Lara, una chica muy obediente (7)
Lo primero que Lara sintió al despertarse a la mañana siguiente fue un intenso ardor en las nalgas y entonces recordó la paliza que Juani le había dado. Ella debió contar cada cintarazo y después decir: Por haber actuado por cuenta propia.
Lo primero que Lara sintió al despertarse a la mañana siguiente fue un intenso ardor en las nalgas y entonces recordó la paliza que Juani le había dado. Ella debió contar cada cintarazo y después decir: “Por haber actuado por cuenta propia.”
Su culo ya venía sensible por haber sido azotado con vara por la celadora y entonces el cinto de Juani había provocado consecuencias especialmente dolorosas.
Cuando salió de la cama Juani estaba terminando de vestirse y Eva duchándose. Se acercó a la morena y la saludó como le estaba ordenado, de rodillas y besándole la mano:
-Buenos dìas, señorita Juani. –dijo y la chica la autorizó a incorporarse. Lara estaba en ropa interior, sujetador y braguitas pequeñas de color blanco y la expresión somnolienta de su rostro acentuaba su sensualidad. Juani la atrajo hacia ella y le estampó un sonoro beso en los labios justo cuando Eva salía del baño.
-Venga, dúchate. –le ordenó y allí fue Lara, presurosa, luego de repetir con la rubia el saludo en sumisión.
-Es increíble lo domadita que ya la tenemos. –dijo Juani cuando quedaron a solas.
-Es que es esclava hasta la médula y se lo hemos hecho descubrir, tía. –sostuvo Eva, y agregó con una sonrisa perversa:
-Ya verás lo que le tengo preparado para el almuerzo.
-¡Oye, cuéntamelo! –se exaltó Juani.
-No, creeme que lo disfrutarás más si lo ignoras.
-Mmmmhhhhh, conociéndote, ya me da pena la pobre niña, jejeje…
…………….
Terminó la jornada de clases matutinas y al mediodía Eva, Juani y Lara se encontraban en el comedor. A Juani le costaba controlar su impaciencia ante lo que Eva le tenía preparado a la esclavita y varias veces intentó en vano averiguar aunque fuera una pizca de aquello. La respuesta de la rubia siempre era la misma, que iba acompañada de una sonrisa perversa:
-No te apresures, tía, ya lo sabrás.
Poco después las camareras distribuían en las mesas el almuerzo de las alumnas. El plato consistía en chuletas de carnero con puré de patatas y cuando el suyo en la mesa se aprestó a comer, pero Eva le dijo:
-Corta esas chuletas en trozos pequeños.
Lara la miró extrañada.
-Corta esas chuletas en trozos pequeños. –volvió a decir la rubia con tono amenazador, como mordiendo las palabras.
Lara obedeció sintiendo que la iba ganando una oscura inquietud. Por fin sus chuletas estaban trozadas y entonces Eva le dio una orden tan inesperada como terrible, que hizo lanzar a Juani un gritito entusiasta:
-Deja el cubierto. Vas a comer como la perrita que eres, tomarás cada trozo de carne con los dientes y para el puré usarás la lengua.
Fue tal la desesperación de la niña que se atrevió a hablar sin el permiso de sus Amas:
-Pero… ay, señorita Eva… Por favor, estamos… estamos en…
-¡Haz lo que te he dicho, perra estúpida, o ya mismo te denunciaré por ladrona antela Directora!
A Lara se le llenaron los ojos de lágrimas y al comprender que no tenía salida fue inclinando el rostro lentamente hacia el plato.
Eva la contemplaba con sádico placer y Juani seguía la escena con evidente deslumbramiento.
Lara tomó con los dientes el primer trozo de carne, lo masticó un poco y por fin lo tragó junto con la humillación que sus perversas Amas le estaban infligiendo. Siguió comiendo los trozos de chuletas y de pronto Eva le dijo:
-El puré. –y la niña se aplicó a dar cuenta del puré tal como lo haría una perra, con la lengua.
A esa altura, la escena había empezado a llamar la atención de las alumnas que ocupaban las mesas vecinas y todas las miradas convergían en Lara, mientras el murmullo inicial iba creciendo en volumen y se expandía por todo el comedor.
Eva vio venir ala Sara, la celadora, que alertada por el creciente barullo descubrió por fin el motivo del alboroto. Cuando vio a Lara tuvo que restregarse los ojos para asegurarse de que aquello no era una alucinación. Entre tanto, ya prácticamente todas las alumnas habían dejado sus mesas y se arremolinaban con Pepi y Ana en primera fila en torno de esa mesa donde una chiquilla comía como una perra.
Eva consideró que era el momento indicado para actuar y se inclinó sobre Lara fingiendo sentirse escandalizada.
-¡Basta, Lara, basta! ¡¿Es que te has vuelto loca?! –gritaba y Juani se le sumó de inmediato rodeando la mesa y tomando a la niña por los hombros para enderezarla:
-¡Ay, niña, que nos asustas! ¡Basta ya!
Y otras frases brotaban del grupo apretado en torno de la mesa de las tres chicas:
-¡Pero qué cosa tan extraña!
-¡Pobrecilla!
-¡¿Ay, es que habrá enloquecido de repente?!
La celadora, abriéndose paso a los gritos y empellones, llegó finalmente al centro de la escena y apartando bruscamente a Juani y Eva tomó a Lara de los cabellos y la puso de pie. La niña temblaba con los ojos cerrados y el rostro manchado de comida.
-¡TÚ! –le gritó la mujerona con expresión furiosa mientras le sacudía la cabeza.
-¡OTRA VEZ TÚ HACIÉNDO ESCÁNDALO! ¡Y QUÉ ESCÁNDALO ESTA VEZ! ¡COMIENDO COMO COMEN LOS ANIMALES!
Eva y Juani, a espaldas de la celadora, se miraron reprimiendo la risa maligna que pugnaba por estallarles en la boca y fingieron interceder cuando la matrona le dijo a Lara:
-¡Ven conmigo! –Lara alcanzó a tomar su mochila y de inmediato la celadora la arrastró firmemente sujeta por la cabellera hacia la salida del comedor, abriéndose paso entre el abigarrado grupo de alumnas aún asombradas.
Camino del sótano, donde la llevaba arrastrándola tomada por el pelo, la celadora le dijo a Lara con tono de furia mal contenida:
-¡¿Qué es lo que te propones, grandísima zorra?! ¡¿Desafiar a las autoridades?! ¡Primero te masturbas en público y ahora te pones a comer como un animal! ¡¿Es que eso eres? ¿un animal?... ¡Muévete! ¡camina que allí abajo te voy a enseñar lo que es bueno!
La niña lloriqueaba ganada por el miedo y ante la puerta del sótano, mientras la celadora la abría, intentó una súplica:
-Por favor, señora, no… no me pegue, se lo… se lo ruego… No sé qué me pasó, le… le prometo que no volverá a suceder… -y su voz se quebró en sollozos.
La mujerona la empujó:
-¡ENTRA! –le gritó y la niña estuvo a punto de rodar por la escalera aunque logró mantener el equilibrio.
Una vez abajo nuevos empujones de la matrona la llevaron hasta el caballete.
Lara se dio cuenta en ese momento de que la situación empezaba a excitarla. Esa mujerona robusta y de rostro duro le provocaba sensaciones fuertes que iban del miedo a la calentura una y otra vez hasta que terminaron fundiéndose en una sola pulsión.
A su vez, la celadora gozaba del dominio que ejercía sobre esa niña indefensa y tan bella a la que tenía a su disposición.
“Sí. –se dijo. “La tengo a mi disposición… ¡Y qué buena está, coño!”
Nunca antes se había excitado sexualmente en el cumplimiento de la tarea de castigar a alumnas díscolas, pero esta vez se estaba calentando.
“A mis años caliente con una chica.” –pensó no sin cierto asombro porque nunca había experimentado deseos lésbicos. Pero lo suyo no era pensar demasiado, de manera que decidió que pasara lo que tuviera que pasar, y avanzó hacia la niña.
De brazos cruzados ante ella le dijo en tono severo:
-Habla, zorrita, ¿por qué lo hiciste? –y ante el mutismo de Lara le cruzó el rostro de una fuerte bofetada que hizo trastabillar a su víctima.
-¡HABLA! –volvió a exigirle la celadora.
Entonces Lara sintió que la respuesta le brotaba desde lo más profundo de si misma y se escuchó decir:
-Porque soy una perrita… -y la emoción hizo que debiera apoyarse en el caballete para no caer ante la súbita debilidad de sus piernas temblorosas.
La respuesta sorprendió a la matrona, que se tomò unos instantes para reponerse y luego dijo, cada vez más excitada:
-Ah, pero qué bien… Así que una perrita, ¿eh?... Bueno, pues ya mismo te quitas la ropa, porque las perras no andan vestidas.
Lara sintió que había traspuesto un límite y que no había vuelta atrás. La celadora experimentaba algo similar. Ambas se daban cuenta de que estaban inmersas en un devenir vertiginoso al cual no podían ni querían oponerse. Lara tardó muy poco en despojarse de sus ropas y una vez que estuvo en cueros la celadora le dijo:
-Ponte en cuatro patas, eres una perra y las perras andan en cuatro patas.
-Sí, señora… -musitó Lara mientras cumplía con la orden sintiendo que había empezado a mojarse.
-Así me gusta, que seas una perrita obediente…
-Soy obediente, señora… -dijo la niña con las mejillas ardiéndole y ya entregada por completo a la dominación de la celadora.
La mujerona comenzó a desplazarse muy lentamente alrededor de su presa, devorando con la mirada ese cuerpecito adolescente que se le ofrecía desnudo. Luego de varios giros se detuvo ya completamente mojada, se levantó hasta la cintura el ruedo de su uniforme azul, con una mano se bajó las bragas, abrió sus piernas y dijo:
-Venga, perrita, quiero sentir tu lengua.
Lara se desplazó hacia ella en cuatro patas obedeciendo como una autómata y buscó el coño que se le ofrecía ya humedecido y si bien no totalmente depilado sí con una mata de pelo no demasiado abundante. Su lengua hendió los labios externos y anduvo de arriba abajo unos instantes.
“Sabe bien” –se dijo y siguió lamiendo mientras escuchaba los gemidos de la celadora. Después sus labios capturaron el clítoris, ya bien hinchado, y lo retuvieron durante unos momentos para después lamerlo con lengüetazos a veces rápidos y luego lentos que acentuaban el disfrute de la mujerona.
-Así… así, perrita… aaaahhhhhhhh… muy… muy bien… sí… así… ¡qué lengua!... qué buena eres… -exclamó la celadora y continuó jadeando cada vez con más fuerza mientras Lara lamía y tragaba los jugos que brotaban en abundancia de ese coño. El sabor era algo más agrio que el de sus dos dueñas, pero no le resultaba desagradable.
De pronto el jadeo de la matrona se hizo más fuerte y más rápido y segundo después llegó al orgasmo que por su violencia la obligó a aferrarse a la cabeza de la niña para poder sostenerse. Lara permaneció inmóvil en cuatro patas, tragando los últimos restos de fluido y sintiendo lo empapado que tenía el conejito. Con gusto hubiera llevado allí su mano para masturbarse y aliviar tanta calentura, pero estaba habituada ya a no hacer nada si no se le ordenaba o se le permitía hacerlo y entonces se contuvo.
Cuando la celadora hubo recuperado el aliento le pasó la mano por la cabeza en un movimiento algo parecido a una caricia y le dijo:
-Muy bien, Lara, ése es tu nombre, ¿verdad?...
-Sí, señora.
-Eres muy buena con la lengua… ¿Con quién has aprendido a hacerlo?.
Lara comprendió que no podía revelar semejante secreto:
-No… con nadie, señora… No sé… hice lo que… lo que me pareció que a usted le… le gustaría…
-¡Y vaya si me gustó! ¡jajajajaja!... Y ahora dime, ¿a ti te ha gustado?
La niña sintió que se ponía coloradísima y con las mejillas ardiéndole tanto como el coño murmuró un sí casi inaudible.
-¡MÁS FUERTE!
Lara tragó saliva:
-Sí… -repitió esta vez en un tono lo bastante alto como para satisfacer a la matrona.
-A ver qué tanto te ha gustado. –dijo la celadora e inclinándose a espaldas de la niña le ordenó que separase las rodillas y le metió mano en el conejito.
-Mmmmhhhhhhhh… ya lo creo que te ha gustado, perrita… Estás empapada… Èchate de espaldas que quiero beberme ese néctar… -dijo la mujerona con la voz algo enronquecida por la excitación.
Lara obedeció estremecida de calentura. Se tendió en el piso de tierra apisonada, flexionó las piernas y luego las abrió para que la matrona la usara a su antojo.
“Para esto he venido al mundo.” –se dijo absolutamente convencida. –“Para que se me use…” –y esa certeza, ya alojada en lo más profundo de su conciencia, le hizo experimentar un intenso placer.
La celadora se sintió deslumbrada ante el coñito de Lara, rosadito, tierno y con ese brillo en los labios externos que delataba la presencia del flujo que brotaba incontenible.
Entreabrió esos labios con sus dedos y vio que el clítoris ya estaba afuera, rojo y como esperando ser honrado. Lara gritó al primer contacto de esa lengua y esos labios que le elevaban sin escalas a las más altas cumbres del goce.
Poco tardó en llegar al orgasmo que la sumió en violentos espasmos y en gritos en medio de los cuales le pareció escuchar a la celadora diciéndole:
-¡Eso, niña puta! ¡Goza como lo que eres! ¡Goza como la perra en celo que eres!
Y de pronto, la bofetada que Lara vivió como perfecta y perversamente lógica en ese momento de placer absoluto y que no lo hubiera sido tanto sin ese golpe.
Y tras el climax, ya con ambas recuperadas, la orden de la celadora:
-Vístete, perrita.
Lara se puso la ropa interior y el uniforme y la mujerona le preguntó:
-¿Qué asignatura tienes ahora?
-Historia.
-Mmmhhhh, llevas media hora de retraso pero no te preocupes, porque te llevaré al aula y le diré a doña Amparo que llegas tarde porque he debido castigarte. Venga, toma tu mochila y sígueme.
Lara obedeció pensando en sus Amas y en la ansiedad con que estarían esperando que les contase lo ocurrido en el sótano.
Camino del aula, la celadora le dijo:
-A partir de ahora tú y yo seremos muy buenas amigas, perrita, siempre, claro está, que seas buenita conmigo.
Lara no contestó. Estaba confundida. Debía contarle a sus Amas lo que había pasado con la celadora e ignoraba cómo iban a reaccionar ellas respecto de esa relación que la mujerona le acababa de imponer.
……………..
Minutos después de las cinco de la tarde, ya con las clases vespertinas concluidas, Eva, Juani y Lara estaban de regreso en la habitación.
Las tres habían llegado casi al mismo tiempo, con Lara precediendo en unos segundos a sus Amas. Había guardado la mochila en su closet cuando entraron Eva y Juani, que se le fueron encima, la tomaron de los brazos y la rubia le dijo:
-Venga, habla, cuéntanos todo.
-Sí… sí, señorita Eva… -dijo la niña y de inmediato relató pormenorizadamente todo lo ocurrido en el sótano. Mientras Lara iba desgranando esa crónica, ambas chicas intercambiaban miradas que iban desde el asombro al disgusto y cuando el relato finalizó Eva dijo:
-Oye, Juani, creo que estamos de acuerdo en que esta putilla merece un buen castigo, ¿verdad?
-Por supuesto. –respondió la morena y agregó dirigiéndose a Lara: -Te gas portado con esa matrona como una puta, has actuado otra vez por cuenta propia y sabes que eso te está prohibido. Debiste resistirte, grandísima zorra calentona, debiste recordar que eres de nuestra propiedad, que tu cuerpo nos pertenece, que tus deseos nos pertenecen, que tu única voluntad es nuestra voluntad y que sòlo estarás con quienes nosotros decidamos.
-Pe… perdón, señorita Juani, perdón, señorita Eva… No… no sé… no sé que me ocurrió, perdí… perdí la cabeza… -dijo Lara procurando controlar esos sollozos que estaban a punto de atenazarle la garganta.
Eva le dio una bofetada tan fuerte que la derribó tras dar con las piernas contra el borde de su cama, sobre la cual cayo boca abajo.
-Sé muy bien lo que te ocurrió, niña puta. –le dijo la rubia inclinándose sobre ella y aferrándola por el pelo.
-Lo que te ocurrió es que eres una perra en celo, una reverenda puta, pero lo que todavía no aprendiste es que no eres dueña de tu cuerpo ni de tus deseos ni de tu persona. No aprendiste que eres una esclava, nuestra esclava y que nada puedes hacer sin nuestro permiso.
Mientras Eva hablaba, Juani le iba quitando a Lara la falda y las bragas, para dejarla con el culito al aire.
-Sujétala y métele sus bragas en la boca para que no se la oiga gritar. –pidió la rubia camino de su closet y entonces la morena hizo arrodillar a Lara en el piso, junto al borde del lecho y después inclinarse hasta apoyar el rostro y el torso en las cobijas. Desde el lado opuesto de la cama le puso las braguitas dentro de la boca, se inclinó un poco, la sujetó por las muñecas y le dijo a Eva:
-Dale duro para que aprenda de una puta vez. –Y la rubia no se hizo rogar. Dobló el cinto en dos, lo tomó por la parte de la hebilla y alzó al brazo mientras contemplaba las tiernas, indefensas y muy tentadoras nalguitas de la niña.
-Ahora sabrás lo caro que paga una esclava la indisciplina. –dijo y le asestó el primer azote.
Lara gritó de dolor y ese grito, reducido a gemido por las braguitas metidas en la boca a modo de mordaza, excitó a la rubia, que siguió azotándola complacida ante el progresivo enrojecimiento que iba mostrando ese lindo culito. Lara se retorcía impotente, sujeta por Juani y a merced de ese cinto impiadoso que la martirizaba convirtiendo a sus nalguitas en dos brasas al rojo vivo.
Fueron 40 los azotes que recibió y que dejaron sus nalgas tan rojas como dos tomates y sumiéndola en un dolor físico difícil de soportar. Cuando por fin Eva dio por concluida la zurra y Juani le soltó las muñecas, Lara quedó sollozando medio ahogada por las bragas metidas en su boca y las mejillas empapadas de sus lágrimas.
Eva la incorporó aferrándola por el pelo y cuando la tuvo de rodillas en el borde de la cama le quitó la improvisada mordaza y le dijo:
-¿Has aprendido, esclava? ¿Tienes en claro que no posees ni siquiera la más mínima voluntad propia?
-Sí… -murmuró la niña.
-¿Tienes conciencia de que sólo puedes hacer lo que nosotras te ordenemos o te autoricemos a hacer?
-Sí, señorita Eva…
-¿Te queda claro entonces que deberás negarte a lo que esa celadora pretenda de ti?
-Sí… Sí, Ama Eva…
-¿Entiendes, perra, que no eres más que una miserable esclava y que sólo puedes hacer lo que nosotras te ordenemos o te permitamos hacer?
-Sí, sí, señorita Eva… Perdón…
-Tú serás carne sólo para quienes nosotros decidamos.
-Sí, señorita Eva… Le ruego me perdone por haber hecho lo que hice, no soy más que una niña estúpida…
-Sí, y porque eres una niña estúpida no estás capacitada para pensar por ti misma.
-No, señorita Eva, tiene usted razón.
-Por tanto, somos nosotras, tus Amas, quienes pensamos por ti. –intervino Juani mientras palpaba las nalgas rojas y calientes de la esclavita.
-Sí, señorita Juani… Ustedes piensan por mí…
-Muy bien. –dijo Eva. -¿Volverás entonces a hacer lo que se te ocurra?
-No, jamás volveré a actuar así, señorita Eva… -afirmó Lara excitándose con las manos de Juani en sus nalguitas. Se daba cuenta de que ésa era verdaderamente ella en su más pura esencia. Era una esclava y sus Amas, sus adoradas Eva y Juani, se lo habían revelado y por eso les estaba y les estaría eternamente agradecida.
-Mi vida les pertenece, señoritas… dijo de pronto y desde lo más profundo de su ser.
Ambas chicas se miraron y en sus ojos se leía la intensa y perversa satisfacción que experimentaban por haber logrado de Lara tamaño nivel de sometimiento.
-Oye, Juani, ve a buscar a Ana y Pepi.
-Sí… tengo ganas de una fiesta con nuestra perrita. –dijo la morena mientras se encaminaba hacia la puerta.
Unos minutos después regresaba en compañía de Ana y Pepi, interesadísimas en lo que iba a ocurrir. Eva tenía a Lara de rodillas, con la cabeza gacha y las manos atrás.
-¿Pero qué hay, tías? –preguntó Pepi. -¿Qué es lo que ha pasado con vuestra perrita?
-Lo que ha pasado –dijo Eva –es que ha estado follando con Sara, la celadora, y lo ha hecho sin nuestro permiso, de puta que es, nomás.
-Vaya, vaya… -se asombró Pepi y dijo dirigiéndose a Lara: -¿Y te has atrevido a engañar a tus dueñas, golfa? Supongo que te han castigado por eso, ¿cierto?
-Sí… -respondió la niña.
-A ver, muéstrame el culo. –dijo Pepi y Lara giró sobre sus rodillas hasta quedar de espaldas.
-Mmmmhhhhhhh, sí que te han dado, chavala… ¡Qué bien luce tu culito así tan rojo!
-Pero no hemos terminado con ella. –dijo la rubia. Si tanto le gusta follar, pues follaremos.
Al oír a la rubia, tanto Pepi como Ana comenzaron a despojarse rápidamente de sus ropas imitadas por Eva y Juani y ésta después le quitó la ropa a Lara, que de inmediato fue echada sobre una de las camas y quedó atrapada en una maraña de brazos y piernas que semejaban plantas carnívoras ansiosas por devorarla, mientras cuatro bocas y otras tantas lenguas la recorrían entera, por delante y por detrás, y era besada, lamida, mordida. Ella ya no era ella sino sus sensaciones cada vez más intensas hasta que todo fue confusión, un caos en el que se oyó gritar, suplicar, gemir, jadear y por fin explotar y disolverse en un orgasmo que parecía no tener fin y enseguida manos que tomaban su mano y convertían a sus dedos en obedientes caminantes de senderos calientes y mojados por los que eran conducidos una y otra vez hasta sumar cuatro veces.
(continuará)