Larrujan jo

Una pareja ... una madrugada ... una callejuela oscura. Deseo y morbo.

LARRUTAN JO:

Caminábamos enlazados de la mano por las empedradas calles del casco antiguo entre carreras, confesiones y risas. Alegres … achispados por las copas y por una pequeña pastilla que tu lengua deslizó dentro de mi boca y a la que no supe … no pude … no quise negarme. ¿Como negarme a tus labios cálidos … a tu lengua sabia ...a tus perfectos dientes … al sabor de tu saliva … a tu aliento?

Y ahora empezaba a notar los efectos … Cualquier mínimo roce, incluso el de mi propia ropa me hacia estremecer … y el calor! Pese a que era una típica madrugada de invierno en el norte, fría y húmeda, yo notaba mi piel ardiendo y gotitas de sudor bajar por mi escotada espalda debajo del abrigo.

Sólo tú sabias donde íbamos yo me dejaba llevar. Doblamos una esquina mientas nuestras risas se ahogaban. La calle estaba completamente a oscuras y el silencio nos envolvió. Sólo se escuchaba el sonido de mis tacones repiqueteando en las baldosas. Hacia la mitad de la calle, donde la oscuridad era casi total, apreté con fuerza tu mano. Me miraste entre divertido y pícaro, abrazándome con fuerza me fuiste empujando suavemente hacia el rincón más oscuro, entre dos portales, hasta que mi espalda chocó contra la pared.

Aún abrazados atacaste mi cuello con tus suaves labios, besándolo, mordisqueandolo hasta quedarte quieto, inmóvil, sabiendo que sólo notar tu ardiente aliento en ese punto justo me enloquecía. Mi respiración se aceleraba cada vez que la tuya rozaba mi piel. Respiraba agitada cuando empezaste a desabrochar mi abrigo.

Te separaste de mi un poco repasandome con tu lujuriosa mirada mientas yo seguía apoyada en la pared, expectante. Tus ojos me recorrieron de abajo a arriba. Empezando por mis pies, enfundados en unas negras botas altas. Subiendo por mis piernas que temblaban bajo las medias hasta los muslos que asomaban insolentemente blancos, bajo la arremolinada falda de mi vestido. Con tu vista fija en ese punto acercaste las manos hasta rozarme, empujando terriblemente despacio la ropa hacia arriba y tus ojos brillaron cuando apareció ante ti mi ropa interior, negra, sexy.

Mordiendote los labios presa del deseo enredaste tus dedos en las finas tiras de mi liguero. Tus caricias me quemaban la piel y empecé a jadear cuando volviste a acercar tu cuerpo al mio buscando con tu boca el principio de mis pechos que se agitaban, temblando, a punto de salir por el generoso escote.

Fue entonces cuando levantaste la vista y tus ojos se clavaron en los míos.

– Cabrón!- Susurré

– Zorra! - Me contestaste

Y tras 2 segundos de tensión nuestras bocas se buscaron, se encontraron, se devoraron. Aspirandonos, bebiéndonos, mordiéndonos. Mientras nuestras manos, nuestros cuerpos, se enlazaban en un baile salvaje y prohibido de caricias y arañazos, de apartar ropa para unir pieles.

Allí, en aquella oscura calle, en aquella fría pared tus manos apartaron mi tanga mientras las mías bajaban tu cremallera agarrando con fuerza y desesperación tu polla. Enlazándote la cintura con las piernas, mis caderas subiendo y bajando al compás de nuestros gemidos te supe mio cuando me hiciste tuya salvaje y arrebatadamente, entrando en mi con toda tu alma.

Chapoteando en el mar de mi sexo el tuyo entró y salió de mi una y mil veces con fuerza empujando mi cuerpo contra la pared, atrapándome entre ella y tu pelvis galopante, entre ella y tus manos posesivas, entre ella y tus dientes clavados en mi cuello, entre ella y tu polla... ardiente, dura … posesiva.

De repente empujaste hasta lo más hondo de mi ser y te quedaste quieto mientras mis caderas siguieron buscándote incapaces de parar. Mirándome fijamente a los ojos saliste de mi con la misma prisa con la que entraste, respirando a bocanadas profundas, haciendo oídos sordos a mis quejas. Acariciaste mi rostro con las yemas de tus traviesos dedos mientras el vacío me dolía. Bajaste por mi cuello … recorriendo mi cuerpo despacio … el pecho … el estomago … el pubis … Sin dejar de observarme.

De un movimiento rápido, algo brusco me diste la vuelta, subiendo mis brazos, bajando mi espalda. Apoyé las manos en la pared mientras abría las piernas levantando el culo. Instintivamente lo moví buscándote provocativa, caliente, necesitándote mientas volvía a sentir tu cuerpo, calor, pegadito a mi. Y de repente, sin previo aviso, entraste desde atrás fuerte y seguro, aún más duro que hacia un rato.

La fuerza salvaje de tus embestidas contrastaba con los delicados besos que tu boca dedicaba a mi nuca, a mi cuello … mientras gemías y susurrabas dulces palabras de exhalada excitación, golpeabas con las caderas moviéndome como una muñeca rota a la que tenias que abrazar para evitar que cayera.

Pero caí. Envuelta en una ola de placer … gritando tu nombre. Mi cuerpo se convulsionó mientas el orgasmo me sacudía hasta la médula. Mi sexo se contrajo miles de veces por segundo atrapando al tuyo, arrastrándote. Aullaste de puro gozo.

Aún temblaba cuando acabaste de vaciarte en mi. Saliste de prisa pero con cuidado para girarme y abrazarme y así estuvimos, en silencio, hasta que nuestras respiraciones se calmaron. Un escalofrío me hizo estremecer y me recompusiste la ropa de prisa, caballeroso. Mientras hacias lo propio con la tuya encendí 2 cigarros y te pasé uno. Me miraste con un brillo especial en los ojos y agarrados de la mano empezamos a andar de nuevo.

Antes de volver a girar la esquina te pregunté:

– ¿Hay muchas calles como esta en esta zona? … Así … con tanto “encanto”-

– Jajaja- Reíste divertido antes de contestar …. - Unas cuantas … y te las voy a enseñar todas!-

Y entre risas y algo excitados de nuevo continuamos nuestro camino.