Las alegrías de la boda
Mientras los otros invitados bailan, nosotros tomamos el postre.
Estoy con mi esposa en la celebración de la boda de una de sus compañeras de trabajo. Mientras esperamos a que lleguen los novios degustamos ricos canapés, tapas y un vino blanco que esta fresquito y riquisimo; el aperitivo en los jardines del hotel está siendo soberbios.
Nosotros dos apenas conocemos a nadie, aunque enseguida entramos en animada conversación con el resto de invitados, todos muy elegantemente vestidos para la ocasión.
Estamos a principios de Abril, hace un día espléndido y las mujeres que han elegido un vestido primaveral han acertado de lleno.
La dirección del hotel ha iniciado la temporada de verano con este banquete, y se esfuerzan por empezar bien. Para hacer una buena publicidad a los invitados se nos ofrece la posibilidad de quedarnos a dormir después del banquete, ya se sabe que se suele comer y beber en exceso, siendo una buena oportunidad para que se conozcan las bondades del lugar.
Ya en el comedor, nos toca sentarnos en la “mesa de los amigos”. Allí coincidimos con otras cuatro parejas que no nos conocemos entre nosotros. Tras unos momentos de tanteo, las primeras copas de vino y las bromas de rigor, conversamos animadamente como si nos conociéramos de toda la vida.
Justo enfrente tengo la suerte de tener una mujer atractiva, con un vestido que le sienta formidable, como defecto decir que a mí me parece excesivamente extrovertida y locuaz. Con mujeres así me siento un tanto desbordado y me provocan una cierta inquietud.
Poco a poco ella toma las riendas de la conversación de los comensales, y llega un momento en que dice dirigiéndose a mí:
— Estoy segura que te conozco de antes—
— no has cambiado casi nada en estos últimos diez años….¿no te acuerdas de mi, soy Elvira—
— Tu ibas mucho por Tiffanys los sábados por la noche, ¿verdad? —
— … y además bailabas mucho y de una forma bastante llamativa—
Me siento claramente cazado y un poco incomodo al verme retratado delante de aquellos desconocidos. Se está refiriendo a una época muy alocada y desenfreno antes de conocer a mi mujer.
En tono de broma, ella añade:
— no te preocupes que no voy a revelar ningún secreto— todos reímos los comentarios y por suerte, pasamos a otro tema.
Comentando cosas de los anillos de casados que todos llevamos, se me cae el mío. Lo busco entre mis pies, levanto un poco el mantel y miro debajo de la mesa.
Están las piernas de todos, pero las que me llaman la atención son las de Elvira. Miro más arriba y veo entre sus muslos abiertos unas preciosas braguitas blancas de fantasía. Encuentro el anillo y un tanto aturdido me vuelvo a sentar a la mesa, junto con el resto de comensales y frente a Elvira.
Ella me dirige una mirada entre picara y maliciosa, creo que me ha identificado como una presa fácil y parece tantear el terreno. Yo estoy seguro que este no es el mejor momento para este tipo de juegos, disimulo y rehúyo sus miradas.
Como es habitual en este tipo de celebraciones nos concedemos unos a otros unas confianzas que en otras circunstancias resultarían inusuales. El buen humor va aumentando a medida que avanzamos en el banquete y que los buenos vinos van haciendo su efecto caldeando el ambiente.
Llega el momento del baile. Primero los novios y luego ellos con todos, y los demás revueltos. Al terminar un corto baile con la novia, quedo unos instantes parado y solo en la pista sin pareja. De pronto me siento arrastrado y termino bailando con Elvira.
Con tanta animación los empujones son continuos y los apretujones entre nosotros también. Entre tanta risa y tanta broma, Elvira me está dando un buen repaso por todo el cuerpo y también frota a conciencia su cuerpo con el mío.
Antes de que note que algo se ha despertado debajo de mi pantalón, con mucha discreción cambio de pareja y finalmente me siento. Mi mujer se acerca, se sienta junto a mi y también quiere descansar unos minutos. Elvira se sienta a mi otro lado y charlamos los tres.
Otros invitados vienen a reclamar la presencia de mi mujer que resulta que es muy aficionada al baile. Nada más levantarse, noto como la mano de Elvira se coloca encima de mi rodilla tapada por el mantel.
No quiero que piense de mí que soy un soso y me dejo tocar. Esto la anima y con determinación su mano se va acercando y subiendo por la entrepierna. Tampoco querría que me llegara a tocar mi polla que se está poniendo dura ya que quedaría a su merced y demostraría que me ha seducido como a un chaval.
Ella sigue, y sigue. Se acerca y ya está a punto de alcanzar su objetivo. Llegan mi mujer y el marido de Elvira. Esto hace que se rompa momentáneamente el cerco a que me estaba sometiendo, y respiro aliviado.
Tras unos momentos, ellas dos se levantan y van juntas al aseo. Nosotros dos tenemos unos minutos de charla intrascendente, tras la cual ellas dos vuelven frescas como dos rosas.
Mi mujer sale otra vez a la pista de baile y se lleva al marido de Elvira. Ésta no tarda en hacer el comentario:
— Es muy guapa tu mujer…y tiene una figura muy bonita…— yo le doy la razón.
— Además tiene unos hombros y uno senos muy lindos…— termina diciendo.
La miro con cara de circunstancias y afirmo con la cabeza.
— ¿Te gustan los míos?…son un poco mayores y también los tengo firmes como ella…— dice Elvira mientras me hace su mejor pose para que pueda evaluar la verdad de su afirmación.
Me da la impresión que durante el tiempo que han estado en el aseo han comentado más cosas que las habituales. Mi mujer sabe que unos lindos y redondeados pechos son mi debilidad, y parece que esa información Elvira la tiene muy clara.
Protegida por las circunstancias, se siente dueña de la situación, alardea de sus hermosas tetas, me las enseña desde varias perspectivas y su mano vuelve a las andadas por debajo del mantel.
Desde hace mucho tiempo no la había tenido una provocación tan clara… y sin poder defenderme. Cuando los calores se hacen insoportables me disculpo y me voy al lavabo que hay fuera de la sala. Al volver, en el pasillo desierto esta ella esperándome.
Me acerco, ella se lanza sobre mí y me besa en los labios. Nos abrazamos, rodamos sobre la pared y caemos dentro del ascensor que estaba con las puertas abiertas. Pulso el botón hacia el piso mas alto. Se cierran las puertas y empieza a subir.
Ahora soy yo quien toma la iniciativa, la aprieto contra la pared, le levanto la falda y empujo con mi polla dura y todavía debajo del el pantalón. Elvira enrosca su pierna sobre mi cadera y me lame el cuello esperando que mi verga encuentre el camino.
Suena un tilín y se abre la puerta del ascensor. Debemos estar en el piso ático, hay unas grandes cristaleras y varias ventanas abiertas. Delante de nosotros tenemos una hermosa puesta de sol sobre el mar. Los tonos rojizos del cielo contrastan con los reflejos sobre el agua.
Una fresca brisa entra potente por las ventanas. Llevo a Elvira ante una de estas ventanas, el aire agita nuestro pelo y ahoga el ruido de nuestros gemidos.
Ella se pone con la mirada fija en la puesta de sol mientras que le acaricio el cuello con mis labios y la lengua. Mis manos abarcan sus tetas y las soban con gran gusto. Sus pezones duros se marcan por debajo de la tela. Bajo la cremallera de la espalda y deslizo suavemente los tirantes del vestido hasta que sus bonitas tetas quedan liberadas.
Las vuelvo a acariciar mientras Elvira se me va deshaciendo entre las manos. Pongo mi cuerpo bien pegado al suyo, mi verga dura se aprieta sobre su culo.
— Ahora te la voy a meter…toda…espero que la disfrutes…ya que has sido tú la que la ha despertado…te va a gustar, ya veras….— le susurro al oído
— Si, siii…dámela toda…estoy mojada…y lo estoy deseando desde que te vi en la ceremonia—
Dicho esto, le subo la falda, meto los dedos entre la piel y sus braguitas, y tiro de ellas. Se las quito y las guardo en mi bolsillo. Me bajo los pantalones y me coloco justo detrás.
Hago que ella se incline hacia delante, apoyando sus manos en el marco de la ventana y separe las piernas. Así me ofrece toda su almejita. Le paso la mano suavemente sobre la raja y Elvira se estremece. La tiene muy húmeda y caliente. Los dos estamos preparados.
Me cojo la verga, la encamino, aprieto un poco hacia arriba y luego hacia delante hasta el fondo.
¡Que rico!, ¡ Cómo me gusta!, y a ella también, pues no deja de jadear.
Me detengo unos instantes dejando que la brisa nos acaricie. Luego sujeto firmemente a Elvira por las caderas, impidiendo que ella pueda alejarse, y yo muevo mis caderas adelante y atrás, al principio lentamente y después cada vez más deprisa.
El ritmo se hace cada vez más intenso y el roce más íntimo; estoy a punto de correrme. Me detengo, dejándola bien dentro, me inclino hacia ella para poder tocarle las tetas de nuevo.
Elvira al sentir que la suelto, mueve sus caderas haciendo que mi dura verga se doble y apriete contra las paredes de su chocho.
El placer para ambos es enorme. Antes de correrme, me pongo erguido de nuevo, me afirmo bien en el suelo y ahora cogiéndola por las caderas hago que sea Elvira la que se mueva toda ella de delante a atrás.
Con fuerza y decisión, mi verga se clava hasta lo más profundo. Su culo húmedo por sus flujos hace un extraño ruido al pegarse y luego separarse de mi cuerpo. La respiración de ambos esta acelerada al máximo, gemimos y jadeamos, al principio en voz baja, pero luego casi a gritos seguros que nadie nos va a oír.
Casi juntos llegamos al orgasmo. Cuando siento las contracciones en su chocho y los inmediatos temblores en las piernas, la meto y la saco varias veces rápidamente hasta que sale un buen chorro de leche. La sujeto por la cintura, evitando que se desplome delante de mí. Me inclino sobre ella y le beso en el cuello. Tras unos instantes así, lentamente nos volvemos uno hacia el otro.
Un leve beso en los labios pone fin a nuestra aventura. Debemos volver antes de que nos echen en falta.
— No has perdido nada de encanto en estos años. Sigues “bailando” de maravilla— me dice ella mientras se arregla el vestido y se alisa el pelo revuelto.
— Elvira…siempre te gustó mucho como follabamos juntos, y eso nunca se olvida le digo reconociendo que hoy no es la primera vez, y que ahora que nos hemos reencontrado quien sabe lo que puede pasar.
Deverano.