Lara (01: Atrapada por mi tía)
Una indiscreción me hizo ser chantajeada por mi primo y luego, castigada por mi tía.
LARA I .- Atrapada por mi tía.
Mi nombre es Lara. Soy una chica de la gran ciudad, con mundo, simpática y alegre. Desinhibida. Soy morena, de ojos oscuros, brillantes y vivos. Mi pelo es rizado y largo. Mis bucles caen por mis hombros y mi espalda. Tengo la cara redonda y una boca sensual. No os daré más detalles, no vaya a ser que alguien me reconozca. Peso 59 kilos y uso la talla cuarenta y dos de pantalones. Tengo el pecho mediano, bien puesto. Sin duda, lo que más me gusta de mi cuerpo es mi culito respingón. Tengo las piernas largas, como los brazos y el cuello, y tanto mis manos como mis pies son alargadas y elegantes.
Tengo 22 años. Muy poca experiencia sexual, por el momento, por que después de lo que me pasó este verano con mi primo Alfredito, pienso vivir la vida como viene, sin cortarme un pelo. No soy virgen y me he pegado algún restregón con alguna chica aprovechada a la salida de alguna fiesta en la que no sabía muy bien lo que hacía.
No mantengo ahora mismo relación con ningún chico, pero eso no quiere decir que no tenga una vida sexual, lo que ocurre es que yo misma me doy placer. Ese fue el origen de la vivencia que tuve en casa de mis tíos este verano en el pueblo, donde había ido a pasar las vacaciones. Mis tíos tienen varios hijos e hijas, pero uno de ellos, Alfredito, es el mayor de todos y ha cumplido dieciséis, El caso es que yo siempre lo había tenido por un niño y le tenía y le tengo mucho cariño.
Desde que llegué al pueblo, Alfredito no paraba de observarme. Ya os podéis imaginar que en verano, una va más ligera de ropa y escotada, y con minifaldas. Yo nunca había notado nada raro en Alfredito, pero ahora, tenía que espantarlo de mi lado, pues si le miraba a la cara, seguro que miraba donde no debía.
El caso es que un día, a la semana o así de llegar a casa, no podía aguantarme más y me metí en mi cuarto a la hora de la siesta. Siempre lo hago y cierro, pues me sobresalto si siento que alguien anda alrededor mía. Me quité la falda y también las bragas y me tumbé en la cama.
Tengo el monte de venus bastante depilado, Me gusta así, y en verano, con el bañador, más aún. Me decidí a masturbarme. Me puse a pensar en un jugador, ese jugador del Madrid que mete goles hasta con... Me parece tan guapo. Me abrí de piernas y comencé a acariciarme. Después de una semana, tenía tantas ganas. Manoseé mi crestita hasta que la sentí hincharse, al mismo tiempo que mis pezones, apresados dentro del sujetador. Uso sujetador en casa de mis tíos por que si no mi tío no me quita ojo, y mi tía se enfada.
Me desabroché la camisa y el broche trasero del sujetador, y me imaginé que mi amante me lamía el peón que suavemente estimulaba con la yema de mis dedos, mientras me dejaba acariciar el sexo por unos dedos que no eran otros que los míos. Para darle más veracidad a los fingidos lametones, me chupé el dedo y volví a acariciar mis pechos.
Mi excitación aumentaba. Como dice un amigo mío "como el puntillo que sabe darle uno...". Sentía el calor, la excitación dentro de mí, en mi vagina y me propuse ir a buscarla, hincando mis dedos en mi sexo, mientras recogía mis piernas. Estiré mi cuello y arqueé la espalda y empecé a sentir la proximidad de mi orgasmo, como me inundaba, como me iba invadiendo, hasta conseguir que empezara una lenta convulsión que me hacía sudar sobre la sábana blanca de mi cama.
De repente oí un estruendo. Me asusté. Me puse enderezada mientras miraba el origen del ruido, un armario de esos antiguos, gigantes, que había frente a mi cama. No me había acabado de correr mientras me levantaba y terminaba de abrir una puerta entreabierta. Me llevé una sorpresa al ver, debajo de la barra del armario y un montón de ropa caída,, a mi primo Alfredito.
-¿Qué haces aquí?-
- Nada ¿Y tú? ¿Qué estabas haciendo?.-
Me di cuenta de mi situación. Desnuda de ombligo para abajo, con la camisa abierta. No sabía como cubrirme. Crucé la camisa por delante de mi cuerpo y estiré de ella cuanto pude.
-¡Este es mi cuarto!.-
-Tranquila, Lara, que te van a oir.-
En ese momento escuché a mi tía preguntar si me pasaba algo -¡Nada tita! ¡Estaba cantando!.- Le dije.
No Podía hacer otra cosa. Si me chivaba de que Alfredito me miraba,, mis tíos se enfadarían. Sin duda les dirían a mis padres que yo era una provocona y además, para ellos sería un motivo de orgullo el que quedara demostrada la masculinidad de Alfredito, mientras que yo sería considerada una perdida, por masturbarme.
-Vamos a hacer una cosa, Alfredo. Te vas del cuarto y aquí no ha pasado nada.-
-¿Cómo? ¿Qué no ha pasado nada? ¡Estás equivocada! Yo me voy a chivar ahora mismo.-
Alfredo hizo un amago para salir del dormitorio. Sin duda se debió de dar cuenta de mi temor y pretendió sacar partido. -¡Espera Alfredito! ¡No te chives! ¿Qué quieres? ¿Dinero? ¡Yo te daré!.-
Mi primo se quedó pensativo y me miró. Miró los muslos que asomaban por el extremo de la camisa, depilados y me miró a la cara con un rictus de dureza. - Yo lo único que quiero es que lo hagas dónde yo te diga cómo yo te diga y cuándo yo te diga..-
-¿El qué, Alfredito?.-
-¡Pues eso que estabas haciendo! ¡Coño!.-
Asentí con la cabeza. Al fin y al cabo tampoco me pedía tanto. Seguro que mañana se le pasaba la calentura y se olvidaba del tema y sería un bonito secreto que ambos compartiríamos. -Hay otra condición...y es que yo tengo que verte.- me parecía lógico que me viera. Volví a aceptar con la cabeza, mirando al suelo, sin atreverme a mirarle a los ojos.
Mi primo es un joven al que le saco la cabeza, delgado de ojos negros y muy blanco de piel. No tiene aún casi barba aunque tiene una sombra de bigote que debería afeitar. Es listo y un poco tímido. Pero conmigo se le había pasado la timidez de golpe.
Alfredo salió orgulloso de la habitación, con cuidado de no ser descubierto por sus padres, pero a mí se me había cortado el rollo. Aún me sentía mojada. Me sequé con un pañuelito de papel y me puse las bragas y decidí tumbarme en la cama, aunque no pude dormir ya. Medité sobre lo ocurrido y llegué a la conclusión a la que ya había llegado. A la hora de la verdad, Alfredito no tendría huevos suficientes para pedírmelo.
Pero Alfredito si que tenía huevos. Al día siguiente, los dos íbamos a la piscina municipal. Yo no había notado nada en él, por que sí, estaba nervioso, pero siempre que se venía conmigo y yo llevaba esos pantalones vaqueros cortos y deshilachados, reciclados de unos viejos de pierna entera,, se ponía así de nervioso y de pesado. El caso es que cuando salí del vestuario, él me esperaba tendido en su toalla, en una de las más apartadas esquinas del recinto cubierto de cesped de la piscina. Me tumbé junto a él. Me puse a tomar el sol presintiendo que miraba mi cuerpo, mi vientre desnudo entre las dos partes del bikini. De repente pronunció mi nombree de una forma especial.
-¡Lara!.-
-¿Qué?.-
-¿Te acuerdas de nuestra conversación de ayer? ¿Eso que me prometiste?.-
Me hice la remolona en contestar, pero al final, al comprobar su silencio le contesté. Claro
-Ahora es un buen momento para que lo hagas.-
Aquello me dejó estupefacta, miré a un lado y otro de la piscina. Era temprano y había poca gente. No me atevía, pero Alfredito insistía en decírselo a mis tíos si no cumplía mi parte del trato. El sol calentaba mi piel. Cedí por no escucharle. Metí la mano disimuladamente entre mis piernas y dejé la mirada perdida buscando alguien que pudiera descubrirme en el horizonte. Alfredito me miraba, miraba el dorso de mi mano, que se insinuaba bajo la tela delantera de la parte baja del bikini y yo comencé a acariciarme despacio y sensualmente.
Tuve ganas de acariciarme los pezones, pero no estaba dispuesta a darle a la gente pistas sobre lo que hacía. Proseguí mientras un giro de Alfredito, que se colocó tumbado mirando hacia suelo, delató que estaba empalmado. Proseguí, despacio, sensualmente, embarcándome en consumar lo empezado sin dejar de mirar al horizonte, sintiendo el calor del sol ayudarme a olvidarme del entorno que me rodeaba, hasta arrancarme un fugaz orgasmo del que intenté reprimir sus manifestaciones externas más aparentes .
Alfredito no se daba la vuelta, y cuando lo ví correr y meterse de un golpe en el agua comprendí que se había corrido mientras me miraba. Me preguntaba por qué me dejaba dominar por semejante mocoso y no tenía motivos. No sé, era como un juego y me gustaba sentirme así, en manos de un mocoso.
Bién, yo pensaba que mi primo se asustaría de la experiencia, pero no fue así. Quedé con algunas amigas esa noche y cuando me recogía, Alfredito, que había estado haciendo tiempo en la plaza del pueblo mientras yo salía de la discoteca, se empeñó en acompañarme a nuestra casa. Yo estaba un poco animada y Alfredito me lo notó. AL llegar a la calle, divisamos a mi tía que nos esperaba seguramente preocupada. Me apoyé en Alfredo para disimular mi estado y entré en casa sin hablar demasiado, mientras mi tía intentaba adivinar si había bebido. En cualquier caso, debió pensar que no había bebido demasiado, por lo que después de prepararnos la cena, se acostó.
Después de cenar, Alfredito se quedó conmigo viendo la tele. Se percató de que sus padres dormían y me ordenó otra vez.- ¡Venga! ¡Hazlo para mí!.-
No me palnteé mandarle a paseo. No soquiera el hecho de llevar pantalones me contuvo. Obedecí dócil, deseosa de volver a hacerlo para él. Me levanté y me puse detrás de la puerta, empujándola con el culo, para evitar que mis tíos me pudieran sorprender y me bajé los pantalones.
A Alfredo se le pusieron los ojos como platos al ver mis braguitas color crema de delicados encajes. Yo me las había puesto por que la luz de la discoteca hacía que se trasparentaran, bajo mis blancos pantalones y eso me ponía un poco cachonda. Metí la mano de nuevo por debajo de la tela para alcanzar mi sexo. Alfredo se puso de pié y tiró de las bragas hacia abajo para volverse a sentar, justo frente a mí. Yo me lo hacía a tope. Me metía los dedos dentro, hincándomelos mientras me subía la camiseta y descolocaba el sostén para magrearme mis pechos. Echaba mi cabeza para atrás y a pesar de mi pequeña borrachera, me masturbaba.
En un momento, vi que Alfredito se desabrochaba la bragueta y se metía la mano, dejando asomar la cabeza de su pajarito, entre su puño apretado en torno a su pene. Estaba a punto de correrme cuando ví que él se estiraba de piernas y se subía la camiseta y de repente, se soltó el pene y se lo tapó con la palma de la mano mientras lo veía balancear sus caderas. Me dio mucho deseo de abrazarle. Me agradó excitarle hasta ese punto y me acerqué a el, y apartando la palma de su mano, comencé a acariciar su pene, hincando mis dedos hasta su escroto, mientras se vaciaba soltando su semen contra su propio vientre. Luego le besé breve pero tiernamente en la boca.
No me explicaba lo que había hecho. Si había algo que no deseaba era tener un rollo con el mocoso de mi primo y sin embargo, ahí estaba yo metiendo la pata. Subimos a nuestro cuarto respectivo. Alfredito me pidió un beso de despedida. Yo dudé. Sabía que no debía dárselo, pero se lo di.
A Alfredo le gusta mucho ir al campo. En realidad es un campo sobrio, en el que las tierras de labor se mezclan con olivares. Alfredito me preguntó -¿Te vienes?.- Era una mañana fresca. Me animé. No suelo pasear por el campo, pero presentía que debía de acompañar a Alfredo. Sabía que quería que le acompañara y me parecía saber para qué.
Y mientras caminábamos por la linde que separaba dos olivares, Alfredito me miró con esa cara de pillo sinvergüenza que empezaba a encantarme. Esperé que me lo dijera y no tardé en recibir la orden que con impaciencia esperaba.- ¡Vamos debajo de aquel olivo.-
Los dos nos colocamos junto al tronco. Alfredo me obligó a apoyarme sobre la rugosa corteza y me dio una orden tajante a la que no sabía como enfrentarme.-¡Pon las manos sobre la cabeza, pegadas al árbol!.-
Obedecí y dejé que se acercara a mí. Buscó mi boca. Yo al principio pretendí oponerme, pero me acordé de la sensación de su polla eyaculando en mi mano la noche anterior y sentí un cosquilleo en la nuca. Alfredito me besó con pasión, mientras levantaba mi falda y la remetía sobre sí misma, sosteniéndola en mi cintura y luego desabrochaba varios botones de la camisa. Hice ademán de desabrocharme los botones yo misma pero me interrumpió bruscamente .-¡Las manos arriba!.- Y me colocó las manos donde la tenía.
Estos gestos de dominio de mi machito me ponían cachondísima. Sentía que me mojaba toda y cuando Alfredo metió su mano entre las bragas y mi vientre y bajó hasta mi sexo seguro que se lo encontró húmedo.
Alfredo era inexperto. No lo hacía con cuidado, pero era valiente y me manoseaba con fuerza mientras con la otra mano magreaba mis pechos. Mi cuerpo se movía retorciéndose por el placer de sus bruscas caricias, y yo me contenía para no mover mis manos del tronco del olivo. Alfredito alternaba la ruda sensación de la palma de sus manos, con la humedad de sus labios sobre mis pechos, sus pellicos con sus bocaditos. Sus dedos se hundían en mi sexo y yo me corrí otra vez, dejando que las manos de Alfredito se embarduñaran de mis flujos.
Después de correrme, observé una manchita en el pantalón de Alfredo. Estaba a punto de reventar. A pesar de lo brusco que había sido me dio penita, por que me había dado placer, así que le invité a que se sacara el cipote del pantalón y cuando lo ví salir, chulo, desafiante, comencé a manosearlo suavemente con la palma de la mano mientras le agarraba los huevos con los dedos. Hinqué la muñeca en la parte trasera de la cabecita mientras le trasteaba el escroto y me acerqué a él para que mamara de mis pechos mientras me agarraba del culo. Lo sentí estallar. Sentí salpicar mi brazo de su semen caliente mientras su pene latía en mi mano. De repente sentí una nueva excitación cuando Alfredito colocó su cara en mi hombro y después de besuquearlo, me dio un fuerte mordisco que me dejó una marca. Me hizo daño, pero aguanté sin quejarme, mientras lo sentía correrse junto a mí.
Alfredo se vistió y yo hice lo propio, pero al subirme las bragas, me las pidió. Y yo se las dí, observando intrigada como se guardaba lo que decía ser un recuerdo mío, hecho un ovillo, en su bolsillo. Y así fui sin bragas por el campo hasta la casa. Le pedí mis bragas antes de entrar en el pueblo, pero me dijo que no me las devolvería, que quería tener un recuerdo mío.
Estas aventuras con Alfredito me hacían sentirme más cerca de él. Confieso que cuando estaba en la plaza con las amigas, lo buscaba entre su grupo de amigos, que se sentaban en los escalones de la escalera de la iglesia, y cuando lo encontraba, sentía una cierta excitación cuando me daba cuenta que tenía su mirada clavada en mí.
Después nos íbamos juntos para casa y disimuladamente, me metía mano cuando nadie pasaba por la calle. Yo le huía adelantándome un paso o echándome medio metro para el lado. -¡Pesado! ¡Déjame!.- El me perseguía y siempre, antes de llegar a casa, en una esquina de una calle poco transitada y poco vigilada por las vecinas cotillas, me besaba y me abrazaba, agarrándome con fuerza de las nalgas.
Una mañana entramos en el pajar de la casa, al que se accedía por una escalerita rústicamente fabricada que había en el patio trasero de la casa. Buscábamos los huevos que las gallinas dejaban todas las mañanas. Alfredito me miró fijamente. Yo ya sabía lo que me iba a pedir. No necesitó abrir la boca. Detrás de un montículo de paja había como un lecho escondido. Me tumbé sobre un saco y me bajé las bragas. Me subí la falda y comencé a acariciar mi clítoris. El estaba de pié delante de mí y enseguida dio muestras de la incomodidad que sufría su pene dentro de su bragueta. Me fijé como su bulto crecía y yo me acariciaba buscando complacer los deseos de mi cuerpo y los de mi primo.
Estaba ya muy excitada cuando de repente, sentimos que alguien subía por la escalera. A Alfredo se la cambió la cara y yo rápidamente me levanté y sacudí la paja. Mi tía subía. Me agaché para coger las bragas que encerré en mi puño. A los dos se nos salía el corazón por la boca. -¿Ah? ¿Estáis aquí?.- Me pareció que mi tía sospechó algo. Para colmo miró hacia mi puño cerrado.
Mi primo se puso detrás de su madre para que no descubriera el tamaño del bulto de su bragueta y la manchita que denotaba su excitación. Se encaminó hacia la escalera y me dejó con mi tía, que parecía buscar algún indicio de algo. Parecía que Alfredo huía. Yo noté mi cara enrojecer y no respiré tranquila hasta que mi tía se dio media vuelta y abandonó el pajar.
Me asusté mucho, así que me negué durante unos días a obedecer los requerimientos de Alfredo dentro de la casa, y fuera, me asustaba por cualquier cosa. Nunca llegaba a consumar mis masturbaciones y Alfredo se quedaba con una enorme calentura y mal humor. Ya sabía que no se chivaría. Pero si me lo pedía, le obedecía. No sé, me gustaba...pero la tensión de ser descubierta me ponía muy nerviosa.
Alfredo parecía que había estudiado mucho la situación y decidido el momento. Era domingo. La iglesia tiene tres puertas. El entraba por una de ellas para que sus padres lo vieran entrar, se colocaba detrás de ellos y luego, se salía disimuladamente por la otra. A mí me lo había dicho y lo sabía. Yo no voy a misa. Aproveché esa tarde para ducharme. Mi tío era muy maniático con las duchas y no me dejaba que me duchara mucho tiempo y a mi me fastidiaba, por que me gusta pasarme quince minutos bajo el agua caliente. Me dirigía confiada en toallita hacia el baño cuando al sentir que la puerta de la casa se abría pregunté quien era y sentí un alivio al saber que era Alfredo.
No tardé en darme cuenta que si le decía que me iba a duchar subiría, así que se lo dije y dejé la puerta del baño abierta, es decir, sin cerrojo. Me dí una ducha de un minutito y comencé a enjabonarme. No tardó en presentarse allí Alfredito. No dije nada, comencé a enjabonarme dándome unos masajes sensuales en los pechos y las nalgas, y el vientre mientras le miraba de reojo. Fingía tener más excitación de la que realmente estaba sintiendo y me enjabonaba las partes más atractivas de mi cuerpo innecesariamente mientras él aguantaba su excitación.
Alfredo dio un paso al frente y comenzó a manosearme los pechos. Me pidió entonces que me masturbara. Yo coloqué mi mano delante de mi sexo para hincar mis dedos dentro de mí pero Alfredo tenía otras intenciosnes. -¡No! ¡Halo desde detrás!.-
Coloqué mi mano en mi trasero y pasándola por debajo de mis nalgas llenas de jabón alcancé mi rajita. Comencé a hurgarme mientras sentía como Alfredo colocaba la palma de su mano en mi sexo y apretaba con sus dedos, que los sentía entre mis labios y mi clítoris. La punta de su dedo corazón se hundía dentro de mí, junto a mis dedos, que lo hacían más profundamente.
De nada sirvió que cruzara los brazos delante de mi cuerpo desnudo. De nada sirvió que corriera la cortinita de la ducha no que Alfredo saliera de la ducha pitando. Mi tía estaba allí, delante de nosotros, con sus ojos de color marrón claros, gatunos, su pelo negro azabache y un rictus de severidad que me hacían sentir culpable, avergonzarme. Cerró la puerta con un portazo que hizo temblar el espejo del bajo. Me enjaboné deprisa y corriendo y me aclaré el jabón. No deseaba salir jamás de aquel cuarto...hasta que mi tía entró.
Abrió la puerta de golpe. No le paró mi desnudez. Ni siquiera se fijó en ella. -¡Puta! ¡Soliviantando a mi hijo! ¡Mas que puta!.-
Mi tía es una mujer de cerca de cuarenta años, con algunas patas de gallo y algo más baja que yo. Es una mujer madura, aunque no dejada. Sigue manteniendo la armonía de sus formas. Es ancha aunque no corpulenta, de pechos y caderas desarrolladas, aunque no culona ni pechugona. Algo de piel de naranja en las nalgas tal vez, pero nada de pistoleras. En fín, para sus treinta y ocho años, muy bien.
Alfredo miraba desde el marco de la puerta. Tenía marcados cinco dedos en la cara. ¡Menudo guantazo debió de darle mi tía!. Se fue mirando hacia abajo. Me había echado la culpa de todo. ¡Seguro! Mientras mi tía proseguía echándome una bronca.
-¿Crees que puedes hacer esto? ¿Qué pasa? ¡Estás caliente! ¿No? ¡Te gusta que te masturben! ¿Eh? ¡Ya te daré yo! ¡Desde mañana a trabajar! ¡Guarra!.-
Y dicho esto, movió su mano desde abajo hacia mí, estampándomela contra mi sexo. Me sobresalté por que no me lo esperaba, y sentí dolor. Mi tía mantuvo su mano unos instantes sobre mi sexo. Yo estaba quieta, humillada y asustada. Sentía su mano apretar contra mí, colocando entre sus dedos cada uno de mis labios y mi clítoris. Fueron apenas tres segundos en los que no me atrevía a mirarla aunque notaba que me miraba fijamente y adivinaba una expresión de furia contenida en su cara. De repente dobló las falanges de sus dedos y dí un respingo al notar la yema de sus dedos dentro de mí, tras lo cual, giró su muñeca bruscamente, arrancándome un gemido de dolor, a pesar de lo cruel, mis pezones se irguieron y noté renacer el deseo por el sexo dentro de mí.
Mi tía se apartó y se retiró con paso firme, llevándose tras ella la toalla y sin molestarse en cerrar la puerta, lo que me obligó a ir rápidamente y desnuda completamente hasta mi cuarto. Estaba asustada. No se me ocurría como salir de aquella situación. Esa tarde, mis amigas me notaron trastornada y Alfredito no me esperó para acompañarme hasta casa.
A la mañana siguiente. Sentí entrar a mi tía a las ocho de la mañana. -¡Venga! ¡Arriba! ¡Ya es hora de dejar de zorrear!.-
Me levanté mientras mi tía se apoyaba en el marco de la puerta. Sentí un poco de pudor al quitarme el camisón. Ella me miraba de arriba abajo. Presentía que su mirada se dirigía a mis pechos mientras me colocaba el sostén y a mi sexo mientras me colocaba la falda. Desayuné y nada más acabar, mi tía me tendió la escoba. -¡A barrer toda la casa.-
Barrí, fregué, limpié el polvo e hice la compra, limpié los servicios, la ducha, los inodoros. Durante la comida, ninguno de los tres abrimos la boca. Mi tío no estaba. Comía fuera. Luego me tocó hacer el café, mientras mi tía, como había hecho toda la mañana, se sentaba en una silla para mirarme. Puse la lavadora, tras tender la ropa del último lavado y recogí la ropa que había tendida y la planché. Todo lo hacía vigilada de cerca por mi tía
Eran las cinco. Alfredito se iba a pasear. No podía ir a la piscina por que estaba castigado. Mi tía me ordenó que fregara los platos. Me puse los guantes y comencé. Al ratito mi tía se colocó a mi lado. La sentí poner su mano sobre mi nalga.- ¡A ver! ¡Levas mucho tiempo sin pajearte! ¿No?.-
Me fue subiendo poco a poco la falda mientras me decía cosas al oído. Yo no me atrevía a mirarla ni decir nada. Aquello era totalmente nuevo para mí. No podía ni imaginar que una mujer me pusiera la mano encima. Mi tía no era exactamente de mi sangre, pues en realidad, mi padre y mi tío son hermanos, pero era de mi familia al fin y al cabo. -¿Quieres que te caliente yo? ¿Te lo hago yo?.-
La voz de mi tía se volvía insinuante, cálida, sensual. Sentía el calor de la palma de su mano en mis nalgas. Me dio un par de azotes que me sobresaltaron -¡Lava con más alegría!¡Leche!.-
Sus dedos manipularon el borde de mis bragas en mis nalgas y lo retiraron. Sentí un pellizco mientras lavaba los platos sin plantearme parar para vivir el momento. Sentí uno de sus dedos adentrarse dentro de mis bragas, siguiendo el curso de la suave piel de mis nalgas, hasta sentir que uno de sus dedos rozaban casi mi ano. Mi respiración se aceleraba. No sabía si sentía miedo, excitación o qué. Mis pezones se erguían y notaba que los pelos de mis brazos se ponían de punta.
Después la mano bajó por mis nalgas hasta mis muslos. Mi tía cogió un abundante mechón de mi pelo con fuerza y tiró de él hacia detrás, haciendo que mi cuello cediera ligeramente mientras me dirigía la palabra con una frase que pronunciaba casi con furia -¡Separa las piernas! ¡Puta!.-
Separé las piernas. Deje de fregar los platos, hundiendo cada brazo en cada una de las partes del fregadero cuando noté cómo los dedos de mi tía se me introducían en el sexo. La presencia de aquella mano por detrás hacía que las bragas se descolocaran de su sitio. Me apretaban el clítoris. Mi espalda se arqueaba por la presión con que mi tía estiraba de mi pelo hacia ella. Sentí como ella se colocaba detrás de mí y la sensación áspera de su falda pegada a mis nalgas. -¡Era así, desde detrás como te lo estabas haciendo ayer! ¿verdad?.-
Pensé en los dedos de la mano de mi tía, largos y regordetes, con las uñas ligeramente largas, siempre pintadas de rojo. Se me introducían profundamente, haciendo que mi vagina los humedeciera. Mis pezones explotaban en el centro de mis pechos. Mi vientre sentía la proximidad de mi orgasmo cuando mi tía comenzó a agitar sus dedos dentro de mí, a un lado y otro, de dentro a afuera, girándolos un cuarto de vuelta a cada vez, como si apretara un tornillo.
Chillé y ya no pude dejar de chillar mientras me estuvo metiendo sus dedos, hasta que no dejé de correrme. Mi tía alisó mi pelo, creo que con cariño. Se separó de mí y no se molestó ni en colocarse bien las bragas. -¡escandalosa!- Me dijo mientras yo la miraba de reojo como se daba la vuelta y se separaba de mí mientras se alisaba la falda.
Me fui a poner bien las bragas y a bajar la falda, pero sentí un azote antes de conseguir ninguna de las dos cosas. -¡Sigue lavando los platos! ¡Leches!.- Me dijo mientras se colocaba delante de mí con una cerveza recién abierta de la que bebía sin baso ni nada. Y yo me ponía de nuevo cachonda sintiendo su mirada clavarse en mis nalgas medio desnudas.
Hablé por teléfono con casa, esperando disimular mi estado. Le dije a mamá que quería volver a casa, que el pueblo era muy aburrido. Mi madre estaba un poco sorprendida. Me dijo que bueno, pero que esperara un par de días para no irme así, de golpe. Era, decía, por que no fueran a creer mis tíos que estaba enfadada. Creo que la engañé.
A la mañana siguiente, mi tía se presentó en el dormitorio. Eran las ocho. Estaba en bata. La casa estaba a oscuras. Miré al despertador. Era muy temprano. Sentí en la calle el coche de mi tío que arrancaba. -¡Venga, vaga! ¡Despierta!.-
Mi tía se sentó en el borde de la cama. Anoche nos llamó tu madre...que te tienes que ir ¿no? ¡No te creas que te vas a librar tan fácilmente de tu castigo!.- Me dijo destapándome de golpe.
Yo dormía en bragas, por que era verano. Me dí la vuelta hacia el otro lado, para disimular mi desnudez.-¡Vaya, vaya! ¡Si la zorrita caliente está medio desnuda! ¿Es que estabas esperando que viniera alguien a hacerte una paja?.-
Mi tía me cogió los brazos y tiró de ellos hacia arriba. Yo estaba medio dormida y lo que menos deseaba era masturbarme ni que me masturbaran, pero tampoco estaba dispuesta a pelear con mi tía, que llevó mis manos hasta los barrotes del cabecero de la cama. -¡Las manos ahí, agarrando los barrotes! ¡Y no se te ocurra soltarlos!.-
Me agarré a los barrotes mientras ella me tomaba de las caderas y me obligaba a tenderme de cara al techo. Me manoseó los pechos tiernamente y después comenzó a pasar su lengua sobre la aureola de mis pezones sin que yo pudiera reprimir una frase que se me escapaba de los labios -¡Amor!.
Mi tía, al oirme decir eso, mordió la punta de los pezones con sus labios y me tiró de ellos con fuerza, haciendo que la punta de mi pecho ardiera. Cuando el pezón volvió a su sitio, había crecido más que considerablemente. -¡No me llames amor! ¡Zorra! ¡Eres más zorra que tu madre, que se casó con tu padre por su dinero!.-
Me dolía oir eso. Jamás nadie me había reprochado nada en ese sentido. Mi tía siguió lamiendo la punta de los pezones que asomaban entre los dedos de su mano que apretaba mi pecho, conteniéndolo en forma de copa, mientras la otras mano se deslizaba por mi vientre, buscando el calor de mi entrepierna.
Mi tía metió su mano entre mis bragas y mi vientre y hundió su mano dentro de mis bragas hasta alcanzar mi clítoris con la yema de sus dedos. Por la ventana entraba la fría brisa del amanecer y el canto de los mirlos mientras la boca de mi tía abandonaba mis pechos y hacía sentir sobre mi boca sus carnosos y secos labios que pronto se humedecieron por la saliva de nuestras lenguas entrelazadas.
Me besaba mientras acariciaba mi clítoris con suavidad. Yo me abandonaba a ella, sin olvidar que debía en todo momento agarrar ambas manos a los barrotes del cabecero. Su lengua comenzó a moverse rítmicamente dentro de mi boca, metiéndola y sacándola como si fuera un pequeño pene. Pronto ese mismo ritmo se contagiaba a la mano que acariciaba mi pecho, moviendo sus dedos en sentido circular, con mi pezón preso entre ambos. Finalmente, el ritmo se contagió a la mano que me acariciaba el sexo, y que parecía haberse percatado de mi humedad, por que poco a poco abandonaba mi clítoris, que era estimulado con la parte de la palma de su mano que está junto a la muñeca, y se entretenía de ir introduciéndose poco a poco en mi sexo, despacio, y sumando uno a uno los dedos que me penetraban hasta tres.
Mi tía movía sus dedos como si mi sexo fuera un tarro enorme de crema de untar. Giraba la muñeca y se afanaba por profundizar dentro de mí, y sí, se llevaba, en lugar de crema, mis fluidos que generosamente le dispensaba cada vez que me encontraba con la sensación de sus dedos profundizándome.
Estaba a punto de correrme. Empecé a contraerme ligeramente, a gemir discretamente. Mi tía debió de acordarse de lo ruidosamente que me había corrido la tarde anterior, así que tapó mi boca con su mano, e introdujo un dedo dentro que yo lamía, chupeteaba y succionaba mientras me corría.
Mi tía me besó en la frente tras masturbarme. Yo la miré dócil, aún con las manos pegadas al cabecero de la mano. Mientras abandonaba la habitación me dijo -¡Lo hiciste con el hijo y la madre se enteró...lo has hecho con la madre y el niño ni se ha enterado...Ya sabrás tú lo que te conviene!.- Y se fue a dormir.
Esa mañana trabajé sin parar como el día anterior. Mi tía me vigilaba de cerca. No me podía parar, pues si lo hacía,, recibía un tremendo azote en el culo. A mi esos azotes me hacían sentirme humillada, pero he de confesar que no me ofendían. Al revés, deseaba en el fondo recibir las atenciones de mi tía, aunque fuera de una forma tan dolorosa. Después de comer, Alfredito le pidió a mi tía dinero para la piscina. Mi tía se lo dio. Luego me miró de reojo y me preguntó si yo vendría con el a la piscina. Era una indirecta para que mi tía me levantara el castigo.
-¡Claro! ¡Y así os despedís! ¡Delante de todo el mundo dándose el filetazo! ¡No!.- Dijo mi tía golpeando sonoramente la mesa con la palma abierta de la mano. Si había golpeado mi trasero con aquella fuerza, no me extraña que sintiera aquel dolor.
Alfredito se marchó a la piscina. Yo me quedé lavando los platos y acabando de limpiar la cocina. Cuando acabé, se presentó mi tía. Me cogió del brazo con fuerza y me llevó a la fuerza hacia el baño del piso superior. No me oponía pero no me dejaba llevar con facilidad. -¿No tienes gana de baño? ¡Vamos! ¡Me vas a explicar cómo te duchabas el otro día!.-
Mi tía me llevó al baño y comenzó a desnudarme apresuradamente, como si estuviera nerviosa, casi de manera agresiva. Entonces decidí cooperar, por que veía que me arrancaba la ropa. Me sacaba el niki del cuerpo cuando ella tiró hacia arriba, sacándolo de un tirón, haciéndome sentir el calor del roce del borde en las orejas y despeinándome. Luego me desabroché el sostén y ella terminó de arrancármelo de los brazos. Me bajaba la falda y ella ya echaba mano a mis bragas, con sus dedos fuertes y de tacto áspero por el efecto de la lejía, saliendo detrás de mi falda, desnudándome casi por completo. Me deshice de mis zapatos sacudiéndomelos, sin desatarme los cordones, mientras ella ya me empujaba a la bañera.
Mi tía tenia la cara descompuesta por una rabia que yo no había desatado. Me colocó debajo de la ducha y comencé a sentir el agua caer de repente en mi cabeza. El frío me hizo dar un respingo y chillar. Luego, esperé estoicamente a que se pusiera templada. Mi tía me apartó del chorro de agua y puso en mi coronilla un poco de champú y comenzó a enjabonarme. Yo me dejaba enjabonar. Mantenía las manos pegadas a los muslos mientras me manoseaba la cabeza, lo que me sumió casi en un sopor, que se prolongó mientras me enjabonaba la espalda. Pero luego, cada vez sus manoseos eran más comprometedores.
De cualquier manera, nada podía hacer. Aguanté mi excitación mientras enjabonaba mis nalgas y los muslos. Me pidió que levantara los pies y los puse sobre el borde de la bañera, alternativamente, para que me los frotara, y luego las pantorrillas y los muslos. Noté su muñeca entre mis piernas,, en mi sexo, y luego en mi vientre y luego rozar suavemente mi raja. Después, sentí su mano entre mis nalgas, frotando mi ano con decisión, produciéndome un cosquilleo que me llegaba hasta el clítoris, que no tardó en ser enjabonado.
Mi tía me colocó de nuevo encima del chorrito, pero cogió el mango del teléfono y comenzó a hacerme sentir su sensual presión en mi cuello y dentro de la oreja, y luego lo colocó de manera que me daba en toda la cara. Lo sentía cálido. Quería atrapar aquel chorrito de agua y abrí la boca para beberlo. Mi tía me lo acercó y me hizo sentir la presión de las gotas sobre los labios y los dientes. Y luego en el cuello y las clavículas. Aquella sensación sensual me hacía mover la cabeza a un lado y otro, buscando que el placer que me proporcionara fuera máximo.
Mi tía acercó el chorrito hasta mis pezones, que por la humedad y la presión se pusieron tiesos y duros. Acercaba el chorrito tanto a mí que veía como se hundía ligeramente cuando el agua impactaba. Luego bajó el chorrito por mi vientre y luego, cuando creí que me iba a rociar el clitoris, me dio media vuelta y me tomó la planta de uno de los pies, y me hizo una sesión de cosquillitas chinas, haciéndome sentir el chorrito entre mis deditos y en la planta de los pies. De pronto me ordenó -¡Sepárate los cachetes!.-
Me daba mucha vergüenza que mi tía me viera el agujero del culo, y me hice la sorda, pero recbí a cambio un sonoro azote que me curó de la sordera. Me separé las nalgas y empecé a sentir el chorrito directamente en el ano, y cómo se deslizaba el agua por mis muslos. Aquello me producía de nuevo un excitante cosquilleo, que aumentó cuando al bajar mi tía un poco la dirección del chorrito, impactó directamente en mi coñito enjabonado.
-¡Date la vuelta y sostén esto así!.- Me dijo mientras me ponía el chorrito apuntando directamente al clítoris, que se intentaba ocultar entre los labios, ayudado por mí, que me echaba un poco hacia detrás. Mi tía fue a un armarito de donde sacó un bote de desodorante, de esos de stick, pero con una forma estilizada, pues era ligeramente ovalado por la base y se estrechaba un poco por la mitad de su altura. El bote acababa en una capucha que tenía la forma de la punta de un huevo. Vi que mi tía apretaba la capucha y veía hacia mí.
-Mira lo que tengo para ti. Vas a ver que bien te lo hago con esto.- Mi tía entonces se remangó la blusa y se acercó a mí después de descalzarse y meterse en la bañera conmigo. Se agachó y extendió el brazo mientras yo seguía proporcionándome aquel placer que comenzaba a ser insoportable, pues las cosquillitas que me hacía sentir el agua en mi clítoris iban en aumento y se propagaban a ambos lados de los muslos. Mi tía llevaba el stick en la mano y lo colocó entre mis piernas.
Me mordí los labios al sentir la punta en forma de huevo entre las piernas. Abrí bien las piernas y me decidí a pasar el momento lo mejor que podía. Mi tía presionaba hacia arriba y yo me puse de puntillas, pero no podía flotar, así que al final, mi vagina empezó a hacer sitio a aquel extraño objeto dentro de mí y lo sentía ganarse una posición, centímetro a centímetro.
Mi tía mantuvo aquello dentro de mí unos instantes. Me sentía doblemente excitada por el objeto que me penetraba y el chorrito en mi clítoris. Mi tía me acercó a ella. Casi me puso de medio lado y me agarró del muslo con la otra mano, la que no sostenía el stick. En ese momento comenzó a menear el bote dentro de mí suavemente, lentamente pero con decisión y metiéndolo y sacándolo casi entero. Mientras, su otra mano me apretaba la nalga, pero iba más allá. Sentí la yema de un dedo incrustarse en mi ano. Más aún, lo sentía disimuladamente adentrarse ligeramente, rebasar poco a poco mi esfinter, ayudado por la resbaladiza espuma que aún me quedaba.
Así comencé a correrme. Mi cuerpo empezó a sentir vibraciones, convulsiones que no sabía muy bien de donde procedían. Me venían de la vagina y acabé pensando que procedían del clítoris, o del ano. Llegué a sentir que era el pecho el origen de todo, pues no había dejado de manoseármelo desde que noté la yema de su dedo entre mis nalgas. Era un orgasmo larguísimo. Doblaba poco a poco las rodillas, pero mi tía me obligaba a levantarme de nuevo, metiéndome aquello tan profundamente como era capaz. Pasaba de chillidos a gemidos y de gemidos a chillidos hasta que finalmente me faltaron las fuerzas de las piernas y me fui escurriendo hasta que mi cara quedó frente a la de mi tía, a la que acaricié tiernamente y le entregué el más dulce beso que jamás pensé que sería capaz de dar.
Mi tia me sacó de la bañera con decisión. Salimos las dos cogidas de la mano y entonces hio lo que menos esperaba. Se desabrochó la falda y se bajó las bragas. Contemplé en silencio un cuerpo maduro pero cuidado y bien hecho. Era como os la describí antes. Los efectos de la edad me la hacían ver más hermosa. Se sentó en el retrete, con la tapa cerrada y las piernas abiertas, mostrándome una inmensa mata de pelo y en su parte de abajo, su sexo.
Su sexo húmedo, que me olía a especias orientales cuando me puse de rodillas frente a ella y acerqué mi cara. Lo lamí con decisión , con dulzura y cariño, mientras ella, que me cogía del pelo, guiaba mi cabeza con fuerza, decidida a que yo le proporcionara siquiera la cuarta parte del placer que ella me había hecho sentir. Estuve entre sus piernas, probando sus flujos amorosos hasta que me soltó, una vez que se hubo servido de mí para sentir plenamente el goce sexual.
-¡Ahora, si quieres, puedes hacer las maletas!.- Me dijo una vez que se hubo terminado de vestir, mientras yo me secaba envuelta en la toalla. -¡Mañana te vas!-
Me sentí apenada, humillada doblemente pues después del castigo de limpiar toda la casa, de ser utilizada sexualmente por ella, me despedía como a una perra. ¡Mañana te vas!. Comencé a hacer la maleta. Recogí mis cosas y al llegar al cuarto de baño, recogí mis cosas. Abrí el armario. Allí estaba aquel stick de desodorante, Lo pensé un poco. Me lo guardé para traérmelo a casa. Sería un recuerdo de mi tía, o tal vez algo más.
Por la noche mi tío preguntó si me iba. Entendí que mi tía le había dicho que tenía que volver a casa a estudiar. Le seguí la coriente. Los varones de la casa se acostaron. Mi tía y yo nos quedamos viendo una película muy romántica. Mi tía no se dignaba a hablarme. Yo estaba apenada por la dureza de su actitud, la miré detenidamente. Era tan guapa. Me puse detrás de ella, y me subí la falda hasta alcanzar el borde de mis bragas, que saqué de mi cuerpo para tirarlas sobre el regazo de la falda de mi tía y me tumbé en el sofá.
Miré como mi tía se levantaba y me miraba detenidamente. Cerró al luz de la habitación y la televisión creó una penumbra excitante. Cerré los ojos y dejé que mi tía hiciera conmigo aquella noche lo que quisiera.