Laila, mi obsesión (9-1)

El reencuentro con la tentación.

Laila, mujer de mis noches (IX)

Los adolescentes apenas se veían las caras, y las voces se desenvolvían caóticas entre el humo interesante de algún fumador precoz. Olía fuerte, dulce y acre a la vez, el olor de las hormonas revolucionadas en una noche excitante.

¡Shhhst! Hablad más bajo que nos van a pillar.

Marina pásame un cigarro ¿no?

¿Tú fumas? No seas payaso, seguro que ni siquiera las sabes calar.

Vete a la mierda Román, no vaya ser que hables demasiado y se te joda tu preciosa voz de "castrati"

Risas, miradas imperceptibles en un ambiente así y veintitantos jóvenes hacinados en una habitación de dos camas tipo litera. El cuadro típico de una noche secreta de campamento juvenil. Y muchos cuerpos moviéndose en la penumbra, rozándose, apoyados unos en otros, descubriendo o redescubriendo la emoción de estar demasiado cerca del sexo opuesto.

De pronto, silencio. Un nuevo susurro se atrevió a cortar el pánico.

¿No habéis oído un golpe?

Efectivamente, alguien estaba golpeando la puerta de conglomerado suavemente.

Las chicas se revolvieron, nerviosas.

Salid al balcón, joder, rápido.- Era Arturo, un chico tímido que casi nunca hablaba si no sentía que merecía la pena hacerlo.

Aunque intentaron hacerlo sigilosamente las muchachas se movieron en estampida, abriendo la corredera con premura para esconderse cuánto antes fuera, en la noche fría, congelándose sin saber quién llamaba.

Llamaron otra vez y un chaval alto y rubio se dirigió a abrir. Manu.

¡Laila! Entra, venga. ¿Cómo se te ocurre llamar? ¿Por qué no has venido con todas? Han tenido que salir al balcón porque pensábamos que era Javier y que la acabábamos de liar. Ya te vale.

Laila miró a su alrededor, disculpándose titubeante, sin encontrar ninguna excusa. Las chicas entraron tiritando y poco a poco la habitación volvió a ser el hervidero de murmullos, risas y movimientos que había sido cinco minutos antes.

La niña se agazapó en un rincón, con la barbilla apoyada en las rodillas, observando en las sombras lo que allí sucedía. Hacía calor. Se quitó la cazadora, dando sin querer un codazo al de al lado.

Perdona.

Arturo volvió su semblante sereno hacia ella y sonrió con sinceridad.

No pasa nada, dámela, no la dejes en el suelo, te la dejo encima de mi cama, con las otras.

Ella le sonrió, tendiéndole la prenda y a pesar de que apenas se veía el chico se quedó durante un instante abrumado por el encanto de esa boca repleta de carne y dientes. Pestañeó, tomo la chaqueta colocándola sobre el colchón y volvió a la realidad.

Gracias.

Arturo se encogió de hombros.

¿Jugamos a la botella o qué?- Como no podía ser otra, Virginia hacía las proposiciones más atrevidas sin ningún comedimiento.

A Manu le brillaron los ojos y hasta Laila, que estaba bastante lejos no se perdió un detalle tan significativo como aquel.

  • Yo solo juego si te pones enfrente de mí en el círculo.

Todos rieron, había cantado. No era ningún secreto que el año pasado en otro cursillo habían estado a punto de enrollarse, pero una vergüenza ilógica en Virginia lo había echado todo a perder. Sin embargo, desde que Manu la localizó el día de la presentación no se había cortado un pelo y todos había oído como la saludaba con un "Virgi, cuánto tiempo, cada verano estás mas buena, este año no te libras de mí maja." Y Virginia se río, ni sí, ni no, solamente una risa transparente que no podía ser de burla pero tampoco de complacencia. Esa risa volvió a aquel instante.

Todos se colocaron en círculo. Román fue el último pero llegó con lo más importante, un botellín de Fanta en la mano, se lo había llevado del chiringuito de la playa el día anterior. Todos le aplaudieron.

¡Román, tú sí que sabes! Este año no tendremos que jugar por turnos por culpa de una botella de litro y medio.

¡Machote! ¿Lo tenías planeado con Virgi o qué?

Se extendieron las carcajadas hasta que alguien chistó, prudente.

La mano de Manu se estiró hasta el centro y giró la botella con ganas. "El juego ha comenzado", pensó Laila.

La emoción se palpaba en todas partes, había quien encendía un pitillo tras otro, alguna chica se delataba con evidentes suspiros y más de uno de los muchachos intentaba sin éxito poner la mente en blanco y no pensar en que de un momento a otro iban a estar pegados a los cálidos labios de alguna de sus compañeras, quizá de alguna especialmente atractiva

Laila tenía a Marina a un lado, quien la había abrazado al entrar en el círculo, y en el otro lado estaba Tomás, que era un par de años más mayor que la mayoría del grupo. A Marina siempre le había gustado mucho Tomás, pero estaba tan nerviosa que ni siquiera había tenido la picardía de buscar un sitio más o menos frente a él. Cuando se dio cuenta encendió un cigarro pensando con tristeza "por lo menos le tengo cerca". Se lo dijo a su amiga al oído y ésta sonrió.

"De todas formas" pensó Laila, "Marina pierde el tiempo". Sabía que Tomás no se hubiese negado a un encuentro con su amiga pero también sabía que no iba a pasar de eso, y Marina era tan enamoradiza…ese chico le rompería el corazón como llegase a suceder algo entre ellos. Además el curso pasado había escuchado un rumor de que él tenía una novia en su barrio, aunque bien podían haber roto en un ese tiempo. Laila le miró un momento. Realmente nunca se había fijado mucho en él, de hecho hasta que Álvaro llegó a su vida Laila no se había fijado con demasiado interés en ningún chico y quizá por ello creía que ellos tampoco se fijaban en ella. Esa no iba a ser la primera vez que jugase a la botella, ni que besase a un chico del que no estaba enamorada, pero se lo tomaba como un entretenimiento más y nunca hubiera pensado que de aquellos juegos pudiera nacer el amor. Miró al adolescente solo un instante, pero le bastó. Tenía el pelo bastante largo, estilo surfero, de hecho se veía por su complexión atlética que además de la música le gustaba el deporte, llevaba una camiseta blanca de tirantes que le marcaba un pecho muy bien formado y contrastaba con el dorado de la piel de sus brazos curtida al sol. En principio, parecía un chulo de playa, pero Laila le estudió el rostro. El pelo le caía sobre la frente, tapándole las cejas oscuras, sus ojos verdes se rasgaban ligeramente hacia abajo y le daban una expresión inteligente y bondadosa. Tenía los labios pálidos y carnosos, y un mentón cuadrado, muy masculino. Había empezado a afeitarse no hacía mucho y se notaba que el pelo aún le crecía por secciones.

"No parece el tipo de chico que deja a su novia, ni que le pone los cuernos tampoco" pensó la niña con decisión.

El juego se desarrollaba muy rápido. Román se había besado con Marina, Arturo con Joana ("pobres, dos tímidos empedernidos" había pensado Laila), Manu con Rebeca se habían pasado más de la cuenta morreándose y el capullo de él le había sacado la lengua a Virginia después, los últimos habían sido David y Virginia, pero ella no hizo ninguna tontería para picar a su vil "galán", lo que no parecía propio de su desfachatez. Marina le susurró a Laila:

  • Joder, le gusta Manu de verdad, como se corta, y a él ya le vale.

Laila asintió.

La botella llegó a manos de Tomás, quien le guiñó un ojo a Laila y a Marina. Giró.

Casi no se había parado y todo el mundo estaba ya aplaudiendo. El ruido era inevitable por más censuradores que lo intentasen sofocar. Virginia y Manu se acercaron. Jonathan, el chico que cronometraba, dejó el reloj a un lado. Se empezaron a comer las bocas, primero tímidos, cada vez con más pasión. El chaval no perdía el tiempo, y ante la mirada atenta de los demás chicos acariciaba la delicada cintura morena de la adolescente, que llevaba un top demasiado corto para la moda actual, y con la otra mano le tanteaba los pechos redondos. La cosa subía de tono por momentos

Laila notó una mano que le acariciaba la melena y miró a Marina, pero era al otro lado. Tomás acercó su cara y le dijo:

Que pena que no nos vaya a tocar juntos en toda la ronda ¿no?

Laila sintió que toda la sangre le subía a la cara, ardiendo de rubor, sin saber que contestar. Veía la sonrisa de Tomás, tímida pero encantadora. Realmente parecía triste de que no fueran a besarse. Le miró a los ojos y él no vacilo. Laila hizo lo único que le parecía lógico hacer. Le besó.

Tenía los ojos cerrados, él le acariciaba el pelo y sus lenguas luchaban encendidas. Pronto empezó a oír los jaleos y las risas renovadas de sus compañeros que se daban cuenta que ellos habían empezado un juego alternativo. Notó un cuerpo incorporarse a su lado. Marina cerró la puerta tras ella. Laila se separó de Tomás. Él le dio la mano, como para impedir que corriera tras su amiga.

Román preguntó:

¿Vais a seguir jugando? Lo digo porque si no os dejo mi cama tortolitos, que os lo teníais muy callado. Virgi y Manu tampoco juegan, ya están haciendo de las suyas en el cuarto de él.

Tomás sonrió. Compartiendo las risas de todos

No seas cerdo Román, nos vamos a dar una vuelta por el jardín, y te recuerdo que yo también tengo habitación, no necesito que me prestes tu cama, pero gracias.-

Ambos se levantaron. Alguien dijo:

No hagáis ruido fuera, que nos la cargamos todos

Laila vio como la mayoría de sus compañeras la miraban de forma extraña mientras cerraba la puerta.

Los dos adolescentes salieron del edificio cogidos de la mano, sigilosamente y en la oscuridad. Laila se acordó de Marina por un instante, pero la mano que se cerraba con fuerza en torno a la suya le obligó a olvidarse de su amiga.

Una brisa espesa le dio en la cara, la noche se había vuelto inexplicablemente calurosa.

¿Quieres que demos un paseo por los alrededores del río?- le dijo el chico con delicadeza.

Vale.

Laila se veía a si misma paseando con el chico ideal de todas sus amigas y no entendía nada. ¿Cuándo había empezado él a fijarse en ella? ¿Por qué nunca se le había insinuado? Pero lo que más le sorprendía era que no estaba nerviosa. Sentía, como ya le había pasado con Álvaro, que todo surgiría de forma natural y que eran sus impulsos los que debían guiar el momento. Tampoco se acordó de él.

Miraba a Tomás y a cada paso que daban le parecía más hermoso, su pelo, su cuerpo, su mirada cálida… todo.

Hablaron de los profesores, de los compañeros, de los estudios en general, de que les iba a dar pena tener que volver a casa como siempre, hablaron de todo un poco como si fueran viejos amigos, y es que en realidad lo eran. Iban juntos al conservatorio, coincidían en cursillos, incluso sus padres se conocían pero nunca habían congeniado salvo de muy, muy niños. Y ahora volvían a estar unidos, al menos por esa noche.

Se sentaron en un banco, pero antes, algo que ella no hubiese esperado nunca, Tomás se quitó la chaqueta y la apoyó sobre el metal de aquel asiento poco acogedor. A Laila le parecía que hacia muchísimo calor, pero se lo agradeció igual.

Contemplaron el río en silencio, su susurro constante, casi hipnótico, les acompañaba como una serenata. Las manos de él volvieron a juguetear con el pelo de la niña y ella le sonrió.

Hay algo que siempre he querido decirte, pero nunca he tenido la ocasión, siempre estás con Marina y yo

Laila le tapó los labios con un dedo.

Dime lo que quieras, ahora es el momento.- No quería que el recuerdo de Marina les aguase la fiesta a los dos.

Tomás volvió a mirarla a los ojos, serio.

Laila, eres la chica más preciosa que he visto en mi vida.

La niña le volvió a sonreír, lanzándose otra vez a sus labios con los ojos cerrados.

El chico la acariciaba delicadamente, el pelo, el cuello, los hombros, la cintura, y se encontraba con barreras de ropa que no se atrevía a destapar, pero aún así disfrutaba de los tiernos labios de la niña de la que siempre había estado enamorado. Disfrutaba de su suerte, pues nunca había dejado de creer que ella sólo era un sueño para él, a pesar de que se sabía atractivo y deseado por muchas, para él Laila era más de lo que él podía alcanzar. Todos los demás chicos lo sabían, pero por suerte o por desgracia el secreto se había mantenido a salvo de las muchachas todo ese tiempo.

Habla Tomás:

Tenía miedo incluso de tocarle la cara, pero a la vez me parecía tan irresistible que no quería perder la oportunidad que tal vez sólo tuviera aquella noche ¿y si al día siguiente Laila no quería saber nada de mí? Por lo menos la habría tenido por una vez… Pero ella me parecía tan frágil, siempre fue más niña que las demás y quizá por eso siempre me pareció la más bonita, con ese cuerpo delicado y esa nariz chata que me vuelven loco. Desde que estamos aquí no he dejado de fijarme en ella, ¡y ha cambiado tanto desde la última vez que pude fijarme en ella así! Desde que ya no coinciden nuestros horarios en el conservatorio apenas nos vemos. Ya podría decirse que es una mujer, o está a las puertas de serlo. Sigue teniendo esas deliciosas facciones infantiles, pero su cara se ha vuelto más angulosa, al contrario que su cuerpo, que ahora tiene ligeras redondeces tentadoras.

Y qué bien besa, parecía tener un talento natural para ello, porque que yo sepa no ha estado con muchos chicos. Su lengua acariciaba cada rincón de mi boca y me excitaba muchísimo, sus labios eran incluso más voluminosos al tacto que a la vista y yo me entretenía entre los suavísimos mechones de esa cascada de pelo que tantas veces había soñado acariciar. Nos abrazábamos, quería aprovechar la noche al máximo, pero tenía tanto miedo de asustarla… empecé por el cuello, se lo toqué, se lo besé y ella gimió con aquel increíble tono ronco de su voz que siempre he creído que no le pega a sus facciones, pero me encanta. Sus manitas me acariciaban los brazos, y yo le quité la chaqueta para poder hacer lo mismo. Mi mirada se entretuvo en sus pezones que despuntaban bajo aquella camiseta rosa sin mangas de licra, le pregunté si tenía frío. Ella sonrió, metiendo la mano dentro de mi camiseta para acariciarme el abdomen. Se estaba acercando mucho, no me la había imaginado tan lanzada, pero su osadía tuvo un efecto positivo, se me quitó el miedo, empecé a estar más cómodo y tranquilo, a disfrutarla de verdad. Mientras yo seguía con su cuello ella me demostraba su placer arañándome, a veces fuerte, pero ese dolor me llevaba al cielo porque me hacía consciente de que no estaba soñando, me llevaba a la realidad, y la realidad era que tenía a Laila más cerca de lo que nunca hubiese creído. Me aventuré con su cintura, levantándole la camiseta, su piel era de una suavidad que solamente puedo definir como sedosa, aunque sea un tópico más en las definiciones de la belleza ideal. La firmeza de su carne me sorprendió, he estado con muchas chicas, incluso con alguna de mis compañeras del club de tenis y no recuerdo a ninguna que tuviera un tono tan marcado, además, creía que Laila no hacía ningún deporte… en todo esto se detenía mi mente, disfrutando de la experiencia de poder tocarla cuando noté, casi con un sobresalto, como sus deditos se metían entre la piel de mi bajo vientre y la goma de mis bóxer. Me quedé sin respiración, pero su recorrido frenó. Laila se entretenía con los rizos de mi pubis, el aire volvía lentamente a mis pulmones, aunque sabía que como siguiéramos así dentro de nada su mano rozaría mi polla. Impulsivamente, no se me ocurrió nada mejor, la cogí de la cintura, casi levantándola en el aire y la coloqué sobre mi regazo. Sus piernas, morenas y delgaditas, colgaban a cada lado de mis caderas y así, subida encima de mí, fui consciente por un momento de su corta estatura, algo que nunca me pareció un problema pues incluso la hacía más mona a mis ojos. Veía sus pies suspendidos en el aire, con las chancletas a punto de escaparse, sus muslos desnudos, y su minifalda negra de vuelo que tapaba unas bragas que en ese momento estaban tocando directamente la cremallera de mi bermuda. Tenía la polla tan dura que era imposible que ella no lo hubiera notado ¡estaba sentada encima! Pero no me decía nada, seguía besándome y tocándome, parecía gustarle de verdad lo que pasaba. Yo apenas podía disimular mi alegría, creo incluso que entre los besos se me escapaban sonrisas estúpidas como si estuviera borracho. En cierto modo así era, ebrio de amor por ella, porque aún no terminaba de parecerme una realidad su cálido peso sobre mí, sin embargo mi pene latente me ataba a la vida, y así estábamos, amándonos de madrugada en el banco de un paseo desierto. Pero yo necesitaba más, aunque no sabía como conseguirlo sin estar seguro de no ir demasiado lejos. Dicen las malas lenguas que cuando se deja la virginidad atrás uno ya no se contenta con menos y yo ya me había acostado con algunas chicas. La calentura se estaba apoderando de mi cabeza, la tocaba, la besaba, le chupaba la piel. Necesitaba tenerla más cerca todavía.

Continuara