Laila, mi obsesión (3)

Qué rápido aprendes.

Laila, mujer de mis noches: III

Tus enormes y alargados párpados entornados, los labios latentes, entreabiertos, el pelo pegado al rostro, brillante de sudor: el paradigma del sexo escrito en tu cara de niña. De rodillas observaba aquello con fascinación mientras tu pecho subía y bajaba, extenuada como te había dejado.

Me desnudé ante tu atenta mirada. Te recuperabas poco a poco de un placer que no habías conocido antes. Me tendí a tu lado, y sin una palabra, apoyaste tu cabeza, tu pelo de seda en mi pecho rasurado. El tiempo era un concepto vago, inconstante. Mis dedos se deslizaban entre tus extensos mechones castaños, tus ojos se cerraron, un suspiro delicioso se escapó de tu boca. Te quedaste dormida, dormida sobre el hombre que aún te deseaba rabiosamente. Mi pene volvió a despertar.


  • Alvaro ¿te puedo hacer una pregunta?- Eran las 11 de la mañana y tu voz, recién despertada -tras aquel sueño profundo propio de una preadolescente- parecía incluso más grave y honda.

Te sonreí, deseando nuevamente tras la media hora que llevabas despierta que mi semblante matutino no te hiciese arrepentirte de haber pasado la noche en mi cama.

Dime preciosa.

Ayer, bueno, anoche, ¿Por qué no…? No, da igual.

¿Qué pasa? Dime lo que estás pensado.

Me da vergüenza.

Sabía lo que querías preguntarme, pero deseaba que saliera de tus labios para que traspasaras una barrera de tu inmadurez: hablar de sexo sin tapujos.

No seas tonta, estás desnuda en mi cama con un hombre desnudo a tu lado ¿eso no te da vergüenza?

Bueno, quiero saber porque anoche no lo hicimos.

Sabía lo que ibas a preguntarme, pero aún así, la pregunta fue como un jarro de agua fría porque no tenía una respuesta suficientemente elaborada para no herir tus sentimientos, pero cualquier otra respuesta resultaría demasiado absurda, si había llegado tan lejos, no te podía engañar.

Laila…- Te acaricié la cara, mirándote gravemente- No quiero que te sientas mal, pero tengo que ser sincero contigo, ayer no te hice el amor porque me di cuenta de que tu cuerpo no estaba realmente preparado para ello.-

Pero…-

Déjame terminar.- bajaste la mirada, ofendida, y noté como te ibas ruborizando sutilmente- Eso no quiere decir que no puedas disfrutar de tu cuerpo y creo que anoche te lo demostré ¿Estás enfadada?-

Alzaste la mirada, esa mirada que me enganchaba a tu ser de forma casi ultraterrenal y una única lágrima rodó por tu mejilla izquierda, cayendo sobre la seda de mis sábanas.

No, pero yo no soy una niña. Ya tengo la regla, soy una mujer, puedo tener hijos y por tanto si quiero tengo derecho a acostarme con un hombre y…- tu voz se quebró, te callaste.

Laila, hay niñas que empiezan a menstruar con diez años y que un hombre tuviera sexo con ellas sería una aberración. ¿Tú te has mirado? Está claro que aún no eres una mujer, eres una preciosidad, pero aún te quedan unos meses. Ni siquiera tienes vello púbico.- Inmediatamente me arrepentí de haber hecho una alusión directa a tu inmadurez física, pero ya era tarde y estaba a punto de pedirte perdón cuando hablaste.

Mi madre es japonesa.- Aquello me pilló completamente desprevenido. Aunque era una explicación a la forma almendrada de tus ojos y a la lisura imposible de tu pelo.

¿Y…?

Podría ser que nunca me salieran pelos en esa zona, imagínate, ¿aunque fuese de tu edad tampoco querrías tener relaciones por eso? No está bien que solamente sienta yo placer.

Sonreí de nuevo, y tú me devolviste esa sonrisa, encantadora. Me habías desarmado.

Yo deseo con toda mi alma hacerte el amor, pero prefiero esperar.

¿A qué?

A ver como te desarrollas, a que tu mente esté también preparada.- Tuve una idea lasciva- mientras, te puedo enseñar muchas cosas.

¿Qué cosas?

Te puedo enseñar a dar placer a un hombre- "Laila, tú serás mi geisha".

Al tener aquella conversación caí en la cuenta de que nos estábamos comprometiendo inconscientemente a seguir viéndonos y el pánico se apoderó momentáneamente de mí.

¿Cuándo tienes que estar en casa?-

Me miraste con un brillo furioso.

Cuando tenga que irme, me iré.- Sonó como una amenaza.

"No te vayas nunca"


Con una camiseta mía que te llegaba hasta medio muslo, y sin nada que escondiera tu sexo de niña oriental, te habías sentado sobre la parte baja de mi vientre, de espaldas. Mis ojos cerrados. Sólo te había dado una instrucción.

Cierra los ojos, intenta ver con las manos.

Tus dedos finos recorrían la parte interna de mis ingles, tus caricias eran cálidas y acuáticas, tus dedos se movían independientes unos de otros, y parecía que había más de una mujer tocándome. Hacía rato que mi polla, anticipándose a cualquier cosa que pudieras hacer, había decidido abandonarse al placer y obligar a mi mente a concentrase en las acciones de tus manos suaves.

Sólo unos escasos cinco centímetros separaban mi miembro enhiesto y tu tierno pubis, un espacio para soñar

Pasaste un dedo ligero por la única parte de mis nalgas que podías tocar, con la otra mano, apenas un leve roce al vello de mis testículos me hizo suspirar.

Durante un instante, el contacto de tus manos con mi cuerpo cesó, te echaste hacía atrás y mientras tus dos manos peinaban la extensión desde mis testículos hasta mi glande, pude experimentar el contacto directo de tu coño de algodón con la base exterior de mi polla, la humedad, tus manos y las puntas de tu melena rozándome el pecho al arquear la espalda me arrancaron un suspiro. No era lo que hacías, ni siquiera si lo hacías bien o mal, el simple hecho de que estuvieras tocándome me enloquecía.

Abrí los ojos, lo único que podía ver era tu larguísimo cabello liso sobre mi camiseta deportiva que te quedaba enorme. Te la quité. Y tú, como avisándome de que tenías razón, de que si yo te deseaba era porque eras ya una mujer, pegaste aún más tu rajita húmeda a la base de mi pene, frotándote con ella repetidamente. Gemiste con tu propia estimulación.

Laila, no…- intenté expresar entre suspiros, mientras te agarraba de la cintura para volver a tener cinco centímetros de tranquilidad. Ese contacto había estado a una milésima de segundo de conseguir que yo cometiera la locura que me negaba realizar aún.

Te toqué por primera vez aquella mañana y tu respuesta fue inmediata, abriste más las piernas sobre mí, lanzando una exclamación de placer. Pero hubo algo más. Una de tus manos apresó mi polla, que llevaba casi doce horas a punto de reventar y empezaste un sube y baja muy suave, muy lento, podría decir que cauteloso. Casi no pude evitar unas lágrimas que mezclaban mi emoción con el placer que me estabas dando, suspiraba y gemía contigo. Pronto te volviste más agresiva, notando tu éxito y empezaste a hacerme una paja propiamente dicha. Yo seguía acariciando tu pequeño sexo, tú te movías de forma descontrolada e intentabas que uno de mis dedos se colase dentro de ti.

Tranquilízate.- conseguí decirte en ese éxtasis al que me estaba llevando tu pequeña mano.

Volví a abrir los ojos, no recordaba haberlos cerrado y la visión de tu espalda dorada sin mácula, el pelo revoloteando sobre ella mientras tú intentabas cabalgar sobre mis dedos me sobrecogió.

Laila

Mmmmm…- no estuve muy seguro de si aquel gemido era una respuesta, pero era lo único que tenía.

Me voy a correr.

Mmmm…y yo.-

Tu mano se movía cada vez más rápido, y la otra con la que te apoyabas en la cama estrujaba de nuevo mis sábanas que seguramente tardaría en volver a lavar para poder recordar el aroma de tu primer orgasmo en mis noches de soledad.

Por fin, casi a la vez que una gran descarga de semen saliera de mí con un grito, tu grito no se hizo esperar, acompañado de un montón de jadeos y suspiros.

Sin ningún esfuerzo, cogiéndote nuevamente de la cintura, te di la vuelta. Mi semen te había salpicado incluso un poco los labios. Aún no tenías práctica para evitar accidentes como aquel. Sonreí, volviéndome a excitar mentalmente con la visión de tu preciosa cara manchada de mi corrida. Tu sensualidad era casi diabólica. Te pasaste un dedo por la zona del labio inferior que te había manchado. Miraste con una leve expresión de extrañeza aquel líquido viscoso y sin más, te lo llevaste a la boca, cerrando los ojos y chupando tu dedo moreno. Jamás olvidaré aquella imagen.

"Qué rápido aprendes".