Larga corrida de verano

Todo eso en un solo día! Me iba a poner enfermo...

Larga corrida de verano

1 – Acto sexual primero

Llegamos de la revisión del médico un tanto desilusionados, porque me aconsejó éste una semana más de descanso y teníamos que trabajar. Incluso le propuse a Daniel que se buscase a un guitarrista que me sustituyera unas semanas hasta reponerme totalmente.

No has acabado de contarme lo que soñaste – me dijo -; no quiero obligarte a que lo hagas, pero me has dejado intrigado.

Al entrar en la casa, todos vinieron hacia nosotros corriendo y traían en sus rostros una mezcla de intriga e ilusión. Mi pequeño Alex se abrazó a mí fuertemente y sin decir nada; Fernando me miraba expectante un poco más retirado; Andrés se veía un poco asustado aunque disimulaba su temor con una sonrisa.

No pasa nada, precioso – le dije a Alex al oído -, pronto estaré bien.

Pasamos al salón, me senté y hubo un bombardeo de preguntas. Al poco tiempo apareció también Ramón y hablamos todos un buen rato.

Creo – les dije -, que debería descansar una semana más. No me pasaría nada por retomar el trabajo, pero vuestra compañía me hace relajarme.

Y aprovechando que todos hablaban y hacían preguntas a Daniel, me abrazó Alex y me dijo:

Tony, casi siempre estás con Daniel o con los otros amigos. Yo quiero estar contigo solo un rato ¿Puede ser?

Sí, mi vida – le dije también al oído -, pedírselo a Daniel no es un problema y sé que él mismo preparará la cosa para que estemos tú y yo solos.

¿Se lo vas a decir? – preguntó ilusionado -; un buen rato; sólo un buen rato.

Hablé con Daniel sobre el asunto y comprendió sin dudas que Alex quisiese estar conmigo. Llevaba muchos días durmiendo aparte, con Fernando (a quien quería mucho) y con Andrés; Daniel comprendía que aquella criatura que no quería separarse de mí llevaba mucho tiempo sin estar conmigo.

Preparamos un almuerzo delicioso para todos y nos sentamos a comer en el salón con el aire acondicionado.

A papá no le gusta que la gente coma desnuda – dijo Alex a Ramón -; deberías ponerte la camisa.

Bueno – exclamé -, siempre puede haber excepciones ¡Que levante la mano quien quiera comer en pelotas!

Hubo un gran revuelo entre todos y volaron las prendas por los aires. En poco más de un minuto no había cuerpo cubierto alrededor de la mesa.

Pues ahora – dijo Daniel -, me parece que antes de comer deberíamos pasar todos a lavarnos las manos ¿No os da asco de comer después de quitaros los zapatos?

Después de aquel almuerzo tan peculiar comenzaron a verse manos moverse por debajo de la mesa, roces, risas y otras insinuaciones y aprovechó Daniel para decir que Alex y Tony iban a dormir solos la siesta. Bueno, en el fondo yo sabía que estaba deseando de follarse a Ramón. Poco después se distribuyeron entre la litera nueva y el sofá y apreté a mi pequeño Alex por la cintura y nos fuimos al dormitorio. Cerré la puerta y eché el pestillo.

Échate en la cama y descansa, papi – me dijo Alex besándome -; no te muevas para nada. Déjame a mí hacer que te relajes y descansa. Pronto estarás bueno.

Al menos – le dije – me dejarás que mueva mis manos para acariciar tu delicioso cuerpo ¿no?

Bueno – dijo dudoso -, ya veremos qué te dejo hacer.

Me eché en la cama y él me ayudó. Me puso bien la almohada y estiró las sábanas. Luego se echó a mi lado y comenzó a hacerme toda clase de caricias. Comenzó, como era su costumbre, por acariciar mis mejillas y besarme, pero sus manos bajaron luego hasta mi pecho y su dedo índice estuvo un buen rato rodeando mis pezones. Volvía a besarme y cambiaba de caricia. Afortunadamente, yo no tengo cosquillas porque me acarició los costados hasta las cinturas. Reposó su cabeza sobre mi pecho y comenzó a jugar con tranquilidad con mi polla. En realidad ya estaba empalmado, porque verme a solas con mi niño me subía al techo. Acarició otro buen rato mis huevos y estuvo mirándolos de cerca y jugando con los pelos. Aprovechando que su cuerpo estaba sobre el mío en sentido contrario, levanté mi mano despacio y comencé a acariciarle la piel de melocotón de su culo rosado y blando. No dijo nada; siguió jugando con mi polla. Yo sentía en mi pecho el suave bulto de su churrita – como él decía -, que parecía haberse puesto un tanto durita.

De pronto, se dio la vuelta sobre mi y comenzó a acariciar mis cabellos mientras rozaba todo su cuerpo con el mío. Empecé a ponerme demasiado excitado y tuve que respirar profundamente varias veces, pero me tapó la boca con la suya y comenzó a mover la lengua muy despacio dentro de mi boca hasta que no pude remediar agarrarlo por el cuello y besarlo desesperadamente.

¡Mi Alex, mi Alex! – paraba a veces - ¿Cómo voy a dejarte sin mí y dejarme sin ti?

Se fue hacia la parte de debajo de la cama, me agarró las piernas y las levantó. Entonces comenzó a pasear su lengua entre mis huevos y mi culo. Dejé mis brazos relajados sobre el colchón otro buen rato pero, finalmente, se movió rápidamente, como una lagartija, hacia arriba y se sentó sobre mí. Me miró pícaramente: «De esta no te libras».

Cogiéndome la polla y buscando su agujero, quería comenzar su juego. Intenté moverme un poco para ponerle algo de lubricante, pero no me dejó. Comenzó a dejarse caer lentamente y comencé a sentirme entrar en él. El placer era superior a mis fuerzas pero necesitaba que durase aquello bastante. Me di cuenta de que él hacía lo posible por no hacer movimientos bruscos. De esta forma todo fue poco a poco mientras yo respiraba profundamente y cerraba mis ojos, porque solo de ver su rostro me hubiese corrido en pocos segundos. Estuve mucho tiempo dentro de él hasta que ya vi que no podía aguantar más, abrí los ojos y lo agarré apretando sus muñecas. Al darse cuenta de que me corría, hizo dos o tres movimientos rápidos hacia arriba y hacia abajo y los chorros de mi leche salieron como en un bombardeo. Sonrió, se inclinó y me besó dulcemente sin sacársela. Aquello había durado demasiado y estaba sudando. Comenzó a elevarse despacio y a sacarla hasta sentir la sensación de que sale del todo. Volvió a besarme y jugamos con nuestras lenguas sin rozar nuestros labios.

No te muevas, Tony – me dijo -, voy a limpiarte un poco y descansa.

2 – Acto sexual segundo

Verás, Daniel – le expliqué -, no es que me moleste que haya tanta gente en casa, es que a todos os quiero de una forma o de otra. Se supone que estoy de reposo, aunque sí es verdad que no puedo pasar un día sin echar un polvo, pero si tuviese que follar con todos los que hay ahora aquí, poco reposo iba a hacer.

Bueno – me dijo -, tampoco se trata de que folles con todos.

La verdad es que se me apetece, Daniel – agaché la cabeza -; tú eres en realidad un privilegiado porque te acuestas todas las noches conmigo, pero cuenta y verás. Tendría que llevarme todo el día follando para tener contentos a todos nuestros invitados. Alex y tú sois mi familia, pero también tenemos aquí a Fernando (a quien quiero un metro, como dice él); Ramón, que sé que está el pobre deseando; y Andrés, que a veces me mira con cierta tristeza.

Yo también follo – se rió Daniel – y sin mucha complicación, aunque seas tú con quisiera hacerlo siempre.

Claro – le dije de broma -, a ti te tocaría el turno de noche, pero el de día tendría que repartírmelo entre cuatro más. Ufff, no me parece un reposo

Claro que no – me respondió -; en un caso extremo deberías reducir tus folleteos a tu marido (que soy yo, por si no lo sabías) y a tu hijo Alex. También podríamos follar los tres juntos o... ¿Te imaginas – se rió a carcajadas - una orgía de todos juntos?

Sí, me la imagino – me reí también -, pero me imagino luego otra vez en el hospital.

En fin – concluyó -, cenaremos hoy temprano. Déjame a mí hacer la cena y tú descansa ahí tranquilo. Si quieres, te traigo la bandeja a la cama.

Nooooo – le dije -, prefiero estar con todos vosotros y moverme. Posiblemente me dé hoy otro paseo por el jardín.

Me miró Daniel extrañado:

¿No tendrás algo en el jardín, no? – se echó a reír - ¡Súbetelo!

No quise contestar a aquella pregunta por el momento; me parecía que debía respetar la voluntad de Miguel.

La tarde fue muy tranquila y, como hacía calor, no salimos para nada, pero antes de preparar Daniel la cena ya veía yo a Fernando muy pegado a mí y un poco triste.

¡Ven conmigo! – le dije -, no te quiero ver tan decaído.

Lo tomé de la mano y me lo llevé al dormitorio. En cuanto entramos me oyó cerrar la puerta y se lanzó contra mí:

¡Tony, Tony! – gemía -, me tienes abandonado.

Me volví y miré aquellos profundos ojos verdes que me hacían olvidar cualquier otra cosa.

Ojos verdes, verdes como la albahaca.

¡Verdes, como el trigo, verdes!

Y al verde, verde limón.

Échate en la cama, cariño – le dije -, no voy a soportar verte triste. Tus ojos son expresivos y sonrientes, no quiero verlos tristes.

Se echó en la cama muy lentamente y me senté a su lado acariciándolo.

¡Tienes un cuerpo tan bello como tus ojos! – dije - ¡Déjame que lo acaricie y te haga feliz!

Apareció en su rostro una sonrisa abierta y la aproveché para besarlo en un abrazo apasionado. Tiró de mí y me puso sobre la cama. Me quedé inmóvil y él fue recorriendo mi cuerpo con sus manos y con su boca hasta los pies. Me besó cada rincón; me lamió cada rincón. Acabó mirándome feliz sobre mí y echándose boca abajo a mi lado. Me puse sobre él y lo cubrí con mis brazos apretando sus hombros.

¡Fóllame, por favor! – exclamó - ¡No sabes cuánto lo echo de menos!

Le abrí las nalgas despacio hasta ver su culo precioso y, sin otro preámbulo, comencé a metérsela, le tiré de los cabellos y levanté su cabeza. Volvió la cara y nos besamos mientras yo iba penetrándolo.

¡No te pares ahora, por favor! – decía - ¡Métemela hasta el fondo, córrete dentro de mí!

Eso voy a hacer – le dije -, pero tienes que dejarme que mire tus ojos el tiempo que quiera.

Son tuyos – me respondió en susurros -, míralos cuanto quieras. Haz con ellos los que quieras.

Mi polla entraba imparable y él levantaba el culo para sentirme más adentro. Comencé a follármelo y a tirar de sus hombros mientras él volvía sonriente su cara para que le viera los chispeantes ojos.

¡Me vas a matar de gusto! – le dije -. Ver esos ojos con la polla metida dentro del cuerpo que los tiene, me va a matar de gusto.

¡No quiero que te pongas enfermo! – exclamó -; fóllame tranquilo.

Durará, cariño – le dije -; esto durará. Quiero que me sientas dentro el máximo de tiempo posible.

No me importa, Tony – contestó -, lo que me importa es tenerte dentro. Cuando me la saques algo tuyo quedará ahí dentro.

Llegaron el gusto, los temblores, las convulsiones y pensé que había sido una de las corridas más placenteras que había tenido en mucho tiempo.

No te preocupes, Fernando – le dije -; desde ahora, te prometo follar contigo a diario. Si es necesario, se lo diré a Daniel. Estoy seguro de que sabrá lo que tengo dentro. Te quiero y eso no puedo evitarlo.

Fernando se echó a llorar.

3 – Acto sexual tercero

Acabó temprano la cena y nos reímos mucho comiendo, pero, al terminar, me puse unas calzonas y una camiseta con mis zapatillas de deporte y dije que necesitaba salir a tomar el aire fresco de la noche. Volvió a parecerme que tanto Alex como Daniel me miraban con un cierto recelo.

Pasando la portería, entré en el jardín y miré las luces encendidas del piso de Miguel. Blacky no apareció por el paseo corriendo y llegué hasta la plazoleta. Me senté en un banco y miré el reloj. Eran más de las doce. Pensaba que no iba a ver a aquel chaval que me había atraído al jardín. En realidad, ese respiro de aire de puro en un lugar abierto no era más que él. Si no me hubiera dicho que bajase, quizá ya estaría en la cama descansando. Miré la luz parpadeante de la farola mientras esperaba un rato. Blacky no aparecía. El reloj parecía ir más aprisa de lo normal.

Ya cerca de las doce y cuarto me pareció oír unos pasos y miré disimuladamente por detrás de los setos. Una sombra alargada se acercaba, pero no venía ningún perro. La sombra se fue acercando a la plazoleta y apareció Miguel.

¡Hola! – dijo -, no traigo al perro. He bajado sólo para verte.

Dentro de mí se movieron todas las vísceras. Aquella hermosa criatura no había bajado a su perro; ¡había bajado a verme!

Se sentó en el banco muy pegado a mí y me echó el brazo por los hombros besándome en la mejilla:

Me he entretenido un poco – dijo - porque mi hermano ha sacado a Blacky antes y he dicho que bajaba a ver a un amigo y que, a lo mejor, me entretenía. ¿Vamos al bosque?

¡Sí, vamos! – le contesté entusiasmado -.

Me tomó de la mano y corrimos hacia el hueco entre los árboles. Agachados, pasamos aquel curioso pasillo hasta salir a la pequeña explanada. Nos dirigimos a un árbol y comenzó a quitarse los pantalones sin decir nada. Me acerqué a él y cogí sus manos echándolas hacia abajo. Seguí entonces quitándole los pantalones y se los bajé de un golpe. Me levanté y lo empujé contra el tronco del árbol: «Déjame hoy hacer las cosas a mí».

Me miró sonriente, se acercó y me besó: «Soy todo tuyo».

Me agaché hasta tener su polla delante de mis ojos. No era muy grande, pero era bonita. La tomé entre mis manos y comencé a acariciarla. Él puso sus manos sobre mi cabeza y comenzó a mesar mis cabellos. Poco después empecé a besarle la punta, que ya estaba un poco húmeda, y muy poco después me llegaba a la garganta. Comenzó a moverse a un lado y a otro y me pareció que le molestaba algo.

Si te duele – le dije – me avisas.

No, no me duele – susurró -, es que nunca me la han mamado así.

Seguí con aquello y empecé a notar que me tiraba de los pelos y respiraba entrecortadamente.

¿Te corres ya? – paré y le pregunté -. Si quieres descanso un poco.

¡No, por favor! – exclamó - ¡No pares ahora! Sigue.

En muy poco tiempo se había corrido. Echó tal cantidad de leche que me quedé un poco alucinado. Escupí como solía hacerlo Alex y tiró él de mi cabeza hacia arriba y nos besamos un buen rato. Su lengua recorría mi boca por dentro y por fuera inesperadamente hasta que se agachó de pronto, tiró de mis calzonas y comenzó a mamar.

¡Cuidado, Miguel! – le dije - ¡No me roces con los dientes! Usa los labios y la lengua.

El resto fue increíble. Pensé que si no era su primera mamada, la estaba haciendo con verdadero esmero. En poco tiempo empecé a aguantar y poco después se dio cuenta de que me iba a correr y le dio más rápido y más fuerte, aunque a veces me rozaba con los dientes. Pensé que si seguía corriéndome de aquella manera tantas veces al día iba a acabar mal. Y lo que no esperaba es que se levantó, me tomó la barbilla y abrió mi boca, puso allí sus labios y compartimos mi leche. Al final, mirándome profundamente a los ojos en la penumbra, se la tragó.

¿Cuándo me vas a presentar a tus amigos? – me dijo enseguida -; si están buenos, se la comeré a todos uno detrás de otro y espero que alguien me la sepa meter tan bien como tú.

Sube a casa un momento – le dije -, ahora estamos todos ahí. Tal vez la semana que viene no. ¡Sube, anda!

Se quedó mirándome sonriente y respondió seguro:

Mañana. ¡Avísales!