Lanzarote Final

Lo intento pero no puedo evitarlo, Hanna es ahora parte de mi y no puedo renunciar a ella.

Cada vez que coincidían en las estancias comunes del hotel, nuestras miradas se buscaban. Aprovechaba el menor descuido para hablar con ella o rozarla “sin querer”. Fueron habituales los toques de manos al pasar, la cachetada disimulada en el culo y los besos furtivos detrás de alguna esquina escorada. Me sentía como una adolescente que descubre por vez primera el amor, una quinceañera con cientos de mariposas en el estómago queriendo salir.

En uno de esos encuentros furtivos, le entregue una servilleta de papel con mi móvil, a partir de ese momento, pudimos comunicarnos a escondidas de una manera fluida: Hanna me contó que se sentía culpable, que nunca se había planteado su condición sexual, pero que después de nuestro primer encuentro, no había dejado de pensar en ello. Hablamos también de la relación que había mantenido con su sobrino; siempre había sido un chico muy especial. Me contó que un día en el que ella se sentía mal surgió; no fue buscado, y simplemente el chico se convirtió en ese salvavidas que recoges cuando te estas ahogando. Sabía que estaba mal, pero necesitaba sentirse querida, sentir la protección y cariño que hacía mucho que no encontraba en su pareja; ese sentimiento lo encontró en su sobrino. Ahora Hanna había hablado con él, le había dicho que no podían volver a verse más, los dos sabían que estaba mal y aquello no tenía mucho recorrido. Le explicó que todo había sido un error y no podían seguir con ello; el chaval que era buena gente, pareció haberlo entendido.

Pero por desgracia, mi estado de ensoñación no pasó desapercibido para Elisa; hacía mucho que nos conocíamos y había empezado a sospechar que algo no marchaba. Estábamos en nuestra playa, no aguantó más y preguntó…

—Te noto un poco rara… no sé, como si estuvieras ausente.

—Tu siempre me notas rara… —cuando llevas mucho tiempo con alguien, el engaño se vuelve mucho más difícil.

—Es como si tu cuerpo estuviera aquí pero tu mente estuviera en otro sitio…

—Que piense en mis cosas no quiere decir que me pase nada, simplemente significa que soy más introvertida. Sabes de sobra que me gusta la soledad y no me cuesta mucho abstraerme de todo.

—O, a lo mejor estás pensando en otra que no sea yo… —Elisa parecía bruja a veces.

—Si ya, o a lo mejor el Papa no es católico… todo podría ser.

—Que sepas que ninguna te va a follar como lo hago yo.

—No lo he dudado ni por un instante.

Cuando no estás se nota; todo tu ser disimula e intenta aparentar normalidad, haces como que escuchas, como que te interesa, como que sus besos te desatan, pero no es cierto. Todo lo que está relacionado con ella ha dejado de importante, y en tu cabeza solo hay sitio para la otra persona; una intrusa que no debía de estar allí, alguien que ocupa un lugar que no le corresponde, pero que ahora, ni quieres, ni puedes dejar salir.

Estábamos tumbadas sobre la arena en nuestro rincón preferido. Mi chica estaba desnuda, pero en esta ocasión yo opté por no quitarme nada. Sabía que Elisa sufría, siempre lo pasaba mal ante cualquier contratiempo relacionado conmigo. Decidí acercarme a ella y darle un beso… no fue un beso sexual y apasionado; acaricié su rostro con delicadeza, los labios acortaron el espacio que nos separaba y rocé su boca de forma sutil, casi sin tocarlos, luego volví de nuevo y las dos nos fundimos en un beso largo y cargado de sensualidad. Había sido mi pareja durante muchos años; con ella había descubierto la sexualidad de mi cuerpo, había averiguado que era posible otra forma de amar, era a ella a la persona que más debía en este mundo, siempre había sido incondicional y ahora me dolía en el alma poder hacerle daño.

Cuando dejamos de besarnos nos percatamos que teníamos nueva compañía en la playa… lo primero que percibí, fue el griterío de dos pequeños ingleses discutiendo, luego, cuando me incorporé para ver quien había llegado, las vimos… eran Hanna y su cuñada y, por lo visto, hoy habían decidido pasar la mañana en la playa.

Sentí vergüenza, siempre me avergüenza que dos personas que me conocen me vean besarme, pero la siguiente sensación fue de remordimiento… era extraño, pero me sentía culpable de besar a mi chica en presencia de Hanna, y enseguida noté como se me encendían los colores.

Cuando llegaron se instalaron cerca de nosotras y nos saludaron con amabilidad, me fijé en el rostro de Hanna y percibí cierta incomodidad que seguramente estaba propiciada por la escena del beso.

—Ha llegado la vecina “buenorra” y su cuñada—comentó Elisa.

—Si ya las he visto bajar —volví a dar a mis palabras un tono despreocupado.

—Te has dado cuenta que siempre van solas…

—Si ya he visto que no tienen mucho feeling con los maridos.

—Es una pena, porque la vecina está buena pero su cuñada no está mal tampoco… parece algo mayor que ella, pero se conserva bien.

En verdad era cierto; al contrario que Hanna que era morena, la cuñada era rubia y unos cinco años mayor. Tenía los ojos azules y aunque estaban empezando a asomar alguna línea de expresión, tenía una cara muy guapa. No era delgada, pero si bien proporcionada, se podía decir que era una mujer con curvas que muchos describirían como voluptuosas.

A los pocos segundos me llegó un whatsapp de Héctor (este era el nombre con el que había inscrito a Hanna en los contactos).

« Me he puesto celosa»

Sonreí en mis adentros al leer el mensaje y escribí la respuesta disimulando.

«Sabes… tengo ganas de ti»—mientras lo escribía, el corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho.

Vi que leía el mensaje y dejaba el móvil en el bolso para atender a sus hijos. Tras unos minutos, volvió a llegarme otro mensaje…

«Es una locura, pero yo también tengo ganas de ti. ¿Qué vamos a hacer»?

«No lo sé… solo sé que me encantaría que todo el mundo desapareciera de esta playa y nos quedarnos las dos a solas».

— «¿Qué harías?»

— «¿No lo sabes? Yo creo que lo puedes imaginar…»

Disimulaba con Elisa haciendo que interactuaba en las redes sociales. Me costaba muchísimo no reír como las tontas cada vez que uno de sus mensajes aparecía en la pantalla.

«Tengo poca imaginación y mucha curiosidad…»

— «¿Sabes que dicen en España?»

—«No, pero creo que me lo vas a contar…»

—«Dicen: “La curiosidad mató al gato”»

—«¿Tan pronto me quieres eliminar?»

—«No sin antes comerte… a besos.»

—«Eso suena mejor, pero no me has contado tus intenciones si estuviéramos solas…»

—«Te pediría que te pusieras a mi lado para poder ponerte crema… Las inglesas estáis muy pálidas y necesitáis mucha protección solar.»

—«Suena bien… ¿y por dónde me esparcirías la crema?»

—«Déjame pensar… creo que empezaría por tu espalda y después iría bajando hasta llegar al culo; allí me detendría y estaría un rato esparciendo crema, luego bajaría por los muslos y los cubriría con cuidado para que ni una porción de piel quedara desprotegida.»

—«¿Tienes pensado darme crema por delante también?»

—«Por delate llegas tú…»

—«Se me podría haber olvidado la crema…»

—«Si es así, también te daría por delante; no quiero verte luego como un cangrejo»

—«Muchas gracias por tu crema…»

Me costaba muchísimo mantener la compostura y no reírme, de vez en cuando, no lo podía evitar y se me escapaba una sonrisa de pura felicidad.

—«Si estuviéramos las dos solas tendrías que quitarte el bañador para hacer nudismo conmigo.»

—«¿Haces nudismo? (carita de sorpresa)»

Notaba el corazón golpear con tanta fuerza que incluso Elisa lo podría oír. Sentía las emociones a flor de piel y hacía tiempo que la excitación había tomado al asalto mi cuerpo. En ese momento, me quité la parte de arriba del bikini y seguido la braga para quedarme sobre la toalla desnuda. Mi chica se sorprendió de mi reacción y enseguida llamé su atención.

— ¿Te pongo crema? —no había valorado la posibilidad de que Elisa quisiera sobarme aprovechando la coyuntura.

—No dije nada y me coloqué de espaldas para que hiciera su trabajo.

Como siempre, Elisa no se conformó con esparcir la crema, lo hizo aprovechando el momento, deleitándose en sus caricias, deteniéndose en mis rincones más íntimos.

Estaba de espaldas y no podía ver a Hanna, imaginaba lo que estaría pensando; por un lado, me sentía observada, sabía que sus ojos estarían clavados en nosotras en esos momentos y eso me ponía muchísimo, pero por el otro, sabía que para ella era una situación violenta y no quería incomodarla. Pasados unos minutos volví a coger el móvil…

—«Si querías ponerme celosa lo estas consiguiendo…»

—«Es como te querría tener ahora… ya sabes que una imagen vale más que mil palabras»

—«Eres muy mala…»

Elisa había terminado de ponerme la crema y me di la vuelta para volver a verla. Aguantaba como podía la sonrisa de boba que se te pone cuando eres feliz. De repente, justo en el momento en el que había terminado de leer su último mensaje, Hanna se levantó, se quitó la parte de arriba del bikini y se encaminó hacia el agua. Ella se sabía observada y caminó de forma pausada y sensual. De forma automática mi mirada se dirigió al espacio tiempo que ella ocupaba; no podía dejar de mirar el sutil movimiento de sus caderas, se desplazaban a ambos lados como una melodía siguiendo el compás de cada pisada. Tenía dos hoyuelos de Venus en la parte baja de la espalda y eso le daba una imagen extremadamente sexi.

Su precioso cuerpo se zambulló en el agua y al momento volvió a salir. Se apartó el pelo de la cara y permaneció dentro del agua de espaldas a nosotras. Parecía que estaba refrescándose, pero yo sé que lo hacía a posta. De repente se introdujo la braga del bikini entre los cachetes del culo dejando dejándola como si fuera una tanguita, permaneciendo un rato más para que pudiéramos verla. Se dio la vuelta y recogió el agua fría con las manos para esparcirla por sus senos. Podía adivinarse con claridad como los pezones se habían endurecido y permanecían erectos, muy erectos. Al final tal como había entrado, salió del agua y el balanceo adictivo de sus bonitas tetas la acompañó hasta la toalla.

En cuanto pude volví a escribirle…

—«¿Esa era tu venganza?»

—«Como decís en España…” como las dan las toman”»

En esta ocasión no pude disimular la risa y Elisa se percató…

— ¿Con quién hablas?

—Con nadie, estaba viendo un video de bromas.

No se quedó muy convencida pero no dijo nada. Comenzamos a charlar y dejé el Whatsapp y a mi amante a un lado. Al mediodía, nosotras abandonamos la playa, pero ellas se quedaron un rato más, luego, media hora más tarde, las vimos llegar cuando ya estábamos instaladas en las hamacas.

Ese día había algo especial; los animadores se afanaban en preparar unos cañones alrededor de la piscina, por lo visto, iban a lanzar espuma y esta cubriría uno de los vasos de los pequeños hasta arriba. Parecía muy divertido, y enseguida padres y madres se arremolinaron en torno a la piscina con sus hijos. Elisa como siempre, se marchó a jugar su partido y yo me acerqué curiosa a la zona donde se iba a celebrar la actividad.

Los cañones comenzaron a lanzar espuma y en pocos segundos toda la piscina era una nube de algodón que crecía por momentos. Yo permanecía divertida viendo como los niños y los no tan niños entraban y se perdían entre la espuma. En ese momento llego Hanna con sus peques, ellos no se lo pensaron dos veces y se perdieron en el interior de la nube de espuma. Ella se quedó en la orilla intentando localizarlos sin mucho éxito. La observé y ella me miró a mí, nuestras miradas se cruzaron y al segundo las dos sabíamos que íbamos a hacer…

Entré en la nube y ella hizo lo mismo. Caminé a tientas entre copos gigantes de espuma hacia donde creía que estaría; al momento las dos nos encontramos, comenzamos entonces a palparnos a ciegas. Mis manos se posaron en su rostro y ella hizo lo mismo, después bajaron por sus hombros y las yemas de mis dedos reconocieron ese cuerpo que no hacía mucho había sido mío… cuando estuvimos seguras, nos abrazamos. Como el hombre invisible, estábamos en medio del mundo, expuestas ante todos, pero a salvo en nuestro pequeño espacio de miradas acusadoras. Abrigué su rostro con las manos y nos besamos, los labios se unieron y las lenguas se encontraron para fundirse y rozarse. Ella se aferró a mi cuerpo con ansia y nuestras bocas se perdieron la una en la otra. Posé las manos en su culo carnoso para estrujarlo con delicadeza y ella hizo lo mismo, Durante más de un minuto permanecimos ajenas a todo, dentro de nuestra pequeña burbuja de locura, en el maravilloso espacio tiempo que ocupaba su cuerpo y el mío.

Sus labios se apartaron, pero volvieron dos veces más a mí, después de nuestro momento locura, las dos nos separamos y regresamos disimulando por donde habíamos venido. Al salir del agua y volver a verla al otro lado de la piscina envuelta en espuma, noté como el corazón aporreaba contra mi pecho. Era feliz y cada vez me costaba más disimular.

El momento desastre llegó a la tarde antes de bajar a cenar; yo estaba duchándome y había dejado el móvil en la mesita, no estoy acostumbrada a eso de tener amantes y no lo silencié. Por lo visto, lo cogió Elisa y como ya estaba con la mosca tras la oreja, no pudo evitar la tentación de fisgonear… era un mensaje de Hanna, aunque en la pantalla aparecía Héctor… solo me decía: “Me ha encantado, quiero repetir”. Por suerte, en vez de una foto suya en el perfil tenía un amanecer, pero, aun así, Elisa montó en cólera y al salir del baño se inició la discusión.

Cuando salí de la ducha ella empezó a despotricar, lo primero que pensé era que me había pillado, pero luego, me sentí tremendamente furiosa de que hubiera fisgoneado en algo tan personal e íntimo como el móvil. Al leerlo, vi que no era tan comprometedor como hubiera esperado, pero a pesar de eso, Elisa creía que tenía un amante, y lo que era peor de todo, pensaba que ese amante era un hombre.

— ¿Quién es Héctor? ¿Qué has hecho con él que quiere repetir?

—Lo primero de todo… ¿qué haces tú fisgoneando en mi teléfono? Y lo segundo a ti no te importa quién es Héctor.

—Lo he cogido por si tenías un mensaje importante y resulta que te estas tirando a un tío…

— ¿Por si tenía un mensaje importante? No te lo crees ni tú. Lo has cogido porque eres una celosa de mierda y te piensas que me estoy follando a todo el mundo.

—Si querías tirártelo no tenías más que decírmelo, yo me apartaría de tu vida.

—Héctor es un compañero de trabajo, me ha dicho eso porque le aconsejé una ruta por la sierra —es alucinante cómo funciona el cerebro de rápido cuando piensas bajo estrés.

En ese momento ella se quedó callada, no sabía si porque mi explicación la había convencido o por qué simplemente tenía la necesidad de creerlo. De repente, Elisa parecía abatida y avergonzada.

—Si algún día quieres tener una aventura… solo te pido que seas valiente y me dejes antes, no quiero obligarte a que estés conmigo.

Tras sus palabras, fui yo la que se sintió avergonzada y profundamente culpable.

Bajamos a cenar sin decir palabra y como los búhos; las dos estábamos dolidas, y también, por qué no decirlo, las dos nos sentíamos culpables, cada una por algo diferente, cada una con su propio demonio interno, pero las dos, con el mismo sentimiento de vergüenza y culpabilidad.

Aquella noche no estuvimos mucho tiempo en el bar del hotel. Las horas se hacen eternas cuando estas con alguien sin hablar. Tampoco vi a Hanna y me dio pena, con la bronca no había podido responderle. A las once ya estábamos en la habitación. Entré al baño a desmaquillarme y permanecí frente al espejo mirándome; muchas preguntas sin respuesta… ¿cuánto podríamos aguantar así? ¿Qué iba a pasar cuando volviéramos a nuestras vidas? ¿Seré capaz de ser honesta con Elisa y contarle la verdad? Demasiadas preguntas sin respuesta, demasiados miedos y demasiadas dudas.

Llevaba uno de los vestidos cortos vaporosos que estrenaba para las vacaciones, me sentaba genial, pero sentía rabia, apenas le había sacado partido en aquella noche de morros largos. Llevaba un recogido y me había arreglado con mimo. Reconozco que lo hacía para ella; cada vez que me arreglaba, cada vez que me maquillaba, cada vez que elegía lencería, imaginaba la reacción de Hanna al verme.

Elisa entró en el baño y de inmediato noté su abrazó en mi espalda; estaba llorando y pedía perdón por su escena de celos. Sentí ternura y remordimiento por igual, dolía verla sufrir, pero, sobre todo, dolía engañarla. Volteé mi rostro y ambas nos entrelazamos en un suave y erótico beso, un beso que la activó para aferrarse a mí cuerpo con ansia. Lamí con dulzura sus lágrimas; la lengua se paseó a un lado de la cara y después al otro, percibí su sabor salado y Elisa se derritió.

—Lo siento muchísimo… soy tonta. Perdóname.

—Yo también lo siento…

—Te quiero y tengo mucho miedo a perderte… hago cosas que no quiero solo porque tengo miedo.

Nos volvimos a besar; sus labios ansiosos se pegaron a los míos. Elisa se retorció en mi boca y con cada beso, me exigía más, entonces, sentí la presión de sus manos recorrer con su caricia mi piel, el ansia de su tacto, la impaciencia de sus besos, la desesperación de su cuerpo por tomarme.

Elisa se retorcía de deseo. Un reguero de besos recorrió mi cuello y la piel se erizó al instante. Su mano bajó de un tirón el escote del vestido para dejar al descubierto los senos, al momento, mi pequeño pezón estaba dentro de su boca, los labios lo abrigaron y comenzó a lamerlo; estaba duro, sensible, receptivo, la sangre se amotinaba en su interior y tuve que ahogar un grito al sentir el suave contacto de sus dientes rasgándolo y tirando de él.

Apoyé las manos en el lavabo mientras ella bebía de mí. Se consumía y yo me consumía con ella. El pecho se hinchaba y deshinchaba en un ir y venir constante de jadeos acelerados. Ahora la respiración se había vuelto trabajosa y cada vez me costaba más recobrar el aire perdido.

—Date la vuelta zorra… —siempre ha sabido cómo ponerme a mil.

Me volteé obediente, al momento, la imagen de una mujer semidesnuda apareció frente al espejo del lavabo. Tenía la boca entreabierta y respiraba con dificultad. El escote ya no cubría sus pechos y los pezones se descubrían duros y erectos. Elisa estaba detrás e introducía sus manos por debajo del vestido. Tiró de mis braguitas, estas se deslizaron por los muslos, cayeron al suelo y se enredaron con las sandalias. Se agachó y al instante sentí su cálido aliento resbalando sobre mi sexo, después, fue su lengua la que me hizo estremecer con su contacto. Sus manos se posaron en las nalgas y las abrió para dejar al descubierto toda la humedad que la espera.

Se hundió en mis entrañas para lamerme y saborear mis jugos. Perdí poco a poco el sentido de la realidad. La mente tan solo era capaz de concentrarse en los estímulos que me regala su lengua.

—Sigue, sigue, sigue… —no podía dejar de repetir esa palabra, sabía que me haría tocar el cielo con las manos.

Me recosté sobre el lavabo y abrí las piernas a la vez que le ofrecía el culo en pompa. Su lengua no dejaba de lamer y jugar con mi rajita, ahora eran sus dedos los que se colaban entre las piernas y presionaban mi puntito de placer. Notaba la calidez de mis fluidos resbalando en finos hilos por el muslo interno. Había cogido un billete para en el expreso con destino al éxtasis y acababa de subir.

—Te voy a follar como te mereces… como la putita que eres.

—Si, por favor, fóllame… quiero sentirte.

Era como una perra en celo que necesitaba su alivio. De repente, dejé de notar su lengua en mi coño y el síndrome de abstinencia se apoderó de todo. Elisa se incorporóy soltó los botones de sus pantalones con la torpeza que provoca la ansiedad, se los bajó y los dejó hechos un ovillo en el suelo. Volteé la cabeza y lo vi… hacía tiempo que no lo utilizábamos y desconocía que lo hubiera traído a las vacaciones. Llevaba puesto su strapon y lo había llevado toda la noche, Ahora la tenía detrás, con la polla negra de goma atada a sus caderas, dispuesta a follarme sin compasión.

Elisa no se hizo esperar, colocó su miembro postizo en la entrada de mi vagina y lo paseó de arriba abajo esparciendo los fluidos que tenía impregnados. Sujetó mis caderas. Arqueé la espalda y mi culo se presentó ante ella en pompa. Acomodó la punta en la entrada de mi rajita y tras una breve pausa, embistió con un movimiento seco; se hundió hasta llegar a mi útero, abriéndose paso entre las paredes vaginales. Grité, no sé si fue dolor, impresión, o simplemente no la esperaba, el caso es que lancé un grito ahogado que la provocó para seguir acometiéndome.

—Te gusta cómo te follo verdad zorra…

—Sigue, sigue, sigue… —no alcanzaba a decir otra cosa.

—Vas a ser siempre mi zorrita… nadie te va a follar como te follo yo…

Elisa estaba desatada. Toda la presión y el miedo acumulados en las últimas horas los canalizaba a través de sus embestidas. Entraba y salía de mí, yo arqueé la espalda hacia atrás mientras cerraba los ojos. Movía las caderas adelante y atrás, y con cada acometida, un nuevo choque de cuerpos. El ruido de los chasquidos se mezclaba con los jadeos en una amalgama de sonidos de placer dentro de aquel baño

Una y otra vez se hundía; yo me estremecía, la recibía ansiosa deseosa de una nueva embestida. El espejo reflejaba el rostro de una mujer congestionado por el placer, la imagen de unas tetas balanceándose adelante y atrás como un péndulo. Una y otra vez me penetraba; cada vez que lo hacía, notaba la presión del falo de goma abriéndose paso sin piedad, entrando en mis entrañas, rozando en su trayecto mis sentidos.

Siempre le había encantado follarme con su arnés; se sentía poderosa y dominante, era ella quien manejaba, la que decidía sobre qué y cómo hacerlo. Sin embargo, yo siempre había sido la sumisa, la que era tomada y la que se dejaba hacer por ella deseosa por recibir su ración.

— ¡Dime quien te folla mejor guarra! —siempre le había gustado hablarme sucio, pero hoy estaba especialmente desatada.

—Tú… tú lo haces…

—Me encanta ver tu culito en pompa mientras te follo…

—Te siento… te siento… te siento…

Elisa se inclinó, alargó el brazo para alcanzar mi pelo, tiró hacia ella y la espalda se arqueó al momento. Se movía con furia, con ansiedad, con desesperación. Su cuerpo se tensaba con cada sacudida y mientras esto sucedía, colé los dedos entre las piernas para poder masturbar el clítoris. Lo noté hinchado y sensible. El roce empujó a la activación de mis sentidos en una escalada que solo tenía como destino el placer.

— ¡Córrete para mí zorra!

—Sigue, no pares…

—Mi zorrita está chorreando… —hacía tiempo que un fino hilo de fluidos resbalaba por el muslo interno.

No pares; me corro, me corro, me corro…

Había llegado al punto de no retorno. Elisa bombeaba cada vez con más fuerza, tensando su cuerpo con embestidas más secas y posesivas. Los dedos empezaron a frotar con fuerza el clítoris y se inició un incendio que se expandió sin remedio. Tuve que recostarme en el lavabo para no caer. Al momento, noté como el calor que emanaba de mi cuerpo se mezclaba con la frialdad de la encimera. El clímax me alcanzó y se me encogió el estómago, gemí como una gatita en celo, los espasmos se propagaban sin control, las piernas me fallaron y a punto estuve de derrumbarme con su erección dentro.

Durante unos segundos permanecimos en la misma posición mientras recuperábamos el aliento. A pesar de su buen estado de forma Elisa sudaba y jadeaba de cansancio.

—Hacía tiempo que no follábamos con el arnés... aunque eres una mudita sé que te gusta —Yo nunca le decía nada sobre sus juegos, a ella no le hacía falta; lo adivinaba por sí misma.

—Tengo que estar muy cachonda para utilizarlo…

—Y hoy lo estabas verdad… me encanta cuando te siento mojadita…

Se acercó y las dos nos fundimos en un cálido abrazo; nos besamos, le quité las correas del arnés y la empujé hasta la cama. Cayó de espaldas y me situé de cuclillas a la altura de tu coño depilado. Abrí sus piernas y me sumergí en ella, la lengua se abrió paso en su cálida humedad y a los tres minutos Elisa se estaba corriendo en mi boca.

Esa noche el sueño nos alcanzó enseguida. Discutir tiene su parte negativa; a nadie le gusta estar reñida con la persona que quieres, pero la discusión también tiene algo positivo, positivo y muy estimulante, esto no es otra cosa que la reconciliación… Nunca se folla mejor que después de una bronca. No sé si será la tensión acumulada o el miedo al precipicio, pero los polvos en las reconciliaciones son geniales.

Al día siguiente, la escuché salir de la habitación para ir a correr. Me había despertado, los pensamientos iban y venían y no me dejaban volver a conciliar el sueño. No entendía por qué la atracción se llevaba tan mal con la razón… cuando pienso en ello, siempre me viene a la mente esa canción de Sabina: “Y Sin Embargo”. Puedes ser razonable, hacer lo que debes y ser la persona que otros esperan, pero al final, siempre hay un “y sin embargo” esa palabra que para bien o para mal, no podemos sortear y nos arrastra. Mi pareja me quería y respetaba, era una mujer sexi y disfrutaba con ella en la cama, era inteligente y muchas veces divertida y sin embargo… no podía apartar de mi mente al objeto de mi obsesión. La razón me suplicaba que no la dejara, que continuara viviendo  junto a Elisa en la comodidad de mi “zona de confort”, y sin embargo, la persona que me atraía, con la que fantaseaba y a la que deseaba con todas mis fuerzas era a Hanna.

Los días fueron pasando, cada uno que dejábamos atrás, era un uno menos para la despedida, para volver a nuestra rutina diaria y para no verla nunca más. Hablábamos cuando podíamos por el whatsapp, pero no habíamos vuelto a tener un encuentro. Cuando Elisa expió mi móvil, me vi pillada, al final tuve suerte y pude salir airosa, pero… ¿cuantas veces más iba a poder engañarla? Pensaba que lo más sensato era esperar a que las vacaciones terminaran y todas volviéramos a nuestras vidas, quizás, de ese modo, la olvidaría y todo quedara como un bonito recuerdo, el recuerdo de un amor de verano.

Tan solo quedaban dos días completos de vacaciones, en realidad quedaban tres, pero el último debíamos abandonar el hotel temprano y el avión salía a las dos de la tarde, así que, ese día no contaba. Por la mañana del penúltimo día acudimos a nuestra playa favorita un poco más tarde, cuando llegamos, vimos que en esta ocasión Hanna y su familia se nos habían adelantado. Al pasar junto a ellas, las saludamos con cortesía y como siempre, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Habían comprado dos flotadores gigantes a los peques y allí estaban las dos cuñadas una con cada flotador, hinchándolos como podían.

Nos situamos en nuestro sitio y nos pusimos crema. Aquel día había un sol espléndido pero la mar estaba un poco revuelta. Estuvimos un rato tumbadas, pero tras media hora, Elisa que es un culo inquieto, se levantó para ir a nadar.

—Me aburre tanta tranquilidad. Me voy a nadar. ¿Te vienes?

—Ni por todo el oro del mundo.

—Tú te lo pierdes…

—Ten cuidado, parece que está más revuelta.

—Como se preocupa mi tontita por mí…

—No me preocupo por ti, lo hago por la cantidad de maletas que tendría que llevar de vuelta.

—Si en una hora no he vuelto, avisa a los socorristas.

Elisa se metió en el agua y comenzó a nadar, yo me alegré, porqué de ese modo podía “whatsapear” con tranquilidad con Hanna. Las cuñadas se habían pegado más de veinte minutos para poder inflar los flotadores y ahora los críos, corrían con dirección al agua con sus ruedas gigantes a disfrutar con las olas. Reconozco que no me daba ninguna envidia eso de tener hijos; por lo que había visto en familiares y amigos, a partir de convertirte en madre, te transformabas en una especie de esclava; tu vida tal y como la conocías desaparecía, para dejar de ser la persona que eras y convertirte en otra que solo vive por y para ellos. Me imagino, que eso va en el instinto materno, pero a mis cuarenta años, ese instinto no había venido a visitarme todavía.

La cuñada de Hanna se tumbó a tomar el sol, y aprovechamos para poder hablar con tranquilidad. Las dos contábamos las horas que nos quedaban de vacaciones y hacíamos planes para poder volver a vernos. Yo sabía que antes de eso tenía que haberlo dejado con Elisa, pero, solo de pensarlo, el estómago se encogía como si estuviera a punto de caer por un precipicio. Sabía que debía hacerlo, tenía que ser honesta con ella y conmigo misma, tenía que poner fin a nuestra relación antes de que ambas saliéramos heridas.

La conversación alternaba instantes de euforia y de bajón; había momentos en los que me veía a mí misma con Hanna paseando por Londres y haciendo una vida juntas, en otras ocasiones, pensaba en las consecuencias; imaginaba la reacción de Elisa cuando se lo dijera y lo duro que iba a ser para las dos dar el paso después de tantos años.

De repente, vi que uno de los hijos se acercaba a su madre llorando y esta se levantaba como un resorte. Miré hacia la orilla y no vi a la hermana. Al mirar con más detenimiento pude verla subida al flotador a unos 100 metros de la orilla, se encontraba muy alejada, en un lugar donde por supuesto no debía estar. En ese momento, pensé que alguna corriente lo habría arrastrado y ahora se veía incapaz de regresar. Hanna quería lanzarse al agua, pero su cuñada se lo impedía; por lo visto, ninguna de las dos eran buenas nadadoras y si se lanzaban corrían peligro de quedarse allí. Hanna la llamaba desesperada, le pedía que diera a las manos, pero la niña estaba demasiado asustada para escuchar nada.

Me levanté y fui hacia la orilla. Durante el camino me acordé de Elisa; ella se habría lanzado y la habría traído sin problemas. Miré a ambos lados de la playa, pero estábamos solas, cuando llegué a su altura, pude ver el miedo en sus ojos. Hanna estaba aterrorizada y fuera de sí, ni siquiera se percató de que yo estuviera allí. No me lo pensé dos veces y me lancé a por ella… no me dio tiempo a pensar en las consecuencias, ni tan siquiera a tener miedo, solo sé que me lancé al agua y comencé a nadar en dirección a la niña.

Siempre me ha gustado nadar; no tengo la experiencia que tiene mi chica, pero no soy mala en ello. Sin embargo, hacerlo en el mar es mucho más complicado, cuando hay oleaje, no ves lo que tienes delante y es difícil orientarse. Nadé durante un rato con el rostro levantado y conseguí alcanzar a la niña, cuando llegué a su altura, lo primero que intenté fue calmarla, pero la pequeña no hacía más que llorar y llamar a su madre. Una vez que hube descansado, comencé a arrastrar el flotador con ella encima. Me costó muchísimo porqué había resaca, pero poco a poco y dejándome llevar por las corrientes, fui empujando y arrastrándola hasta llegar a la orilla.

En cuanto alcanzamos la orilla, Hanna se lanzó a por su hija y las dos se fundieron en un abrazo cargado de lágrimas. Yo tenía el corazón acelerado por el esfuerzo, pero me sentía genial. Mientras la madre abrazaba a su hija, la cuñada se acercó para agradecerme de forma sincera lo que había hecho, después fue Hanna la que me estrechó entre sus manos y me susurró al oído decenas de veces la palabra “thank you”.

A los diez minutos, apareció Elisa a la que se la veía sorprendida por el revuelo creado…

— ¿Que ha pasado que esta todo el mundo alborotado?

—Ha pasado que para una vez que tenías que estar aquí no estabas… así que, he tenido que hacer yo de heroína —utilicé mi sonrisa de suficiencia.

Elisa me miró con una mezcla de expectación y sorpresa; como si no terminara de creerse lo que le estaba contando, aunque eso sí, deseosa de seguir escuchando la historia.

—Pues resulta que la hija de Hanna se ha alejado de la orilla y no podía volver. Como ni su madre, ni su tía saben nadar bien, ha tenido que ser tu chica la que se lanzara a por ella y la trajera sana y salva…

—De verdad lo estás diciendo…

—Claro que te lo digo de verdad, como no venías tú… me he tenido que lanzar yo.

Entonces, fue Elisa la que me dijo lo orgullosa que se sentía mientras se abrazaba.

Durante la comida fueron el marido de Hanna y su hermano los que se acercaron. Los dos me dieron un enorme abrazo del oso y se comportaron de manera cordial y agradecida. Cuando se marcharon, me sentí culpable, pero por otro lado pensé… tenía que haber sido él y no yo quien hubiera estado pendiente de sus hijos”. Cuando ellos volvieron a su mesa, la observé… estaba cortándole la carne a su hija y alzó la vista del plato por un instante; me encontré con su mirada, me sonrío con sus inmensos ojos azules y las dos permanecimos ancladas la una en la otra. Seguramente ese fue el momento y no otro, ese fue el instante en el que supe que ella también estaba enamorada.

Esa noche, las dos fuimos a ver las actuaciones. Recuerdo que era un espectáculo de luz y sonido basado en las películas Disney. La busqué con la mirada y la encontré… al instante, y como por arte de magia, ella sintió mi presencia, nos miramos y sonrió, entonces, le envié un mensaje citándola en el baño…

Había muchos clientes viendo en ese momento la actuación y el trasiego al baño era constante. Al entrar, la vi frente al lavabo y me situé a su lado. Las dos nos mirábamos, lo hicimos a través del espejo disimulando. En el primer momento en el que las miradas indiscretas nos dieron un poco de intimidad, mi mano acarició el torso de la suya y nuestros dedos se entrelazaron, no duró más que unos pocos segundos y, sin embargo, parecía que hubieran estado unidas una eternidad. De repente, volvió a abrirse la puerta y nos soltamos sobresaltadas. Tras unos segundos, regresamos de nuevo a nuestros respectivos asientos sin haber podido saciar el mono que teníamos por la otra.

Esa noche tomamos varios combinados en la terraza del hotel; cuando volvimos a la habitación las dos estábamos bastante “movidas”. El alcohol siempre me desinhibe, y esa noche no le fue difícil a Elisa convencerme para que me abriera de piernas a su “morenito” (nombre con el que había bautizado al pene negro que tenía instalado en el arnés).

Desperté. Eché la mano a mi izquierda y comprobé que todavía estaba caliente el lugar de la cama donde había dormido Elisa. Como cada mañana la vi ponerse sus mallas y calzarse las deportivas en la semioscuridad de la habitación. Miré el reloj, eran las siete de la mañana. Mi chica salía por la puerta y pensé en la inmensa fuerza de voluntad que necesitaba para salir cada mañana a correr.

Volví a cerrar los ojos. Mi cuerpo desnudo se acomodó en la inmensa cama y un placentero sueño vino a de nuevo a mi encuentro. Ya había perdido casi el conocimiento cuando creí oír dos pequeños golpes en la puerta… abrí los ojos y el corazón comenzó a aporrear contra el pecho. Estaba desnuda, así que tuve que buscar apresuradamente el pantaloncito y la camiseta del pijama dentro del cajón. Alrededor de la cama se encontraban esparcidos vestidos, bragas y sujetadores, testigos mudos de la noche anterior. Rápidamente los empujé con el pie ocultándolos debajo de la cama. Fuera, volvieron a golpear la puerta un par de veces más y entonces abrí…

Esta vez no me sorprendí… al otro lado y bajo el quicio de la puerta se encontraba ella; de nuevo era Hanna preparada para salir a correr con sus mallas y camiseta ajustada. Sonreí, un maravilloso hormigueo recorrió mi estómago, luego, pasó dentro y cerró la puerta tras ella.

Se lanzó sobre mis labios y las dos nos fundimos en un beso profundo y húmedo. Su lengua me buscó con la necesidad de quién llega a un oasis en el desierto. Noté como el tacto de dos manos ansiosas y frías se colaba por debajo del pijama y magrearon los pechos, el culo, las caderas. Sus curvas se pegaron a las mías y su deseo se fundió con mi deseo.

Me dejé hacer por ella deseosa de más. Sus besos interminables me guiaron hasta la silla del escritorio. Me sentó y ella se agachó para situarse entre mis piernas. Bajó el pantaloncillo del pijama y este cayó al suelo. Sus manos se posaron en las rodillas, las abrió, y la sonrisa vertical apareció frente a ella. Al momento, sentí resbalar su cálido aliento sobre mi humedad, seguido, la caricia de su lengua alcanzó el clítoris; mi estómago se encogió, me estremecí, gemí por la impresión y mi cuerpo se escurrió en la silla. Posé las manos en su cabeza y presioné, apreté con fuerza su rostro contra mi coño, mientras, movía las ingles en círculos buscando la intensidad de su roce.

— ¡Diossss! Sigue, no pares…

Hanna pasó sus brazos por detrás de mis muslos y levantó las piernas colocándolas por encima de sus hombros. Tuve que agarrarme a la silla para no perder el equilibrio. Mientras tanto, ella no dejaba de saborear mis jugos. Sus labios hacían el vacío en mi puntito de placer y lo absorbían, después, su lengua lo castigaba con sus húmedas caricias.

—Sigue, sigue, sigue, sigue… —era lo único que alcanzaba a decir, lo único que deseaba.

Me encontraba sobre la silla mientras ella me comía el coño. Tan solo una fina pared nos separaba de su familia; su marido, sus hijos, su mundo… todo estaba ahí al lado, dormían plácidamente ajenos a todo. Mientras ella me comía el coño, toda la vida de Hanna se encontraba a dos metros de nosotras, quizás, escuchando los jadeos, pero ajenos a nuestro momento.

Cada vez era más difícil mantener el equilibrio sobre la silla. Conforme aumentaba el gozo, mi cuerpo se escurría más y más. Necesitaba sentirla, el instinto animal y primario empujaba mi cuerpo hacia ella, como un imán, mi sexo anhelaba la calidez de su lengua. En ese momento era una yonki que buscaba su dosis diaria de Hanna.

Ella hundía su boca en mí; cada vez que lo hacía, cada vez que su lengua lamía mi intimidad, yo tocaba el cielo con las manos. Por un instante, nuestras miradas se encontraron… yo resoplaba con la boca entre abierta y abrí los ojos, estaba entre mis piernas con sus ojos azules clavados y observándome. Disfrutaba de la imagen, disfrutaba del rostro congestionado de la mujer jadeante que tenía frente a ella.

Ahora eran sus dedos los que comenzaban a follarme; los sentí introducirse resbalando con facilidad en el interior de mi vagina, entraron hasta el fondo sin pedir permiso y empezó a penetrarme a la vez que su lengua lamía el clítoris. Hanna me follaba como la mejor de las lesbianas, su lengua se movía como si toda su vida hubiera comido coños, como si supiera en cada momento como, cuando y donde activarme.

Yo gemía como una gata en celo. Arqueé la espalda hacia atrás. El instinto primario me empujó a colar las manos bajo la camiseta del pijama y masajearme las tetas, las sentía tersas y e inflamadas. Los pezones estaban duros, muy duros y erectos. Los pellizcaba con tanta fuerza que dolor y placer se mezclaron en una amalgama de sensaciones encontradas.

Hanna se incorporó sin dejar de follarme con los dedos. Sus labios se situaron a la atura de mis labios y su aliento se mezcló con mi aliento. Yo gemía, me retorcía y recostaba en la silla. Sus dedos no me daban cuartel. Estaba a punto y ella lo sabía.

—No pares, por favor… sigue, sigue…

Sus dedos impregnados en fluidos entraban y salían de mí. El chasquido que provocaba su movimiento se mezclaba con el resuello de respiraciones entrecortadas. De repente, sus falanges abandonaron el coño y al instante sentí la ansiedad de su ausencia. Hanna se los metió en la boca mientras me miraba y seguido me los metió a mí; los lamí como quien paladea el mejor de los manjares, degustando su sabor salado sin dejar de mirarla a los ojos.

—Sigue... no dejes de follarme…

Hacía tiempo que los fluidos vaginales empapaban mi coño. Ella sabía que estaba a punto de correrme y aplicó una cadencia feroz a sus movimientos. Una y otra vez, me penetraba, y yo la recibía entre gemidos desesperados. Estaba acercándome cada vez más rápido al punto de no retorno y las dos lo sabíamos. Notaba como mi cuerpo se tensaba más y más, y conforme esto sucedía, el resuello y su cadencia aumentaba. Grité de placer, lo hice como nunca al sentir la llegada del clímax. Durante unos segundos, mi cuerpo se estremeció retorciéndose y atrapando su mano entre mis piernas. Me derramé por completo mientras cientos de escalofríos me recorrían. Cuando todo hubo pasado, fui consciente del aquí y el ahora, me incorporé, las dos nos reímos de pura felicidad y después nos besamos.

Todavía tenía la respiración acelerada cuando me incorporé para hacerla sentar en la silla. La coloqué frente a uno de los espejos y me situé tras ella. Encajé el rostro por encima de su hombro y las dos observamos nuestro reflejo con una sonrisa. No pude aguantar la tentación; mi boca buscó su cuello con necesidad, los labios se impregnaron de su sabor, su piel se erizó y en pocos segundos, su respiración se volvía azarosa y rápida. Ella se arqueó hacia atrás dejando su cuello expuesto a mis besos, invitándome a beber de ella, como si se tratara de del mejor de los caldos.

Hanna volteó su rostro buscándome; me moría por sentir sus labios, su sabor, sus ganas de mí… entré en su boca y ella abrigó mi lengua con sus labios, después y guiadas por la locura, se unieron en un baile húmedo y sensual. El sabor de sus labios era algo adictivo, una droga que al instante me activaba, una necesidad a la que cada vez me costaba más renunciar. Mientras nos comíamos a besos como dos desesperadas, mis manos se pasearon por encima de su ropa ajustada; recorriendo sus montañas, páramos y valles.

—Abre los ojos.

Le pedí que abriera los ojos y al momento nuestro reflejo apareció en el espejo.  Mi mano se movió despacio hasta el interior de sus muslos, su respiración empezó a entrecortarse y llevada por la magia del deseo, abrió poco a poco las piernas para dejarme hacer en libertad. Lanzó un gemido ahogado al sentir mis dedos alcanzar su rincón más íntimo. La caricia notó la calidez y humedad que emanaba de su coño a través de la tela. Loca de deseo comencé a ejercer una suave presión en el vértice que hay entre sus piernas. Conforme el roce sobre el monte de Venus aumentaba, la respiración se aceleraba, y sus caderas iniciaron un movimiento rítmico y circular.

Su mano se posó sobre la mía y comenzó a guiar mis movimientos.

—Follow, don´t stop… —palabras que apenas eran audibles

Ahora era la otra mano la que buscaba el borde de la tela para colarse. Las yemas de los dedos acariciaron la calidez de su piel, percibiendo como todo se erizaba a su paso. Amasé con delicadeza uno de sus senos y sentí bajo mis manos su textura, peso y suavidad. Hacía tiempo que sus pezones estaban duros, estos asomaban bajo la tela erectos y desafiantes, como si una tienda de campaña se tratara. Me encantaba sentir el tacto de sus grandes senos, los pezones duros filtrándose entre los dedos, sus aureolas rugosas y erizadas bajo las yemas. No pude evitar la tentación y lo pellizqué, lo presioné con la ansiedad que provoca el deseo, y ella emitió un pequeño grito ahogado.

Hanna se desprendió de sus prendas deportivas, primero se quitó la camiseta ajustada y sus dos hermosos senos salieron de su cautiverio, después, se bajó las mallas y su cuerpo se presentó frente al espejo completamente desnudo. Volvió a sujetar mi mano y la guio de nuevo al lugar donde anhelaba estar. Su coño palpitaba de deseo, sus fluidos lo empapaban todo y el primer contacto con el clítoris hizo que se retorciera entre jadeos sobre el asiento.

Me encanta tus tetas… me encanta tu coñito… me encantas tu… —susurraba al oído de Hanna mientras mis dedos se impregnaban de fluidos.

—Go on, go on, go on…—palabras entrecortadas que apenes lograba entender.

—Quiero follarte como no te ha follado nadie…

De nuevo me cerní sobre su cuello y los dientes lo rasgaron con suavidad. Su cuerpo se volvió a arquear hacia atrás, abrió la boca buscando el aire y sus ojos se cerraron para concentrarse en los estímulos que la recorrían.

Gimió de nuevo al sentir la invasión de los dedos, estos, entraron en ella sin dificultad, resbalando en sus entrañas para después iniciar un suave bombeo. Cada vez que las falanges la penetraban emitía un pequeño gemido, un ahogado ronroneo de placer que aumentaba en intensidad cada segundo.

Extraje los dedos empapados de fluidos, estaba tan mojada que goteaban, seguido, se los di a probar… Hanna abrió la boca y sus labios los abrigaron con sensualidad, los succionó y su lengua los lamió con gula, después, los extraje y fue mi boca la que ocupó su lugar. Ahora son sus labios los que ardían sobre los míos, bebiendo la una de la otra lo prohibido.

Sin dejar de besarnos Hanna se incorporó. Estábamos la una frente a la otra besándonos con desesperación mientras las manos no daban abasto. Es una sensación maravillosa sentir su cuerpo desnudo acoplarse como si de uno solo se tratara. Notar la presión de sus preciosos pechos contra mis pechos, acariciar su culo carnoso, percibir su olor, su ansia, su deseo…

De repente se detuvo, había visto algo sobre la mesilla que llamó su atención, miré en la misma dirección y fue entonces cuando lo vi… era el arnés, las correas con el consolador negro que hacía unas horas habíamos utilizado Elisa y yo. Mi primera reacción fue vergüenza, me sentía profundamente avergonzada y culpable de que Hanna hubiera sido testigo de algo tan íntimo y personal, pero también, no pude evitar sentir que la traicionaba, esa era la prueba de que hace poco había estado con otra mujer, y aunque fuera mi pareja, no quitaba para sentirme incómoda.

Hanna se acercó y recogió el arnés de la mesita de noche. Me miró y una sonrisa pícara asomó en su rostro.

— ¿Quién lo lleva puesto?

No esperaba su pregunta y me costó asimilarla.

—Siempre se lo pone ella… le pone mucho follarme con él, es la más activa de las dos —volví a avergonzarme otra vez al contarle las intimidades con Elisa.

— ¿Te gusta que lo haga?

—No lo utilizamos siempre, pero sí que me gusta…

— ¿Lo utilizarías conmigo?

Esa sí que era una pregunta que no me esperaba. Tardé varios segundos en asimilarla y lo hice con otra pregunta.

— ¿Te gustaría que lo haría?

—Si…, me gustaría.

Lo recogí de sus manos y comencé a colocarme las correas. Hanna permanecía expectante frente a mí, la notaba curiosa y excitada, como una niña que está a punto de abrir un regalo. Me costó colocarme las correas, nunca lo había llevado puesto y tampoco me había fijado en como lo hacía Elisa. Una vez estuvo acomodado, ella se acercó y agarro con suavidad el dildo negro de silicona, una de sus manos comenzó a masajearlo como si lo estuviera pajeando. Sus ojos azules quedaron anclados frente a mis ojos y el morbo se apoderó de todo.

De nuevo nos besamos, un beso suave cargado de erotismo que poco a poco fue aumentando en intensidad. Mientras labios y lenguas se fundían, ella no dejaba de pajear mi polla postiza. De repente, se arrodilló frente a mí y se lo metió en la boca; el mismo consolador que la noche anterior había entrado y salido de mi coño, ahora estaba en la boca de Hanna. Ni siquiera lo habíamos limpiado, ya no hacía falta, su boca se había encargado de todo.

Mientras el dildo entraba, salía y se impregnaba de saliva, ella no dejaba de mirarme; en sus ojos se adivinaba la lascivia y yo me consumía de gusto ante la escena. Sus dedos encontraron el hueco que quedaba entre las correas y rozaron mi rajita; volví a estremecerme de placer al sentir de nuevo su dulce invasión, sus dedos se pasearon por mi intimidad en su camino hasta el clítoris para consumirme.

— ¡Fuck me! —me pidió que la follara y no había otra cosa en el mundo que deseara más.

Le indiqué que subiera a la cama; obedeció sumisa situándose en el borde, se colocó a cuatro y encajó las almohadas bajo su cuerpo. La redondez de su culo carnoso se acomodó en pompa a la altura del dildo. Lamí los dedos impregnándolos en saliva y los paseé por su rajita; Hanna gimió al percibir el roce en su intimidad y casi por instinto arqueó su trasero dispuesta a recibirme. En ese momento, mi dulce tentación se había convertido en una perrita en celo que solo buscaba su alivio, y yo, estaba decidida a dárselo.

Sujeté el consolador con los dedos de una mano y lo llevé hasta la entrada de su vagina; comencé a restregarlo esparciendo los fluidos, este se movió entre sus labios vaginales y al momento se impregnó de su humedad. Elisa lo había utilizado muchísimas veces conmigo, pero yo nunca lo utilicé con ella; seguramente no le encontraba sentido, solo entonces, en el preciso momento que estaba a punto de follarme a Hanna, era cuando era consciente del morbo y excitación que se podía llegar sentir.

Durante unos instantes me hice de rogar, acaricié su coño con el falo hasta que se pringó por completo de su humedad. Cada vez que la suave caricia recorría su rajita, escuchaba los gemidos de Hanna y esta se aferraba con fuerza a las almohadas. No podía aguantar más; quería sentirla, escuchar sus gemidos al penetrarla, quería que fuera mía.

Encajé el dildo en la entrada de su vagina, mis manos se aferraron a sus caderas, la acometí despacio y los dieciocho centímetros de goma comenzaron a penetrarla. Hanna jadeó al sentir la invasión, entonces, llevada por el instinto más básico, lancé una embestida seca que se hundió por completo en sus entrañas. Las paredes de su vagina cedieron, gritó al sentir la presión abriéndose paso, y comencé a mover las caderas adelante y atrás en una cadencia lenta pero continua.

Al principio me movía despacio; era la primera vez que lo hacía y me sentía indecisa, poco a poco mis movimientos fueron más seguros y las embestidas más profundas. Movía las caderas y la erección entraba; uno, dos, tres… una y otra vez bombeaba y sus gemidos se mezclaban con el chasquido de nuestros cuerpos chocando.

Me sentía poderosa y excitada. La imagen que tenía ante mis ojos era lo más morboso que nunca había soñado y escuchar sus jadeos cada vez que sufría mi invasión, era el mejor regalo para mis oídos.

—Más fuerte, fóllame más fuerte…

Obedecí aumentando la cadencia y fuerza de mis embestidas, mientras, ella comenzó a mover el culo en círculos.

—Te siento, te siento, te siento…

Palabras que repetía sin parar y que no eran más que gasolina para la hoguera de lujuria en la que las dos vivíamos.

Una y otra vez me sumergía en su interior y ella me recibía, era un encuentro único en el que las paredes de su vagina se acoplaban a la forma del dildo, para cubrirlo y abrigarlo al mismo tiempo.

Recostada sobre las almohadas movía el culo en círculos; su movimiento sinuoso aumentar más si cabe el roce. Nunca lo había hecho, pero en esta ocasión no pude resistirme a la tentación. Mi dedo buscó el recóndito anillo del ano; acaricié con suavidad su perímetro provocando la activación de sus cientos de terminaciones nerviosas. Por un momento, detuve mis embestidas y centré mis mimos en el otro orificio. Antes de mancillarlo, esparcí abundante saliva y cuando todo estaba lubricado, la falange del corazón pidió permiso para entrar. Desde el primer momento, sentí su dureza, era un culito virgen y notaba la resistencia de sus paredes a mi empuje. A pesar de su aguante, entré… primero una falange, después, el resto del dedo profanó su estrecho agujero.

— ¡Ahhhh!

Hanna gritó, pensé que le había hecho daño, pero al momento me pidió que siguiera.

¡Fóllame el culo! ¡Quiero que me lo folles!

Estábamos desatadas, nuestras mentes habían perdido el sentido de la realidad y ahora tan solo se guiaban por estímulos sexuales. Su culo se movía, me invitaba con su voluptuosidad a cumplir sus deseos.

Extraje mi erección de su vagina empapada en fluidos y me agaché frente a su culo, abrí los cachetes y me hundí en él; mi lengua lo lamió recorriendo su perímetro, subía y bajaba por la rajita con sutil delicadeza, estimulando en su camino las terminaciones nerviosas, escuchando su respiración entrecortada y sintiendo como su cuerpo de contraía con cada roce.

Cuando su puerta de atrás estaba empapada en saliva, me incorporé y guie el dildo hasta el anillo del ano. Una caricia circular recorrió la delicada piel y la humedad comenzó a impregnarlo a su paso. Encajé la puntita en su entrada y sentí al momento la resistencia a mi empuje, me detuve y sujeté sus caderas. Tenía miedo a dañarla, pero estaba decidida, Hanna quería que follara su culo y yo me moría por hacerlo.

— ¡Fóllame! Quiero que me folles el culo.

No podía más, me aferré con fuerza a sus caderas y empujé… su estrecho agujero se resistió a mi acometida y Hanna ahogó un grito al notar la erección entrar en ella… el primer empujón consiguió entrar unos centímetros, después, me detuve y reculé.

— ¡Ayyy ! —intentó acallar un pequeño grito, pero no lo consiguió.

Me sujeté otra vez a sus caderas y empujé con cuidado. Hanna volvió a intentar ahogar el grito, pero le fue imposible. En esta ocasión, no salí de ella, mantuve la goma erecta ensartada en su ano, esperando el momento para una nueva acometida. Tras unos segundos, volví a follarla.

— ¡Ahhh! ¡ahhh! ¡Ahhh! —dolor y placer se mezclaban por igual en una amalgama de gemidos ahogados.

Abrí sus nalgas. De manera lenta pero constante el ritmo de bombeo de mis caderas fue en aumento. Durante los primeros instantes tan solo entró la punta, una pequeña porción de los dieciocho centímetros. Poco a poco, la dilatación fue en aumento y conforme su estrecho agujero se amolda a la erección, los quejidos de dolor iban transformándose en gemidos. Sujeté sus caderas y comencé a acometerla con más intensidad. Cada embestida era un poco más profunda, cada vez que mi cuerpo se balanceaba hacia delante, el falo de silicona se introducía más y más en ella. Mientras, Hanna gemía, su trasero se arqueó y mano buscó la caricia del clítoris.

Ese fue el instante en el que los últimos siete años de mi vida saltaron por los aires. El momento en el que la máxima de la Ley de Murphy que dice: “si algo puede salir mal saldrá mal” se cumplía; la puerta de la habitación se había abierto y bajo el quicio se encontraba Elisa… mi corazón se encogió cuando la vi, Hanna intentó taparse avergonzada y yo no alcancé a decir nada, tan solo me limité a observar las muecas de dolor y rabia que se dibujaban en su rostro.

No dijo nada, dio media vuelta y desapareció. Al minuto me llegó un mensaje; me pedía que en una hora no estuviera en la habitación, quería recoger sus cosas y no quería encontrarse conmigo. Intenté llamarla, localizarla por el hotel, mandé decenas de mensajes de perdón, pero no hubo respuesta.

Hice lo que me pidió y dejé la habitación para que pudiera recoger sus cosas. Dejé una carta, pero ella no se molestó ni en abrirla. Sabía que le costaría mucho perdonarme, pero esperaba que algún día lo haría. Una cosa sabía segura; “jamás volvería a confiar en mi” yo sabía que la confianza es como un plato que se rompe, una vez se ha roto es difícil que al pegar los pedazos todo vuelva a ser como antes.

Con el tiempo, pude hablar con ella y pedirle perdón. Elisa estaba muy dolida, y le costó mucho volver a hablar conmigo. Yo me sentía culpable por hacer lo que hice, pero, sobre todo, me sentía culpable por no haber sido sincera; no decirle que ya no la amaba y permitir que siguiéramos viviendo en una mentira, había sido quizás, el mayor de mis pecados.

Ahora me encuentro en Barajas, en unos minutos sale mi vuelo a Londres. Hace seis meses que Hanna y yo nos vemos de forma intermitente y en este tiempo, ella ha pedido el divorcio. Su marido no ha pedido la custodia y es por eso que quizás nos podamos trasladar las dos a España. Ante mí se abre una vida muy diferente y nueva, una vida incierta por la aparición de nuevas personitas, pero una vida en definitiva que estoy deseando vivir.

Aprendí que el amor no se elige, te elige… Un día te das cuenta que no soportas vivir sin ella, que cuando estás con ella piensas que dentro de un rato se irá y la besas con tanta pasión como si ese beso fuera a parar el tiempo y darte más minutos a su lado. El amor ya te escogió y tú tienes que dejarte llevar.

Gracias.