Lara
Lara y su marido, ella con treinta y su marido con treinta y cinco años, me hicieron vivir una experiencia increíble. A mis cincuenta y cuatro años no creía que podría vivir algo así. Con sensualidad y con respeto, pero también con intensidad.
Desde que trabajo de representante estoy conociendo a mucha gente, antes trabajaba en una oficina sin contacto directo con el público.
Cuando me engañó mi mujer y yo la perdoné, mi vida sexual comenzó a apagarse. En un principio lo atribuí a mi edad, cincuenta y cuatro años, y no a la aventura de ella; ya que mi matrimonio había vuelto a la normalidad y al cariño de antaño. Aunque algo no iba bien, y era que, cada vez que imaginaba a mi mujer haciéndolo con aquel hombre, mi deseo hacia ella se esfumaba; ¡y eso que yo sabía que su arrepentimiento era sincero!
Ya hacemos poco el amor y con menos gana. Esa sensación de que algo no iba bien había provocado en mí una reacción opuesta y después de más de treinta años casados, volvía a girar la cabeza por la calle para mirar a otras mujeres.
Soy muy atractivo para mi edad, no hablo de guapo, hablo de tener un no sé qué, que enciende a muchas mujeres. Ese sexapil había estado inactivo mucho tiempo; ¡Hasta que despertó de nuevo en mí!, y decidí disfrutar con otras mujeres, pero sin dejar a mi esposa que la quiero mucho. Para eso decidí que todo lo que hiciera lo haría en secreto, sin compartir aventuras o arrepentimientos con nadie, y con mi mujer menos aun. No había decidido disfrutar del sexo y engañarla por despecho, no, había sido por un deseo de volver sentirme excitado y deseado como antes.
Lara es encargada de un comercio, tiene treinta años. Es una mujer muy guapa, con el pelo largo color castaño oscuro, su piel es muy clara. Llevo yendo a ese comercio dos meses, la primera vez solo hubo cordialidad y una sensación compartida de que nos gustábamos los dos. La segunda vez que estuve en ese comercio Lara fue mucho más amable que la primera vez, además me hizo un buen pedido, es la encargada. En esa segunda visita ella me tocaba las manos mientras veía mis productos, como sin darle importancia el contacto, pero con un roce tan sutil y constante que resultaba muy sensual. Recuerdo que me sentía muy dichoso mientras nos mirábamos a los ojos, veía el mismo deseo en ella que en mí, su mirada tenía un brillo casi cristalino.
En esta última visita Lara me recibió entusiasmada, como si no nos hubiéramos visto en cien años. La había llamado el día anterior para concertar la hora de la visita.
Yo me había acordado de ella muchas veces desde la última vez que estuve allí.
Lara me recibió con una sonrisa de felicidad, ella llevaba una camiseta de algodón estampada, con un escote tan grande que, ¡se le veía un tercio de los pechos!; unos pechos preciosos y generosos, y unos pezones marcados suavemente, ¡no llevaba sujetador! Me hizo un pedido aun mayor que la última vez. Su perfume se olía desde la puerta, sus labios eran de un rojo brillante. Me rozaba con sus manos, como la otra vez; pero esta vez llevaba las uñas muy largas y no dudaba en clavarlas en mis manos, de un modo casi casual. Recuerdo haber imaginado en aquel momento cómo sería que esas uñas arañaran la piel afeitada de mi escroto y zarandearan mis testículos. Aquel pensamiento obsceno me provocó una erección casi total. ¡No había tenido una erección espontánea desde antes de la aventura de mi mujer!
Lara, desde el otro lado del mostrador de cristal, atenta como una gacela en celo; ¡se quedó unos segundos mirando el bulto dentro de mi amplio pantalón de tergal! Mi rostro pasó al rojo fuego en un periquete. La miré a los ojos y vi que ella tenía una sonrisa pícara; pasó su lengua entre sus labios y parpadeó dos veces, después se puso roja como un tomate.
Yo, con más de cincuenta años y, casado con una mujer de mi misma edad; había seducido a una joven de treinta años, me sentía pletórico; es más, me sentía más joven.... Pero me tenía que marchar, la dueña del establecimiento había llegado y ya llevaba yo un buen rato allí, observado por otra compañera de Lara.
Al ver que la dueña se acercaba a saludarme, mi pene bajó un poco, (menos mal). Salí a la calle, estaba confuso y casi irritado por no haberle pedido su número de teléfono personal, pero no vi el momento; su compañera estaba muy cerca atendiendo a unos clientes.
Me metí en una cafetería y, estuve allí hasta la hora de cierre del comercio, pero al llegar esa hora, tuve temor de meter la pata y no fui a buscarla a la salida. No sabía si ella estaba soltera o casada, nuestros roces habían sido teóricamente casuales; aunque yo sabía que habían sido intensos para los dos. Seguí en la cafetería otro rato, luego saqué mi coche del parking. Pasé con el coche por la puerta del comercio donde trabajaba Lara, solo para echar un vistazo mientras conducía alejándome de allí. Al pasar vi que ya habían cerrado. Seguí por la avenida y en una parada de bus, ¡vi a Lara! Como un crío, frené el coche y le pregunté...
¿Te puedo acercar a algún sitio?
—Pasas por la calle...
—Sí, paso por allí. — le dije, ¡pero era mentira!, me pillaba lejísimos.
Se subió a mi coche, su agradable perfume inundó el habitáculo y su presencia me dejó mudo. Lara tampoco hablaba, su respiración era acelerada, se escuchaba incluso con el ruido del motor... Paramos en un semáforo, miré hacia ella, es preciosa pensé, miré sus pechos; con los pezones clavados en su camiseta desde el interior, elevando el tejido como dos alíen a punto de salir. Estando tan cerca, nuestras miradas se cruzaron y le dije...
—Lara, eres preciosa, perdona que sea ten sincero, pero te lo tenía que decir.
—Estas perdonado. —Me dijo con una gran sonrisa.
Seguimos circulando por la ciudad, los demás conductores no existían para nosotros, las luces rojas de los semáforos, de parada obligada, eran aliadas de nuestras miradas furtivas. Habían pasado unos diez minutos, estábamos en un atasco; Lara me llamó por mi nombre...
—Juan
—Dime, Lara.
—Tienes algo especial, estoy muy a gusto contigo.
—Yo también contigo, Lara.
Salimos del centro en dirección a su casa, vive en un barrio a las afueras. El tráfico había decrecido tanto que íbamos prácticamente solos. Yo tenía el pulso disparado, ella seguía respirando agitadamente. La avenida acababa en una travesía con poca luz; inesperadamente, ¡Lara apoyó su mano izquierda sobre mi muslo derecho!, a escasos cinco centímetros de mi pene, el cual, al sentir la cercanía empezó a crecer de golpe.
Mi pantalón de tergal se elevaba como un circo. Giré mi cuello y la besé en la parte izquierda de su frente, solo un segundo, iba conduciendo. Vi que la zona de farolas acababa y aparqué a la derecha. Era una zona de aparcamientos sin un solo coche y sin luz. Ella se giró hacia mí, buscando mi boca y diciéndome bajito...
—Bésame Juan.
Bajé un poco mi cabeza y besé sus generosos labios, los chupaba más que besarlos. Lara sacó su lengua buscando metérmela en la boca. Separé mis labios y dientes y dejé que con su lengua jugara con la mía, con mis dientes, con mi paladar; estábamos ardiendo. Ella agarró mi pene con su mano izquierda, enfundado aun dentro del pantalón. Abrí mi bragueta, nervioso y excitado; di un tirón a mis slip hacia abajo; luego me agarré el pene y lo saqué al exterior. Me había duchado en el hotel antes de ir a su lugar de trabajo, por lo que me sentía suficientemente limpio. Lara agarró mi pene erecto, su mano era tan suave que mi erección se hizo extrema. Al apretarme ella el miembro con sus largas y rojas uñas, lo rodeaba y sentía yo como se clavaban en la tensa piel de “la cara oculta” de mi pene.
Las luces de los coches que pasaban, nos iluminaban intermitentemente, nuestros cuerpos pasaban del color intenso a la oscuridad a intervalos.
Lara me la meneaba con un ritmo constante y pausado, me dijo...
—Juan, me gusta mucho tu polla, es muy robusta y bonita —después de decirme eso me sonrió y me guiñó un ojo.
No es cuestión de hablar de tamaño, pero no era la primera vez que me lo decían; mi miembro no es, (perdón), como le pasa a otros, "una gárgola" desproporcionada.
Lara no solo me meneaba la polla como una profesional, sino que, inclinada hacia mí, con su mano derecha había sacado mis huevos de los slip y los agarraba como un trofeo, arañándomelos con sus uñas al apretarlos. Sus dos manos me tenían preso.
Lara agachó la cabeza buscando mi bragueta, sin mirarme a la cara siquiera. Fue directa hacia mi polla y se la fue tragando muy despacio, pero sin parar en el descenso; ¡que gusto más grande sentí! Mientras ella me la chupaba, bajando y subiendo la cabeza, yo acariciaba con mi mano izquierda sus cabellos color castaño. Con mi mano derecha le magreaba las tetas por debajo de su camiseta.
Era el hombre más feliz del mundo, sentir su boca en mi pene, ella, una mujer veinticuatro años más joven que yo... Lara no se cansaba, ¡llevaba chupándomela más de diez minutos! Tras esos minutos chupando, ella estaba como loca de deseo. Apretó su cabeza contra mi pantalón, tragándose mi miembro hasta la raíz. Sentí como la estrechez de su garganta apretaba mi glande, en ese momento se me escapó un poco de semen, ella tosió. Apreté los músculos de mi culo y evité soltar todo en su garganta, temía que se ahogara. Levanté su cabeza para sacar mi pene erecto de su boca, volví a soltar un poco sobre su lengua, apreté de nuevo el culo y evite soltarlo todo. Una vez fuera, le dije a Lara...
—Perdona Lara, se me ha escapado un poco.
—No pasa nada, tiene un sabor tan dulce; es el primer semen que pruebo que es dulce; unnnn, me gusta.
No sé por qué es dulce, no tomo azúcar, pero siempre me lo han dicho.
—Lara, ¿vamos a tu casa?, que está cerca.
—Estará allí mi marido.
No había pensado en su situación personal, no le había querido preguntar para no romper el encanto. Le dije…
—Bueno, buscaré un hotel.
Lara se quedó callada, pensativa, al final me dijo…
—Juan, si, vamos a mi casa, quiero que conozcas a mi marido.
— ¿Para qué?, no podremos hacerlo.
—Me ha engañado dos veces, con dos hombres.
— ¡Joder!, ¿con dos hombres?, lo siento por ti, pero, yo no pinto nada en tu casa; además, después de lo de aquí, se supone que queremos terminar lo que hemos empezado, ¡que me van a estallar lo huevos Lara!
—Lo se Juan, te los he tocado; pero si pintas, te cuento: Cuando Pedro me engañó y me pidió perdón, me dijo que yo tenía derecho a buscar a otro o por lo menos a alguien que me la metiera y, ¡que no le molestaría que lo hiciera incluso en casa con quien yo quisiera! Nos queremos, pero desde su traición no hacemos el amor, y quiero que el vea que he buscado a alguien; para sentirme compensada y para ver si le sirve de lección, no vaya él a creer que no sea capaz de nada.
—Sigo sin entender porque quieres que vaya en este momento de tanta excitación.
—Juan, quiero que me folles allí, estando él en el piso y sabiendo que vamos a eso.
—No sé, me da mal rollo, ¿no se pondrá agresivo?
— ¿Pedro?, ni mucho menos, es muy bueno y tierno, además, ¡el me dio esa opción!, ¿no?
—Estoy tan excitado que no quiero pensar que me has escogido como conejillo de indias, que es lo que creo, vamos; pero al menor signo de agresividad por parte de tu marido me marcho.
—Que bien, gracias por tu comprensión, Juan. Que sepas que eres mi primera aventura tras su engaño, pero si, había pensado en llevarme a mi casa al primero que me sedujera, y has sido tú.
Me metí el pene en el pantalón y cerré la bragueta, ella se bajó la camiseta tapando sus preciosas tetas. Salimos del aparcamiento, mi pene aún estaba gordo como una morcilla. No soltar la lechada me tenía con subidón de energía que estaba como acelerado y, no me importaba ni me preocupaba nada.
Yo no tenía nada que ver con su problema, pero de pronto, me iba a meter en una casa ajena, haciendo el papel de amante chuletas, cuando yo nunca he sido “un enterado”, y haciendo el papel de "el que la mete".
No fumo, no bebo, y mi libido desde joven siempre ha ido a la par de mi autoestima positiva, que en ese momento era de tres flechas hacia arriba, y mi pene también, ¡sin pastillas para eso! Me sentía extrañamente excitado con el que sería mi rol en esa casa.
Al llegar quedé impresionado por la casa, muy grande y lujosa. Metí mi coche en su cochera y desde allí entramos a la vivienda. Me presentó a su marido como su amigo, a secas. Me invitó Lara a cenar con ellos.
Su marido tiene un trabajo de prestigio y bien pagado, es un hombre de unos treinta y cinco años, pelirrojo y apuesto. Nada más mirarme a los ojos vi en él un destello de deseo, me sentí incómodo y me ruboricé. Cenamos los tres y durante toda la velada Pedro fue de la más amable y educado, sin hacer preguntas personales o sobre nuestra amistad. En los postres, le dijo Lara a su marido que yo era el amigo que había buscado para que le hiciera el amor, y que me había contado a mí lo de sus aventuras. Él se sorprendió, puso cara de circunstancia y lo preguntó a Lara…
—Le has contado todo lo referente a mis aventuras, ¿todo?
—Todo cariño, incluso que eran hombres con los que lo hiciste.
—Me da vergüenza cariño, no conozco a Juan, me siento incomodo —Quise terciar entre los dos para que el hombre no se sintiera mal, y para ello, le conté una mentirijilla…
—No te sientas mal porque yo lo sepa, te voy a confesar que yo lo hice con un amigo hace años.
Busqué el ángulo perfecto para guiñar a Lara sin que él me viera, como señal de que era una mentira piadosa. Pedro con eso se sintió mucho mejor, le cambio el semblante y a los pocos minutos dijo...
—Cariño, me siento feliz de que hayas hecho lo que te dije.
—Pedro, aún no lo hemos hecho, pero que si a ti no te molesta, me gustaría hacerlo aquí, esta misma noche.
— ¿Ahora cariño?, sin aviso previo.
— Si ahora —dijo su mujer haciendo valer la palabra que él le había dado sobre “el asunto”—Pedro se veía tranquilo, le dijo a Lara ya totalmente sometido a la voluntad de ella…
—Me parece bien Lara, además Juan se ve muy agradable y un maduro muy apuesto. Cari, ¿tengo que irme de casa mientras te lo hace?
—No hace falta, te quedas en otra habitación si quieres, o te marchas un rato; pero lo que tu prefieras Pedro.
—Prefiero quedarme, me excita la idea; ¿podré mirar?
— ¡Pero Pedro!, no sé, se me hace muy raro. ¿A ti te importaría Juan? —dijo Lara...
Mi mente me dijo que dijera que no, pero mi corazón ya galopaba y mi pene se alzaba diciéndome que quería público; así le respondí...
—La verdad es que no me importa, aunque es muy raro; pero también me da morbo. Con mi edad espero no fallar; en fin, como queráis, estamos en vuestra casa.
Los dos me dieron las gracias, me sentía como un actor porno, ¡a mi edad!, y lo peor de todo es que estaba ya empalmado.
Me di una ducha y salí liado en la toalla, con dos preservativos en la mano, la reserva de mi cartera desde que decidí vivir mi libertad. El agua caliente y saberme el más varonil allí, hicieron que nada más secarme, mi pene colgara como una morcilla tras la toalla que me envolvía, no sentí temor de fallar, la verdad es que cuando arranco no tengo problemas. Me sentía muy feliz de poder hacerlo con una mujer tan guapa y tan joven con mis cincuenta y cuatro años mientras el, tan joven y apuesto nos miraba, que morbo me daba la idea. En ese momento pensé en cuantas aventuras me habría perdido durante mis treinta años de matrimonio y siendo fiel.
Lara entró a ducharse después de mí, pero antes ,cuando nos cruzamos por el pasillo me dijo…
—Juan, mi hermana Carolina vive con nosotros, estudia en la universidad; pero no vendrá hasta las doce de la noche, le pregunté antes de la cena por si nos quería acompañar; bueno, le pregunté sobre todo para saber si nos interrumpiría, me sofoqué un poco y la interrogué…
—No vendrá antes, ¿verdad?
—No, no creo, ¡pero no te preocupes!, si por casualidad viniera antes, que sepas dos cosas: Una es que le he contado lo de los engaños de Pedro, al detalle (esto me lo dijo al oído), también que sepas que tiene veinte años y es muy liberal; más que yo, pero no vendrá antes de las doce y en dos horas que faltan yo creo que nos dará tiempo, ¿verdad Juan?...
—Yo creo que sí.
Mientras se duchaba Lara me senté en el sofá junto a su marido, viendo los dos la tele; yo con mi toalla y el, por supuesto, vestido de pies a cabeza; ¡no faltaba más!, ¡hasta ahí podíamos llegar! Pedro me contó que sus aventuras habían sido algo improvisado, pero que le habían gustado más de lo que hubiera imaginado cuando le surgió la ocasión. Me dijo también que necesitaba sentirse generoso con su mujer hasta el punto máximo, que se arrepentía no de haberla engañado sino de habérselo ocultado antes y después de hacerlo con aquellos dos hombres.
Lara salió del baño y se secó el cabello de pie junto a nosotros. Pedro me preguntó...
¿Juan, puedo verte el miembro ahora, antes de que lo hagáis?, nunca se la he visto a un hombre maduro, y atractivo como tú, los otros eran niñatos de veinte años.
Me sentí muy violento, ruborizado, nunca me la había tocado otro hombre, ni se la había sacado a otro “para que le diera un vistazo”. Si hubiéramos estado los dos solos le habría dicho que no al momento y que, ¡que se había pensado!, pero estando allí Lara solo la miré a ella preguntándole con la mirada, y deseando que dijera que sí, porque me excitaba la idea de que Lara, tan guapa, viera a su marido contemplándome la polla, que en ese momento, al ser deseado por ambos se puso dura como un garrote. Me sentía muy, muy excitado, no por él, por la situación tan morbosa y por mi deseo por ella. Lara dijo...
—Juan, si tú quieres, enséñale la polla a mi marido, a mi gustará verla también, y verlo a él comiéndotela con los ojos, más aun; total, ¡de perdidos al río!
Abrí la toalla y dejé a la vista mi pene, que se alzó duro y vibrante como un tronco ante sus miradas; mi glande perfecto brillaba como un espejo limpio. Mis testículos estaban colgando a los lados, dilatados por mi auto complacencia en ese momento.
Pedro me miró "el paquete" y dijo...
—Juan, ¡pero que rabo más robusto!, y es muy atractivo, proporcionado, me gusta; es bestial, parece tallado, con las venas marcadas.
—Gracias por el halago hombre
Lara dijo que con más luz le gustaba un montón, que era mejor que lo que le había parecido en el coche. Me sentía como un gallo pavoneándose delante de ellos; y más sabiendo que los dos me estaban mirando la polla de un modo tan exagerado, ya no tenía rubor, ni complejos, ni remordimiento alguno. Pedro, tan atrevido, me preguntó…
— ¿Juan, puedo agarrarla un poco?, solo un poco, por favor.
No dije nada, volví a mirar a Lara. Y ella volvió a tomar la iniciativa. Vi en su mirada el deseo de humillar a su marido para su deleite, dijo ella...
—Juan, deja que él te la coja, me excita la idea. Tú Pedro, menéasela con gracia y pónsela más dura todavía, ¡para que me folle delante de ti!
Yo estaba como en otro mundo, aún hoy no puedo creer lo que viví allí. Le dije a pedro, ya henchido de suficiencia…
—Vale Pedro, pero no te lo vayas a creer, solo te dejo porque me lo pide Lara y porque ella está mirando. Anda, hazme una buena paja sin corrida.
Pedro me agarró la polla con fuerza, luego aflojó la presión y me movió el pellejo suavemente, de arriba a abajo. La meneaba muy bien, Lara se quitó la toalla y la tiró al suelo quedando totalmente desnuda, era preciosa. Ella se puso de rodillas en el suelo del comedor, alzando su culo en pompa y enseñándonos desde atrás un coño perfecto y húmedo. Dijo Lara...
—Juan, por favor, no puedo esperar más.
Pedro soltó mi pene y este dio un saltito en el aire. Me puse también de rodillas detrás de Lara y la penetré de un solo empujón, ¡con brío! Lara agachó más la cabeza y levantó el trasero. Mi ritmo era rompedor, los labios de su coño hacían ruidos a cada embestida mía. La tenía cogida por los cachetes con una mano en cada uno, ¡que culo!, ¡que cintura y que pedazo de coño!
Pedro permanecía vestido, se situó detrás de mí y, sin pedir permiso, metió una mano entre mis piernas y sopesó mis testículos inflamados por el deseo. Pedro me los acariciaba a la vez que yo los paseaba por su mano al ritmo de mis movimientos dentro de Lara. Rozaba suave, sus dedos fueron subiendo hacia atrás deteniéndose y acariciando la suave piel entre mi culo y mi bolsa escrotal.
Lara comenzó a jadear, alargué las manos hacia adelante y hacia abajo y le agarre los pechos, con unos pezones de punta.
Pedro agarró mi bolsa escrotal y dejó que yo tirara de su mano en cada penetración a Lara. Sin soltar el mis testículos, acercó su lengua a mi ojete y me dio en el centro, ¡joder que gusto me dio! Me quedé quieto dentro de Lara y echado sobre la espalda de ella, para facilitarle a él la labor, dejándolo hacer. Pedro hizo círculos en mi ano con la punta de su lengua, Lara no sabía el porqué de mi parada. Él soltó mis huevos de entre su mano y con su boca sorbió uno de ellos, el derecho; ¡atrapándolo con sus labios!, luego sorbió más intentando meterse en la boca mis dos huevos, ¡pero no pudo!, ¡cómo va a poder!, si cuando me los cojo con la mano no puedo cerrarla.
Tenía que seguir follándome a Lara, al penetrarla, arrastraba la cabeza pelirroja de Pedro atrás y adelante, con mi huevo derecho atrapado por su boca como eslabón del trío. Mis huevos estaban que estallaban y mi pene tenía una erección dolorosa. Di un tirón poniéndome de pie y, sacando al mismo tiempo, mi pene de Lara y mis huevos de la boca de su marido.
Cogí el preservativo de donde lo había dejado y me lo puse, y volví a clavar mis rodillas en el suelo enmoquetado del comedor y se la metí de nuevo a Lara. Pedro me empezó a acariciar los testículos otra vez, pero de una manera más violenta, dándole tirones a mis huevos alternativamente... Lara era un charco, yo quería aguantar más, pero no pude...
Mi semen ascendía por mi uretra con una presión e intensidad que me hacían sentir su caudal a su paso por mi pene. Sentía como expulsaba mi leche a borbotones, un estremecimiento placentero recorrió mi espalda y mi culo, ¡coño que placer más grande! Me salí de dentro de Lara y me quité el preservativo, lanzándolo sobre el sofá.
Me puse de pie y pude ver que mi pene estaba como un garrote aún. Lara se puso delante de mí, de rodillas, con el torso recto, y comenzó a chuparme el pene; limpiándolo y tragando los restos. Pedro metió su cabeza de lado y me limpió también los restos de semen de la base de mi pene y de mis testículos.
Las cabezas de los dos chocaban allá abajo delante de mí. Lara se sacó mi miembro de la boca, lo agarró como si fuera un micrófono y, se lo acercó a la boca a su marido. Pedro, ni corto, ni perezoso, se lo tragó entero, mi polla estaba en su garganta. Apreté los músculos de mi culo y eché un poco hacia atrás, situando mi glande entre sus dientes, y derramando dentro de su boca las últimas gotas de mi corrida, que estaban en la uretra. Pedro se la sacó de la boca, se la acercó a su mujer y esta se la tragó de nuevo. Pedro me dijo...
—Juan, está muy dulce tu leche, mucho.
Estuvieron pasándose mi polla del uno al otro, ¡más de un cuarto de hora!, me costaba correrme una segunda vez por mi edad, pero al final, y mientras Lara la tenía metida hasta la campanilla, me corrí con un gusto más grande que la primera vez, pero menos abundante. Lara dio un salto hacia atrás y tosió. Saco la lengua y con sus dedos cogió de esta un grumo de mi leche, (de esos que salen cuando llevas mucho "acumulando"); lo comió con sus dientes y me dijo que estaba más dulce aún que líquida.
Me dio no sé qué verla masticar mis "cuajadas". Pedro me agarró con fuerza la polla, exprimiéndola y consiguiendo que brotaran de mí ser unas gotas más de mi leche.
Él acercó la punta de su lengua a la punta de mi polla y, como cuchara, las arrastró hasta su boca... Saboreó mi semen con cara de felicidad, Lara también se veía feliz y yo que voy a contar.
Estando yo con el pene totalmente erecto por sus lengüetazos, y ellos delante de mí dándome con sus lenguas, se abrió la puerta del piso y entró una joven con la cabeza rapada en un lado, un piercing en la nariz, una camiseta sin mangas con los brazos llenos de tatuajes, incluso con esa indumentaria, era muy guapa, parecida a Lara, pero más joven. Sus ojos se quedaron muy abiertos viendo la escena en conjunto, luego detuvo su mirada en mi pene y dijo…
— ¡Joder Lara!, que buen tronco te estás jalando, y tu Pedro, que digo.
Lara se puso de pie, se tapó con la toalla y le dijo a su hermana…
—Perdóname Carolina, no sabía que vendrías antes.
—Pero que antes tía, si son las doce y media. Estas súper perdonada, esta es vuestra casa, y me ha gustado ver esa maza que tiene al tío maduro, y además, ¡ver a Pedro en acción!, ¡no tiene precio! Y tú, el nuevo; que buena polla tienes tío.
No los volví a ver hasta una semana después, que les hice otra visita, y que repetimos prácticamente lo mismo, pero en la cama. Al final Pedro me dijo que quería que me lo follara también, le dije que lo pensaría para otro día. Esa segunda vez tampoco quise que Pedro se desnudara, que participe me gusta, pero más no.
Ese segundo encuentro fue más intenso, ya lo contaré.
Después de esos dos encuentros visité a Lara en donde trabajaba y ese día estaba sola, me contó...
—Juan, gracias por lo de estos dos encuentros, fue algo increíble, la excitación fue tanta que mi marido y yo lo hemos vuelto a hacer a diario. Ven cuando quieras a vernos, los dos deseamos que nos tomes. Por cierto, le he dado tu teléfono a mi hermana, ¡es una pesada!, y quiere que le cuentes que has hecho con nosotros, quiere los detalles; te llamará para tomar café.
No sé si debo hacerles más visitas o no, hace ya diez días desde que visite a Lara en su comercio, me escriben wasap y no contesto. Es que siento que debo dejar que disfruten de su intimidad sin mí, ahora que funcionan de nuevo. Pero no estoy seguro del todo, porque yo he sido su revulsivo y si les quito "el caramelo", ¿seguirán estando bien? Por otro lado temo que si voy Pedro se pondrá pesado con lo de que me lo folle también a él, y es que no acabo de verme metiéndosela a otro hombre, no sé; aunque me excita la idea. Además, creo que la hermana puede ser otro problema.
No sé si debería haber narrado y contado esta experiencia, pero ya está hecho.
No sé qué hacer, qué pensáis, ¿debo volver o no?, ¿Qué hago con Pedro?, si la hermana se pone “a tiro”, ¿que debo hacer?
P.D. Los nombres de él, de ella; y de su hermana son otros, no los que aparecen en el relato, así que cualquier parecido con alguien es pura casualidad.
Final