Lara (02: Visita a la Doctora Úrsula)

Visité a una ginecóloga que me trató de unna forma muy especial.

LARA 2.- La consulta de Doña Úrsula

De nuevo os escribo para contar una experiencia que me ocurrió cuando volví de la casa de mi tía. Como ya os dije, le tomé un especial apego a aquel stick de desodorante que utilizó mi tía para masturbarme en la bañera. Era un stick de cristal, de unos seis dedos de largo y de base en forma de elipse, que se estrechaba armoniosamente en el centro para volverse a ensanchar en la parte de arriba y con un tapón en forma de punta de huevo.

Estaba aquella mañana del domingo cómodamente en mi casa. Mis padres habían salido a dar su rutinario paseo por el campo y eso me permitía, unido al hecho de que mis hermanos dormían profundamente, dirigirme tranquilamente hacia la bañera con aquel objeto que guardaba entre mis perfumes.

Me quité el camisón y abrí los grifos del agua hasta conseguir que su temperatura me fuera agradable y me metí dentro debajo del chorro que caía en mi cuerpo. Era inevitable pensar en mi tía. En la manera en me hizo suya aquella tarde en la bañera de su casa. Cada ve que me metía debajo de la ducha me acordaba y me entraban ganas de recrear la situación, pero las prisas del día a día me lo impedían hasta este día. Mientras me enjabonaba me imaginaba que era otra la que me acariciaba. No era precisamente mi tía. La persona que ocupaba mi mente era el compañero de la facultad que tanto me miraba, o aquel hombre de traje y corbata, cuarentón, que se había rozado al pasar junto a mí al bajar del autobús.

Lo cierto es que intentaba disociar la sensación de mis manos con el tacto sobre mi cuerpo. Me acariciaba el sexo mientras sentía el agua templada caer sobre mi nuca y taponar mi oídos. Y cuando ya estaba excitada, agarré el desodorante y me lo coloqué entre las piernas. Dudé un momento. Pensé que tal vez sería mejor quitarle la capucha al bote. No me fiaba. Pensé que se podía quedar la capucha dentro. La desenrosqué y la dejé a un lado. Miré cómo giraba la bola mientras la impulsaba con el dedo y luego la coloqué de nuevo entre las piernas, reprimiendo el deseo de chupar aquella bola de plástico que me parecía un prepucio graciosamente pulido. Debí chuparla. Me hubiera dado cuenta de un detalle.

No me asustó el brusco escalón que formaba el bote en su boca al quitarle la capucha, ni los pliegues de la rosca. Me lo metí poco a poco dentro. Se fue haciendo paso en mi vagina mientras empecé a notar un picor incesante. Era un picor que se hacía insoportable. Saqué el stick de mi interior y aquel picor no se me pasaba. No sabía como quitármelo. Era insoportable. Cerraba mis piernas y las abría como si aquel aleteo fuera a proporcionar algún remedio. Me salí del agua aclarándome rápido. ¡Qué picor! No me había dado cuenta que el bote no estaba gastado y en la punta debió de quedar un poco del desodorante y me pringó la vagina y aquello me quemaba.

Poco a poco, y al paso de algunas horas, el picor comenzó a remitir, pero no se me pasaba del todo. Estaba desesperada, y decidí que debía ir a que me viera algún ginecólogo, a consultarle. Miré en el listín de teléfonos de mi madre el teléfono y la dirección de la consulta. A mi no me ha gustado nunca ir al ginecólogo. Me da corte. Siempre he ido con mi madre y la verdad es que no he prestado atención ni al nombre ni a la dirección. Había en el listín una palabra: Consulta, una dirección y un teléfono.

Llamé el lunes por la mañana. El picor pasaba pero aún sentía una pequeña modestia. Pedí cita. Me atendió la propia doctora.

¿Oiga? ¿Puede darme una cita?.-

¡Sí! ¿Para cuando?.-

¿Puede ser esta tarde?.-

Esta tarde es difícil.-

¡Por favor! ¡Es que tengo un picor! ¡Me tiene que ver!.-

Señorita. Creo que se equivoca.-

¿No es la consulta?.-

Si. La clínica....-

¡Pues entonces me tiene que ver!-

¡Bueno! Si se empeña la dejaremos para la última...traigase la cartilla de vacunación.-

Me sonó rarísimo que me pidiera la cartilla de vacunación. ¡Qué cosa más rara! ¡Yo no tengo cartilla de esas!

Entré en aquel piso, en la segunda planta de un viejo edificio de altos techos. En el portero había un cartelito que ponía "Clínica". En la puerta eran más explícitos. Me pareció leer "Clínica Vegetariana". ¡Aquello me extrañó mucho! ¿ES que esta doctora, aparte de ginecóloga se dedicaba a preparar alguna suerte de dietas vegetarianas? ¿Tal vez prevenía de la infertilidad de la mujer haciéndola adelgazar?

Salía del despacho de la doctora una mujer cincuentona con un perrito. ¡A quién se le ocurre llevar el perrito al médico! ¡Debía ser una doctora muy cara parra permitir aquello! Menos mal que yo iba por el seguro privado y no me iba a cobrar más que el cheque del servicio. Ví a la doctora en la otra habitación, su despacho, mientras esperaba sentada en la sala de espera vacía. De un montón de revistas sobre la mesa destacaban un buen porcentaje de ellas que trataban de perros. Era sin duda, la doctora, una gran amante de los animales.

-Puede usted pasar.- Me dijo una atractiva mujer de unos treinta y cinco años, rubia, con el pelo lacio atado en una coleta, delgada, de ojos azules y pómulos salientes y boca de labios largos y sensuales. Entré y me presenté.

-Verá. Yo le llamé esta mañana porque es que...-

Aquella mujer me miró fijamente y se levantó tras pedirme que esperara un segundo para cerrar la puerta de la calle y la de su consulta y luego prosiguió la conversación

.- De manera que la paciente es usted misma.-

-Si...Claro.-

La doctora se quedó pensando, calculando. Se mordió los labios y pareció que maquinaba algo hasta que por fin, con una muesca de ironía y una expresión de picardía, cogió un bolígrafo y un impreso y me dijo -¡Bueno! ¡Lo primero que voy a hacer es abrirle un ficha médica!.-

Me preguntó mi nombre y otros datos, como la fecha de nacimiento -¡Ah! ¡Veintidós años.- Dijo mientras apuntaba en la hoja. No se le escapó mi número de teléfono ni nada. Luego vino la parte clínica. Dejó la hoja sobre la mesa y me miró con esos ojos azules, limpios y fríos a la vez.

  • Y bien. Cuéntame que te pasa.-

  • Pues verá doctora...-

  • ¡Úrsula! Llámame Úrsula...eso de doctora me hace sentir mayor.- Me dijo mientras me sonreía yy veía su dentadura de blanco nácar.

  • Es que me pica ahí.-

  • ¿Dónde es ahí?- Me preguntó mientras me sonreía con picardía. A mi eso me mosqueó, por que una ginecóloga debe saber que ahí es ahí.

  • Pues eso, ahí dentro.-

Doña Úrsula, como la llamaré desde ahora, parecía hacerse la tonta. Me miraba en silencio, esperando que yo le diera las explicaciones pertinente y a mi me daba vergüenza. Yo aguardé en silencio hasta que ella, pareciendo salir de un letargo me miró moviendo la cabeza levemente a un lado, en una mueca que me invitaba a dar explicaciones.

  • Es que ayer, hice el amor con mi novio y después de hacerlo, comenzó a picarme...-

  • ¿Lo hiciste sin preservativo? Por que si lo hiciste sin preservativo puede ser una infección.-

  • Si, así fue.-

  • ¿Estás tomando la píldora?.-

  • No.-

Doña Úrsula sonrió con socarronería mientras me miraba fijamente. Yo estaba insegura por la mentira que le estaba contando.

-¡Vaya! ¡Una chica valiente! De todas formas, una infección habría tardado varios días en notarse...Así que seguramente será debido a otra cosa... Así que no te pones preservativo, no pones remedio...-

El tono de su respuesta me avergonzaba. Me hacía sentir culpable y sin una razón justa, pues la verdad es que ni había tenido relaciones con ningún hombre y si las tenía, siempre exigía que se pusiera el capuchón. Doña Úrsula comenzó a lanzarme un discurso que decidí cortar.

-Perdón, Úrsula. Le he mentido. Ayer no tuve relaciones con mi novio. No tengo novio, pero tampoco estuve con nadie. Estoy segura que no es una infección.-

-¿Entonces?.- Me miraba fijamente, con aquella sonrisa sarcástica, burlona, pícara.

No sabía como contestarle. Me cogí ambas manos y me las frotaba una contra la otras –Bueno- Dije. Me callé. Me faltaba el valor.

-Bueno, es que ayer mientras me masturbaba...-

-¿Te masturbabas?- Me interrumpió abriendo mucho la boca, como queriendo darle mucha importancia a algo que sabía que no la tenía. Se burlaba de mí de esta forma, mientras que para reforzar su mímica me cogía la mano con fuerta. -¡Cuéntame! ¡Cuéntame!.-

-Estaba en la ducha y cogí un frasco de desodorante.-

-¡Con un frasco de desodorante...!.- Me volvió a interrumpir y a guardar silencio para que le siguiera explicando.

  • Es un frasco que....-

  • A ver, a ver. ¿Te lo has traído?.-

-Pues...no.-

-¡Vaya! ¡Has debido de traerlo! ¡Así veríamos como es!.-

Cogí una hoja y se lo dibujé como una botella de coca cola a la que se le sustituiría la boca por un tapón en forma de punta de huevo. –Bueno, y como de ocho dedos de largo.- Acabé diciendo.

-Pues la verdad es que no es muy grande. Yo conozco a chicas que se meten el doble. Yo misma...ejem, eso es otra historia.-

Me puse colorada al escucharla. Ella prosiguió su interrogatorio. -¿Y estaba limpio el frasco? Por que no parece que tuviera bordes ni nada.-

-Bueno, es que no me fiaba de la capucha y se la quité.-

-¡Ah amiga! ¿Y los bordecitos de la rosca?.-

Guardé silencio. Ella me tomó la barbilla y me levantó la cara. – A ver...vamos a verte. Desnúdate.-

Nunca me había observado tan descaradamente un extraño. Me acordé de la cara de mi tía cuando me ordenó desnudarme para quedar a la disposición de sus pasiones sexuales por primera vez. Yo me levanté la falda y me bajé las bragas blancas hasta la altura de las rodilla, mientras la doctora espiaba la trayectoria elegante de mis muslos. Había buscado en la consulta inútilmente ese mueble auxiliar al que tenemos que subirnos y ponernos a cuatro patas para que nos miren por detrás. Nada de eso había en la consulta y yo espera las instrucciones de Doña Úrsula.

-¡Vamos niña! ¡Súbete a esa mesa que hay ahí.-

Doña Úrsula me señaló una tétrica mesa, junto a la pared, muy fuerte, que parecía más la mesa de una carnicería o una carpintería que la de un médico. Allí había una alcayata atornillada a la pared cuya utilidad no atendía a encontrar. Era una mesa altísima. Me dirigí hacia allí y Doña Úrsula me acercó una silla para ayudarme a subir. Me puse a cuatro patas. Me sentí demasiado alta. Doña Úrsula tardaba en inspeccionarme. Se tomaba su tiempo. Sentí abrirse y cerrarse el grifo de un lavabo y luego por fin, el ruido de sus tacones me anunciaba que se acercaba.

-Sube una rodilla.- Obedecí sin darle mayor importancia. Sentí que las bragas repasaban esa rodilla y luego subí la otra mecánicamente, con lo que la doctora sacó las bragas por debajo de las rodillas y luego de mis piernas .-¡Así no nos estorbarán! ¿No crees?-

No esperó mi respuesta. Sentí la presión de sus dedos sobre los bordes de los zapatos en mis talones y luego la liberación que supone desprenderse sucesivamente de uno y del otro. Llevaba calcetines. No esperaba quedarme así, sin zapatos y me preocupé por mi aspecto, sin bragas y con unos calcetines gris perla que pudieran estar rotos o manchados por la almohadilla del zapato. La doctora me levantó la falda y exclamó -¡Mira lo que tenemos aquí! ¡Un velludo coño!.-

Me avergoncé de repente. No entendía que clase de ginecóloga podía decir aquello. No tengo el sexo especialmente peludo. Lo que ocurre es que en otoño no me depilo. Me imaginé que la doctora se ponía los guantes de latex mientras permanecía detrás de mí. Le estaba enseñando el culo. Me sentía incómoda. De repente, noté el tacto del guante sobre la piel de mis nalgas. Esa sensación fría, escurridiza. La doctora me observaba, separándome las nalgas. Casi podía sentir su aliento en mis agujeros. Sus manos me cogían los cachetes y tiraban hacia fuera. Pensaba que por ser mujer debía de tener otra delicadeza, pero me trataba como si fuera un mecánico o algo así.

-¡Tienes un coñito muy precioso!.- Me dijo mientras yo guardaba silencio, sin saber como agradecer tal piropo. Y después puso su mano en mi cintura y deslizándola hacia mi vientre, soltó el broche de mi falda y desabrochó la cremallera que había en uno de mis costados.- Me molesta. No te puedo ver bien...Total, entre mujeres esto sobra ¿No?.-

Yo asentí con la cabeza mientras me sacaba la falda del cuerpo por las piernas. Creo que se me puso la piel de gallina cuando sentí sus manos alrededor de mi cuerpo y su cuerpo rozar mis nalgas. Comencé a sentir cierta excitación. Mi doctora seguía con su consulta.- Será mejor que veamos lo que tienes dentro.-

Volvió a separar mis nalgas y esta vez sentí sus dedos sobre los labios de mi sexo, separándolos. Su cara debía estar muy cerca de mí, por que sentía su aliento en mis nalgas. Era una situación que se me hacía tensa. Se me ocurrió preguntarle para qué era esa argolla que había justo encima de la mesa, clavada a la pared.

-Verás- Me dijo. –Tengo algunas clientas que se ponen furiosas cuando las trato. Tienen miedo y algunas me han llegado a morder...¡Si! ¡Como te lo digo! ¡A morder! Así que las ato del cuello con una cadena. A esa argolla y así no se pueden revolver.-

Aquello me parecía una fantasía morbosa y excitante. No la creía, por eso, cuando me preguntó -¿Tu tienes miedo?.- No me importó responderle que un poco. Doña Úrsula sacó una correa de cuero del cajón de la mesa y me la puso en el cuello. Yo no sabía como reaccionar. No me atreví a decirle que no. Me quedé a cuatro patas sobre la mesa mientras ataba un extremo de una cadena de hierro a la correo de mi cuello y pasaba cada esclava de la cadena por la argolla, hasta que me sentí amarrada del cuello. -¡Lo ves! ¡Ahora ya te puedo inspeccionar sin temor a que me muerdas! ¡Ja ja ja!.-

Me sentí apresada. No entendía lo que sucedía. Mis manos estaban libres y podía soltarme de la cadena, pero deseaba que la doctora me inspeccionara. Entonces Doña Úrsula me ordenó -¡Desnúdate! ¡Será mejor!.-

Lentamente me senté sobre mis pantorrillas, encima de la mesa y comencé a desabrocharme la camisa y después de deshacerme de ella, me desabroché el sujetador. Doña Úrsula me quitó los calcetines y cuando estuve desnuda, sólo vestida con aquel collar de cuero, me empujó delicada, pero decididamente para que me pusiera otra vez a cuatro patas. -¡Uf, chica! ¡Yo no te puedo inspeccionar con estos pelos!.-

No me atrevía a contradecirla. AL fín y al cabo, ella era la doctora. Yo me sentía cohibida. Sacó una maquinilla no se de donde y por qué. Es decir ¿Qué hacía una ginecóloga con una maquinilla que parecía de esquilar? Pronto sentí cómo la cuchilla pasaba por mi piel. Me producía un cosquilleo que por suerte no duró mucho. Me acordé del chorrito de agua que mi tía me dirigía aquella tarde en la bañera hacia mi sexo. Volví a sentirme excitada. Miré entre mis piernas. Mi bajo vientre aparecía liso, como si fuera una muñeca. En el tablero de la mesa veía un manojo de pelos rizados que antes cubrían mi sexo. La doctora comenzó de nuevo a abrirme el sexo, separándome los labios con sus dedos. De repente, pegué un respingo al sentir que introducía un dedo dentro de mí, con decisión. Profundamente -¡Ay, te has asustado! ¡Lo siento, cielo!.-

EL teléfono comenzó a sonar. -¡Vaya! ¡Quién será!.- Dijo, y antes de dirigirse al teléfono soltó una linternita que llevaba en la mano. Me pareció que dudaba donde dejarla. La dejó en el tablero, pero comenzó a rodar en dirección al borde de la mesa. La cogió y entonces sentí como sin avisarme, sin pedirme permiso metía el liso, frío y metálico entremo de atrás dentro de mi vagina. -¡Ahí no se perderá!.- Se djjo a sí misma mientras yo pegaba un nuevo respingo. Ella entonces me dijo -¡Otra vez te has asustado! ¡Eso no es nada! – Y dicho esto, me dio una sonora palmada en el trasero.

Mientras hablaba por teléfono, Doña Úrsula paseaba por la habitación. Yo me esforzaba por retener la linterna dentro de mí, aún a fuerza de ver aumentar el picor que el bote de stick había producido el día antes. Ella parecía no prestarme atención. Estuvo por lo menos cinco minutos mientras yo le ofrecía mi culo y mi sexo, utilizado como portalámparas.

-¡Uy, chica! ¡Perdona! ¡Qué pesada es esta mujer!. -me sacó la linterna haciéndome sentir bastante alivio.- ¡Bueno. Te voy a meter el dedo y tu me vas a decir donde te duele!.-

La doctora empezó a meterme el dedo y me iba tocando las paredes de mi vagina. No me dolía especialmente en ninguna parte. Ella meneaba su dedo dentro de mí sin cuidado. Era como si ella tuviera derecho a hacer lo que hacía. Yo me resistía por un lado. Intentaba guardar la compostura. No podía dejar de mover mi cuello a un lado y otro, haciendo que la cadenita sonara una y otra vez, mientras ella se recreaba -¡Qué! ¿Sientes dolor? ¡Más me parece a mi que te está gustando!.- Y volvió a darme otra sonora palmada en el trasero.

La doctora sacó su dedo de mi sexo. –Eres una buena paciente. No eres como la mayoría de mis pacientes, que cuando les toco se ponen nerviosas. Eres sumisa... deliciosamente obediente y sumisa,,, Lara !.-

Me excitaba que me dijera aquello. Me hacía sentir a su merced. Mi respiración comenzaba a acelerarse cuando el tono de su conversación cambió.- Bueno, Lara. Lo que te ocurre es que el desodorante posiblemente tuviera alcohol u otro producto que te ha irritado... Lo mejor es que te unte con este gel. Lo uso mucho. Es un gel que tiene propiedades analgésicas.... Te lo meteré y verás como te mejoras...-

Una sensación fría recorrió mi raja. Doña Úrsula me echaba aquello como si echara ketchup en una salchicha. Me embarduñó todo y luego, empecé a sentir como su mano me acariciaba. La cremita hacía que mi piel estuviera resbaladiza.- esto, pequeña perrita... ¡Es para echarlo dentro!

Sentí como la doctora metía un dedo dentro de mi vagina. Sentí placer. Mucho placer. El dedo se resbalaba dentro de mí y no tardó en ser ocupado por otro dedo más. La doctora me rozaba una y otra vez y yo deseaba correrme. Me sentía húmeda y no dudo que mis flujos se mezclaron con la crema. Pero poco a poco, la sensación de placer desapareció. Sin llegar a correrme, me sentía como si mi vagina estuviera adormilada. Sentía los dedos dentro pero no el placer propio de una mujer poseída por otra. Mi excitación procedía de saberme follada por los dedos de aquella señora. De sentirme presa de ella. Sentía sus dedos, pero la crema, en su efecto analgésico me impedía hacerme llegar al orgasmo.

La doctora estuvo un buen rato y luego, comenzó a frotar la crema sobre mi culo.- ¿No te habrás metido el desodorante por aquí? ¿No?.-

Mi ano se volvió, igual que mi coñito, resbaladizo y empecé a sentir cómo Doña Úrsula deslizaba un dedo dentro de mí, forzando mi esfínter y metiéndolo profundamente. El placer era doble pero no me corría. Seguía a cuatro patas y estaba calentísima. Me sentía follada, pero incapaz. La doctora lo sabía y me lo explicó.- Se lo pongo a todas las perras que me traen. No te preocupes, también sirve para las mujeres.-

Me quedé estupefacta. ¿Qué me decía aquella mujer?. –Sí, bonita. Yo soy veterinaria...Me ha gustado mucho atenderte...Nos lo hemos pasado bien ¿Verdad?.-

Me puse a gimotear al comprender que aquella mujer era una veterinaria que me trataba como si fuera una perrita pequinesa o algo así. No entendía como podía haber caído en tal confusión y como ella había podido aprovecharse de aquella forma de mi error Le pedí que me dejara, que me soltara.- ¡Pero ricura! ¡Si sólo tienes que desabrocharte la cadenita esta...! ¡Ahora no te hagas la estrecha! – Me decía mientras frotaba mis pechos con ambas manos, haciendo me sentir de nuevo el efecto anagésico del gel. Sentí sus pechos apoyados en mis nalgas mientras mis pezones se adormecían. Me intenté quitar la cadena del collar pero ella me abrazaba. Me intentaba bajar de la mesa pero quedé entre sus brazos, atrapada aún por la cadena que tiraba de mi cuelllo y entonces ella me abrazó con fuerza, sintiendo la lisa tela de su bata en mi espalda y alrededor de mis brazos. -¡vamos! ¡Vamos! ¡No te vayas! ¡aún no me has pagado!.-

La doctora se deshizo de los guantes de latex, y con ello del gel analgésico. Me agarraba desde detrás y clavé mis nalgas en su vientre. Ella proseguía atenazándome. - ¡Vamos! ¡En cuanto te oí por teléfono pensé que eras una zorrita despistada! ¡Vamos, mira! ¡He reservado un sitio donde no te he echado cremita! ¡Mira! ¡Aquí!-

Doña Úrsula puso un dedo en mi clítoris y comenzó a moverlo suavemente. Ese placer era para mí algo delicioso a lo que no me pude resistir. Me había puesto tan caliente que al notar que quizás si me dejaba hacer me correría, quedé quieta, entre sus brazos, clavando mi trasero en su vientre, pero ya no para alejarla, sino para sentirme empotrada, cogida por detrás. Y sus dedos hacían maravillas en mi clítoris mientras tiraba de mi cuello hacia detrás y rozaba mi cara con la suya, en un gesto que era una concesión para que me masturbara sin piedad.

Ahora mi doctora me introducía otro dedo en el sexo, desde detrás, mientras seguía acariciándome con la otra mano desde delante. Arqueé la espalda y forcé todavía mas el cuello, haciendo reposar mi cuerpo sobre su hombro. Me agarré a su cintura, estirando mis manos hacia detrás. Me pareció una mujer fuerte, a pesar de su delgadez. Sentía la dura y áspera tela de su bata blanca entre mis piernas, cubriendo la pierna que había intercalado entre las mías, mientras sentía su boca besar mis hombros y mi cuello. Tragué saliva y comencé a correrme mientras ahora apretaba su mano contra mi sexo e introducía un par de dedos dentro de mí con decisión, todo lo profundamente que podía.

Era evidente que la cremita me había quitado las molestias. Me pretendía vestir mientras después de tenerme contra ella varios minutos entre sus brazos tras correrme, Doña Úrsula mantenía mi ropa bajo su trasero mientras sentada en su mesa, me extendía una receta que aunque debía llevar a una farmacia, contenía el nombre de un medicamento para perras. Doña Úrsula me miró y me preguntó -¿Y tu cartilla de vacunación? ¿No tienes? .-

-Te llamarás Luna. Lara es una nombre demasiado bonito para una perrita .- Me dijo mientras escribía el nombre en una cartilla y apuntaba mi fecha de nacimiento. Al darme la cartilla leí mi descripción: Sin raza determinada, de color: morena de pelo, clara de piel... Mi doctora me humillaba. Me disponía a ponerme las bragas cuando de repente me sorprendió. -¡Eh! ¡Donde vas! ¿te crees que te vas a ir sin pagarme?.-

Saqué de mi bolso el cheque de servicio de la compañía y se lo entregué. La veterinaria lo miró con desprecio y dándome un golpe en la muñeca, lo tiró al suelo.- ¿Me tomas el pelo? ¿Esto es lo que tienes?.-

Entonces Doña Úrsula pareció montar en cólera. Me cogió del pelo y me llevó hacia la mesa donde había estado al menos media hora subida -¡Te vas ea enterar! ¡Estoy harta de listillos que se van sin pagar! ¡Venga, Luna. Recuestate sobre la mesa! ¡Vamos!.-

Me quedé quieta sin saber que hacer, pero una bofetada me ayudó a comprender. La miré. Su expresión dura contrastaba con mi cara de miedo. Dio una fuerte palmada sobre el tablero y yo me senté sobre la mesa y luego, siguiendo la dirección de mi cabeza, que iba a parar lentamente sobre el tablero, bajo la fuerza de su mano que estiraba de mi pelo, me tumbé sobre la mesa, dejando caer mis piernas colgando.

-¡Ahí quieta, perra mala!.- Me dijo mientras la veía desprenderse de la falda y de las bragas. Luego se puso entre mis piernas. Ella tenía el sexo con los vellos recortados. No me había quitado la correa. Se me había olvidado y Ella no tuvo más que enganchármela para hacerme sentir apresada, humillada y abofeteada. Se desabrochó la camisa mientras restregaba su monte de Venus sobre mi raja, haciéndome sentir sus pelos recortados. No llevaba sujetador. Tenía unos pechos pequeños pero muy firmes. Llevaba puesta la bata blanca desabrochada y la camisa, de igual forma y comenzaba a rozarse contra mí.

La doctora se dio cuenta de que llevaba la cartilla en mi mano. Me la arrancó y me ordenó que pusiera los brazos por encima de los hombros, que agarrara la cadena, mientras colocaba la cartilla en mi boca.- ¡Una perrita buena sabe coger las cosas que le da su amo con la boca! ¿No?.-

Doña Úrsula no dejaba de frotarse. Movía su pelvis delante de mis pierna abiertas. Sentía su vientre en mi clítoris y su clítoris en mi raja. Se tiraba cada vez más sobre mí hasta que se tumbó en la mesa encima mía, colocando su sexo encima de mi muslo, que se humedeció con sus jugos. Yo aguantaba, excitándome de nuevo, pero sin pasar del calentón al que me obligaba el efecto del gel que mitigaba las sensaciones del cuerpo. Mordía la cartulina doblada que formaba mi cartilla, y mi mente disfrutaba con aquella morbosa situación y tuve un fugaz orgasmo mientras aquella mujer se comportaba como un animal macho que daba rienda suelta a sus instintos, golpeando incluso, su sexo contra mi muslo, mientras cerraba los ojos y se mordía los labios agarrándome fuertemente del pelo.

Me dejó salir al final, después de suplicarle durante un buen rato que se levantara y me dejara escapar, mientras ella me negaba ese derecho y besuqueaba mi cuerpo. Nos vestimos las dos sin decir nada. No me despedí de ella. Dí un portazo y miré el letrero que había en el descansillo de la escalera. Efectivamente. Había leído demasiado ligeramente. Sí, esa era la clínica donde trajimos al gato para curarle el asma, por eso mi madre la tenía apuntada en la agenda. No ponía clínica vegetariana, sino clínica veterinaria.

Miré la cartilla que me había regalado. En la tapa había escrito "LUNA". Incluso llevaba una chapita de serie adherida, para colgármela si me compraba un collar, con un número de serie. En el dorso de la cartilla había un calendario de visitas programadas. Doña Úrsula había escrito, debajo de la fecha del día en curso. "Próxima visita: 15 de Noviembre".

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