Lamento de un castrado
Trata de la historia de un hombre al que el destino jugó una mala pasada hasta el punto de terminar mutilado y humillado.
LAMENTO DE UN CASTRADO
En estos momentos estoy con un cuchillo en la mano. El cuchillo es de hoja larga. Al moverlo, la luz que emite la vieja lámpara del salón que pende sobre mi cabeza se refleja una y otra vez en el metal, deslumbrándome. Pero yo ni siquiera parpadeo. Mi mente está en otro sitio, muy lejano, recordando cosas del pasado. Mi mente está decidiendo si cortarme las venas con ese cuchillo o salir a la calle a cometer una masacre. Quizá cuando conozcáis mi historia comprendáis mejor como he llegado a esta situación
Todo comenzó hace dos años. Aquel día mi mujer y yo acabábamos de mudarnos a nuestro nuevo hogar. Nos habíamos casado hacía 10 días, pero habían quedado algunos arreglos de última hora en la casa que no se podían haber realizado antes de la boda. Eso hizo que tuviéramos que pasar nuestra noche de bodas y aquellos 10 días anteriores en la casa de mis padres, a la espera de que nuestro nuevo hogar estuviera habitable.
Mi nombre es Ángel y el de mi mujer Adela. En esos momentos yo tenía 25 años y ella tenía 23. Habíamos sido novios desde que yo tenía 18 años, cuando nos conocimos en una de las convivencias organizadas en el curso de catequesis de confirmación que ambos realizábamos. Ambos éramos católicos activos, practicantes y que obedecíamos al pie de la letra las enseñanzas de Jesús. Nuestras respectivas familias así nos habían educado desde pequeños.
Por fin, después de 7 años de noviazgo nos habíamos podido casar y estábamos muy felices por ello. Ni que decir tiene que durante aquellos años de noviazgo habíamos mantenido la castidad en nuestras relaciones. Ambos nos sentíamos muy orgullosos de ello, pues ambos entendíamos que las relaciones sexuales tenían que materializarse en el marco del matrimonio y siempre orientadas a procrear y formar una familia.
Durante aquellos 7 años no habíamos tenido relaciones, ni tampoco durante estos 10 últimos días, pues nos parecía obsceno realizarlas en casa de mis padres. Así que aquel día, se presentaba como un día feliz, en el que por fin nos mudábamos al hogar en el que fundaríamos una familia y ambos sentíamos que aquella noche podía ser la de la pérdida de nuestra virginidad.
El día en cuestión había pasado rápido. Habíamos estado toda la jornada colocando muebles y limpiando y dando retoques en nuestra nueva casa. Y así llegó la noche. Como el día era especial, preparamos una cena romántica, con sus velitas y flores en la mesa, y música cálida de fondo. Todo transcurrió de ensueño, y al finalizar la cena nos pusimos a bailar en el salón, con la música de fondo y las luces apagadas. Sólo las llamas de las velas titilaban en la oscuridad de la habitación, alumbrando lo justo para que ambos viéramos en nuestros rostros la expresión de felicidad.
Todo parecía perfecto: la reciente boda, la mudanza al nuevo hogar, la cena romántica y ahora, los dos sabíamos que había llegado el momento de nuestra unión carnal.
Cogiendo a Adela en brazos la subí a nuestra alcoba. Allí me tumbé en la cama y ella me dijo que la esperara, que iba a prepararse. Dicho esto, se metió en el cuarto de baño. A los 10 minutos se abrió la puerta y apareció ante mí. Su imagen parecía más bien un ensueño o una aparición divina que una realidad. La belleza que desprendía era impactante.
Su cabello rubio descendía en tirabuzones hasta caerle sobre sus hombros y pechos. Pechos abundantes, firmes y blancos como la leche, que sólo quedaban ocultos por un sostén blanco, de encaje, semitransparente, que dejaba entrever las grandes areolas color rosa intenso que Adela poseía. En el sostén se marcaban los botoncitos, que eran los pezones erectos de mi esposa, que sin duda delataban su excitación ante el momento que se avecinaba.
Su vientre plano se extendía desde la exhuberancia de sus pechos, hasta el ensanchamiento de sus caderas, pasando por su cinturita de avispa, hasta llegar a su zona más íntima, cubierta por una braguita de encaje a juego con el sostén, y en la que también se intuía ya la selva que cubría su sexo.
La estampa se completaba con sus piernas largas, bien torneadas, cubiertas por unas medias blancas semitransparentes, que se sujetaban gracias al liguero de su cintura, que confería una mayor sensualidad si cabe a su vestimenta.
En ese momento de éxtasis visual estaba, tumbado en la cama contemplando a aquella deidad que había aparecido frente a mí, cuando de repente CRASHHH!!!
El ruido de la venta hecha añicos retumbó en toda la habitación. Sin tiempo casi para reaccionar y comprender lo que pasaba, tres hombres aparecieron en la alcoba. Iban vestidos de negro y con pasamontañas y estaba claro que aquello era un asalto en toda regla.
Antes de poder tomar cualquier iniciativa, un puñetazo me llegó a la mandíbula, y medio aturdido caí al suelo. Allí, me ataron las manos a la espalda y los tobillos entre sí, poniéndome también una mordaza en la boca. Desde el suelo pude ver como hacían lo mismo con mi mujer, y se ponían a registrar toda la habitación. Abrieron los cajones de la mesilla, armarios, etc, arrasando con todo lo que veían. Mientras uno de ellos se quedaba en la habitación, los otros dos salieron para registrar el resto de la casa, y después de unos 15 minutos, volvieron a reunirse todos en la habitación, juntando todo lo que habían encontrado. Allí estaban básicamente las joyas de mi mujer y algo de dinero suelto que habían encontrado por la casa, pero al fin y al cabo era un botín escaso.
Entonces, uno de ellos se dirigió a mí, me quitó la mordaza de la boca y me preguntó:
- ¿Dónde está la caja fuerte?¿Dónde guardáis los cuartos?
Yo le respondí que no teníamos más dinero. Que acabábamos de mudarnos y que era el primer día que estábamos allí.
El tipo pareció enfadarse de verdad al oír aquella contestación. Sacó una navaja de tamaño considerable y me la puso contra el cuello. Y me volvió a decir:
- No me toques los cojones que no estoy para bromas. Dime dónde está el dinero o te rajo
Yo temblando por el miedo volví a decirle que no había. Que podía llevarse todo lo que quisiera, pero que no teníamos caja fuerte ni dinero escondido.
El hombre debió comprender que aquello era verdad, pues con la navaja al cuello y totalmente aterrorizado era imposible que le hubiera mentido
El tipo al ver aquello empezó a blasfemar y a lanzar improperios:
- ¡Me cago en la puta hostia! ¿Será posible que hayamos dado con la única casa en la que no hay pasta? ¡Me cago en Dios y en la puta Virgen!
Mi mujer y yo, fervientes creyentes, al oír aquellas blasfemias nos sentíamos heridos en lo más hondo. Nos dolía más aún que el mal trago que estábamos pasando por el asalto de aquellos desaprensivos.
El hombre estaba ido. No podía contener la rabia de ver que el golpe le había salido mal. Yo, dentro de mi dolor y miedo, estaba sintiendo incluso un momento de satisfacción por ver que a aquellos tipos les iba a salir mal la jugada. Cuando de pronto, aquel hombre pronunció unas palabras que me dejaron petrificado:
- Pues si no tenemos dinero, nos lo vamos a cobrar en carne, ¡hijo de puta! Así otra vez ya verás como tienes algo guardado.
Y dicho esto, se dirigió a sus compinches y les dijo:
- Venga, vamos a follarnos a esta puta
Mi mujer al oír aquello empezó a llorar desconsoladamente, e intentó huir de la habitación aún atada como estaba. Pero sólo hizo el intento, porque inmediatamente uno de ellos la cogió de la cintura y la tiró al suelo. Entonces, el cabecilla, el único que había hablado hasta ese momento, cogiendo la navaja, la acercó al sostén de Adela, y de un tajo lo cortó, haciéndolo caer y dejando al descubierto sus pechos. El cabecilla, al verlos volvió a intervenir:
- Joder, menudas tetas tiene la macizorra esta. ¿Tú de pequeña comías muchas almendras, eh?
Y los demás, le reían la gracia, haciendo que mi mujer entre súplicas y gimoteos se pusiera colorada y se sintiera más humillada aún. Y cogiendo el sujetador, volvió a hablar el líder:
- ¿A ver qué talla de melones usa la putita esta? Hostias, una 100 de pecho. Esta tiene más que la colombiana que nos follamos anoche, eh? Y naturales cien por cien, decía a la vez que le sopesaba los pechos de Adela
Y los otros volvían a reír y a darle la razón. Y yo mientras me sentía más herido aún, de ver que aquellos, que solían estar con prostitutas, toqueteaban y humillaban a mi casta esposa sin compasión.
- Bueno, vamos a verle el potorro a nuestra putita.
Y dicho esto, de nuevo cogió la navaja y de un par de hábiles cortes le arrancó la braguita y dejó su sexo expuesto. El abundante vello púbico de mi esposa quedó a la vista.
- Joder, menuda pelambrera tiene en el potorro la puta esta. Menudo felpudo se gasta la putilla. ¿Es qué no sabes lo que es afeitarse el coño, marrana?
Y al oír esto y ver cómo la cara de Adela se ponía roja de vergüenza como un tomate, sentía como si me hubieran clavado un puñal en el corazón.
- Bueno, jefe, lo mismo da, que para coños peludos los de las gitanas que nos follamos cuando estuvimos en tu pueblo , intervino por primera vez uno de los hasta entonces no había hablado
Ni falta hace que os aclare mis sentimientos cuando oía aquellos comentarios y comprendía la calaña de los tipos que estaban con mi mujer
Y una vez que tuvieron desnuda a mi mujer, se abalanzaron los tres sobre ella y empezaron a manosearle y sobarle todo el cuerpo. Para ello se quitaron los guantes que hasta entonces tenían puesto, y fue cuando me percaté al verles las manos, que uno de ellos era de raza negra.
Mi mujer chillaba y gimoteaba suplicando que no le hicieran nada, pero ellos no mostraban ni la más mínima consideración y se aplicaban a conciencia en el sobeteo. Sus manos parecían multiplicarse, y tocaban simultáneamente los pechos, el culo y el sexo de mi mujer. Para entonces, Adela había llorado tanto que ya el rimel de sus ojos estaba totalmente corrido, así como la barra de labios. Y mientras ellos seguían sobándola y morreándola pese a su resistencia.
Así estuvieron un rato, hasta que el cabecilla se hartó y se bajó los pantalones, dejando su pene semierecto frente a la cara de mi mujer.
- Venga, chupa zorra, que tengo ganas de que me la mamen bien
Adela, sin embargo giró la cara y no le obedeció. Veía en sus ojos la repulsa que sentía frente a lo que le estaban proponiendo hacer. El tipo, al ve aquello se la arrimó a la boca y la empujaba en la boca de mi esposa, intentado introducírsela. Pero ella seguía con la boca cerrada, girando la cara, y gruñendo.
Aquello acabó con la paciencia del líder, y con la mano abierta le pegó un bofetón que retumbó en toda la habitación
- Si no la chupas por las buenas, la vas a chupar por las malas, ¡guarra! ¡Sujetádmela!
E inmediatamente sus secuaces agarraron la cabeza de mi esposa y la acercaron al pene del cabecilla. A pesar de ello mi mujer mantenía la boca cerrada. Entonces, el cabecilla taponó con sus dedos la nariz de mi esposa de manera que al tener también la boca cerrada no podía respirar. El resultado fue el buscado: al rato, mi mujer tuvo que abrir la boca para poder respirar, y entre tosidos, el cabecilla aprovechó para metérsela a mi mujer en la boca.
La secuencia que siguió era humillante en grado extremo. Los secuaces mantenían bien sujeta la cabeza de mi mujer, y el cabecilla culeaba sin parar, de manera que prácticamente se podría decir que se estaba follando la boca de Adela. En el rostro de ella se observaba el asco que le producía y de vez en cuando surgía alguna arcada que parecía presagiar el vómito.
Así estuvieron un buen rato, hasta que mi esposa pareció entender que aquello no tenía ninguna salida, y empezó a chupar colaborando algo más. Era evidente que le producía asco y no lo hacía de buena gana, pero parecía comprender que si no colaboraba, aquello podía conducir a una situación más violenta si cabe.
De esta forma mi mujer terminó la felación al cabecilla, e hizo lo mismo con los otros dos. Momento en que por cierto pude ver por primera vez el pene del negro. Por supuesto estuvo precedido por un jocoso comentario del cabecilla:
- ¿Tienes ganas de morcilla, zorrita? Pues tranquila que mi amigo el negrito tiene embutido de sobra para ti, jajaja
Y ese fue el preámbulo para la aparición del pene del negro. Yo al verlo casi di un repingo, y mi mujer igual por la cara que puso. El pene debía medir unos 16 cm y eso que estaba totalmente fláccido y era de un grosor doble que el mío. Además estaba totalmente circuncidado y se le notaban todas las venas marcadas incluso en reposo. Todo ello se completaba con unos testículos descomunales como el pene, del tamaño de kiwis, que pendulantes se movían a uno y otro lado con los movimientos del negro.
Al ver aquello, Adela pareció volver a incrementar su resistencia, pero de nuevo tuvo que doblegarse y aceptar también la felación al negro, durante la cual por cierto, su pene fue endureciéndose y ganando tamaño, hasta alcanzar una longitud de unos 24 cm aproximadamente. Mi mujer apenas podía tragarse el glande, pero aún así la obligaban para que chupara también los testículos y le diera lametones a lo largo de todo el fuste.
Tras aquello, el cabecilla volvió a tomar la iniciativa y cogiendo a mi mujer le dijo:
- Ahora te vamos a dar un poco de gustirrín a ti, para que se te moje bien el coño antes de follártelo
Aquello me hundió un poco más en mi pena. Esta claro que la cosa no paraba en la felación, y que querían llegar con mi mujer hasta las últimas consecuencias.
A continuación tumbaron a mi mujer en la cama, de forma que su sexo quedaba en el borde de la misma. Dos de ellos la sujetaron firmemente por los brazos, y mientras el cabecilla se arrodilló frente a la cama y comenzó a chuparle a Adela en la entrepierna. Se oían perfectamente los chupeteos que le propinaban. Y mientras ella se quejaba y no paraba de insultarles:
- ¡Asquerosos, soltadme, cerdos! , gritaba mi mujer
Pero él no hacía caso y seguí a lo suyo. Así pasaron un par de minutos, y a partir de ahí empecé a notar que aquello parecía empezar a darle gusto a mi mujer. Ya había cesado en sus insultos, y sus gimoteos de llanto y queja, ahora parecían haberse transformado más bien en suspiros contenidos de placer. Aquello pareció más claro aún al rato, cuando los secuaces le soltaron los brazos a Adela, y ella en vez de intentar apartar al cabecilla, no hizo nada, sino que empezó a tocarse los pechos e incluso con una mano apretaba la cabeza de aquel hombre más aún contra mi sexo.
Aquello sí que fue el golpe definitivo para mí. Ver cómo mi mujer sentía placer en aquellas circunstancias era algo que nunca hubiera pensado.
Pero en efecto así era. El hombre seguía comiéndole la entrepierna a base de bien. Adela seguía acariciándose los pechos y apretando la cabeza contra su sexo. Los suspiros se fueron convirtiendo en gemidos de placer, los gemidos en grititos, los grititos en gritos, y los gritos en berridos de hembra en celo. De una mujer que había estado conteniéndose durante 7 años de castidad, y que en un momento se veía liberada y alcanzaba el orgasmo. La imagen era espectacular: mi esposa berreando, con las caderas contoneándose sin poder controlarlas, como si estuviera en una convulsión, y de repente un chorro de flujo salió de su sexo, mojando la cara del cabecilla. Era como si se estuviera orinando, sólo que en esa situación era de placer.
- Será posible , exclamó el cabecilla. Cómo me ha puesto la marrana esta. Se ha meado encima la muy zorra con la comida de coño. Si ya sabía yo que las putorras estas que se resisten, al final son las que más gozan. Pues ahora te vas a enterar de lo que es un cipote
Y diciendo esto se puso en pie y agarró su pene en ristre acercándolo a la entrada de la vagina de mi mujer. Ella, al ver la situación, pareció recobrar por un momento la cordura y le dijo:
- No por favor, eso no. Que soy virgen todavía. Que acabamos de casarnos
Al cabecilla el comentario aquél pareció encenderlo más:
- ¡Que no te folle, so cerda! O sea, que te como tu sucio coño peludo, te meas en mi cara como una guarrona, y ahora quieres que no te folle. ¡Me cago en tu puta madre, so zorra! Nada más que por eso te la voy a meter hasta el corvejón. Hasta los huevos te voy a meter, putorra. Y si eres virgen mejor, más gusto me da tu coño estrecho.
Adela, al escuchar aquella retahíla, se puso colorada como un tomate de nuevo, y aceptando su destino, hizo algo que me descolocó: se santiguó y me dijo:
- Lo siento cariño, Dios lo ha querido así
Y diciendo esto se abrió de piernas y se sometió para lo que venía.
Los tipejos aquellos al verla santiguarse casi se partían de la risa:
- Ja, ja, ja. Mira cómo se santigua la santurrona. Ja, ja, ja, ja. Te vas a follar a una beata, jefe , exclamó uno de los ayudantes, y todos le reían la gracia y no paraban de reír, humillando así más a mi esposa y a mí mismo.
Y el jefe cogió a mi mujer, se la llevó al suelo junto a mí, y colocó el pene en la entrada del sexo de Adela y mirándome a los ojos me dijo:
- Mira bien cómo desvirgo a tu mujer, hijo de puta, y así al menos aprendes algo esta noche
Y diciendo esto, comenzó a hacer presión en el encharcado sexo de Adela, hasta que enterró su falo completamente. Todo ello ambientado con los grititos de mi esposa, cuya expresión podía completar a un metro de mí.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Humillado, hundido y sumergido en la miseria. No sólo se habían conformado con robarme y abusar de mi esposa, sino que ahora delante de mí, le quitaban a mi esposa su más preciado tesoro, Su virginidad, que había guardado para mí durante 7 castos años de noviazgo. Aquello con lo que habíamos estado soñando hasta el momento de nuestra boda. Y todo ello para más inri, con una dudosa actitud de mi mujer, que ya no sabía bien si se movía en el rechazo o en la aceptación gustosa.
La tortura duró unos 10 minutos. Yo atado no podía hacer nada frente a lo que estaba viendo junto a mí. El coito de mi mujer con aquel desalmado se estaba consumando, y los grititos de dolor iniciales de mi mujer, se habían tornado en suspiros y gemidos como había sucedido anteriormente. En sus ojos podía ver como un hilo de rechazo, pero por otro lado era como si no pudiera resistir lo que sus hormonas y sus deseos reprimidos durante tanto tiempo le impulsaban a hacer. No había duda realmente. Mi mujer, en esos momentos, de algún modo estaba disfrutando.
Aquello siguió, hasta que los gritos de Adela se fueron intensificando, y culminó en un segundo orgasmo, algo menos espectacular que el primero, pero también muy ruidoso y con suelta de abundante flujo. El cabecilla por cierto no había terminado, y siguió culeando hasta que por sus suspiros pareció que era inminente su eyaculación:
- Por favor, dentro no , atinó a decir mi mujer con un hilillo de voz, que estoy en período fértil
El cabecilla, visiblemente afectado por la inminente corrida acertó a decir por su parte:
- ¿Que no me corra dentro uff? ¿Que no me corra dentro? Ahora verás si me voy a correr dentro mmm, so zorra. Verás la pastelada que te voy a soltar. Y si te preñas te jodes ufffff, que por lo menos el hijo saldrá más espabilado que si es de tu marido
Todo ello terminó de decirlo entre resoplidos como pudo, e inmediatamente dio unas últimas embestidas y se echó sobre mi esposa, en un signo claro de que estaba inundando con su semen el recién estrenado útero de mi esposa.
Entonces, mi esposa al ver lo que estaba pasando comenzó a llorar desconsoladamente.
El cabecilla se salió de mi esposa, y pude ver como un reguero de esperma bajaba por el abundante matorral de vello púbico de mi esposa.
- Vuestro turno, chicos , indicó el líder. Y llenarla bien el coño de lefa, que a esta puta la preñamos esta noche por mis cojones
Los chicos se abalanzaron sobre Adela como rayos, al tiempo que ella lloraba más desconsoladamente aún al oír aquello. Mientras uno la penetraba en su vagina todavía chorreante de semen, el negro se entretenía en amasarle los pechos a mi esposa, al tiempo que ponía su pene al alcance de la boca de Adela para que se la chupara.
Y efectivamente así fue. En cuanto uno empezó a embestir sobre mi mujer, sus grititos de placer comenzaron de nuevo, y enseguida comenzó a chupar del gigante pene negro que le ofrecían.
Para ahorrar detalles de lo que pasó, sólo diré que el tipo que la penetró en primer lugar culminó al igual que antes había hecho el cabecilla en el interior de mi mujer, y que a continuación el negro hizo lo propio. Agravado en este caso por el tamaño de su enorme pene, que en esta ocasión sí que arrancó gritos reales de dolor de mi mujer. Aún así, y para ser honesto, tengo que decir que también mi mujer gozó con él, y a partir de los cinco minutos, los gritos ya no eran de dolor, sino de placer, acompasados con el rítmico embestir del gigante falo de ébano. Aquello culminó con la consiguiente eyaculación del negro, que al salirse de mi mujer hizo que un río de esperma saliera del interior de Adela. Al parecer, la corrida que había soltado era proporcional al descomunal tamaño de sus atributos. Ambos coitos terminaron de nuevo para resignación mía con sendos orgasmos de mi mujer.
Al finalizar aquello, pensé por un momento que todo había terminado. Los tres habían recibido una felación y habían fornicado con mi mujer como habían querido. Y para hacer más daño aún habían eyaculado en el interior de Adela. Pero todavía quedaba una sorpresa de despedida
- Bueno, marica, antes de irnos, y teniendo en cuenta la mierda de botín que nos llevamos de tu casa, y teniendo en cuenta también la maciza que tienes por esposa, comprenderás que no podemos irnos sin estrenarle ese culo tan rico que tiene.
Y enseguida cogieron a mi mujer y se la llevaron hacia la cama. La pusieron a cuatro patas y mientras el cabecilla y el otro la sujetaban, el negro se preparaba para encular a Adela.
- Le vamos a ceder los honores a mi amigo el negrito, ya verás como cuando te haya abierto el ojete de aquí en adelante te van a entrar sin enterarte, ja, ja, ja.
Y efectivamente así fue. El negro colocó el glande de su enorme verga en el ano de mi esposa y poco a poco comenzó a empujar. En cada empujón, un par de centímetros entraban, acompañado por un largo y ruidoso lamento de dolor de mi esposa. El negro intenso del pene contrataba con la clara piel de Adela, y agrandaba más si cabe la sensación de enormidad de aquel pene portentoso. Parecía imposible que realmente estuviera entrando dentro del culo de mi mujer, pero así era. Al cabo de un rato, los colgantes testículos del negro chocaban contra las nalgas de mi mujer. Lo había conseguido enterrar por completo, y esa última embestida fue acompañada por un grito desgarrador de Adela.
A continuación todo fue ya un metisaca continuo. El negro sacaba su gran verga casi completamente y volvía a embestir brutalmente hasta enterrarla por completo. Mientras él hacía esto, el cabecilla había comenzado a masturbar a mi mujer, de manera que ya no se era tanto el dolor de Adela, y comenzaba a mostrar placer ante la situación.
Pero aquello era demasiado para Adela, y en un momento dado por lo visto se oyó un retortijón, y no pudo contener la salida de las heces. El negro con su profunda penetración anal, le estaba sacando literalmente la mierda de sus entrañas. El negro al ver esto se lo comunicó al cabecilla, y este dijo:
- ¿Cómo?¿Que se está cagando la guarra? ¿Será posible? Pues ahora verás lo que vamos a hacer
Y dicho esto comenzó a mear en la cara a Adela.
- ¿Antes te meas y ahora te cagas marrana? Pues mira lo que le hacemos a las cochinas como tú
Y según decía esto, continuaba meándola en la cara, al tiempo que su compinche comenzaba también a soltar el chorro en la boca de Adela. Aquello era ya esperpéntico. El negro por su parte seguí enculando a pesar de que mi mujer se había soltado de vientre. Y prácticamente culminó el fin de la meada de los chicos con el orgasmo del negro, que llenó de semen también las tripas de mi esposa.
Inmediatamente sacó su enorme verga cubierta de heces y esperma y se la acercó a la cara a Adela para que la limpiara.
- N o te enseñaron de pequeña a limpiarte el culo después de cagar, zorrita, pues cuando te cagas encima de los demás también lo tienes que limpiar, pedorra , apostilló el jefe
Y diciendo esto, y a pesar del asco que le producía, mi esposa comenzó a lamer ya totalmente entregada. Después de haber sido mancillada de aquella manera, esa última humillación era como si ya no le supusiera arrastrarse mucho más.
Cuando hubo terminado, el cabecilla se dirigió hacia el negro y mirándome a mí, le dijo:
- Acércasela al marica este, que te la va a terminar de limpiar
Y así fue. Me la acercó y me la apretó contra la boca, todavía con restos de heces. Y entonces yo, como liberándome en un momento de toda la humillación que había tenido que vivir esa noche, abrí la boca, y con todas mis fuerzas lancé un mordisco contra aquella tremenda verga que acababa de estar dentro de mi mujer.
El grito que dio el negro tuvo que oírse en varios cientos de metros a la redonda. Pude ver cómo la sangre chorreaba a lo largo del fuste de aquel pene gigantesco.
E inmediatamente después pude ver cómo el negro me miraba fijamente a los ojos, con rabia, con las pupilas encendidas, con el cuchillo en la mano tembloroso de la furia contenida y entonces abrió su boca:
- ¿Qué has hecho hijo de puta? , dijo en un español con acento muy raro
Y sin decir más me bajó los pantalones y de un solo tajo me seccionó el pene y los testículos. El dolor que sentí fue tal, que sólo pude ver en su mano mi pene ensangrentado un momento antes de perder el conocimiento.
A partir de ahí todo fue muy confuso. Cuando recuperé el conocimiento estaba en la cama de un hospital. Al parecer había estado cinco meses en el hospital en cuidados intensivos. La hemorragia había sido muy grande y había estado al borde de la muerte.
El médico, al ver que volvía a recuperar el conocimiento después de estar sedado durante tanto tiempo, se me acercó, y me dijo:
- Señor Martínez, ¿recuerda lo que le sucedió?
- Sí, balbuceé yo con un hilillo de voz, acordándome de todo lo que había vivido
- Tengo que comunicarle con mucho dolor que ha perdido usted sus órganos genitales. Pero aún así tiene que estar contento de haber salvado la vida. Estuvo al borde de la muerte durante mucho tiempo. Tendrá que seguir un delicado tratamiento hormonal de aquí en adelante, y le hemos implantando una sonda para que pueda excretar, pero podrá hacer una vida más o menos normal
Aquello, fue un golpe tremendo para mí. No sabía si estaba contento por estar vivo, o prefería estar muerto ante aquel panorama. Aquel negro hijo de puta me había quitado mi hombría. Toda la vida luchando para formar una familiar, y ahora no podría ni tener hijos. Además tendría que pasar el resto de mi vida hormonándome. Mi vida había saltado por los aires.
El ideal de todo buen cristiano, que era fundar una familia con su mujer y tener muchos hijos, se había disipado de un plumazo. Por culpa de una banda de rufianes que un mal día se cruzaron en mi vida.
En esos pensamientos estaba todavía, cuando apareció mi mujer en la habitación. Al verla noté que su vientre tenía ya una considerable prominencia. La desgracia no había terminado en mi mutilación genital. Además, mi mujer había resultado embarazada en aquel asalto.
Mi mujer intentó consolarme diciéndome que ella me quería igual a pesar de mi mutilación, y que el niño aunque no fuera mío, serviría para unirnos, y lo criaríamos como si fuera nuestro. Esas palabras no consiguieron aplacar mi dolor.
A los meses nació el niño. Fue negro. Al parecer el esperma del negro fue el más potente de entre los tres que habían ultrajado a mi mujer, lo cual por otra parte parecía lógico a la vista de sus atributos. Aquello fue como una lanza más clavada en mi pecho. A la vergüenza de tener a mi mujer embarazada de otro, y de mi mutilación, se unía ahora el tener un hijo de raza negra.
Cada dos por tres alguien se acercaba y nos preguntaba que si lo habíamos adoptado. Y mi esposa nerviosa no sabía que contestar. Muchas veces contestaba que no, lo cual era más vergonzoso si cabe, pues ponía de manifiesto que el niño no era mío y lo había tenido en otra relación.
A ello se unía el problema de mi mutilación genital. En el trabajo tuve que explicar con todo detalle lo que me había pasado, y pasar un montón de revisiones médicas. Tuve que contar en definitiva la historia un montón de veces para vergüenza mía. Y a esto se unía el problema de la medicación. La falta de testosterona hacía que me crecieran los pechos y otros efectos colaterales, y tuviera cada dos por tres que ingresar en el hospital para reajustar mi tratamiento hormonal.
Y como colofón, mi mujer se sentía insatisfecha por no poder tener relaciones sexuales. Al principio ella se mostraba muy comprensiva conmigo e intentaba consolarme por lo que me había pasado. Pero el tiempo fue pasando y sus instintos le hacían sentirse insatisfecha por no poder tener relaciones sexuales. Cada dos por tres me insistía en que la masturbara o le practicara sexo oral, porque sentía unos deseos terribles que no podía controlar. El problema se agravó tanto, que tuvimos que ir a un terapeuta sexual, de nuestra comunidad cristiana por supuesto, que intentara ayudarla a reprimir esos deseos sexuales. Tenía que aprender a aceptar mi nueva situación y que era imposible tener relaciones. Por supuesto la masturbación también estaba prohibida según la doctrina católica.
El terapeuta era un hombre americano, que había estudiado en una prestigiosa universidad de los Estados Unidos, y que al parecer tenía un prestigio contrastado. La única cosa que me provocaba cierta repulsión era su raza. Era negro, y con lo que me había pasado, a pesar de que nunca había sido racista, sentía un cierto sentimiento de rechazo que no podía controlar.
Así fueron pasando los meses. Hasta que llegó un punto en que la terapia pareció hacer efecto en Adela. De hecho a partir de un determinado momento dejó de insistirme en que la masturbara y le hiciera sexo oral y pensé que el terapeuta por fin había conseguido obtener resultados positivos.
Ese día en concreto de hecho estaba relativamente feliz. Tras muchos meses de calvario por fin parecía que el tratamiento hormonal iba mejor, la situación en el trabajo se había estabilizado y el problema de mi mujer parecía también mejorar. Se podía decir que estaba en mis mejores momentos desde aquel desgraciado día en que unos desalmados se cruzaron en mi vida.
En esto iba pensando por la calle cuando llegué a mi casa. Abría la puerta, y entré en la casa. No vi a mi mujer por la planta baja, así que supuse que estaría arriba en la habitación, o dándose una ducha. Subí las escaleras, y a mitad de ellas comencé a oír unos gritos que sin duda eran de mi mujer. Los gritos eran tremendos. Y empezaron a recordarme a los que sólo le había escuchado a Adela en una ocasión No quería ni pensarlo. No podía ser Finalmente me asomé por la puerta entornada y allí vi el espectáculo
Mi mujer a cuatro patas, con sus grandes pechos bamboleantes y una cara de placer indescriptible recibía las embestidas de su terapeuta sexual negro y no paraba de decirles obscenidades:
- ¡Mmmm, qué gusto me das cabrón! Dame polla, que al cornudo de mi marido se la cortaron y no me puede follar. ¡Dios, qué gustazo! No sé cómo he podido estar tanto tiempo sin follar de nuevo mmm.
Y mientras decía esto no paraba de gemir y gritar de gusto.
- Los negros sois los mejores diosss menudo pollón tienes cabronazo
El terapeuta tras unas cuantas embestidas más ya no pudo aguantar y avisó que se corría.
Al verlo, Adela le gritó entres espasmos por el orgasmo:
- Ah, ah, aaah échamela dentro..ah lléname de leche cabrón, que me quiero quedar preñada otra vez
Y éste hizo lo que le pedía, y se corrió profusamente en su interior.
Así acaba la historia que os quería contar para que comprendierais mejor mi situación. Ahora tal vez entendáis mejor porque sujeto este cuchillo entre mis manos. Este cuchillo afilado que en este momento levanto.
Espero vuestros comentarios y e-mails que siempre serán bien recibidos en el sentido que sean. Sí os pido por favor, que no hagáis comentarios señalando que el relato está plagado de insultos o de lenguaje malsonante como ha sucedido en otros relatos. Ese lenguaje está escogido a propósito como es fácilmente deducible y se ajusta a la jerga propia de los personajes que intervienen en el relato, del mismo modo que el personaje que relata en primera persona su historia utiliza otro tipo de lenguaje.
Perdonad que me tome esta licencia, pero estoy cansado ya de leer comentarios similares en otros de mis relatos.
Ya os digo que al margen de esta matización siempre serán bien recibidas las críticas por duras que sean.