Laila, mi obsesión (8)

Esta vez he sido yo

Laila, mujer de mis noches: VIII

Habla Laila:

"Desde aquella noche todo es tan raro, no se qué me ha pasado. Me siento mal, bueno, en realidad no se muy bien como me siento, no se cómo mirarla pero a la vez no puedo evitarla, es mi mejor amiga ¿por qué cuando nos hacemos mujeres todo se vuelve tan complicado? Aunque quizá Álvaro tiene razón, yo no soy aún una mujer y esta vida me viene grande. Sí, le mentí, le mentí porque le amo. Joder. Lo único que quiero es dormir y despertar en otro cuerpo. Pero qué pesadas, no quieren dejarme dormir y se las ven tan emocionadas con la escapada de esta noche… y luego soy yo la niñata. Lo único que quieren es contonearse delante de los chicos y jugar a chorradas como la botella.

Pero no puedo dejar de pensar en ello, esta vez he sido yo ¿por qué? Todo sucedió en un instante inexplicable que ahora me atormenta. Lo único que quiero es dormir, dormir e imaginar que estoy tan sólo a una llamada de él. Sin embargo aquí estoy, intentando que estas cotorras me dejen descansar y ellas sólo saben pensar en Tomás y en Manu, es lo único que les importa. Lo peor es que Marina no deja de darme la paliza para que vaya a la playa con ellos esta tarde, y no es que realmente no quiera estar con ella, pero la playa, en bikini… sería demasiado. Las comparaciones son odiosas y yo ya estoy suficientemente triste. Esta mañana la he visto otra vez, no entiendo por qué tuvo que entrar, se podía haber aguantado un momento mientras yo terminaba de peinarme, pero no, entró a desnudarse cuando yo no estaba lista aún. Daría cualquier cosa por ser como ella y poder demostrarle a Álvaro que ya soy una mujer ¡le deseo tanto! Mi madre dice que aún me falta mucho por desarrollar, pero a quién quiere engañar, a Marina le llevan creciendo las tetas desde hace dos años y ahora las tiene perfectas, ya ni me acuerdo de hace cuánto me contó que había empezado a depilarse las ingles y yo… a verlas pasar. Tiene un cuerpo perfecto, no es alta, pero a mí me sacará unos ocho centímetros y con eso basta. Sus caderas ya están llenas, sus tetas son increíbles incluso sin relleno y aunque parezca una estupidez cada vez que he visto ese triángulo oscuro entre sus piernas siento una decepción ante mi cuerpo. Se que no puedo hacer nada, el problema es que el físico de Marina representa todo lo que desearía para mi y ni siquiera puedo odiarla porque es mi mejor amiga."


Laila, vamos tía no seas tonta, vamos a ir todas y sólo serán un par de horas ¿tanto te cuesta?

Estoy cansada, ya te lo he dicho.

Marina tiró de la exótica niña, volteándola.

Mírame a la cara y dime que no estás así por lo que hicimos anoche.

Laila se volvió de nuevo hacia la pared. Marina la miró con tristeza y se alejó.

"No puedo. Ni siquiera puedo levantarme por lo que pasó ayer, así que no me pidas que te mire a los ojos. No se qué sentir. En realidad sí lo se, y por eso me siento mal. Sentí placer. Ya no soy yo. Estaba triste, echaba mucho de menos a Álvaro y ella me oyó suspirar. Me metí en su cama. Algo en el calor de su cuerpo me resultó infernal pero muy, muy sexy. Aunque era yo la que estaba mal me preocupé y Marina, sonriéndome en la oscuridad dirigió mi mano hasta ahí y yo no lo dudé. No dudé en tocarla recordando las caricias de Álvaro, deleitándome en la textura extraña de su vello rizado, recorriendo sus labios - que tiene más sobresalientes que yo- con los dedos empapados de su excitación, aspirando con mi boca cada gemido. Marina tiraba de mis bragas, anticipando mi placer con sus intentos de acariciarme a la vez. Tardó bastante en quitármelas. Mi pecho y el suyo resbalaban, rozándose como peces recluidos. Ardíamos. Me acuerdo de cuando empezó a tocarme ahí se le escapó "qué suave" y me invadió una punzada de vergüenza que se entreveró con las oleadas de placer.

Abrazadas, frotábamos nuestros pubis chorreantes de éxtasis y entre los jadeos Marina emitía débiles grititos. Yo tapé su boca con mis labios, sin más poder que ése para evitar mis gemidos que ahogarlos en nuestros besos. Tenía los cinco sentidos puestos en el maravilloso cuerpo de Marina, y un atisbo de sexto sentido me alertaba de que podíamos despertar a Joana y a Virginia, pero no me importaba.

Me regodeé en sus curvas, notando en mis manos el pálpito de sus senos redondos, admirando el contraste entre cintura y caderas mientras recorría su silueta con mil caricias, pasando los dedos una y otra vez por el monte de su recortado vello castaño. Y gemía.

Ella no dejaba de besarme, me besó los labios hasta que me quemaron, su lengua devoró mis pezones con dulzura, no se perdía un segundo sin enredar los dedos en la estrechez de mi vagina cerrada, aprovechaba mis flujos para lubricar aquel botón de placer y no se cansaba nunca.

No nos decíamos nada, ni siquiera nos veíamos, pero nos habíamos observado tantas veces que aquello parecía tan natural como tocar nuestro propio cuerpo, en realidad, en aquel momento sentí que no distinguía entre el final del mío y el principio del suyo porque tocarla me provocaba sensaciones tan irresistibles como las caricias que recibía de ella.

La sed de placer parecía interminable, yo no estallaba, y ella tampoco, viviendo como nunca la experiencia de ser almas gemelas por una noche.

Las sábanas se nos pegaban a la piel y había un aroma que me volvía loca. Ella. Me separé por un instante de su abrazo, empujándola para que permaneciese tumbada como había hecho con Álvaro en el jardín y me acerqué con avidez a la fuente del efluvio que había provocado todo lo que estaba sucediendo.

Le abrí las piernas al máximo, pasando la lengua por su hendidura con desesperación. El olor se metió hasta el fondo de mi cerebro. No era fuerte, pero a mi me resultó tan intenso como un buen perfume. Marina arqueó la espalda, regalándole a mi lengua un extra del néctar que se escurría entre sus piernas sin parar.

"Sabe a mujer" fue lo único que me permití pensar de sus fluidos mientras lamía su vagina, sorbía los pétalos de aquella rosa y me entretenía dibujando círculos con la punta de la lengua sobre su bolita que aparecía firme y caliente.

Marina suspiraba, y yo lo hacía sobre su flor, porque con una de sus manos alcanzaba a darme placer.

Por fin, todo terminó. Marina tembló furiosamente, pegando al máximo su pubis a mis labios, pero no dejó de tocarme.

Yo tardé algo más, solo cuando ella me devolvió los besos que yo ya le había dado alcancé la cima de aquella montaña escarlata que aparece en mi mente cuando me abandono al sexo.

Y tú tienes la culpa, Álvaro, a tu lado he descubierto que mi cuerpo puede experimentar cosas indefinibles y cuando no te tengo soy infeliz porque necesito saber que tus manos volverán a llevarme hasta allí. No se por qué, pero estoy empezando a creer que necesito un hombre. Puede que esta noche olvide mi tristeza, me despoje de la vergüenza y me escape con todas al edificio de los chicos. Puede…"