Laila, mi obsesión (6)

Un giro inesperado en la historia de amor entre Álvaro y Laila. Muy excitante. (Corregido)

Antes que nada, pido perdón a todos los que seguís esta historia por la tardanza de este episodio, pero no, no me olvido de Laila ni de mis lectores, sólo que las cuestiones del mundanal ruido fatigan mi imaginación y retrasan mis entregas.

Saludos de esta señorita con aspiraciones de escritora.

Laila, mujer de mis noches (VI)

Sentado cómodamente en el butacón de mi despacho admiraba estúpidamente en la pantalla del ordenador cómo las acciones del imperio de mi padre aumentaban su valor hora tras hora, aunque como cada día, sabía que para la hora en que yo me marchase de la oficina ya habrían llegado a su máximo. Ya eran casi las dos de la tarde y realmente no sabía qué hacía allí. Mi cargo (subdirector de ventas) apenas me exigía dedicación o esfuerzo, aunque algunas veces había que tenido tomar decisiones bastante importantes sin la supervisión del director y, modestia aparte, siempre había salido airoso, dejando satisfecho a mi padre y tapando muchas malas lenguas que se habían sentido ofendidas por el nepotismo del que había hecho gala aquel magnate empresarial que era mi progenitor. Ciertamente, mi posición no la había conseguido escalando puestos con esfuerzo y sudor tras años de fidelidad a la misma empresa, pero también es verdad que desde que terminé el instituto toda mi vida académica la había dedicado a aprender lo que ahora hacía en las mejores facultades comerciales del mundo, ya se había cuidado bien toda mi familia de proteger el patrimonio con mi educación bien encauzada. Y en realidad, allí estaba a gusto, y para ser sincero conmigo mismo la agresividad del mundo empresarial me motivaba y me mantenía dinámico. Pero aquel día se estaba alargando demasiado.

En estas divagaciones me encontraba cuando mi vista se posó sobre el reloj de la pantalla. Joder, ya pasaba media hora desde que había encargado a Nerea que fuese a por el pincho de tortilla y aún no volvía. Tenía que haberme ido a casa andando, haber cocinado algo decente y después pasar un rato por el gimnasio. Llevaba días sin pisarlo. Pero no, allí estaba yo, como un pelele mirando a las musarañas y pensando en cosas a las que ya le había dado mil vueltas hacía demasiado tiempo. La realidad era que no tenía agallas para volver a casa y encontrármela vacía, lo cual también era estúpido porque nunca había habido nadie esperándome en ella. ¿Por qué te echaba tanto de menos? Lo que había empezado como una obsesión pasional y había continuado como una locura amorosa ahora era… ¿Qué era? Ni siquiera yo podía darle nombre a lo que me estaba pasando. Amor, puede, pero no era tan sólo eso, yo ya había estado antes enamorado y los síntomas, por llamar de alguna forma a los sentimientos descontrolados de lo que denominamos amor, en esta caso eran tan intensos que se volvían dolorosos de una forma difícil de soportar cuando no podía verte. Me sentía tan sobrecogido y absorto contigo como Dante frente a su amada niña Beatriz e incluso llegué a plantearme si me estaría volviendo loco ante el influjo de tu extraña belleza, sin embargo sin ti a mi lado me sentía vacío, y sin la promesa de un encuentro próximo las horas me asfixiaban. Mi romántica imaginación me hacía ir aún más lejos en la autoflagelación, preguntándome si no me habría vuelto un pederasta encontrando en ti a una de las nínfulas de las que tanto habla Nabokov en su Lolita, todo era tan absurdo… pero no, yo te veía como a una delicada mujer inmadura y me sentía culpable, pero era la primera vez en la vida que mi corazón estaba poseído por lo que debería ser intocable. Y ni siquiera sabía la edad que tenías, no habías querido decírmelo, yo calculaba que como mucho estarías a punto de empezar el bachillerato, por tu manera de hablar y actuar, pero la dulzura de tus facciones redondeadas y la laxitud de tus miembros me hacían sospechar que incluso eras más joven. A pesar de todo, había en ti una sensualidad innata, en tus gestos, en tu voz, en tu silueta.

Por fin estás aquí, ¿te has puesto a hacer la tortilla o qué?

Todos los bares cercanos estaban abarrotados y encima cuando me han atendido en el Anderson resulta que se les había acabado la tortilla y he tenido que ir hasta el bar de Guadalupe a por el dichoso pincho, majo.- respondió Nerea con sorna. Al lector le sorprenderá que una simple secretaria emplease aquel tono con el subdirector e hijo del dueño de la empresa, pero Nerea aparte de ser mi secretaría había sido vecina de mi abuela y yo me había pasado gran parte de mi infancia jugando con ella, que sólo era un año mayor que yo, había llegado a la empresa con buenas recomendaciones y entre nosotros había una confianza que yo calificaría de excesiva, ya sin remedio.

Vale, vale, no te pongas así- dije atacando el triángulo que había dejado sobre mi mesa- ¿quieres un poco?

Nerea sonrió, negándose con la cabeza y me fijé por un momento en la cara que tanto conocía. Sus dientes eran bonitos, y muy blancos, tenía el final de los párpados rasgado, lo que le daba un aspecto travieso a su mirada oscura y la típica sensualidad elegante y discreta (aunque no tanto en ella), de la mujer del ámbito empresarial: maquillaje clásico, tacones acharolados alargando unas pantorrillas bien formadas, escote realzado por la chaqueta de un traje falda, en fin, todos conocemos ese estilismo, pero Nerea lo rompía con su pelo moreno cortado a lo Cleopatra rematado con un flequillo que terminaba en pico. "Es una chica atrevida", pensé mientras la observaba ordenando algunos papeles a mi alrededor, en mi mente empezaba a asomar una diminuta chispa de lujuria ya que podía imaginar sin esfuerzo a Nerea con aquel flequillo despeinado y sudoroso emitiendo gemidos entre su blanca dentadura. "Mierda" al evocar el sonido del sexo había vuelto a recordar a mi ángel, un ángel que tras esa última cita improvisada en el jardín oriental me había destrozado la vida durante un mes, pues se iba a un curso intensivo de música a Burgos y yo estaba paranoico ¿y si allí encontraba a un chico de su edad y se enamoraba? O peor, quizá durante un mes sin verme se daba cuenta de la locura que era tener relación conmigo y no volvía a verla, y ni siquiera me había dado una dirección de e- mail, no tenía el más mínimo modo de localizarla y estaba seguro de que todo era por miedo, miedo de ella a que sus padres o alguien descubriese lo nuestro. Pero también cabía la posibilidad de que Laila fuese más pícara de lo que parecía y simplemente pasaba de comprometerse conmigo, por eso yo no tenía ni su móvil y eso me atormentaba más aún.

Dejé el pincho para masajearme las sienes, suspirando largamente, Nerea, frente a mí, me escrutó interrogante y yo bajé la mirada, encontrándome de lleno con un pecho que se insinuaba más de lo debido en la generosa abertura de una camisa violeta satinada que hacía más resplandeciente su bronceado. "Seguro que hace top- less" pensaba yo sin apartar la vista de aquellos pechos medianos pero voluptuosos, como me habían atraído a mí siempre.

Carraspeó, y yo sonreí, inconscientemente seductor.

¿Me estabas mirando las tetas?- su tono era divertido.

¿Por qué preguntas lo que es evidente?- yo respondí intentando aparentar seguridad, pecando quizás de chulería, pero estaba siendo sincero y la miraba directamente a los ojos, que centelleaban, rasgándose más aún con la sonrisa pícara que me regalaba.

Álvaro esto es muy raro, tú nunca… no se, es raro y además…- la corté sin preámbulos:

Te conozco de toda la vida y siempre me has parecido una chica guapa, simplemente hoy mi vista ha ido más allá, eres muy apetecible ¿sabes?

Su sonrisa se acentuó adquiriendo un tinte de orgullo y contestó descarada:

¡Pues a buenas horas te enteras!- se pasó la lengua por los labios bien delineados- pero tengo que reconocer que tú no te quedas atrás, la verdad que desde que cumpliste los veinte tienes un polvazo.

En la conversación no había romanticismo, ni siquiera había sutilezas, pero la franqueza de esas confesiones duras y desnudas resultaba bastante excitante. A todo ello se le sumaba que desde hacía más de un mes que yo no echaba un buen polvo gracias a ti, Laila, y sinceramente, la fidelidad conyugal nunca había sido una de mis virtudes, además, pese a todo, ¿qué éramos tú y yo? Sólo había una palabra, amantes. Amantes que no hacían el amor, qué paradoja. Pero todo esto lo pensé mucho después. Nerea se había sentado en una silla en frente de mí, y apoyaba un largo tacón granate sobre la tela negra del pantalón que cubría mi rodilla derecha. La raja de su falda color plomizo permitía esa libertad de movimientos y además dejaba ver la blonda negra de sus medias que le llegaban algo más alto que la mitad de los muslos. El cuadro era muy sexy, y la expresión dominante en su rostro me transportaba a la sensación de nuestros juegos infantiles transformada en morbo, ella era de nuevo esa niña alocada y mandona, yo otra vez el chaval que secundaba sus ideas con entusiasmo y despreocupación. Y estaba dejando muy claro que quería jugar con fuego, con mi fuego.

Me olvidé de ti.

Me acerqué más a ella y tome con los dedos esa barbilla puntiaguda que hacia su cara más maliciosa, componiéndomelas para lanzarme a besarla y meter a la vez una mano por debajo de su falda, acariciando la tela suave de las medias. Nerea besaba bien, pero que muy bien, su lengua se enredaba magistralmente entre la mía, con pasión pero no a la desesperada, mordiéndome a veces los labios, absorbiendo, lamiéndome el cuello, las orejas, me estaba poniendo a mil. Abrí los ojos un segundo, no recordaba haberlos cerrado, y me di cuenta de que estaba encima de mí con la falda subida a la cintura, una pierna a cada lado del butacón y el cuello estirado, empapado de mi saliva. Le desabroché con calma los pocos botones de la camisa que llevaba, quitándosela a la vez que la chaqueta, todo cayó al suelo en un ovillo vulgar. Llevaba un sujetador precioso, que hacía juego con sus zapatos y solo cubría la mitad de sus tetas perfectas, elevándolas, su mirada juguetona me desafiaba y además ella había empezado a desnudarme también: corbata, americana, camisa, todo llegó al suelo, a nuestro alrededor. Le desabroché el sujetador, "sí que hace top-less", y sus pezones morenos ya estaban erectos, esperando que yo me los llevase a los labios para ponerse aún más duros. Ella seguía con mi cuello y noté como sus manos se dirigían al cierre de mi pantalón, desabrochándolo ágilmente y bajando la cremallera. Mi cabeza continuaba perdida entre aquellos pechos que emanaban un perfume profundamente femenino, ¿Channel nº5? posiblemente, ella, lo estaba descubriendo, era muy mujer. Los suspiros se hacían más que evidentes, sobretodo los suyos ahora que llevaba un rato con sus tetas, y decidí no dejar que empezase con mi polla hasta que yo demostrase alguna habilidad más. La cogí en brazos y ella, rodeándome el tronco con sus largas piernas me besaba con intensidad. La dejé en el suelo, tendida sobre la inmaculada moqueta añil que cubría el suelo de mi despacho. El contraste era rabioso, y yo lo observaba ardiente mientras le quitaba la falda: su piel morena, sus bragas y sus tacones granates eran un reclamo luminoso sobre la mullidez de esa base alfombrada. El carmín corrido de sus labios difuminaba sus bordes y con ellos entreabiertos, respirando violentamente no me quitaba esa mirada maligna y sexy de encima. La despojé de sus provocativas bragas de satén, anticipando en mi imaginación los detalles de su vulva ardorosa y antes de que pudiese empezar, ahí estaba, un coño delicadamente depilado y con el escaso vello que se dejaba tan oscuro como su pelo, que siempre había sido negro natural. Una hendidura brillante de excitación me invitaba a jugar con ella, prolongándose hacia arriba en unos labios menores bastante pronunciados, de un color rosa pardo. Pasé un dedo a lo largo de ella, lubricando con su propio flujo un clítoris que asomaba con timidez, ella cerró los ojos y se mordió los labios.

Aún no hemos empezado.

Pues empieza ya.-

Directa, aunque con la voz entrecortada, esa tigresa me pedía guerra sin comedimientos ni preámbulos, así que intuyendo que un una situación así estábamos alargando bastante los preliminares, acerqué mi cara a su sexo palpitante y empecé a comérmelo con ganas. El olor era intenso, el de una mujer que folla a menudo y con el hombre que le place, una hembra salvaje.

Sus caderas generosas no paraban de moverse por el contoneo de una cintura que parecía imposible de definida y estrecha, todo su cuerpo, toda ella, se revelaba ante mí como el summum de lo femenino.

Álvaro, no puedo más, déjame probar tu polla ya.

Me despegué de sus labios más íntimos y ella se levanto con rapidez, empujándome de nuevo al butacón, me quitó los zapatos, los calcetines, el pantalón y se abalanzó sobre mi bóxer blanco, aliviando la presión que sufría mi miembro hacía mucho rato.

¡Mmmm!- casi puedo jurar que se relamió como una gata cuando vio mi pene tieso frente a ella- Joder, polvazo y buena polla, a ver como la usas Alvar.

"Alvar" hacía años que no me llamaba así, y me recordó a la época en que no dejaba de recordarme que ella mandaba porque era mayor, y así parecía seguir siendo, yo sólo era capaz de mandar cuando trabajábamos. Y a todo esto, estábamos en un despacho y yo no acababa de darme cuenta del morbo añadido que eso daba a la situación, pero al pensarlo por un instante un escalofrío electrizante me recorrió la columna, poniéndome más a tono de lo que ya lo empezaba hacer la lengua de Nerea alrededor de mi glande enrojecido. Besaba muy bien y la chupaba mejor, acompañando cada vaivén de mi polla adentrándose en su garganta con una estimulación manual muy acertada, cada vez se la metía más al fondo pues en cada acometida la punta de su bonita nariz recta y estilizada se quedaba a milímetros del vello recortado de mi pubis.

Me lo estaba pasando muy bien, disfrutaba con su felación y su estética era tan sensual que casi parecía que estaba a punto de acostarme con una experta scort y sin embargo, era mi secretaría y mi compañera de juegos de la infancia. Nerea…Nerea me la estaba chupando arrodillada, con cara de viciosa, unos tacones granates y esas medias de color negro transparente ciñéndose a sus muslos con aquella blonda de delicado encaje. Pensar que incluso nos habíamos bañado juntos alguna vez, era increíble.

La levanté, volviéndola a colocar sobre mí, estaba tan húmeda que su coño absorbente resbaló sobre la cabeza de mi pene sin que consiguiese adentrarme en ella. Nos miramos a los ojos, y nos pusimos repentinamente serios. Le acaricié ese rostro pícaro y altivo, en el fondo, y aunque nuestra íntima cercanía hubiese quedado tan lejana a pesar del roce diario, éramos amigos.

¿Estás segura de lo que vamos a hacer?

Levantaste una ceja y tus labios finos se estiraron en una enorme sonrisa provocadora.

Estoy demasiado caliente para negarme, y además, si no lo hacemos nos arrepentiremos por haber dejado pasar el momento.

Me acordé de algo.

No tengo condones aquí.

Soltó una carcajada.

Con otro me importaría, pero me fío de tu salud, Alvar, además tomo la píldora.

"Pues vamos allá princesa".

La agarré de las nalgas con fuerza, las tenía grandes y suaves aunque muy bien puestas, y la coloqué encima de mi polla que esta vez se adentró en su calor. "Dios que placer". Mis manos atraparon su estrechísima cintura, para intentar marcar el ritmo de la penetración sin hacerle daño, pero ella empujó su cadera hacia abajo metiéndose todo mi falo de una sentada, a la vez que soltaba un gemido irresistiblemente estimulante para mis sentidos. Me cabalgaba como una amazona, arriba, abajo, arriba, abajo, arriba abajo… y ni siquiera necesitaba realmente sujetarla para ello, así que mi vista gozaba con el movimiento de sus pechos redondos que subían y bajaban con ella.

No recordaba un polvo así desde…, no, nunca había tenido un polvo así. Se mordía los labios para no gritar, aunque a veces lo hacía, sin importarle donde estábamos y yo suspiraba, mirándola como si fuese una diosa del placer, e intentando concentrarme en aguantar aquel ritmo frenético, lo último que deseaba era no estar a su altura.

Pero me cansé de observar. Aunque sabía que lo que iba a hacer me iba a llevar a un orgasmo inminente, esperaba que ella viniera conmigo.

Vamos a suelo.

Me obedeció y ni siquiera le tuve que pedir que se colocase a cuatro patas. "Tú también lo estabas deseando cabrona"

Delante de mí se abría un puente que empezaba en unos tacones granates, se extendía en la transparencia unas medias oscuras y culminaba en aquel trasero impresionante, de un tipo de forma acorazonada que me hizo intuir que Nerea era adepta al sexo anal, y aunque me moría de ganas, no tenía lubricante ni intención de hacer preguntas que quizá lo fastidiasen todo.

Me entretuve un rato lamiendo aquella raja estirada, para calmar unos instantes el clímax que ya tenía en la punta del pene, pero ella no tenía piedad y me reclamaba que la llenase cuanto antes. Me puse de rodillas, coloqué las manos por debajo de su pecho y, visto lo visto, atraje su cuerpo hacia mí penetrándola de una embestida. Gritaste. "Esto es lo que te gusta, sexo salvaje".

Yo la montaba con furia, disfrutando de cada penetración acompañada con el concierto de sus sonidos de placer hinchando mi vanidad.

Con una mano le apretaba el pecho, con la otra estimulaba su pequeño clítoris para asegurarme su deleite, aunque no parecía necesitarlo. Su respiración se volvió incluso más violenta, y yo ya no aguantaba, tenía el orgasmo en las yemas de los dedos y se me resbalaba de ellas por momentos. No podía más, apoyando mi pecho sobre su espalda mis embates se intensificaron, y traspasando barreras le mordí el cuello con la suficiente fuerza para dejar marca inundando de esperma sus fogosas entrañas.

Su último gemido fue algo así como "¡Uuuuuuhhhhhhhh!" si no estaba equivocado, se había ido más o menos a la vez que yo.

Se levantó y me dio un beso muy corto.

  • Esto hay que repetirlo campeón.- dijo cogiendo su braga del suelo.