Las 7 Pruebas (I)

Marta ha sido infiel a su novio Javi y está dispuesta a lo que sea para que este le perdone. Ni se le ha ocurrido pensar que Javi ha decidido vengarse y tiene un plan para convertirla en su puta. [Advertencia: misoginia]

-¡Por favor, no me dejes! No sé qué voy a hacer sin ti - dijo ella conteniendo las lágrimas, con la voz ronca y entrecortada.

-¡Eso haberlo pensado antes de ponerme los cuernos! - contesté sin poder contener mi rabia.

-Ya te he pedido perdón cincuenta veces. No sé qué me pasó. Habíamos discutido, bebí mucho y ...

-Eso da igual, Marta. No hay justificación. Te quiero, pero dudo que pueda volver a mirarte a la cara y no pensar en ... en ... No puedo ni decirlo. Se acabó, Marta

-Javi, por favor. Dame otra oportunidad ¡Haré lo que sea! - se hizo el silencio.

-Lo dudo - dije tras un largo rato.

-¿El qué dudas?

-Que vayas a hacer lo que sea para que te perdone.

-¡Sí, de verdad! Estoy desesperada. Me arrepiento mucho, quiero demostrártelo. Déjame demostrártelo, Javi. Seré la mujer perfecta para ti. Ya no más errores, ya no más reproches ... - Marta se lanzaba por el pequeño resquicio que acababa de ver en mis ojos, la minúscula duda que mostré en mi determinación de romper la relación con ella. Entonces, sin saber ni cómo, unos pensamientos que ni siquiera yo sabía que existían, se abrieron paso desde mi subconsciente.

-¿Cómo lo demostrarías? - quise saber, intentando no mostrar demasiado interés, pero con un cambio de actitud evidente para cualquiera que observara. Mi tono había dejado de ser hiriente.

-No lo sé ... - contestó Marta, confusa. Se había concentrado mucho en abrir esa brecha en mi despecho, pero había olvidado pensar qué haría si tenía éxito en su propósito.

-Venga, dime ¿qué harías? - la invité, mientras ciertas ideas iban formándose en mi cabeza. Unas ideas que, debido a la situación, me pillaron con la guardia baja, y se hicieron fuertes en la región de la mente donde habita el deseo.

-Podría ... - su mirada cambió en una forma que hizo de Marta una auténtica desconocida para mí - no sé ... ser más ... sexual - dijo esa última palabra como quien dice una palabrota. Aquello era su jugada a la desesperada por captar mi atención. Ella no era ninguna mojigata, en los tres años de relación habíamos practicado bastante sexo. Sexo que yo considero normal en una pareja, esto es: cópula en distintas posturas (no demasiado rebuscadas, eso sí), sexo oral, incluso se había dejado dar algún que otro azote en el culo. Pero eso era todo, nada salvaje. Su insinuación dejaba, por tanto, entrever que estaba abierta a otras prácticas menos convencionales, con tal de mantenerme a su lado. Supuse que se estaba refiriendo a sexo anal o alguna pequeña guarrada más. Pero, no sé si por lo violento de la situación (empezaba a darme lástima su patético intento) o porque, en el fondo, yo tenía un lado oscuro que no conocía, pronuncié unas palabras que lo cambiarían todo.

-¿De verdad estás dispuesta a cualquier cosa? - pregunté, aún dudando de mis propias ideas.

-Sí - contestó ella mientras su cara sufría otra tranformación. Su mirada se volvió lánguida, su cuerpo se relajó, su cabeza se ladeó ligeramente a la izquierda y se mordió el labio inferior. Casi me reí en su cara de la pose tan manida y estereotipada que adoptó (sólo faltó que se pasara la punta de la lengua por el labio superior), pero me contuve. En su lugar decidí abrir la puerta a esas ideas delirantes que ya casi invadían todo mi raciocinio.

-Bien. Tengo que pensarlo. Ahora me voy a casa. Te llamaré mañana y ya veremos qué decido - dije con la mayor petulancia de la que fui capaz. En realidad, ya había decidido darle otra oportunidad, pero, por alguna razón, disfrutaba pensando en la noche de incertidumbre y sufrimiento que pasaría.

Ella, consciente de que había vislumbrado un punto débil, remachó:

-Recuerda ... cualquier cosa - y sonrió esta vez.

Si no hubiera dicho esto último, quizá aún me habría echado atrás en los planes que ya maduraban en mi cabeza. Pero no, ella se veía ganadora. Creía haberlo conseguido. Creía que me podría poner los cuernos y luego seguir conmigo como si tal cosa. Y sí, le iba a dar otra oportunidad. Pero se la haría pagar con creces. El precio sería mucho mayor de lo que ella creía.

Pasé la noche pensando en fantasías sexuales, cosas que le pediría que hiciera. Al principio eran más o menos comunes, prácticas que había visto en películas porno. Pero mi imaginación se fue calentando y el enfado que aún sentía contra ella, me hizo concebir atrocidades sexuales que ni siquiera sabía que existían.

Una serie de búsquedas por internet me hicieron darme cuenta de que no era el único que se había atrevido a pensar sobre aquellas perversiones.

También me sorprendí a mí mismo excitándome viendo cosas que cualquiera catalogaría de repugnantes o desagradables.

Ya casi amaneciendo, terminé una lista de exigencias que Marta debería cumplir para obtener mi perdón.

Aquello me estaba gustando tanto que incluso me masturbé simplemente leyendo la lista. Imaginaba la reacción de Marta.

Las últimas prácticas que apunté estaba seguro que las rechazaría. Eran demasiado salvajes. Decidí que no era justo obligarla a cumplir la lista entera.

Bastaría con que realizara la primera mitad de las tareas, que ya de por sí eran bastante morbosas y mucho más atrevidas que cualquier cosa que Marta hubiera hecho antes.

Durante mi jornada laboral, seguí dándole vueltas al asunto. Estaba tan cachondo que ni siquiera notaba el cansancio tras una noche en vela.

Resolví dividir mis exigencias sexuales en siete grupos. Cada uno de ellos ocuparía una semana. Siete días en los que se repetirían aquellas prácticas, con el objetivo de que el salto hacia el siguiente grupo fuera más gradual. Yo sabía que si la obligaba a cumplir la lista demasiado rápido, terminaría negándose. Tenía que jugar con su mente, ir acostumbrándola poco a poco, conseguir que terminara disfrutando de ello. Y solo entonces, pasar a la siguiente fase.

Por fin, le escribí un escueto "de acuerdo, quedamos donde ayer a la misma hora" y pasé el tiempo que restaba para el encuentro dudando sobre si aceptaría mi plan o no. Fue en ese momento cuando incluí el toque maestro. Consistía en que la naturaleza de la siguiente fase del plan sólo sería desvelada una vez completada la fase anterior. De esta manera, evitaba que se echara atrás desde el principio, cosa que sin duda haría si supiera lo que yo tenía preparado para ella.

Ambos llegamos puntuales. No podría asegurarlo de manera taxativa, pero me dio la impresión de que vino más y mejor maquillada que de costumbre, y vestida ligeramente más provocativa. Me tomé aquello como un buen augurio.

Le expliqué mi plan, omitiendo los detalles más salvajes. Básicamente, solo le dije que estaría a prueba durante siete semanas. En cada semana, tendría que obedecer mis órdenes y atender a mis deseos. Por supuesto, no estaría obligada a nada; podría abandonar cuando quisiera, pero yo interpretaría que no está realmente implicada en nuestra relación y, por tanto, rompería con ella.

Yo notaba como su expresión cambiaba según avanzaba en mi discurso. Capté sin lugar a dudas un brillo de indignación en su mirada, pero supo contenerlo bien. Hacía verdaderos esfuerzos por no llamarme "cerdo hijo de puta", pues hasta yo mismo pensaba que merecía tales epítetos. Califiqué mis pensamientos como puramente machistas, pero a estas alturas ya me daba igual, el deseo pudo más.

Lo cierto es que estaba poco menos que haciéndole chantaje para que fuera mi esclava sexual durante siete semanas.

Ella se debatía entre aceptar una proposición a todas luces humillante o renunciar a mí para siempre.

Aún no sé de dónde saqué la villanía para inventarme algo así. Pensé que yo también podría echarme atrás cuando viera que las cosas se iban de madre, y aquello me tranquilizó. En el mejor de los casos, tal vez aquello mejoraría nuestra vida sexual. Me pareció que sólo tenía ventajas. Yo quería a Marta, no dejaría que se rebajara demasiado. Antes de hacerle daño de verdad, pararía. Sólo quería castigarla un poco por lo que había hecho. Que entendiera que sus actos me dolieron mucho y que ahora tendría que currárselo para que le concediera otra oportunidad. Estaba dándome a valer.

Al mismo tiempo, otra parte de mi mente se daba cuenta de que toda esa palabrería era solo una justificación ante mí mismo. Esa parte pensaba (y tenía razón) que yo era un auténtico hijo de puta.

Después de segundos que me parecieron horas, Marta simplemente cerró los ojos (y tragó orgullo) y dijo: "Lo haré."

Era lo que yo estaba esperando. Ahora ella estaría sin duda con la guardia baja, así que saqué la voz más autoritaria que pude.

-Ahora eres mi puta. Harás lo que se te ordene. Te mostrarás complaciente conmigo, tu amo. Mis deseos son órdenes para ti a partir de este momento. Ahora bésame.

Su primera reacción fue levantarse, clavarme una mirada asesina y lo siguiente iba a ser darme un guantazo allí mismo. Noté como esta última parte ya la tenía decidida, y me dispuse a recibir un muy merecido golpe. Inexplicablemente, se contuvo y, lentamente, acercó su boca a la mía y me besó.

Fue la primera orden mía que obedeció y, probablemente, la más difícil. La sumisión, como otras actitudes humanas, se basan en el hábito. Cuanto más se practican, más fáciles son de realizar.

-Así no, abre bien la boca para recibir la mía - la corregí, envalentonado. Ella dudó un segundo y obedeció. Yo me eché hacia atrás, no obstante. Ella comenzó a cerrar la boca, pero le ordené que la mantuviera abierta. Contemplé el espectáculo con deleite. Marta de pie, en mitad de un bar, inmóvil y con la boca abierta, mirándome fijamente.

-Más abierta - pedí. Ella cumplió mi deseo mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Juzgué que ya era suficiente por ahora.

Salimos del bar y caminamos en completo silencio hasta el momento de despedirnos y volver cada uno a nuestro piso.

-Al llegar a casa, mira tu email. Te mandaré una lista de lo que debes hacer durante esta semana.

Antes de irme, la besé en la boca con ganas. Ella abrió su boca y se dejó hacer. Al apartarme, vi que sus labios y su barbilla brillaban, empapados en mi saliva. Mantuvo la boca abierta un instante y luego la cerró.

-Muy bien, putita - le dije a modo de despedida.

Mientras me giraba tuve tiempo de volver a ver esa mirada de indignación, de orgullo herido. Si bien, ninguna queja salió de sus labios mientras yo me alejaba.

En el email que le mandé sólo había unos cuantos enlaces a videos porno y mis instrucciones precisas de que viera esos vídeos esa noche en su casa todas las veces que le fuera posible. Los vídeos eran un porno completamente convencional, incluso un poco light para los estándares actuales: polvos, mamadas de polla, corridas en la cara y poco más. Al día siguiente, quedaríamos en mi casa para comenzar el proceso.

Y así fue. Vino a mi casa, entró en silencio y se sentó en el sofá. Me miró como diciendo "acabemos con esto cuanto antes".

-¿Has visto los videos que te mandé?

-Sí ¿quieres que te haga lo que hacían las chicas de los vídeos?

-Por ahora no. Al fin y al cabo nosotros prácticamente ya hemos hecho todo eso. Hoy sólo quiero que veamos juntos aquí esos mismos vídeos.

-Vale - dijo, encongiéndose de hombros. Estaba bastante más calmada que el día anterior. Y añadió: - ¿Me desnudo o algo?

-Ja ja, no, no hace falta. Sólo sientáte y mira los videos.

Me senté a su lado y fui poniendo la serie de vídeos que le mandé. Los vimos en silencio de principio a fin. El único que sonido que existía en mi casa en ese momento eran los gemidos y guarradas que soltaban los actores y actrices a los que dedicábamos toda la atención.

Después de unos 20 minutos, ella preguntó:

-¿Pero no me vas a follar ni nada? ¿Esto era todo? ¿Ver porno los dos aquí quietos y sin tocarnos siquiera?

Me di cuenta de un detalle que me encantó. No dijo "¿No vamos a follar?" (que es como ella solía decirlo) sino "¿No me vas a follar?". Me tomé aquello como una aceptación inconsciente de su papel de sumisa en esta situación.

Yo, por supuesto, tenía ganas de follármela allí mismo mientras veía el porno, pero mi intención era otra. A todas luces, Marta no estaba disfrutando de los vídeos, los veía por obligación. Yo quería que ella disfrutara viendo porno, era el primer paso imprescindible para que, posteriormente, pudiera aceptar las siguientes fases de mi plan. Y por eso, yo no debía tocarla ni practicar ningún tipo de sexo con ella. Si lo hiciera, ella disfrutaría del sexo, no del porno. Esta primera sesión sería, por tanto, un simple tratamiento de choque para que ella se fuera habituando. Pero todo esto yo no se lo podía explicar, si no, la condicionaría. Todo tenía que ser iniciativa propia de ella.

Cuando terminó el último vídeo, unas dos horas después, le dije que ya podía irse. Ella me miró un poco extrañada. Notaba cómo estaba reflexionando sobre los últimos acontecimientos. Al despedirnos, le di beso suave y tierno en la boca. No la llamé "puta" ni la humillé como el día anterior. Aquello la dejó aún más confusa. Era exactamente lo que yo quería, que tuviera un buen recuerdo final de la sesión de hoy. Una esperanza en que nuestra relación se terminara de arreglar.

Justo después de cerrar la puerta, elegí otra serie de vídeos distintos, pero similares, y se los mandé por email, con idénticas instrucciones que el anterior.

La sesión del día siguiente fue prácticamente idéntica. No noté absolutamente ningún cambio en su actitud. Y tampoco en la tercera o en la cuarta hubo algún efecto significativo. Todo era igual. Nos sentábamos durante dos horas para ver porno y nada más. Empecé a dudar de mi método. Quizá estaba totalmente equivocado y nunca conseguiría que Marta se excitara viendo porno convencional. Al fin y al cabo, este tipo de vídeos no suelen estar pensados para un público femenino. Pero, para mi plan, resultaba imprescindible que viera esos vídeos. Tenía que convertirla en algo parecido a las chicas que salían en ellos. Que disfrutara siendo una puta. Si no, no habría forma de que avanzara hacia las siguientes fases.

En la quinta sesión, al ver que tampoco había resultados, llegué a considerar la posibilidad de alargar esta primera fase otra semana más, pero desheché rápidamente la idea. Habría sido faltar a mi palabra. Desde el principio le expliqué que el "periodo de prueba" consistía en 7 fases, una por semana, y ahora no cumplir el programa significaría no cumplir mi parte del trato. Nada la obligaría a ella a cumplir la suya, en tal caso.

Si después de la séptima sesión de la primera fase no había progresos no me quedaría más remedio que pasar a la siguiente. Pero comenzar la segunda fase sin que Marta hubiera demostrado estar preparada significaba un fracaso garantizado.

Fue en el sexto día cuando ocurrió algo que lo precipitó todo. Viéndolo ahora con perspectiva, puedo ver cómo ese acontecimiento fue crucial, un punto de inflexión. Y lo fue porque se trató de una decisión totalmente voluntaria de Marta. Un esfuerzo consciente que hizo ella para que el plan saliera bien. Eso demostraba dos cosas; por un lado, las ganas que tenía de ser perdonada y recuperar nuestra relación y, por el otro, su capacidad para entregarse a mis deseos.

A partir de ese momento, por supuesto, hubo momentos difíciles en los que Marta dudó sobre seguir adelante o no, conforme iba avanzando en las fases y enfrentándose a perversiones cada vez mayores, pero nunca ese estancamiento inicial. En aquella sexta sesión de la Fase 1, algo hizo clic en su cabeza y nada volvió a ser igual.

Y lo que ocurrió fue que ella notó mi abatimiento. Es una mujer muy inteligente y observadora, y se dio cuenta enseguida que las cosas no estaban marchando como yo deseaba. Así que, al rato de empezar a ver los vídeos, ella comenzó a respirar más profunda y sonoramente. Las respiraciones se convirtieron en suspiros y, cuando unos minutos después, sus manos acariciaban sus tetas, los suspiros se convirtieron en jadeos.

Mientras en la pantalla una rubia se comía una polla enorme, Marta se levantó la camiseta y apartó hacia abajo el sujetador, entregándose a unas caricias que pronto se convirtieron en unos pellizcos en los pezones cada vez más rítmicos.

Elevaba la pelvis y la volvía a bajar, y su culo rozando la tela del sofá emitía un sonido inconfundible. Bajó una de sus manos y comenzó a masturbarse, primero por fuera del pantalón, pero no tardó en desabrocharlo y dejar que su mano se perdiera dentro de sus bragas.

Todo esto lo hacía mientras no perdía detalle de lo que sucedía en el vídeo. Miraba a la pantalla con tanto deseo que casi me puse celoso. Pero en lugar de eso, no pude soportarlo más y empecé a masturbarme yo también. Ella me miró durante un segundo, pero comprendió que de lo que se trataba aquí era de pajearse viendo porno. Eso era lo que yo quería que ella hiciera y ahora ella lo sabía.

Por tanto, hizo como si yo no existiera y siguió masajeándose el coño furiosamente, mientras con la otra mano elevaba una teta hasta su cara, con intención de chuparse el pezón.

Esa tarde se corrió tres veces y luego se quedó como catatónica, con la mirada perdida y las tetas empapadas de su propia saliva.

En el momento de despedirnos, antes de que yo pudiera hacer o decir nada, ella se quedó en el marco de la puerta con la boca totalmente abierta, mucho más de lo que la tuvo aquel primer día en el que la obligué a abrirla. Así se quedó unos quince segundos mientras yo la contemplaba con deseo. Debió sentirse como una muñeca hinchable. Nos besamos y me susurró: "me gusta ser tu puta".