Lara (05: y la profesora )

Lara se ve sorprendida copiando en un examen. Su profesora le exige humillantes contrapartidas para no expulsarla.

Lara y la Profesora

Un silencio invadía el aula. Estábamos metódicamente ordenados en fila india, uno detrás de otro y con una fila de separación con el de detrás y el de delante y dos bancos de separación a izquierda y a derecha.

Cada uno de nosotros se concentraba en hacer el examen. Doña Nuria no paraba de pasear por un lado u otro. Mi amiga Silvia, la empollona, estaba cerca de mí. Debería ser muy fácil hacerle alguna seña para que me echara un cable en la pregunta maldita que podía desequilibrar la balanza hacia el lado del aprobado.

La chuleta que guardaba pegada con papel adhesivo al muslo no contenía nada sobre aquella pregunta. Ya me había subido disimuladamente la falda y la había arrancado de mi muslo y ahora la mantenía, incómodamente entre los últimos folios que me habían dado para contestar aquel difícil examen. Al final me percaté de que mi amiguita Silvia había finalizado su ejercicio. Miró hacia un lado. Le hice un gesto y comprendió que la necesitaba. Se quedó un momento y susurré –La segunda-

Recibí a los pocos minutos un folio arrugado en el que me desarrollaba esquemáticamente la segunda pregunta. Con un poco de rollo era suficiente para hacer un buen ejercicio. Disimuladamente coloqué el folio arrugado detrás de los otros y consultaba de tanto en tanto, cuando doña Nuria se alejaba por el pasillo, dándonos la espalda, aquel folio mal escrito.

Estaba muy contenta. Le entregué el ejercicio a Doña Nuria con una amplia sonrisa dibujada en la cara. Doña Nuria me devolvió la sonrisa. Yo siempre he pensado que le caía muy bien a aquella profesora, y no entiendo por que se empeñaba en no pasarme la mano un poco. Era una profesora con fama de estricta. Había convertido una asignatura que antes tenía fama en ser una de las "marías" de la carrera, en una de las más difíciles. Era el segundo año y esperaba aprobar este parcial, el segundo, con lo que prácticamente tendría aprobada la dichosa asignatura. Doña Nuria me preguntó- ¿Qué, Lara? ¿Te ha salido bien el examen?.-

Le contesté prudentemente que pensaba que esta vez aprobaría. Me sorprendió mucho que supiera mi nombre, pues no es normal en una universidad pública, masificada, que sin hacer la pelota, y faltando mucho, un profesor sepa como te llamas. Seguro que lo había aprendido estudiando mi ficha de alumno.

Esa semana estuve muy contenta, hasta que recibí en mi móvil la llamada de Silvia. Desde el examen la había estado esquivando. No es que no le estuviera agradecido lo que había hecho, pero me acordaba de cómo me había tratado en su casa durante la preparación del examen. Recordaba el escozor en mi sexo después de que me hubiera follado con el plátano y con aquel pene postizo (Ver "Lara y la empollona"). Silvia deseaba, seguramente, cobrarse el favor que me había hecho.

-¿Lara? ¿Nos vemos esta tarde?.-

-es que esta tarde no puedo..-

  • ¡Entonces mañana!.-

-Mañana, mañana...-

-¡Mañana a las seis! ¡Te recojo!-

la idea de pasar un sábado con la Silvia empollona que todo el mundo conocía podía horrorizar a cualquiera, pero la de pasar una tarde de sábado con la que yo había conocido podía ponerle a cualquier chica los pelos de punta. Bueno...Quizás no fuera tan terrible... Tal vez....El caso es que estuve pensando en ella toda la tarde y la mañana del día anterior. Me acordé del placer que secretamente me había proporcionado el sentirme humillada y follada por aquella valkiria de ascendencia alemana, de cuerpo delgado y ágil y pelo rubio.

A las seis la esperaba, vestida con una minifalda negra de cuero y un suéter escotado de color azul oscuro, de fieltro. Llevaba unos pantis negras, de seda, y unas braguitas muy sexys. No me explico por qué vestía así sabiendo lo peligrosa que era Silvia. Ya sabéis, las chicas nos contradecimos mucho. Decimos que no queremos y en el fondo estamos deseando.

Mis altos tacones me hacían contornear las caderas al andar. Silvia conducía el cochazo de su padre, un Mercedes 300 que a todas luces chocaba con su imagen de chica aniñada. No me percaté de que aquel coche era el suyo hasta que vi su cara blanquecina asomar detrás del cristal ahumado del conductor que bajaba. A las mujeres nos gustan los coches grandes y cómodos, cuando lo conducen nuestro hombre. Silvia debía de querer impresionarme, y desde luego lo consiguió. Verla con aquella muestra de poder me hizo recordar cómo movía la bota entre mis muslos cuando estaba tirada en el suelo de su casa, con las manos esposadas a la espalda. Me sentí excitada.

Silvia iba vestida de mujer. Es decir, que había abandonado esa imagen aniñada. Llevaba un elegante traje-pantalón de color gris con rayas claras y peinaba una coletita. Me intentó dar un beso en la boca. Yo me las apañé para que fuera en el carrillo. Me sentí sobrecogida cuando me senté en aquel cómodo y espacioso asiento y cuando me preguntó que adonde queríamos ir sólo se me ocurrió decirle -Donde tú quieras-

No sé beber, y Silvia lo sabe. Fuimos a una fiesta de facultad y no me faltó la bebida. La presencia de Silvia me cortaba a la hora de ligar. Lo ideal hubiera sido que las dos nos hubiéramos enrollado con un par de chicos guapos, pero ella no estaba dispuesta. Así que, como a su costa, no me faltaba qué beber, yo bebía y bailaba mientras ella pagaba y me acompañaba, sintiendo quizás una secreta satisfacción cuando me obligaba o me hacía sentirme obligada a rechazar la compañía de los chicos que venían a buscarnos.

Fuimos al servicio a hacer pipí. La cola era inmensamente larga y de verdad que cuando entré en el servicio con ella, no me acordé del acoso que sufrí hacía unas semanas por su parte. Me bajé los pantis y las bragas y comencé a orinar procurando que mis muslos no rozaran la tapa del inodoro. Cuando me incorporé allí estaba Silvia de pié. No me dio tiempo a reaccionar. -¡Espera que te voy a asear un poco!.-

Llevaba una toallita de papel y metió su mano entre mis muslos, haciéndome sentir la húmeda y fresca sensación en mi sexo y la parte alta e interior de mis muslos. Naturalmente que se entretuvo mucho más de lo que debía en frotar mi coñito con la toallita. Estaba bebida y excitada y por eso, no puse ningún impedimento a que me besara esta vez. Me imaginé como se nos vería con una mini cámara puesta en el techo. Ella con la mano entre mis muslos, y yo, con la falda subida y mis bragas a la altura de las rodillas, entregando mi boca a la suya. Hubiera estado besándola media hora, pero un rictus en su cara al oir cómo una chica con prisa golpeaba al otro lado de la puerta rompió el momento. Silvia simplemente me dijo al oído -¡Vamos!-

Al salir, las chicas de la cola nos miraban con cara de pocos amigos. Silvia tiraba de mi mano sin disimulo. Sin importarle qué pudieran pensar al vernos salir a las dos del servicio unidas de la mano. Salimos de la fiesta y nos montamos en el coche. Le pregunté a donde nos dirigíamos y no me contestaba. La larga avenida conducía hacia las afueras. Los cristales ahumados nos protegían de las miradas de los machitos que se hacían los graciosos. Llegamos hasta un descampado, a la entrada de un polígono donde había un montón de coches aparcados, todos haciendo lo mismo. Silvia se reclinó sobre mí y buscó mi boca. Dudé en responderla, pero sus labios eran tan tiernos que no pude negarme. Pronto comencé a sentir su mano acariciar mis muslos. Al principio no me atreví a abrir mis piernas pero poco a poco me relajé y permití que Silvia se fuera tomando más confianzas.

Luego Silvia introdujo su mano por debajo de mi suéter y acarició mis pechos, apartando las copas del sujetador de su sitio. Estábamos calentándonos cuando Silvia me ordenó despóticamente que pasara al asiento trasero. Lo hice sin titubear. Aun no se si me sentó mal o me excitó que me ordenara aquello de una manera tan brusca, como cuando igualmente me ordenó que me quitara los pantis y las bragas. Luego me quité el suéter y el sujetador y sólo entonces, cuando sólo me quedaba sobre el cuerpo la minifalda, Silvia pasó entre los dos asientos junto a mí.

Silvia estaba junto a mí. Me basaba el cuello y me acariciaba los pechos cuando de repente, cogió mi pelo y tiró de mi cabeza fuerte hacia detrás. Entonces se apoderó de uno de mis pezones con su boca y apretó sus labios. Sentí una fuerte excitación que perduró durante los segundo que dicho aprisionamiento duró. Luego me cogió las manos y me las puso en la espalda. Sin esfuerzo me hubiera librado de su mano, pero deseaba que ella me tuviera así, sujeta de aquella manera mientras jugaba con mis pezones.

-¡Date la vuelta!.- Obedecí aquella orden rápidamente y le ofrecí mi espalda. Sentí la suave tela de mis pantis alrededor de mis muñecas, aunque pronto me resultaron incómodas por la fuerza con la que Silvia me había atado. Luego sentí su mano sobre mi espalda, animándome a tenderme sobre el asiento y después agarró mis rodillas y me obligó a dar la vuelta y a mirar hacia el techo. Sus manos se posaron a ambos lados de mis muslos y me subió la falda hasta la altura de las caderas. Me fijé la manera en que miraba mi coño y adiviné sus intenciones. Mis pezones ardían excitados.

Silvia pasaba su lengua con parsimonia sobre mi raja, segura de su aseo, pues ella misma se había tomado la molestia de limpiarlo en el baño. Yo cerraba mis muslos a ambos lados de su cara y sentía sus mejillas ardiendo. Ella colocaba ambas manos sobre mis muslos y manteníamos un forcejeo sin violencia, entre el deseo mí de sentir sus mejillas en mis muslos, y el suyo de abrir mi sexo. Me sentía cada vez más excitada.

Silvia extendió sus brazo para acariciar mi pecho mientras yo contraía mi cuerpo y lo extendía, intentando evitar lo que estaba a punto de suceder. Luego hundió sus dedos en mi boca, obteniendo la humedad de mi saliva. Mantuvo sus dedos unos segundos mientras yo los lamía con mi lengua hasta que finalmente los apartó y los volví a sentir entre mis muslos, penetrando mi sexo humedecido. Comenzó a sacar y meter dos de sus dedos suavemente, pero con decisión, cada vez más profundamente, hasta que consiguió que me corriera.

Cuando acabé. Silvia se tumbó sobre mí y me acariciaba los pechos en silencio. De repente comenzó a preguntarme -¿Por qué me has estado huyendo?.-

Yo no sabía que responderle. Fui sincera. – Me das miedo-.

-También te doy placer.-

-Pero es un placer que me produce miedo… No estoy segura.-

-Pero el día del examen sí que me buscaste, ¿eh? ¡Qué zorra eres!-

Y tras insultarme buscó mis nalgas desnudas con la mano y me pegó un azotazo. No pude por más que chillar -¡Ahh!.-

Silvia insistió tres o cuatro veces más, cada vez más fuerte, hasta que dejé de protestar al ver que realmente era inútil hacerlo. Entonces Silvia volvió a la carga. –Me has utilizado y ahora yo te utilizaré a ti.-

Silvia me mantuvo a la expectativa. Se quitó el pantalón y pude ver que llevaba unas bragas de color crema, muy coquetas. Luego la vi meter la mano debajo del asiento y sacar algo que ya conocía. Un pene de color naranja, exageradamente desproporcional a la estatura y corpulencia de Silvia. Silvia se enfrascó en las bragas que le servían de soporte y pronto se dotó de atributos masculinos.

De ninguna forma deseaba que Silvia me volviera a follar, así que le pedí suplicando, casi llorando que me dejara en paz, pero Silvia no me hacía caso. Yo intentaba librarme, pero era inútil, por más que me movía , Silvia estaba sentada de medio lado sobre el asiento, con cada una de mis piernas a ambos lados del tronco. Silvia no tuvo mas que tumbarse sobre mí y cogerme las piernas. Yo me movía violentamente, le pedía que me dejara casi a voces, hasta que desde un coche cercano alguien nos gritó -¡Callaos ya!¡Coño!-

Entonces me di cuenta de lo comprometido de la situación. Me calmé y dejé de moverme y chillar. Me sentía una puta que pagaba con sexo los favores recibidos. Pensé que éste era el precio de mi aprobado. Me relajé y busqué su boca. Nos dimos un húmedo beso que Silvia interpretó sabiamente como una aprobación, como mi abandono a ella, un "haz conmigo lo que quieras pero hazlo rápido"

Silvia no paraba de decir ahora –Buena chica…buena chica.- mientras me iba introduciendo, centímetro a centímetro su pene de latex en mi coñito humedecido. Su cuerpo aprisionaba el mío y ambos cuerpos aprisionaban mis manos, atadas con mis propios pantis . Iba acomodando mi postura a la penetración a la que me veía sometida. Sudaba y sentía el aliento de Silvia en mi cuello. Silvia pasó sus manos por detrás de mis hombros para clavarlas en mis clavículas y atraerme hacia ella todo lo que se podía, y así me hincó a ella todo cuanto podía.

Mis pechos se rozaba con su cuerpo y sentía en mi cuello el pulso de su aorta. El vientre recibía el suave estímulo de su piel y mi vagina recibía el roce del pene que entraba y salía por los movimientos decididos, agresivos y casi violentos que Silvia le imprimía a sus caderas y su pelvis. Ahora comencé a chillar de nuevo, pero esta vez era del placer que me provocaba aquel roce. Comencé a correrme sin importarme que fuera una mujer quien me estaba follando. Abría las piernas y cruzaba mis pies sobre la espalda de Silvia, que se empleaba a fondo y mezclaba el sudor, provocado por el ejercicio, con el mío. Dí un fuerte grito final y mi orgasmo empezó a perder fuerza mientras nuestras bocas se fundían y se oía, en un coche colocado a una distancia prudencial la eclosión de un nuevo orgasmo.

Nos vestimos. Yo estaba callada mientras me llevaba a casa. Me lo pasaba bien pero algo me disgustaba. No podía aceptar aquel tipo de sexo, y especialmente que me follara con el pene de latex, así que al llegar a casa, y rechazar un beso, junté el suficiente valor para pedirle que no me llamara más.

Los días siguientes fueron muy tranquilos. Con Silvia evitaba encontrarme en la escuela y la verdad es que una vez superado el escollo de esa puta asignatura, me sentía más segura. Un día, doña Nuria, al empezar las clases dijo un nombre. Sí, era yo. Pronunciaba mi nombre, Lara. Me puse en pié.

-¡Ah! ¡Es usted! Bueno , después de clase venga a mi despacho.-

Mi mente empezó a volar. Empecé a imaginar que mi examen era excepcional y otras tonterías. Al finalizar la hora, fui detrás de Doña Nuria a su despacho. Toqué en la puerta y sonó desde el interior un –¡Pase!.-

Doña Nuria no me miraba. Estaba sentada en su sillón y me invitó a mi misma a sentarme. Estuvo un par de minutos leyendo un documento y luego, mirándome por encima de sus gafas de monturas trasparentes me preguntó -¿Es este su examen?.-

Doña Nuria era una mujer de unos cuarenta años, muy delgada y de pelo castaño y liso. Algunas arrugas cruzaban disimuladamente su frente y unos comienzos de patas de gallo le daban mucha personalidad. Tenía un buen tipo, pues nos costaba a todos que tenía un brillante pasado como deportista. Las nalgas eran firmes y desarrollados, excelentes para tener cuarenta años, como sus pechos, que mantenía sólo un poquito colgando. No era muy alta, tal vez un par de dedos más que yo. Sus ojos marrones se me clavaban mientras yo le respondía afirmativamente-¡Si!.-

Doña Nuria guardó silencio y entonces le dio la vuelta al examen. Mi respiración se cortó, el corazón me dejó de latir. Aquello era lo más estúpido que me podía haber sucedido. La chuleta que guardaba entre mis muslos durante el examen unida a mi con papel adhesivo y que coloqué entre los folios, permanecía aún adherida a uno de ellos. Me había desentendido de ella y la había entregado junto al examen, adherida por el papel adhesivo a uno de los folios. Me puse colorada y me saltaron las lágrimas, no sin motivo, ya que eso era un motivo para ser expulsada de la universidad.

Me tapé la cara con ambas manos para tapar mi rostro y descubrí en la yema de mis dedos la ardiente sensación de mis mejillas sonrojadas por la vergüenza. El silencio que guardaba doña Nuria acerca de la situación, hacía que los segundos pasaran demasiado lentamente. -¡Bueno!.- La escuché decir finalmente. No me atrevía a mirarla y seguí esperando un anticipo de la resolución sobre mi destino.- ¡Bueno, bueno, bueno!... Parece que te he pillado in fraganti...-

Seguía sin atreverme a levantar el rostro, aunque estaba atenta a lo que doña Nuria decía y hacía. Sentí correrse el sillón donde se sentaba y la escuché pasear por el despacho.- ¡Bueno, bueno, bueno...La verdad es que no me gustaría tenerte que echar de la facultad... Pero no se me ocurre de que manera podrías compensar tu falta de honradez conmigo y con tus compañeras!-

Sentí posar su mano suavemente sobre mi coronilla y deslizarla hacia detrás. Eran unas caricias que me hicieron concebir ciertas esperanzas de que doña Nuria se compadecería de mí. Dejé de llorar, sin apartar las manos de mi cara, pero de repente, su mano cogió un mechón de pelo del tamaño de una coleta y tiró de él hacia abajo, provocando que mi cabeza subiera y mis manos dejaran de cubrir mi cara. -¡Levanta la cara! ¡Quiero ver esas lágrimas de arrepentimiento!.-

La súbita agresividad con que me estaba tratando doña Nuria me desconcertaba, más cuando además, mientras me estiraba fuertemente del pelo, pasaba suavemente la palma de la mano y la yema de sus dedos sobre el cutis de mi cara. Doña Nuria deslizó su mano por la mejilla hasta mi boca y colocó uno de sus dedos entre mis labios. Nunca debí de hacerlo. No me explicó por qué lo hice. Sentí una súbita excitación que hizo temblar mi cuerpo. Abrí la boca, saqué la lengua y me puse a lamer la yema de aquel dedo que no sólo investigaba mi cuerpo, sino un aspecto de mi carácter y mi sexualidad por la que Doña Nuria estaba interesada desde hace mucho tiempo, tal vez desde la primera vez que me vió sentada en la banca quinta de la derecha de la cuarta fila de su clase.

Lamí el dedo durante todo el tiempo que estuvo entre mis labios. Doña Nuria miraba mi boca y mis labios, con satisfacción, y después de retirarse y soltar mi pelo me dijo en un tono triunfante -¡Ya sabía yo que eras una zorra caliente!.-

Me ofendió escuchar esas palabras. Bueno. ¿Me ofendió? Puedo asegurar que sí, pero escucharlas de boca de doña Nuria me hacían sentir cosas extrañas de explicar. Cariño, miedo...No sé. El caso es que yo, ya sin llorar, pero sintiendo el quemazón de la vergüenza en mis mejillas seguía mirando hacia mi escote, escuchando esa retaila de desvaríos de Doña Nuria.- No sé...no sé...Tal vez podamos llegar a un acuerdo...-

  • Dime ¿Dónde llevabas la chuleta?.- Me dijo en tono sarcástico. Me tomé mi tiempo para responderle, y sin atreverme a mirarla le respondí - En el muslo.-

  • ¿En el muslo?...¡A ver! ¡Bájate los pantalones y enséñame en que parte!.- Yo, naturalmente no le obedecí, pero ante su insistencia .-¡Estás sorda! ¡Te he dicho que me enseñes los muslos! ¡Ponte de pié y bájate los pantalones!.-

Mis pantalones se deslizaron por mis muslos hasta la altura de mis rodillas. Estaba de pié, delante de ella. Puse mis manos sobre mi sexo, sobre las braguitas blancas y sencillas. Sentía sus ojos clavados en mis muslos. Se paseaba y sin duda que me miraba el culo. Yo no podía evitarlo y me sentía indefensa ante aquella mirada.

-¡Bueno, bueno, bueno! ¡Supongo que el día del examen llevabas una falda cortita! ¡A ver! ¿Dónde exactamente llevabas la chuleta?.-

Puse mi mano sobre la parte delantera de mi muslo, a unos cuatro dedos de la rodillas -Aquí.-

Doña Nuria se acercó a mí y de un empujón me sentó en el sillón. Entonces puso su mano sobre mi muslo y sentí las suaves yemas de sus manos de intelectual de clase alta, que no ha fregado un plato ni cogido una escoba en su vida, de dedos largos y delgados, en mi piel, por primera vez. Sus dedos suaves y fríos me hicieron sentir un cosquilleo en el cogote. Sentí la sensación de apartar su mano de mí, pero no me atrevía a contradecirla. Ni siquiera cuando noté como sus manos recorrían mis muslos hacia arriba y mi interior me atreví a protestar. Noté cómo colocaba uno de sus dedos entre mis muslos, en mi raja, por encima de mis bragas, provocando que se humedeciera aún más de lo que ya estaba mi sexo. Deseaba que me hiciera suya. Abrí mis piernas y puse las manos sobre los brazos del sillón. Esperaba que aquel dedo hiciera una presión o apartara las bragas, pero mis esperanzas se desvanecieron en un momento.

-¡Bueno, bueno, bueno!.- Dijo doña Nuria apartándose de mí. – ¡Desde hoy te considero en deuda conmigo! ¡Tendrás que pagar tu deuda poco a poco! ¡Y te aseguro que te costará pagarla!.-

Doña Nuria se paró delante de mí y se sentó en su silla.-¡Vendrás a clase todos los días! ¡Te trataré delante de todos como a una tonta bobalicona y tú te aguantarás! ¡Luego vendrás a mi despacho cuando te lo diga, llevándome los libros o lo que sea! ¡Vendrás con falda, como la que te pusiste en el examen!... ¡Yo se como tratar a las zorritas como tú!...Ahora...¡Vete!-

Me subí el pantalón en silencio y me fui directa al servicio de chicas de esa planta. No quería que nadie me viera llorar. Es duro que te digan eso y mucho más si es una profesora. Estaba ante una situación de chantaje de la que no me podía librar.

Ocurre que cuanto más deseas hacer una cosa, las circunstancias se confabulan para que no suceda, por eso seguramente, esa mañana llegué a clase a las 8 horas 44 minutos. Estaba en un dilema, pues de sobra sabía que la profesora, doña Nuria no aceptaba la entrada en clase a deshoras, pero como me había insistido tanto en la asistencia, me asomé a la clase. Abrí la puerta y recibí una mirada pétrea de doña Nuria. -¿Dónde va? ¿No sabe que a estas horas no se puede entrar?- Me dijo delante de todos.-¡Espéreme Usted fuera!.-

Me sentí un poco abochornada. Si algo me molesta es que me ridiculicen o me regañen en público. Esperé con cierta preocupación al final de la clase y entré en ese instante en que los alumnos comienzan a moverse y la profesora recoge sus cosas. –Doña Nuria, perdone...es que...-

-¡Es que nada!- Me dijo a voz en grito, haciendo que me sonrojara.-¡Coja Usted estos libros y acompáñeme a mi despacho!.-

La seguí a un par de metros. Sentía las miradas de todos clavarse en mí. Me sentía públicamente humillada y para colmo, cuando fui a montarme con ella en el ascensor, me ordenó que subiera por las escaleras. Estaba nuevamente abochornada. Toqué con los nudillos en la puerta de su despacho -¡Pase!-

-¡Señorita! ¡Es usted idiota!.- Me dijo en tono visiblemente agresivo mientras daba vueltas alrededor de la habitación. –¡El primer día y ya me ha desobedecido! ¿Es que me está tomando el pelo?- Yo había dejado los libros encima de la mesa y miraba hacia mis pies, aguantando el chaparrón. De pronto, sentí un fuerte escozor en mis nalgas. Doña Nuria me había arreado un azote, mientras me seguía regañando. Yo ya no la escuchaba. Me retraía sobre mí misma para pasar lo mejor posible el trance, mientras comenzaba a recibir un azote detrás de otro. Eran unos azotes fuertes que hacían que mi cuerpo se ladeara a un lado y otro.

Por fin, una palabra altisonante me hizo volver al mundo.-¡Puta! ¡Más que puta!.- Y a continuación sentí el cuerpo de doña Nuria pegado al mío mientras me cogía un fuerte tirón de pelo. Mi cabeza fue hacia detrás y de pronto sentí su boca en mi oreja y cómo subcionaba mi lóbulo. Sentí su mano por detrás de mi espalda llegar a mi sexo y apretarlo por encima de los vaqueros y en seguida una orden que me puso los pelos de punta. -¡Bájate los pantalones!.-

Me desabroché el botón y me bajé la cremallera. Tiré de mis pantalones hacia abajo mientras su boca no se separaba de mi cuello. Sentía la ternura de sus besos, aunque aún mantenía mi nuca asida por un gran mechón de pelo en forma de coleta.

Mis pantalones estaban a la altura de mis rodillas y empecé a sentir la mano que antes me apretaba el sexo encima del pantalón, rozar y acariciar mis muslos. Tenía una mano suave que sentía ascender hacia arriba con delicadeza hasta colocarse encima de mis bragas, en mi sexo. De repente sus dedos se cerraron y comenzaron a apretar mi conejo. Sentí mis pezones excitarse dentro de mi sujetador y mis piernas flaquear, mientras asimilaba mentalmente lo que me decía al oído.-Ahora esta puta calentona va a ser obediente y se va a quedar quietecita mientras me meto el dedito ¿Vale?.-

-¿¡Vale!?.- Me dijo casi chillándome por segunda vez para arrancarme un dubitativo sí, mientras apretaba aún más su mano contra mi coñito dolorido. Doña Nuria me cogió de la coleta y me giró ciento ochenta grados, llevándome a saltitos y poniéndome contra la librería. Había frente a mí el lomo de grandes obras escritas de la literatura mundial. -¡Extiende los brazos y apóyate en la librería!.-

Puse la palma de mis manos en una de las estanterías de madera y de nuevo sentí la palma de su mano apoderarse de mi sexo, aunque con la misma determinación que antes, pero sustituyendo la agresividad por unos maliciosos masajes que estimulaban mi sexo, pasando una y otra vez las yemas de sus dedos sobre mis bragas. Empecé a sentirme húmeda y comencé a sentirme realmente excitada cuando doña Nuria dio un fuerte tirón a mis bragas hacia arriba y consiguió que mis nalgas aparecieran a una lado y otro de ellas. La tela de delante se me incrustaba en el clítoris. De nuevo recibí una tundra de azotes, aunque más débiles y sosegados que antes.

Doña Nuria volvió a pasar las yemas de sus dedos sobre mi sexo, aunque esta vez dejaba las braguitas a un lado y me hacía sentir una suave penetración dentro de mí, después de acariciar mi clítoris con suavidad. -¿Qué te dije de los pantalones? ¿Te acuerdas?.- Me decía mientras tiraba de mi pelo hacia detrás.- ¿¡Te acuerdas?!.-

Su dedo cada vez se hincaba más dentro de mí cada vez -¡Te dije... que te pusieras falditas!- Mi vagina comenzaba a sentir un cosquilleo incesante que se reflejaba en mi clítoris y en mis pezones. Sentía mis rodillas comenzar a temblar y mis codos ceder. No sé como ella se dio cuenta. Empezó a hincar sus dedos dentro de mí tan profundamente como podía. Sentía los nudillos de los dedos que no estaban extendidos clavarse contra mi sexo. Sentía el frío metálico de un anillo en uno de esos dedos mientras una sensación de agradable roce recorría mi vagina. Doña Nuria estaba casada.

Comencé a jadear. -¡Jadea como una perra!.- Me dijo mientras mis brazos cedían por la presión de sus brazos, que empujaban ahora mi cabeza contra la estantería y hacía que el canto de los libros rozaran mi cara. Me corrí mientras sentía sus dedos una y otra vez recorrer mi vagina. Fue un orgasmo fuerte y duradero, sobre todo por que doña Nuria no paró de agitar sus dedos hasta que no hubo sacado de mí el último rescoldo de goce.

Doña Nuria se separó de mí, y yo hice varias veces intenciones de colocarme los pantalones, pero cada vez que me agachaba recibía un azote o un manotazo en las manos. No me daba explicaciones. Estuve varios minutos, con las bragas malpuestas, enseñándole mi culo, hasta que se me acercó y me dijo al oído -Ahora lo vamos a hacer otra vez, pero esta vez sin chillar.-

Doña Nuria cogió un folio blanco que tenía en la bandeja de la impresora e hizo con él una pelota que puso entre mis labios. Tomó mi mandíbula y me obligó a abrir la boca y tuve que meter la pelota de papel en mis labios. Al principio me sentía realmente incómoda, aunque me acostumbré al poco tiempo. Doña Nuria se puso detrás mía, en cuclillas. Tiró de mis bragas hacia abajo y luego de mis caderas hacia ella.

Estaba con la cabeza apoyada en los brazos, que se apoyaban sobre la madera de la estantería. Sentía como sus manos separaban mis nalgas. Me entraron escalofríos al pensar que le estaba enseñando el ojete del culo a mi profesora. Me encendí al sentir ambas mejillas en la parte trasera e interior de mis muslos y oirla decir: -¡Ah! ¡Cómo me gusta este olorcillo a coño!.-

Y comencé a sentir la sensación húmeda de su lengua recorrer una y otra vez mi coñito húmedo, cambiando mis jugos por su saliva. De vez en cuando, doña Nuria mordía la parte más baja e interior de mis nalgas para volver a relamer mi coñito, con lametones largos y profundos, que recorrían desde mi clítoris hasta casi el ojete de mi culo. Confieso que en ese momento deseaba sentir mi culito lleno de su saliva. Estuvo así un largo rato, consiguiendo que cada vez estuviera más caliente hasta arrancarme un segundo orgasmo.

-¡Por hoy ya está bien! ¡el próximo día ven pronto y con falda!...¡Saldrás enseguida de la clase y vendrás al despacho!...¡Cuando yo llegue ya te habrás quitado las bragas!.-

Mis amigas intentaron sonsacarme sobre la conversación, el motivo por el que doña Nuria me había llamado a su despacho. Les conté una milonga sobre un trabajo para subir nota. Me sentía observada por mis compañeros de clase. No sé si era una sensación que correspondía a una realidad o una ficción, pero me hacía sentir muy rara. En casa, mientras pasaba los apuntes a limpio, al llegar a su asignatura y recordar lo que me había hecho en su despacho, me sentí turbada y excitada y por la noche, intentando conciliar el sueño, no me lo apartaba de la cabeza. Me masturbé.

Ese día, la clase de doña Nuria, empezaba después del recreo. Tenía un asiento en primera fila para salir corriendo a su despacho. Intenté maquinar un plan para quitarme las bragas antes de que ella llegara a su despacho. Si subía por el ascensor, tenía el problema de que alguien se subiera conmigo y me coartara. Si lo hacía por la escalera, podía tropezarme con alguien. Tendría que ser en el servicio femenino, junto a la escalera, al llegar a la planta de su despacho.

Doña Nuria entró y me miró con un semblante serio. Puso en orden sus papeles mientras el resto de los alumnos guardaban silencio. Comenzó a repasar la clase del día anterior y de repente.-¡A ver! ¡Tú!- El dedo indicaba directamente hacia mí. Me hizo una pregunta que no había explicado. Le dije que no sabía. Me miró como si fuera tonta. Los compañeros de clase se rieron. Me volvió a humillar.

Cuando doña Nuria empezó a recoger, salí de la clase rápidamente y subí por el ascensor. Tomar el ascensor equivalía a retrasar la posibilidad de que ella lo cogiera. Entré en el servicio y sin mirar siquiera si alguien podía estar usando los retretes, me subí la falda, pero me la tuve que bajar al oir abrirse uno de los cuartitos. Una de las jóvenes profesoras en prácticas salía, Yo hice como que me miraba los ojos y entré en uno de los cuartitos, cerrando el pestillo y quitándome las bragas rápidamente. Cuando salí del cuarto de baño, divisé la figura elegante de doña Nuria que me había adelantado. Corrí para llegar antes que ella y a duras penas llegué a la vez. Abrió la puerta de su despacho sin mirarme, y al entrar me preguntó -¿Llevas las bragas?.-

Le dije un tímido "Sí" y se las entregué, sacándolas de mi bolso medio abierto. Doña Nuria se pasó repetidamente las bragas por la cara y olfateaba levemente. Me sentía avergonzada injustamente, pues es normal que cuando las braguitas llevan puestas un par de horas, huelan a una. –Has sido una chica obediente...pero no te has sabido la lección...-

Doña Nuria apartó algunas cosas de su mesa, que quedó limpia, con tan sólo un bote en el que había un montón de lápices y bolígrafos, y me invitó a subirme encima.- ¡Ponte a cuatro patas...como si estuvieras en el ginecólogo!- Obedecí y no tardé en notar como me subía la falda, dejando al descubierto mi sexo.

-¡Como eres muy escandalosa, voy a tener que hacer esto otra vez!.- Y de nuevo volvió a hacer una pelota con un folio que metió en mi boca, haciéndome sentir la estropajosa sensación del papel. Doña Nuria tomó los extremos de mi jersey y los subió hasta los hombros y luego desabrochó los botones de mi camisa y tiró hacia arriba de mi sostén. Mis pechos caían hacia el suelo y comencé a sentir las yemas de sus dedos jugar con mis pezones, estimulándolos agarrando su punta entre sus dedos y haciéndola rotar en el sentido en el que ella los movía, provocando con ello el movimiento de todo mi pecho.

Doña Nuria puso también su otra mano en mi sexo, estimulando mi clítoris a la vez que mi pecho, con masajes muy excitantes. Rápidamente me excité y mi sexo se enjugó. Fue entonces cuando la vi coger uno de los lápices nuevos, sin usar, del bote que había dejado sobre la mesa. Sentí su frío borde brillante en la superficie de mi coñito y de repente, cómo se introducía dentro de mí. Era algo inesperado y al principio algo desagradable, pero ella después siguió con sus cariñosos masajes en los pechos y el clítoris. Pronto noté un nuevo lápiz que se deslizaba en paralelo al otro, y otro más.

Lápiz tras lápiz, mi coño se dilataba y me iba poniendo muy caliente, aguantando mi excitación, intentando pensar en otra cosa para no correrme. Cuando tenía seis lápices en mi vagina, las tiernas caricias en los pezones se convirtieron en pellizcos y estirones. Comenzó a insultarme -¡Venga, so puta...Otro más.. Que donde caben seis caben siete!-

Me azotaba el trasero mientras me decía aquello y a continuación, introducía un séptimo lápiz y pronto un octavo. Los lápices se deslizaban dentro de mí, hasta que perdí la cuenta. Me sentía totalmente repleta de lápices. Doña Nuria estimulaba mi clítoris con violencia y pellizcaba mis pezones y de vez en cuando me azotaba.

-Ahora viene el final.- Me dijo, después de abrir el cajón de la mesa y sacar un rotulador de esos que se utilizan para pintar en las pizarras. Me ordenó que escupiera la bola de papel y que chupara aquel rotulador y luego, hizo rodar la bola de papel al suelo y cogió mis bragas para hacerlas una bola y colocarlas entre mis labios, en el lugar donde había estado la pelota. Me excitó el pensar en mi propio olor.

Sentí la punta del rotulador entre mis nalgas. Las contraje instintivamente, pero doña Nuria no estab dispuesta a consentir indisciplinas y me dio un fuerte azote. Pronto empecé a sentirme penetrada por el rotulador. Su punta rebasó mi esfínter y se adentró en mi cloaca, provocándome un extraño placer. Mi sexo destilaba humedad. Mis pezones y mi clítoris ardían de deseo.

Doña Nuria dejó el rotulador hincado dentro de mi culo y comenzó a mordisquear mis nalgas mientras apretaba con fuerza sus dedos en ellas y pellizcaba suavemente y manoseaba mi clítoris. Estaba a punto de reventar y la gota que hizo rebosar el baso fue un roce del pelo de mi dueña sobre mis nalgas. Después de tanta dureza, fue ese el desencadenante de un orgasmo monumental, que se me hizo largo como un terremoto y que me dejó extenuada, con los brazos vencidos y la cara y los pechos pegados contra la fría mesa del despacho de doña Nuria, que fue retirando cada lápiz lentamente, provocándome un placer intenso que me dejó caliente y excitada como si no me hubiera corrido.

Doña Nuria se despidió de mí con un beso que en realidad fue un bocado en los labios. –El próximo día, en algún momento, te abrirás de piernas en clase, para que vea que efectivamente llevas puestas las bragas antes de subir.- Esa noche, antes de acostarme, me eché mucho gel en el culo y metí un dedo dentro de mi ano mientras me masturbaba con la otra mano.

Esperé ansiosa a la siguiente clase. Preparaba el momento en que, en clase, yo sentada en primera fila, ella me miraría y yo, bajando mi cabeza coquetamente, abriría mi minifalda y le enseñaría mis braguitas puestas al final de mis muslos, pero ¿Y si le enseñaba mejor mis braguitas quitadas, mi conejo?. Seguro que se enfadaría mucho y me haría alguna perrería.

Aquella mañana, en la facultad, antes de que doña Nuria entrara en la clase, yo me metí en el servicio de chicas y me quité las bragas. Esperé el momento en que me miró, mientras los demás tomaban apuntes. Puse la carpeta encima de mis muslos y me subí, la falda. Al enseñarle mi conejo destapado, me sentí húmeda. Temí incluso que mis compañeras advirtieran mi excitación. Ella me miró, y su expresión, en lugar de ser de reproche mantenía una extraña muesca de satisfacción. No salí corriendo hacia su despacho. AL revés, subí lentamente y toqué la puerta antes de entrar. Me esperaba de pié, da espaldas a mi, mirando por la ventana. –Así que me desobedeces ¿eh?.-

No contesté nada. Me metí dentro del despacho como la perrita calentona que soy, deseando que se abalanzara sobre mí y me utilizara sexualmente. Doña Nuria me pidió mis braguitas que se las dí con cierto recelo y me pidió que extendiera los brazos. La obedecí y metió una mano por el hueco destinado a una de las piernas y luego, haciéndome girar, colocó este brazo a mi espalda y metió la otra mano por el otro hueco. Metió después un bolígrafo en la tela que tapa el sexo y sacó cada una de las puntas por los huecos adyacentes, por donde salían las manos y comenzó a girar el bolígrafo, de manera que pronto tenía las muñecas atrapadas. Me puso la palma de la mano en cada extremo del bolígrafo y me ordenó -¡No sueltes el bolígrafo!- De esta manera era imposible soltarme.

Doña Nuria cogió una regla de plástico duro de unos cuarenta centímetros y sin mediar más explicación azotó mis nalgas. ¡Cómo picaba!¡Qué dolor! Sentía mis nalgas arder enrojecidas. Doña Nuria se colocó a mi espalda y agarraba mis muñecas trabadas por las braguitas. Recibí tres o cuatro azotes. Luego sentí el canto de la regla rozar la parte interior de mis muslos. Un golpecito, de mucha menos intesidad que los recibidos anteriormente me convenció para que abriera mis piernas aún más y entonces sentí el frío de la regla de plástico subir por el interior de mis muslo y luego, rozar los bordes carnosos de mi sexo, en mi raja y mas aún , rozando mi clítoris.

La casi cortante sensación desapareció cuando la regla dio un cuarto de giro y entonces sentí la parte plana de la regla. Sentí un alivio que duró muy poco, pues volví a recibir un azote, sólo que esta vez, la zona donde la regla impactó con mi cuerpo fue mi coñito. No pude reprimir una exclamación de dolor, que fue reprimida con una nueva palmada de la regla sobre mi sexo. Una lágrima de dolor resbaló por mi mejilla.

Volví a sentir el canto de la regla en mi raja, deslizarse y rozar así mi clítoris. Miraba hacia abajo y veía asomar, apartando un labio del otro, el extremo de la regla entre mis piernas. Era como si doña Nuria tocara un violín. De pronto alzó la regla desde detrás y noté como el filo de la regla se me metía entre las nalgas y apretaba la parte que separa el sexo de mi ano y luego, alzó la parte delantera de la regla y me puse, por un impulso instintivo, de puntillas.

Doña Nuria tiró de mi pelo hacia abajo y me dio una orden escueta -¡De rodillas!.- Y una vez así, recibí una nueva orden. -¡Y ahora túmbate en el suelo, mirando al techo!-

Me tumbé. Doña Nuria daba vueltas a mi alrededor y me miraba.-¡Álzate el jersey!- Y luego -¡Desabróchate la blusa!.-

Mi torso estaba sólo cubierto por el sostén. Con la blusa desabrochada veía mis senos como dos pirámides emerger en el horizonte. Doña Nuria subió mi falda con la punta de la regla y tocando a un extremo y otro de mis muslos, me invitó a abrir mis piernas. Luego tomó el borde bajo del sujetador y con la propia regla lo alzó y lo corrió hacia arriba. Mis pechos aparecieron como dos pirámides, pero aplastadas por su peso y rematadas por unos senos que se erguían respondiendo insolentes. Pronto sentí el filo de la regla acariciarlos.

Doña Nuria paseaba la punta de la regla de un lado a otro de mi cuerpo. Tan pronto la sentía jugar entre los labios de mi sexo que con mis pezones e incluso la colocó en mi boca. Yo lamí esa punta de ángulos cuadrados extasiada en mi propia excitación. De repente, después de ser observada un ratito, sentí la dolorosa palmetada de la regla en la palma de mis pies y una orden aclaratoria -¡Dobla las rodillas y recoge tus pies!¡Vamos!-

-Y ahora...¡Masturbate!- Con mis piernas puesta en forma de "M" y mis manos detrás, en mi espalda, me esforcé en arquear la espalda para llegar con los dedos estirados a mi raja. Comencé a meterme el dedo para darle el capricho a mi profesora, que me coartaba con el movimiento rítmico de la regla contra su pierna. Me trabajaba a lo lindo y movía mi cuerpo para darle a entender que la obedecía. Vi como se descalzaba, poniendo la punta de un pie sobre el talón del otro pié y luego se acercó a mi cara. Colocó la punta de la regla entre mis labios. Abrí la boca y doña Nuria depositó la regla en mi boca, en sentido longitudinal, de forma que ambos extremos salían a ambos lados de la comisura de la boca. La regla, de plástico, me resultaba difícil de morder y hacía la fuerza presionando fuertemente los labios.

Doña Nuria colocó la planta de su pié sobre mi mano y me la presionó para que mi dedo se metiera profundamente en mi interior. Sentía sus deditos diminutos sobre mi monte de venus y luego, entre mis labios, jugando a atrapar mi clítoris que se escapaba resbaladizo. Su talón hacía una fuerza increíble y mis dedos se incrustaban en mi coñito humedecido.

Doña Nuria debió de querer sentir en la planta de su pié mi humedad. Movió mi pié contra mi mano al tiempo que me exigía que la retirara de mi sexo húmedo. Sentí la extensión acolchada de la planta de su pié entre mis muslos, presionar sobre mi sexo. Lo hacía como si estuviera aplastando una colilla, hincando las almohadillas de la parte delantera sobre mi clítoris y moviendo el pié a derecha e izquierda. Yo abría y cerraba mis piernas, intentando que con ese movimiento se retrasara la inminente llegada de mi orgasmo. Intenté meter mis dedos en mi sexo otra vez, pero cuando ella notaba mis intentos, apretaba el talón contra mi sexo y me lo impedía. No encontré mejor refugio que mi culito y mi dedo comenzó a entrar y salir de mi ano mientras me corría, arqueando la espalda y el cuello y mordiendo la regla de plástico transparente. Deseé como nunca ser follada por una buena polla.

Después de unos minutos en los que doña Nuria me obligó a estar tendida, ordenándome que me diera la media vuelta una y otra vez, haciéndome sentir la frialdad del suelo en mis nalgas y en la parte delantera de mi cuerpo, doña Nuria se sentó en su sillón, llevándome con ella. Me tiraba del pelo mientras yo avanzaba a duras penas, manteniendo el equilibrio, con las manos atadas y sintiendo en mis rodillas el dolor provocado por la dureza del suelo, de rodillas.

Me sentó sobre su mesa, frente a ella, con las piernas abiertas y los pies colocados en cada brazo del sillón. Mis piernas estaban flexionadas y podía ver su cara frente a mi vientre, que cada vez se acercaba más a mi sexo. Yo llevaba puestos unos zapatos de deporte y doña Nuria no tuvo más que tirar de uno de los extremos del cordón para desatar el lazo de uno de mis zapatos. Luego utilizó ambos cabos para atar mi zapato al brazo del sillón. Lo que hizo en un zapato lo hizo con el otro y se entretuvo en hacer girar la silla, provocando que mis piernas se movieran a un lado y otro. Giraba la silla todo lo que podía para notar y hacerme notar la capacidad para manipular mi cuerpo.

En un momento, extendió sus brazos hasta mi pechos y se puso a manosearlos mientras hundía su cara en mi sexo. -¡Me encanta este olor!- Me repetía una y otra vez mientras hacía girar el sillón y me hincaba la nariz en el clítoris y casi dentro de mí. -¡Me encanta!.-

Sentí su lengua hacerse paso entre mis labios y penetrar en mi vagina, buscando la parte de atrás, la que está más cerca del culo. Me volvía loca al sentir la lengua en esa parte. La hacía girar y yo me sentía de nuevo muy excitada y húmeda.

Doña Nuria levantó su cara de mi sexo y apartó sus manos de mis senos y entonces colocó la mano entre mis nalgas, extendió sus dedos y metió la punta del dedo corazón dentro de mí. Después sentí meterse la punta de otro dedo, mientras su dedo corazón avanzaba lentamente dentro de mí, y un tercer dedo, más tarde. De repente dio un giro a su muñeca y la dirección de su mano cambió. Extendió sus dedos, que ocuparon, en línea, la parte central de mi conejo. Siguió presionando y noté la yema del dedo meñique entre mi coño y mi culo, resbalándose hacia dentro junto a los otros tres dedos.

Doña Nuria comenzó a mover sus cuatro dedos dentro de mí, A mi me estaba volviendo loca de placer. Me ponía totalmente excitada el sentir sus cuatro dedos en línea dentro de mí e hincaba los zapatos en los brazos del sillón. Me tiré hacia detrás y levanté mi culo mientras ella seguía follándome con sus dedos, largos y delgados. De nuevo quise encontrar un lugar en mi sexo para mis dedos, pero estaba sobre habitado, así que de nuevo tuve que conformarme con meterlo en el ojete del culo. Doña Nuria, al percatarse de la posición de mi mano, colocó la palma de la otra mano sobre la mía, y apretó, haciendo que yo misma me hincara el dedo. Luego, puso su boca sobre la parte interior de mis muslos y empecé a sentir unos bocaditos deliciosos.

Me corrí. Gemí en silencio por el temor a llamar la atención de alguna alumna o profesora que pudiera pasar por el pasillo de la galería. Susurré palabras de amor hacia mi profesora y quedé agotada sobre la mesa, mientras ella acariciaba y besaba mi cuerpo sudoroso, cansado y casi tembloroso.

Estuve yendo al despacho de Doña Nuria durante varias semanas después. Era como una droga. Sabía que no debía ir pero no podía evitar obedecer su voluntad cada mañana que tenía clases con ella. Cada vez me sentía más en su poder y más dispuesta a hacer lo que ella quisiera. Quizás os cuente en otra ocasión que ocurrió unas semanas después.

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