LANZAROTE (2a parte)

La familia Donoso continúa con sus vacaciones en la isla de Lanzarote.

La piscina

A media tarde los miembros de la familia estaban en el jardín alrededor de la piscina en forma de riñón. La temperatura en la isla era ideal para tomar el sol.

En dos tumbonas, y protegidas de los rayos por unas enormes gafas D&G, estaban madre e hija y a cada lado de una de ellas sus respectivas parejas. Alfonso bajo una sombrilla multicolor también con gafas permanecía sentado con las manos agarradas alrededor de las rodillas y mirando a la piscina. Alfredo en cambio permanecía tumbado boca arriba con su ajustado bañador de costumbre. Su cuerpo, que soportaba de maravilla el paso de la edad, era de color cobrizo debido a las horas de exposición al sol que llevaba desde mediados de abril.

Al otro lado de la piscina estaba Alberto leyendo lo que parecía algún tipo de manual informático mientras su mujer, Luisa estaba sentada en el borde de la piscina con los pies dentro del agua. Llevaba un bikini rojo que le sentaba de maravilla. Alfredo, estiró su cuerpo antes de levantarse y anunciar que se iba a refrescar. Luisa dejó de mover sus pies dentro del agua y comenzó a observar el camino lento del padrastro de su pareja hacia el lugar donde se encontraba ella. Lo hacía con deseo. La mujer no perdía un detalle del relleno de aquel bañador, ese que la noche anterior y cuando se creía bien camuflada descubrió que era enorme.

A todo esto, justo desde enfrente, su cuñado la miraba fijamente, sentado debajo de la sombrilla con cierto regocijo al intuir lo que podría estar pensando ésta. Alfredo que se sabía observado por Luisa, se recreo aun más cuando llegó a su lado y se dispuso a lanzarse al agua. Con el viejo sumergido, ella alzó la mirada y pudo ver como Alfonso le sonreía socarronamente, como dándose por enterado.

Tras un par de largos, Alfredo volvió junto a ella y apoyando sus fuertes brazos en las losas antideslizantes del borde de la piscina se impulsó para salir. Al incorporarse, Luisa, le miró de reojo y pudo ver como el agua resbalaba por su cuerpo formando un pequeño charco junto a ella. Alfredo también le miró y le guiñó un ojo antes de ir a buscar una toalla con la que secarse, junto a doña Josefina.

Luisa se levantó y se dirigió a la casa:

-¿Alguien quiere café? -preguntó en voz alta.

La única respuesta fue la de Alfredo:

-Yo sí te acompaño.

Una vez dentro de la cocina ella se dispuso a preparar la cafetera, mientras el hombre permanecía apoyado en la encimera a su lado:

-¿A vos no le gustá bañarse? -preguntó con su típico acento argentino.

-Prefiero la playa a la piscina -dijo un poco despistada, intentando llegar al tarro del café que estaba en un mueble demasiado alto para ella.

-¿Necesitás ayuda? -preguntó él solícito.

-Sí, por favor -contestó la mujer agradecida.

El hombre se colocó justo detrás de ella de manera que los dos cuerpos se tocaban. Luisa pudo notar el bañador aún húmedo de él rozando la braguita de su bikini rojo. Alfredo, alzando su brazo derecho y empinándose sobre sus punteras alcanzó sus objetivos. Tomó el tarro del café y pasó su paquete por la raja del culo de Luisa, de abajo a arriba y de arriba a abajo, sacando un suspiro de la mujer al tiempo que cerraba los ojos:

-Te gustá mi pija, ¿eh? Ya te vi como me mirás ahí fuera -le dijo Alfredo muy cerca de su oído.

Luisa giró la cabeza para mirarle y no pudo más que morderse el labio inferior.

-¿Sabés que estás rebuena? El boludo de Alberto no sabé lo que tené. Vos necesitás algo más y yo sé lo que es.

El hombre ahora la miraba desafiante, esperando una señal de ella para seguir con el ataque. Sus caras estaban muy cerca y Luisa escrutaba el atractivo rostro de aquel cincuentón que tanto morbo le daba. Sus penetrantes ojos grises enmarcados por unas arrugas que le hacían muy interesante. Sus rasgos eran angulosos rematados en un pequeño hoyuelo en la barbilla.

-Alberto hace mucho que no sabe que existo... pero tú eres su padrastro... -dejó ella abierta una posibilidad.

En ese momento entró en la cocina de la casa Alfonso, el argentino se había girado para buscar una silla y los cuñados se miraron. Ella inquisitiva levantó una ceja, él lascivo le guiñó un ojo. No pudiendo soportar la tensión, Luisa salió al jardín con su café. Su cuñado se sirvió otro y se sentó junto al argentino:

-Y River ¿qué? -sacando un tema de conversación.

-Ah, no me nombrés a esos hijos de la reputa. Tiraron a la mierda la historia del club, pelotudos...

El argentino “millonario” hasta la médula no llevaba nada bien el descenso de su equipo.

El concierto.

A las diez de la noche empezaba el concierto de El sueño de Morfeo, las dos parejas habían sacado entradas para ir. Decidieron tomar unas copas antes de entrar. En el caso de Alfonso el alcohol le sentó muy bien y se encontraba muy desinhibido, cosa que como siempre a su mujer, Carolina, no le sentó nada bien, pero él decidió pasar del tema.

Se acercaron a los accesos del campo de fútbol donde se celebraba el concierto y como era de esperar no se cabía de gente. Fueron colocados en una interminable fila india. A modo de pequeño tren, la primera era Carolina, tras ella estaba Alfonso, después Luisa se arrimó todo lo que pudo hasta rozar sus tetas por la espalda de su ex y el vagón de cola era Alberto que como siempre no se enteraba de nada. Después de media hora de retraso en la entrada, el público empezó a empujarse amontonando la fila donde ellos estaban, momento que aprovechó Luisa para abalanzarse sobre Alfonso y apretarle el culo. El hombre cuando se recompuso la miró con cara demandante:

-Lo siento me han empujado. -Se disculpó ella.

-No pasa nada, hay demasiada gente. -Aceptó él.

Por fin consiguieron entrar al recinto. Por mucha prisa que se dieron no consiguieron quedar cerca del escenario. En un momento volvieron a estar rodeados por la muchedumbre. Se apagaron las luces del recinto quedando todo oscuro por unos segundos hasta que con unos acordes de guitarra se iluminó de nuevo el escenario donde ya estaba el grupo. Un estruendo de gritos se elevó desde el suelo.

Tras varias canciones el público se movía como una ameba bailando y desplazando a todo aquél que no siguiera el ritmo que se marcaba. Por supuesto el primero en salir fuera fue Alberto que quedó relegado tres filas por detrás y sin posibilidad de avanzar.

Alfonso por su parte fue hábil para conseguir situarse entre las dos mujeres. Estaban entregados al baile cuando Carolina decidió que tenía que ir al baño y como pudo se fue alejando de ellos. En ese momento Luisa notó como la mano de Alfonso descendía por su espalda. Ella trató de disimular pero le fue imposible cuando la mano se introdujo por el talle de su pantalón de lino y acarició su culo descubierto por el tanga. La mujer sintió como su vagina se humedecía al tiempo que los dedos del hombre buscaban la parte baja de su ano en dirección a su coñito:

-Te gusta el viejo ¿no? -le preguntó su cuñado al oído haciendo alusión a las miradas de ésta en la piscina.

-Hombre tiene un revolcón. -contestó su cuñada de manera lasciva.

La mano de él llegó a tocar la estrecha franja de pelos que cubría su sexo. Con los dedos pudo notar como estaba de caliente y un gemido nada disimulado lo confirmó. Luisa, palpó con su mano la entrepierna de su cuñado para comprobar que tenía una tremenda erección. Se giró sobre él y le abrazó:

-Hazme una paja… -le pidió.

El hombre volvió a meter su mano por el pantalón, esta vez por delante y de manera muy lenta comenzó a acariciar el clítoris de su cuñada con el dedo pulgar, al tiempo que su vagina seguía inundándose con su flujo mojando también el fino tanga blanco. La mujer pudo notar como los dedos de su cuñado jugaban con sus vellos púbicos antes de separar lentamente los labios y encontrar su excitado clítoris:

-Para, para, que vienen, para... -Alfonso paró precipitadamente antes de que los dos hermanos llegaran junto a ellos.

Aprovechando un descanso del grupo los hermanos avanzaban como podían entre la gente hasta llegar a sus parejas. No volvieron a separarse durante el resto de la noche pero Alfonso y Luisa habían traspasado una línea muy peligrosa tras la cual ya no había marcha atrás.

Durante el resto del concierto hubo miradas cómplices y comentarios con doble sentido entre ellos. Esa noche Carolina sí accedió a tener sexo con Alfonso quién la penetró muy fuerte recordando la fogosidad de su ex-amante Luisa, nada que ver con la frigidez de su mujer...

Puerto Muelas

Tras una semana azotando el siroco, el día amaneció sin nada de aire. La mañana era calurosa. Doña Josefina había quedado con su hija y su yerno para acercarse a Gran Canaria a hacer unas compras indispensables, lo que les llevaría todo el día. Comerían allí y volverían por la tarde. Luisa preparó una bolsa con unos bocadillos y una nevera con unas cervezas, por fin, durante las vacaciones Alberto y ella harían algo juntos. Salió de la habitación con una pamela grande y envuelta en un pareo de vivos colores, se dirigió a la cocina donde Alberto le esperaba con cara de circunstancias:

-No puedo ir a la playa, ha surgido un tema importante con el sistema informático de la empresa y debo solucionarlo.

Ella le miró enfurecida:

-Pues yo me voy a la playa aunque sea sola -le anunció su mujer con un tono de voz muy alto que denotaba su enfado. Alfredo, que observaba la situación apoyado en el frigorífico, intervino:

-Si a vos no le importá, me ofrezco a acompañarle. -Se ofreció sonriendo.

Alberto sintiéndose mejor al saber que su mujer no estaría sola lo vio perfecto. Luisa intuyendo las intenciones de Alfredo, miró a su marido con cierto despecho que él no observó y dijo:

-Vale, de acuerdo.

Tras un viaje de aproximadamente cuarenta minutos en un Ford Focus azul marino llegaron a Yaiza, el municipio donde se encuentran las Playas de los Papagayos. Tomaron dirección a Playa Blanca y desde allí diez minutos en coche por un camino de tierra hasta la Playa de Puerto Muelas. Durante el camino, Alfredo le había hablado maravillas de esta playa que no era muy concurrida dado el acceso pero que en su opinión era de las mejores, además de tener una sorpresa que esperaba fuese de su agrado. Ella no le dio mayor importancia al comentario.

Una vez llegaron se encontraron que estaba casi desierta. Como bien le había indicado era una pequeña playa preciosa de arena dorada y rocas. No tenía más de un kilómetro de extensión pero su anchura de 100 metros aproximadamente le daba una sensación de amplitud muy agradable. Según el argentino las aguas eran tranquilas lo que las hacía ideales para el baño. Tras andar unos pocos metros decidieron colocarse en uno de los extremos protegidos cerca de unas grandes rocas volcánicas que rodeaban la zona. En cuánto a la sorpresa, bueno, sí fue de su agrado. Era una playa nudista.

Alfredo le preguntó si le importaba. La mujer llegada a este punto estaba encantada y contestó que para nada. Extendieron sus toallas una junto a la otra. Luisa se sentó en ella y esperó a que su acompañante fuera el primero. Alfredo permaneció unos segundos quieto antes de bajar su famoso bóxer negro dejando a la vista de ella un tremendo pene junto con dos grandes bolas que colgaban tras él. La mujer le miró detenidamente como el argentino se sentaba en su toalla.

Ella sintió algo de vergüenza cuando le tocó desvestirse. Cruzando los brazos por su espalda desabrochó el tirante de su sujetador que cayó en su regazo liberando dos preciosas tetas, blancas como la leche, con dos pezones de un color marrón rosáceos en estos momentos duros y afilados. Antes de seguir, se las acarició y se le puso la piel de gallina al notar por primera vez como la brisa marina acariciaba sus desnudos pechos.

Después llegaba lo más difícil, sus braguitas. Sin pensarlo mucho tiró de los lazos de cada lado de su cadera para luego, levantando un poco su cuerpo, tirar de ellas. Ante los ojos de Alfredo, que la escrutaba con deseo, apareció un coño cubierto por una estrecha franja de rizos negros perfectamente recortados. La visión de un coño joven le excitaba. Pese a su amplio curriculum femenino hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un desnudo joven. Los dos quedaron mirándose durante unos segundos sin saber que hacer. De repente ella propuso:

-Nos damos un baño.

Acto seguido los dos se levantaron y fueron hacia la orilla. La imagen de ella era de una mujer de cuarenta años con muy buen cuerpo. Su culo redondo y blanco se contoneaba a cada paso, sus tetas habían cedido a la gravedad pero aún se veían apetecibles. Él tenía un cuerpo que no se correspondía con su edad, muy trabajado y sin un gramo de grasa. Y con un impresionante miembro que se balanceaba de muslo a muslo a cada paso. En Alfredo la gravedad se dejaba notar en sus dos cojones que debido al tamaño se descolgaban.

El agua estaba estupenda. La sensación de bañarse desnuda no tenía nada que ver a hacerlo con bikini. Notaba que sus pechos se movían con libertad dentro del agua y tenía una sensación agradable al notar el agua jugar con su vello púbico. Después de un rato en que estuvieron nadando y jugando, sin desaprovechar la ocasión para rozarse mutuamente, decidieron volver a la arena.

La playa seguía con muy poca gente. Tan solo un par de parejas más dispersas a lo largo de la arena, también desnudos como ellos. Por consejo de Alfredo, Luisa se puso crema protectora, sobre todo en sus tetas. Tuvo que contorsionarse para untarse bien el culo, tan blanco como las tetas, ya que era la primera vez que tomaba el sol desnuda. Finalmente pidió a Alfredo que le ayudase a ponerse por la espalda.

Luisa se tumbó boca abajo y el argentino se arrodilló delante de su cabeza para, desde aquí, comenzar a masajear con la crema desde sus hombros hasta la parte baja de su espalda. A cada movimiento hacia abajo su miembro semi-erecto golpeaba levemente la cabeza de la mujer de su hijastro. Tras varios minutos de golpeo, Luisa incorporó la cabeza dejando que golpeara directamente su rostro. Sacó la lengua y lamió la punta de aquel cacho de carne.

Alfredo se sentó sobre sus pies y se arrimó. Ella se fue incorporando y acercando su boca a la polla del hombre que había crecido de manera casi desproporcionada. Poco a poco fue introduciéndola pero difícilmente cabía en su cavidad bucal. Empezó un rápido movimiento de cabeza que él apenas pudo soportar unos minutos antes de correrse en su cara:

-Lo siento pero hace mucho que no me maman la pija y no he podido parar... -se disculpaba el argentino un poco avergonzado.

-Tranquilo Alfredo, mi marido hace tiempo que no se corre sobre mi. Yo lo que necesito es que me follen bien fuerte. -Dijo esto tirando la piel de la polla hacia abajo y liberando un grandísimo capullo rojo.

-Pues túmbate que te voy a comer la concha.

La mujer se tumbó boca arriba y comenzó a amasarse los pechos al tiempo que abría las piernas todo lo que podía facilitando el acceso de él. Alfredo tumbado entre sus piernas disfrutó de la visión del coño de la mujer.

Los rizos negros flanqueaban una entrada en la que se apreciaban los oscuros labios menores. Henchidos de deseo y húmedos. La vagina era un manantial de jugo que el hombre no dudó en beberse. Durante un buen rato estuvo trabajando con su hábil lengua recorriendo todos los pliegues de aquella vulva jugosa deseosa de ser devorada. Luisa apretaba con sus manos la cabeza de Alfredo contra su entrepierna mientras gemía y se retorcía de un placer casi desconocido para ella. La dejó en su punto. Justo en el momento de llegar al clímax con lo que aumentó el deseo de ella de ser penetrada.

Ahora, con sus poderosos brazos abrió las piernas de su joven amante y fue acercando su impresionante glande a la entrada de aquel agujero. Sin miramientos le dio un puntazo terrible que le arrancó un grito de lujuria. No les importaba ser vistos ni oídos. Tan solo deseaban obtener el máximo placer. El hombre comenzó con unos lentos movimientos de cadera que acababan en un fuerte empujón. La mujer abierta de piernas esperaba cada uno de estos pollazos con placer e impaciencia apretando sus músculos vaginales. Abrazando la tremenda verga que tanta excitación le había provocado durante estos años, cada verano:

-Dale más rápido, no pares... -pedía lujuriosa y mirándolo con cara de vicio.

-Te voy a abrir en dos. -Anunciaba él con cierto orgullo masculino mientras su mirada gris se recreaba en el sensual balanceo de sus pechos.

La pareja más cercana no perdía ojo del polvo con cierta envidia dada la entrega pasional de los dos amantes. Alfredo aceleró el ritmo de sus embestidas provocando en ella un brutal orgasmo que terminó con una sensacional corrida de ambos. Rendidos, él por el esfuerzo y ella por el terrible castigo infligido por aquel ariete de tamaño descomunal, se abrazaron tumbados en la arena. Exhaustos, sudorosos, satisfechos.

A lo largo del día lo volvieron a hacer. Esta vez en el agua. Alfredo la tomó en vilo mientras ella abrazada a su cuello rodeaba su cintura con las piernas. Luisa acomodó de nuevo la verga de su amante a la entrada de su vagina y dejándose caer se la calzó hasta el fondo. Mientras el padrastro de su marido la sujetaba por sus maravillosas nalgas. La forma física de él era envidiable ya que en esta postura estuvieron más de diez minutos antes de correrse dentro de ella.

Ya al final de la tarde solo quedaban ellos y la pareja cercana que seguía allí para no perder detalle de la sesión de sexo que les estaban brindando. Volvieron a besarse y ella le propuso un regalo por el gran día que habían pasado. Tumbada boca arriba le pidió que se sentara sobre ella para hacerle una cubana. Él puso su miembro de caballo entre sus tetas donde previamente había untado algo de crema. Juntó sus tetas entorno a su polla y comenzó a masturbarse con ellas:

-Joder la tienes enorme cabrón. Casi me revientas. Venga córrete en mi cara. -Eran frases que ella utilizaba para conseguir el máximo de excitación de su suegro político. Que sin mucho más esfuerzo volvió a descargar gran cantidad de semen sobre la viciosa cara de la mujer de su hijastro...

Volvieron a casa minutos antes de que lo hicieran los otros. Alberto seguía enfrascado con el móvil y su ordenador. Luisa fue directamente a la ducha, entre la sal y el semen su cara parecía de cera. Además, luego habían quedado todos para ir a cenar.

El casino

Una vez estaban todos preparados se distribuyeron en los dos coches para llegar al restaurante donde doña Josefina les iba a invitar a cenar. En el Focus azul que conducía Alfredo iba la matriarca junto con su hija Carolina y Alfonso. Mientras, la otra pareja iba en el SEAT Marbella que, en su día, su padre Uli regaló a Alberto. Este coche lo habían utilizado los dos hermanos cada vez que venían de vacaciones a la isla. Y aún hoy casi veinte años después seguía circulando sin problemas.

Llegaron a una explanada junto a una de las puertas laterales del casino donde aparcaron. Era una zona de albero habilitada para tal efecto durante los meses de verano en que el centro de ocio se veía desbordado por la afluencia de turistas que colapsaban el parking principal.

Los seis se dirigieron hacia la entrada principal:

-Mama ¿cuando vais a cambiar los coches? -preguntó Carolina un poco avergonzada del parque móvil de su madre.

-¿Qué tiempo tiene el pandita? ¿veinte años? -volvió a apuntar con cierto desprecio.

-Hija cuando las cosas salen buenas no importa la edad... -sentenció filosófica la vieja mirando a su esposo.

Subieron por un ascensor de cristal dos plantas hasta la terraza superior. Tras presentarse, el maître les condujo hasta una mesa rectangular junto al mirador. Las vistas al mar con las últimas luces naranja del ocaso parecían una acuarela.

Se dispusieron de manera que la pareja mayor presidía a cada extremo de la mesa, a la izquierda de doña Josefina quedaban su hija Carolina, más próxima a ella, y después su hijo Alberto. A su derecha estaban su yerno, frente a su mujer y su nuera frente a su pareja. Todo parecía por azar, pero esta situación en la mesa tenía una serie de connotaciones estratégicas.

Por ejemplo, las cuñadas estaban lo más alejadas posible cosa que les venían bien porque ninguna soportaba a la otra. Y por otro lado, Luisa estaba entre Alfredo, al que tenía a su derecha y Alfonso al que tenía a su izquierda. De frente tenía a Alberto. Esto dio mucho juego durante toda la cena.

La primera en abrir el fuego fue Luisa. Tras quitarse su zapato de tacón buscó con su pie desnudo la pierna de su cuñado quién simuló colocarse la servilleta en el regazo para acariciar la pierna de la mujer bajo el vestido negro que llevaba. Por el otro lado fue Alfredo el que, tras quitarse las chanclas, buscó la pierna más cercana de Luisa. Ésta sintiendo el roce cálido del pie del argentino suspiró suavemente.

Tomando su copa de rioja entornó los ojos y con la mirada perdida en el horizonte recordó la sesión de sexo que le había proporcionado. Su marido viéndola tan risueña le preguntó:

-¿Estás a gusto? -a lo que ella, sintiéndose acariciada y deseada por ambos flancos contestó sonriendo.

-Sí, mucho... -y volvió a suspirar.

Su marido se sintió reconfortado de verla así después de no haber podido acompañarla a la playa por la mañana. El juego de pies bajo la mesa siguió durante todo el tiempo, traducido sobre ésta con frases cargadas de doble sentido.

Una vez acabada la cena y los licores posteriores, los mayores anunciaron su marcha. Los jóvenes en cambio decidieron tomar unas copas y jugar unos euros en las mesas del casino. Después de varios cubatas por barba se sentaron a jugar a la ruleta.

Alberto era quién llevaba la voz cantante y quién decidía cuánto y donde apostar. La única que osaba rebatir sus decisiones era su hermana menor. Su carácter dominante solía imponerse. Alfonso pasó del tema y no quiso entrar en lo que parecía una discusión entre niños de doce años. Para entonces, Luisa estaba bastante afectada por la mezcla de alcoholes.

La mujer le pidió a su marido las llaves del coche para dejar algo dentro. Éste, viendo su estado pero sin querer dejar las decisiones del juego en su hermana, pidió a Alfonso si podía acompañarla, cosa que aceptó gustoso. Su cuñado la llevaba cogida del brazo. Salieron a la calle y con el aire fresco parece que se sintió algo mejor. Antes de entrar en el coche dijo que mirase por si venía alguien que tenía ganas de mear:

-Lui, ¿por qué no has meado dentro? -preguntó un poco asombrado Alberto.

-Por no hacer cola en los servicios... -y antes de que pudiera decir nada más, la mujer se subió el vestido delante de él y se bajó el tanga negro de encajes para luego colocarse en cuclillas.

Alfonso no salía de su asombro y le miraba mientras oía el chorro salir con mucha fuerza. Cogió un kleenex de su pequeña cartera negra a juego con su vestido y se limpió las últimas gotas de la micción que quedaron en los rizos de su sexo.

Ella no se había molestado lo más mínimo en cubrirse y él se había deleitado con la visión de su maravilloso coño. Se miraron fijamente y Luisa le plantó un beso con lengua que Alfonso no repelió:

-Vamos sube al coche -le ordenó Luisa.

Una vez dentro del asiento del conductor la mujer se estiró para levantar el seguro y abrió la puerta del copiloto para que él entrara.

Sentados uno junto al otro se volvieron a mirar:

-Me sigues gustando mucho, Alfonso. Nunca he podido olvidarte. -Se sinceró la mujer de manera melancólica.

-Yo también te he echado de menos estos años, Lui.

Lentamente juntaron sus bocas para besarse otra vez al tiempo que se acariciaban:

-Te deseo, Alfonso -le decía ella y recorría todo su cuerpo.

Al pasar su mano por la entrepierna notó lo inflamada que estaba:

-Sácatela, vamos. Sácate la polla. -Pidió Luisa en un visible estado de embriaguez. Alfonso llegado este punto ni quiso ni pudo ofrecer resistencia.

El hombre se quitó el cinturón y se abrió la bragueta dejando espacio para poder liberar su verga. Una vez fuera a la mujer le pareció preciosa, recta, con el tamaño y el grosor justo. Con ese capullo brillante, gordo más ancho que el resto del tronco en forma de seta que tanto placer le había dado en su juventud y con el que tanto había soñado durante los años posteriores. Se inclinó sobre él y acercó su boca. Lamió suavemente con la lengua la punta y haciendo círculos con ella esparció el líquido pre seminal antes de que sus labios envolvieran toda aquella carne. Su cuñado suspiraba recordando las buenas mamadas que ella le había proporcionado en el parque, bajo su bloque durante su noviazgo adolescente.

Luisa comenzó un sube-baja de cabeza que acompañó con su mano izquierda. Al tiempo que él buscaba levantar su vestido y llegar con su mano a su culo. No les importó que los turistas que salían del casino e iban a buscar sus coches pasaran cerca. Alguno incluso miró hacia dentro pudiendo ver el espectáculo.

Alfonso por fin consiguió su objetivo y con su mano izquierda recorría, hábil, toda la raja del culo de su ex hasta llegar a tocar su empapado coño donde se entretuvo en estimular su gordo clítoris hasta hacerle llegar al orgasmo. Ella seguía mamando la polla de su cuñado con tanto afán que notaba como le entraba hasta su campanilla. Llegó un momento en que Alfonso tensó sus piernas y con un sonido gutural descargó su semen en la boca de ella que se lo tragó todo.

-¿Qué? ¿cómo he estado? -preguntó Luisa con tono borracho.

-Como te recordaba. Estupenda. -Le contestó su cuñado y le dio un beso -pero debemos irnos. -A lo que ella puso mala cara.

Se volvieron a recomponer y salieron del coche en busca de sus parejas:

-Toma te doy el tanga para ti.

Él lo cogió y se lo llevó a la nariz:

-Siempre me ha gustado como huele tu coño.

Volvieron a la mesa de la ruleta:

-¿Donde estabais? -preguntó Alberto con cara de sorpresa.

-Hemos ganado. Mil euros. Os habéis perdido lo mejor. -Dijo Carolina alborotada.

-Pero bueno, a fin de cuentas todos hemos tenido premio... -afirmó Luisa mirando a Alfonso.

-Sí, claro... -se apresuró a cortar Alberto mal interpretando el doble sentido que pretendía su mujer...

Durante toda la noche, Luisa apenas pudo dormir. Los efectos eufóricos del alcohol iban de paso y afloraban los secundarios, mucho más depresivos. Se sentía fatal por lo del parking del casino. Y lo de la playa, aunque tenía la sensación de haber sucedido hacía mucho tiempo también le provocaba una sensación de culpabilidad.

En su defensa podría decir que su nula vida sexual la había llevado a cometer esa locura playera, aunque no sonara bien como excusa. En cuánto a lo de su cuñado, bueno, Alfonso siempre fue el hombre de su vida y contra eso no podía luchar. Pero..., ¿y Alberto?. Era su marido y se merecía un respeto. Incluso ella merecía ser honesta consigo misma. Las dudas sobre su relación eran cada vez mayores. Este año había ido demasiado lejos. Siempre había deseado al padrastro de su marido y había estado enamorada del marido de su cuñada, pero sobrepasar la línea del deseo secreto y silencioso para acabar por consumarlo era un paso con unas consecuencias, así que tenía que tomar una decisión ya.

La decisión

En la playa de Puerto Mulas, Luisa está desnuda, tan solo tiene puesta una amplia pamela. Está completamente sola en la playa, tumbada directamente sobre la dorada arena, apoyada sobre sus codos, la agradable brisa acaricia su cuerpo y su mirada está perdida en el mar infinito que parece estar lleno de miles de espejos que reflejan los rayos del sol...

...en la orilla hay un hombre. Ella le observa. También está desnudo. Se inclina hacia delante, tiene un buen culo. Ella se siente feliz, dichosa, desahogada. El hombre se gira tiene a un niño de unos dos años con quién juega. Van hacia ella.

Es Alfonso y junto a él, Ayoze, el hijo de ambos. Piensa en lo rápido que pasa el tiempo. Hace casi tres años que tomó aquella valiente decisión.

Alfonso siempre fue el amor de su vida, su media naranja. Juntos decidieron abandonar a sus respectivas parejas y escapar juntos del chalet de doña Josefina Donoso. El comienzo no fue fácil. Tuvieron que cambiar de ciudad. Alfonso pidió un traslado y le enviaron a Barcelona. Allí se fueron los dos. La adaptación no fue nada sencilla. Este año veranean en Lanzarote donde retomaron su historia veinte años después. La familia Donoso deshonrada abandonó la isla y se trasladaron a Madrid. Alberto, su ex, cayó en una depresión e intentó suicidarse con pastillas, aún hoy sigue internado en una clínica. Su decisión fue valiente y se alegra de haberla tomado.

Cierra los ojos y suspira. Sigue apoyada sobre sus codos con la mirada perdida en el mar infinito...

...en la orilla hay un hombre, ella le observa. También está desnudo. Tiene un buen cuerpo pese a la edad. El hombre se gira, tiene un miembro de gran tamaño. Va hacia ella. Es Alfredo por quién siente una atracción sexual casi inexplicable. Ha pasado más de un año desde que tomó aquella arriesgada decisión de fugarse con Alfonso y salió mal.

El tiempo le ha demostrado que el amor eterno no existe y las naranjas una vez cortada no se pueden volver a unir. La adaptación a una nueva ciudad se hizo muy difícil y Alfonso es aburrido y rutinario hasta la asfixia. Nada que ver con aquel chico divertido de su juventud. Lo dejaron por el bien de los dos. Ella volvió a Madrid, él quedó en Barcelona donde fue trasladado tras su huida. Este año veranea en Lanzarote y ha vuelto a la playa donde sabía que encontraría a Alfredo con quien disfruta de un sexo sin ataduras ni compromisos. La señora Donoso sigue en la isla. Sus hijos en Madrid. Alberto, su ex está interno en una clínica, después de su intento de suicidio con pastillas. Su decisión fue arriesgada y quizás hoy no la hubiera tomado.

Cierra los ojos y vuelve a suspirar. Se incorpora para sentarse y seguir mirando los espejitos del mar. Le encanta el mar. El olor, la brisa, la inmensidad. Lástima que sea testigo mudo de sus pensamientos y no le pueda aconsejar sobre que decisión tomar.

Aún le queda la decisión cobarde.

Seguir con Alberto aceptando que su relación debe basarse en la convivencia respetuosa sin más y amar a Alfonso en silencio como lleva haciendo los últimos veinte años. Y deseando sexualmente a Alfredo como cada verano. ¿Cuantos matrimonios hay así? Ellos no serían una excepción. Ella seguiría engañándolo con el amor de su vida, su cuñado Alfonso y con el objeto de su deseo, su padrastro Alfredo, en vacaciones. Hasta que todo se sepa o todo se apague.

Suspiró por última vez antes de ponerse de pie colocarse un short ajustado y una camiseta de mangas cortas sin nada debajo. Y paseando por la orilla fue hacia el coche. Por el camino a casa seguiría pensando en que decisión tomar...