Las 7 habitaciones II
Un regalo de cumpleaños para una chica que está pasando una mala temporada. Las experiencias sexuales que vivirá en cada una de las 7 habitaciones le ayudarán a volver a sonreír. Recomiendo leer también la primera parte.
Me encontraba delante de la puerta de la segunda habitación. Iba a llamar cuando advertí una hoja de papel pegada en la puerta. Al parecer eran unas instrucciones.
Bienvenida a la segunda habitación, esperamos que las experiencias que viva en ella sean totalmente de su agrado. Antes de entrar colóquese una de las máscaras que encontrará en el primer cajón del armario de su derecha, si lleva algo de valor le recomendamos que lo deje en el segundo de los cajones. Dentro de la habitación no está permitido mirar ni hablar y si necesita salir de la habitación sólo tiene que decir “quiero salir”., Por lo demás las reglas las pone usted. Que disfrute de su estancia en esta habitación.
Dejé un par de anillos y una pulsera en el cajón del armario y me puse la primera máscara que encontré. Todas ellas tenían la peculiaridad de no tener agujeros para los ojos, así que en el momento de ponérmela dejé de ver lo que había a mi alrededor. Me levanté un poco la máscara para tomar el pomo de la puerta y abrir. Lo que vi me generó un poco de ansiedad. La habitación estaba completamente a oscuras, de hecho la máscara parecía ser una medida innecesaria allí dentro, pues no se veía nada. Me armé de valor y entré, cerrando la puerta tras de mí. Aunque ya no veía nada me coloqué bien la máscara. Busqué el pomo de la puerta pero por dentro no tenía. No había forma de volver a abrir la puerta y eso aumentó mi nerviosismo. Me quedé unos segundos quieta, sin moverme junto a la puerta por la que había entrado, buscando una forma de abrirla. Pasados unos minutos me convencí de que no había vuelta atrás.
¿Quiero salir? –Me pregunté a mi misma. No, todavía no soy tan miedosa como para salir corriendo de aquí sin saber qué es lo que me espera. Al fin y al cabo sólo es un cuarto oscuro.
Percibí que me encontraba en un lugar estrecho. Estiré las manos y efectivamente encontré la pared tanto a derecha como a izquierda de donde estaba yo. Parecía un pasillo. Di los primeros pasos con precaución. No poder ver dónde ponía los pies me generaba cierto temor, pero a medida que iba avanzando me movía con mayor seguridad. Avancé dos metros, tres a lo sumo, cuando la pared de la derecha desapareció. El pasillo seguía recto pero a mano derecha había la entrada a algún sitio. Me paré a escuchar antes de decidir si entraba a fisgonear o seguía recto por el pasillo. No se escuchaba nada así que decidí que podía entrar a ver qué encontraba allí. Me hubiese encantado poder decir ¿hay alguien aquí?, pero las instrucciones habían sido claras a ese respecto. Si hablaba me sacarían de allí y todavía no había visto nada interesante en esa habitación.
Me pareció escuchar un leve ruido tras de mí, y de inmediato sentí una presencia cercana. Me quedé quieta y entonces una mano encontró mi cintura. Instintivamente me sobresalté y traté de quitarme esa mano de encima. Entonces otra mano me agarró un pecho y otra se deslizaba por mi espalda. Son dos. –Pensé, pero enseguida se unieron más manos que fueron tocando todas las partes de mi cuerpo. Eran 5, 6, 7, quién sabe cuántas. Es difícil llevar la cuenta cuando te están manoseando todas a la vez. La mano que había agarrado en primer lugar ya la había soltado, pero en una primera impresión no me había parecido una mano de un hombre, era muy pequeña y la piel parecía fina y bien cuidada. Me ruboricé pensando que la mano que se colaba en esos momentos dentro de mis bragas fuera la de una mujer. No es que tuviera nada en contra de las lesbianas, pero siempre había tenido claras mis preferencias heterosexuales, e incluso me producía cierto reparo ver a dos mujeres besándose por la calle o teniendo sexo en alguna escena tórrida de alguna película de televisión.
Decidí que ya era hora de dejar de lado mi pasividad y averiguar algo acerca de mis compañeros de habitación. Agarré una de las manos que me acariciaba los pechos en esos momentos y reseguí el brazo buscando el cuerpo al que pertenecía. Era más alto que yo, y en cuanto toqué la musculatura de su brazo supe que era un hombre. Tenía el torso desnudo. Me entretuve unos segundos en acariciar el fino bello de su pecho. Luego mi mano lentamente se fue deslizando hacia abajo. Tenía curiosidad por seguir conociendo a mi compañero. ¿Estaría desnudo? La pregunta no tardé mucho en responderla. No estaba totalmente desnudo, llevaba puesto todavía un calzoncillo bóxer. Su polla y sus testículos se notaban perfectamente a través de la tela del mismo. Sin pensarlo dos veces metí la mano dentro de su calzoncillo y agarré su pene, que estaba totalmente erecto. No era, ni por asomo, tan grande como el que tenía el masajista, pero tenía un buen tamaño y estaba duro como una piedra.
Mientras tanto, el resto de mis acompañantes en ese cuarto seguían manoseándome. Hacía unos minutos que alguien había desabrochado el cierre de mi falda y no tenía ni idea de dónde habría ido a parar. Mientras yo seguía inspeccionando los bajos de mi amigo, otra mano se dedicaba a desabotonarme la blusa mientras el resto se distribuía alegremente por mi cuerpo. De vez en cuando una mano se colaba dentro de mis braguitas, me acariciaba el sexo unos momentos y se retiraba para dejar paso a otra mano que repetía la operación, igual pasaba con mis pechos y con mis nalgas que nunca faltó quién los tocara. Una mano me recorría la pierna por entre los muslos. Decidí averiguar a quién pertenecía.
Solté el pene del hombre al que había atrapado y detuve la mano invasora justo antes de que llegara a mi sexo. Era la mano pequeña que agarré en primer lugar. Esa era mi oportunidad de saber quién había detrás de esa mano tan traviesa. Fue la propia mano la que me guió hasta su cuerpo. Era una mujer, más bajita que yo, pensé que debía parecer una niña. Llevó mis manos a sus pechos pequeños pero duros. Al ver que era una mujer traté de retirar la mano pero ella me lo impidió con fuerza.
Yo, que ya volvía a estar caliente con tanto manoseo la dejé hacer, al fin y al cabo no era tan desagradable tocar el cuerpo de otra mujer. Descubrí que había otras manos tocando a la chica igual que yo, manos fuertes, manos de hombre, y decidí colaborar con las caricias. La chica estaba completamente desnuda. Tengo que decir que fue muy extraño para mí tocar un sexo de mujer, uno que no fuera el mío, uno excitado y mojado que me impregnó la mano con sus jugos. Lo toqué sólo un momento, luego retiré la mano al sentir que otra mano me relevaba. Tengo que confesar que no me desagradó, o quizás fue porque en esos instantes alguien hacía lo propio conmigo. La chica parecía estar muy excitada. Por un momento todas las manos me habían abandonado para dedicarse a darle placer a mi compañera. Sus jadeos y respiración acelerada me hizo entender, igual que a los demás, que su orgasmo estaba próximo en llegar. La escuché correrse, a mi lado, en un maremagnum de manos y dedos tocando y acariciando.
Luego toda la atención regresó a mí. Me acabaron de sacar la blusa mientras alguien por detrás se pegaba mucho a mí y me restregaba la polla por el culo. Yo me giré para acariciar ese nuevo pene. Era más largo y delgado que el del otro hombre, y éste estaba completamente desnudo. Parecía ser más o menos de mi altura, quizás un poco menos. Se la comencé a menear con una mano mientras con la otra buscaba el rabo del hombre que tenía ahora a mi espalda. Era el del bóxer. Todavía lo llevaba puesto. Se lo bajé y le agarré la polla como al otro. Los masturbaba a los dos a la vez mientras ellos se entretenían a manosear mis pechos. Entonces, mientras los pajeaba, noté que alguien me bajaba las bragas. Debía ser ella. Ahora ya tenía claro que eran tres, dos hombres y una mujer. Sentí sus dedos abriendo mi sexo, penetrándolo, estimulando mi clítoris, y luego una agradable sensación. Se había arrodillado a mi lado y me comenzaba a comer el coño ante mi asombro.
A esas alturas de la película mi calentura estaba ya en un punto muy álgido, y mis reparos sobre la homosexualidad no eran más que pura retórica académica. Lo único que importaba en esos momentos era la agradable sensación que me provocaban esos labios en mi vulva, el placer que sentía con cada lengüetazo y la maravillosa sensación de poder que me daba tener dos pollas en mis manos.
Mi clítoris palpitaba cada vez que su lengua lo rozaba y me hacía perder el control de mis acciones. Sólo después de unos segundos recordaba a mis dos amigos y volvía a masturbarles con más energía aún. Uno de ellos comenzó a correrse con un profundo quejido y noté la mano izquierda empapada, a la vez que varios de sus chorros caían al suelo y sobre la chica. El otro no tardó en hacer lo propio, aunque al estar más pegado a mí, su semen impactó en mis piernas y mi cadera.
Mi excitación estaba llegando a su cota máxima, pero entonces, inesperadamente, todos me abandonaron.
Escuché como se alejaban por el hueco por donde yo había entrado. Estuve a punto de hablar para expresar mi desaprobación por haberme dejado caliente y abandonada, pero en lugar de eso me subí las bragas y fui tras ellos. Una mano grande y fuerte me agarró por la cintura y me detuvo, dejándome sin respiración por la sorpresa. Noté que era un tipo enorme y musculoso, me abrazó apretándome contra él y me sentí pequeña, minúscula a su lado. Desprendía un aroma extraño… era… fragancia de jazmín. Me besó en los labios y me susurró al oído que ya era hora de pasar a la siguiente habitación.
Me quité la máscara. Dentro de la habitación la oscuridad no era total. Pude ver el rostro de mi masajista que me miraba sonriente. De la mano, me acompañó hasta la puerta de la siguiente habitación.
Continuará