Lanzarote

Me disponía a pasar unas tranquilas vacaciones en Lanzarote con mi chica pero la conocí a ella... Hanna la dulce mama amorosa lo cambió todo.

Lanzarote

Era la primera vez que visitábamos Lanzarote y estábamos emocionadas. Nos habían aconsejado ir a la zona de Papagayo por sus playas; por lo visto, es un lugar privilegiado para hacer nudismo. Tanto a mi pareja como a mí siempre nos ha gustado el tema, y por ese motivo, cada año pasamos nuestras vacaciones en algún lugar donde haya bonitas playas naturistas.

La conocí hace siete años; yo tenía treinta y tres y salía con un chico. Manteníamos una relación monótona y aburrida como tantas otras parejas y la verdad es que nunca me había planteado nada sobre mí condición sexual. La primera vez que la vi fue en el gimnasio del barrio y desde un primer momento sentí que me había convertido en su objetivo. Al principio, notaba siempre su mirada escrutándome a través de la sala, coincidía con mis horarios y buscaba cualquier excusa para hablarme. Yo no le daba mucha importancia, ya que, por aquel entonces, no sabía que era lesbiana, y todo lo achacaba a que quería ser mi amiga. Después con el tiempo, comenzamos a practicar los ejercicios juntas. Con forme pasaron los días, comencé a ser consciente que su lenguaje corporal era más y más afectuoso, más y más cercano.

Reconozco que cuando me enteré por chico del “gim” de que Elisa era lesbiana, me sentí violentada; ahora no tenía duda de que sus miradas, insinuaciones y roces casuales, tenían un componente que iba más allá de la amistad. Es por eso que, cambié de horarios con el fin de evitarla. Preferí esconder la cabeza y ser cobarde a hablar con ella con claridad.

A partir de ese momento, cambié de días y de horarios de asistencia. Tan solo coincidí en alguna ocasión cuando una entraba o la otra salía. Durante el tiempo que estuvimos practicando juntas en el “gim”, me había contado que trabajaba en un bufete como procuradora y yo sabía perfectamente que horarios podía utilizar para no coincidir.

Pero tras varias semanas de ausencia algo pasó… al principio intentaba auto convencerme de que no, pero todos los días me descubría esperando que apareciera por la puerta o recordando sus roces casuales e insinuaciones. Era una sensación extraña y nueva para mí, intentaba luchar contra ella, pero es difícil cuando tu corazón no entiende a la razón. No entendía que me estaba pasando, pero la echaba de menos; echaba de menos sentirme deseada y, sobre todo, que la persona que me deseara fuera ella.

Las dudas quedaron despejadas una mañana de sábado en la que mi chico había salido en bici. Estaba sola y comencé a masturbarme en la cama… hacía días que estaba a dos velas y mis dedos se desplazaron bajo las sábanas para visitar mis lugares más íntimos; a mi mente comenzaron a llegar escenas, en ellas, Elisa me asistía en una máquina haciendo un ejercicio, al principio percibía su roce furtivo y, cada vez que su mano se posaba en mi cuerpo para ayudarme, me notaba más y más cachonda. Cada vez sentía más la necesidad de sus caricias y terminé corriéndome entre espasmos, convulsiones y jadeos, imaginando que era su lengua la que los provocaba.

El lunes siguiente, volví a cambiar de horarios a propósito para poder coincidir; en cuanto nos vimos, las dos supimos que algo había pasado; a pesar de hacer semanas que no coincidíamos, intuyó que yo no era la misma. Las mujeres somos expertas en detectar sentimientos y, esa misma tarde, cuando el baño estaba libre de curiosas, terminamos enrollándonos como dos colegialas que por vez primera prueban las mieles de lo prohibido.

Durante semanas nuestros encuentros fueron furtivos; cualquier sitio que nos diera un poco de intimidad era bueno para saciar la sed. Al principio lo mantuve oculto a mi novio; no era consciente de lo que me estaba pasando y me auto engañaba pensando que era algo pasajero. Cuando lo dejé, no le dije que era por nadie, sabía que, si le hubiera contado la verdad, hubiera sido mucho más doloroso.

Han pasado siete años desde aquello, nuestra relación se ha normalizado, todo el mundo lo sabe, y nos hemos convertido en una pareja más, una pareja con los mismos problemas, vicios y rutinas monótonas que el resto.

Es el primero de los diez días de vacaciones y hemos llegado a nuestro hotel situado en las playas de Papagayo de Lanzarote. El hotel es un complejo de cuatro estrellas con todo tipo de comodidades. No han pensado mucho para ponerle el nombre, tiene el mismo que las playas donde está situado. Elisa y yo estamos haciendo una pequeña cola en la recepción del hotel, delante nuestra, hay dos parejas inglesas haciendo el checking. Son dos matrimonios con hijos que parecen conocerse y que mantienen ocupadas a las dos recepcionistas. Observo a la pareja más joven; tienen una niña y un niño pequeños, el marido es un típico ingles de pelo rapado con barriga redonda, de esos que cada año viene a España a beber, comer y volver a beber, sin embargo, me llama la atención ella… intento adivinar que pudo ver una chica con una expresión tan inteligente y sensual como ella, en un tipo como ese.

La pareja que se encuentra al otro lado de la recepción parece un poco mayor. El hombre es un calco con cinco años más que el anterior y, como pasaba con la primera pareja, ella también vale bastante más que él. Cuando están terminando, un chico rubio y ojos azules de dieciocho o veinte años, se acerca a esta segunda pareja para comentarles algo. El chaval tiene una planta impresionante, y al verlo, pienso… « esa debía de ser la imagen de los hooligans anteriores antes de que las pintas de cerveza y las hamburguesas los dejaran hechos una piltrafa».

Cuando las explicaciones a la primera pareja terminan y les son entregadas las llaves de la habitación, estos se arriman a la segunda pareja y nosotras ocupamos el lugar que ha quedado libre en recepción. Nos asignan la habitación y explican los horarios. Preguntamos por las playas de Papagayo y la chica de recepción que por su acento también es inglesa, nos da un folleto con las vías de acceso desde el hotel a las playas y las normas que lo rigen. Cuando las dos parejas de ingleses terminan, la recepcionista les pide que esperen un poco, por lo visto, las tres habitaciones van seguidas y quieren hacer un solo viaje con todos.

Los primeros en entrar son los de más edad, los siguientes son el hoolingan y su mujer interesante y por último nosotras. Estamos en la cuarta planta y tenemos unas vistas preciosas; la terraza da a la piscina y, entre los edificios del hotel, podemos divisar el mar con toda su extensa belleza.

Reconozco que me de alguna manera me produce morbo pensar que la mama morbosa se encuentra en la habitación de al lado, por un segundo me pregunto si escucharé sus gemidos cuando lo haga con el gorila.

Nos quedamos solas e investigamos cada rincón de la habitación; Elisa va a ver el baño mientras yo salgo a la terraza para comprobar las vistas. En la reserva habíamos especificado vistas al mar y hemos tenido suerte; en ocasiones, por mucho que lo hagas constar en la reserva, luego te instalan donde les da la gana. Desde la terraza se divisa la inmensidad del océano y justo debajo, se encuentra la piscina más grande donde realizan la mayoría de actividades.

Bueno, ¿qué te parece? ¿He hecho buena elección?pregunto.

Cada año es una la que se encarga de reservar las vacaciones; cuando es ella la organizadora, prefiere estar más días, aunque el alojamiento sea más cutre, pero, cuando soy yo la que se encarga, ya sabe que el alojamiento y los pequeños lujos son imprescindibles.

Está bien, pero ya sabes que preferiría estar una semana más, aunque el hotel no sea como este…

Tontita, ya sabes que lo bueno, si es breve, dos veces bueno. Es preferible calidad antes que la cantidad.

Elisa sale entonces a la terraza donde me encontraba y me abraza por la espalda para susurrarme al oído.

Si quieres calidad, ya sabes Eva estoy dispuesta a darte calidad…

Sus manos ansiosas comienzan a magrearme mientras me mordisquea el cuello. Siento un escalofrío y toda mi piel se eriza.

Para. ¿Estás loca? Nos van a ver.

Pero a Elisa le da lo mismo y sigue a los suyo. Quiero detenerla, pero me cuesta resistirme; me encanta sentir como el deseo la desborda cuando está conmigo, siempre me resulta muy difícil decirle que no.

Estas vacaciones no voy a parar de follarte… vas a ser muy guarrillasusurró en mi oído mientras la mano se colaba bajo el vestido y el tacto de sus dedos acariciaba el muslo interno.

Le encantaba hablarme guarro y aunque que yo nunca lo llegue a reconocer, a mí me encantaba que lo hiciera. Sus caricias y besos estaban a punto de hacerme perder el sentido cuando escuchamos el ruido de la ventana corredera… las dos nos separamos con rapidez y al instante hizo su aparición en la terraza contigua la sexi mama inglesa. Las dos intentamos disimular y entre risas nerviosas, le hice el gesto de saludo con la mano mientras le hablaba en inglés.

¡Hi neighbour!

En un primer momento parecía mostrarse sorprendida por mi espontaneidad, pero tras un primer instante de duda, me devolvió el saludo con una sonrisa sincera.

—¡Hi!

—We are Elisa and Eva.

—I´m Hanna

—Nice to meet you —todas contestamos al unísono.

Durante unos segundos hicimos las típicas preguntas triviales, después todas nos despedirnos con amabilidad y entramos en las habitaciones para ponernos los bañadores. Era pronto para ir a comer y tarde para ir a la playa, así que decidimos bajar a la piscina a darnos un chapuzón .

—Tiene algo la vecina que la hace muy sexi, no me digas que no, porque he visto como la mirabas… —uno de los defectos de Elisa es que es muy celosa, pero en esta ocasión, estaba en lo cierto, aunque yo no tenía intención de reconocerlo.

—No sé… yo la he visto muy normalita —mentía como una bellaca.

—Que mentirosa eres… te conozco y se cuándo te pone una chica.

—Tu siempre piensas que me ponen todas, así que con alguna acertarás…

Era el primer día de vacaciones y preferimos no entrar en discusiones; los celos de Elisa siempre son un motivo de enfrentamiento, a veces el único motivo. Las dos bajamos con nuestros modelitos a intentar coger una hamaca. Siempre llevo conmigo el ebook y no me importa pegarme las horas enteras enfrascada en la lectura, sin embargo, a Elisa hay dos cosas que le apasionan: una es el sexo, y la otra no menos importante, el deporte. Si alguien la obligara a elegir, no tengo claro por cuál de las dos se decidiría.

Tuvimos que situarnos en unas hamacas un poco alejadas de la piscina, pero eso a Elisa no le incomodaba; no tenía pensado quedarse mucho tiempo tostándose al sol. A los pocos minutos, aparecieron los animadores y empezaron a levantar a todo el mundo de sus hamacas, por lo visto, había un partido de wáter-polo en la piscina. Por supuesto yo me negué en redondo, pero Elisa estaba deseando y se apuntó gustosa al partido.

Mientras escuchaba el griterío y las risas en la zona de la piscina, mi mente se centró en el ebook y se sumergió en la lectura abstrayéndose de lo que había al rededor. No llevaba mucho tiempo en mi mundo imaginario, cuando la discusión de unos niños que se acercaban me hizo levantar el rostro. Los dos matrimonios vecinos y su correspondiente progenie, se estaban aposentando a escasos metros de nosotras. Ellos llevaban una jarra de cerveza cada uno, la apuraron en un visto y no visto, y se incorporaron al partido que ya estaba empezado. El muchacho, sin embargo, se puso crema solar (lo que demuestra más inteligencia) y se lanzó al agua también.

Comencé a moverme con disimulo como si quisiera centrarme al sol y me puse las gafas para poder ver sin ser vista. Hanna estaba sentada en la hamaca poniéndole crema a uno de los pequeños, mientras, yo observaba con detenimiento como la extendía con sutil delicadeza. Al instante, mi mente comenzó a volar imaginando que era yo a la que cubría con sus suaves caricias.

Los pequeños parecían mosqueados; por lo que entendía de su inglés rápido y entrecortado, querían jugar el wáter-polo con los mayores. La madre les explicaba con paciencia infinita que para poder participar debían tener catorce años. Al final, tras un corto berrinche, escuchan a los animadores llamar para los juegos en la piscina “peque”. Cuando ella se levantó con sus dos pequeños uno a cada mano la observe… me parecía una mujer muy sensual.  A pesar que tanto su marido como sus hijos son rubios, ella es morena con melena cortita que realza sus ojos verdes, me recuerda mucho a la actriz que protagonizó la serie turca “Venganza y amor”.

La observé cuando se alejaba con su Bikini amarillo con puntitos blancos; era una braguita brasileña muy original, tenía forma de símbolo de visto del Whatsapp y lazos a los laterales anudados. Recuerdo su forma de andar; cuerpo y caderas se contoneaban en un movimiento sensual y mágico, un sutil movimiento que activó mis más bajos instintos.

En esta ocasión me fue más difícil centrarme en la lectura, saber que la tenía tan cerca me había alterado, e instintivamente comencé a buscarla con la mirada a través de palmera y hamacas. Pasaron unos minutos y la vi regresar, se sentó junto a su cuñada y ambas se quitaron la parte de arriba del bikini. Aparecieron unas blanquísimas tetas maternales en forma de lágrima con dos pequeños pezones rosados. Calculé que serían una talla 95, es decir, un par de tallas más que yo.

En cierta ocasión, nuestras miradas se cruzaron y Hanna levantó la mano tímidamente para saludar con una sonrisa mientras yo hacía lo propio. Cuando el partido terminó, apareció mi chica y se inclinó para plantarme un beso en los labios. Al rato, aparecieron también los maridos con un par de jarras de cerveza y unas pizzas, seguramente, para recuperar las calorías pérdidas durante el partido. Mientras Elisa se secaba con la toalla, miró hacia donde estaba el objeto de mi deseo...

—Joder con la mama inglesa… ¡esta buenísima!

—Te va a oír…

Me encanta el sexo con mi chica, junto a ella he tenido los momentos más excitantes y morbosos de mi vida, pero a veces se comporta como un tío y eso es algo que me incomoda.

—No me digas que no te la tirarías… —no sé si tanta sinceridad iba conmigo.

—Eres una cochina, eres peor que los tíos.

A eso de las dos nos fuimos a comer, después tomamos un café en la terraza y sobre las cuatro de la tarde cogimos los bolsos y nos encaminamos a las playas. La más cercana al hotel era la “Playa Mujeres”, pero había mucha gente y decidimos seguir. La segunda playa era una cala en la que había un grupo de chavales, así que continuamos por el sendero hasta llegar a tercera. Cuando llegamos, nos encantó; era una calita minúscula encerrada entre acantilados sin gente, su nombre es “Playa del Caletón” y decidimos instalarnos bajo una especie de cortavientos hecho de piedras.

Soplaba una leve brisa que atenuaba el calor a esas horas. Era el paraíso en la tierra; la arena blanquísima y el agua azul turquesa, aunque que como luego comprobaría, un poco fría. Mi chica se quitó el bikini en un visto y no visto y se zambulló. Cuando se encaminaba desnuda hacia el agua me fijé en su silueta… Elisa es algo mayor que yo, tiene cuarenta y tres, pero su cuerpo es impresionante, si la ves de espaldas, nunca lo dirías. Tantas horas de gimnasio y carreras populares, le han proporcionado unas piernas de saltadora de longitud y un culo de jugadora de vóley playa.

Reconozco que me encanta el nudismo. Al principio me costó un poco; fue Elisa la que me introdujo en el mundillo, pero una vez que lo probé, no he dejado de practicarlo cada año. Cuando haces nudismo te sientes liberada, en conexión con la naturaleza y libre para ser tu misma, pero también tiene un componente erótico, lo tiene porque miras y te miran, porque deseas y te desean.

El primer día de las vacaciones me cuesta un poquito desnudarme por completo, pero a medida que pasan los días, voy perdiendo la vergüenza y al final es algo que hago sin pensar. Retiro la parte de arriba y dejo la braga brasileña azul celeste que me he comprado. Al no vivir cerca de la playa y no tener un lugar discreto para tomar el sol, mis tetitas están blancas como la leche, pero espero y deseo que, tras los diez días de vacaciones, los contrastes desaparezcan y tenga un envidiable moreno uniforme.

Me acerqué a la orilla y me metí poco a poco; el agua estaba helada y decidí darme la vuelta.

— ¿No te metes?

— ¡Está helada! Como me meta, me va a pasar como a DiCaprio en Titanic.

— ¡No seas corta rollos! Entra en el agua y después de unos minutos ni te enteras.

Siempre me decía que soy una sosa y no me atrevía a nada, así que muy a mi pesar, me adentré de nuevo en el agua. Con cada paso que daba, venía a la memoria la escena de Titanic en la que Jack estaba agarrado a la tabla tiritando. En el momento que me llegó el agua por la cintura, ya tenía la piel erizada y los pezones duros como moras maduras. Fue entonces cuando la muy puta comenzó a lanzarme agua como una loca hasta que termino por empaparme por completo.

— ¡¡¡Eres una zorra!!! Esta helada.

—Ven aquí tontita —ella se acercó hasta donde me encontraba y me acurrucó con su cuerpo— Ya tenía ganas de tenerte aquí…

—Yo me voy a salir; si sigo aquí terminare las vacaciones con una pulmonía.

Elisa se colocó tras de mí y sus manos abrigaron mis pechos mientras sus palabras entrecortadas resbalaban en mi oído.

—Te deseo, no sabes cuánto te deseo…

Notaba su respiración siempre acelerada. Sentía la fría caricia sobre los pechos y la presión de sus dedos sobre los pezones sensibles me estremecía.

—Me encantan estas tetitas. Me vuelven loca estos pezones duros —mientras susurraba en mi oído, sus manos recorrían cada uno de los rincones que mencionaba— Me encanta rozar tu torso y notar como tu cuerpo se estremece. Me encanta cuando acaricio tu tripita y escuchar como jadeas…

Cerré los ojos y la respiración comenzó a acelerarse.

—Me encanta cuando mis dedos rozan tu cosita y te noto empapada…

Su mano se coló entonces por debajo de la braguita y alcanzó mi raja que la recibió con un gemido ahogado.

—Ya sabía yo que mi guarrilla estaba deseando…

Sus dedos acariciaron mi puntito de placer y comencé a consumirme. Mi cuerpo se arqueó hacia atrás y abrí la boca para poder jadear. Posé la mano sobre la suya para guiarla en sus movimientos y mientras se aprovechaba de mi debilidad, sus palabras continuaron cebándose conmigo.

—Mmm. Me encanta sentirte mojadita y cachonda… como una perrita en celo que no puede parar.

Elisa bajó las braguitas del bikini bajo el agua y me las entregó para que las guardara, después, sus dedos volvieron a centrarse en mi puntito de placer provocando que mis caderas se movieran al ritmo de sus caricias.

—Sé que estas a punto de correrte putita, así que no voy a parar —le encantaba ser vulgar y sucia hablando y, aunque yo nunca lo reconocía, me ponía muchísimo.

Estaba llegando a ese punto de no retorno; ese momento en el que el control del cuerpo deja de ser posible, cuando escuché en lo alto del acantilado el griterío de unos jóvenes. El corazón me dio un vuelco y me separé de ella.

—Para; alguien viene.

— ¿Que más te da? No nos conoce nadie.

—A ti no te importará, pero a mí no me gusta follar delante de nadie.

—Eres una tontita corta rollos.

Tras el calentón había empezado a temblar de nuevo; me volví a poner la braguita del bikini y salí del agua. Elisa decidió nadar un rato —no sé si ya he comentado… deporte y sexo; sexo y deporte.

Por suerte, los chavales pasaron por la parte alta de la cala y siguieron su camino en busca de otra playa. Yo me di crema y me tumbé a tostarme al sol a esperar la vuelta de la nadadora. Había dejado la braguita puesta, pero tras unos minutos de soledad, decidí quitármela y presentar al sol mi coño depilado con su fina hilera de pelitos.

Habían pasado más de cuarenta minutos cuando volvió resoplando de cansancio. Se secó con la toalla y me incorporé para hablar con ella.

—Ya estaba preocupada… no pienses que si te ahogas voy a poder ir a salvarte.

—Es por tu culpa; me dejas a medias y tengo que desfogarme de alguna manera.

—Una de las dos tiene que tener un poco de sentido común, ya sabes que me corta mucho que alguien me vea.

—Y si nos ven… ¿Qué más da? Aquí nadie nos conoce. Lo que hacemos en Lanzarote se queda en Lanzarote —a la vez que habla se aplica la crema solar.

—Eso tú, que te da lo mismo todo. Yo no me puedo concentrar sabiendo que alguien me observa.

—Eso es porque eres un poco sosita, es morboso saber que alguien te está mirando… ¿no me digas que no te gustaría que te observara la vecina mientras nos lo montamos?

— ¡Que pesada eres con la vecina! Igual a la que le gusta es a ti…

—Pues reconozco que si me gusta… pero a ti también te gusta, y no lo reconoces —después de siete años juntas ambas nos conocíamos bien.

—Anda pesada, voy a ponerte crema en la espalda, no sea que encima te quemes.

Elisa se tumbó boca abajo a la vez que se recogía el pelo a un lado. Comencé entonces a extender la crema con delicadeza, poco a poco fui recubriendo su cuerpo con mis manos: hombros, espalda, cintura, trasero…al igual que yo, tenía las marcas blancas del bañador de la piscina. Magreaba el culo con ternura, disfrutando de la delicada textura y dureza, después, me recreé en sus piernas, expandiendo la crema con la misma sutileza, recorriendo con mi caricia la delicada piel interna de los muslos duros y trabajados. Sus caderas se abrieron poco a poco y el pompis se arqueó; esa era su invitación no verbal para que continuara en el lugar donde quería tenerme.

Y una vez que la crema estuvo extendida en su totalidad, decidí ser mala…

El roce de mis uñas se paseó por su muslo interno subiendo y bajando. Notaba como su respiración comenzaba a ser más trabajosa. Las uñas recorrían con su caricia los muslos poco a poco, muy despacio, sintiendo como la piel se erizaba a su paso.

Comenzó a mover sus caderas. Yo sabía que se moría por sentirme, que su coñito se moría por recibirme, pero no lo hice… mis uñas iniciaron una caricia en la parte alta de la espalda y bajaron por la delicada piel de la rajita del culo. Elisa se consumía. Su coño palpitaba de deseo y yo disfrutaba con ello.

—Eres mala; te encanta ponerme cachonda y luego dejarme con las ganas.

—Mmmm. Sabes que sí; me encanta ponerte —reconozco un poco de maldad en mis acciones. Por su forma de ser, siempre me había producido un morbo especial dejarla con las ganas.

—Ahora me toca a mí ponerte cremita.

—Ya me he dado.

—No por la espalda.

Daba igual lo que le dijera, ella estaba decidida a darme crema, así que me di la vuelta, me acomodé el pelo y cerré los ojos para relajarme. Al momento, sentí el chorro frio de la crema en la espalda y tras ella, sus manos esparciéndola muy despacio. Cuando hubo terminado la espalda bajó hasta el culo y comenzó a recrearse en su caricia.

—Tienes el culito blanco así que tengo que ponerte bien de crema para que no se queme.

Después de sobarme el culo, se recostó a mí lado y comenzó a ponerme crema en los muslos. Yo sentía su caricia recorrerlos, con cada roce, sus manos se acercaban más y más a mi rincón más íntimo. Desplazó una de las piernas para abrirme y al momento sentí su roce sobre mis labios vaginales. Cerré los ojos y la respiración se aceleró al instante.

—Te haces la estrecha pero estas deseando…

Notaba la suave presión de su invasión. Extrajo los dedos y se los llevó a la boca; los lamió con gula a la vez que me observaba. Mientras degustaba mis fluidos, yo también la miré, esbozó una pícara sonrisa y me los acercó a los labios… los probaré y durante unos segundos los lamí con gula. A ella le encantaba mirarme y se recreaba con la escena mientras lo hacía.

—Chúpalos bien, no dejes nada zorrita.

Volvió a colarse en mi vagina y a esparcir los flujos que emanaban de mis entrañas. Extraía los dedos impregnados para llevarlos hasta el recóndito anillo del ano, lo acariciaba y me torturaba con su roce.

—Voy a follarme este culito duro que tienes...

Entonces sentí la invasión de su falange y mi cuerpo se retorció por la impresión. Uno de sus dedos profanó mi estrecho agujero y volvió a salir. Abrí la boca para gemir. Nuestras miradas se encontraron y volvió a susurrarme.

— ¿Te gusta que te folle el culito verdad zorra?

Nunca lo reconocí, pero me ponía muy cachonda cuando me hablaba guarro y después de siete años ella lo sabía.

Salió de un agujero para irrumpir en el otro. Yo encogí una de las piernas y alcé mi trasero para facilitar su trabajo. Comenzó entonces a follarme con mayor rapidez y el sonido de mis jadeos, se mezcló con el chasquido de sus dedos entrando, saliendo y mezclándose con los fluidos vaginales.

Me tenía a punto de caramelo pero se detuvo. Se incorporó para colocarse tras de mí y meterse entre mis piernas. Yo seguía tumbada bocabajo. Sus manos pasaron por debajo de mis muslos para abrirme un poco más. Al instante, sentí su aliento sobre mi coño expuesto. La lengua se abrió paso entre los pliegues de la vagina y comenzó a besarlo. El estómago se encogió al sentir su cálida humedad alcanzar mi puntito de placer. Ahora eran las caderas las que comenzaban a balancearse, buscaban con desesperación el dulce contacto.

En ese momento, volvimos a escuchar conversaciones de gente que circulaba por la parte alta del acantilado, pero ya no podía parar, había perdido el sentido de la realidad y solo podía concentrarme en gozar. La punta de su lengua castigaba mi clítoris lamiéndolo y degustando mi humedad. Arqueé mi trasero que anhelaba el roce de su lengua y no lo dudó ni un instante. Abría la boca buscando el aire. Mis jadeos eran continuos, no me daba respiro. Una y otra vez, su lengua me buscaba y yo la recibía. Por fin, un grito ahogado anunció la llegada del clímax; la pelvis se contrajo, comencé a convulsionar entre espasmos involuntarios y tras unos segundos de locura en los que toqué el cielo con las manos, me derramé sin remedio y mi cuerpo quedó inerte sobre la toalla.

Elisa salió de entre las piernas, se incorporó y se situó a cuatro a mi espalda para susurrarme al oído…

Sabía que estabas deseando; vas de modosa pero en el fondo eres una guarrilla.

Se encontraba sobre mi apoyada en sus manos y rodillas. Elisa me hablaba al oído; palabras indescifrables que se mezclaban con la respiración entrecortada. Sentí la necesidad de besarla; me di la vuelta y lo hice, sus manos se posaron sobre mi rostro y ambas lenguas se unieron en un ansioso baile ritual. La notaba excitada, caliente, entregada… mientras nuestros labios se fundían, abrigué sus pechos con las manos y presioné sus pezones, después, seguí el camino a través del estómago hasta alcanzar su sexo… al sentirme, su cuerpo se contrajo, arqueó la espalda y de su boca brotó en un gemido salvaje.

Elisa jadeaba, su cuerpo se movía sinuoso buscando la mayor presión de las caricias. Los dedos se abrieron paso entre sus labios vaginales y alcanzaron el clítoris. Estaba chorreando, sus fluidos se impregnaban en los dedos para después derramarse sobre mi mano. Era una auténtica perra en celo que solo buscaba su alivio.

—Ya sabes lo que quiero…

Sabía lo que deseaba; sabía que se moría por sentir el piercing en forma de bolita que tengo en la lengua y sabía que lo quería recorriendo su rajita. Se incorporó y se situó a horcajadas sobre mi rostro. Para no perder el equilibrio apoyó la mano en la pared de piedras que teníamos tras nosotras. El coñito baboso se plantó frente a mis labios, palpitaba de deseo, anhelaba el contacto, y no me hice de rogar; mi lengua se fundió con su deseo y Elisa volvió a gemir.

— ¡Oh, sí joder! No pares joder

Las manos se aferraban a sus muslos mientras su ingle se balanceaba en un vaivén continuo. El piercing de mi lengua acariciaba el clítoris en su ir y venir. Ella gemía, se estremecía, se contraía… sus movimientos eran cada vez más rápidos y posesivos. Su cuerpo estaba a punto de llevarla a ese punto de no retorno, ese momento mágico donde solo podemos sentir.

—Te siento, te siento, te siento… —repetía entre jadeos sin parar.

Elisa jadeaba, los movimientos de vaivén de su ingle se volvieron frenéticos, pero de repente, paró; la oscilación de sus caderas pareció detenerse, durante unos instantes quedó suspendido, su cuerpo se mantuvo sobre mí boca tembloroso, era el preludio, la mecha que estaba a punto de detonar el explosivo. Unos segundos más tarde, se corrió. El clímax la alcanzó como un tsunami de espasmos y jadeos y terminó derramándose sobre mi boca. Las pequeños temblores involuntarios  permanecieron varios segundos sacudiéndola, incluso después de haber terminado.

Las dos quedamos hechas un ovillo sobre las toallas besándonos con dulzura, esperando recuperar el aliento. Me incorporé para echar un vistazo a nuestro alrededor y el corazón se contrajo cuando los vi; durante nuestro encuentro una pareja había bajado a la cala, estaba a veinte metros de nosotras y nos miraban mientras cuchicheaban entre ellos con disimulo divertido.

— ¡Hay una pareja de jovencitos ahí! ¡Qué vergüenza! Seguro que nos han visto.

—Bueno y qué más da, si no los conoces… piensa que seguro que van a tener algún sueño erótico pensando en nosotras.

— ¡Estás loca!

—Pero te encanta como te folla está loca.

Después de siete años, Elisa seguía enamorada como el primer día; yo sentía que era el centro de su universo, sabía que lo era todo para ella y que no podía vivir sin mí. Pero la triste realidad es que las relaciones no son como nos gustaría… por desgracia, sus sentimientos no eran correspondidos de la misma manera. A veces me agobiaban sus celos, en otras ocasiones, lo achacaba a la monotonía de años de relación, pero, el verdadero problema era su necesidad constante, esa necesidad la convertía en alguien vulnerable y poco valiosa a mis ojos. Creo que cuando centras tu vida en otra persona y te olvidas de ti, estas dando a entender que, para ser feliz, la necesitas a ella por encima de cualquier cosa, te vuelves necesitada, y la necesidad, no se lleva bien con la atracción.

Continuamos disfrutando de la cala hasta el ocaso. Al final de la tarde vimos un precioso atardecer desde la orilla y antes de que se hiciera de noche, volvimos al hotel para darnos una ducha y bajar a cenar.

Decidimos no salir tras la cena y nos tomamos algo en una de la terraza del hotel. Tras dos mojitos, me entraron ganas de hacer pis y fui al baño, al pasar por la zona de las televisiones, me encontré con los vecinos ingleses que veían un partido de futbol. Todos estaban con sus jarras de cerveza tamaño XXL y me pregunté dónde estaría Hanna… por la hora, me imaginé que estaría con los peques en el “miniclub”. Estuve tentada de pasar por allí y echar un vistazo, pero entonces me sentí como una acosadora  y me lo pensé mejor.

Había sido un día largo e intenso, las dos estábamos cansadas y a eso de las doce nos fuimos a la cama. Antes de que Morfeo me acunara en su regazo, recordé nuestro encuentro en la playa; el sexo con Elisa siempre era lo más, junto a ella había descubierto el erotismo en su máxima expresión y, estoy segura de que lo echaré de menos el día que no estemos juntas. Pero aquella noche, la última imagen que me vino a visitar fue la de Hanna; su cuerpo voluptuoso, la expresión de su rostro, la sutil forma de moverse, el morbo que desprendía… todo en ella me parecía excitante, y fue su imagen la que habitó mis sueños inconfesables aquella primera noche en Lanzarote.