Lara Croft en Frontera City
Secuela del relato "Tomb Raider: Lara Croft en Surania", pero no hace falta haberlo leído para disfrutar de este. Lo único que hace falta es estar preparados para cualquier cosa...
LARA CROFT EN FRONTERA CITY
Lara Croft conocía muchos países del Tercer Mundo, y sabía muy bien que había que evitar las ciudades. Ni los parajes salvajes, ni las zona rurales, eran tan peligrosas como las grandes aglomeraciones urbanas, donde la combinación de hacinamiento y miseria volvía a las personas especialmente salvajes y crueles.
No obstante, esta vez no se podía evitar. No podía evitar ir de nuevo a Surania, uno de las regiones del mundo que más odiaba – y en la que ya había tenido malas experiencias-, y no podía evitar tener que ir a aquella ciudad. Porque lo que buscaba se encontraba allí, y en ningún otro lugar.
Popularmente se decía que Frontera City era lo más cerca que podías estar del infierno sin cruzarte con Satanás. El mismo nombre era una especie de chiste que solo entendían los autóctonos; por lo visto, la antigua denominación del lugar, que todavía figuraba en algunos registros oficiales, era simplemente “
Frontera
”, pero en algún momento a alguien se le ocurrió añadir el anglicismo “
City
” para que sonase más
cosmopolita
: New York City… Atlantic City…
…
Frontera City.
Capital del infernal país como Surania; casi nueve millones de habitantes que sobrevivían en condiciones infrahumanas, escasez de agua potable, y las ametralladoras eran más fáciles de conseguir que la comida. Con una media de 2.000 asesinatos a la semana, y 300 violaciones
al día
, aquella ciudad era el único lugar del mundo en el que las mujeres jóvenes se presentaban voluntarias para ser objeto de trata de blancas; hasta la esclavitud sexual en el extranjero era aceptable con tal de salir del país.
Y allí estaba Lara Croft, intentando entrar.
El funcionario uniformado, con el rostro perlado de sudor a pesar del ventilador que pesadamente giraba en el techo – y del que parecía apunto de desprenderse-, fingía examinar el pasaporte de Lara (...
mmmm… no sé… aquí parece faltar un sello
a
dministrativo
…) mientras, en realidad, se dedicaba a examinar a la propia Lara.
Ella llevaba la ropa que solía usar para moverse en lugares de calor tropical como Surania: botas de exploradora, viejas compañeras de fatigas que habían hollado varios continentes, pantalón corto acompañado de sendas pistoleras en cada muslo (cosa que en Surania no llamaba la atención), camiseta sin mangas, el cabello recogido en su sempiterna coleta, y el último elemento imprescindible en aquellas latitudes: unas elegantes gafas de sol.
Por supuesto, el pantalón corto dejaba a la vista sus atractivos gemelos y sus poderosos muslos, y la camiseta (un top, en realidad) dejaba al descubierto su vientre plano, dotado de un sugerente ombligo; sin embargo, el verdadero problema era que no había manera de que una prenda tan fina y ceñida disimulase su generoso busto.
Y como llevar una chaqueta, por fina que fuese, no era una opción con aquel sofocante y húmedo calor tropical, Lara se armó de paciencia, conteniendo sus crecientes ganas de patearle la cara a aquel viejo y gordo funcionario, que continuaba allí sentado, con su pasaporte en la mano y la mirada perdida en su escote.
Disculpe, ¿cuál es su nombre? – preguntó Lara, cuando el descaro del individuo terminó con su paciencia.
Mi nombre es Andrés, señorita – respondió el viejo uniformado-. Pero las mujeres que me follo me llaman
Andy
– añadió con una sonrisa lasciva.
- Muy bien,
Andrés
– dijo Lara con énfasis, para dejarle bien claro al desagradable viejo que sus provocaciones no la intimidaban-. Pues como tengo prisa, y eres incapaz de leer el pasaporte, quiero que me lleves ante El Comisario.
“
El Comisario” era lo más parecido a una autoridad policial, o de cualquier otro tipo, que había en Frontera City. No es que él y sus secuaces vigilasen el cumplimiento de la Ley, ya que en Surania no había tal, pero ejercían un cierto control mafioso sobre la ciudad, y vestían uniformes para ganarse la confianza de los extranjeros que tenían la desgracia de verse en problemas por aquellos lares. Algunos decían que podías obtener cierta ayuda de aquella “policía”, si accedías a pagar el soborno correspondiente. Otros, en cambio, murmuraban que el soborno no impedía que después hicieran con el desdichado extranjero lo que les diera la gana.
En cualquier caso, Lara había transferido ya a una cuenta Suiza del tal
Comisario
una suma lo bastante generosa para que le pusieran la alfombra roja, y estaba dispuesta a averiguar si había valido la pena.
El viejo, repentinamente serio, señaló las pistoleras de Lara.
Tiene que darme sus armas.
Ni hablar. – respondió Lara.
Solo le llevaré hasta El Comisario si va desarmada. – insistió.
No.
Se produjo entonces un silencioso duelo de voluntades. El viejo funcionario le dirigió una mirada fiera, y también algo taimada. Lara la sostuvo sin pestañear durante un minuto entero. Sesenta segundos de total silencio.
Finalmente, fue el tal Andrés (al que las mujeres que se follaba llamaban
Andy
) el que cedió. “
Espere aquí un momento
” murmuró, poniéndose en pie. Luego salió de la habitación, dejando a Lara en una tensa espera, con las manos cerca de las pistolas, alerta ante cualquier cosa que cruzase las puertas. Si había que luchar, lucharía.
Sin embargo, no fue necesario.
Cuando Andrés volvió le hizo un gesto para que le siguiera, y unos minutos más tarde Lara se encontraba en el despacho del Comisario.
Ella, en realidad, nunca había visto imágenes del sujeto en cuestión, así que no debería haber tenido una imagen preconcebida; sin embargo, los rumores e historias que había escuchado sobre el Comisario debían haber construido alguna clase de imagen inconsciente del mismo, porque se sintió sorprendida y decepcionada cuando le tuvo delante.
El Comisario resultó ser un hombre pálido, de mediana edad, cuyo cabello negro estaba perfectamente repeinado. Más bajito que ella misma, de hombros estrechos, y una incipiente barriga, su rostro era feo de una manera anodina. Un pequeño bigote era lo único que le acercaba a los legendarios guerrilleros de América Latina; por lo demás, podría ser un funcionario insignificante de cualquier lugar. Uno de esos hombres grises cuya presencia pasa desapercibida para todos.
El uniforme, en lugar de darle un aire varonil, le hacía parecer un cartero.
Señorita Croft – le decía desde el otro lado de un enorme escritorio que le hacía parecer aún más insignificante-, comprenda que no puede usted permanecer armada en mi presencia. Nadie puede.
No, señor – replicó Lara, sentada frente a su anfitrión en una cómoda butaca-. Comprenda usted que teníamos un acuerdo, y su hombre no lo estaba cumpliendo.
Bueno, bueno – dijo El Comisario, levantando las manos con ánimo apaciguador-, Andrés tiene sus cosas, pero estoy seguro de que si hubiera tenido un poco de paciencia, le habría dejado ir a donde usted quisiera.
¿Paciencia? Ese viejo me tuvo esperando durante treinta minutos.
Oh, no crea que Andrés es un viejo; solo tiene cincuenta años…
Me da igual.
-… y respecto de su generosa contribución a las fuerzas del orden, le asegura la entrada a nuestra ciudad, pero una vez dentro no podremos darle un trato especial, ¿entiende? Si es discreta, podrá usted retornar a su casa sin más, y ni siquiera volveremos a vernos, pero si causa problemas… bueno, entonces tendrá problemas. Ha comprada la entrada, nada más.
Me hago cargo – replicó Lara-. Y créame, no tengo intención de volver a verle. Pero no me venga ahora con que el dinero no le importa. No después de haber aceptado mis sobornos.
Su contribución…
Soborno – insistió Lara, a la que molestaba rebajarse a pagarlos, pero no le gustaba esconderse tras eufemismos una vez lo hacía.
Su contribución – insistió El Comisario- ha sido generosa. Y no pretendo ser insensible a los beneficios económicos. Pero hay cosas que el dinero no puede comprar en Frontera. Y, llegado el momento, haré lo que me exija el deber.
Haga lo que tenga que hacer – dijo Lara para poner fin a la conversación con aquel individuo. Su hipocresía le había resultado todavía más insoportable que el lascivo descaro de su subordinado, pero al menos salió de aquel despacho convencida de que Frontera City no podía ser un lugar tan duro si el mandamás era un hombrecillo tan inofensivo.
Tiempo tendría más adelante para lamentar su error.
La ciudad era una caldera que bullía bajo el sol tropical.
La Cazadora de Tumbas atravesaba las calles maltrechas, cuyo asfalto estaba resquebrajado, en una moto barata, de escasa cilindrada, pero muy fiable. La idea era que los ladrones se abstuvieran de robarla, dado su escaso valor, pues ya en otras aventuras Lara había comprobado que no había mecanismo de seguridad que protegiese un vehículo del robo en el Tercer Mundo. Lo más sensato era usar algo que no mereciese la pena robar.
El retraso en el punto de entrada le había favorecido, después de todo. Así pudo entrar a primera hora de la tarde, cuando la inmensa mayoría de la mísera población estaba durmiendo la siesta en algún lugar, a resguardo de aquel sol inmisericorde.
No obstante, los pocos habitantes presentes, mezcla de jóvenes descamisados, niños desnudos, y adultos demasiado borrachos o drogados como para moverse del sitio donde había caído, siguieron con mirada atenta a aquella joven de piel blanca, rostro aristocrático y cuerpo atractivo que cabalgaba una moto entre las infernales calles de Frontera City.
Lara captó por el rabillo del ojo que algunos de los niños (en cuyos rostros no quedaba inocencia alguna) se marchaban corriendo hacia los ruinosos edificios tras verla pasar. Con toda probabilidad corrían para avisar a sus respectivas “bandas” de la llegada de la extranjera, lo cual reforzó la idea con la que venía: moverse deprisa, acabar cuanto antes, y salir de aquel lugar en menos de una hora.
Por supuesto, había estudiado con detalle la configuración de aquel laberinto mucho antes de pisarlo, mediante fotos GPS y mapas en 3D. Sabía exactamente el punto al que tenía que ir, y el camino más rápido para entrar y salir. No obstante, una vez en aquellas calles le llamó la atención la ausencia total de personas ancianas. Una parte de ella quería creer que se habían resguardado del sol en sus hogares, pero en el fondo sabía la verdad: nadie sobrevivía en Frontera City el tiempo suficiente para llegar a viejo.
“
Entrar y salir
” se dijo. “
Rápido.
”
Su destino era una casa de una sola planta, cerca de donde terminaban los edificios de cierta altura y comenzaba una extensión de solares vacíos. Más allá se extendían una especie de “campamentos” donde malvivían los habitantes que no formaban parte de una de las grandes bandas armadas que controlaban el centro de la ciudad. Es decir, los edificios que Lara acababa de dejar atrás.
Dejó la motocicleta en la entrada. No se veía a nadie en los alrededores, pero decidió dejarla justo al lado de la entrada; dudaba que apareciese un guarda urbano para multarla.
El edificio – si es que se podía llamar así- carecía de puerta propiamente dicha; solo una cortina impedía la entrada del sol al interior de la vivienda. Lara la descorrió y entró con decisión. No obstante, tuvo que detenerse un momento en el rellano, esperando a que su visión se adaptase del cegador sol exterior a la penumbra del interior. Se quitó las gafas de sol.
- No debería haber venido sola – dijo una voz desagradable-. De hecho, no debería haber venido en absoluto.
Lara logró distinguir entonces al dueño de la voz, que resultaba ser la persona que estaba buscando.
- Me dijo que fuese discreta – respondió ella-. Que no llamase la atención. Una sola persona es más discreta que un grupo, y llama menos la atención.
En la oscuridad, la silueta meneó la cabeza en un gesto que podía significar muchas cosas. Los ojos de Lara ya se había acostumbrado a la penumbra lo suficiente para ver que el hombre estaba sentado junto a una mesa, comiendo.
- No, no, no. Yo le dije que buscase a una
persona discreta
. A una persona que
no llamase la atención
– tomó un trago de un vaso que podía contener agua, aunque probablemente no lo era-. Usted llamará la atención donde vaya.
Está usted acabada, ¿sabe? Lo está desde el momento en que pisó estas calles.
No pienso quedarme mucho tiempo – puntualizó Lara, que no quería admitir ni ante sí misma que aquel tipo estaba comenzando a inquietarla-. Esto será rápido.
No, señorita.
Esto
será lento – respondió él-. De hecho, le contaré como va a ir
esto
: primero, usted intentará huir. Luego intentará luchar. Después caerá en manos de unos o de otros. – se llevó una cucharada a la boca y masticó con calma. Por un momento parecía haber terminado su exposición. Pero en cuanto hubo terminado con el bocado continuó- Le arrebatarán las armas. Luego, la ropa. Y una vez haya quedado completamente desnuda, esos indeseables harán cola para gozar de su cuerpo. Cientos de ellos.
Es usted joven, así que aguantará un tiempo. Tal vez no se preocupen de darle de comer y de beber, en cuyo caso morirá en unos días. Si tienen a bien alimentarla, vivirá durante meses, si es que a eso se le puede llamar vida…
- ¿Lo tiene o no lo tiene? - le interrumpió Lara. No quería escuchar ni una palabra más de aquel sujeto que había conseguido ponerle la carne de gallina en medio de aquel calor sofocante.
“
Entrar y salir.
” se repitió ella “
Rápido. Eso es lo que pasará
”.
Entretanto, el sujeto continuó comiendo en silencio durante dos eternos minutos. Ahora Lara podía distinguir a un hombre más cerca de la vejez que de la mediana edad, comiendo en calzoncillos. Su cuerpo había sido poderoso en el pasado, pero que ahora había desarrollado una voluminosa barriga. En sus brazos se dibujaban las estrías y arrugas que dejan unos músculos en retroceso. Un escaso cabello negro coronaba un rostro que habría sido vulgar de no estar atravesado por cicatrices.
Su informador. El único contacto que había conseguido en Frontera City.
Aún ahora, ella no sabía su nombre. Nunca se lo había dicho en sus transmisiones; solo le había dado su ubicación. Y ahora que le había tratado en persona, no quería saber su nombre. Solo quería que le diera lo que había venido a buscar para poder perderlo de vista.
Pero aquel cabrón no parecía dispuesto a ponerle las cosas tan fáciles.
Le daré los documentos que busca – dijo finalmente-, y cuando regrese a su tierra me hace el ingreso en la cuenta. Confío en usted. Confío en su buena fe…
Bien.
-… pero antes debe mostrar algo de confianza hacia mí. Un simple gesto de buena voluntad.
Diga – respondió Lara, esperando que pidiese un adelanto del dinero. Lo tenía previsto.
Las armas que lleva – dijo él, en cambio-… arrójelas a la esquina. No voy a seguir tratando con usted mientras esté armada.
Era la segunda vez en una hora que a Lara le exigían desarmarse, y esta vez ni siquiera necesitó pensárselo.
No.
Yo confío en usted. Confío en que me pagará cuando vuelva a su país.
Debes de pensar que tengo memoria de pez – respondió Lara-. Tú no confías en que yo regrese a mi país. Me lo acabas de decir: voy a morir en esta ciudad. Y aún hay otra cosa que me has dicho: primero, desarmada. Luego, desnuda. Y finalmente, violada.
No confías en mí. Solo confías en ser el me viole.
El otro quedó un momento en silencio. Luego se dibujó una sonrisa retorcida en su boca; una sonrisa taimada que carecía de humor.
- Chica lista. Sí, chica lista – dijo, mostrando una expresión tan depravada que ni siquiera parecía un ser humano-. Soy el más viejo de esta miserable ciudad, ¿sabes? Todo lo viejo que se puede llegar a ser aquí. Pero tienes razón, sí. Tienes razón.
Deseo follarte. Sí, lo deseo de veras. Ver lo que oculta esa ropa… lo poco que aún no puedo ver. Y violarte, sí. Violarte muchas veces, de muchas maneras. Hasta hartarme. Y tardaría mucho tiempo en hartarme de una chica tan joven como tú…
Lara ya le estaba encañonando con ambas pistolas. Y si él hubiese continuado unos segundos más con su retorcido discurso, todo habría acabado allí y entonces. Habría sido lo mejor.
Aquella criatura grimosa, sin embargo, no carecía de sentido de la autoconservación, y algo en los ojos de Lara le impidió continuar; su rostro mudó de regreso a una expresión vulgar, pero humana. Un rostro lo bastante normal como para que alguien pudiese confiar en él.
- … pero eres una chica lista.
Lo que buscas está en aquella mesilla, primer cajón.- añadió antes de volver a atacar su almuerzo, aparentemente indiferente a la presencia de Lara así como las armas que le apuntaban.
Lara miró en la dirección en la que él había señalado. Sí, pegada a la pared había una mesa más bien pequeña, con dos cajones. El mueble quedaba justo a la espalda del dueño de la casa, que continuaba comiendo sin prisa.
Ella se interpuso entre el mueble y el hombre, que continuaba inclinado sobre el plato. Desde aquel ángulo solo veía su gibada espalda y su cogote. Guardó una de sus pistolas y usó la mano libre para abrir el primer cajón. Pero lo hizo con sin dejar de vigilar al individuo, al que todavía encañonaba con la otra pistola. Si hacía el gesto de darse la vuelta le dispararía de inmediato. Solo con el gesto sería suficiente.
Pero él no se giró.
El cajón emitió un ruido susurrante de madera deslizándose que a Lara le pareció atronador en aquel denso silencio. Pero ni cuando alcanzó el límite de la guía con un chasquido dejó Lara de vigilar al individuo; aún dejó pasar unos segundos.
Pero él no se giró.
Solo entonces, muy despacio, procedió a guardar la segunda arma en la pistolera correspondiente, y giró su vista hacia el contenido del cajón.
¡Allí estaba!
Lara no podía leer la documentación en la oscuridad, pero no le cabía ninguna duda de que allí estaba la información que le había traído hasta aquí. Ahora solo era cuestión de entrar y salir. Rap…
A su espalda sonó un chasquido metálico. Lara ser giró y sus ojos se encontraron de nuevo con los de la grimosa criatura, que ahora le apuntaba con un fusil.
- Chica tonta – siseó-. Sí, chica tonta.
Había un espejo, por supuesto. En la pared que se hallaba justo al otro lado de donde estaba situada la mesita, a un metro y medio escaso del suelo, había un espejo. Lara, en la penumbra, no había llegado reparar en él, pero aquel hombre taimado no había dejado de mirarlo (de
mirarla
) mientras fingía comer. En cuanto Lara guardo las armas y giró el rostro hacía el cajón, él se había dado la vuelta al tiempo que levantaba el fusil que había mantenido oculto junto a la pata de la mesa todo el tiempo.
Ahora lo entendía todo, pero ya era tarde.
En el exterior el sol continuaba castigando la ciudad, convirtiendo el interior de aquella pequeña casa en un horno. El sudor brotaba a chorros por el rugoso rostro del hombre, resbalando junto a aquellos ojos de brillo depravado. Por sus mejillas sin afeitar. Por su arrugado torso. Por su prominente panza. Por sus peludas y delgadas piernas. Perlas de sudor brillaban en aquellos brazos que sujetaban con firmeza el fusil.
Él la miraba. Miraba su cuerpo con anticipado deleite. Sus piernas firmes, y sus redondeadas caderas. Su cintura estrecha, su vientre liso. Sus pechos exuberantes y sus ojos castaños, que le sostenían la mirada con rebeldía…
Le gustó aquella rebeldía. Le haría disfrutar mucho más.
- Tus pistoleras tienen un cierre – susurró-, como el de un ligero. Está en la parte interior de tus muslos.
Abre esos cierres, y ni se te ocurra acercar las manos a las pistolas.
Lara le fulminó con la mirada mientras bajaba las manos hasta los cierres de las pistoleras. Aquella era la última oportunidad que tenía de acabar con aquella situación antes de que fuese demasiado lejos; tal vez, si desenfundaba lo bastante rápido…
Pero la boca del fusil le apuntaba directamente, y era más negra que la misma oscuridad. Lara abrió los cierres de las correas y las pistoleras, con su mortal contenido, se deslizaron por sus muslos y sus gemelos hasta quedar a la altura de sus tobillos. Solo las botas detuvieron su caída.
- Arrójalas a la esquina – ordenó él-. Con los pies.
Lara desenredo sus pies de entre las correas sin usar las manos y luego envió las pistoleras lejos de sí con una patada.
Ahora estaba desarmada.
Las botas y los calcetines – indicó él.
Tendré que agacharme – advirtió ella.
Está bien. Pero hazlo despacio.
Lara obedeció, y se agachó, rodilla en tierra, para desatarse los cordones. Ya se había quitado la primera bota cuando el murmuró “
Está bien. Está muy bien.
” Solo entonces comprendió que, al inclinarse de aquella manera, le había premiado con una generosa visión de su escote. Apretó los labios y evitó levantar la vista para no tener que ver el placer en los ojos de aquel reptil.
No obstante, cuando hubo acabado de descalzarse y se puso de nuevo en pie, no pudo dejar de ver la enorme erección que lucía aquel miserable. Los calzoncillos que constituían su única prenda parecían a punto de estallar.
- El pantalón – su voz se había vuelto pastosa, como si la tuviese llena de saliva. Tal vez así era – Quítate el pantalón.
Lara intentó mantener su mirada furiosa mientras sus dedos desabrochaban el botón de su pequeño pantalón corto, pero una sensación de impotencia e indefensión comenzaba a invadirla.
Se abrió el botón y la cremallera, pero el pantalón habría continuado en su sitio, prieto sobre sus firmes y redondeados glúteos, si no los hubiese empujado hacia abajo. Los pantalones cortos cayeron hasta sus tobillos con un leve susurro.
No tenía ropa interior, por supuesto. Semejantes prendas eran un verdadero suplicio en los húmedos veranos del trópico, y prescindía de ellas siempre que visitaba aquellas latitudes; nunca le había supuesto un problema, pues no iba por ahí quitándose los pantalones. Y ahora en cierto modo tampoco lo era; nada habría cambiado de haber llevado bragas.
Su captor dedicó unos segundos a examinar sus labios íntimos, y aquel pubis rasurado. Una parte del cuerpo de la mujer que no resultaba estéticamente atractiva, salvo cuando mantenía las formas de la primera juventud… como era el caso.
Llegados a este punto parecía absurdo aferrarse a su última prenda de ropa; sin embargo, Lara no hizo gesto alguno. Permaneció inmóvil, con la barbilla alta, y una mirada desafiante que no se encontró con la de su anfitrión, pues los acuosos ojos de este prefería recorrer el cuerpo de ella.
Finalmente, la mirada de él reptó en ascenso por los muslos de Lara, sus caderas y su vientre hasta llegar a su escote, aún protegido de la vista por la última prenda.
- El top – musitó él, salivando hasta el punto de tener dificultades para vocalizar-. Quítatelo. Quítatelo ya.
Lara respiró profundamente. Se llevó las manos a la parte interior del top, y con un gesto rápido, levantó la prenda por encima de su cabeza, para luego dejarla caer al suelo. Sus pechos quedaron libres y expuestos. Eran exuberantes, pero tan firmes que apenas temblaron con el gesto. Se mantuvieron altos y orgullosos en ausencia de prenda alguna; un erótico desafío la ley de la gravedad.
Lara permaneció con los brazos en los costados, sin intentar cubrirse con las manos. Todavía mantenía el fuego del desafío en la mirada, pero no podía evitar un leve temblor en los labios. Aquel temblor era la humillación. La tensión en la mandíbula y los puños cerrados, en cambio, eran la rabia y la impotencia.
Aquel hombre despreciable no era un confidente, ni un contacto. Nunca lo había sido. Ni tampoco un simple pervertido. Aquel hombre despreciable había resultado ser un
enemigo
. Y ahora estaba completamente desnuda ante él.
La guió hasta una habitación contigua, sin dejar de apuntarle, y guardando siempre cierta distancia. Y a Lara se le cortó la respiración al ver el interior de la pequeña estancia.
Había cadenas. Colgaban del techo en el centro de la habitación. Justo debajo, ancladas al suelo, había otro juego, con sus respectivos grilletes.
- Póntelas – ordenó él, a su espalda-. Primero las de abajo, en los tobillos. Luego las de arriba, en las muñecas. ¡Vamos!
Lara se movió muy despacio, con una sensación de irrealidad. La situación le resultaba tan chocante que se sentía drogada; casi como si estuviese fuera de su cuerpo, observándose a sí misma mientras recogía los grilletes del suelo y los cerraba en torno a sus tobillos.
Pero el que le estaba observando era su captor, que ahora se deleitaba con la visión de los redondeados glúteos de Lara; tenía un culo realmente precioso, y cuando Lara terminó de cerrar los grilletes superiores sobre sus propias muñecas (un chasquido metálico garantizó que habían quedado verdaderamente apresadas), el hombre se pasó la lengua por los labios mientras bajaba el cañón del arma.
La intrépida Cazadora de Tumbas, por su parte, había perdido el aplomo. Con el enemigo a su espalda no podía saber que estaba haciendo, y ahora era todo su cuerpo el que temblaba de tensión y miedo. Sus turgentes pechos subían y bajaban al ritmo de una respiración cada vez más frenética. Solo sus ojos castaños retenían algo de su fuego; pasara lo que pasara, no iba a llorar.
Los grilletes que atrapaban las muñecas de Lara estaban muy juntos, y mantenían sus brazos en alto. Los grilletes inferiores, por el contrario, se hallaban bien separados, y mantenían sus piernas abiertas, así que cuando Lara notó un objeto fálico deslizándose entre sus glúteos pegó un respingo, pero no pudo cerrar los muslos para entorpecer al invasor. Este pasó de largo bajo su ano y continuó avanzando hasta acariciar sus labios íntimos. Lara miró hacia abajo para ver como la punta del cañón del fusil aparecía entre sus piernas.
Sintió el aliento de su enemigo. Primero en su nuca. Luego, junto a su oído.
- ¿Sabes? – le susurró él-. Está descargada. – Comenzó a reírse con unas cortas carcajadas semejantes a ladridos- Está descargada, chica tonta.
Sin dejar de reírse como un chacal, la rodeó para situarse de nuevo frente a ella. Le apuntó directamente al rostro, como si fuera a matarla allí mismo. Pero en lugar de eso giró el arma y abrió el cargador del fusil.
Vacío.
De repente las lágrimas se agolparon en los ojos de Lara, pugnando por brotar. No eran lágrimas de miedo ni autocompasión. Eran de pura desesperación, rabia e incredulidad.
-
No… no…
gimió Lara, negándose a creer lo que veía.
Sí, preciosa. Está descargada – sentenció él, arrojando el fusil al suelo.- Pero ésta no, preciosa. – añadió mientas se bajaba los calzoncillos lo justo para liberar su erecto pene- Esta la tengo cargada, vaya que sí.
Con su miembro viril ya fuera de su ropa interior, se dedicó a disfrutar de sus pechos; primero, contemplándolos durante unos segundos. Después, acariciándolos y sosteniéndolos largo rato, complaciéndose en su tacto y su firmeza.
Lara se obligó a ignorar las caricias y pellizcos en esa zona tan sensible de su cuerpo. No fue fácil.
El traidor se pegó todavía más a ella, hasta el punto de comprimirlo senos de ella contra su arrugado torso. Estaban tan próximos que cada uno sentía en su rostro la respiración del otro. La expresión de ella había mudado del furioso desafío a la humillación y una especie de pánico febril; le temblaban las piernas, la piel le ardía, le costaba respirar.
Él, por el contrario, lucía una estúpida sonrisa en su rostro marcado y repulsivo; sonrisa que se acentuó cuando sus manos descendieron por la espalda de Lara hasta encontrar sus glúteos. Entonces usó la palma de su mano derecha, completamente abierta, para azotar las redondeadas nalgas. Lara contuvo el grito, pero no pudo evitar que un espasmo de dolor se reflejara en su rostro. El insistió, azotando con más fuerza. Lara se mordió los labios.
Entonces el enemigo apresó con energía aquellas firmes nalgas con ambas manos, mientras se agachaba ligeramente para colocar el pene en la posición correcta; se disponía a
gozarla
de verdad.
Lara, adivinando sus intenciones, contrajo los muslos para cerrarle el paso, pero fue inútil; él ya estaba demasiado pegado, y las cadenas que apresaban sus piernas las mantuvieron separadas.
Él la penetró despacio, disfrutando de la sensación de placer creciente conforme su miembro se adentraba en su cálido interior.
“
Oh... qué gusto...
” murmuró con aspereza cuando culminó aquella primera penetración. Luego repitió una y otra vez, obligándose a mantener un ritmo lento pero sostenido para disfrutar mejor de la tremenda hembra que tenía entre sus brazos.
Lara había soportado con estoicismo el castigo en los pechos y en las nalgas, pero aquella ya era demasiado. Resultaba imposible ignorar aquel miembro que invadía una y otra vez lo más intimo de su ser. Imposible ignorar el cuerpo de él retorciéndose contra ella y
dentro
de ella. Imposible ignorar que, en aquel lugar, en aquel momento, estaba siendo violada.
No pudo evitar que su agitada respiración se convirtiera en una sucesión de jadeos, ni que estos rompieran en gemidos. Una gruesa lágrima resbaló por sus mejilla para mezclarse con el sudor.
Cuando ella comenzó a gemir, el secuestrador fue incapaz de contenerse por más tiempo, y cedió a su impulso animal de embestir frenéticamente, buscando el placer con furia.
Al principio, el gruñía y ella gemía. Ahora, ambos gritaban, bañados en sudor.
La pequeña habituación se llenó con las palabrotas que profería él (“
¡Joder!...¡Qué Gusto!...¡¡JODER!!
) y los gritos que escapaban de la garganta de ella, y que parecían ascender desde su bajo vientre para estallar en su garganta (“... aaaah... ¡aaaah!.... AAAH...
AAAAH
).
El grimoso y repugnante individuo continuó forzándola largo rato, comprimiendo su envejecido cuerpo contra el joven y exuberante cuerpo de ella. Aquello era más que placer; era puro éxtasis.
Finalmente alcanzó el clímax, dándose el inmenso gusto de correrse dentro de Lara, para luego hundir su rostro entre sus pechos, y quedar inmóvil en aquella posición, inerte como un títere al que han cortado los hilos.
Pasado un rato se apartó de ella, y guardó su pene – ahora fláccido- en los calzoncillos. Luego estiró los brazos por encima de su cabeza mientras bostezaba, en un gesto de plena satisfacción que finalizó con un carraspeo.
- Bueno, me voy a dormir un rato – dijo, mientras le acariciaba un pecho a modo de despedida-. Tú aquí, quietecita. Luego continuaremos.
Lara, que todavía luchaba por controlar su propia respiración, solo pudo acompañarle con la mirada cuando aquel miserable salió de la habitación. Unos minutos más tarde, desde algún punto de la casa, le llegó crujido de unos muelles. Después comenzaron los ronquidos.
La Cazadora de Tumbas se limitó a permanecer allí, con la mirada perdida en algún punto del sucio suelo, mientras en el exterior el sol caía poco a poco, dejando la ciudad en la penumbra.
Reza el dicho que la cadena siempre se rompe por el eslabón más débil, pero en aquel caso fue el anclaje lo que cedió.
La cadena, fina pero de calidad, habría podido resistir el peso de Lara sin problema. El techo, en cambio, estaba podrido; ya durante el sexo forzado se había cubierto de finas grietas en la zona circundante al anclaje, producto de los tirones, pero ni el hombre, concentrado en su placer, ni Lara, sumida en su agonía, se habían percatado.
Transcurrieron tres horas desde que el captor se retirase a dormir hasta que finalmente la cadena se desprendió del techo con un crujido seco, semejante al que escucha una persona cuando muerde un hielo.
La cadena, con un trozo del techo todavía adherido, golpeó la cabeza de Lara al caer. Fue un accidente doloroso, pero afortunado, pues el dolor repentino sacó a la Cazadora de Tumbas de una negra depresión a la que se había abandonado tras la violación, sustituyendo la autocompasión por la rabia.
“ ¡Joder! ” masculló entre dientes, pero conteniéndose para no gritar; aún retenía la suficiente calma para saber que debía moverse en silencio.
Lara permaneció inmóvil mientras el ruido metálico de la cadena al caer se extinguía hasta en sus ecos, atenta a lo que pudiese escuchar de las otras habitaciones: pisadas, puertas abriéndose, tal vez el chasquido de un arma al cargarse...
Pero no había nada que escuchar, salvo los constantes ronquidos de la habituación contigua... lo cual significaba que iba a tener una oportunidad.
Los grilletes que le atrapaban las muñecas tenían una ranura para la llave, así que no iba a tener más opción si quería liberarse que encontrar la dichosa llave. Sin embargo, y para su sorpresa, descubrió que los grilletes de los tobillos eran una historia distinta; tenían un cierre que podía abrirse sin más. Por lo visto eran parte de un juego ideado para usarse junto: los cierres de los tobillos se podían abrir con las manos, pero se suponía que la víctima iba a tener las manos en alto, inmovilizadas por las cadenas del techo.
Con las manos todavía prendidas por las cadenas, pero con los pies libres, la aventurera se deslizó hasta el pequeño comedor de aquel cuchitril. Sobre la mesa todavía estaba el plato sucio y los cubiertos que aquel miserable había usado para comer. Lo que no veía eran sus armas; no estaban en el rincón al que se había visto obligada a arrojarlas. Tampoco encontró su ropa, ni la llave de los grilletes..
Los ronquidos que llegaban desde el dormitorio se habían vuelto más suaves y espaciados, lo que significa que su enemigo estaba a punto de despertar.
“ Tengo que ocuparme de él – comprendió Lara-. La ropa, las armas, la llave... todo eso puede esperar. Primero debo acabar con él. ”
La Cazadora de Tumbas entró en la pequeña y sucia habitación donde el hombre dormía, y hizo sigilosamente pero con decisión. El individuo había dejado de roncar, y ahora su respiración era lo bastante suave y regular como para que cruzase por la mente de Lara la posibilidad de que solo estuviese fingiendo dormir.
Tras un rápido vistazo no pudo descubrir en la habitación la recortada con la que le había apuntado, ni tampoco sus propias armas.
Lara tuvo un acceso de negra desesperación cuando comprendió que tendría que librar aquella pelea a muerte estando desarmada, completamente desnuda, y con las manos encadenadas. Él lo iba a tener tan fácil para vencerla... para inmovilizarla... para violarla de nuevo ...
Y entonces, como un destello, dio con la solución. Una solución tan obvia como la respuesta a una adivinanza una vez se pronuncia en voz alta: si no podía quitarse las cadenas, entonces las usaría como arma.
El enemigo había dormido boca abajo, y ya se incorporaba cuando, con un movimiento ágil, Lara pasó la cadena alrededor de su cuello, como si fuese el lazo de un vaquero que atrapaba a una res, al tiempo que saltaba sobre su espalda. Acto seguido contrajo todos los músculos de su cuerpo: piernas, torso y brazos sumaron sus fuerzas para estrangular a aquel bastardo.
Pero el bastardo no había llegado a viejo en Frontera City por casualidad; era un superviviente, y luchó por su vida.
Sin tiempo para comprender que era exactamente lo que estaba ocurriendo, pero sin necesidad de hacerlo, agarró la cadena que le oprimía la garganta y tiró de ella con desesperación, en un intento de liberarse lo justo para volver a respirar.
Y el hombre era fuerte.
Si hubiese sido un pulso, él se habría impuesto sin duda. Sus brazos eran mucho más fuertes que los de Lara; pero ella no utilizaba solo sus brazos.
Unas horas antes, aquel individuo había disfrutando contemplando las piernas desnudas de Lara. Pero aquellas no eran las delgadas piernas de una raquítica modelo de pasarela; muy al contrario, la belleza de aquellas piernas radicaba en unos muslos potentes y firmes, perfectos, y en la redondez de sus gemelos.
Ahora esos mismos bonitos gemelos, esos mismos muslos tan atractivos, eran los que vencían la resistencia sus brazos, empujando su espalda contra la cama... y su cuello contra la cadena.
Él redobló sus esfuerzos, en un último intento por evadir la muerte. Los músculos de sus brazos se tensaron al máximo; las venas de su cuello y de su rostro se hincharon por el esfuerzo.
En respuesta a aquel último arreón, Lara apoyó uno de sus pies directamente sobre su nuca y tiró de la cadena con todas sus fuerzas; sentía los brazos adormecidos por el esfuerzo sostenido, pero lo único que tenía que hacer con ellos era resistir lo justo; fueron sus fuertes piernas, con las que había saltado precipicios, recorrido desiertos, y destrozado mandíbulas a patadas, las que le otorgaron la victoria.
Las fuerzas del hombre comenzaron a declinar, y no pasaron muchos segundo hasta que sus manos soltaron la cadena y cayeron inertes sobre la cama. Lara, sin embargo, continuó estrangulándolo largo rato. No deseaba dejarlo inconsciente, sino acabar con su vida. Y eso fue lo que hizo.
Cuando revisó la casa con más calma encontró sus ropas y armas sin mayor problema; su captor las había escondido bajo la misma cama en la que había muerto. Las llaves de los grilletes aparecieron unos minutos más tarde, en un cajón, justo debajo de los documentos que había venido a buscar.
Los documentos...
Sí, allí estaban los nombres y las ubicaciones. Al menos en eso aquel individuo, cuyo verdadero nombre nunca llegaría a conocer, no había mentido.
¿Había merecido la pena? ¿Valía aquello el sufrimiento y la humillación padecida?
Desde luego, no había reliquia ni tesoro que valiese lo que acababa de sufrir. Pero Lara no había acudido aquel día a aquel lugar en busca de un mapa del tesoro, sino en pos de una venganza.
Hacía un año, unos guerrilleros de Surania la habían capturado, y la habían abandonado en la jungla, medio muerta, tras violarla en cuadrilla, uno detrás de otro. La habían violado igual que el dueño de aquella casa... y Lara iba darles a todos el mismo castigo que había recibido este.
¿Merecía la pena? ¿Valía el riesgo de sufrir nuevos peligros, nuevas humillaciones, y, tal vez, la muerte?
“Sí”, decidió Lara. “Lo vale. La venganza siempre lo vale.”
Después de todo, Lara era una mujer. Y una mujer nunca se para a contar las monedas y sopesar los riesgos para saber si una venganza resulta rentable.
No importa el tiempo, ni el precio a pagar. Una mujer se venga siempre. Cueste lo cueste.