Laila, mi obsesión (9-2)

Luz de luna

Laila, mujer de mis noches (IX)

Nos miramos, nuestras narices se rozaban de lo cerca que estábamos y más que ver intuí la dulce sonrisa que me regalaba.

"Me gustas mucho" su extraña voz me hizo vibrar de emoción, pues no esperaba para nada que ella me dijera algo así, y mucho menos tan pronto, pero así era, me daba cuenta de que Laila había sucumbido a mí y me arrepentí de no haberme insinuado mucho antes.

"Tú no te imaginas cuánto me gustas a mí, llevo años detrás de ti" Eso fue lo que le contesté, y ahora me parece una frase estúpida e indigna de alguien como ella, pero supongo que no se puede esperar algo mejor de un joven obnubilado por la excitación, supongo

Ella seguía allí, observándome callada, con una expresión plácida y serena, como una princesa. Puso las manos en mi cara y me dio un beso más, un beso tierno y jugoso como sus labios. Mis manos aún estaban posadas sobre su estrechísima cintura sedosa. Mi polla todavía se asfixiaba debajo del cuerpo de mi niña. Sí, digo mi niña porque aunque sólo sea en mi mente Laila siempre será mía.

Mis manos subieron hacia arriba a la vez que el retomado volumen de nuestros besos encendidos, acaricié su ombligo pequeño y estirado, palpé sus costillas…Laila respiraba tan intensamente que casi jadeaba, pero yo quería más, seguí subiendo y al fin las tuve entre mis manos, sus tetas. Se las acaricié suavemente, le pellizque los pezones con cuidado. Sentí un placer absoluto, pero insaciable. Ella me mordió los labios, suspirando.

Un segundo después me deshice de ella, de la camiseta que me impedía verle el precioso cuerpo.

Cómo explicar la belleza de lo que vi, del modo en que lo vi. Laila sobre mi, con el torso desnudo parecía formar parte de un hechizo nocturno. La luna se proyectaba en su piel tirante y yo la observaba preguntándome si era real. Era como una figura de oro blanco, sensual, brillante, hermosa…pero viva y caliente. La miré, sus ojos me devolvieron una mirada azul claro absolutamente sugerente, acto seguido sonrió y bajo los parpados. Dirigí mi boca hacia sus pequeños pezones morenos, la oí gemir levemente, sintiendo que me estaba volviendo loco de cachondez. Mientras, Laila había empezado a desabrocharme las bermudas, y por fin, con un vuelco de mi corazón, mi polla salió de mi bóxer entre sus manos. Creo que grité cuando empezó a pajearme ¿qué nos estaba pasando? Yo jamás me he acelerado tanto con ninguna chica, y estoy seguro de que Laila tampoco es así. Pero en aquel momento no me paré a pensar en ello.

Su pecho olía tan dulce como su belleza, los dos suspirábamos, el placer que me daba una de sus manos era casi letal, sólo por ser su mano. Pero yo también quería tocarla. No se cómo, pero conseguí llegar hasta su coño, entre los pliegues de su falda arremolinada en mis rodillas y la barrera de sus braguitas.

Nunca he tocado un coño tan suave, no tenía ni un pelo, era igual que tocar una bola de algodón, sin embargo estaba increíblemente mojado ¿significaba que estaba ella tan excitada como yo?

La toqué con cuidado, escuchando la variación de sus sonidos, que pasaron de suspiros a gemidos bastante evidentes. Al cabo de un rato, sus caderas empezaron a moverse de atrás hacia adelante, y de vez en cuando se le escapaba algún grito. El ritmo de su mano se aceleraba, pero yo no me quería correr todavía, tenía que hacerla parar de alguna forma. Así que tuve una idea.

"Espera un momento" Ella no parecía oírme, tan sumida en el placer como estaba. Dejé de tocarla. "Laila". Abrió los ojos, y me contestó con un débil "¿sí?" Le dije que se tumbase a lo largo del banco y ella, mirándome con los ojos como platos, lo hizo sin decir nada. Me arrodillé al final del banco y la acerqué más a mí cogiéndola de las piernas. Le quité las minúsculas braguitas y las dejé sobre el respaldo del banco. Nunca lo había hecho antes, pero quería hacerla disfrutar tanto que no se olvidara de mí. Acerqué mi boca a su rajita y la probé con la lengua. Su olor me encantó, tanto que le empecé a comer el coño con ganas de verdad, le pasaba la lengua por todas partes, le besaba y le absorbía la vulva, incluso me atreví a darle cuidadosos mordisquitos mientras la oía jadear y gemir. También me estiraba del pelo, una vez más, el dolor que me infringía le daban a todo un tono de realidad.

Su coño pequeño y suave sabía salado con algo de ácido, pero todo de una forma muy sutil. Mi cabeza sólo tenía un objetivo, hacerle pasar una noche de placer sin límites, ya que habíamos llegado a una dinámica absolutamente sexual estaba decidido a brindarle algo que le costase olvidar.

Tenía la lengua metida en su vagina estrecha y le acariciaba las piernas con las manos cuando la oí hablar.

"Por favor…"

Me separé de su vulva y le pregunté "¿estás bien?"

"Por favor, vamos a hacerlo"

Creo que lo único que pensé fue que ya era hora de que me lo pidiera, porque aunque hacía un buen rato que habías dejado de tocarme mi polla seguía igual, y me hervía la sangre de todo el cuerpo, deseándola como nunca he deseado nada en mi vida.

Me acerqué a ella y le besé los labios brillantes, esos labios grandes, sensuales, que siempre había tenido ganas de besar. Rebusqué en uno de los bolsillos laterales de mis bermudas, saqué mi cartera, la abrí, y ahí estaba, el condón que llevo siempre "por si acaso".

Ella me observaba mientras lo abría, sacaba mi polla, empezaba a ponérmelo despacio…De repente volví a la tierra. No sé por qué, subitamente me sacudió una oleada de madurez, de sentido de la responsabilidad repentino que me angustió. La vi a ella, al amor de mi vida tumbada en un raquítico banco de metal, nuestras chaquetas engurruñadas debajo de sí, su cuerpo desnudo de cintura para arriba, sus chancletas y su camiseta desordenadas en el suelo sucio. Ella con la falda por encima del ombligo y el coño al aire. También me vi a mi mismo, de rodillas, con los pantalones a medio bajar y la polla apuntando al cielo, mis manos manipulando el condón. Me entró un escalofrío. Se me había escapado totalmente el control de la situación. Era de noche, volvía a hacer frío y estábamos en la calle. Tú te merecías algo mejor si realmente íbamos a acostarnos juntos.

Habla Laila:

Tumbada en ese banco, frío y duro, me dolía la espalda, pero lo único de lo que me daba cuenta era del deseo que sentía mientras él me daba placer con su larga lengua caliente. Yo lo recibía con los ojos intermitentemente cerrados, a ratos me abandonaba a sus caricias y a ratos observaba brillar la enorme luna que nos daba una extraña claridad. Por eso se lo pedí, por que creía que lo único que necesitaba en ese instante era culminar la noche, llenar un vacío que no se me ocurría colmar de ningún otro modo. Además, cuanto más tiempo pasaba a su lado más cerca me sentía de él. Tomás era realmente un chico de ensueño ¿cómo me había pasado desapercibido tantos años? Verdaderamente me gustaba, no se lo dije sólo porque estaba excitada. Y cuando sonrió y me besó parecía satisfecho de que a mí se me hubiera ocurrido pedírselo.

Yo le observaba abriendo el envoltorio del preservativo, anticipando lo que podría sentir con él, imaginándome cómo sería tenerle dentro de mí. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, ¿había vuelto la helada nocturna? En ese momento me di cuenta: estaba nerviosa, además, no le había dicho que era la primera vez y tampoco tenía intención de hacerlo, por si él se echaba atrás.

Entonces pasó algo inesperado. Tomás se quitó el condón, se subió los calzoncillos y el pantalón, abrochándose, mientras me decía que me vistiera, que teníamos que hablar.

Suspiré. Buscando mis bragas imaginé otra vez el discurso que ya me habías echado tú sobre la inmadurez física y tal. Sentí una mezcla de rabia y amargura al acordarme de ti, por unas horas había conseguido olvidarte y cuando parecía que había encontrado a un chico maravilloso… ¿me iba a pasar lo mismo que contigo? Sacudí la cabeza y cerré los ojos con fuerza para que te fueras de mis recuerdos, es inútil, aún me dueles de forma muy profunda.

Para mi sorpresa, Tomás no dijo nada de mi cuerpo infantil, aunque pensándolo con lógica no hubiera tenido mucho sentido, solo es tres años mayor que yo. Lo que quería decirme era que no estaba bien cómo íbamos a hacerlo, que si de verdad nos íbamos a acostar juntos debería ser en condiciones mejores porque yo le gustaba en serio y me respetaba más que para hacerlo en la calle.

Mirándolo desde su perspectiva, tenía razón, pero entonces, ¿dónde?