba mal por alguna razón, por lo que le pregunté:

-¿Te pasa algo Mónica?

-No, nada –Respondió-. Bueno, sí… Me estoy poniendo cachonda de tocarte.

Me quedé de piedra, nunca me hubiese esperado algo así, o al menos tan abiertamente expresado.

-Y tú me has puesto cachondo a mí al decirme eso. ¿Qué podemos hacer?

-Bueno… Creo que si los dos estamos calientes, no habrá mucho problema.

-¿No? ¿Y Paula?

-Ya veremos. Venga te seco y vamos a la butaca.

Hacia allí nos fuimos. Me senté y ella cogió mi mano y la llevó a uno de sus pechos, tenía el pezón duro y turgente.

-¿Ves como me has puesto? –Dijo.

-¡Pues si supieses como estoy yo!

-Lo averiguo enseguida.

No se limitó a poner la mano en mi entrepierna, sino que me desabrochó la bragueta y sacó mi hinchado miembro.

-¡Sí que estás cachondo!

-Oye, ¿y Paula?

-La llamo. ¡Paula, cariño, ven!

-Pero…

-Calla.

Cuando llegó la otra, yo seguía con el pene al aire, no pareció sorprenderse, por el contrario, le lanzó una mirada apreciativa.

-Paula –Dijo Mónica-, el cliente dice, en vista de su estado, que si antes de hacerle las manos le puedes hacer otra cosa.

-Por supuesto que sí, hay que solucionar esto. Tumba el respaldo Mónica.

Se desbrochó dos botones de la breve bata, dejando ver la casi totalidad de sus tetas, cogió un taburete bajo, se sentó, y sin más se metió mi polla en su boca haciéndome una excelsa mamada. Mónica también se desabrochó la bata, mostrándome que no llevaba ninguna ropa debajo, se colocó a horcajadas sobre mi cabeza y me puso el coño en la boca.

-Anda –Dijo-, chupa mientras te chupan, a ver si me calmo un poco porque estoy chorreando de cachonda.

-¡Pues anda que yo! –Corroboró Paula sacándose mi miembro para poder hablar- ¡Tanto que necesito que me la metas ya!

Se levantó del taburete y me cabalgó también clavándose el pene en el coño. Ambas se movían desaforadamente lanzando gemidos placenteros.

-¡Ay Lita, te cambio el sitio! –Pidió Mónica.

Cambiaron los chochos de alojamiento, pero siguieron al mismo ritmo.

Cuando les dije que me iba a correr, ambas se pusieron de rodillas ante mi pene para que lo hiciese en su cara, que no en sus bocas, si bien luego se encargaron de recoger mi semen con sus lenguas y dárselo la una a la otra en lascivos besos.

Tras unos minutos de relajación, Paula dijo:

-Bueno, habrá que hacerle el servicio a este caballero.

-Claro –Respondió Mónica-. Vamos a ello.

Aunque yo pensé que, realmente, el ‘servicio’ ya me lo habían hecho.

Colocaron la butaca en su posición adecuada. Mónica se puso con mi pelo y Paula con mis manos. Supongo que sería un espectáculo surrealista ver una sesión de peluquería y manicura con todos sus participantes totalmente desnudos. Y a fe que podía serlo, pues aunque estábamos al extremo más alejado de la puerta y el local tenía los cristales tintados, pero no totalmente opacos, cualquiera que pasase por la calle y tuviese la suficiente curiosidad, podría haberlo visto.

Entonces, pese a la situación, se retomó la ancestral costumbre de la charla entre peluqueros y clientes, aunque en esta ocasión el ‘cliente’ prácticamente sólo escuchó.

-Supongo que te habrás dado cuenta –Era Mónica la que hablaba-, de que esto ha sido una encerrona perfectamente planeada y preparada. Desde las última veces que viniste, Pula me estaba diciendo que la ponías y que se te quería tirar, yo dije que a mí también, y fuimos madurando el plan. Cuando llamaste ayer ya estaba concretado, así que te dimos hora para después de cerrar, le dijimos a Mario que se largara; la muy ‘putona’ quería quedarse, aunque sólo fuese para mirar; y te esperamos. El resultado ya lo has visto.

-¡Vaya! Nunca hubiese imaginado que desertara esos ‘instintos’.

-No lo sabes tú bien –Dijo Paula- Pero vas a ver lo que despiertas cuando terminemos contigo. Porque esto no ha hecho más que empezar.

Efectivamente, el ‘remake’ fue largo e intenso.

FIN

© José Luis Bermejo (El Seneka).