Las Alegres Divorciadas (III)
Pilar consigue apoyar el trasero en el sofá casi veinte minutos después. Entre tanto, Mateo se ha sentado al lado de Concha y frente a Teresa, que le ha puesto un copazo al chaval. Mateo tiene el brazo alrededor de la cintura de Concha, y de vez en cuando, roza una de las nalgas de la señora, que se muere de gusto cada vez que siente una caricia por encima de la tela de la falda.
Pilar consigue apoyar el trasero en el sofá casi veinte minutos después. Entre tanto, Mateo se ha sentado al lado de Concha y frente a Teresa, que le ha puesto un copazo al chaval. Mateo tiene el brazo alrededor de la cintura de Concha, y de vez en cuando, roza una de las nalgas de la señora, que se muere de gusto cada vez que siente una caricia por encima de la tela de la falda. Teresa mira a ambos divertida. Parecen dos adolescentes metiéndose mano.
-¡Pero bueno!-, exclama Pilar, que también observa los avances de Mateo en la retaguardia de Concha. –Oye, muchacho, todavía no he acabado contigo-, advierte. Mateo, retador, coloca lentamente la mano en el muslo de Concha, con el meñique debajo de la falda. Pilar se ha recolocado el vestido, así que vuelve a estar más o menos presentable, salvo por las aureolas de sus pechos, que asoman un poquito por el escote.
-Me estoy dando cuenta que las dos vais muy arregladas, y yo aquí, en chándal-, dice Teresa.
-Así estás muy bien-, contesta Mateo. –Me gustan tus camisetas gastadas...-, añade, traspasando la tela con sus ojos a la altura del pecho.
-Ya, pero parece que te va lo fácil-, señala Teresa, mirando la mano que el chico tiene puesta en el muslo de Concha.
-¡Ay, dejadlo en paz!-, protesta la mujer morena, cruzando las piernas. Intenta que esa mano suba un poquito más por su muslo. Teresa se pone en pie.
-Os dejo. Vuelvo en diez minutos-.
-¡¿Ya vas a vestirte de putón?!-, chilla Pilar, levantándose de su silla. Pasa por delante de Mateo y Concha, entre ellos y la mesita, golpeando con sus caderas a ambos. Delante de la cara de Mateo, la hembra se levanta un poco el vestido con la mano que no sostiene la copa, lo justo como para que la ingle quede a la vista. Mateo saca la lengua, amenazándola con ella, y Pilar se deja caer al otro lado de Mateo.
-¡Pili!-, se escandaliza Concha. Pero como también es una señora de tomar la iniciativa, se suelta tres botones de la blusa blanca, dejando a la vista un bonito sujetador de color lila con muchas transparencias. Mateo mira alternativamente las tetas de Concha y la ingle descubierta de Pilar.
-Parece que se va Teresa y redobláis esfuerzos-, comenta el chico, pasando otra mano por detrás de la cintura de Pilar. –Súbete el vestido-, pide a Pilar, y girándose, añade: -Y tú, la falda-. Las dos mujeres ríen encantadas. Pilar deja la copa en la mesa y se menea, con lo que el vestido vuelve a quedar en su cintura. El coño pelado, con los resecos restos de la corrida anterior, ve la luz del día. Concha lo lleva abrigado con una braguitas lila que tiene muchas transparencias. A través de ellas, Mateo vislumbra la pelambre de Concha, no por conocida menos excitante. Las dos mujeres separan un tanto los muslos, orgullosas de sus conejos y de lo que provocan en Mateo. Porque la polla del chaval se expande y crece bajo los calzones blancos. –Mirad lo que habéis conseguido-, dice Mateo, mirándose el bulto. Concha es la primera en deslizar una mano por debajo de la amplia pernera, rozando el fuerte muslo de Mateo. Pilar no se queda atrás. Echa mano al vientre, amenazando con meter la mano bajo la goma de la cintura. La mano que Mateo tiene en la cintura de Pilar se instala en la nalga blandita de la mujer, que ronronea y acerca el rostro al del chico.
-Tú sabes calentar a una dama...-, susurra.
-¿Una dama? ¿Dónde está?-, dice Mateo, sonriendo malévolo. Pilar araña los abdominales del chico en respuesta.
-Tienes tres a tu disposición, cabroncete-, y busca los labios de Mateo con su boca hambrienta. Concha ha subido lentamente la mano hasta rozar las pelotas del chico con las puntas de los dedos. Mateo está definitivamente tieso, disfrutando de los manejos de las señoras. Se siente devorado por los besos de Pilar. Recupera la movilidad del brazo que se ocupaba de Concha para sacar el miembro de su encierro, aunque Concha es más rápida y maniobra con su pernera de tal manera que aparecen los cojones del muchacho y luego, toda la herramienta. Gime un “¡Oh!” cuando admira la largura del cacharro. Mateo le coloca la mano en la nuca, animándola a mamársela.
-Venga, Conchita, que lo estás deseando-, dice, hurtando los labios de la boca de Pilar.
-Si no quieres, deja que me ponga a ello-, amenaza Pilar a Concha. La respiración ya está más que agitada. La mano libre de Mateo tironea del escote de Pilar, otra vez buscando liberar las tetas. Y Mateo siente la calidez del interior de la boca de Concha, que exhala gemiditos cada vez que se la mete. Pilar comienza a juguetear con sus pelotas, y Mateo rebusca por debajo del ceñido vestido los pezones de Pilar.
-Esperad un momento-, dice el chico, revolviéndose. –Aquí hay mucha ropa-, añade, poniéndose en pie entre las damas. Concha tiene la boca abierta y el pintalabios corrido. Pilar asiente y echa las manos al costado, en busca de la cremallera de su vestido. Con un movimiento, Mateo se quita el calzón, se agarra el miembro por la base y apunta a las dos mujeres. Pilar pelea con su vestido hasta que por fin puede quitárselo. Ambos miran a Concha, que solo tiene ojos para el pollón del niño que se menea delante de su cara.
-¿A qué esperas?-, pregunta Pilar, chascando los dedos delante de Concha. La mujer vuelve en sí, descubriendo a Pilar en porreta picada. Sus tetas, sin la contención del vestido, caen un poco, pero sigue teniéndolas grandes y bonitas. Atendidas. Las de Tere están mejor, y bueno, las suyas son perfectas. Así que Concha sonríe y dejándose ayudar, en pocos segundos se queda en bragas y sujetador.
Mateo descubre que las señoras están muy bien, a pesar de su edad. Hay alguna arruga, y tienen un poco de peso de más, aunque de una manera poco llamativa. No son, se da cuenta, de las que disimulan las imperfecciones con ropa y maquillaje. Concha tiene unas tetas llamativas, tan redondas y tan alzadas, pero es normal después de haberlas operado. Mateo desea colocar su rabo entre ellas, y después comparar con el canal de Pilar. Por su parte, las señoras adoran el cuerpo joven y esbelto de Mateo, y no solo el miembro viril que es como la joya de la corona.
-¿Para esto me visto?-, pregunta Teresa a la espalda de Mateo. El chico se gira con una respuesta graciosa en la punta de la lengua y... se queda con la boca abierta. Muy vestida no va. Teresa ha rescatado un modelito de hace unos cuantos años, se nota en el corte, pero no por ello deja de ser impactante. Unas medias negras enfundan sus piernas hasta casi acariciar el conejo de la señora. Sujetan las medias unas ligas cortas, tensas sobre la piel que hay entre los elásticos de las medias y el liguero que rodea su cintura, enmarcado el felpudo castaño de Teresa. Un corpiño, también negro, esconde los pliegues de carne que Mateo sabe que Teresa posee, y elevan sus glorias sobre el pecho, formando una estrecha hendidura entre ellas. A Mateo se le seca la boca. Su polla tiembla de deseo.
-¡Eso es trampa!-, protesta la desnuda Pilar.
-¿Eso es ir a vestirse?-, añade Concha, devorando a Teresa con mirada golosa. Teresa da un giro, exhibiéndose con los brazos abiertos.
-¡Vaya, señorita! ¡Vas con todo, ¿eh?!-, celebra Pilar. Es ella la que rompe el embrujo de Teresa, porque agarra la verga de Mateo y empieza a pajearlo con brío. La dama se arrodilla antes de que Concha pueda reaccionar, y se mete la picha en la boca, succionando con fruición el miembro. Mateo, pillado por sorpresa, deja escapar un gemido.
-¡Ey, Pili!-, protesta Concha. Mateo la agarra por la cintura, atrayéndola. Planta una mano en el culo de la señora, comenzando a comerle la boca, acallándola. La otra mano agarra el pelo de Pilar, acelerando el movimiento de la mamada. Si la hembra quiere chupar, adelante. Mateo se folla la boca de Pilar, ahogando sus protestas con meneos cada vez más fuertes. Teresa se une a la fiesta en medio del salón, poniéndose a espaldas de Concha y acariciando los pechos de plástico por encima del sujetador. Mateo busca la boca de Teresa, y la encuentra dispuesta. Concha lame el cuello del muchacho, apretando una nalga masculina con una mano y buscando el chocho de Teresa con la otra. Mateo pasa la mano por debajo de las bragas lila, rebuscando con dedo curioso el ojete de Concha. Se comunican con suspiros, y con gemidos, murmullos y gruñidos. Mateo saca la polla de la boca de Pilar, que toma aire de rodillas. Concha masajea el coño de Teresa por encima del tanga mientras Mateo le introduce media falange de un dedo por el culo. Y Teresa, aprovechando el momento, masajea la polla de Mateo.
-Tranquilas, señoras, que se nos va de las manos-, dice Mateo, sin dejar de violar el ojete de Concha.
-¿No querías un trío?-, pregunta Teresa, demorando el movimiento de la mano a lo largo del tallo del cipote. Pilar se suma, lamiendo los cojones del chico.
-Sois tres contra uno-, se defiende Mateo, con la boca chica.
-Mejor para ti-, dice Concha, ahogando un quejido y pegándose a Mateo para lamerle el pecho.
-Solo falta Virginia-, apunta Mateo. Las tres mujeres ríen un poco, sin dejar de tocarle, lamerlo y succionarlo.
-¿No te valen nuestro tres coños?-, farfulla Pilar con la boca ocupada en tragarse los huevos de Mateo.
-¿O nuestras seis tetas?-, añade Teresa. Concha, que no ha quitado ojos de la mamada que Pilar le está haciendo, se agacha pegando su mejilla contra la de su amiga.
-¡Eh!-, protesta Pilar, con la boca llena de carne. Concha no se molesta en contestar. Busca su espacio bajo el miembro de Mateo para comerle los huevos. Teresa aprovecha para pegar la boca contra la de Mateo. El chico siente lengua y manos por todos los lados: recorriendo el bajo vientre, sus nalgas, el ojete... Todo lo que es sensible en su cuerpo tiene un apéndice femenino cerca. Las señoras se reparten de puta madre.
-¡Señoras, señoras!-, pide Mateo, hurtando el cipote de las carantoñas de Pilar y Concha. –Tranquilas, un poco de calma-. Pilar sonríe, putísima.
-¿Te vas a correr, ya? ¡Si solo estamos jugando un poco!-.
-¡Ay, Mateo, no me dejes así!-, protesta Concha, acercando la boca a la verga de Mateo. Teresa se la agarra, casi en gesto protector.
-Esperad, chicas. Si Mateo quiere una tregua, habrá que dársela, ¿no?-, dice, masturbando lentamente la polla del chico delante de las ávidas bocas de sus amigas.
-Tere, por favor-, protesta Mateo, que tampoco es que haga muchos esfuerzos por eludir el pajote de Teresa.
-Ven-, dice la casera, sentándolo en el sofá. Pilar aparta la mesilla, dejando espacio en el centro de la estancia. Teresa se sienta a su lado, con la mano sosteniendo los cojones de Mateo. Concha lo hace al otro lado, respetando la voluntad del semental en cuanto a lo de la tregua. Se quita las bragas de un meneo rápido. Mateo no puede evitar lanzar una mirada al peluche de Concha, quedándose enganchado cuando la hembra abre las piernas y empieza a rozarse el ojete, mordiéndose un labio al tiempo que introduce uno de sus dedos en la puerta de atrás.
-Bueno, ya es suficiente, ¿no?-, pregunta Pilar, agachándose nuevamente entre las piernas de Mateo.
-¡Ah, ah!-, dice Teresa, poniendo la mano que antes acunaba los huevos de Mateo sobre el pecho de Pilar. –Un momento-, pide. Mateo la ve sonreír, putísima, y agacharse sobre su rabo, sobre el que deja caer un montón de saliva, que luego extiende por la verga con movimientos sinuosos. Pilar sonríe, compartiendo la intención de Teresa, porque también ella deja caer saliva entre sus tetas. -¿Te parece?-, pregunta Teresa a Pilar.
-¡Oh, sí, claro que sí!-, responde la mujer, acercando sus melones al rabo que Teresa mantiene erguido. Mateo siente que le entierran el cipote entre las dos montañas de carne, que Pilar sabe utilizar para masajearlo y darle placer. A su lado, Concha sigue abriéndose el culo, sin quitar ojo de las maniobras de sus amigas. Teresa cuela la mano libre por debajo de las tetas de Pilar, buscando los colgantes huevos de Mateo. El chico jadea de placer.
-Avisa si te vas a correr, niño-, dice Pilar, moviendo todo el cuerpo arriba y abajo.
-Sí, no seas que le manches la barbilla-, apunta Teresa.
-¡Hmmm! Debe ser de lo poco que te queda por mancharle, ¿eh?-, señala Concha. Recostada contra el lateral del sillón, se aprieta las tetas cubiertas por el sujetador lila mientras se mete dos dedos en el culo. La mujer se muerde los labios y absorbe algo de la saliva que se le escapa por las comisuras.
-Tere, ven-, pide Pilar. La casera asiente. Suelta las pelotas y la polla del chico, que se escapa del canal de las tetas de Pilar. –Ahora tendrás que poner de tu parte-, advierte Pilar, mientras Teresa se agacha a su espalda. Mateo abre los ojos y reprime un “¡Cagüenlaputaqueosparió!” cuando Teresa amarra las glorias de Pilar, cerrándoles, conformando nuevamente el túnel que Mateo debe follarse. Pilar alza los brazos y la espalda, ofreciéndole el canalillo, y el muchacho, sabiendo lo que toca, levanta el miembro que se le ha pegado al bajo vientre.
-Ven, anda-, dice Pilar, puta putísima. Mateo se pone en pie, dobla las rodillas para quedar a la altura exacta y dirige el rabo al punto de unión de las tetas de Pilar. Teresa ayuda relajando la presión, hasta que el cipote queda encajado. Pilar coloca sus manos en las caderas de Mateo, empezando a moverlo lentamente, alzando la cara para mirar la cara de éxtasis de su semental. Así también le da espacio, porque de otra manera, el capullo le estaría golpeando contra la barbilla en cada empujón.
-¡Sí, así-, anima Pilar, sintiendo los empellones de Mateo contra su pecho. Realmente, que le follen las tetas no le proporciona demasiado placer, pero sabe que a los hombres les vuelve locos. Para ellos, es como lograr la pleitesía de su amante, pero para Pilar, que está más que dispuesta a que Mateo tome casi todo lo que quiera, no le resulta ni humillante ni nada por el estilo. Lo que la excita, lo que hace que su chumino reaccione, es la cara de Mateo: colorado, embrutecido, ansioso por joderla. Eso es lo que la vuelve loca.
-¡Oh, Dios!-, gime Concha, mojándose los dedos para metérselos en el ojal. Mateo descubre que la señora tiene tres dedos enfilados, formando una punta de lanza que amenaza con partir en dos el trasero de Concha. La mujer está en una postura incómoda, pero Mateo no sabe que es que no quiere perderse ni un detalle de su verga entrando y saliendo de las tetas de Pilar.
-¡Eso digo yo, ¡oh, Dios!-, repite Mateo, dale que te pego. No sabe por donde tirar. Le encantaría tener tres pollas para encajarlas al mismo tiempo en los tres coños. Bueno, en dos coños y un culo, porque Concha está pidiendo que la sodomice. Y eso lo vuelve loco. Frena las acometidas contra el pecho de Pilar, la saca, besando los labios de la señora. –Esto lo repetiremos, Pili-, promete. Pilar se queda un poco desconcertada, pero cuando ve que Mateo se gira enfrentando las piernas abiertas de Concha, protesta.
-¡Esto no es justo! ¿Yo te preparo y ella se lleva el premio?-. Teresa, sonriendo putísima, como antes Pilar, suelta las tetas y lleva las manos rápidamente al coño pelado.
-Si quieres, te consuelo, ¡ja, ja, ja!!-. Sus dedos encuentran la almeja encharcada, y antes de que Pilar pueda revolverse y quitársela de encima, le mete un dedo raudo en la raja.
-¡Ay, quita, quita!-, protesta. -¡A mi solo me tocan hombres!-.
-¡Pues tú te lo pierdes, chata!-, responde Teresa, todavía peleando con Pilar, hasta que la rubia consigue zafarse de la casera.
-Gírate-, ordena Mateo a Concha mientras las otras dos mujeres pelean. Concha, que está muertita de deseo, obedece rápidamente. Le da el culo al chico, separando las piernas todo lo que puede sobre el sillón. Mateo observa el ano dilatado, las nalgas blancas separadas por las manos engarfiadas y la cara de pasión que le mira sobre el hombro. Mateo arrima la cebolleta hasta esas cachas abiertas, rozando vigorosamente el tallo contra el colorado ojete, provocando los gritos de Concha y captando la atención de las hembras. Teresa, olvidando el chocho pelado de Pilar, cuela la cabeza entre las piernas abiertas de Mateo.
-Hola, niño-, saluda, sacando la punta de la lengua. Mateo está a punto de estallar, pero se controla. –Venga, entra ya. ¿No ves que lo está deseando?-.
-¡Sí, Mateo! ¡Por favor! ¡Dámela ya!-, suplica Concha.
-¡Voy, voy! Estoy tan cachondo que igual me corro antes de joderte el culito, Concha-, reconoce el chico.
-¡Ay, no me digas eso! ¡La necesito dentro!-.
-¿Me vais a dejar así?-, escuchan que dice Pilar, en algún punto por detrás de ellos. -¡Pues no me sale del coño!-.
Mateo dirige la punta del cimbrel al ojete de Concha. La mujer cierra los ojos con fuerza, hinchando los carrillos, anticipando el dolor-placer de la enculada. El chico hace un poco de fuerza, venciendo la resistencia natural del esfínter. –Ya casi estoy dentro, Concha-.
-¡Sí, lo noto, sigue! ¡Un poco más!-.
-¿Un poco más? Tú quieres toda esa polla en tu culo, zorra-, apunta Teresa, reptando para colocar la boca justo debajo del coño de Concha. -¿A que sí?-.
-Un poquito más, Concha-.
-¡Sí! ¡Hostias! ¡Para, para! Espera-, muge Concha, abriéndose las cachas todo lo que puede. Jadea, con el rabo del semental medio enterrado en su culo.
-¿Te ayudo?-, dice Teresa. Mateo ve parte de las tetas de su casera debajo de sus piernas. Teresa pasa las manos por el hueco que queda entre los muslos de Mateo y el culo de Concha, amarrando los muslazos de la mujer y pegando sus labios a la almeja. Concha grita.
-¡Ay, Dios mío, qué bueno!-. Nota la lengua de Teresa recorriendo su peluche, y el placer que le proporciona la comida de coño disminuye el palpitante dolor que nace de la polla semienterrada en su ojete. Mateo aprovecha para encajarle otro cachito de carne, y Concha ya no es dueña de sus gritos. Mateo empieza bombear, dentro, fuera, dentro, fuera, despacio, con cuidado para no romperla. Alucina con la capacidad de Concha para admitir su calibre en el estrecho camino, y sigue dale que te pego, cada vez más profundamente. No para ni cuando se percata de que Concha está lagrimeando, a las puertas del llanto, porque la señora le pide más, más rápido, más profundo. En concreto, le está pidiendo que la rompa en dos y que la mate de placer.
-Ya estoy aquí, hijas de puta-, anuncia Pilar, volviendo al salón. Mateo, agarrado a las caderas de Concha, frena sus acometidas al ver el consolador que Pilar trae. Lo conoce, es el más grande que tiene Teresa, con el que han jugado más de una vez. En la otra mano trae una botellita de lubricante. Pilar lanza un guiño pícaro a Mateo, que recupera el ritmo de la enculada. Está en un punto de excitación acojonante, en el que tanto puede correrse como un animal como aguantar una par de horas endurecido. -¿Tú crees que hará falta?-, pregunta, perdiéndose de vista a su espalda.
-¿Qué paffa?-, pregunta Teresa. Ella no puede ver nada, porque el vientre de Concha le tapa los ojos. Concha no se entera porque está demasiado concentrada en las increíbles sensaciones que le transmiten su coño y su culo, y solo Mateo, girando el cuello, descubre que Pilar se acerca a las piernas abiertas de Teresa.
-Hmmm... Me parece que no, pero bueno... por si acaso, ¿verdad?-, dice, conspiradora, lubricando el cacho de plástico.
-Nada, Tere, no te preocupes-, dice Mateo. –Te va a gustar, ya lo verás-.
-Que yo no me deje follar por mujeres no quiere decir que no pueda hacer esto-, dice Pilar, colocando la punta del dildo a la entrada de la raja de Teresa.
-¡Eh! ¿Qué haces?-, protesta la casera.
-¡Tú! ¡No pares, joder!-, protesta Concha al notar que Teresa deja de comer.
-¡Tranquila, mujer!-, dice Pilar, repasando la almeja con el plástico.
-¡Ooohhhh!-, gime Teresa.
-¿Ves? ¿A que te gusta?-.
-¡Síiiii!-.
-¡Pero come, guarra, no pares!-. Mateo flipa. Las señoras lo ponen brutísimo, y no quiere ni mirar atrás, porque sabe que si lo hace, se correrá. Fijo. Teresa deja de gemir un poco para seguir lamiendo la almeja de Concha. Escucha el sonido líquido que hace el consolador entrando y saliendo del coño de su casera, y las palabras calientes y sucias de Pilar follándose a su amiga. Concha aprieta los puños, muertita de placer, chillando que se va a correr y sin parar de menear el culo, empalada ya casi hasta los huevos. Y Mateo decide ser egoísta. El culo de Concha es más estrecho que cualquiera de los chuminos de las señoras, y lo nota apretando el cuerpo de su miembro. El cosquilleo de las pelotas le advierte que se va a derramar, y que Concha se esté corriendo tampoco ayuda a contener su propio orgasmo.
-¡Hostia puta, Concha!-, estalla Mateo.
-¡Suéltalo, Mateo! ¡Me rompes! ¡Me matas!-.
-¡Ohhhh, siiií!-, jadea Teresa, debajo de ellos. La casera repta. Tiene la cara empapada de los fluidos que ha soltado Concha, y que ha degustado como hacía tiempo, y se coloca bajo las colgantes e imberbes pelotas de Mateo. Con la lengua afilada, aporta su granito de arena para que el orgasmo del muchacho sea inolvidable. Lame los huevos, los succiona, deja que se rebocen contra sus labios y su lengua, hasta que escucha el victorioso rugido de Mateo, que sigue empotrando a Concha mientras su simiente colma el ojete y escapa, cayendo sobre la cara de Teresa, que a su vez menea las caderas buscando su propio placer, ayudada por las fuertes embestidas que la hija de puta de Pilar le arrea con el juguetito.
Casi mareado después del corridón, Mateo se deja caer en el suelo, en el espacio creado por Pilar, que exhibe el consolador brillante por el lubricante y por los destellos del orgasmo de Teresa. La casera se ha llevado las manos al chumino, como si quisiera protegerlos de los manejos de Pilar. Las bragas negras están arrugadas, y el pecho sube y baja al ritmo de la acelerada respiración. Su cabeza sigue entre las piernas de Concha, que emite unos sofocados gemidos contra el reposabrazos del sillón, gozando todavía de un enorme orgasmo que nace no sabe muy bien de dónde, pero que hace que le tiemblen las piernas. No puede parar de llorar, y de reír al mismo tiempo.
-¡Menudo cuadro!-, exclama Pilar, tirando el consolador al sillón. Ella ya se ha recuperado de su estallido de placer, y siente el chocho loco. Una cosa es que no le guste comer marisco, que no le gusta, pero ha de reconocer que le pone ver a dos mujeres jugueteando entre ellas. Si además entre las mujeres hay un semental con el cipote del calibre del de Mateo, pues a Pilar le vuelven a entrar las ganas de abrirse de piernas y convertirse en la puta de esa polla.
-Y este es el mejor detalle-, señala Pilar. El miembro de Mateo tiembla, espásmico, húmedo y brillante. –Deja que te ayude a limpiar eso, chaval-.
-¡Espe... oh, joder!-. No es que Pilar pase la lengua por el tallo de Mateo, no. La señora se la encaja enterita en la boca, sintiendo que se afloja y perdiendo presencia después del polvazo que acaba de pegar. Por eso Pilar se afana repasando el falo, sorbiendo los fluidos que se acumulan en los pliegues, hasta dejarla bien limpia, como si nada haya pasado. -¿No te da cosa, Pili?-, pregunta Mateo, sintiendo un cosquilleo en la punta del capullo.
-¿Cosa? ¿De qué hablas?-, contesta Pilar, secándose las comisuras de los labios.
-Acabo de correrme en el culo de Concha...-.
-¡Ah, bueno! Es que Conchita es muy limpia, ¿sabes?-.
-¡Y tú un putón de mucho cuidado!-, apunta Teresa.
-¡Ay! A cualquier cosa llamas putón, querida-, contesta Pilar palmeando la pierna de Teresa, que se ha descolgado hasta plantar el pie en el suelo. -¡Concha! ¿Qué tal, hija?-.
-¡No-me-hables-todavía-dame-un-segundo-para-respirar-Madre-mía-que-polla!-.
Concha reza, murmura y se toquetea el ojete, por donde sigue manado el blanquecino líquido de Mateo. La mujer lo esparce con cuidado, siguiendo el trayecto que le llega hasta la raja, mojadísima de babas de Teresa, fluidos propios y lefa de Mateo.
-Las has dejado para el arrastre, ¿eh, semental?-, dice Pilar. Mateo hace un gesto quitando importancia al asunto. También él se siente machacado, exprimido y saciado. Teresa se sienta en el sofá, apartando el juguetito de plástico. Trata de peinarse un poco. Pilar se sienta a su lado.
-¡Vaya!. Ya te has recuperado...-.
-¿Eh?-.
-Que ya puedes sentarte...-.
-¡Ah, sí! Bueno, creo que también puedo aguantar otro, ¿qué dices, Mateo?-.
-Espera un minuto, Pili-.
-¡Uy! ¡Qué fogoso!-.
-¡Uf! ¡Duele!-. Concha se mueve un poco, intentando que el semen que se acumula en sus bajos no manche demasiado la tapicería del sillón. Poniéndose en pie con cierta dificultad, coloca las manos tapando chichi y ojete y sale con paso vacilante al cuarto de baño.
-Esa va a estar una semana sin poder sentarse-, decreta Pilar, encendiendo un cigarrillo. –Y luego tú vas y me dices que lo pruebe. ¡Ja!-.
-Lo de Conchi es vicio-. Teresa se muestra de acuerdo. –Es muy grande, hasta para ella-.
-Pues a mí me gusta-, dice Mateo, acomodándose en el sillón, frente a las señoras. Por una vez, la visión de las tetas desparramadas de Pilar no se la pone dura al instante. Lleva un día... -¡Uf! Me parece que esta noche voy a dormir como un tronco...-.
-¡¿Cómo?!-, salta Pilar. –Esta noche tendrás que hacerle los honores a tu casera, ¿no?. Es la única a la que no le has dado polla...-
-Esta tarde, Pili. Esta mañana ya me sacó la leche-, contesta Mateo, asquerosamente guarro.
-¡Ay, Mateo! Cuando te pones cerdo no hay quien te oiga-.
-¡Si te encanta!-, contesta Pilar. –Oye, esto hay que repetirlo-.
-Sí, sí, pero mejor nos damos un tiempo, ¿eh?-. Teresa está derrengada. Y eso que su posturita era bastante cómoda, tirada con las piernas abiertas. Siente el cuello un poco resentido por sostenerlo mientras le comía la raja a Concha. Pero coincide con Mateo. Llevan un día que pa qué...