Las 7 habitaciones III
Una nueva habitación para nuestra protagonista, nuevas reglas y un sexo cada vez más morboso y excitante.
Eros, así se hacía llamar mi atractivo masajista, me acompañó hasta la puerta de la tercera habitación. Mi imagen no era muy presentable después de haber pasado por la segunda de las habitaciones, donde había masturbado a varios desconocidos, y parte de su semen había impactado sobre mi cuerpo. Sin embargo, me encontraba demasiado caliente en esos momentos como para que eso me importara. La desconocida que había estado lamiendo mi sexo me había dejado a medias. Justo cuando el orgasmo parecía inminente desapareció con los dos hombres. Además, Eros y yo ya habíamos tenido un primer encuentro durante el masaje. Si yo no me escandalizaba de que me viera así, seguro que a él tampoco le debía importar lo más mínimo.
¿Puedo entrar ya? –Le pregunté ansiosa por saber qué nueva sorpresa me esperaba en esa habitación. Él asintió y abrí la puerta sin llamar.
Me encontré con una especie de jacuzzi enorme, mucho más grande que cualquiera de los que hubiera visto o probado hasta el momento. Era circular, del tamaño de 5 o 6 bañeras de hidromasaje, con un par de sillas en el centro de la circunferencia. Estaba en funcionamiento. Se escuchaba un leve ronroneo en el burbujear del agua. Toda la habitación estaba impregnada de un olor salino, como de agua de mar. Me acerqué, e introduje la mano para ver la temperatura. Era la ideal.
Eros me observaba a un lado, sentado en una de las sillas de la habitación, con un mando en la mano.
¿No te apetece darte un baño? –Me preguntó.
¡Claro! Pero… ¿contigo ahí delante?
¿Te molesta que te mire?
Mmmm, mmmmm, no, de hecho no.
Me acabé de quitar la poca ropa que llevaba encima lo más sensualmente que pude y mirándolo directamente a los ojos para que viera que no me importaba exhibirme desnuda ante él. Luego entré en el agua tibia y me acomodé en una de las sillas, quedando prácticamente tumbada, a excepción de la cabeza que quedaba un poco inclinada. Desde mi posición, Eros quedaba justo en frente de mí. Unas burbujas me rozaban los muslos cerca de mi entrepierna y eso reactivó mis deseos de tener un orgasmo. Llevé una mano a mi coño y comencé a tocarme mientras volvía a mirar a Eros a los ojos. Al verme se levantó y se acercó a mí.
Hay algo que no te he dicho aún. –Me comentó con voz suave. En esta habitación hay una regla.
Mmmm, mmmm, sí, ya sé, como en todas… ¿qué regla es esa?
Mientras estés dentro del jacuzzi no podrás utilizar las manos pase lo que pase.
¿No puedo? –Le dije mientras con los dedos me abría el sexo y me rozaba el clítoris.
No, así que te agradecería que pusieras las manos en los reposabrazos.
Lo hice y Eros apretó un botón de su mando y de unas ranuras salieron unas correas de cuero que se ajustaron automáticamente a mis brazos dejándomelos sujetos.
Eros regresó a su silla y se sentó. Entonces comenzó a manejar su mando a distancia mientras me observaba.
Lo primero que sentí fueron unos potentes chorros de agua caliente en los pies. Los chorros se alternaban de uno en uno de tal manera que la sensación que tenías era que alguien te estaba dando un delicioso masaje. Controlando la fuerza y la cantidad de los chorros, Eros podía provocar desde una simple sensación de caricia en la planta del pie hasta fuertes golpeteos de agua en los dedos o los tobillos. Era realmente muy relajante y podría haberme quedado dormida así de no ser porque pronto comencé a sentir más chorros en otras partes más sensibles de mi cuerpo.
Eros continuaba manipulando su mando mientras los chorros de agua golpeaban con delicadeza mi piel, desde los tobillos hasta los muslos. Era como sentir los dedos de alguien acariciarte las piernas. Al mismo tiempo otros chorros de agua comenzaron a masajearme la espalda y los pechos mientras que sentía como la potencia de las burbujas que surgían bajo mi trasero aumentaban de fuerza y velocidad, provocando deliciosas sensaciones en mi ano y la parte inferior de mi sexo.
El no poder acariciarme en esos momentos estaba siendo una tortura. La temperatura del agua había subido un poco y mi sexo se encontraba cada vez más excitado e hinchado. El constante roce del agua por mis puntos más erógenos me estaba matando de placer. Dios mío, lo que daría por tener una buena polla dentro de mí ahora mismo…
Como en respuesta a mis pensamientos, Eros se levantó y se acercó nuevamente a mí. Me miró, y creo que eso le bastó para saber lo que yo deseaba en esos momentos. Por favor, por favor, por favor, necesito correrme, lo necesito ya, no puedes tenerme así más tiempo, por favor, deja que me corra ya. Más o menos eso era lo que Eros debió leer en mi mirada. No hubo palabras pero no las necesitamos. Se desnudó y entró en el jacuzzi conmigo. Ahí estaba él, con su tremenda polla mirando al cielo, listo para follarme y darme todo el placer que necesitaba.
Se sentó a mi lado y me recorrió de arriba abajo con las manos, dedicándole especial atención a mis pechos. Yo no recordaba haber tenido nunca tan duros los pezones, me iban a reventar de la excitación. El se agachó y los lamió, mientras que por fin una de sus manos se decidió a bajar hasta mi coño. Con un pequeño movimiento me indicó que debía abrir más las piernas. Yo lo hice de inmediato. Estaba cachondísima con todas las sensaciones que me provocaban los chorros de agua y las burbujas por mi cuerpo, y me estremecí como nunca cuando lo sentí ponerse sobre mí y colocar la punta de su polla en mi entrada.
Lo que pasó a continuación fue devastador. Su polla enorme invadió mi sexo con brutalidad, de una sola vez se abrió paso dentro de mí hacia mis entrañas provocándome un intenso dolor a la vez que el mayor de los placeres que nunca había experimentado. Me llenó como nunca otro hombre me había llenado, sus huevos macizos golpeaban mis nalgas en cada embestida y un instinto animal se apoderó de los dos en un sexo tan brutal como delicioso. Para él, yo no era nada más que una hembra en celo a la que montar, para mí era sentir como algo te rasga por dentro y tratar de luchar por tu supervivencia. Le mordí en el cuello para provocarle a él el mismo placer y el mismo dolor que me infringía él a mí.
Eros no me hacía el amor, ni siquiera me follaba, nada más era un acto de posesión animal en el que lo único que importaba era llegar más adentro. Quería reventarme, partirme el coño por la mitad con sus empaladas. Por momentos yo pensé que conseguiría su objetivo. Sin embargo, poco a poco el placer fue comiéndole terreno al dolor, provocándome una fantástica sensación de plenitud. Sus embestidas ya no me parecían tan brutales a medida que mi coño se adaptaba al tamaño de su polla. Imaginé que mi sexo era una cobra tragándose un animal mucho más grande. Costaría, pero al final se lo tragaría entero y sobreviviría. Algo así pasaría entre Eros y yo. Notaba que mi coño ya se la podía ir tragando sin problemas, pronto le tocaría reconocer la derrota.
Reconozco que el cabrón tenía aguante. Debía estar en muy buen estado físico para follarme al ritmo que me folló durante tanto tiempo. Me corrí como había deseado minutos antes, y no una vez si no dos, y supongo que podía haber estado dándome pollazos durante un buen rato más de no haberle pedido que se corriera ya, que quería sentir su semen en mi interior.
Entonces su actitud cambió, sus embestidas seguían siendo rápidas pero no tan fuertes. Me miraba a los ojos como diciendo: ¿quieres mi leche? Está bien, te voy a conceder ese deseo, y a continuación bajaba la mirada y se concentraba en su polla entrando y saliendo de mi sexo abierto.
Poco después lo sentí venirse dentro de mí, acompañando su orgasmo con un gutural quejido de satisfacción. Cuando su sexo salió del mío noté un extraño vacío en mi entrepierna pero una agradable sensación de bienestar por todo el cuerpo.
Me dejó disfrutar del jacuzzi durante un rato más. Luego me dijo que era hora de pasar a la siguiente habitación, así que me soltó las manos y me ofreció un albornoz para secarme.
Continuará