Larita manospajeras, II
Lo inevitable siempre acaba por ocurrir
Desde aquella mamada con final feliz, había logrado mantener mi profesionalidad al resguardo de los encantos de Lara. En ocasiones su atuendo era tan provocativo, resaltando las curvas de su cuerpazo, que me pasaba la clase entera empalmado; pero lograba, no sin esfuerzo, mantener a raya mis instintos más bajos. Ella, por su parte, se mantenía fiel a su palabra: había dicho que no quería ocasionarme problemas, pero que estaba a mi disposición para cualquier desahogo, y así se mantuvo. Me recordó en una ocasión su ofrecimiento, pero me mantuve firme y no insistió.
Finalmente, llegó septiembre, y con ello el éxito. Lara sacó el graduado y vino directamente del insituto a verme, con lágrimas en los ojos.
-¡Lo conseguí, profe! ¡Lo logré!
Estaba absolutamente eufórica.
-¡Pues claro que lo has logrado, siempre supe que lo conseguirías!
-No podría haberlo hecho sin ti -dijo, y no creo que lo hiciese por cumplir.
-Bueno -le dije-, yo he aportado mi pequeño granito de arena, pero tú has trabajado muy duro y el mérito es todo tuyo.
-¡Qué va, profe! Los profesores llevan años peleándose conmigo sin lograr nada bueno, y tú en un verano has sacado lo mejor de mí. En serio, no sé cómo voy a agradecértelo.
Tras decir aquello, de nuevo se arrojó a mi cuello con los brazos extendidos. Lo hizo con tanto ímpetu que acabó subiéndoseme encima, con sus largas piernas enredadas en mi cintura, y su coño ceñido a mi paquete -a punto de explotar, cómo no-, separados tan solo por la tela de sus ajustadísimos vaqueros blancos y mi pantalón de pinzas. De no ser por las mascarillas, sin duda nos habríamos besado en ese mismo instante.
-Profe -dijo de nuevo con los pies en el suelo-, ahora... ahora que ya no voy a ser tu alumna... bueno, en fin... sé que para ti era importante mantener tu profesionalidad y todo eso, y ya ves que lo he respetado, pero ahora...
-Lara, no sé... sigo pensando que no está bien.
-Vale, profe, pero solo respóndeme a una pregunta... ¿yo te sigo atrayendo?
-Joder, Lara -instintivamente me miré al abultado paquete, lo que derivó en que ella hiciese lo propio-, no imaginas cuanto.
-Entonces, por favor, deja que te dé las gracias como mereces.
Sin más ni más, puso su mano sobre mi paquete. Su morbosa mano de choni con sus cinco largas uñas postizas, con la cual magreó mi enhiesto miembro sobre la ropa. Entonces me quité la mascarilla y poco menos que le arranqué la suya, y empezamos a besarnos como dos auténticos cerdos. Lara intentó sin éxito desabrochar mis pantalones -debido a sus uñas postizas-, y yo, sin demora, le ayudé con esa parte del trabajo. Cuando me quedé en bóxers ante ella, se arrodilló de inmediato y me sacó la polla. Qué gustazo. Lara pajeó mi miembro, pelándomela con esas increíblemente morbosas manos de pajera, un par de veces hasta que al fin se lo introdujo en la boca. Mi ahora ya ex alumna me regaló una espectacular comida de rabo, llevándome literalmente al cielo. Además, llevaba un top negro demencial, ajustadísimo, y yo le magreaba las tetas como un poseso a la par que ella dejaba de comerme la polla para centrarse en trabajarme los cojones, o incluso en pasarse mi polla por la cara, dándose un par de secos golpes con ella en cada mejilla.
No tardé en estar a punto de correrme, pero quería magrearle también un poco ese culo que se gastaba con aquellos jeans blancos, por lo que le pedí que se incorporase y la volteé. Ella se bajó rápidamente los pantalones -todo lo rápidamente que se puede bajar una prenda tan sumamente ceñida al cuerpo-, quedando expuesto su torneado trasero, ornamentado por un exquisito tanga. Le di un par de pollazos en los glúteos, y ella misma se apartó el tanga. La putada es que no tenía condones, pero ella sí, por fortuna.
-Tengo en mi bolso, profe -me dijo, cachonda perdida.
Allá me fui, hurgué hasta rescatar un condón de su cartera, rasgué el envoltorio y me lo puse, encendido como pocas veces. Pero en ese momento, ya con la goma puesta, separé sus nalgas y vi su ojete, todavía estrecho -jamás lo habría pensado- expuesto ante mí.
-¡Lara! -exclamé- Deja que te lo haga por detrás, iré con cuidado.
La joven concedió, aunque nerviosa. Se revolvía incómoda mientras apoyaba la cabeza de mi miembro en su agujero, el cual yo había lubricado previamente con un par de escupitajos. No quise clavársela de golpe, pues era evidente que me estaba concediendo este privilegio por vez primera en su vida, así que poco a poco, con suavidad, fui empujando hasta entrar en su ano.
A partir de ahí, empecé a embestir. Entre tanto, le pedí que se masturbara. Así, los primeros sonidos de dolor fueron dando paso a gemidos de placer. En todo caso, no tardé en correrme. Querría haberme quitado el condón y descargarme en su cara, pero estaba tan cachondo que no pude retirarme a tiempo de su orificio. Le había dado por culo a una alumna, joder, y no a una alumna cualquiera: le había estrenado el ojete a una cría de diecinueve años con un culo de miedo.
Me saqué el condón, con idea de tirarlo a una papelera; pero entonces Lara se arrodilló de nuevo y me limpió la polla con devoción, hasta dejarla impecable y ya casi flaccida. Aquel gusto suyo por darme placer, y su afán por rescatar hasta lo último de mi semen, me dio una idea. Aunque luego me sentiría como un auténtico cerdo pervertido, en ese momento le entregué el condón lleno de leche, y le dije que significaría mucho para mí que se la tragase. Lo hizo, todavía de rodillas y mirándome a los ojos, y después pasó la lengua por el interior del condón, hasta que no quedaron restos en el látex.
-Gracias, Lara. Joder, gracias...
-De nada, profe -dijo, empezando a recoger su ropa-: Lo que te dije iba en serio, no voy a darte problemas, pero ahora que ya no soy tu alumna puedes llamarme si quieres y... bueno... hacer lo que te apetezca.
Dijo estas últimas palabras casi en un susurro. Estábamos los dos avergonzados, pero creo que también cachondos perdidos. Al menos yo lo estaba.
¿Continuará? De vosotros depende.
GRACIAS POR LEERME.