Larga noche de invierno
Sabía que era lo que pretendías con ese juego y aún así acepté. No sé muy bien porqué, pero nunca he sabido negarte nada.
Sabía que era lo que pretendías con ese juego y aún así acepté. No sé muy bien porqué, pero nunca he sabido negarte nada. Así que ahí estaba, tumbada en la cama de la habitación de hotel, vestida tan sólo con un pequeño tanga negro, esperando a que llegases.
Sentí un pequeño golpe en la puerta y mi corazón dio un vuelco. Ahí estabas. Me dirigí a abrir despacio, con miedo de lo que pudiese pasar esa noche, muerta de vergüenza por sentirme tan vulnerable. Podría decir que me tranquilicé al verte pero no sería cierto, tú nunca me provocaste tranquilidad precisamente. Deseo, atracción eso era lo que me provocabas, lo que aún me provocas.
Nada más abrir, sin que te diese tiempo a mirarme, te abalanzaste sobre mí. Me encantan tus labios, tan carnosos; y tú lengua, tan hábil que cuando me besas tan desesperadamente sólo puedo suplicarte que sigas, que bajes con ella recorriendo mi piel y no pares hasta perderte entre mis muslos. Acababas de llegar y yo ya había perdido el control.
- Hola preciosa, me alegra que hayas aceptado.
Esa mirada Intenté quitarte la ropa pero no me dejaste; todavía no, me dijiste.
- ¿Por qué no te arrodillas?
Y yo lo hice, sabiendo lo que vendría a continuación. Te desabrochaste el pantalón y sacaste tus 20 cm. Me gustaba verme así, desnuda y arrodillada frente a ti. Tanto que no podía esperar para tener tu miembro en mi boca y empecé a besarte, a lamerte, a jugar con tus huevos y meterme la polla hasta el fondo con auténtico placer. Me cogiste la cabeza con una mano para guiar mis movimientos y después, tan caliente que no podías controlarte, empezaste a follarme la boca. Me sentía como una zorra, ansiosa y cachonda, tan sólo deseando que me llenases con tu leche. Para mi sorpresa cuando estabas a punto de correrte me tiraste con fuerza del pelo hacia atrás, haciéndome gemir de dolor y desesperación al sacarme tu polla de la boca para comenzar a masturbarte frente a mi cara. Yo quería volver a comerte, te miraba suplicándote que me dejases acercarme de nuevo e intentaba llegar con mi lengua hasta tu polla. Por toda respuesta me sonreías con esa mirada pícara, de niño malo, que no hacía más que acrecentar mi deseo; y me alejabas de nuevo justo cuando estaba a punto de rozarte con mis labios. Seguiste jugando conmigo, masturbándote frente a mí hasta que tu sonrisa se transformó en un gemido y te corriste sobre mi cara y mi boca abierta. Mmm que ganas tenía de saborearte. Seguías teniéndome agarrada por el pelo y con tu otra mano te cogiste el miembro, aún duro, y lo restregaste contra mi cara para arrastrar los restos de leche que me cubrían hacia mi boca, que los recibía ávida. Te divertía tanto tenerme así
Cuando me levanté me temblaban las piernas de excitación, me dirigí hacia la cama y te supliqué te supliqué que me follaras de una vez. Te desnudaste y te acercaste a mí para susurrarme al oído, mientras deslizabas una mano desde mi ombligo hasta mi coñito, totalmente empapado.
- Me gustaría pedirte una cosa, aunque creo que ya sabes lo que es
Tu mano siguió acariciándome, metiste un dedo dentro de mí, suavemente; y yo no pude evitar sonreír. Tenía tantas ganas de que me follases, bien duro, que aceptaría lo que fuese. Es más, tu propuesta me atraía tanto que no tenía sentido negarse.
- ¿Siempre te sales con la tuya verdad? Entonces tendré que conocerla
Tu reacción no se hizo esperar, buscaste tu teléfono entre la ropa y la llamaste. En unos minutos, me dijiste, estará aquí. Serás cabrón, lo tenías todo preparado, apenas unos segundos después de tu afirmación sonó un tímido golpe en la puerta. Al menos, pensé, espero no ser la única nerviosa ante esta situación.
Tengo que reconocer que siempre has tenido buen gusto. Nunca creí que llegaría a sentirme atraída por otra chica, pero en este caso lo estaba. Quizás fuese que estaba tan caliente que necesitaba correrme desesperadamente y no importaba con quién pero tenía muchas ganas, y curiosidad, de que empezase el juego.
Te acercaste a ella y comenzaste a desnudarla mientras le magreabas esas tetas que a mi me estaban dando ganas de morder y lamer. ¡Joder! ¿Qué me estaba pasando? Lejos de sentirme celosa, como esperaba, me excitaba mucho veros acariciándoos y no pude evitar empezar a masturbarme. Mis dedos se hundían sin ninguna dificultad en mi coño totalmente empapado cuando decidiste que ya era hora de presentarnos.
- Como espero que todos nos llevemos muy bien, podríais empezar dándoos un beso, ¿no creéis?
Me acerqué hasta ella gateando sobre la cama y la chica se agachó para besarme mientras tú nos mirabas. Empezó siendo un beso dulce, tímido, pero la excitación nos venció y casi sin darme cuenta acabé mordiendo sus pezones, gimiendo como una loca y hundiendo mis manos entre sus piernas, con la esperanza de que ella hiciese lo mismo. Me encantaba el contacto con su piel, su mirada turbia, como la mía, que me encontraba cuando nos dábamos un respiro. Entonces reparamos en ti, te habías acercado a la cama y estabas de pié frente a nosotras. Nos sonreímos cómplices y nos acercamos a tu polla. Debía de ser una visión increíble, las dos peleando entre bromas y besos por lamerte, turnándonos para meternos esos 20 cm. en la boca, mientras la otra te lamía los huevos.
Estuvimos así un buen rato, hasta que me apeteció probar algo nuevo. Dejé a Sara, (la llamaré Sara, pues nunca me dijiste su nombre), comiéndote y me coloqué detrás de ella. Empecé a besarle la espalda y fui descendiendo. En esa posición tenía una visión perfecta de su coñito húmedo y depilado así que no pude resistirme a lamerlo. Sara se estremeció de placer y se movió para dejarme más sitio pero yo necesitaba algo más y tú lo comprendiste enseguida. Mientras yo jugaba con su clítoris y hundía mis dedos dentro de ella tú me colocaste a cuatro patas sobre la cama y comenzaste a follarme. Lo hiciste de golpe, sin avisar, metiéndomela hasta el fondo con movimientos duros y secos, mientras me dabas azotes con una mano y hundías más mi cabeza entre sus piernas con la otra. Me gustaba tanto que no podía aguantar más. No dejaba de oír vuestros gemidos y me imaginaba tu cara de vicio viendo en primera línea nuestras caricias así que fui la primera en correrme. Lo hice entre temblores, con mis gritos ahogados en el coño de otra, totalmente enloquecida.
Vosotros lo hicisteis poco después y no sería la última vez en esa larga noche de invierno, de la que no desaprovechamos ni un solo minuto. Pero el resto el resto prefiero que lo cuente Sara.
Y que estas palabras sean mi despedida.