Lanzarote III
MI chica sospecha pero yo no puedo dejar de pensar en ella... Hanna es quien habita mis sueños inconfesables y no puedo sacarla de allí.
Cuando Elisa regresó de correr yo ya estaba en la ducha; el sabor a pecado se había impregnado en mi piel y tenía la necesidad de borrarlo antes de volver a estar frente a ella. Las cálidas gotas de agua resbalaban por mi cuerpo desnudo y los sentimientos encontrados se amontonaban; me sentía culpable por la traición, había sido infiel a Elisa y eso me hacía sentir mal, pero, por otro lado, aún mantenía demasiado reciente el maravilloso recuerdo de Hanna; sus besos, sus caricias, sus gemidos… un instante único que había quedado anclado para siempre en mi memoria.
Elisa llegó jadeando y se metió en la ducha conmigo, enseguida se acercó buscando mis besos y arrumacos, pero yo no podía… me excusé, le dije que era tarde y aún me tenía que depilar, y la deje sola con sus ganas enjabonándose. Me sentía culpable, no podía estar con ella, creía que cuando la besara mi cuerpo me delataría, no me creía capaz de hacerle el amor, no después de haberlo hecho con Hanna.
Esa mañana volvimos a nuestra playa. A pesar de que había varias parejas, no tuve reparos en volver a desnudarme; con el paso de los días, iba perdiendo la vergüenza y al final, se convertía en algo que salía de forma natural. Durante la mañana, Elisa se acercó en un par de ocasiones y volví a excusarme, «siempre le ha puesto que la gente la pueda ver, pero a mí me corta muchísimo » . Al final, terminó de morros y con las ganas a flor de piel.
— ¿Nos ponemos la toalla por encima y nos hacemos cariñitos?
— Tú estás loca si piensas que voy a hacer nada habiendo gente.
—Jolín... me tienes muy abandonada.
—Cuanto más fuerzas la situación menos me pone, ya sabes que me gusta que surja.
—Voy a tener que buscarme una amante…
—Ya sabes que no soy celosa.
Me encontraba sobre la arena, disfrutaba de la embriagadora sensación de libertad que me provoca la desnudez al aire libre. Escuche a una de las parejas que se encontraban a unos metros hablar en inglés y comencé a recordar lo vivido por la mañana… tenía impregnado su aroma y recuerdo, y a pesar de que Elisa no paraba de hablar, yo no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera en mi dulce mamá inglesa y en las ganas que tenía de volver a sentirla entre mis piernas.
Reconozco que me había sorprendido a mí misma de haberme comportado como lo había hecho; yo no soy así, jamás le hubiera contado nada a su marido, no lo hubiera hecho porque me sentía identificada plenamente con ella, con ella, y como el infierno que debía de estar pasando al lado de ese orangután. Por un lado, mi actitud me avergonzaba; casi la había forzado y eso era algo de lo que no podía estar orgullosa, pero por el otro lado, si no hubiera sido así, nada de lo vivido en el presente y en el futuro hubiera sucedido, por eso, el fondo de mi corazón no albergaba arrepentimiento alguno.
¿Habrá alguna fuerza más fuerte que la atracción del deseo? Quizás si… quizás sea el miedo, quizás el amor, quizás exista una fuerza similar que le haga sombra en el universo, pero hay una cosa que tengo clara: cuando el deseo te atrapa, cuando la necesidad por la otra persona se vuelve enfermiza; es difícil dominarte y muy complicado volver a ser tú; de la noche a la mañana, pasas a ser prisionera de tus recuerdos, esclava de tus anhelos y una sierva de la necesidad. En ese instante, mis pensamientos tan solo se centraban en ella, en la próxima vez que iba a volver a ser mía, la próxima vez que iba a volver a pecar.
Durante el camino Elisa vino de morros; no está acostumbrada a tantas calabazas y eso la ponía de mal humor. Al llegar a la piscina no dijo nada y se puso a jugar su partido de vóley mientras yo me acomodaba en la hamaca. Antes había localizado el lugar donde estaban Hanna y su familia y, nos instalamos lo más cerca posible. Me quité la parte de arriba del bikini y dejé mis pequeños senos que ya empezaban a broncease al aire.
Estaba jugando con uno de sus hijos y debió sentir que la observaba, noté en su expresión un halo de nerviosismo. Mi mirada la intimidaba, pero, de vez en cuando, ella también echaba un vistazo con disimulo hacía mi posición.
Llegaron los animadores para llevarse a los peques a los juegos infantiles y decidí darme un baño en la piscina que quedaba libre. Pasé al lado de Hanna y su cuñada y las saludé cordialmente, ellas devolvieron el saludo pero noté como ella se ruborizaba. Me metí en la piscina para darme un baño refrescante y a los pocos minutos me siguió... me situé en el borde y ella se situó a mi lado. Tener su cuerpo tan cerca hizo que se me acelerara el pulso y tuviera que reprimir las ganas de besarla. Entonces, comenzó a hablar conmigo como si de una amiga se tratara.
—No puede pasar más… —utilizó el inglés en esta ocasión.
No contesté, tan solo acerqué mi mano bajo el agua y mis dedos se entrelazaron con los suyos.
—No puedo seguir haciendo esto… si se lo vas a contar a mi marido puedes hacerlo, no puedo seguir engañándole con otra mujer, no soy así.
—No lo iba a contar… ni ahora, ni antes.
—Déjame, por favor —en su rostro se adivinaba la firme determinación de un pensamiento meditado aderezado con un aura de tristeza.
Poco a poco su mano se separó dejando tras de sí una caricia. Salió del agua y desapareció. Me quedé con un sentimiento extraño, una sensación de vació se adueñó de mí; el oscuro objeto de mi deseo se marchaba y quizás no volviera a ser mío nunca más. Por un lado, la tristeza se adueñaba de mi ánimo, pero por el otro, sentí el alivio de no tener que caer de nuevo en odioso juego del engaño.
Las vacaciones continuaron sin pena ni gloria. Después de salir de la piscina no volví a verla, al día siguiente, fuimos de visita al Parque Nacional de Timanfaya y tampoco coincidimos. De alguna manera, no estar cerca de Hanna mejoraba la horrible sensación de no poder tenerla, eso ayudaba también en mi relación con Elisa, que ya había comenzado a sentirse desplazada.
La visita nos encantó… los paisajes volcánicos del parque nos despertaron sensaciones únicas. Son agrestes, enigmáticos, misteriosos… Te atrapan en una conexión íntima difícil de explicar. Me imagino que estar en Timanfaya es lo más parecido a estar en la Luna. Conocimos también Las Montañas del Fuego en un recorrido guiado en autobús, desde la ventana se podía ver un horizonte salpicado de conos volcánicos, campos de lava y rocas de formas caprichosas… Un conjunto en la que se mezclan las tonalidades rojas y naranjas con los ocres, pardos y negros. Al finalizar el día, hicimos una excursión en camellos que nos provocó momentos de risa y miedo por igual. Había sido un día genial, una excursión en la que estuve más cerca que nunca de Elisa y que por unas horas me hizo recordar los primeros años de relación.
A menudo me pregunto: ¿Cuál es el motivo? ¿Cuál es la causa por la cual dejamos de sentir las mariposas y nos topamos de repente con la monotonía? ¿Qué fuerza natural hace que lo que antes era necesidad y deseo por la otra persona, se convierta en fastidio y aburrimiento? Echaba mucho de menos sentir lo que sentía hace años por Elisa, en cierto modo, tenía envidia sana por ella; por su forma de querer, sentir, desear… Cuando amamos con toda el alma, no hay término medio, disfrutamos hasta el infinito del amor, pero también, y con la misma intensidad, lo sufrimos.
Después de cenar decidimos quedarnos a tomar unos mojitos en el hotel; estábamos cansadas por la excursión y teníamos ganas de una noche relajada. Hacía fresco en la terraza y entramos dentro del salón ya que las dos llevábamos vestidos que dejaban poco a la imaginación. A los pocos minutos, apareció un chico de unos treinta y cinco años y se puso a hablar con Elisa. Por lo que entendí de su español con acento francés, el chico se dedicaba a correr carreras extremas luego me enteré que se llamaban Iron Man— y estaba en la isla para entrenar una carrera de ese tipo que iba a celebrarse en el desierto de Marruecos. Por lo visto, había coincidido con Elisa alguna mañana y ahora hablaban animadamente de sus entrenamientos, dietas y sensaciones.
Ellos charlaban pero mi mente estaba en otro sitio… me descubrí oteando la zona de la chiqui-disco, estaba a punto de comenzar; Las madres y los padres, se acomodaban alrededor del escenario con los móviles en la mano, esperaban ilusionados ver a sus hijos bailar las canciones infantiles que tantas veces hemos escuchado. Por más que la busqué, no pude encontrarla; llegué a pensar que quizás ya se hubieran marchado. Era una posibilidad difícil porque llevaban muy pocos días, pero era una posibilidad real.
En la chiqui-disco sonaba la canción “Soy una taza” cuando apareció con sus dos pequeños colgados uno a cada mano. Llegaban tarde y estos tiraban con fuerza de ella con dirección al escenario. Hanna iba demasiado preocupada por llegar lo antes posible y no se percató de que estábamos en una de las mesas. Tampoco se percató Elisa que estaba en su salsa hablando.
La observé pasar y de nuevo los fantasmas vinieron a mi encuentro… ¡Esa noche estaba espectacular! Llevaba un vestido corto blanco con escote en uve, manga larga de farol con trasparencias y encajes, cintura imperio con corte ajustado por debajo del pecho que realzaba aún más su silueta. También calzaba sandalias en cuña y lazo anudado al tobillo que le daban a las piernas una imagen de infarto. Desde que la vi aparecer, no pude apartar mis ojos de su imagen, no pude dejar de desearla.
Mientras, Elisa seguía hablando con Remi —que así se llamaba— Estaba fascinada, por lo visto el chico había participado en los últimos Juegos Olímpicos y no todos los días tenía la posibilidad de hablar con un deportista de élite. Yo estaba allí, asentía y parecía atender, mi cuerpo se encontraba en aquella mesa con mi chica y su nuevo amigo, y, sin embargo, mi mente y mi espíritu se encontraban a cincuenta metros de allí, concretamente en el espacio-tiempo que ocupaba Hanna frente al escenario. Ella grababa con el móvil los bailes de sus hijos y en ningún momento se percató de nuestra presencia. Sentí una pequeña punzada de celos al ver que varios padres no le quitaban el ojo de encima; estaban más pendientes del objeto de mi deseo que de sus propios hijos.
Mientras bailaban una de las canciones de Teresa Rabal el hijo pequeño tropezó y cayó, acto seguido se puso a llorar desconsoladamente, su madre acudió a su encuentro y lo acogió entre sus brazos con una ternura infinita. Sus manos lo rodearon y lo acurrucó contra su pecho, fue en ese instante cuando volvió a visitarme el momento en el que esa mujer maternal, dulce y sensual había sido mía.
Después del correspondiente momento “mimos”, el crio volvió a salir a la pista de baile como si nada. Cuando su madre comprobó que todo había vuelto a la normalidad, le dijo algo al oído a la hija y se encaminó a la zona donde se encuentran los baños. Cuando la vi dirigirse hacia allí, me levanté sin pensarlo, le dije a Elisa que iba al baño y comencé a caminar con el corazón en un puño. Cuando abrí la puerta, la vi frente al espejo. Justo en el momento que entraba se abrió una de las puertas del WC y una madre salió con su hija de apenas dos años. Me quedé junto a Hanna disimulando hasta que madre e hija salieron.
Cuando nos quedamos a solas sujeté su mano y tiré de ella hacia el WC, se resistió haciendo el gesto de negación con la cabeza, pero mi determinación era fuerte y conseguí arrastrarla conmigo. En el momento que la puerta se cerró tras nosotras, la empujé contra la pared de la estancia y me pegue contra ella para sentir sus curvas acoplarse a las mías. Al volver a notar la presión de mi cuerpo, su respiración lanzó un respingo y cerró los ojos.
—Please, I can´t… I can´t… I can´t…
No era capaz de pensar, me había convertido en alguien que solo atendía a la locura irracional del deseo.
—I want you so bad it things…
—Please, I can´t… —abrió los ojos para mirarme, sus palabras eran ahora una súplica.
Hundí los labios en su cuello desnudo para después rasgarlo con los dientes, ella gimió, se estremeció y percibí al instante como su piel se erizaba.
—I can´t… —sus palabras apenas eran audibles, un pequeño susurro en forma de súplica.
—I wanna fuck you…
—Pease…
Había sido derrotada, sus defensas derruidas y se encontraba frente a mí a punto de firmar la capitulación.
Mis labios se hundieron en su cuello con ansia, al sentir mi acometida, el cuerpo de Hanna se arqueó. Recorrí sus curvas a través del vestido y me colé bajo la falda. Las manos exploraron la fina piel de sus muslos para recorrerlos con mis caricias, después de unos instantes de indecente escalada llegaron al culo, noté su textura carnosa y dura bajo las yemas, lo magree con la ansiedad que provoca el deseo. Mi cuerpo se pegó al de ella y la presionó entonces contra la pared. Hanna mantenía la boca entreabierta, respiraba de forma dificultosa y aumentaba sus jadeos a la misma velocidad que mi invasión.
Por un momento me detuve para observarla… ella también me miró y se sentó sobre la tapa del wc. En su rostro ya se había impregnado la imagen del deseo. Su pecho se hinchaba y deshinchaba como queriendo salir del vestido que lo presionaba. Hanna miro hacia el suelo, se sentía incapaz de mantener la mirada. Entonces me incliné, acerqué los labios a su oído y le susurré la vez que abrigaba su rostro con ambas manos.
—Te deseo más que a nada en el mundo. Quiero que seas mía y hacer que te derritas de gusto —susurraba en su oído.
La besé en la cara, en la frente, en la boca… a la vez que me situaba frente ella de cuclillas, mi lengua rozó sus labios con sutileza. Hanna se mantenía inmóvil con una mano sobre la otra dejándose hacer, entregada por completo a lo que dispusiera. Comencé a soltarle el primero de los botones del canalillo del vestido y ella posó su mano en un estéril intento de detenerme, hice caso omiso y continué desabotonando hasta que todos estuvieron liberados. Amase su teta izquierda con delicadeza por encima del fino vestido blanco, acto seguido, bajé ligeramente la tela y liberé su blanquísimo pecho de su cautiverio. Su hermoso seno hinchado y turgente apareció frente a mis ojos; lo abrigue acariciándolo con delicadeza, notando como se amoldaba al tacto de mis yemas, percibiendo su suavidad y volumen.
No dejaba de observarla, mientras lo hacía, mis dedos acariciaban su pecho, amasándolo con suavidad y pellizcando ligeramente el pezón. Hanna se estremecía, posaba sus manos sobre la tapa y arqueaba el cuello hacia atrás entre pequeños gemidos ahogados. Me volvía loca sentir la dureza y rugosidad de su pezón rosado filtrándose entre mis dedos.
—Tienes unas tetas preciosas; estaría toda la vida acariciándolas…
Ambas manos se metieron bajo su falda y agarraron la fina braga blanca, después, se las bajé de un fuerte tirón. Hanna cerró las piernas y yo subí la falda hasta la altura de su cintura. La sensual imagen del triángulo de pelitos de su coño apareció ante mí. Mis manos se posaron sobre sus muslos, comencé a abrir sus piernas y percibí la fuerza de su resistencia…
— Abre las piernas —no era una sugerencia, sino una orden.
Ella pareció dudar al principio, pero tras unos segundos de resistencia, noté como su fuerza cesaba y se abría para mí. Al momento mis dedos se colaron entre sus muslos y comenzaron a acariciar su coñito, Hanna se estremeció al sentir el contacto, gimió y se escurrió ligeramente sobre su asiento. Yo noté su cálida humedad impregnarse en mis dedos y comencé a castigar su clítoris con caricias circulares.
— ¿Verdad que te gusta?
—Sigue… sigue… sigue… —repetía sin parar.
Su mano sujetó mi muñeca mientras la acariciaba, sus piernas se abrieron más para facilitarme el trabajo, apoyó una de sus piernas sobre mi rodilla. Jadeaba, su boca entre abierta no dejaba respirar con dificultad. Sus preciosos ojos se clavaron en mí y las dos mantuvimos un encuentro de miradas lascivas.
—Eres mía y siempre que quiera voy a follarte…
—Soy tuya… sigue por favor…
—Quiero que seas mi putita. Quiero tener este chochito siempre que quiera.
—Lo tendrás… sigue, no pares…
Por un momento, mi dedo se detuvo para introducirse en su vagina. Se abrió paso entre sus paredes vaginales y comencé a follarla… primero un dedo, luego dos, mis falanges entraban y salían de ella aumentando la intensidad del bombeo por momentos. Los dedos resbalaban en su interior ayudados por su cálida humedad. Sus ingles se balanceaban en un intento por sofocar el incendio que la consumía.
Hanna jadeaba con la mirada perdida en el techo. Yo quería ser testigo del momento en el que el clímax la alcanzara; por eso, posé la mano en su rostro y la obligué a mirarme.
Los dedos de la mano izquierda comenzaron a acariciar el clítoris, ella volvió a gemir al notar el roce sobre su punto de placer. Su cuerpo se movía en un balanceo corto pero intenso. Aumenté la cadencia de mis caricias haciéndolas más posesivas; cuanto más aumentaba el ritmo, mayor era la intensidad de sus jadeos. De repente, su estómago se contrajo y su cuerpo se arqueó hacia atrás. Hanna se mordía el labio inferior deshaciéndose de gusto e intentaba acallar los sonidos que emanaban de su boca. Varios temblores la recorrieron y sus piernas se cerraron atrapando mi mano entre ellas. Tras unos segundos de espasmos, gemidos y convulsiones, todo cesó. Observé su rostro todavía agitado; su cuerpo semidesnudo y exhausto permanecía recostado sobre la taza de aquel baño. Hanna pareció despertar y se agachó para posar las manos sobre mi rostro; acortó distancia y nos besamos, lo hicimos con una pausa infinita, labio sobre labio en una caricia tierna y suave, para después percibir su aliento agitado entrar en mi boca.
De repente pareció ser consciente de donde se encontraba y recordó que sus hijos estaban solos y la estarían esperando. Se adecentó como pudo y recogió las braguitas del suelo saliendo apresurada a la vez que se las subía. De nuevo volví a ver a mi dulce tentación ajarse y de nuevo un sentimiento contradictorio me atrapó. ¿Hasta cuándo iba a poder mantener esos encuentros en secreto? ¿Qué pasaría después de las vacaciones? ¿Sería capaz de dejarlo todo por una mujer con dos hijos? Parecerá una locura, pero había fantaseado con la idea; me había visto a mí misma como su pareja, me había visto como la madrastra de sus hijos.
Salí del baño y pasé junto a la chiqui-disco. Hanna se había vuelto a situar frente al escenario junto al resto de padres y madres. Al pasar junto de ella, nuestras miradas se encontraron, de repente, un impulso se apoderó de mí y me empujó a acercarme. Mis ojos se encontraron con los suyos, creí adivinar la agitación de sus emociones burbujeando en su interior; sorpresa, excitación, miedo… me acerqué caminando entre los padres y me coloqué justo frente a ella, en el mismo momento que la tuve a mi alcance, mi mano se posó en su rostro y le planté un pico que a más de uno le sacó los ojos de las órbitas. Después y sin decir nada, volví a mi sitio sin mirar atrás, rezando para que mi chica no me hubiera visto.
Por suerte, Elisa no había visto nada, seguía charlando animadamente con Remi sobre entrenamientos. Volví a sentarme en la mesa junto a ellos y miré hacia donde estaba Hanna; en esta ocasión ella también miraba… durante unos segundos las dos nos escrutamos. Todavía podía saborear el gusto de sus besos impregnado en mis labios, escuchar sus jadeos, recordar su cuerpo retorciéndose de placer y fue entonces, cuando fui consciente que me había enamorado de ella.
Por la noche Elisa me hizo el amor… me entregué a ella para su disfrute personal. Le dejé hacer pero no le pedí nada. Le ofrecí mis labios para que los besara, abrí la boca a su lengua, pero no anhelaba su roce. Mi cuerpo se entregó a sus caricias pero no se encontraba allí. Follar como ella después de hacerlo con Hanna me hizo sentir sucia, pero sobre todo, me hizo pensar… sabía que a la primera a la que estaba engañando era a mí misma.