Las 7 habitaciones

Un regalo de cumpleaños muy especial para una chica que lo estaba pasando mal

Salí de la séptima habitación todavía en una nube. Caminando como una autómata,  apenas me di cuenta que mis tres amigas me esperaban sentadas en unos cómodos sillones de piel a pocos metros de mí.

Al verme salir, las tres se levantaron rápidamente y vinieron hacia mí a toda prisa, acosándome a preguntas.

¿Qué tal ha ido? ¿Lo has pasado bien? ¿Te ha gustado la sorpresa? ¿Eran guapos? ¿Con cuantos has estado? ¿Qué te han hecho? ¿A qué se debe esa cara de felicidad?

Les dije que había sido la experiencia más alucinante y excitante de mi vida y que había sido el mejor regalo de cumpleaños que nunca me habían hecho.

Últimamente estaba pasando una mala época, a pocos meses de cumplir 30 años,  mi novio de toda la vida me dijo que era mejor que nos diéramos un tiempo y que estaría bien que conociéramos a otras personas. Obviamente,  el muy cretino ya se veía con otra, pero de eso no me enteré hasta semanas más tarde. La verdad es que lo pasé fatal, de repente  no sabía que hacer con mi vida, todos mis planes a corto y medio plazo, todas mis ilusiones, todos mis proyectos  estaban encaminados a vivir con él, con el hombre de mi vida, y de un plumazo  todo eso había cambiado. Habían bastado unas pocas palabras para acabar con 9 años de relación. Si a eso le sumamos la depresión por cumplir los 30, creo que os haréis una idea bastante aproximada de cuál era mi estado de ánimo en esos momentos.

Mis amigas del alma, Silvia, Sara y Cristina fueron un gran apoyo en todo momento y de no ser por ellas no sé qué hubiera pasado conmigo. A ellas debía el maravilloso regalo que había recibido en mi 30 cumpleaños y ahora ellas estaban ansiosas por saber los detalles.

Nos volvimos a sentar en los sillones y les fui relatando lo que me había sucedido esa tarde desde el momento en que entré allí.

La chica de la recepción, después de verificar  la tarjeta regalo de mis amigas, las había hecho esperar en la sala de los sillones  mientras a mí me pasaba a una habitación mucho más pequeña,  en la que me dio la bienvenida a la ruta de las 7 habitaciones.  Me dijo que en todo momento tenía que dejarme llevar por los profesionales de cada habitación, que todos estaban allí para hacerme pasar un rato inolvidable y que no me preocupara por nada, sólo por hacer lo que me apeteciera en cada momento. Me dijo también que si en algún momento me sentía incómoda por algo de lo que sucediera dentro de la habitación podía abandonarla sin más y pasar a la siguiente. Dicho esto me indicó una puerta y me dijo que ya podía pasar a la primera de las 7 habitaciones.

Llamé a la puerta y entré sin esperar la contestación. La habitación estaba totalmente vacía a excepción de una silla  y una camilla de masajes en el centro de la misma. De pie,  al lado de la camilla,  me esperaba un chico más o menos de mi edad, muy atractivo y con unos pantalones cortos como única prenda de vestir. Tenía el pecho depilado y su piel bronceada brillaba como si hubiera sido untada con algún aceite corporal. Me dijo que me quitara la falda y la blusa y me tumbara boca abajo en la camilla. Dejé mis ropas bien puestas en la silla y me tumbé tal y como me había dicho. El me puso una pequeña sábana cubriendo mi trasero y mis piernas y sentí como echaba algún líquido a sus manos y las frotaba antes de ponerlas en mi espalda. Pronto la habitación se llenó de un agradable olor a jazmín.  Lo que ocurrió en los siguientes 15 minutos fue sencillamente delicioso. Mi masajista se dedicó a trabajar cada centímetro de mi cuello, hombros y espalda con tal pericia que más de una vez sus caricias me provocaron que se me erizara la piel. Había recibido otros masajes pero ninguno me había provocado las sensaciones que me provocaba él. Había algo en sus movimientos, en sus caricias, en sus apretones que iban más allá de lo estrictamente profesional. Me había pedido permiso para desabrocharme el sujetador y sin esperar mi respuesta lo apartó de mi espalda dejando también al descubierto buena parte de mis pechos. Había notado que en más de una ocasión sus dedos se deslizaban más cerca de  mis  pechos de lo acostumbrado para un masaje normal pero como me había dicho la chica de la recepción, debía dejarme llevar, y la verdad que estaba siendo una experiencia muy agradable.

Más líquido en sus manos y esta vez me masajeaba las piernas y para ello subió la sábana que ahora sólo me cubría el trasero. Comenzando por los dedos de los pies y subiendo poco a poco hacia arriba fue recorriendo  mis piernas hasta que sus manos llegaron peligrosamente cerca de mi sexo. Ahora ya no tenía duda de que no se trataba de un masaje tradicional. Aunque sus manos aún no me habían tocado ninguna parte íntima, sin embargo estaban provocando reacciones  en mi cuerpo que no serían de esperar en un masaje normal. Los acercamientos de sus dedos a los laterales de mis pechos habían hecho que mis pezones se pusieran duros, y las últimas caricias en el interior de mis muslos habían provocado un cosquilleo conocido en mi entrepierna. Sus manos subían y bajaban por mis piernas y cada vez se hacía más evidente que sus dedos no tardarían en alcanzar mi vagina. Yo empezaba a desear que lo hiciera, que definitivamente sus dedos alcanzaran la tela de las braguitas y rozara mi sexo, pero sus acercamientos  nada más estaban encaminados a provocar mi excitación.

Cuando empezaba a pensar que todo era fruto de mi imaginación y que en cualquier momento mi masajista daría por acabada la sesión, retiró la sábana de mi trasero y comenzó a masajearme las nalgas.

¿Qué había dicho la chica de la recepción? Que podía salir de la habitación en cualquier momento si había algo que no me gustaba… y este tipo se estaba pasando de listo… me estaba acariciando el culo con todo descaro… pero en realidad eso no era algo que me disgustara… no había motivo para abandonar la habitación todavía… y menos al ver lo que vi…Mi masajista se bajó el pantaloncito corto que llevaba y quedó completamente desnudo con una hermosa erección. Al advertir que yo le miraba dejó por un instante su masaje para pasearse delante de mi exhibiéndose, su magniífica polla a pocos centímetros de mi cara.

¡Madre mía! –Exclamé al ver tan de cerca las dimensiones de su aparato. No es que mi novio la tuviera pequeña, pero la polla de ese tío era descomunal. Se la agarró con una mano y comenzó a pajearse delante de mí. Su capullo aparecía y desaparecía con el lento movimiento de su mano y una gotita de líquido preseminal comenzó a resbalar por su tronco. Las dimensiones de ese rabo provocaba en mi pensamientos contrapuestos, por un lado me venían unas ganas enormes de agarrársela, de tenerla en mis manos, de chupársela, de sentirla abrirse paso entre los labios de mi coño, pero por otro lado me producía mucho respeto, meterse algo así sin duda sería doloroso, por lo menos al principio. Inmersa en esos pensamientos estaba cuando él regresó a mi trasero. Al sentir su mano de nuevo posarse entre mis nalgas di un buen respingo, como si por tocarme hubiera podido acceder a mis pensamientos, y en cierta manera así era, pues ahora mi sexo ya se encontraba muy húmedo y sin duda si me tocaba lo iba a notar.

Sus manos me acariciaron las nalgas mientras yo volvía a relajarme. Luego noté como agarraban el elástico de mis braguitas y las bajaba lentamente.

Mi cabecita era un pequeño kaos. Debía impedirle que me bajara las bragas y dar el masaje por acabado saliendo de la habitación o estaba ya tan caliente que no me importaba seguir hasta el final. ¿Pero cuál sería el final?

Levanté el trasero para ayudarle a deslizar mis braguitas hasta abajo. Acababa de tomar una decisión. El me separó un poco las piernas y volvió a acariciarme el interior de los muslos, sin embargo, esta vez no se detuvo, y yo no quería que lo hiciera. Sus dedos encontraron mi sexo húmedo y mis labios hinchados. Me acarició la vagina provocándome  deliciosos escalofríos de placer y me penetró con varios de sus dedos llevándome  a un mundo de lujuria y placer. Con la cabeza hacia un lado, podía ver como con la mano que tenía libre se seguía pajeando a un ritmo similar al que sus dedos perforaban mi sexo. Yo me sentía muy excitada y sabía que faltaba poco para alcanzar mi orgasmo así que llevé una mano a mi clítoris y me masturbé mientras seguía mirando como mi masajista se machacaba la polla. Mi orgasmo lo fui sintiendo fraguarse dentro de  mi coño,  volviéndose cada vez más intenso, cada vez más inevitable, hasta que una enorme oleada de placer me recorrió de arriba abajo y una enorme cantidad de leche me salpicaba la espalda y el trasero.

Tardé unos minutos en recuperarme. Mi masajista me había limpiado cuidadosamente los restos de su esperma con la sábana y ahora me subía de nuevo las bragas.

¿Ha sido de su agrado el masaje? –Me preguntó.

Le contesté que había sido el mejor masaje de mi vida y me dijo que se alegraba de escuchar eso y que si quería ya podía vestirme y pasar a la siguiente habitación.

Continuará