Lanzarote II

Unas vacaciones con mi chica en Lanzarote, todo era perfecto hasta que la conocía a ella... Hanna, la dulce mama inglesa que lo cambió todo.

Segunda parte

Al despertar, miré a mi lado y Elisa ya se había marchado; cada día hacia las siete de la mañana sale a correr y a la vuelta, hace una hora más en el gimnasio. Con el paso de los años yo me he vuelto perezosa; he cambiado el running por las caminatas y el gim por la natación, pero, ella no perdona ni un solo día. A eso de las ocho de la mañana y con las brumas matinales todavía en el ambiente, me puse los cascos y salí a caminar por la zona de las playas Papagayo.

Cuando entre a la habitación a la vuelta de la caminata, vi que ya se había duchado y la encontré sobre la cama semidesnuda viendo uno de los canales en alemán.

— Buenos días tontita. ¿Estas aprendiendo alemán?

—Ja, ja, ja, no, estaba comprobando que cuando hablan parecen enfadados.

—Me ducho rápido y bajamos a desayunar.

— ¿Te doy jabón en la espalda?

—He dicho rápido…

— Que pena… seguro que te dejas algo por dar.

—Después del ejercicio pensé que te habrías desfogado.

—Ya sabes que yo siempre tengo ganas de ti…

En el desayuno coincidí con Hanna y su familia, habían juntado dos mesas para que cupieran todos. La miré con disimulo y pasé cerca de su mesa para coger cereales a pesar de que yo nunca los tomo. La observaba de forma distraída, intentando que Elisa no se diera cuenta. Me llamaba la atención que siempre era ella la que se ocupaba de los niños, la que iba y venía con sus desayunos y la que les preparaba los cereales, mientras, el patán del marido a lo único que se dedicaba era levantarse para ponerse lo suyo.

Después del desayuno bajamos a nuestra cala preferida. Al llegar, vimos que estaban la parejita del día anterior y creí morirme de vergüenza. Al pasar junto a ellos, saludaron muy simpáticos con una sonrisita y nosotras tendimos las toallas en el mismo refugio de piedras. Estuvimos allí disfrutando de una mañana maravillosa hasta la una; a esa hora, había partido de waterpolo en la piscina y por supuesto, Elisa no se lo quería perder. Mientras mi chica jugaba y lo daba todo en la piscina, yo subí a la habitación para darme una ducha y cargar el móvil.

Entre en la habitación, estaba el ventanal abierto y la estancia se llenaba del griterío proveniente de la piscina. Puse a cargar el móvil y abrí la ducha. Mientras me desnudaba, creí oír algo en la habitación de al lado, era la de Hanna y su familia, después cerré el ventanal para que el aire mantuviera la habitación fresca y al hacerlo, el griterío que provenía de la piscina desapareció, fue entonces cuando escuché…

Se podía entreoír lo que parecía un pequeño gemido continuo acompañado de un movimiento de vaivén. Acerqué el oído a la pared contigua y en esta ocasión, escuché con mayor claridad… una continua sucesión de pequeños gemidos ahogados acompañados por el golpeteo de la cama provenían de su habitación, o dicho de otra forma; Hanna estaba follando.

El morbo y la excitación se apoderaron de todo. Sabía que era ella la que gemía y no pude evitar la tentación de imaginarla. Cerré el grifo de la ducha y me centré en lo que había al otro lado la pared. Pero cuando estaba a punto de pegar el oído de nuevo, llegó a mí un fogonazo en forma de imagen; recordaba haber visto a su marido en la piscina en el momento de dejar a Elisa, lo sabía porque me había llamado la atención verlos con una hamburguesa en la mano antes de empezar el partido. Salí de nuevo a la terraza y lo busqué con la mirada; tanto él, como su hermano, hacían de porteros en el waterpolo, después busqué a la cuñada y la encontré tumbada, a su lado no había nadie, tan solo una hamaca con una toalla vacía.

Ya no cabía duda, estaba segura de que era ella. Me di la vuelta para entrar de nuevo en la habitación y entonces los vi… su cortina estaba semicerrada, no la habían terminado de correr y había quedado un pequeño hueco de apenas veinte centímetros. Me avergonzó hacerlo, pero me incliné sobre la barandilla del balcón para poder ver; en ese momento que fui testigo de algo que no esperaba… Hanna estaba sobre la cama de rodillas, su rostro se hundía en la almohada, tras ella, y follándola como si no hubiera un mañana, estaba su sobrino, el chaval buenazo que había conocido un día antes en la recepción del hotel.

Continué inclinada sobre la barandilla durante unos segundos observando la increíble escena, pero antes de que nadie viera mi indiscreción, decidí apartarme y entrar en la habitación. Sin duda había sido testigo de algo muy fuerte, y me costó recuperarme incluso horas después. Permanecí junto a la pared escuchando durante unos minutos más, hasta que los gemidos más intensos hicieron aparición, y tras una breve conversación entre risas nerviosas que no alcance a escuchar, abrieron la puerta y alguien salió.

Volví a meterme en la ducha; el agua resbalaba por mi piel desnuda, multitud de pensamientos se me agolpaban en la cabeza. Me moría de ganas de llamar a su puerta y hacerle chantaje, contarle que lo sabía todo, quería decirle que la quería para mí, o que de lo contrario, contaría a su marido de lo que había sido testigo, pero casi al instante, me avergoncé de siquiera plantearme aquello.

Estando en la ducha apareció Elisa acalorada; había terminado el partido y quería ducharse. Sin pedir permiso se desnudó y se metió conmigo en la pequeña estancia entre mamparas. Aunque estaba consternada por lo visto minutos antes, también me sentía cachonda y le di la bienvenida con una sonrisa pícara.

— ¿Me dejas ducharme contigo tontita?

Sonreí. Yo sabía lo que quería de ella en ese momento; abrí las piernas y apoyé una de ellas en la repisa. Elisa no dijo nada, no hacía falta, se agachó, y al momento su lengua estaba degustando las mieles de mi coño. Mis manos se posaron en su cabeza, cerré los ojos y me dejé ir. En mi fantasía, era la lengua de Hanna la que me consumía y fue su recuerdo sin duda, la que me llevó en el expreso directo al éxtasis.

Tras nuestro “aquí te pillo” bajamos a comer, tomamos café y Elisa me propuso subir a la habitación echar la siesta; no tenía sueño y decidí quedarme en la piscina a la sombra de una palmera mientras ella dormía. Cuando llevaba un rato tumbada y ya había repasado todas las redes sociales, recordé que no había cogido el ebook y pensé en subir a por él, pero al momento deseché la idea; ella ya estaría durmiendo y si entraba en la habitación, seguro que la despertaba. Decidí entonces dar una vuelta por los lugares no explorados del hotel. Sabía que había un spa, pero todavía no habíamos tenido tiempo de visitarlo.

No me costó mucho localizarlo. Entré en el lugar y al momento mis fosas nasales se inundaron con el olor característico de aquel lugar. No soy muy amiga de los jacuzzi, soy escrupulosa y siempre he pensado que son lugares llenos de toda clase de gérmenes. Pero aquella tarde, estaba aburrida y fue lo más interesante que se me ocurrió hacer.

Una vez allí, me dieron una toalla y seguidamente di una vuelta de reconocimiento. El ambiente desprendía el característico aroma de vapor con cloro. A pesar del olor, parecía limpio y bien cuidado. Había una sala principal con dos alturas, en la parte baja había dos jacuzzis grandes para ocho o diez personas, y en la planta más elevada, uno más pequeño. Contaba además con varias saunas y con un baño turco en el que apenas se lograba ver a través del vapor. Eran las tres y media de la tarde y no había apenas gente, así que decidí darme un baño relajante. En uno de los jacuzzis había dos chicas y un chico que parecían amigos y en el otro, había un señor que por su aspecto parecía anglosajón y, justo en ese momento salía del vaso, me alegré de mi buena suerte y decidí entrar.

Era agradable sentir el cosquilleo de las burbujas recorriendo tu cuerpo y colándose por cada rincón. Permanecí recostada durante un rato y creo que me quedé un poco traspuesta porque cuando abrí los ojos, una pareja de señores mayores se encontraba frente a mí. Realmente era relajante y más a esa hora de la tarde en la que la morriña y el sopor hacen su aparición.

Calculo que llevaría dentro unos veinte minutos cuando la vi aparecer… el corazón me dio un vuelco al ver a Hanna entrar por la puerta. Cogió su toalla y se encaminó hacia la zona de los jacuzzis. Yo la seguía con la mirada, tenía pensado salir, pero mis planes cambiaron desde el instante que apareció. Cuando llegó a la altura de los vasos, nuestras miradas se cruzaron y ambas nos saludamos con la mano y una sonrisa. Estuvo a puno de entrar en el mi jacuzzi, pero en el último minuto, vio vacío el que se encontraba arriba y se decidió por él.

Recuerdo que cuando la vi en su habitación me habían asaltado las ganas de ser una mujer malvada, en ese momento la tentación se había multiplicado por cien; en mi cabeza comenzó a librarse una lucha entre lo correcto y lo que verdaderamente deseaba. Alguien dijo una vez que: “en el sexo y en la guerra todo vale” y en ese instante, estaba a punto de lanzar un ataque demoledor sin previa declaración de guerra.

Salí del jacuzzi y subí el pequeño tramo de escaleras que me separaba de ella. Siempre he sido alguien confiable que ha respetado las normas, pero en ese momento; estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por tener lo que quería, incumplir cualquier norma para conseguir el oscuro objeto de mi deseo, aunque eso, implicara saltarme la legalidad y las normas básicas de comportamiento.

Cuando me senté frente a Hanna volvió a sonreír. Noté en su cara un poco de extrañeza de ver que me había movido para estar con ella, pero mantuvo su sonrisa afable y sensual. Estuve dos años en Irlanda y hablo el inglés con fluidez, así que enseguida inicié una conversación trivial para romper el hielo. El jacuzzi era pequeño y de vez en cuando mis piernas la rozaban como quien no quiere la cosa.

—Qué raro verte sin tus hijos…

—He conseguido convencerlos para que se quedaran en el mini club. El primer día siempre es más complicado conseguir que se queden.

—Son muy guapos, se parecen a ti…

—Gracias —me gustó notar que mis palabras la hacían ruborizarse.

— ¿No le apetece a tu marido venir contigo? —la pregunta tenía evidente mala fe, podía imaginar perfectamente que estaría haciendo el marido en ese instante.

—No, el prefiere al pub —en este caso fue resignación lo que creí notar en sus palabras.

—Yo no te dejaría sola nunca… —se inician las hostilidades.

Volvió a ruborizarse pero no contestó. Parecía sentirse descolocada por el camino que tomaba la conversación.

El jacuzzi era pequeño, cabían dos personas o tres a lo sumo. Yo estaba frente a ella, y una vez más, rocé su pierna sin querer queriendo. En ese momento ella intentó excusarse…

—Me tengo que marchar, enseguida saldrán los niños del mini club.

Había iniciado la cacería y no iba a salir viva de allí.

—No me extraña que hayas terminado liándote con tu sobrino…

— ¿Cómo? No te entiendo —era un golpe que no se esperaba, enseguida noté la mezcla de ansiedad y nerviosismo propios de quien se sabe descubierto.

—Digo que no me extraña que te estés follando a tu sobrino; si tuviera un marido como el tuyo, yo también lo haría —no quería dejar ni el más mínimo atisbo de duda de que conocía su pequeño secreto inconfesable.

—No sé de qué hablas.

Casi estaba temblando. Se había levantado para salir pero volvió a sentarse.

—Lo sabes perfectamente, pero no te culpo; si yo tuviera un marido así, no aguantaría lo que has aguantado.

—No sé porque dice eso…

—Las paredes en este hotel son más finas de lo que crees.

Imaginé que en ese momento las preguntas se amontonaban en su cabeza. Estaba segura que estaba rememorando la última vez que estuvo con su sobrino y comenzaba a atar cabos.

— ¿Qué es lo que quieres?

—Sabes de sobra que quiero…

Me miró avergonzada y expectante, como un cordero que está a punto de ser sacrificado y pide clemencia. Intentaba adivinar mis intenciones y, tras unos instantes de duda; de repente, pareció entender lo que quería de ella, y se levantó como un resorte para salir de allí.

—Sería una pena que se enterara tu marido… y tus cuñados… —no quería verme obligada a decir las cosas claras, pero como he dicho antes: “en el sexo y en la guerra todo vale”.

Volvió a sentarse y yo me desplace para situarme a su lado. Hanna estaba muy nerviosa, era incapaz de mantenerme la mirada e intentó cambiar de estrategia.

—Sé que lo de mi sobrino está mal… pero no va a volver a pasar. Tú no sabes lo que es convivir tantos años con alguien como mi marido.

Reconozco que por un momento me avergoncé de lo que estaba haciendo y sentí pena por ella, pero ya había ido muy lejos, y no tenía intención de dejarla escapar.

Me había colocado a su lado y sentía la mezcla de inseguridad y miedo que desprendía, notaba sus dudas y nerviosismo y eso me ponía más cachonda.  Al contrario que los demás, nuestro jacuzzi se encontraba elevado sobre la sala, lo que garantizaba una cierta discreción. Moví entonces la mano bajo el agua y la posé sobre su muslo; ella reaccionó al instante sujetándola y apartándose de mí.

— ¿No has estado nunca con una mujer? Por experiencia te diré que la que lo prueba repite… —me sentía segura, sabía que tenía la sartén por el mango y antes o después claudicaría

—No, no me gustan las mujeres.

— ¿Yo tampoco te gusto?

—Eres muy guapa, pero no me gustan las mujeres.

—Eso es porque no lo has probado.

Yo había vuelto a acortar el espacio que nos separaba y me encontraba de nuevo a su lado. Mi mano había vuelto a posarse sobre ella y ahora se deslizaba por la suavidad de su muslo. Hanna volvió a intentar detenerme mientras suplicaba que parara.

Sabía que no debía hacerlo, sabía que estaba mal y que tarde o temprano lo pagaría, pero me resultaba imposible parar. Aunque el sentido común y las más básicas normas de comportamiento pedían que me detuviera y la dejara salir; el deseo irracional que estaba empezando a consumirme, me lo impedían. El instinto animal me empujaba a dar más y más pasos hacia el abismo.

Me encontraba a su derecha, pegada a ella y camuflada bajo el agua mi mano acariciaba su muslo interno; ella intentaba detenerme, cerraba las piernas y posaba su mano sobre la mía para evitar mi avance. Miraba a su alrededor nerviosa, preocupada, esperando que en cualquier momento alguien aparecería. Las más bajas pasiones comenzaban a apoderarse de mis actos y acerqué los labios a su oído para volver a hablarle en inglés.

—Te deseo… no sabes cuánto te deseo… —varios jadeos se mezclaban con las palabras.

Rompí toda resistencia cuando mi mano consiguió colarse entre sus piernas; se posó en su monte de Venus y Hanna lanzó un respingo; no supe identificar si era sorpresa o excitación, en cualquier caso me encendió. Mis dedos comenzaron a moverse a la vez que presionaban con suavidad. Al instante, y mientras su mano seguía sobre la mía, noté como su respiración comenzaba a acelerarse y se volvía más y más trabajosa.

—Vale, por favor, nos van a ver…

Sus palabras habían empezado a entrecortarse. Su pecho se hinchaba y deshinchaba y su resistencia comenzaba a flaquear. Volví de nuevo a susurrar en su oído.

—Abre las piernas.

Pareció dudar, pero poco a poco y a cámara lenta, sus muslos comenzaron a ceder. Los dedos encontraron su espacio entre sus piernas y se movieron a su antojo sobre la fina tela del bikini. Hanna volvió a jadear al notar de nuevo la presión sin restricciones sobre su sexo y, eso me encendía más y más.

Desplacé mi mano hacia uno de sus pechos y esta se coló bajo el bikini; al instante, sentí la tersura, el tacto, su peso bajo las yemas. La estrujé con delicadeza y mis dedos presionaron el pezón que estaba hinchado y duro por la acometida de la sangre. Emitió un gemido sordo a la vez que se su cuerpo se deslizaba y hundía un poco más en el agua. Mantenía su mano sobre la mía, pero ahora tan solo me guiaba.

El deseo y la excitación me consumían. Me hubiera dado lo mismo si alguien nos hubiera descubierto. Todo me daba igual; solo quería hacerla gemir, sentir los espasmos de su cuerpo convulsionando de deseo y no parar hasta que toda ella se derritiera entre mis dedos.

Mi mano se deslizó por su vientre, acariciando la piel tersa en el camino, terminó su recorrido en el lugar donde deseaba estar… no era otro que bajo su braga. Los dedos se pasearon por el monte de Venus peinando el vello con dulzura y buscando el centro de su deseo. La invasión la hizo gemir y el espasmo que le siguió contrajo su cuerpo súbitamente. Mis dedos iniciaron entonces un lento movimiento circular sobre el clítoris. El roce empujó a sus caderas a moverse al compás de las caricias. Hanna cerró los ojos y se dejó ir escurriéndose de nuevo bajo el agua. Su mano que continuaba sujetando la mía, la guiaba en sus movimientos mientras de su boca entreabierta no dejaban de emanar jadeos.

El dedo de coló entonces en su vagina para sentir su cálida humedad. Primero fue uno y después entro el segundo. Los abundantes fluidos ayudaron a que resbalaran en su interior, sentía las paredes de su vagina abrigarlos mientras la penetraban despacio. Quería sentir como mis dedos la llevaban al éxtasis absoluto y volví a susurrarle al oído.

—Quiero que te corras para mí. Quiero sentirte.

Doble los dedos en forma de gancho para alcanzar su punto “g”. Ese lugar cargado de sensaciones que descubrió Elisa para mí y que hasta entonces había creído un bulo. Durante un tiempo mis caricias se centraron en esa estimulante zona rugosa.  El ritmo de los jadeos aumentaba mientras su cuerpo se tensaba y movía la ingle adelante y atrás.

Al principio vigilaba las escaleras por si alguien subía, pero llegadas a ese punto ya todo me daba igual. De repente, una señora subió la zona donde nos encontrábamos nosotras y observó con los ojos muy abiertos la escena… Hanna no fue consciente de su presencia, porque se encontraba con los ojos cerrados, y a mí en ese momento, todo me daba igual; podían haber aparecido todos los clientes del hotel y no hubiera podido parar. Observe la expresión de sorpresa e indignación que reflejaba su rostro y acto seguido se dio media vuelta y se marchó.

La sentía a punto, su mano seguía aferrándose a mi muñeca y la presionaba con fuerza, su cuerpo no dejaba de balancearse hacia delante y hacia atrás, como un columpio sin recorrido. Ahora su respiración ya era un resuello desbocado. De repente, lanzó un gemido ahogado que intentó sofocar. Sus piernas se cerraron entre espasmos y mi mano quedó atrapada entre ellas. Varias sacudidas eléctricas recorrieron su ser, provocando que el cuello se arqueara hacia atrás mientras gemía como una gatita.

La calma llegó, pero mis dedos continuaron dentro de ella. Su coñito seguía palpitando, como si tuviera vida propia. Durante un instante precioso, continuó recibiendo pequeños espasmos incontrolados, sacudidas que poco a poco fueron distanciándose en el tiempo, y que terminaron por desaparecer como la luz en una puesta de sol.

Hanna pareció despertar. Se adecentó las prendas del bikini y salió apresuradamente del vaso; partió sin decir nada, sin mirar atrás. La vi marchar apurada, avergonzada y nerviosa. En el mismo momento en el que su cuerpo sinuoso desaparecía de mi vista, vino a mi encuentro el remordimiento.

Volví a la piscina a esperar que mi chica bajara. Tenía el corazón desbocado y no podía apartar de mi mente su imagen, me resultaba imposible no pensar en el erótico recuerdo de su rostro convulsionado de placer, su cuerpo temblando y sus gemidos ahogados. Después de un rato fantaseando, apareció Elisa; bajaba despeinada y con la marca de la almohada todavía en el rostro.

—Que bien me ha sentado la siesta, aunque hubiera preferido no dormir y que vinieras tu…

—Ya sabes que si me echo siesta luego no duermo.

— ¿Quién te dice a ti que íbamos a dormir? —no sé por qué me esperaba la contestación.

El sentimiento de culpa volvió a mí cuando vi a Elisa; ella nunca pensaba en nadie que no fuera yo y, sin embargo, en mis fantasías ya no estaba ella. Es una mujer maravillosa que me había dado mucho y a la que le debo mucho más, pero hacía tiempo que las mariposas no revoloteaban en el estómago cuando la veía, y, aunque a veces intentaba auto convencerme de lo contrario, en mi fuero interno sabía que yo ya había pasado página.

— ¿Has pasado mucho calor? Te noto acalorada.

—Pues no… he estado en el jacuzzi dándome un baño de burbujas —una media verdad siempre es mejor que una mentira.

— ¡Eres muy mala! Yo quería ir contigo y meterte mano bajo el agua.

— ¡No seas cochina! Hay mucha gente.

—Ya sabes que a mí me gusta ponerte nerviosa “sosina”.

En ese momento Elisa se agachó y me plantó un morreo, justo en el instante en el que nos despegamos, pasó Hanna por delante de nosotras con un hijo a cada mano. Percibí su mirada en la que parecía decir: ≪ ¿Qué pasaría si ahora fuera yo la que se lo contara yo a ella?≫ Me sentí muy avergonzada. Se sentó cerca de nosotras y no pude dejar de imaginarla unos minutos antes.

—La vecina inglesa tiene algo que la hace muy sexi. No sé qué hace con el cazurro de su marido.

—A lo mejor le da algo que no sabemos…

— ¿No me digas que no te pone?

—No especialmente —intentaba dar a mis palabras un tono despreocupado.

—Pues a mí me parece morbosa y me pone muy cachonda.

— ¡Que guarrilla eres!

Quizás tantos años conviviendo con la misma persona al final te lleva a compartir gustos… aunque por supuesto, yo no tuviera pensado reconocerlo.

Esa noche salimos a dar una vuelta y llegamos al hotel a eso de las tres de la mañana. A la mañana siguiente, abrí un ojo a las siete al notar que Elisa se levantaba. No podía entender como después de una noche de juerga, podía tener ganas de levantarse para ir a correr tan pronto. Cerré los ojos de nuevo dispuesta a retomar mi sueño.  A los cinco minutos sonaron tres golpecitos en la puerta. Pensé que sería la corredora que se había dejado algo y salí en bragas y camiseta dispuesta a echarle la bronca.

Abrí la puerta pensando encontrar a Elisa, pero no fue ella sino Hanna la que apareció al otro lado. Noté como el corazón daba un salto mortal en el pecho y vinieron a mí las dudas; pensé que había venido a contarlo todo, pero en el instante que sus ojos se encontraron con los míos, comprendí aliviada que no se trataba de eso. Sin acertar a decir nada, permanecí expectante con cara de sorpresa bajo el quicio de la puerta. La miraba esperando sus palabras pero no dijo nada; tan solo me observó, entró en la habitación y seguidamente cerré la puerta tras ella… comprendí entonces que sabía que Elisa había salido, y que precisamente ese era el motivo por el que estaba allí.

Llevaba unas mallas cortas que marcaban sus caderas y una camiseta deportiva de tirantes que daba a sus senos una imagen redondeada y voluptuosa. Pensé que la excusa para salir había sido hacer deporte, había esperado que Elisa se marchara para venir. Lo que todavía no sabía, era el motivo de su visita…

Permanecimos la una frente a la otra sin saber que decir; utilizando tan solo el sutil lenguaje de las miradas. La encontraba tan sensual, tan vulnerable, tan exquisitamente sexi… pensé que todo era un sueño y, que en cualquier momento despertaría.

Sus ojos verdes infinitos me pidieron que la arropara y así lo hice… la abracé y ella me abrazó; al instante, las curvas de su cuerpo se acoplaron con las mías como un puzle en el que todo encaja. Por primera vez, degusté el aroma que su piel emanaba, y pensé que podía estar así el resto de mis días.

Posé las manos en su rostro. Nos miramos. Los labios acortaron el espacio que nos separaba y se rozaron con una sutil caricia. Noté como se aceleraba la respiración, su aliento se mezclaba con el mío y ambos se convertían en uno solo. Mi lengua salió a su encuentro y ambas comenzaron un húmedo baile ritual. Nos besamos, un beso tímido y apocado que el contacto trasformó en íntimo y apasionado. Sus manos se colaron por debajo de mi camiseta y rozaron con suavidad mi espalda desnuda. Sentir su suave caricia me encendió... La atrapé contra el mueble y un reguero de besos comenzó a devorarla con ansiedad. Levanté la fina tela que la cubría y la acomodé sobre su rostro a medio quitar. Ante mí, se descubrían ahora sus dos voluptuosos senos desnudos. Mis manos los cubrieron; sujeté el izquierdo y lo estrujé con delicadeza, sintiendo su peso, notando como se amoldaba a la mano, apreciando su suave ductilidad. La lengua lamió con gula el pezón y los dientes tiraron de él para estirarlo y alargarlo. La acometida de la sangre lo endurecía y tensaba. Hanna se dejaba hacer entre jadeos, deseosa de más. Sujete el otro e hice lo mismo. Ahora su respiración se había vuelto trabajosa y la mía también.

—Date la vuelta —susurré en su oído.

Obedeció sumisa y la situé frente al espejo alargado del tocador. Antes de tocarla, observé la imagen que se reflejaba; frente a mí se encontraba una mujer sumisa y jadeante, una sacerdotisa entregada como ofrenda al dios del pecado.

Bajé sus mallas negras y cayeron al suelo. Su blanca desnudez otorgaba a Hanna una sensual vulnerabilidad que me encendía por momentos. Hundí la boca en su cuello desnudo mientras paseaba las manos por su cuerpo. Tocaba las caderas, los pechos, el monte de Venus. Clavé los dientes con suavidad, escuche otro jadeo y la piel se erizó al instante. Volví de nuevo a abrigar sus preciosos senos con ambas manos. Los pezones duros se filtraban entre los dedos. Era una sensación maravillosa percibir sus reacciones ante mis caricias, notar como todo su cuerpo se estremecía y su respiración se tornaba en resuello.

Hanna gimió. Mis dedos se escurrieron entre el vello del monte de Venus y alcanzaron su rajita. El contacto la hizo estremecer, su mano se posó sobre la mía y todo su cuerpo se arqueó. Estaba tan mojada que mis dedos se impregnaron al instante de su humedad. Salieron de ella y me los llevé a la boca para saborearla, después se los di a probar; los lamió con delicadeza para después volver a situarlos entre las piernas.

Mientras una mano acariciaba el clítoris, los dedos la otra se colaba por detrás; percibí la cálida humedad de las paredes vaginales acoplarse a mis dedos. La penetré hasta el fondo, hasta que la propia mano hizo tope. Las falanges volvieron a salir esparciendo los fluidos viscosos por el anillo del ano, para volver de nuevo e iniciar un suave bombeo. Mientras, la otra mano acariciaba su puntito de placer y ella se balanceaba moviendo las caderas adelante y atrás, anhelando el contacto, en un jadeo constante.

Detuve la dulce tortura por un instante y la guie hasta el borde de la cama. Hanna se recostó boca abajo y yo me agaché para situar mi boca a su altura. Ante mis ojos tenía el cuadro erótico de su blanquísimo culito en pompa. Me demoré para disfrutar del momento como se merecía. Mis manos acariciaron los cachetes, magreándolos con delicadeza como si fueran la masa del pan, después, me sumergí en ella…

— ¡Oh my God! —exclamó entre suspiros.

Se le escapó una risita nerviosa al notar mi caricia en el centro de su deseo. La lengua se abrió paso entre los labios vaginales y alcanzó el clítoris. No se detuvo, y continuó el camino que la llevaba al recóndito anillo del ano. Hanna gimió al sentir estimuladas por vez primera las cientos de terminaciones nerviosas que lo rodeaban. La lengua se recreó en su caricia y hundió la puntita en su estrecho agujero. Acerqué los dedos anular y corazón al clítoris e inicie un suave masaje mientras lamía la puerta de atrás. Su culo se movía, intentaba sentir con mayor intensidad mis caricias. Sus manos se aferraban con fuerza a las sabanas y su rostro se hundía bajo la almohada que acallaba sus gemidos. De repente, su cuerpo desprendió el primer latigazo, a este, le siguieron varios más que se alargaron en el tiempo. Se derramó en mi boca y toda ella comenzó a temblar con espasmos incontrolables. No dejé de acariciar el clítoris, no deje de lamer su ano, no dejé de hacerlo hasta que cesó la tormenta que precedió a la calma.

Todavía temblaba cuando me incorporé y me situé junto a ella. Nos abrazamos; los cuerpos se entrelazaron y nos regalamos un beso húmedo y sensual. En esta ocasión, las lenguas se exploraron sin prisa, disfrutando del momento, saboreando la una a la otra. Era un momento de maravillosa intimidad, y una sensación de embriagadora plenitud se adueñó de mí.

—Esto ha sido una locura —en esta ocasión Hanna utilizó torpemente el español, como si quisiera hacer hincapié en lo descabellado de la situación.

—Es una locura, una maravillosa y dulce locura.

Me quité la camiseta y volví a abrazarla; en el mismo instante que mi cuerpo se acopló al suyo, aprecié el embriagador tacto de la piel sobre la piel, la desnudez sobre la desnudez, el deseo sobre el deseo. El roce de su cuerpo endureció mis pezones y la mire a los ojos. Sus inmensos ojos azules me observaban con su expectante timidez. Su lenguaje no verbal suplicaba que la enseñara, quería aprender a conducir sus caricias por las curvas de mi cuerpo.

Sonreí con picardía mientras posaba mi mano sobre la suya, acto seguido, la sujeté para guiarla hasta el lugar donde deseaba tenerla… abrí las piernas, metí su mano bajo mis braguitas y ella se dejó guiar. Cuando sus dedos me alcanzaron, sentí el escalofrío de su caricia sobre mi coñito depilado y la respiración se aceleró al instante. Las dos nos miramos; Hanna mordisqueaba el labio inferior nerviosa e indecisa, sus dedos vacilantes acariciaban el monte de Venus, pero yo quería más…

—Quiero sentirte —presioné su mano contra mi sexo con ansiedad.

Me estremecí al sentir el roce de sus yemas en mi cálida humedad. Hacía tiempo que mi coñito palpitaba de deseo. Anhelaba su caricia, y su primer contacto arrancó de mis entrañas un gemido desesperado. Posé la mano sobre la suya y presioné… supliqué a sus dedos que me penetraran sin contemplaciones como si de una furcia se tratara.

Bajé mis bragas y me tumbé boca arriba. Llevadas por el deseo, las piernas se abrieron para dejarme hacer. El rostro de Hanna se plantó frente al mío, su aliento se fusionó con mi aliento y sus inmensos ojos azules quedaron anclados frente a mi imagen. Nos besamos, abrigue su rostro con las manos y nuestros labios se fundieron en un beso infinito.

Recorrió mis curvas con sus caricias, abrigó uno de los pechos para después acudir el otro. Sus manos los amasaron con dulzura, degustando de manera pausada su textura y suavidad. Noté como los pezones se hinchaban y endurecían mientras los estimulaba con los dedos. Después, se agachó y comenzó a lamer el izquierdo. Hanna lo atrapó con sus labios y tiró de él, su lengua lamió las aureolas y lo rasgó delicadamente con los dientes; estaba tan sensible que tuve que ahogar un grito al sentir la presión sobre él.

Cerré los ojos y me concentré en sus caricias, en sus besos, en las sensaciones embriagadoras que me desbordaban. Cuando volví a abrirlos, su rostro se encontraba a escasos centímetros, muy cerca, tan cerca que notaba su aliento resbalar en mi boca. Hanna permanecía a horcajadas, observando al detalle la expresión de mi rostro congestionado. Su desnudez se movía en círculos sobre mi desnudez y la voluptuosidad de sus senos se refrotaba contra los míos.

Volvió a agacharse para introducirse entre mis piernas; al instante, percibí su cálido aliento resbalar sobre mi rajita expuesta, después, llegó su invasión… la punta de su lengua rozó mi sexo y mi estómago se contrajo. Comenzó a lamer el clítoris hinchado y receptivo; su caricia me hizo gemir, lo hice como una perrita en celo mientras mi cuerpo se arqueaba. Sujeté uno de mis pechos y apreté el pezón con ansiedad. Los dedos presionaron su dureza hasta que dolor y placer se mezclaron, y una amalgama de sensaciones encontradas vino a mi encuentro. Abrí las piernas todo lo que era capaz y encogí las rodillas para dejarla hacer. Su lengua se colaba por cada rincón, me lamía, bebía de mí y yo me consumía de gusto. Mi respiración era un jadeo constante que se acompasaba con los movimientos de caderas.

Ahora eran sus dedos los que se colaban en mis entrañas. Aprecié la presión de su acometida. Las paredes lubrificadas de la vagina cedieron con facilidad ante su empuje. Salieron de mí para volver de nuevo a entrar. La vagina se acoplaba a sus dedos para cubrirlos y abrigarlos. Mientras sus falanges me follaban, sus labios hacían el vacío en el botoncito de placer, para que la lengua me atormentara con su caricia.

—Sigue… sigue… sigue… no pares —no dejaba de repetir las mismas palabras.

Levanté las piernas y las entrelacé alrededor del cuello. Posé las manos en su cabeza y presioné hacia el centro de mi placer. Las ingles hicieron lo mismo, y se irguieron hacia ella anhelando el roce de su boca. No podía más, había llegado al filo del abismo y estaba a punto de derramarme. Cuando el clímax me alcanzó, todo mi cuerpo se estremeció con continuas sacudidas, estas se iniciaron en mi sexo y se propagaron por cada rincón. Las caderas se movieron entre espasmos y el sonido de los gemidos se mezcló con el chasquido de sus dedos penetrándome. Cerré los ojos y la cabeza se movió de forma convulsa a uno y al otro lado de la cama, a derecha e izquierda, siguiendo un movimiento sin razón.

Tras la locura llegó la paz. Hanna se incorporó para situarse a mi lado y nos abrazamos. Las dos manteníamos el resuello apresurado de la respiración, pero ya todo había pasado. Estaba tumbada junto a mi desnuda, acaricié su rostro y nos besamos; sus labios todavía mantenían impregnado el sabor salado del sexo.

De repente miré el reloj sobresaltada, no era consciente de la hora y la magia se rompió; Elisa iba a volver de un momento a otro y nosotras seguíamos allí.

Antes de desaparecer por la puerta volvimos a besarnos, cuando se alejaba la observé… tan solo hacía unos instantes ese cuerpo voluptuoso y sensual había sido mío, o, quizás no… quizás estaba dormida y todo era parte de un sueño, un sueño del que estaba a punto de despertar